La desilusión de nuevo en Egipto Mauricio Jaramillo Jassir1 Los desórdenes que de nuevo han aparecido en Egipto por las exigencias cada vez más radicales de una transición develan una realidad incontestable: las transiciones requieren de tiempo para madurar. La mayor parte de los análisis cuando se gestó la llamada “Primavera Árabe” apuntó a destacar la democratización en regiones que habían estado bajo el yugo de gobiernos autoritarios. No obstante uno de los primeros errores de esos análisis consistió en asumir el proceso de manera homogénea cuando de un país a otro existen disparidades profundas. De esos procesos, sin duda el más exitoso aunque menos rastreado por la prensa lo constituye el tunecino. Este país celebró hace poco elecciones en medio de un ambiente de euforia por lo que significó una conquista política de envergadura. Los contrastes entre el avance democrático en Túnez con la dilación de la transición en Egipto son flagrantes y muestran lo complejas que puedan ser dichas transformaciones. En este sentido existen tres aspectos que han empeñado la transición en Egipto y que son la principal talanquera para una democratización. En primer lugar, el hecho de que los militares no hubiesen abandonado el poder los ha convertido de nuevo en victimarios, a pesar de que en su momento fueron un actor clave para presionar la salida de Hosni Mubarak y declarar el triunfo de la revolución. El hecho de haber concentrado el poder y haber dilatado los grandes cambios en medio de expectativas acabó con la paciencia de miles de manifestantes. En este punto, se puede decir que los militares desaprovecharon el momento que derivó hace unos meses en el cambio de gobierno. La indignación generalizada con respecto al régimen Mubarak hubiera podido ser canalizada para una refundación de la democracia egipcia. En segundo lugar, el hecho de haber dejado de lado a importantes actores y personajes políticos, como los partidos y figuras como Mohammed El Baradei deslegitimó la aspirada transición e hizo impopular al régimen en manos de los militares. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas ha concentrado de tal forma el poder que terminó ahogando los liderazgos habían surgido y que fueron clave para la caída de Mubarak. Éstos debieron haber desempeñado un papel fundamental en la reconstrucción del Estado egipcio. El miedo a un triunfo de los Hermanos Musulmanes y el ascenso al poder de un Islam radical primó sobre la sensatez de permitir una participación activa y directa. En tercer lugar, el Consejo Supremo ha establecido un régimen securocrático que ha amenazado las libertades individuales y ha minado el Estado de derecho. La policía política 1 Profesor de las Facultades de Relaciones Internacionales y Ciencia Política y Gobierno de la Universidad del Rosario. sigue intimidando a sectores de la población. Esta policía denominada la Seguridad Central estaría compuesta por unos 150 000 agentes encargados de controlar las manifestaciones. Hace poco el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, Navi Pillay, exigió el desmantelamiento inmediato de dichos cuerpos que se han encargado de sembrar el terror entre algunos manifestantes. Aparentemente, habría desapariciones ejecutadas por esta policía y las denuncias proliferan. Las cifras son claras: el viernes 25 de noviembre en la calle Mohammed- Mahmmoud cercana a la emblemática Plaza Tahrir, 37 muertos y más de 2000 heridos. Por último es innegable que la comunidad internacional, ha desplegado buena parte de sus esfuerzos a presionar de forma legítima a Siria que se condena por sí sola en el más profundo ostracismo. No obstante, toda la gestión por presionar al gobierno de Damasco contrasta con la pálida reacción frente a los sucesos en Egipto. En Túnez un hecho que aseguró una transición que se perfila como exitosa tiene que ver con permitir el ejercicio de los partidos políticos, un papel constructivo de la comunidad internacional y por supuesto: el desmantelamiento de la idea de asociar los partidos islámicos con la intolerancia y el fanatismo religioso. De forma indudable, Ennahda partido musulmán que obtuvo una importante victoria en las elecciones tunecinas constituye un antecedente para que se entienda que diversos actores deben participar en la reconstrucción o fundación de la democracia. El temor por el ascenso de actores independientes o disidentes del discurso pro-occidental le ha hecho mucho daño a los regímenes políticos del Medio Oriente y del Norte de África, de allí la importancia de desmitificar a ciertos actores. De lo contrario y a pesar de avances como la designación por parte del Consejo Supremo de Kammal El Ganzouri como primer ministro egipcio, el país se sumirá en un caos cada vez mayor y aunque hubiera parecido imposible se podría añorar en el mediano plazo el retorno de Mubarak. Hace poco el analista Tawfik Aklimandos consultado por el diario Le Monde aseguró: “No me extrañaría que muy pronto nuestro sueño sea el retorno de Mubarak”.