San Antonio María Gianelli

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MODULO nº 1
San Antonio María Gianelli
“Perla del Episcopado”
1789 – 1846
“Era una flor, nacida en tierra inculta,
que tenía necesidad de ser trasplantada a muy distinto terreno,
para allí crecer y desplegar toda su natural belleza”
“Un testimonio viviente tiene más valor ante nuestros ojos que las más bellas fantasías y las
más hábiles adaptaciones”. Si bien con otras palabras, esto es lo que escribía en 1846, don
Santiago Gianelli, sobrino del Santo.
Don Nicoló Barabino, Rector del Seminario de Génova, estaba recogiendo escritos y
testimonios para redactar una biografía del Fundador. Fue requerido también el testimonio de
don Santiago Gianelli, ¿quien, más y mejor que ningún otro, estaba en condiciones de
proporcionarlo, por la familiaridad que tenía con el Santo?. A fines de junio de 1846, a veinte
días escasos de la muerte del tío, don Santiago escribe a Barabino en estos términos:
“No le ocultaré el pensamiento que se me presentó al enterarme del proyecto que se tenía de
dar a la imprenta su biografía. El pensamiento que tuve fue este: que la biografía, aún cuando fuere
escrita bien y con elegancia, sería poca cosa para comprender los grandes méritos y las luminosas
virtudes de aquel hombre incomparable, tanto más que la biografía, una vez leída, ya no se vuelve a
leer, y muchos y muchas creerán, quizá, que están suficientemente instruidos en ella”.
El escrito que presentamos, no es una nueva biografía de A. Gianelli, sino que
queremos ofrecer algunas pistas para comprender la riqueza espiritual y humana que
caracterizó a nuestro Fundador. Este es el motivo que nos llevó a seleccionar algunos tramos
importantes de su vida, (dando por sabidos los detalles de su infancia y adolescencia) a partir
de 1807 hasta su muerte en 1846.
Como dice un escritor: “No juzguemos a los hombres sino sobre la base de sus
hechos…”, tratemos de ver más allá de la palabra escrita, toda la vida y la santidad de este
hombre de Dios, y sintámonos orgullosos del patrimonio espiritual que nos dejó.
Reavivemos en nuestros corazones la conciencia de esta gran herencia, que es al
mismo tiempo, un compromiso y un llamado a Evangelizar también nosotros, como
DISCÍPULOS-MISIONEROS.
Agradezcamos a Dios por la vida santa de nuestro Padre Fundador, por el patrimonio
espiritual que nos dejó, y por el ejemplo de santidad que lo animó a entregarse
generosamente a trabajar por el Reino de Dios.
Nos enseñó que solamente la santidad hará fecundo nuestro apostolado y que para
‘evangelizar’ debemos aligerar nuestras mochilas, dejando todo aquello que pueda
impedirnos amar y evangelizar e ir “donde otros no pueden ir…”
Este año, en que se celebran los 150 años de la llegada de las Hijas de María S. del
Huerto a la Argentina, tiene que ser un “tiempo de gracia” para “hacer memoria, actualizar,
dar a conocer y celebrar” el don de la vida del Santo, su herencia espiritual y la pasión
apostólica que dejó como legado a toda la Familia Gianellina.
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CAPÍTULO 1
I. SEMINARISTA
(1807-1812)
Los estudios medios de Gianelli preludiaron su entrada en el seminario, sin que
estuviera claro cómo sucedería, pues sólo una cosa era cierta: a la familia le sería imposible
mantenerlo en el Seminario de Génova durante algunos años.
El problema encontró una solución providencial en la señora Nicolaza Rebiso quien se
ofreció para dar hospedaje al joven Gianelli en su Palacio de Génova, a la espera de poder
colocarlo en el Seminario.
Durante aquel año (1807), Gianelli frecuentó el Seminario de Génova como alumno
externo y pronto iba a destacarse por su piedad y por su aplicación con lo cual se ganó la
estima y el amor de todos.
Con la apertura del segundo año escolar, el 11 de noviembre de 1808, nuestro santo
fue acogido finalmente como alumno interno del Seminario y comenzó la que él consideró
siempre, la etapa más feliz de su vida.
Anota textualmente el primer biógrafo:
“Solía decir después, aun cuando era Obispo – y yo lo escuché de su propia boca – no haber
vivido mejores días que los que pasó en el Seminario; y entre él y los que fueron sus compañeros de
entonces se mantuvo siempre una inalterable y exquisita amistad”.
En los primeros días el Cardenal Spina se presentó en el Seminario para tomar
contacto con los clérigos. En el refectorio, al pasar junto a Gianelli, le preguntó si estaba
contento con el tratamiento.
“Contentísimo, respondió Antonio, no soy digno de tanto”.
Cuando el Cardenal se alejó, los compañeros de mesa lo acusaron de haber dicho
una mentira para congraciarse con el arzobispo; pero él, sin dejarse intimidar, replicó que
para él todo era bueno y quien fuera de diverso parecer debía tener el coraje de decírselo al
cardenal.
Con ocasión del carnaval se solía organizar en el Seminario un entretenimiento teatral.
A Gianelli, que era el número uno de su clase, le tocó interpretar el papel del protagonista del
drama escrito por un jesuita, sobre el mártir Eustaquio.
Lo interpretó con fervor y convicción. En una lista de Santos Protectores escrita por
Gianelli, se encuentra el nombre del Mártir con esta apostilla:
“Siendo yo estudiante de Retórica, le representé en una tragedia devota, que se dio en el
Seminario de Génova”.
El mismo año, 1809, el profesor de retórica don Carosio había restablecido en el
Seminario una academia literaria llamada “de los Constantes”, de la que formaban parte los
alumnos más brillantes. Gianelli fue puesto al frente; en el discurso inaugural habló de la
virtud de la constancia, fundada en la fortaleza, que abate los vicios contrarios: el orgullo, la
pereza y la envidia. Lo que más impresiona en el discurso es la agudeza y elevación de los
pensamientos. El desarrollo preciso y directo de sus discursos, demuestran una madurez no
fácil de encontrar en un joven alumno. Esto permite apreciar en él, la madera de un hombre y
un santo.
Al año siguiente pasó al curso de filosofía. En los dos años escolares 1809-1810 y
1810-1811 siguió siendo el número uno de la clase.
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El cardenal Spina que tenía urgente necesidad de óptimos sacerdotes, no perdía de
vista a Gianelli, y quiso premiar sus dotes de espíritu y de ingenio y las garantías que ofrecía
su conducta ejemplar, admitiéndolo como una excepción al Subdiaconado, en setiembre de
1811, antes que Gianelli comenzara los estudios de teología. Otra excepción fue el permiso
otorgado al flamante Subdiácono para predicar. De los primeros ensayos de Gianelli como
predicador se conservan un panegírico a san Luis, otro a san Roque y una novena a los
difuntos.
Su participación en una misión, entre setiembre de 1811 y marzo de 1812, fue el
preludio de un ministerio para el que estaba singularmente dotado y que, hasta la muerte,
estará entre sus preferidos. En aquella misión se le encomendó una de las predicaciones
más destacadas: la de la muerte.
El estudio de la teología ocupó los años comprendidos entre 1811 y 1813.
Los profesores dictaban en clase sus lecciones y a menudo hacían subir a Gianelli a la
cátedra para explicar a los compañeros los puntos más difíciles.
De cualquier modo su formación intelectual fue muy apresurada. Diácono desde
marzo de 1812, apenas cumplidos los 23 años, recibió de manos del Cardenal Spina la
unción y el honor del sacerdocio el 23 de mayo, vigilia de la fiesta de la Santísima Trinidad.
Tres lustros más tarde, el cardenal Lambruschini lo enviará como Arcipreste de
Chiavari, diciendo: “os envío la más hermosa flor de mi jardín”.
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CAPITULO 2
II. SACERDOTE
(1812-1838)
“Dios, Dios, Dios sólo”
Antonio Gianelli fue ordenado sacerdote en mayo de 1812, con sólo 23 años de edad,
pero continúa como seminarista el año escolar de 1812.
En 1813 fue destinado a la Iglesia abacial de San Mateo en Génova, parroquia
gentilicia de la familia Doria.
En los apuntes autógrafos fechados en 1840, Gianelli escribe:
“La iglesia de san Mateo fue la primera en que ejercité el ministerio sacerdotal nada más
hacerme sacerdote, primero en calidad de Cura y colaborador del imposibilitado abad Mazzola, antaño
célebre orador, luego como Ecónomo”
El compromiso duró poco más de dos años y medio, desde el 15 de febrero de 1813
hasta setiembre de 1815.
Francisco Mazzola, un ex jesuita profesor de elocuencia en la universidad de Génova,
había tomado posesión de la abadía en 1806. Cuando Gianelli fue nombrado Mazzola,
estaba casi paralítico. Entre las predicaciones que nos han llegado de ese tiempo, existe un
comentario del evangelio del domingo después de la Epifanía. Gianelli, en el exordio se
excusa ante el auditorio por su falta de experiencia. En realidad ya tenía muy claras las ideas
sobre las exigencias de una predicación auténticamente evangélica, y escribe:
“La sencillez y la claridad serán mi guía constante y consideraré siempre un deber riguroso,
para la comprensión de todos, sacrificar cualquier bello adorno que pudiera proporcionarme el arte o la
industria”.
Esta sencillez fue también fruto del esfuerzo. Años más tarde, siendo Obispo en
Bobbio, “confesaba a sus seminaristas que había empleado más tiempo en librarse de la
retórica que en aprenderla”.
En la prédica citada precedentemente, dijo a los oyentes:
“Vosotros debéis buscar la verdad y no la elegancia, y yo debo ser diligente en descubrirla ante
vuestra mirada con sencillez y naturalidad. El espíritu del Evangelio es harto dulce y penetrante por sí
mismo, por lo que yo no haré otra cosa que descubrirlo en la medida en que se me conceda, y me
guardaré mucho de introducir la más mínima alteración. Lejos, por tanto, de nosotros las divisiones
estudiadas, los puntos singulares, las alusiones sofisticadas, cuando éstas no broten como por sí
mismas y se presenten espontáneas a primera vista. Me impondré la obligación de seguir las huellas
del texto sagrado, como las más útiles y las más seguras, pues las enseñanzas de aquel Espíritu
divino que instruye en toda verdad y que es maestro y guía de todo saber”.
Esta “regla de oro” según la cual en la predicación evangélica, no se debe rebajar el
texto sagrado, es válida y urgente también hoy, cuando tanto se habla de la necesidad de
“evangelizar” al pueblo de Dios.
Con la ordenación sacerdotal comenzó a multiplicar sus predicaciones en la ciudad y
pueblos vecinos. Algunos años más tarde, hablando del discípulo y amigo Ángel De
Benedetti, él distinguirá dos tipos de ministerio en el sacerdocio:
-
pastoral, es decir en la parroquia, y,
apostólico, consistente en predicaciones itinerantes.
Antonio se dedicó a ambos ministerios, hasta el final de su vida.
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La predicación de la palabra de Dios acompañó, como una constante las actividades
de Gianelli como vicepárroco, profesor, párroco, arcipreste y Obispo. La predicación fue su
vocación más profunda. Por este motivo, el 23 de mayo de 1814, fue recibido como “novicio”
entre los Misioneros Rurales, una Congregación eclesiástica fundada en Génova en 1713; en
1817 pasó a ser “coadjutor” y en 1821 “obrero”. En 1825 lo eligieron superior. Los miembros
de la Congregación se comprometían a procurar la propia santificación y evangelizar campos
y pueblos de la extensa arquidiócesis, cargando con todos los gastos correspondientes.
La primera misión en que tomó parte, del 5 al 23 de mayo de 1815, fue la de Càlice.
Gianelli anota en un apunte:
“Al partir de aquel pueblo experimenté gran dolor y pensé: ¿cuál será el pesar que sienta un
alma condenada a tener que separarse para siempre de Dios?”
La inquietud por la salvación de las almas es ya una característica del joven
sacerdote.
El abad Mazzola, murió el 15 de febrero de 1815, al día siguiente el Arzobispo Spina
le manda a Gianelli el decreto de nombramiento de vice-abad, o sea Ecónomo, confiriéndole
“plenitud de autoridad para hacer y administrar todo, no de otro modo que si fuera cabal y
verdadero abad”.
Gianelli vivió y comunicó la alegría de su vocación. Esta alegría fluía de la conciencia
de saberse totalmente entregado a Cristo. En su amor a Cristo llegaba a aquella libertad
interior, llegaba a vivir una alegría que crece con las contrariedades, con las amarguras que
no le fueron evitadas. Su alegría era hija de una fe que se transformaba en puro abandono.
Verdaderamente la luz del Resucitado lo acompañaba en todas las encrucijadas del
dolor y él sentía de estar recorriendo el camino divino.
Su corazón ardió de deseo por partirse y repartirse totalmente a todos, por amor a
Dios.
2.1. Profesor de Retórica
En 1815 Gianelli es llamado para dar clases de retórica en el colegio que los religiosos
de las Escuelas Pías, llamados también escolapios, tenían en Cárcare, un pueblo asentado
en la falda de los Apeninos, en un amplio valle.
Antes de dejar Génova y la Iglesia de San Mateo, Gianelli fue a despedirse del
Cardenal Spina, quien, sonriendo le dice que ha hecho bien en aceptar el encargo, y añade
que espera tener pronto noticias suyas. Gianelli no tardó en escribirle desde Cárcare, y en la
carta describe el ambiente que lo había recibido:
“El pueblo no es próspero, pero el clima y los campos son amenísimos… El edificio del colegio
no es gran cosa, pero el sistema educativo me ha sorprendido. La juventud, sin el rigor de los castigos,
se conserva con una sensatez que me sorprende. Todo el secreto estriba en el buen acuerdo y la
buena inteligencia de los Prefectos y de los Profesores con el Padre Rector, quienes ponen empeño en
conocer el genio y condición de los alumnos y en tenerlos ocupados…”.
En el Elogio fúnebre de Gianelli, el padre Agustín Dasso, prepósito provincial de los
escolapios, dice que el colegio de Cárcare era “floreciente entonces en hombres de mucha
ciencia y piedad”. En cuanto a Gianelli, escribe: “…quiso para sí, y de manera obstinada, la
celda que le pareció más abandonada, expuesta al frío y pobre; fue servidor de todos
indistintamente y en todo, dentro y fuera. Por lo cual fue apreciado y venerado por todos, y
muy querido por el Rector de allí, y recibió por donaire el nombre de un buen hace-de-todo.
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2.2. De regreso a Génova
El Cardenal Spina no tardó en hacer regresar a Gianelli a Génova, encargándole la
cátedra de Retórica en el Seminario. Gianelli se sentía muy feliz de estar nuevamente en el
Seminario, en el que permaneció por espacio de diez años, tiempo suficiente para dar a la
enseñanza una impronta personal, para acumular experiencias que lo prepararán para las
futuras tareas y para tejer una red de amistades, especialmente sacerdotales.
Barabino, uno de sus alumnos, afirma:
“Al dar clase se había propuesto, ante todo, procurar el mayor progreso de sus alumnos y para
conseguirlo nada dejaba sin hacer. Hacía saborear los ejemplos de los clásicos tanto latinos como
italianos, e invitaba a los jóvenes a imitarlos…… Grave y afable a la vez, se atraía a un mismo tiempo
el respeto y el amor de sus discípulos de los cuales muchos consiguieron cargos brillantes…Y no sólo
atendía a instruir la mente de los alumnos, sino más todavía a formar su corazón”
El segundo de sus biógrafos hace una referencia a su método de enseñar: “Su primer
pensamiento era hacer conocer los autores clásicos de lengua latina e italiana; siendo un privilegio del
que sólo puede enorgullecerse nuestra nación, el de poseer dos lenguas verdaderamente clásicas…
comentaba, analizaba a los historiadores, a los prosistas, a los poetas principales y les hacía notar las
más escondidas bellezas, cultivando la lengua italiana y la latina con el mismo entusiasmo”.
Gianelli, - advierte uno de sus alumnos- , dotado de inteligencia creadora, guiaba a los
alumnos por el mismo camino: se preocupaba poco por el ejercicio de la memoria y por las
versiones ajenas, prefiriendo que trataran de hacer algo original.
El escrito más completo de nuestro santo, relativo a la retórica, es un compendio de
sus Preceptos Retóricos, un “tratadito” compuesto por los años 1824-26. En el mismo revela
viveza de inteligencia, espíritu de observación y buena cultura clásica.
Al final del año escolar el profesor de retórica preparaba una prueba pública del
aprovechamiento de sus alumnos. El primer año, Gianelli presentó de nuevo el tema “La
gloria verdadera”, propuesto ya en Cárcare el año anterior.
Gianelli, además, se dio cuenta que es “una cosa bien distinta educar ciudadanos para el
Estado que formar sacerdotes para la Iglesia”.
Se debían persuadir que “en cualquier tierra, en cualquier lugar, en cualquier provincia del
mundo, pertenecían a la Iglesia; y de que ésta es una sola, y sólo ésta infalible, y ésta sólo con Roma,
y en Roma”.
2.3. Director de Disciplina
Por la “Crónica del Seminario de Génova” de 1803, se sabe que “la disciplina estaba en
decadencia. Se admitía a los alumnos en gran número, quizá con ligereza. Muchos no tenían espíritu
eclesiástico; eran indisciplinados y carecían de buenos hábitos”. Los seminaristas mayores “aunque
fueran de los mejores no observaban las reglas; al margen de toda vigilancia, impedían y echaban a
perder la regularidad general; se producían frecuentes desórdenes, excesos en el comer y en el beber
y cosas peores. El rector expulsó a muchos; los prefectos no gozaban de la estima de los alumnos y
eran incapaces de formar su espíritu y su corazón”.
Monseñor Lambruschini, que tenía vasta experiencia de colegios eclesiásticos,
emprendió inmediatamente una reforma radical. En noviembre de 1822, informa al Rector la
decisión de darle una ayuda con la creación del cargo de “director de disciplina” y le
comunicaba el nombre preferido: “Informados plenamente de la piedad y celo que adornan al
sacerdote Gianelli, lo hemos destinado a cubrir este cargo”.
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En el seminario de Génova, entre los documentos del período en el cual estuvo
Gianelli, existen las “listas o nóminas” ordenadas por el Arzobispo Lambruschini, con decreto
del 10 de noviembre de 1822, cuando fue creado el cargo de director de disciplina en la
persona de Gianelli, al que se alude precedentemente.
En ellas se expresaban,
mensualmente los juicios (“censuras”) del rector, de los profesores, de los prefectos y las
“observaciones” del director de disciplina. Tales listas se iniciaron el 31 de diciembre de 1822.
Se lee en los procesos que Gianelli tenía una capacidad de discernimiento particular
para distinguir la vocación al sacerdocio. El amor por el hombre y la estima de su personal
vocación le permitieron percibir ese quid imponderable que distingue un “llamado”.
Este amor al hombre, en su experiencia personal como educador, le sugerirá más
tarde normas de inalterable prudencia pedagógica para las Hijas de María llamadas al “difícil
arte de educar”.
Un espléndido documento que demuestra la preocupación de Gianelli por sus alumnos
y que habla de sus intuiciones, es la carta con la que recomendaba al arzobispo al
seminarista Salvador Magnasco. Para este seminarista, Gianelli pide una beca, o por lo
menos, una fuerte reducción de la misma, aduciendo razones valiosísimas: pobre y huérfano
de padre; sólida vocación y no comunes dotes de ánimo y de inteligencia.
“Escribe unas cartas que hacen que se le salten a uno las lágrimas; huérfano de padre,
teniendo la madre que cargar con una familia numerosa y sin recurso alguno, él no sabe qué partido
tomar…en el Seminario no hay otro que reúna, como él, todas las cualidades requeridas para que
resulte un óptimo Eclesiástico, más aun, un gran hombre. Cordura irreprensible, prudencia por encima
de su edad, gusto refinado, talento universal”.
Con total libertad de espíritu con el superior, hace una amarga consideración sobre el
manejo de la justicia en la asignación de las becas en el seminario de Génova:
“No puedo creer que mientras muchos torpes y muchos bastante dudosos (por no decir mal
dispuestos) e incluso forasteros, disfrutan de los bienes del Seminario, este Diácono que tanto promete
haya de quedar abandonado a su mala suerte. Yo no podría soportarlo sino con inmenso dolor… No
son pocos los sinsabores que he tenido y que sigo teniendo por el bien del Seminario. Espero que la
bondad de Vuestra Excelencia querrá librarme de este, que me llegaría hasta lo más profundo del
corazón. Me intereso por la justicia, por la virtud, por el bien de la Iglesia y del Seminario”.
Esta enérgica y urgente intervención de Gianelli sirvió para salvar a quien, en el futuro,
fue Arzobispo de Génova y con amor promovió la causa de beatificación de Gianelli.
Es de éste período la primera publicación impresa de Gianelli, un librito titulado
“Reglas de urbanidad y buena crianza”, publicadas por orden del arzobispo quien ordenó que
cada alumno del seminario, interno o externo, estuviera provisto de un ejemplar.
Las “reglas dispositivas y preparatorias” se abren con una sentencia de oro:
“La primera cortesía y la más noble de todas las formas de urbanidad es tolerar y soportar a
quien no la tiene”
Durante el año escolar 1823-24 Gianelli renunció al cargo de director de disciplina. El
reglamento de Monseñor Lambruschini había puesto prácticamente en manos de Gianelli, el
destino de la buena marcha del seminario. Esto disgustó al Rector, el canónigo Bartolomé
Parodi, quien, respaldado por los prefectos del seminario, acabó por sabotear la obra del
director de disciplina.
Lambruschini acepa la renuncia y la considera como una muestra de la delicadeza de
conciencia de Gianelli. Con la renuncia de Gianelli, el arzobispo suprimió el cargo.
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Nuestro santo continuó tranquilamente su enseñanza, hasta que, en 1826 dejó
Génova, en el momento de hacerse cargo, como Párroco, de la Parroquia de San Juan
Bautista de Chiavari, .
2.4. Orador y director de espíritu
Entre el año 1821 y 1826 desempeñó el delicado cargo de capellán, confesor y
director espiritual en el Conservatorio de las Hijas de San José, de Génova. Compuso para
aquellas religiosas un nuevo reglamento, predicó instrucciones entre 1823-24 sobre la
humildad, la obediencia, la paciencia, la mansedumbre, la mortificación, la modestia, la
docilidad, el silencio y otras instrucciones sobre las virtudes cardinales.
En octubre de 1826 terminó de escribir las Reglas y Costumbres que han de observar
las Hijas de san José. Gracias a la dirección espiritual de nuestro Fundador, la Comunidad
del Conservatorio de las Hijas de san José “se había convertido en un sólo corazón y una
sola alma, y su monasterio era un verdadero paraíso terrestre… eran una cincuentena y
todas se confesaban con su amadísimo y piadosísimo director”
En aquel Conservatorio dejó la huella indeleble de su espíritu. Las religiosas no lo
olvidaron y a su vez las Hijas de san José permanecieron en el corazón de Gianelli, quien,
siendo Arcipreste en Chiavari y después Obispo en Bobbio, no dejaba nunca de visitarlas y
de improvisar una pequeña predicación cuando tenía ocasión de dirigirse a Génova.
Asistió espiritualmente también a algunos Monasterios de clausura, como el de la
Santísima Anunciata y Encarnación, donde pronunció varios sermones.
Tampoco le faltó, a Gianelli, la experiencia de apostolado directo entre los laicos,
organizados según la costumbre de la época, fue director espiritual de la Cofradía de la Santa
Cruz, en la que desplegó su ardiente celo con las instrucciones y panegíricos, la asistencia a
las reuniones, hasta dejar en aquel grupo de laicos, diversos por sus condiciones y aptitudes,
una íntima y benéfica influencia y un vivo recuerdo de sí.
Pero su actividad no termina aquí. Conocieron su ministerio múltiple e infatigable las
Religiosas llamadas vulgarmente las Azules, las Agustinas de San Sebastián, las Penitentes
del Espíritu Santo y otras más.
Pertenecía además a los Misioneros Rurales. Desde el año 1817 al 1825 se cuentan
cerca de siete Misiones, mayor número de Ejercicios Espirituales y muchas predicaciones, las
más importantes y multitudinarias fueron sobre los temas clásicos de las misiones populares:
la penitencia, la conversión, el pecado, el juicio universal, el valor del tiempo, la devoción a
María, el infierno, el paraíso, el número de los elegidos, el amor a los enemigos, la suavidad
de la ley de Dios, las tribulaciones, la misericordia de Dios, la obligación de hacerse santos, la
perseverancia final.
Se destaca que Gianelli era muy solicitado como orador y nunca se negó. Por algo ha
pasado a la historia como uno de los más prestigiosos oradores de su tiempo.
Pero Dios reservaba al joven sacerdote, al profesor, al Misionero Ardiente, al
panegirista codiciado y disputado, las insidias sutiles de una ardua prueba, a fin de templarlo
y disponerlo para nuevas fatigas y más altos designios.
2.5. Arcipreste en Chiavari (1826-1838). “Todo para todos”
En enero de 1826 el Archiprestazgo de Chiávari, había perdido a su titular tras la
muerte de Monseñor José Cocchi, “uno de los pastores más eminentes que haya podido
asumir el gobierno espiritual de un pueblo”, según han escrito de él.
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Don Cocchi, rico de ingenio y de prudencia, había dirigido la Parroquia en tiempos
bastantes difíciles, por espacio de unos treinta años, conociendo también la amargura del
destierro. No era fácil proveer de un sucesor.
El Arzobispo Lambruschini pensó en Gianelli, profesor en su Seminario y cuando
comunicó la elección a las autoridades de Chiavari, les dijo: “Os mando la más bella flor de
mi jardín”.
Una vez recibida la Bula respectiva con fecha 27 de abril de 1826, Gianelli se preparó
para entrar en su parroquia, el 21 de junio, fiesta de san Luis Gonzaga.
“Haz de cuenta como que vas a emprender una misión, no de pocos días, sino de diez
o doce años”, le había dicho el Arzobispo de Génova cuando le encargó el gobierno pastoral
de esa importante parroquia. Y fue como una revelación profética, ya que doce años
después, en 1838, fue llamado al Gobierno de la Diócesis de Bobbio.
El joven Arcipreste estaba totalmente absorbido
apostolado multiforme y sin respiro.
por el ímpetu ardiente de un
Napoleón la hizo (a Chiavari) capital del Departamento de los Apeninos, que
comprendía los confines actuales de la Diócesis de Chiavari con el agregado de la Val
d’Aveto y l’alta Val di Vara. Así permaneció por varios años también bajo el dominio sabaudo.
La mentalidad de los habitantes era más bien cerrada, enraizada en pacíficas
tradiciones y egoístas autosuficiencias. Las Iglesias principales eran San Juan Bautista y el
Santuario de la Virgen del Huerto.
Del sermón pronunciado por Gianelli el día de su ingreso en Chiavari se conserva la
primera parte, suponiéndose que la segunda fue fruto de su capacidad de improvisación.
El nuevo arcipreste traza un cuadro preciso de las características morales y sociales
de sus fieles, y lo hace con tanta claridad que nos será fácil intuir el por qué de sus opciones
pastorales y apostólicas, su tipo de predicación y la insistencia en que algunas normas éticas
fueran respetadas.
Dice el santo:
“… encontrareis un pueblo todo paz, un pueblo todo religioso y piadoso; pero el mundo
pervertido en el cual vivimos difunde el libertinaje, la incredulidad… y prueba nuestra inclinación al mal”
“La conciencia está confundida y mal hechas las confesiones, los vicios son muchos, los
pecados innumerables, los obstáculos son fuertes, y los temores demasiados grandes”
El problema de los pobres fue afrontado en forma sumamente concreta.
Gianelli escribe:
”La limosna no importa tanto darla, cuanto saberla dar. Si el párroco la da en forma indiferente
o promiscua al que se presenta, no será de mucha utilidad y en su mayor parte despilfarrada. Peor si
se la da al que más llora o al que más grita, que a menudo son los más viciosos”.
Gianelli se preocupaba, en beneficiar a las familias y prefería dar la limosna a las
madres para evitar que los hombres la emplearan en la fonda.
“Los pobres son muchos, por desgracia ignorantes y descuidados en sus deberes Religiosos.
Los hombres especialmente frecuentan muy poco la Palabra divina y los Sacramentos, y los jóvenes
pobres se hacen irresponsables, porque se alimentan en la ignorancia y en los vicios que aprenden de
sus progenitores”.
La pastoral de Gianelli fue global y tuvo un significativo alcance social. Él se niega a
considerar la tarea de un párroco como la de un empleado que debe cumplir horario recluido
en una oficina. Tal deber se debía cumplir, no solamente desde los altares, sino por todas
partes y siempre, insistiendo, rogando, reprendiendo oportuna e inoportunamente, como
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quiere San Pablo. Aun cuando se lo tomase a mal y diese lugar a resentimientos. No existe
género alguno de piedad que él no deba usar con los arrepentidos y contritos; mas tampoco
existe instancia que deba omitir con quien se obstina en el mal.
Había en él una particular insistencia sobre la predicación de los Cuaresmales,.
Consideraba la cuaresma como tiempo particular de la presencia de Dios, que llama a una
conversión radical, como tiempo, tal vez último-don, tiempo-don del que brota la urgencia de
una decisión. Jesús que llama y exhorta a un radical cambio de vida.
Cristo, es para los evangelistas, el ahora de la presencia de Dios, es el hoy de la
salvación, el hoy de la liberación. Es por tanto, un hoy de alegría, de misericordia. El ahora
de la venida de aquel que nos trae la Revelación, corresponde el ahora de la predicación de
la Palabra, entendida como ocasión en la cual se decide por la vida o por la muerte.
No se puede postergar la decisión del hoy para mañana, ni endurecer el corazón. Hay
que decidir vivir para Dios. Para Gianelli, la predicación, especialmente en la Misión y en
Cuaresma, es la voz de Dios que llama a la salvación y en su misericordia nos conduce a una
vida de alegría.
El era en verdad el ministro de la palabra, y la anunciaba no solamente al pueblo todo
de la Parroquia, sino en particular a los Clérigos, a los alumnos de las escuelas Pías, a las
Clarisas, en la Cuaresma y en los Retiros anuales, a los pobres encarcelados, es decir, en
donde le fuese pedido o él viese la necesidad, predicaba infatigablemente las máximas
eternas a su grey dilecta.
Salvador Magnasco, Arzobispo de Génova, con ocasión del proceso de canonización
hizo una declaración jurada sobre el cuidado de Gianelli por los enfermos:
“trabajaba con celo incansable en su parroquia predicando, confesando, visitando enfermos a
domicilio y en el hospital; se dirigía allí especialmente por la noche; de forma que regresaba a casa
bastante tarde. Más de una vez, al dirigirme yo a su casa, lo hallaba de regreso poco antes de
medianoche; asistía a su cena, sumamente parca, que tomaba con el reloj sobre la mesa”.
Más explícito es otro testigo:
“Gianelli no sólo acudía al lecho de los enfermos siempre que era requerido, sino también
cuando no se había pensado llamarlo, y sin distinción entre ricos y pobres. No se contentaba con la
asistencia de otros sacerdotes, sino que iba personalmente para darse cuenta de la necesidad
espiritual y material del enfermo. “Sólo para estas y otras tareas del ministerio y de su activa caridad
salía de casa… Y, respecto a los enfermos, no constituía un motivo de molestia levantarse
tempestivamente de la cama en cualquier estación, ni quedarse junto a ellos largas noches en vela, o
tomar un incómodo y escaso descanso en sus casas”
No descuidó nada con el objeto de incrementar la piedad. Existía en Chiavari una
cofradía de gente laica llamada de la Coronita, atendida por una Congregación de sacerdotes
con el título de san Felipe Neri, Gianelli propuso y consiguió que cada domingo cuatro
miembros, acompañados por un sacerdotes que, a menudo era él mismo, fueran al hospital a
atender material y espiritualmente a los enfermos, confortándolos con santas palabras a que
sufrieran con paciencia.
Chiavari tenía una Sociedad Económica, único estímulo en el campo socio-político.
Esta Sociedad, de la que participó también Gianelli, había sido instituida y promovida,
de acuerdo a los criterios que informaban las organizaciones económico-sociales del siglo
XVIII, sobre los lineamientos de la Sociedad Patria de Génova, llamada “Instituto de la
Sociedad Patriótica”. Su múltiple actividad estaba, sobre todo, destinada a desarrollar una
mayor y mejor industrialización de la región lígure, propiciando un ingenioso y razonable
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empleo de los medios técnicos, puestos a disposición por la ciencia y para un mejor
aprovechamiento de las riquezas locales.
Los principales recursos provenían, en parte de la agricultura y por otra parte de las
pequeñas industrias locales: como la de las sillas en forma de campana, la de las puntillas,
de los terciopelos, las sedas damascadas de Lorsica, telas de lino tejidas con telares a mano
o a vapor, macramé, cuerdas, fabricación de remos, saladeros de pescados, hongos secos…
Gianelli se interesó también por los objetivos sociales de la Institución.
En 1827 Antonio Gianelli, hizo nacer de la Sociedad Económica una institución nueva
para Chiavari, donde no existía ninguna institución femenina comprometida en el bien
público. Convocó a las mujeres de los socios y con mucho garbo, dijo que ninguno hasta
entonces había pensado recurrir a las mujeres para aprovechar su natural inclinación al bien.
Las señoras tenían que ser las madres de las huerfanitas como lo eran de sus hijos: “madres
verdaderas de caridad” y “ricas en caridad”.
Para la instrucción y la asistencia moral de los niños introdujo y cultivó las
Congregaciones de San Rafael y de Santa Dorotea, fundadas por dos sacerdotes nacidos en
Bérgamo.
Atendió con fervor la “Obra de la Propagación de la Fe” fundada no hacía mucho
tiempo, y lo seguirá haciendo como Obispo, tornó familiar el rezo del santo Rosario, y
promovió la devoción eucarística mediante la “Adoración Perpetua”.
2.6. Fundador Inspirado.
“Los Misioneros de San Alfonso María de Ligorio” (1827)
Chiavari contaba con un clero numeroso y bueno, un clero joven, floreciente y
prometedor; un pueblo cristiano que secundaba a ese clero en el ardor apostólico; todos ellos
formaban un digno marco al Arcipreste, alma solícita, inspiradora de todo bien y de toda obra
buena y suscitadora de santos entusiasmos.
Gianelli quería perpetuar el bien, difundirlo y dilatarlo sin fronteras:
“La bondad es difusiva, y si no tiene ocasión de ejercitarse no puede difundirse”.
Se había ganado espiritualmente a doce de los mejores entre los Sacerdotes de su
clero, capaces de compartir con él ideas y esperanzas y seguir sus impulsos. Se valía de
ellos para la obra de los Ejercicios Espirituales a sus sacerdotes. ¿Por qué no ligarlos a esta
obra de un modo estable y permanente? ¿Por qué no ampliar esta obra llevando sus frutos
directamente al seno del pueblo…?
Así nació, en 1827, la “Congregación de los Misioneros de San Alfonso María de
Ligorio”; en ella tuvo el santo Arcipreste sus primeros Doce Compañeros, a los que animaba
con su ejemplo. Su discípulo y gran amigo, Barabino, escribe:
“Yendo él delante con el ejemplo de un celo infatigable, siempre que las preocupaciones de su
pastoral ministerio se lo consintiesen, la Congregación comenzó a producir abundantes frutos de
salvación, y él, como la viera ya un tanto adulta, le dio un código de sapientísimas Constituciones”.
El objetivo que traza Gianelli para su naciente Congregación, no es otro que el de
obrar la propia santificación, cooperando con la de los demás, y facilitándola… Como padre y
fundador de esta Congregación, nuestro santo no dejó nunca de ser su alma, y su sostén
principal y hasta cuando fue Obispo la mantenía viva, la promovía e impulsaba con
exhortaciones cuando volvía a Chiavari, o a través de cartas que escribía desde su sede
diocesana.
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Esta Congregación, en poco tiempo de fundación, contaban con treinta Misiones
realizadas en distintas diócesis: Génova, Sarzana, Tortona, Bobbio, etc. Por invitación de los
párrocos o de los mismos Obispos. Los “colosos Misioneros de Gianelli” no limitaban su obra
sólo al pueblo, sino que la extendían en dar frecuentes Ejercicios Espirituales al Clero y a las
religiosas, con efectos saludables en aquellos tiempos en que comenzaba a realizarse una
restauración religiosa y un renacimiento de la piedad…
A partir de 1856 la Congregación fue extinguiéndose, a pesar de los repetidos intentos
por hacerla revivir, incluso después que Chiavari fue erigida como diócesis, en 1892.
“Las Hijas de María” (1829), la gran obra del Santo
La obra más importante, la más amada por Gianelli, la única que sobrevive como
herencia dejada a la Iglesia, tuvo comienzos muy modestos en Chiavari.
La Congregación de “Las Hijas de María”, engendradas y nacidas en el corazón del santo
Pastor, fue la obra maestra de su vida, el espejo de su alma, el jardín de sus delicias, que
cuidó con todos los recursos de su inteligencia, de su corazón y de sus excelsas virtudes.
Ante el abandono de las huérfanas y de las niñas, especialmente las más pobres de
Chiavari, el Santo vio que era necesario proporcionales personas que fueran madres para
ellas, mujeres que dividiesen su corazón entre Dios y el prójimo; que amasen a Dios en el
prójimo y al prójimo en Dios.
Su mente genial, inspirada por la gracia, puso como proemio en la “Regla”:
“Las Hijas de María han sido instituidas para la propia santificación, y a fin de que cooperen a
la de su prójimo”, y agrega: su santidad debe “consistir máximamente en hacer siempre el bien para
provecho del prójimo”.
Escribe en las Memorias del nuevo Conservatorio:
“La necesidad de proveer alguna maestra al Hospicio de las huerfanitas, y las dificultades en
tener buenas entre las precarias, sugirió al canónigo arcipreste… el plan de reunir algunas Hijas o
Doncellas que, juntándose en comunidad y animadas por un verdadero espíritu de retiro, mortificación
y pobreza, se mantuvieran del propio trabajo y prestaran sus servicios al Hospicio, asistiendo y
gobernando a las pobres niñas que se congregarían en él”.
En la Alocución de 1837 al pueblo de Chiavari justifica, por así decir, la propia
inspiración:
“Un párroco, para el que lo considera bien, no es sino el padre de una gran familia que le han
confiado la Iglesia y Dios. Debe regirla, gobernarla y alimentarla sobre todo en el espíritu, pero, como
padre de los pobres y como primer guardián del templo y del altar, también tiene que preocuparse algo
por lo que se refiere a los beneficios temporales. Todo, sin embargo, se ha de ordenar siempre y ha de
tender al alto fin para el que se le ha concedido predicar el Evangelio, a saber, la salvación y la
santificación de las almas”.
Gianelli encuentra una casa en el corazón de Chiavari, que toma en alquiler por diez
años, “y fue entonces cuando se ocupó de reunir diversas jóvenes, de alguna de las cuales conocía
bien el espíritu, las disposiciones y talentos”.
La inauguración se realizó el 12 de enero de 1829, primer domingo después de
Epifanía. “Fue aquel día al anochecer, cuando, procedentes de algunos pueblos distintos, se hallaron unidas
(algunas sin conocerse) trece jóvenes de edad y condiciones diversas, pero todas animadas por el mismo espíritu
y dispuestas a vivir juntas, unidas en perfectísima comunidad”.
Dice Gianelli:
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“Al pensarse en darles un título o denominación, se juzgó que había que llamarlas Hijas de
María, y al hablar de las que se detendrían en Chiavari, añadir además del Huerto, en señal de
homenaje a la imagen milagrosa de este insigne santuario, encomendándolas a su intercesión”.
Uno de los componentes más explícitos de la espiritualidad de Gianelli es su robusta y
a la par ardiente devoción a la Virgen. Fue un cantor apasionado de la grandeza y de los
privilegios de María. Cuando hablaba de ella en sus sermones, su fervor y su manifiesta
emoción llegaban a tal punto que arrancaba las lágrimas de las multitudes.
Gianelli lo prevé todo y lo regula todo, con inteligente y paterna comprensión, para
ofrecer a sus Hijas la posibilidad de formarse en una vida auténticamente comunitaria.
Sobre la tecla de la pobreza, distintivo de las Hijas de María, Gianelli golpea largo y
tendido. Es de importancia fundamental que las Hijas de María sean seriamente pobres para
estar más disponibles al servicio de los pobres, cuya condición comparten.
“Las Hijas de María comenzaron inmediatamente sus trabajos, sobre todo en las telas de
nuestra región, unas urdiendo, otras tejiéndolas y otras haciendo el llamado macramé y como algunas
eran expertas en el arte de coser, se creyó oportuno ocuparlas en dar clases a las niñas”, que en poco
tiempo fueron más de cuarenta.
El 19 de diciembre de 1831, entra en escena una mujer maravillosa, que la Divina
Providencia puso al lado de Gianelli para la consolidación, expansión y éxito de las Hijas de
María: Catalina Podestá (Ver Anexo I)
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CAPÍTULO 3
Gianelli Obispo. “El Buen Pastor del Evangelio será mi único modelo”
En noviembre de 1837 Gianelli se encontraba con sus Misioneros en una misión en
san Bartolomé de la Ginestra. Desde éste lugar escribe a la Madre Catalina Podestá,
Superiora del Hospital de La Spezia:
“… Durante la Misión de Ginestra me ocupó un asunto de importancia, sobre el que quizá
hayáis oído ya algún rumor. Quieren hacerme Obispo a toda costa. Yo he presentado todos los reparos
que el Señor me ha dado a conocer, pero parece que no van a bastar. Si el Sumo Pontífice no me
rechaza, el Rey está decidido. No me ha parecido bien obstinarme para no oponerme a la voluntad
divina: no es razonable que yo desobedezca al mismo tiempo que enseño a obedecer…… ¿Y las Hijas
de María?... Si las Hijas de María son del agrado de Dios y de María, más aun, si las Hijas de María
son buenas y no se muestran indignas de este nombre, seguirán siempre adelante, y prosperarán
incluso más. Yo las miraré siempre como mías, y las dirigiré aun estando lejos, con tal de que me
quieran obedecer. Pienso llevarlas también a Bobbio, donde tenemos un Hospital en bastante mal
estado… Acordaos de alentar y dar ánimo a todas las otras…”
Respecto al nombramiento de Gianelli como Obispo, su confesor manifestó que, se
había encontrado con él durante la misión de Ginestra y hallándolo “algo afligido y pensativo”
le preguntó qué le pasaba. Gianelli le confió que estaba preocupado por su nombramiento,
que había intentado esquivar, haciendo saber al Rey que “se sentía inspirado para formar
una Congregación de sacerdotes que atiendan a las misiones y al cultivo de los seminarios”.
Se trata, de la Congregación de los Oblatos de san Alfonso, que Gianelli fundará en Bobbio.
El domingo 6 de mayo de 1838, en la Catedral de Génova, Antonio María Gianelli fue
consagrado Obispo de Bobbio, por el Cardenal Tadini. Del solemne rito queda un solo
comentario hecho por el Rector del Seminario de Génova, antiguo alumno de Gianelli y
confidente suyo. Al volver de la ceremonia, dijo a los clérigos: “Hoy han consagrado Obispo a
un santo”. Aquel mismo día desde Génova, dirigía al clero y al pueblo la primera carta
pastoral, en un latín entre humanista y bíblico, donde afirma:
“……Y en realidad pensábamos no estar demasiado lejos de esta alegría cuando, por designio
de Dios tan desconocido como inescrutable, la humanidad y benevolencia de nuestro religiosísimo Rey
Carlos Alberto, no desdeñándose de mirar a nuestra poquedad, tuvo a bien llamarnos a
responsabilidades mayores y más graves, y supo vencer de tal modo nuestro miedo y nuestro terror
que consentimos en ser nombrados por nuestro Beatísimo Papa Gregorio XVI para rectores de vuestra
Iglesia……”
Al despedirse de Chiavari, quiso predicar una vez más la novena a la Virgen del
Huerto. Llegada la hora de la despedida de los vecinos de Chiavari, pidió perdón a Dios y a
su pueblo de las faltas cometidas, en particular por haber callado alguna vez la denuncia de
desórdenes y vicios, formulando votos por que su sucesor fuera mejor.
De su promoción dijo:
“¿Yo, nacido pobre; yo, de baja condición, yo, un don nadie… yo, Obispo?”
El pueblo se conmovió hasta el llanto, dolido de perder al arcipreste que todos los días
y a todas las horas del día había sido, según su promesa, todo para todos.
También a él le costó separarse de ese pueblo, de su óptimo y amadísimo clero, de
sus Misioneros de san Alfonso y de sus amadísimas “Hijas de María” a quines dejaba al
cuidado de Don Botti y de la Madre Catalina Podestá.
Al partir, Gianelli distribuyó a los pobres de Chiavari gran parte del dinero que le había
quedado y para los gastos de la entrada en Bobbio pidió un préstamo a amigos genoveses. A
mitad de camino ya no tenía nada.
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Usando términos bíblicos, podremos resumir la obra lígure de Antonio Gianelli,
culminada en el gobierno pastoral y en las bellas empresas de Chiavari, con palabras del
libro del Eclesiástico:
“…Tuvo cuidado de su pueblo, y lo preservó de la ruina. Consiguió engrandecer la ciudad, y se
granjeó gloria en medio de su nación; ensanchó la entrada del templo y el atrio” (50,4-5)
El 8 de julio de 1838, entra en Bobbio y dirige al pueblo su primera homilía que por
momentos rozaba lo sublime, en ella el nuevo Pastor expuso la idea que tenía de sí mismo
como Obispo, la función de guía y maestro de que está investido un Obispo…...
Escuchemos a Gianelli:
“…Yo soy vuestro, vosotros sois míos,… Y como el Divino Pastor se gloriaba de ser conocido
por sus ovejas, yo me explicaré en esta primera ocasión de manera que podáis conocerme
íntimamente. Lo haré exponiéndoos la idea que tengo de mí mismo……
La primera idea que yo tengo de un Obispo, y por tanto la que tengo también de mí mismo, es
que se trata de una especie de portento y de milagro de la divina bondad hacia el hombre; porque en la
dignidad episcopal vemos a Dios que asume de la masa infecta y corrompida del género humano a un
hombre y no sólo lo levanta por encima de los demás hombres, sino que le encomienda los tesoros de
su gracia, su divina palabra, sus órdenes, sus disposiciones, sus sacramentos, su autoridad, su
cuerpo, su sangre, su iglesia, y, como luz puesta sobre el candelero, lo destina para que ilumine la
tierra, disipe las tinieblas, combata las potencias infernales, salve, guíe las almas al cielo, represente a
Dios mismo, la sagrada Persona de Jesucristo y, lo diré también, sea algo así como otro Dios con Dios,
por Dios, y en nombre de Dios… las sagradas unciones, las preces y los ornamentos pontificales con
que lo consagra la Iglesia son ayudas ciertamente y valimientos para la frágil humanidad, pero no la
cambia nada; y como un Pablo hecho ya Apóstol de las Gentes y confirmado ya en la gracia, si
queremos, no dejaba aun de sentir la ley rebelde a la razón y a la fe, un Obispo, sea el que sea, no
deja nunca de sentir y de llevar todo el peso de la miseria y de la corrupción heredada de Adán……
Dios me manda como Pastor vuestro. Se me encomienda, encarece e intima la elección de las
praderas y de los pastos.
Se me intima la guardia, el cuidado, la salud del rebaño. Ay si por descuido mío o por
somnolencia mía, por mi pereza o por mi pusilanimidad, una sola de las ovejas que se me han
encomendado acabara faltándome, acabara pareciendo… No puedo ser bueno si no estoy dispuesto a
morir por vosotros y por cada uno de vosotros. El Buen Pastor del Evangelio es mi único modelo:
no puedo alejarme de él más que con sumo daño para mí, con sumo daño para vosotros… Exponer el
honor, los haberes, la vida por vuestra eterna salvación: éste es el gran signo, por decir el único, que
me caracteriza como bueno…… ¡Ah!, sí, venid todos a mi pecho, que os abrazo a todos y a todos os
estrecho en las entrañas de Jesucristo. Venid, que siento harto cariño por vosotros y me doy cuenta de
que, por gracia de Dios, os amo ya a todos, a todos…
¿A todos? ¿También a los necios? ¿También a los ingratos? ¿También a aquellos que, quizá,
con el tiempo pudieran odiarme, hasta calumniarme, hasta ofenderme? Sí, mis queridos Hijos, también
a ellos, porque aunque sean necios, ingratos, odiosos, vituperadores, no dejarían de ser Hijos para
mí…… Yo soy, y con la santa ayuda de Dios continuaré siendo todo para vosotros. De día y de noche,
en invierno y en verano, para ricos y pobres, sanos y enfermos, sacerdotes y seglares, cercanos y
lejanos, aldeanos y ciudadanos, yo seré ciertamente para todos, y, si no me engaña un amor ciego,
seré todo para todos……
Mi objetivo será siempre defenderos, siempre salvaros…”.
Apenas consagrado Obispo, Gianelli fija tres objetivos en el gobierno de su Diócesis
que son como las líneas maestras de su Ministerio Pastoral:
- mejorar el clero,
- reordenar el seminario,
- reavivar el espíritu cristiano en el pueblo que le venía confiado.
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En el saludo que Gianelli dirige al clero y al pueblo en su primera Carta Pastoral, están
ya presentes su corazón y su espíritu de pastor, y aquel dinamismo pastoral que lo
caracterizó por toda la vida y que lo llevará a morir en la brecha.
Clero y pueblo forman con él una sola familia, y por lo tanto, todos debían estar
comprometidos en la gran obra de salvación.
3.1. Reforma del Seminario
Dada la situación en que encontró el seminario y con su experiencia, estaba en
condiciones, no sólo de encontrar un remedio para el problema, sino también de dar a la
juventud el conocimiento de la propia vocación. A fines de 1838, se realiza la reapertura del
seminario. El primer tema que toca es la disciplina. Las nuevas reglas vendrán dictadas por
su experiencia, con la ayuda de personas “señaladas en santidad, en doctrina y, sobre todo,
en el arte dificilísimo de educar a la juventud”.
Sus reglas no serán, por tanto, “rígidas y severas”, porque “la más áspera y la más
insoportable disciplina es cabalmente la más relajada”. Esta observación habla de sus
capacidades pedagógicas, para quien una regla debe poder ser observada con un mínimo de
entusiasmo y de amor a la propia vocación. Una regla rígida puede convertirse en una esfera
de hierro encadenada al pié, en contraste con el “yugo dulce” del Evangelio. Yugo, sí, pero
llevadero.
Para el seminario funda su tercera congregación, la segunda de sacerdotes, los:
“Sacerdotes Oblatos bajo el título y la protección de San Alfonso María de Ligorio”. ¡De nuevo
y siempre San Alfonso!
Gianelli escribe las Reglas de su nuevo Instituto. Eligió como Rector del seminario a
don César Podestá quien fuera su padre espiritual. Con estos Oblatos comenzaron el
servicio, en noviembre, día de la apertura del seminario renovado en sus raíces.
Gianelli empezó a hacer limpieza en el seminario. Exoneró al Rector, despidió a los
Profesores reemplazándolos por sus Oblatos. Despachó a los clérigos sin vocación,
defendiéndolos de las presiones de los padres que los querían sacerdotes.
Alguno lo acusó de impedir a los jóvenes de Bobbio que formaran parte del clero y
preferir a sacerdotes forasteros. El respondió:
“No es verdad que yo no quiera hacer sacerdotes de Bobbio, antes al contrario, sacerdotes
buenos querría hacer uno por cada cien (vecinos), pero malos no quiero ni uno solo”.
Daba conferencias a los seminaristas, reemplazaba a veces a los profesores, enseñó
teología y cada semana daba clase de sagrada elocuencia.
Cuando iba al seminario jugaba durante el recreo al dominó y a las bochas con los
jóvenes, los llamaba los felices retoños del sacerdocio y les decía:
“Recordaré con vosotros los estudios y las gratísimas ejercitaciones de mi adolescencia y con
vosotros gozaré de rejuvenecer… me encantará conversar y estudiar con vosotros para que seáis
verdaderamente doctos y sabios…ustedes seréis para mí hijos, yo vuestro protector y defensor,
vosotros mi gozo y mi corona, aun más, la alegría profunda de mi alma”.
El seminario de Bobbio alcanzó fama de ser un centro acreditado y fiable. Un clérigo
de aquella época testimonia:
“Nos parecía estar en el paraíso”, y otro: “de una casa de fieras el seminario pasó a ser una
familia de ángeles”.
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3.2. La Pastoral para el Clero.
La real situación del clero de la Diócesis de Bobbio, cuando llega Gianelli, fue el
resorte que hizo brotar en su mente y en su Corazón, una profundización de la esencia de la
vocación sacerdotal… Instaura así, una pastoral para el clero y que lleva adelante, con tanta
valentía, con tanta fe, con un amor tan celoso pero no sin lágrimas.
La pastoral de Gianelli, relacionada con el clero se da en dos direcciones:
- una más marcadamente moral para los desviados, a los que el Obispo llamaba, por
lo menos, a los deberes esenciales;
- la otra, más finamente espiritual y ascética, para una elite, para los mejores, a los
que se podía pedir más. Dice un testigo:
“Cuando trataba con sacerdotes de vida íntegra, comprometidos y empeñados en el
cumplimiento de sus deberes, los llevaba al cielo, animándolos a caminar siempre por la vía
emprendida”
Escuchemos a nuestro padre:
“La vocación del sacerdote es para la modestia, para las obras santas, para las cosas de Dios”.
“Una respuesta dada de corazón me habría hecho inmensamente feliz, pero con repugnancia
no, y siempre no. Vos no debéis hacerlo y menos yo exigirlo o ni siquiera permitirlo. Si Dios lo hubiese
querido, lo habría traído”.
Cuando se comprende la grandeza del don de la vocación, y libremente se decide por
la respuesta, esta debe ser total y radical:
“entrar en el camino del Señor, con ánimo franco, libre y resuelto, únicamente deseoso de
encontrar a Cristo y seguirlo sólo a él”.
Por lo tanto, el sacerdote debe vivir su sacerdocio con firmeza, con valentía, con
entusiasmo contagioso. Naturalmente, Gianelli pide el testimonio de este entusiasmo, ya en
el seminario.
En la lamentable situación en que se encuentra la Diócesis, en lo que se refiere a
Sacerdotes, Gianelli ruega a los amigos de Génova, que le den una mano. El trasplante de
alguna óptima vocación sacerdotal, de las que era rica la Diócesis de Génova, habría podido
originar un verdadero renacimiento del clero de Bobbio.
“Amor a la fatiga” y “morir en la brecha”, son dos expresiones de Gianelli que
sintéticamente, manifiestan su pensamiento sobre la apostolicidad del sacerdote.
“Es necesario que el sacerdote trabaje hasta el cansancio en la viña del Señor. Animo! Sed
valerosos no sólo para extirpar las malas hierbas y para cuidar la buena semilla y las buenas plantas,
sino también para mantener alejadas las aves rapaces que están escondidas por doquier, hasta que el
grano sea recogido en los graneros del Señor…”
“… me dan pena aquellos que buscan un buen empleo para pasarla bien y descansar”.
Para Gianelli, el sacerdote debe sentirse “aferrado” por Cristo y amar con pasión, debe
llevar reflejada en el rostro la alegría de María que fue feliz, porque creyó.
3.3. La pastoral para el pueblo
Gianelli tenía prisa por llegar y darse a su pueblo para llevarlo a Dios, porque conocía
la situación de Bobbio. Uno de sus amigos más queridos dijo:
“Yo aquí estoy bien, pero encuentro las cosas a la deriva”
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“Encontró, en efecto, la población completamente descuidada en cosas de religión. Los niños
no tenían ninguna instrucción porque ya no se hacía más el catecismo. Muchos hacían la Primera
Comunión de adultos”
Por una parte y para algunos, reinaba el lujo, y otros vivían una miseria extrema.
Gianelli consideraba la predicación como medio eficacísimo de santificación, “se dio a la
predicación con toda el alma, movido por impulso divino. Santificó su Diócesis, sobre todo
con santas misiones”.
Su acción pastoral en lo que se refiere a la catequesis, se orienta sobre dos frentes:
- proveer cuanto antes un texto apto para hacer más accesibles las verdades y los
principios fundamentales del cristianismo, a los niños y a los jóvenes;
- promover en todas las Parroquias, la erección de la “Compañía de la Doctrina
Cristiana”, como una ayuda para los Párrocos, en la catequesis.
3.4. Las visitas pastorales
Uno de los primeros pensamientos de Gianelli, apenas llegado a Bobbio, fue el de la
visita pastoral. Escribía, al respecto:
“… se necesitaría un celo constante y una caridad incansable, insaciable”.
El primer objetivo, no es visitar las iglesias y los oratorios, sino “corregir los errores,
reformar los abusos, reordenar cada cosa según los cánones y las normas de la disciplina
eclesiástica”
Para conseguir mejor el objetivo: la santificación de su pueblo, Gianelli procede por
etapas. Primero es necesario desmontar el terreno. Prepararlo…después se planta. En la
primera visita pastoral, piensa haber logrado el primer objetivo, la primera etapa: haber
preparado el terreno.
Escribe Gianelli en una Carta Pastoral, hablando del espíritu de penitencia y de fervor:
“…Nos hacemos la ilusión de poder hacer en esta segunda visita el oficio de diligente agricultor
el cual, después de haber cultivado y dispuesto el terreno, esparce en él las mejores simientes, y
planta, injerta y dispone sagazmente con arte y esmero de maestro de vides selectas y las planta
fructíferas…!Semillas celestiales…plantas de vida eterna!...”
La visita pastoral, para Gianelli tendía a esto. Hace una cálida invitación a su pueblo:
“preparaos con la penitencia, pues es el tiempo oportuno por demás… preparaos con la oración…”
Para el objetivo que Gianelli se había fijado: guerra al pecado, fidelidad a la gracia, las
misiones constituían para la sagrada visita, la punta de lanza.
3.5. Obispo Misionero. Una pasión innata
Desde antes de ser ordenado sacerdote, Gianelli sintió predilección por el ministerio
de las misiones populares. Aun siendo Obispo participaba de las mismas.
Dada la extensa actividad misionera de nuestro fundador, hacemos referencia a una
de las últimas misiones en la cual él participó como Superior: la misión de Varese en el año
1841.
Gianelli quería mucho a Varese, la conocía hacía años, esto es desde cuando
Monseñor Tadini en 1833, le había confiado la no fácil tarea de la reforma del Monasterio,
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una reforma que llevó adelante por cuatro años. Los últimos decretos, en efecto, fueron
emitidos en noviembre de 1837. De Varese él conocía las personas: los poderosos y los
humildes; les conocía las cualidades, las exigencias y los humores.
Gianelli sabía que Varese era un ambiente de no subestimar, por muchas razones; a
Varese dedicó estudio, fatiga, empeño y pasión, como para todo el resto: era su estilo. Y en
Varese todo lo que él hizo anduvo bien: tanto la reforma de Monasterios, como la misión.
En los apuntes de Gianelli se encuentra también un horario extremadamente preciso
para las actividades de la jornada. Al horario sigue el bosquejo de la carta al párroco, al cual
indica el inicio de la misión para el día 5 de septiembre y el programa de los misioneros, es
decir, tras las misiones al pueblo, los ejercicios a sacerdotes y clérigos. Encontramos
enumerados también los temas de las grandes prédicas de la noche, reservadas a él.
El grupo estaba constituido por diez misioneros, Gianelli era el superior… La misión de
Varese lo absorbió totalmente: con las prédicas, las confesiones, los coloquios directos con
personas de toda condición social; sus horas de trabajo no contaban. Tuvo también bastantes
oratorios……
En verdad, los testimonios sobre la misión de Varese, son pocos si se confrontan con
tantas páginas que se encuentran en los procesos sobre las misiones de Gianelli en la región
de Piacenza…
Entre estos pocos testimonios, hay una carta escrita por don José Basteri en 1859,
que se la incluyó en una de las biografías de Gianelli.
Don Basteri, Vice Director de las monjas Agustinas, había sido testigo ocular de la
misión de Varese. En la carta refiere:
“Gianelli tenía la parte de predicador. Solamente aquellos que lo han sentido desde el púlpito o
desde el balcón, anunciar la divina palabra, pueden hacerse una justa idea del celo, de la fuerza y del
modo encantador con que predicaba”…
Igualmente impresionantes son las últimas palabras de Caffese, referidas a la misión
de Varese:
“Gianeli se superó a sí mismo… lleno de celo y de santo fuego”….
Gianelli no pudo concederse la alegría de recoger, después de haber sembrado, las
espigas maduras: era necesaria su presencia en la diócesis. El 22 de septiembre iniciarían
los ejercicios espirituales para los sacerdotes y clérigos en el Seminario de Bobbio. De
improviso faltó el predicador y él lo debió suplantar, con cuatro prédicas al día. La misión de
Varese dio mucho fruto.
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CAPITULO 4
La batalla final.
“Hijitos míos… si muero pobre, rezad por mí porque
estaré en grado de aprovechar de vuestros sufragios,
pero al contrario, si muero rico,
no recéis porque me habré condenado”
Los últimos meses de vida de Gianelli fueron como una pausa del buen soldado que
se prepara a la última victoria. Durante este tiempo fue afligido por una larga enfermedad
que, luego de una breve convalecencia, lo condujo a su fin.
Si bien ya estaba, manifiestamente debilitado, prosiguió en el regular gobierno de la
Diócesis, así como en el interés por sus obras y por sus colaboradores. Su aspecto acusaba
claramente el sufrimiento.
Difundida la noticia de la enfermedad que lo aquejaba, se vio un espectáculo
edificante y conmovedor: por todas partes por donde él había pasado, como intrépido e
infatigable obrero de la Viña se levantó un coro de devotas súplicas al Cielo. Puesto que el
bien nunca se aprecia cómo y cuanto debe apreciarse sino cuando se lo pierde.
Antes de recibir el santo Viático, dijo palabras graves y conmovedoras; se acusó de
ser un Obispo indulgente y flojo. Una vez recibido el Señor descansó.
Desde Chiavari, le es obsequiado un cuadro con la imagen de Nuestra Señora del
Huerto, a la que Gianelli le improvisa un Soneto cuyo último terceto dice:
Y si hoy tan grata pareces al ojo y al corazón
Y así en lugar de lágrimas me recreas
¿qué harás en el Cielo, ornada del divino sol?
Aun enfermo, el santo Obispo no deja de escribir cartas, también le escribe a Madre
Catalina Podestá:
“…Pasado mañana pienso poder asistir pontificalmente a la Misa, y si no fuese que todos me
regañan, hasta haría una pequeña homilía. Alabé por todo a Dios, y a María.
Ahora contadme algunas cosas: ¿cómo habéis recibido el mal trago de mi peligro? No dudo
que estaréis resignada, pero si la cosa hubiese sido diversa, ¿habrías permanecido quieta?
Respondedme sobre estas cosas, si el Señor os las inspira, si no dejadlas pasar; esta pequeña
curiosidad quedará aplacada.
En cuanto a mí no puedo deciros que estuviese absolutamente tranquilo, no, pero resignado sí,
y no me he atrevido a pedir a Dios mi curación. Pero es el caso que todavía no quería morir, tanto por
no sentirme muy mal, cuanto porque me parecía que Dios me daría tiempo para hacer un poco mejor
las cosas, entre las cuales están las Reglas de las Hijas de María. Tuve la gracia de no asustarme de
nada, y de no perder mi acostumbrada hilaridad, ni siquiera cuando veía a los demás melancólicos,
que temían por mi vida y me hablaban de Sacramentos.
Por lo que hace a mi razón, siempre estuvo clara, luminosa, más todavía que cuando estaba
sano. Ha sido una dulcísima enfermedad.¡Cuánto se ha compadecido de mi el Señor! Ayudadme a
agradecérselo, y orad para que me ayude, a fin de no serle ingrato”.
4.1. El testamento
Con pensamientos igualmente graves y sentimientos profundos, redactó su
Testamento, no sólo en la inicial profesión de fe, sino en todas las disposiciones y
observaciones, que hacen de él el espejo verdadero y clarísimo de un alma vigilante, a la vez
austera y cordial, abierta, desprendida y generosa, compenetrada en sus deberes, que nada
olvida…
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“Desde los primeros años de mi sacerdocio, por lo menos, uno de mis más constantes deseos
fue el de morir pobre y dejar a mis parientes en el estado de aquella baja y pobre fortuna en que
nacimos: campesinos y cultivadores de campos, y éstos más de otros que nosotros…
Yendo, pues, por delante la protesta de rigor de que, como por la inefable misericordia de Dios he
nacido y crecido y sido educado siempre en la Santa Católica, Apostólica y Romana Iglesia, asimismo
tengo intención y quiero, y pido a Dios la gracia no sólo de morir en ella como hijo humildísimo y
devotísimo, sino también, si fuera del agrado de su Divina Majestad, de morir por defenderla y dilatarla,
como parece que es propio de quien en la misma Iglesia ocupa también indignamente el lugar de los
Santos Apóstoles: paso a establecer que, una vez fallecido, no deseo y no quiero pompas fúnebres,
excepto las purísimas y sencillísimas que son prescriptas por el ceremonial de los obispos y más bien
me encomiendo a todos para que tengan para conmigo la caridad de socorrer y ayudar con sufragios a
mi pobrísima alma… deseo ser sepultado en la cripta de San Columbano y precisamente delante de su
altar… pero del modo más sencillo, en una fosa pequeña y cubierta por una simple loza…”
Un sacerdote amigo expresa:
“El mal lo oprimía a tal punto, que la respiración parecía un gemido continuado y su aspecto lo
mostraba también como oprimido de tristeza. Pero cada vez que, llamado, se recobraba, aparecía con
un rostro sereno y risueño, tal como solía ser cuando estaba sano y en las circunstancias más alegres
de su vida, cuales eran, para él, las de sus queridas misiones. Las pocas palabras que entonces podía
responder mostraban la tranquilidad de un alma perfectamente acorde con los designios de Dios”.
Piadosamente, nuestro Santo, entregó su alma al Señor, en la mañana del 7 de junio
de 1846.
Su confesor y fiel compañero de fatigas apostólicas, escribía a su entrañable amigo
Barabino, que se hallaba en Génova:
“Me desagrada enormemente ser esta vez nuncio de infaustas nuevas; pero no puedo menos
de hacerlo. Nuestro querido y amable Monseñor Antonio Gianelli ha muerto. Hallábase aquí, en
Piacenza, como sabrá, en donde al principio pareció reponerse…, el sábado a la mañana recibió los
Santos Oleos, y finalmente, el domingo a la mañana a las cinco y media, consumido por el mal
(tuberculosis pulmonar), llorado por todos los buenos, pasó al eterno reposo… Haga el favor de
informar de esto a los compañeros, y procuremos todos orar por su alma… Esta tarde, Dios mediante,
lo trasladaremos a Bobbio”.
Ante la noticia, Madre Catalina, aturdida y sin ningún pensamiento en la mente, como
si el sol hubiera dejado de iluminar, se ensombrece ante la realidad: ha perdido a su Padre.
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CAPITULO 5
Gianelli y su única meta: la santidad
Toda la obra de Gianelli conduce a una única meta: hacerse santo, y comenzando
por uno mismo, santificar a los demás, ayudarlos a alcanzar cada vez más a Dios. La
santidad era la aspiración más alta de su vida, también debía serlo para sus fieles. El premio
de una vida de fe, la espera de Dios, es Dios mismo, el final de la vida. La respuesta a la
cruz, el motivo de cada sacrificio, de cada obra de caridad es liberarse de uno mismo para
caminar más rápidamente hacia Dios, para alcanzar la plenitud, la perfección: Dios.
La santidad para Gianelli pasa por lo ordinario, lo cotidiano, las pequeñas cosas de
todos los días hechas bien, hechas para agradar a Dios y no para complacer a los hombres.
Para Gianelli la santidad es vivir en la caridad de Dios, vivir para Él, preocuparse solo por su
gloria y por Él, servir a todos los hermanos comenzando por los más pobres, espiritual y
materialmente; Dios es la meta de la santidad.
Pero el Dios de Gianelli es un Dios concreto que se encuentra cumpliendo su
voluntad, observando su ley y su palabra.
En el Proemio de las Reglas de las Hijas de María leemos:
“Las Hijas de María son instituidas para la propia santificación y para que cooperen con la de
sus prójimos”
Y en las Constituciones de los Oblatos:
“….siendo el doble fin de nuestra Congregación el de santificarse a si mismos y ayudar
a los otros a salvarse”.
Si este es el programa para quien se consagra en modo particular en la Iglesia, no
menor debe ser el empeño para todos los fieles: los laicos.
El hacerse santos, el perseverar en la vida cristiana es el tema desarrollado por
Gianelli de manera enérgica y fuerte en sus prédicas y durante la Misión y el tiempo de
Cuaresma.
Sigamos el esquema de la prédica sobre la obligación de hacerse santos:
“….la verdadera santidad consiste en hacer la voluntad de Dios…. El Señor mira el corazón, no
las palabras”.
“Cesen, por favor, las palabras y sean las obras las que hablen. Estamos llenos de palabras,
pero vacíos de obras…” (San Gregorio)
Hacer la voluntad de Dios: esta expresión está indicando un lugar desde el cual se
parte, al cual se llega y con el cual se camina. Este modo de proceder hace emerger la
centralidad de Dios. La medida de la santidad es Dios mismo: Dios, Dios solo.
“Vamos hacia Dios, buscamos a Dios, queremos a Dios, no tenemos otro límite y otra medida
que Dios mismo”
“todos estamos obligados a hacernos santos y todos podemos serlo, si queremos”
Paralelamente recordemos lo que dice el Concilio:
“Todos los fieles de cualquier estado y condición, están llamados a plenitud de la vida
cristiana” (L.G. n 40)
Evidentemente, y de manera clara, sin exclusiones de ninguna especie: todos son
llamados a la santidad. En otro párrafo insistirá:
“En todas las actividades del mundo hay santos y en todas se los puede ser”
Muy joven, Gianelli se sintió fascinado por el ideal de la santidad. Fue llamado “el
hombre de lo sagrado”, un hombre que tuvo toda la vida una gran estima de Dios y de los
valores eternos.
Amigo verdadero de Dios y amigo verdadero del hombre. Por esto vivió y comunicó la
fascinación de la santidad.
22
CAPITULO 6
Gianelli y la amistad
Una característica de la vida de Gianelli son sus numerosas y selectísimas amistades
sacerdotales, que le permitieron concretar grandes empresas. Menos conocidas, por los
pocos documentos, son sus amigos laicos de toda condición, con quienes gozó de una
verdadera amistad, a la vez que lo admiraban profundamente y estaban prontos a cualquier
insinuación suya, felices de poder colaborar con él; su carácter cordial y festivo lo convertían
en un amigo incomparable.
Cuando, en la armonía perfecta con quienes compartía su ideal de vida, él puede
abandonarse a la expansión de sus sentimientos y de los afectos, la expresión se hace fiesta
del corazón y canto de sublime amistad.
Gianelli fue abierto a la amistad con los hermanos en el sacerdocio como fue abierto a
su vocación. Vivió esta amistad como factor primario de espiritualidad. Con sus amigos, todos
buenos y santos sacerdotes, vivió la alegría de una perfecta comunión de pensamientos,
proyectos, esperanzas, fatigas apostólicas. Fue un ayudarse a crecer en la santidad
sacerdotal.
Narra Barabino:
“En Chiavari, le hacía corona un clero ejemplar, instruido, celoso, activo. El se entretenía con
ellos como hermano, aconsejaba, los dirigía en las empresas difíciles, los animaba. Momentos de
preocupación? Bastaba una mirada, una sonrisa, una mano de Gianelli en la espalda para tomar
coraje. “Tal era el dominio que él se había ganado sobre el ánimo de los hombres que lo rodeaban”
La amistad con santos sacerdotes es quizá el capítulo más bello de la vida de Gianelli.
El amigo entrañable en el cual vio brillar el ideal que tenía en el corazón, fue don Ángel de
Benedetti, muerto en Chiavari a los veintinueve años el 28 de junio de 1837. Lo amó como la
encarnación del sacerdocio en una fidelidad sin sombras. Lo amó como la encarnación del
sacerdocio en una “fidelidad sin sombras”: es casi una vida paralela y, en ciertos momentos,
un autorretrato espiritual.
De él dijo en el elogio fúnebre: “era de aquellos que parecen poseer gran parte de nuestra
alma y que, al morir, parecen llevársela consigo”
Don Nicolò Barabino que fue para Gianelli un queridísimo amigo, lo describe así:
“Como era severo con él mismo, igualmente dulce y benigno era con los otros. Acogía a todos
con rostro sereno, jovial, con modales corteses. En esto era singularísimo”.
“Respecto a los sacerdotes: iba a su encuentro festivo; los besaba. Esta era su costumbre. Los
invitaba a su mesa, los hospedaba si venían de lejos y hacía esto con tanta cordialidad por lo cual él
parecía el beneficiado”.
Una sensibilidad exquisita, dice uno de sus biógrafos, se veía reflejada en la vivacidad
de toda la persona de Gianelli.
“Ojos vivos y naturalmente alegres, se hacía majestuoso y severo según la oportunidad. A la
par de la dulzura de la mirada iba la jovialidad del ánimo y la amabilidad de la sonrisa, de la voz, de las
maneras, por lo cual se ganaba las almas de los otros”
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6.1. Amigos santos
Entre tantos amigos sacerdotes, destacamos a su alumno y amigo: José María Frassinetti,
nacido en Génova en diciembre de 1804 y fallecido en enero de 1868.
Vivió la mayor parte de su vida en una pequeña parroquia de Génova, llamada Santa Sabina,
allí fue párroco entre 1839 y 1868, año de su muerte.
Tuvo una vida aparentemente muy ordinaria, con poco o nada de relevante. Como su amigo y
profesor, sintió pasión por salvar las almas y por la santidad del clero.
Escribió sin cansancio, creó innumerables instituciones, confesor incansable, director espiritual,
dedicaba largo tiempo a la oración, a la atención a los pobres y enfermos que visitaba asiduamente…
Como su amigo, Monseñor Gianelli, trabajaba sin descanso.
Fundó la Congregación de los “Hijos de Santa María Inmaculada”, que continúan su carisma,
actualmente en las escuelas, parroquias y en las misiones.
Juan Pablo II, proclamó la heroicidad de las virtudes el 14 de Mayo 1991. Desde entonces se
lo invoca como Venerable, y se puede pedir su intercesión y rogarle que presente nuestras súplicas
ante Trono de Dios.
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CAPITULO 7
Gianelli y su devoción a la Virgen María: “Misterio de gracia y de bondad”
Es excepcional el lugar que ocupa María en la predicación, en los escritos, en las
cartas y en el magisterio de San Antonio María Gianelli.
Nuestro Santo tuvo una gran estima por el rezo del santo Rosario: lo considera como
“un conjunto de santos misterios propuestos a la meditación del alma que reflexiona y que, en
compañía de la Virgen, permanece asombrada y humilde en la contemplación…”
Le gustaba presentar a María como la mujer que vive para Dios:
“María deja todo para tener a Dios… María, para tener a Dios, se anonada ante el mundo…
María no tiene otra solicitud que de Dios. María lo busca, lo anhela, lo desea…”
Gianelli, el Fundador, presenta a María como modelo para sus Hijas, consagradas en
la vida activa:
“María… que había aprendido a permanecer toda en Dios…, llamada a ser la Madre del
Salvador, la que representa cooperar con Él en la redención del mundo, peregrinar, mendigar, huir,
sufrir por Él, hasta hacerse presente y acompañarlo en la agonía de la cruz y depositarlo en el
sepulcro”.
Sus panegíricos, las novenas y las homilías marianas que se conservan, son
verdaderos poemas en prosa, no tanto por la luminosidad de las frases y de las imágenes,
aunque vivas y geniales, cuanto por la robustez del pensamiento y la profundidad de los
afectos.
Gianelli celebró su primera Misa en Santa María del Carmen, queriendo iniciar su
lucha sacerdotal, como escribe Barabino, bajo los auspicios de la Madre de Dios.
Sus fervores, sus celebraciones, sus empresas marianas en Chiavari nos son
conocidas. Podemos destacar que, en sus esquelas autógrafas a sus Arciprestes y
prebostes, el obispo de Bobbio no olvida al ‘Archipreste de Chiavari’, y escribe a uno de
ellos:
“No deje de ir a la Virgen del Huerto, y ore mucho también por mí a esa mi tan querida Virgen”
En su vigorosa y austera lucha misional contra el pecado, sabía infundir, en nombre
de María, un espíritu de misericordia y gozosa ternura hacia el pecador. Un apunte autógrafo,
de la Misión de Pegli, en 1827 escribe:
“¡Alegre anuncio, oh pecadores, alegrísimo anuncio! Si queréis salvaros, sea cual fuere vuestro
estado, no desespero más de vosotros. Vosotros tenéis a María, que os asiste; tenéis a María de
vuestra parte, no temáis. María es la Protectora de nuestra Misión, María es la Abogada y el Refugio
de los pecadores; María es honrada en medio de vosotros como Reina del Rosario, Madre de la
salvación. En resumen, María está con vosotros. Alegraos, pues, oh pecadores, alegraos, si queréis
salvaros”.
Gianelli tuvo una especial devoción a María en su Inmaculada Concepción, y realizó
una petición al Santo Padre, Gregorio XVI, “para que se digne declarar dogma de fe la Inmaculada
Concepción” (el dogma de la Inmaculada se definirá en 1854)
7.1. María en las Cartas de Gianelli.
Cartas personales
“… pero a todo se pone remedio con la paciencia, y con la plenísima confianza en Dios, y en
María” (2/3/1837)
“ Si las Hijas de María son del agrado de Dios y de María, más aun, si las Hijas de María son
buenas y no se muestran indignas de ese nombre, seguirán siempre adelante…” (27/11/1837)
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“Comenzarán siempre con una oración ante la Virgen de Nuestra Señora, que pondrán allí si
no la hubiere… Les darán también 8ª las encarceladas) algún recuerdo, como decir una pequeña
oración todos los días, por ejemplo, un Ave María a la pureza de la Virgen… No estará tampoco mal
que les den algún recuerdo devoto, como un rosario, o una medalla, o bien una sencilla imagen de la
Virgen, para que la pongan cerca de la cama y la saluden mañana y tarde. Acostúmbrenlas a este
saludo mientras están en la cárcel, procurando que cada una la tenga en el lugar donde duerme…”
(24/7/1840)
“Tiene que proporcionarme un velo para cubrir la imagen de la Virgen Milagrosa del Socorro…
Conviene adornarla en derredor con un poco de galoncillo de plata, o cualquier otro que dejo a su
selección, y en medio un bello nombre de María… No se canse por la Virgen del Socorro, que luego
nos ayudará” (4/3/1841)
Cartas Pastorales:
“Implorad, además, la protección y la gracia de la Santísima Virgen y Madre María, guardiana
fidelísima de los Pastores de todas las Iglesias” (C.P. pág. 21)
“Rogad, y poned de por medio el valioso patrocinio de María Santísima, en quien, después de
en Dios, colocamos nuestras mejores esperanzas…” (C.P. pág. 32)
“… debemos más bien decir que El se ha fijado en vuestras plegarias, en los méritos y en las
oraciones de todos nuestros hijos, las cuales plegarias, sostenidas y reforzadas por los votos de
nuestra Divina Madre Asunta al Cielo e invocada bajo el título de Auxiliadora… atrajeron sobre
nosotros la divina ayuda de modo abundante y casi me atrevería a decir sobreabundante…” (C.P. pág.
87)
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CAPITULO 8
Gianelli y su devoción por San Pablo, los Santos Padres, y San Alfonso María
de Ligorio
Además de su amor a Dios y a la Virgen María, Gianelli es movido a trabajar por la
salvación de las almas al estilo de los Apóstoles, de los Santos Padres y de los Santos y de
las Santas, cuyas vidas e historias seguramente leería con frecuencia.
Entre los Santos de su devoción y cuyos escritos alimentaron su vida espiritual y
pastoral encontramos a los santos Padres, a San Pablo y San Alfonso María de Ligorio.
7.1. San Pablo.
A Gianelli lo entusiasma el celo del apóstol San Pablo, que corre, se gasta y se
desgasta llevando por todas partes las enseñanzas de Jesucristo. Predica, escribe, enseña
en las sinagogas, en las cárceles y en todas partes; trabaja y hace trabajar oportuna e
importunamente; sufre azotes, piedras, persecuciones de toda especie y calumnias. Pero no
se espanta; al contrario, se complace en las tribulaciones, y llega a decir que no quiere
gloriarse sino en la cruz de Jesucristo.
Nuestro fundador hace suyas las palabras del Apóstol, en la Homilía de entrada a
Bobbio:
“…y, si no me engaña un amor ciego, seré todos para todos…” (C.P. pág. 27)
“… me he hecho todo para todos…” (1Cor. 9,22)
7.2. Santos Padres.
La doctrina de los Santos Padres se convirtió para él en el lugar teológico por
excelencia, lugar y momento de encuentro con el Señor.
7.3. San Alfonso María de Ligorio.
Fue el Santo que más lo movió y que se convirtió en su guía espiritual. Éste santo del
siglo XVIII, desengañado por las falencias del mundo, tomó la seria resolución de
abandonarlo todo y dedicarse por completo al servicio de Dios.
De sus escritos rescatamos
“A todos nos obliga por igual el precepto del amor, y, precisamente, la verdadera santidad
consiste en el amor a Jesucristo, nuestro soberano Bien, nuestro Redentor y nuestro Dios”.
El celo por la salvación de las almas lo llevó a fundar la congregación de los
misioneros del Santísimo Redentor.
Durante años, Ligorio, fue el primer misionero, recorriendo pueblos y ciudades.
Apóstol humilde, resuelto, inflamado de amor a Dios y a las almas prodigó su piedad y su
tiempo en el confesionario, en el púlpito, en la catequesis de los niños… Luchó por la reforma
del seminario y del clero… siendo su gran preocupación la santidad del sacerdocio y la
salvación de las almas. Su celo por la salvación de las almas, que tan caras habían costado
al Redentor, lo llevaban a no contentarse con que le oyeran cientos o miles de personas.
Jesucristo murió por todas y era preciso salvar a todas.
En la vida y obra de este Santo meditaba Antonio Gianelli, y con esta meditación se
encendía en él, un fuego tan ardiente, que no le permitía la quietud. Predicador incansable,
en especial en las misiones rurales. No sentía fatiga, todo trabajo era poco para el Reino.
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Todo le era dulce y ligero con tal que pudiese ganar almas para Jesucristo, para el
cielo, y preservarlas del infierno.
Hoy nos preguntamos cómo hizo para atender la cantidad inmensa de trabajo que
llevó a cabo. Animado por el Santo de su corazón, San Alfonso, parece que hizo suya la
máxima: “no perder nunca el tiempo”.
Su último biógrafo escribe: “No se ha tomado nunca unas verdaderas vacaciones…”
APENDICE I - Selección de Cartas – Epistolario nº 1 –
Carta 1 - AL CARDENAL SPINA, ARZOBISPO DE GÉNOVA
Cárcare – Noviembre de 1815
Eminencia:
He dejado que pasaran unos días para poder dar con algo de fundamento las noticias que me pidió
sobre mí.
El pueblo no es próspero, pero el clima y los campos son amenísimos, y veo que el aire me prueba
bastante bien.
El edificio del Colegio no es gran cosa, pero el sistema educativo me ha sorprendido. La
juventud, sin el rigor de los castigos, se conserva con una sensatez que me sorprende. Todo el secreto
estriba en el buen acuerdo y la buena inteligencia de los Prefectos y de los Profesores con el Padre
Rector, quienes ponen empeño en conocer el genio y condición de los alumnos y en tenerlos
ocupados.
Se está poniendo también mucho esmero y diligencia en mantenerlos lo más alejados posible
de ciertos vicios que deshonran a casi todos los Colegios de nuestros tiempos. Se tiene frecuente
oración, pero con cierto método que no resulta pesado. El tesón del Señor Rector es grande a favor del
adelanto en los estudios, pero aun es mayor en pro del auge de la piedad. En esto esperaba encontrar
novedades, pero no encuentro ninguna. Todo se hace con la mayor sencillez e indiferencia.
La comida puede pasar, el fuego abunda, el tiempo escasea. A los comienzos, la clase me
produce cierta fatiga debido a que hablo ininterrumpidamente, lo cual me cansa el pecho; pero me voy
acostumbrando poco a poco.
No me entretengo más porque conozco las grandes ocupaciones de Vuestra Eminencia. Sé
que piensa en mí y sé que conoce suficientemente el respeto, la adhesión y la sumisión…
Don Antonio Gianelli
CARTA Nº 3 – AL ARZOBISPO DE GÉNOVA
Desde el Seminario, la noche del 14 de noviembre de 1823.
Excelencia Reverendísima:
No sé ni cuándo ni cómo presentarme ante Vuestra Excelencia, sin dejar abandonados los
quehaceres que tengo encomendados, para ponerle al corriente del estado de cosas, el cual, por la
gracia de Dios, no es malo, y en consecuencia me reservo de hacerlo en Génova. Lo que ahora me
mueve a escribirle es la eventual pérdida, que me asusta, del mejor de nuestros Seminaristas,
Magnasco Salvador de Portofino.
Escribe unas cartas que hacen que se le salten a uno las lágrimas. En ellas manifiesta que si
no lo ayuda la piedad de Vuestra Excelencia, y no le concede un puesto franco o al menos una
situación más ventajosa, no está en condiciones de seguir adelante.
Huérfano de padre, teniendo la madre que cargar con una familia numerosa y sin recurso
alguno, él no sabe qué partido tomar. Comprendo que he tardado demasiado, pero por otra parte él
tenía la esperanza que las instancias que hizo ante el Señor Rector y la de los RR. Hermanos ante
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Vuestra Excelencia tendrían algún efecto. Como quiera que sean o tengan que ser las cosas, yo me
creo en la obligación de hacerle observar que en el Seminario no hay otro que reúna, como él, todas
las cualidades requeridas para que resulte un óptimo Eclesiástico, más aun, un gran hombre. Cordura
irreprensible, prudencia por encima de su edad, gusto refinado, talento universal. En los tres años que
lleva en el Seminario ha hecho portentos.
De la nada en que estaba en la clase de gramática ha llegado a obtener este año pasado el primer
premio de retórica. Entre mis alumnos no he tenido otro igual.
Con todas estas cualidades, ¿habría de quedar abandonado a su suerte? Yo no puedo creerlo,
pero aun cuando tuviera que suceder así yo presento mi súplica a favor de él con todas mis fuerzas.
Vuestra Excelencia me ha dado ya muchísimas pruebas de su paternal bondad, pero yo no le he
pedido nunca cosas terrenas; le pido ahora ésta por este infeliz y ciertamente no la pediría para mí
mismo. No puedo creer que mientras muchos torpes y muchos bastantes dudosos (por no decir mal
dispuestos) e incluso forasteros, disfrutan de los bienes del Seminario, este Diácono que tanto promete
haya de quedar abandonado a su mala suerte. Yo no podría soportarlo sino con inmenso dolor: prueba
de ello es que estoy dispuesto a contribuir yo mismo con mis bienes, hasta donde lo permitan las
estrecheces de mis más íntimos parientes. No son pocos los sinsabores que he tenido y sigo teniendo
por el bien del Seminario. Espero que la bondad de Vuestra Excelencia querrá librarme de éste, que
me llegaría hasta lo más profundo del corazón.
Me intereso por la justicia, por la virtud, por el bien de la Iglesia y del Seminario, y espero por
tanto que Vuestra Excelencia no me imputará como delito esta libertad que me he tomado, pues me
hago la ilusión de que debo asegurarle cada vez más la sinceridad de mis sentimientos, por lo que
besándole la sagrada mano, me profeso
de Vuestra excelencia Reverendísima, Humildísimo, Respetuosísimo Servidor
Don Antonio Gianelli
CARTA Nº 5 - A UNA HERMANA DEL CONSERVATORIO DE SAN JOSÉ DE GÉNOVA (Ma de ésta
tomé algunas partes…Pág. 6, Epist. 1)
Comenzada el 2 de octubre de 1826
Ayer quedé poco satisfecho de vos y de mí; de vos por la incertidumbre del estado en que os
dejé, de mí porque me parece que no os hablé con toda la gravedad y libertad que exigía vuestro
estado mismo… Suplo, por tanto, la deficiencia con la presente, también para que oportuna y
tempestivamente podáis consultarla y recurrir a ella cuando surja cualquier duda y angustia fuera de lo
común.
O queréis servir a Dios o queréis servir al amor propio. Si queréis servir al amor propio, cosa
que no creo, no tenéis necesidad ni de mí ni de otros……
Y así como me he ocupado y sigo preocupándome por vos en cuanto al alma, os abomino en
todo lo demás. Sólo conozco vuestra voz y aun por ésta es poco el interés que tengo. O sois buena de
verdad o, por lo que a mí se refiere, no venís a hacer otro papel que el de un demonio peor aun que los
del infierno.
…no tenéis necesidad más que de una firme y estable resolución de acabar de una vez por
todas tonel ciego amor propio y de entrar por fin en el camino del Señor con ánimo franco, libre,
resuelto, quiero decir, únicamente ansioso de encontrar a Cristo y de seguirle sólo a El. Cierto que
encontraréis (como ya lo estáis encontrando) que este camino es al principio áspero, pedregoso,
sembrado de espinas y repugnante; pero precisamente por eso es más seguro y aquí encontraréis
ciertamente a Cristo… Este es el primer paso, es la primera iniciación, como El mismo señala: Negarse
a sí mismo, que es como decir: hacer siempre lo contrario de lo que nos sugiere nuestro falso amor
propio…… A Cristo lo encontramos ciertamente negándonos a nosotros mismos… Rogad también por
mí.
Vuestro Director en Jesucristo
Don Antonio Gianelli
CARTA Nº 123 - A DON JOSE FRASSINETTI – PRIOR DE SANTA SABINA (GENOVA)
Bobbio, a 15 de mayo de 1840
Carísimo:
Vuestra carísima carta me llegó en un momento oportuno para darme ánimos. Os doy las
gracias por ello, así como por las buenas noticias que en ella me habéis comunicado y que siempre me
hacen bien.
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He visto con sorpresa el artículo Revisión. Si lo hubiese dictado un hereje, me parece que no
habría sido peor y más fraudulento. Por caridad, aprovechad el ofrecimiento que os ha hecho el Sr.
Calzamiglia y no andéis perdido por otras partes para imprimir vuestro Compendio.
De nuestras cosas os habréis enterado suficientemente por el señor Vicario y por Cattaneo.
Aquí todo está ahora tranquilo. La semana entrante iré a formar parte de una Misión, a la que seguirá
una visita que reemprenderé en julio y acabaré en agosto, disponiéndome entre tanto a celebrar el
Sínodo de septiembre, por lo que os ruego (y junto con vos a todos nuestros amigos) que me escribáis
todo lo que creáis que puede serme de alguna utilidad.
Pienso que esta carta os la dará nuestro Don Botti, a quien envío a Génova para que trate de
obtener alguna subvención que permita llevar adelante el Edificio de las Hijas de María y la Iglesia de
Santa Filomena. No es en modo alguno conveniente que abandone yo aquella obra inacabada; pero,
hijitos, si me dejáis solo, no puedo salir adelante. ¡Ea!, ahora tengo verdadera necesidad de que todos
me echéis una mano, una mano que, por un lado no esté vacía, y, por otro, aporte dirección, consejos,
advertencias al referido enviado, para que su idea no sea en vano. Hablad sobre esto a los otros y
animaos. Los esfuerzos unidos se refuerzan mutuamente.
Escribo también a otros buenos amigos y señores míos con el mismo objeto.
Sin más que añadir por ahora, os abrazo y bendigo a todos. Adiós.
Vuestro afmo. De todo corazón
+ Antonio Obispo
APÉNDICE II
Personalidad y obra de dos grandes Gianellinas:
CATALINA Y CLARA PODESTÁ
CATALINA PODESTÁ, “libre y sin ataduras”
Nació en Peggi (Italia), el 9 de octubre de 1809. Viuda. Ingresó al Instituto el 19 de diciembre de 1831.
En su juventud Gianelli fue su confesor. Se estableció así entre ellos una gran sintonía espiritual. Dios les
tenía preparado un proyecto en el que trabajarían juntos: “LAS HIJAS DE MARÍA”
Mujer superior que conquista con la fuerza de su personalidad excepcional.
Desde el día de su ingreso en el Instituto lleva con soltura, con habilidad humana, con disponibilidad total
a la acción del Espíritu, la responsabilidad de las primeras fundaciones.
Por dentro sufre aridez y sequedad, pero posee una fuerza moral tan grande que se mantiene
sólidamente anclada en la voluntad de Dios.
Se mueve, actúa y dirige con energía y serenidad, con gran entusiasmo por vivir sin reserva alguna, la
caridad evangélica: alma del Instituto. Al seguirla en su actuación uno tiene la impresión de encontrarse frente a
un alma sumamente libre, sin ataduras, como Gianelli quería a sus Hijas de María.
Y Catalina lo es: es libre y sin ataduras, no obstante el drama que lleva dentro.
Catalina, viuda y con una pequeña hija de dos años, debe renunciar a su niña. En el Santuario de la
Virgen del Huerto, la ofrece totalmente a María y se la entrega al cuidado de la abuela paterna.
Catalina llevó a la pobre casa de Vía San Antonio, donde temporalmente vivían las Hijas de María, una
corriente de vitalidad, de sentido práctico y organizativo y, sobre todo, una riqueza humana nada común, ilimitada
capacidad de amor y entrega al prójimo.
Pero también sufrió melancolías profundas, tedio e incluso repulsión por la nueva vida. Conoció la gran
tentación del “sin sentido” de su sacrificio.
Gianelli supo confortarla y devolverle las alas. Y desde entonces todo fue correr expeditivamente, con
ánimo grande, libre y resuelto, por el camino del Señor. Ocho días después de su ingreso toma el hábito, y se
prepara para servir a Dios en el prójimo.
El 29 de diciembre de 1831, es una fecha para grabar con letras de oro en la vida de nuestra Madre
Catalina: ese día comenzó su actividad caritativa entre los enfermos; un servicio que revela una vocación peculiar,
amor apasionado y total entrega al prójimo.
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Ante el pedido de la Administración del Hospital de Chiavari, Gianelli envía a tres de sus Hijas, como
dicen las Memorias:
“eligió para Madre Superiora de éstas a Catalina Podestá… por creerla más a propósito para tal ministerio y
también por los signos particulares, notables e incluso extraordinarios de su vocación. Tanto ella como sus compañeras
obtuvieron sobresaliente éxito”.
Gianelli hizo la elección justa, Madre Catalina realizó a las mil maravillas la tarea que Dios le tenía
reservada para toda la vida: ser animadora. Pero justamente aquí comienza la Providencia a marcarla con su
signum mágnum: de la CRUZ.
Catalina Podestá va a ser “pionera” en la expansión del Instituto que Gianelli había fundado sólo para
Chiavari. Dicen las Memorias:
“Habiéndose hablado del hospital de La Spezia y de la poca atención que allí recibían los moribundos, sintió ella
tanta piedad por aquellas almas que quiso prestarles socorro. Lo habló con el Director y se le ofreció dispuesta a dirigirse al
lugar. El Director aprobó el piadoso deseo, pero en vez de animarla, la enfrió, amedrentado por la dificultad de la empresa.
Ella no perdió la confianza y tanto insistió en su petición que finalmente el Arcipreste le concedió que partiera”.
Este fragmento de las “Memorias” describe el momento de tomar una decisión vital: quedarse en los
límites de Chiavari o romper las fronteras.
Gianelli no tenía pensada la expansión del Instituto fuera de los límites de Chiavari. Esta ruptura de las
fronteras se debe al coraje y a la grandeza de ánimo y a la amplitud de miras de nuestra Madre Catalina, una hija
de Gianelli que en varios momentos del naciente Instituto, tuvo el paso más largo que su santo Fundador y Padre
espiritual. A partir de estos hechos, Madre Catalina se convierte en la verdadera Cofundadora del Instituto.
En 1835, Madre Catalina junto a otras dos Hermanas llegan al Hospital de La Spezia, y allí le tocará vivir
un momento muy difícil: la prueba de la calumnia.
Catalina Podestá fue la primera Superiora General del Instituto designada por el mismo Gianelli y fue su
brazo derecho. A la muerte del Fundador gobernó a las Hijas de María hasta su propia muerte.
De aquí en más, Madre Catalina, al frente del Instituto, tendrá la responsabilidad de las nuevas
fundaciones que se irán sucediendo: Marinasco, Bobbio, Ventimiglia, San Remo y Triora, Novi Ligure, entre otras.
El 2 de julio de 1847, la Virgen del Huerto le tenía reservada una gracia especial: su hija Angelina,
ingresa entre las Hijas de María. Luego de la profesión religiosa y tras pasar por Ventimiglia, en 1857 parte con un
grupo de Hermanas para América Latina, muriendo en Buenos Aires en 1861.
Madre Catalina defendía a brazo partido las propuestas que juzgaba mejores para el Instituto.
En 1853, el Arzobispo de Génova, aprueba las constituciones. La aprobación diocesana era el primer
paso obligado para llegar a Roma.
En 1856 se realiza la primera elección regular de la Superiora General, como establecían las
Constituciones de 1853, en presencia del Arzobispo de Génova y de dos sacerdotes auxiliares.
De la suma de votos resulta electa: Madre Catalina Podestá
Siguieron años de lucha, desencuentros y trabajos, y ella, la Madre, se encamina, desde su vigor inicial
hacia la madurez y a la época de los frutos.
En el paso de Chiávari a Roma y en la desvinculación de la Casa General de la Casa Matriz, como
también en las Fundaciones y en la redacción de las Constituciones definitivas del Instituto, aprobadas en 1882,
demostró las características queridas por Gianelli:
“… desenvueltas, desprejuiciadas… prontas para partir y amantes del retiro”.
Con sus fuerzas ya disminuidas, vivió sus últimos años, más en el cielo que en la tierra. El 24 de
setiembre de 1884, día de la Virgen de la Merced, la incansable e indomable luchadora, se apagó serenamente en
Roma, dejando en todas una sensación de soledad y orfandad: Había muerto «la MADRE».
MADRE CLARA PODESTÁ
Rosa Podestá, nacida en Paggi, en 1815, siguió el ejemplo de su hermana Catalina, y con sus
espléndidos diecinueve años, entró en la pobre casa de la calle San Antonio, el 17 de junio de 1834, impulsada
por Gianelli, quien le había dicho repetidamente: “Dios es el valor de los valores: ¡ser elegida por él es la más
grande fortuna!”.
31
Discretamente atractiva e instruida, pocos días después de su ingreso, fue nombrada maestra de la
escuela para las alumnas externas. Después de un año, hizo su profesión religiosa: el arcipreste la nombra
responsable de las educandas y maestra de las novicias. Permanecerá en el cargo durante diecinueve años.
En las dos hermanas Podestá, Gianelli ve dos columnas de su Instituto, Y las modera en su fervor, para
que su actividad no desanime a las más débiles, y para que su dinamismo no oprima a las otras Hermanas. Las
quiere humildes, convencidas de su propia insuficiencia: Clara lo sabe y les enseña a las novicias que quien,
comprueba su propia incapacidad, no se debe deja abatir, no se debe angustiar, y en los momentos difíciles, con
humildad, debe entregarse y someterse a la voluntad de Dios.
Aprovechaba todas las oportunidades para instruir y alentar a las Hermanas: sabía sacar buen partido
de las buenas cualidades de cada una, aprovechando sus mejores condiciones, y no descuidaba a ninguna hasta
que no la hacía llegar a esa perfección que deseaba.
La Madre Clara, con su intuición femenina y su espíritu resuelto, franco, libre de todas las ataduras
preparó religiosas activas, incansables en la caridad y el servicio. Por su habilidad y su sentido común, fue
enviada a otras Comunidades nacientes.
Por esta razón se encontraba en Génova, con las Hijas de San José, cuando la localizaron para organizar el viaje
a América y con el grito de NO ES HORA DE DORMIR, AMERICA NOS ESPERA, vive y se desvive para que el
viaje se concrete lo antes posible. En septiembre de 1856, partió el primer grupo de “misioneras gianellinas” del
puerto de Génova. Después de un azaroso y difícil viaje, el 18 de noviembre del mismo año, desembarcaron en el
puerto del Uruguay, en Noviembre de 1856.
Ya en tierra americana, Madre Clara desplegó lo mejor de su espíritu indómito y emprendedor, fundando
casas y no dejando una sola necesidad sin su debida respuesta.
“… Quisiera contemplar su pedido inmediatamente. Más aun, desearía hacerme mil pedazos (pero
pedazos buenos) para ir a cualquier parte del mundo y ayudar a mis hermanos, consumir mi vida al
servicio de los enfermos, en la educación de las niñas de todas las condiciones sociales, atender a los
presos y a todos, a todos…pero muchas veces no se puede hacer el bien que se desearía o que a
Dios agrada…” (Carta de la Madre Clara Podestá, 15/11/1858, AFMH, Casa General, Roma)
Trabajó mancomunadamente con los laicos de ambas orillas del Plata. Con ellos tenía expresiones de
confianza, de apertura y de amistad. A las Señoras de la Sociedad de Beneficencia, en especial a la Sra. del Pino,
encomendaba a sus Hijas, después de la fundación de nuevas Obras. A ellas, conocedoras del ambiente y de la
sociedad, se dirigía para pedir consejo, parecer y opiniones y agradecía cada palabra que recibía meditando en su
corazón de Madre, cada una de las sugerencias recibidas.
“Estaría muy contenta si mi buena amiga tuviera en cuenta la humedad de las dependencias de las
Hermanas… Le suplico no deje pasar el verano sin arreglarlas, para que puedan pasar bien el
invierno…” (Madre Clara Podestá a Josefa del Pino 1859)
“…estoy muy satisfecha por su interés en proporcionar a las Hermanas toda la comodidad, arreglando
sus dependencias y procurando todo los medios para su bienestar. Así ellas se podrán dedicar con
ahínco al servicio de su prójimo. Se lo agradecemos de todo corazón y la queremos mucho” (Madre
Clara Podestá a Josefa del Pino 24/9/1862)
“… La Madre Clara es adorada y respetada más que una reina. Hace lo que quiere con todos. Dice que
quisiera ir a Roma y que irá, seguramente, pero parece que el Señor la quiere aquí. Nosotras, como
puede imaginarse, no queremos ni siquiera pensarlo que tengamos que privarnos de nuestra
amadísima Madre. El Señor piensa en nosotras, porque siempre surgen inconvenientes cuando está
por partir…” (Hna. Inés Prefumo a la Madre Catalina)
Cuando las necesidades de organización de la nueva Congregación se hicieron apremiantes, Madre
Clara vuelve a Roma, con la secreta esperanza de regresar a estas tierras, trayendo refuerzos…. Pero la voluntad
de Dios tenía otros designios. Estando en Roma su salud decayó rápidamente y murió allí el 1º de enero de 1869.
En Roma, en el cementerio del “Verano”, las dos Hermanas Podestá, descansaron juntas, durante
muchos años, de la larga fatiga. Madre Catalina fue trasladada a Chiavari, el 24 de setiembre de 1984, año
32
centenario de su muerte. Allí descansa a los pies del Fundador y allí espera la llamada definitiva del Señor: “Ven,
bendita de mi Padre, por que tuve hambre, estuve desnudo, enfermo, solo… y me diste cabida en tu corazón”.
Con la noticia de la muerte de Madre Clara, en América una sensación de soledad, embargó todos los
ánimos. Pero la fe iluminaba los espíritus y hacía nacer una certeza: Madre Clara desde el cielo, seguiría guiando
a sus hijas del alma, que habían quedado en estas tierras, porque Madre Clara, por su amor, se dedicación, por
sus fatigas y por su capacidad de Inculturación se había ganado una nueva nacionalidad:
“Madre Clara es americana”
Bibliografía usada en la redacción del trabajo cuya lectura se recomienda
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José Frediani “El Santo de Hierro”. Editorial Fénix S.R.L. Córdoba, Tomos I y II.
Salvador Garófalo “Un gran Obispo para una pequeña diócesis”, Ediciones Gianellinas –
Buenos Aires 1990.
Pastoral de San Antonio Ma. Gianelli en la Diócesis de Bobbio 1838-1846, Hna. Antonio
Zanin 1989 – Año del Bicentenario del Nacimiento de San Antonio ma. Gianelli.
Juan Manuel Lozada “Fuoco di Pentecoste”, Editrice missionaria Italiana, octubre 2003
Enrico Bacigalupo “Gianelli y su prédica a los laicos”; Génova 2001
Hna. María de la Natividad Tarquini “Una voz en la cuenca del río Vara”,
Hna. Tarquini “Gianelli, un santo entre dos Revoluciones”
Salvador Garófalo “La Pastoral de Gianelli y su secreto”
San Alfonso María de Ligorio “Practica de amor a Jesucristo” - Barcelona 1992.
San Antonio María Gianelli – Epistolarios I, II y III. Ediciones Gianellinas, Roma, 1980.
San Antonio María Gianelli – Cartas Pastorales. Ediciones Gianellinas, B.Aires, 1983.
La Herencia Espiritual de Madre Catalina. Ediciones Gianellinas, Buenos Aires, 1985.
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PARA LA EVALUACIÓN DEL MÓDULO Nº 1
Queridos Laicos gianellinos,
Después de una detallada “lectura y relectura” del material presentado en este primer
módulo, redacta y envía a los referentes de la “escuela on line”, cuyas direcciones
electrónicas aparecen más abajo, tus respuestas, respetando el orden de las preguntas
para facilitar la tabulación de las mismas.
Puedes agregar al final tus propios comentarios, sugerencias, inquietudes,
necesidades…..
Puedes agregar también tu propia opinión sobre el material presentado

Menciona momentos significativos en la vida del Fundador y que marcaron rumbo
en su vida en lo personal y en lo relacionado con su actividad como Sacerdote,
profesor, párroco, obispo y misionero santo

¿Por qué los consideras “momentos” significativos?.

Cita tres aspectos del contexto socio-económico y religioso del tiempo de Gianelli y
explica cuál era el punto de vista del Fundador con respecto a los mismos.

¿Cuáles fueron sus grandes pilares espirituales?

El Fundador observó la realidad y actuó ante los desafíos de su tiempo, ejercitándose
en su carisma personal de pastor y misionero. En la situación actual, ¿cómo y dónde
se puede encarnar el carisma gianellino?

Detallar casos, lugares concretos y formas de realizarlo. *

¿Cuál fue el secreto de la pastoral de Gianelli? (Ver “Material para bajar…)
*
Es importante este aporte porque ayudará también en la preparación de las
reuniones capitulares que la Congregación está preparando
Te deseamos un buen trabajo y muchas bendiciones.




Hna.Ma. de la Paz Rausch: [email protected]
Santiago Maranzana: [email protected]
Viviana Ramíres:
[email protected]
Rita Magrini:
[email protected]
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 Material para bajar, leer y archivar
La Pastoral de Gianelli y su secreto
Salvador Garófalo
Gianelli hizo su primera experiencia pastoral poco tiempo después de su ordenación
sacerdotal (23 de mayo de 1812), como coadjutor del casi paralítico Abad Mazzola, en la
Iglesia de San Mateo, en Génova, parroquia gentilicia de la familia Doria.
Esta función duró poco más de dos años y medio, desde el 15 de febrero de 1813 a
septiembre de 1815. De este ministerio no hay noticias; solamente se sabe que estuvo muy
comprometido con la predicación en Génova y fuera de ella, como inscripto en la
Congregación de los Misioneros Suburbanos.
Desde noviembre de 1815 hasta principios de 1826, fue profesor de Retórica. Por un
año en el Colegio de los Padres Escolapios, en Cárcare, diócesis de Aqui (Savona) y, desde
noviembre de 1816, por diez años, profesor en el Seminario de Génova, donde dio
excelentes pruebas de su capacidad intelectual y de sus virtudes humanas y cristianas.
El Arzobispo de Génova, Luis Lambruschini, pensó en Gianelli cuando se produjo la
vacante, como arcipreste, en Sampierdarena, en ese entonces, importante ciudad de la
capital lígure. Gianelli tenía algo más de treinta años y tuvo miedo. Presentó todas las
dificultades posibles para declinar esa misión. Lambruchini no hizo nada en ese momento,
pero se reservó la oportunidad de probar de nuevo más tarde. Se alegró al constatar en
Gianelli la ausencia de toda ambición. Repensando en el hecho, Gianelli se arrepintió de no
haber obedecido a su Arzobispo, a quien había jurado obediencia el día de su ordenación
sacerdotal, y se prometió a si mismo que, en adelante, habría aceptado sin discutir, la
voluntad del Arzobispo, aceptándola como voluntad de Dios. Trascurrieron cuatro años antes
que se presentara la ocasión propicia.
El 17 de junio de 1826 moría don José Cocchi, dignísimo párroco, por 30 años, de la
Parroquia de San Juan Bautista de Chiávari, lugar donde el Arzobispo Lambruschini estaba
preparando la apertura de un Seminario, destinado a los clérigos de Chiávari y sus
alrededores.
El hombre indicado para suceder a don Cocchi y para asegurar el éxito del nuevo
seminario era, indudablemente, el joven Sacerdote Antonio Gianelli. Si bien el nuevo encargo
era mucho más comprometedor que aquel al que había renunciado antes, Gianelli no opuso
ninguna resistencia, feliz de pode quitarse del corazón el peso del remordimiento.
Cuando el Arzobispo comunicó a las autoridades de Chiávari, la elección de Gianelli,
dijo: “Les mando la más bella flor de mi jardín”.
Por razones de tiempo y de circunstancia, limitaremos nuestra relación al ministerio de
Gianelli en Chiávari.
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Como Obispo de Bobbio desde 1838 hasta su muerte, en 1846, su pastoral no cambió
en lo esencial, en un contexto religioso y social no muy diferente del de Chiávari.
Para el solemne ingreso en la Parroquia de San Juan Bautista, la más importante de
las parroquias, no sólo de Chiávari, sino de la Diócesis de Génova, Gianelli eligió el 12 de
junio, fiesta de San Luis Gonzaga, muy querido por él. La tarde de aquel día, en el primer
encuentro con su pueblo, Gianelli declaró: “siento que fui demasiado audaz, que confié
demasiado en mí mismo, y me siento más bien horrorizado y asustado que halagado, por
esta empresa” Estos sentimientos, agregó, no son “efectos de la pusilanimidad, sino de un
justificado temor”.
Para descubrir el secreto de la pastoral de Gianelli, hay que comenzar de su sentido
de responsabilidad y de la profunda y delicada conciencia que él tenía de su ministerio.
De aquí nace la total, apasionada y gozosa dedicación a su deber, por el cual se gastó
entero, no obstante el consejo de moderación que le venía de autorizados compañeros de
apostolado. El 12 de agosto de 1845, retomando su ministerio pastoral, (era Obispo de
Bobbio), después de la grave enfermedad, que en menos de un año truncó su vida, dirigió
una Carta Pastoral a la Diócesis en la que se defendía de las acusaciones que le hacían los
Obispos de la Liguria, los cuales atribuían su enfermedad a un “exagerado” derroche de
fuerzas.
Las justificaciones adoptadas por Gianelli para su defensa, lo dicen todo de su espíritu
apostólico: “Nos, creímos y seguimos creyendo firmemente que después de Dios le
debemos, a estas fatigas apostólicas, la salud de que gozamos hasta ahora; y podemos
asegurarles que, después de los más serios y maduros exámenes, no tenemos ningún
remordimiento en este punto; sino más bien, esto da a nuestro espíritu una de las más
constantes y una de las más fundadas y de las más grandes consolaciones.
Si hubiésemos hecho caso de las ilusorias insinuaciones de los amigos, tal vez
sugeridas por un amor demasiado tierno hacia nos, de cuántas alegrías y de cuantos
consuelos no habríamos podido disfrutar. Os lo manifestamos, no porque hay que despreciar
los consejos de los buenos y de los prudentes, ni porque consideramos como cosa buena el
abandonarse a fatigas superiores a las propias fuerzas, o el no tener los debidos y prudentes
cuidados de la salud del cuerpo (nos libre Dios de quererlos para nos y aconsejarlo a los
otros, porque esto sería un desorden y hasta un pecado), pero os lo decimos para que sepáis
que es necesario proceder cautamente al abandonarse a los consejos de los hombres, y ver
antes si no se oponen a las divinas inspiraciones y al espíritu del Evangelio”.
Así Gianelli resuelve el problema. Es por impulso de la gracia divina y en obediencia el
espíritu del Evangelio que Gianelli no ahorró fatigas y pudo decir a los fieles que le fueron
encomendados, lo que Pablo dijo a los Corintios: “Me prodigaré gustoso, mejor dicho, me
consumiré a mi mismo por vuestras almas” (2 Cor. 12,15).
San Pablo, cuando todavía faltaban unos años para el martirio, hizo un largo y
dramático catálogo de sus fatigas y sufrimientos apostólicos, que no lograron abatirlo. El
secreto de Pablo fue el secreto de Gianelli: “El amor de Cristo nos apremia…” (2 Cor. 5,14).
La sobrecarga de fatigas, para Gianelli, eran las misiones al pueblo fuera de Chiávari:
un ministerio al cual fue fidelísimo, desde los primeros años de su sacerdocio hasta la muerte,
y al cual sacrificaba sus vacaciones. Incluso siendo fundador de dos nuevas congregaciones
de sacerdotes, empeñados en las misiones populares, Gianelli permaneció profundamente
36
ligado a los Misioneros Rurales de Génova, a los que debía el descubrimiento del apostolado
por el que tenía mayor afinidad. A un cierto punto pensó renunciar a la parroquia de Chiávari
para dedicarse como simple sacerdote a las misiones populares.
El contacto vivo con las almas sencillas y buenas, menos buenas o recalcitrantes,
libraba toda su capacidad de comprensión, de amor sacerdotal y de celo. Siendo Obispo
escribió: “Creo que el que no tiene espíritu de misión, tampoco tiene espíritu de sacerdocio, o
tiene poco, muy poco”.
En el discurso de ingreso en la Parroquia de San Juan Bautista de Chiávari, declaró
que su programa era el que Jesús Buen Pastor propuso a San Pedro para toda la Iglesia:
“Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas” (Jn 21,15-16).
Cómo entendía el ministerio pastoral lo dijo con extrema claridad y decisión: “nutrir y
conservar y buscar acrecentar y perfeccionar” los sentimientos religiosos de sus
parroquianos. Tendrá que descubrir “las malicias y los engaños” de los corruptores del pueblo
y de los que dan mal ejemplo: “donde se haga necesario perseguir algún lobo y exponer
incluso la vida para liberarse de sus zarpasos. Yo no puedo ahorrarme, no puedo huir como
lo haría un mercenario (cfr. Jn 10, 10-13, en la parábola del Buen Pastor); sino que debo
estar firme, dispuesto a morir, y derramar mi sangre si es necesario, si quiero ser buen
pastor”.
Con un lenguaje evangélico, Gianelli insistía sobre la necesidad de extirpar la cizaña,
arrancar las espinas y hacer huir todas las serpientes: “digámoslo sin figuras retóricas:
ahuyentar a los malos o hacer que se hagan buenos; este es el gran paso escabroso,
dificilísimo y capaz de asustar incluso a los más intrépidos y fuertes. Este también es un
deber de un buen pastor: predicar a todos la penitencia e intimar a todos, indistintamente que
quien no deja el pecado y no se corrige, se perderá indefectiblemente”.
Prueba de que él mantuvo la palabra, es el reconocimiento solemne, por parte de la
Iglesia, de la heroicidad de sus virtudes. Esta heroicidad cosiste fundamentalmente en el
cumplimiento extraordinario de los deberes ordinarios.
La excepcional fuerza del carácter, natural de Gianelli, fue transformada por la gracia
en energía para el bien, en tenacidad en los propósitos virtuosos, en voluntad constante para
traducir en la práctica sus proyectos.
Acusaciones de excesiva severidad fueron hechas a Gianelli, con malicia, por parte de
aquellos que intentaron, en el transcurso de su vida y también después de su muerte, destruir
su fama y su obra de vigoroso reformador de las costumbres. Durante el Proceso para la
Canonización, esas acusaciones fueron revisadas minuciosamente por tres veces
consecutivas, y cuando el Papa Benedicto XV, el 1 de abril de 1920, declaró heroicas las
virtudes de Gianelli, dijo a este propósito que “si él no hubiera sido tan enérgico en condenar
los errores, en corregir a los equivocados, amonestar a los reos y castigar a los rebeldes,
habría descuidado su deber y nosotros, hoy, no habríamos podido proclamar la heroicidad de
sus virtudes. Lo proclamamos porque cumplió fielmente cada una de las obras que
correspondían a su deber … las cumplió del modo apropiado para conseguir el anhelado
objetivo: dar al clero la conciencia de la propia vocación y del propio ministerio; al pueblo la
conciencia de ser cristianos, formar religiosas dignas de la propia consagración, al servicio de
Dios y del prójimo”.
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Se equivocaría el que pensase en un Gianelli continuamente amenazador o con tonos
tronadores, que usaba el arma del terror para reducir al bien a los culpables. En el discurso
del 21 de junio de 1826, el día de su ingreso en la Parroquia, decía: “Debo ser humilde y
manso e instruiros, más bien que mandaros; rogaros más bien que amenazaros, pero si el
rogar y el instruir no bastara, sabed que gritaré y me esforzaré y os importunaré siempre para
vuestro bien, para vuestra salvación. No existe género de piedad que yo no deba usar con
vosotros, si venís humillados y arrepentidos; no hay insistencia que pueda omitir si vosotros
os obstináis en el mal”.
Que quede bien claro: la salvación de las almas por las que Cristo murió en la cruz,
fue, es y será siempre el objetivo primario y esencial del ministerio pastoral, que se remonta
hasta el Evangelio. La salvación de la humanidad fue la obra por excelencia que el Padre
Celestial encomendó a su Hijo, el cual, por cumplir esta obra, se inmoló sobre la cruz. Este
mismo Jesús que se propuso como modelo de mansedumbre y humildad; que no sólo acogió,
sino que buscó y perdonó a los pecadores, restituyéndoles la amistad de Dios; este mismos
Jesús que lloró sobre la ciudad de Jerusalén que no había aceptado su mensaje de paz, fue
implacable en el desenmascarar la hipocresía y la soberbia de los fariseos y amenazó a los
que no se convertían.
De los malos pastores del antiguo pueblo de Dios está escrito en la Biblia: “Sus
guardianes son todos ciegos y ninguno de ellos sabe nada. Todos ellos son como perros
mudos, incapaces de ladrar, desvarían acurrucados y les gusta dormir” (Is 56,10).
Ser fuerte y dulce al mismo tiempo, es propio de los santos y Gianelli lo fue en
perfecta fidelidad al Evangelio y según el modelo propuesto por San Pedro, el primer pastor
de toda la Iglesia:“Apacentad el rebaño de Dios que os fue encomendado, vigilándolo, no a la
fuerza sino de buena gana como Dios quiere, no por lucro sórdido sino generosamente, no
como tiranos de los que os han sido asignados, sino como modelos del rebaño” (1 Pe.5,2-3).
De Gianelli se dijo: “su ejemplo era más eficaz que un curso de ejercicios espirituales”.
El Buen Pastor, Jesús, declaró: “Yo conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí”
(Jn.10,14). En la Biblia, el conocimiento entre las personas significa comunión de
sentimientos.
La tarde del 3 de julio de 1839, Gianelli, ya Obispo de Bobbio, entregó a don José
Solari, su sucesor en la Parroquia de Chiávari, una serie de Advertencias, en las que hacía
un agudo diagnóstico del estado de la parroquia de San Juan Bautista.
El precioso documento, raro si no único en su género, hace un epílogo de su basta y
compleja experiencia pastoral. Describe los varios problemas que tuvo que afrontar y los
remedios adoptados para resolverlos o intentar resolverlos; en los casos irremediables,
sugiere modos que estimaba capaces para poner remedio.
La Parroquia de San Juan Bautista contaba, más o menos, con 7.000 almas, es decir,
casi los 2/3 de la población de la ciudad y era “extraordinariamente difícil” por lo que el
Párroco podía “tener necesidad de muchas advertencias y precauciones, como para evitar
gravísimos males o, por lo menos hacer un poco más de bien”.
“La población de Chiávari - escribe Gianelli -,en su conjunto es buena y llevada a la
piedad; pero además de los mal vivientes, de los que hay un poco por todas partes, hay
muchos que no creen o que creen poco, y con una fe tan lánguida e insegura que, tal vez
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equivalga a la misma infidelidad. Para mayor desgracia, estos abundan en las clases sociales
más distinguidas y con frecuencia están en el gobierno de la cosa pública y de las principales
administraciones de todo tipo. Estos cumplen con los deberes externos de la religión, como
ser: Misas, comuniones pascuales, y respetan en sus escritos y en los discursos públicos la
religión; pero después la denigran en los discursos privados y en las charlas de café; hablan
mal de los sacerdotes sin piedad y sin reparo, especialmente de los más celosos; y son
siempre o casi siempre contrarios a todas las cosas que pueden favorecer el culto divino o el
espíritu del santo temor de Dios”.
Vemos que con pocas palabras, pone en evidencia la actitud de esta clase distinguida,
formalmente respetuosa.
Estos quieren amordazar al Párroco que habla claro: “Les gusta que… especialmente
el Párroco, sea dulce, indulgente; que disimule los vicios y los pecados, también en la
predicación; que hable en términos muy generales y no ponga el dedo en la llaga”.
En otras palabras, no quieren ver comprometida su imagen pública. Gianelli conocía
demasiado bien a sus ovejas y sugiere al nuevo párroco un comportamiento prudente, pero
no reticente; debe “manejar las cosas con juicio, decir sólo aquello que pueda producir algún
bien, pero al mismo tiempo, no adularlos, no aprobarlos, contradecirlos cuando lo exija la
necesidad y, sobre todo, no esconder la verdad desde el púlpito, sino decirla entera, sencilla,
popular y que les pueda aprovechar también a ellos si lo quieren hacer, o por lo menos, sirva
al pueblo bueno, que siempre tiene que ver el camino derecho del paraíso, sin obstáculos, sin
equívocos, sin dudas; y pobre el Pastor, si por su falta o por sus miramientos humanos, su
rebaño no esté bien advertido, como para que pueda conocer los engaños que le vienen de
sus discursos, de sus ejemplos”
Esta es una norma fundamental de comportamiento apostólico desde los primeros
días de la Iglesia y reconocida por la primera comunidad cristiana, que le pedía al Señor
concediera a los predicadores del Evangelio una audaz franqueza.
La cruz y la preocupación de Gianelli, fue la presencia en la parroquia, de un grupo de
facinerosos que hacían ostentación de incredulidad y libertinaje, herederos de los desórdenes
intelectuales y morales provocados por la Revolución francesa, durante el tiempo de la
República democrática de Génova, que duró hasta 1814. En 1835 Gianelli pedía al arzobispo
la facultad de “absolver a una persona que había pertenecido a una sociedad masónica y que
había juzgado a personas eclesiásticas y había dictado sentencias sobre causas
matrimoniales durante el gobierno francés”.
Una de las más grandes preocupaciones apostólicas de Gianelli fue la juventud de
Chiávari, en la que constataba una verdadera fruición por leer “libros prohibidos”. Causa del
degrado intelectual y moral de los jóvenes era la incuria de sus padres, que deberían
haberlos educado, y la moda de ideas que multiplicaban “los incrédulos y libertinos”. Gianelli
no se hacía ilusiones de poder extirpar las raíces del mal, pero no dejó nada por intentar para
disminuirlo. Siempre hablaba claro y fuerte desde el púlpito sabiendo que le llovería un
torrente de denuncias como para espantar a cualquiera. Una advertencia de Gianelli a su
sucesor se refiere, en general, al pueblo de Chiávari “sumamente pronto a murmurar y a
quejarse de todo y de todos, especialmente del Párroco”.
Por esta causa, debe tener una conducta irreprochable y después “dejar decir, porque
el pueblo fácilmente se calma y hace justicia, y alaba a su párroco, al que suele aficionarse”.
La verdadera peste de la parroquia eran los escándalos públicos que él combatía
“como la peste” recurriendo a una corrección “primero dulce e industriosa y paterna” y
después recurría a métodos más enérgicos. Rendirse no era su estilo.
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Convencido que los males tienen que ser curados en la raíz, Gianelli comenzó a
preocuparse de la infancia y de la juventud, casi abandonada a sí misma, y con este objetivo
solicitó la colaboración de los laicos, hombres y mujeres de todas las clases, para que unidos
y bien organizados, se ingeniaran para la educación civil y religiosa de la juventud. Gianelli
fue un genio de organización y reordenó radicalmente la enseñanza del catecismo.
La educación religiosa de los adultos se hacía con el catecismo dialogado, que hacían
dos sacerdotes; uno hacía el papel del ignorante y preguntaba y el otro, instruido, daba las
respuestas.. Pero el arma más poderosa de Gianelli fue la predicación asidua, clara, sencilla,
vigorosa, en la que él se distinguía.
La celebración del matrimonio era una ocasión privilegiada para profundizar la
formación religiosa de los adultos. En la “universal suspensión de las cosas buenas”
perpetrada durante los años de la dominación francesa en la Liguria, fueron suprimidas
también las archicofradías de laicos, que en aquellos tiempos eran el medio más apto para
asociar a los hombres a la vida de la parroquia. Gianelli las hizo resurgir y las reordenó,
haciéndolas más eficaces. Así fue para la confraternidad de la buena muerte y del Crucifijo. El
no dejó que se perdiera nada de lo bueno que había en la Parroquia, no borraba el pasado,
sino que buscaba hacerlo operativo, apelando a la buena voluntad y al apego a las buenas
tradiciones.
El problema de los pobres fue afrontado muy concretamente, Escribía: “La limosna no
importa tanto hacerla sino saber hacerla. Si el Párroco la da indiscriminadamente o
promiscuamente al que se presenta, será poco útil y las más de las veces, en gran parte irá
desperdiciada. Peor todavía si la limosna se le da al que llora mejor o al que grita más, que
con frecuencia son los más viciosos”. Gianelli se preocupaba sobre todo de beneficiar a las
familias y prefería dar la limosna a las madres, para evitar que los hombres la gastaran en la
pulpería; nunca se la daba a los niños para que no se habituaran al limosneo. Una caridad,
por consiguiente, en la justa dirección, bien calculada y productiva, inteligentemente cristiana.
Los pobres eran identificados y registrados según el tipo de necesidades, durante las
visitas a las casas para la bendición pascual. Gianelli relevaba el estado de las almas.
Visitaba, por la tarde a los enfermos de la parroquia, volviendo a casa muy tarde. Estas
visitas eran sus únicos paseos. Cada domingo mandaba al Hospital local, a los laicos de la
antigua asociación llamada “la coronita” que, acompañados por un sacerdote, asistían
material y espiritualmente medio centenar de enfermos. Para resolver el tema del descuido en
las honras y en los sufragios debidos a los difuntos, molestó muchas veces a las autoridades,
con propuestas concretas, para sustituir el cementerio común alejado de la ciudad y de muy
difícil acceso.
Gianelli se interesó también en la vida social como socio de la benemérita Sociedad
económica. Durante la crisis de los artesanos y de la industria textil, por lo que Chiávari tenía
renombre, a consecuencia de la difusión del telar mecánico, apoyó el recurso de los operarios
de la ciudad ante el Arzobispo de Génova. Gianelli restauraba lo antiguo e introducía cosas
nuevas.
De la Sociedad Económica hizo nacer en 1827, una asociación de señoras para
aprovechar su natural inclinación al bien, llegando a ser “madres de caridad”. Y está viva,
floreciente y en plena expansión la fundación que fue pupila de sus ojos y es la herencia
dejada por él a la Iglesia: La Congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto, que
nació para la formación intelectual y religiosa de las huerfanitas recogidas en el Hospicio de
Caridad y trabajo de la Sociedad Económica. Gianelli, presentando sus iniciativas a los
chiavareses, en 1837, escribió:
“Un Párroco, si bien se considera, no es sino el padre de una gran familia que le ha
sido encomendad por la Iglesia y por Dios. El debe regirla, gobernarlo y alimentarla sobre
todo en el espíritu. Pero como padre de los pobres y como primer guardián del templo y del
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Altar, debe tener también alguna cavilación sobre lo que se refiere a los beneficios
temporales. Todo, sin embargo, debe apuntar siempre y enderezarse al alto fin en orden al
cual recibe el encargo de predicar el Evangelio, o sea, la salvación y la santificación de las
almas”.
Esta clave de lectura de la multiforme, emprendedora, dinámica e incisiva pastoral del
Santo, aparentemente dispersa en muchos campos, es en realidad, unitaria y coherente, con
la única “especialización” de un espíritu auténticamente evangélico, que era el alma de su
ministerio.
Con el único objetivo de asegurar la salvación de las almas, se ocupó hasta el
cansancio, también de la promoción intelectual y espiritual de los candidatos al sacerdocio en
el nuevo seminario de Chiávari, del que era prácticamente el factotum.
Es prudencia suma del Párroco, según Gianelli, hacer que los sacerdotes se le
aficionen, porque no puede hacer menos de su ayuda y no debe ni puede procurarse esta
ayuda con imposiciones.
El mismo declara haber tenido de Dios la gracia de hacerse amar de los sacerdotes.
Pero no le basta al Párroco que el clero se le aficione, tiene que tenerlo “bueno y ejemplar y
ofrecerle para este objetivo, las ayudas espirituales necesarias. Y esto hizo él con fraterno
amor, cuando con oportunas iniciativas cuidó su cultura y su espíritu. La flor y nata del clero
de Chiávari fue feliz de tenerlo como maestro y como guía.
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Recordando a Gianelli en Chiávari no se puede hacer a menos que hablar del empeño
que puso para fortalecer la devoción por el Santuario de Nuestra Señora del Huerto, que es el
corazón de la ciudad...
De 1835 a 1837, en tres momentos distintos, Chiávari se vio amenazada por el cólera
y el arcipreste fue, más que nunca, el punto de referencia de toda la ciudad, incluidas las
autoridades civiles. Entonces, más que nunca Gianelli se mostró padre y pastor, animador
incansable de fe y esperanza para disipar el terror que invadió a buenos y malos, creyentes y
descreídos. Todos estaban a sus órdenes y lo miraban con confianza, animados por la
santidad de su vida. El colaboró activamente con las autoridades para la ejecución de las
medidas de emergencia establecidos por ellas; cuando el peligro todavía no era inminente,
dispuso una novena al Crucifijo negro y otra a la Virgen del Huerto.
En julio, y de acuerdo con las autoridades, organizó una solemne procesión de
penitencia con el Crucifijo Negro, que desde tiempos antiguos era muy venerado en Chiávari
y al que recurrieron desde la antigüedad en tiempos de calamidad; el consejo comunal
asignó una importante oferta para la construcción de un pórtico, delante del Santuario de la
Virgen del Huerto. Durante la procesión, larguísima por la participación de los peregrinos que
acudieron de los pueblos vecinos, Gianelli, descalzo, con una soga al cuello y una corona de
espinas sobre la cabeza, llevaba el crucifijo. En la gran plaza delante del Santuario, habló
por un cuarto de hora, que bastó a su elocuencia para arrancar las lágrimas a la inmensa
muchedumbre, sobre todo cuando se ofreció al Señor como víctima para la incolumidad de su
pueblo. Un vuelo de golondrinas alrededor del crucifijo fue considerado por la gente como un
signo de gracia. De hecho, ningún chiavarés murió de cólera.
En una predicación de 1841, Gianelli evocó dramáticamente los días de la amenaza
del cólera entre 1835 y 1837: “… nosotros fuimos los intérpretes y testigos de la fe, de la
piedad, de la confianza de este pueblo. Sentimos con nuestros oídos los suspiros, las preces,
las alabanzas y las acciones de gracias. Vimos avanzar amenazante el flagelo, pero en vano.
los vimos golpearnos pero sin hacer estragos; lo vimos comenzar la invasión, pero también
vimos como acababa inmediatamente, al comparecer esta imagen milagrosa. Con estas
mismas manos la extrajimos del sacro recinto y la colocamos al pie del altar; pusimos
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nuestros hombros a disposición de este peso dulcísimo, para llevarla en procesión, nueva
arca de paz y la llevamos para confirmar nuestra esperanza”.
En el mismo discurso gianelli introdujo un texto con el que dio testimonio del espíritu
de penitencia de los chiavareses durante los días del cólera. En la ciudad desapareció el
terror, el susto… desaparecieron, milagro aun mayor, los escándalos, los desórdenes, los
pecados y hasta el aire mismo de l libertinaje, de la disipación… Cuánta piedad, cuánta
compunción, cuántas lágrimas! Lágrimas no de tristeza, ni de dolor; eran lágrimas de afecto y
devoción, de gratitud y de alabanza… Mi querida Chiávari, cuán hermosa y envidiable
resultaste en esos días! Un paraíso… No, un paraíso no eras, pero en parte lo parecías”.
La Pastoral de Gianelli puede bien llamarse “presencial” en estos tiempos en que
hablamos de presencialismo. Fue una pastoral a todo campo, sin ángulos muertos, a la que
sacrificaba todas sus energías, cada hora y cada día y muchas veces parte de la noche.
El secreto de sus logros fue estar siempre presente a las exigencias de su vocación y
de su ministerio sacerdotal: una presencia concreta y prodigiosamente activa, no amenazante
ni molesta, sino fraterna, estimulante y confortante.
Presencia en el mal para descubrirlo, en el bien para incrementarlo; presencia en el
sufrimiento para aliviarlo, en las necesidades para satisfacerlas. Benedicto XV dijo: “el Santo
estuvo devorado por su celo” En el Evangelio, esta expresión cualifica el único gesto de
violencia realizado por Cristo cuando echó a los profanadores del templo y los discípulos
recordaron lo que estaba escrito: “El celo de tu casa me devora”.
En la Biblia, el celo es comparado con el ardor del fuego y es sinónimo de celosía: el
aspecto trágico del amor. Dios mismo es definido como “un fuego devorador”.
Ya se hizo mención de la acusación hecha a Gianelli de excesiva severidad; en
realidad era seriedad, coherencia, sentido de responsabilidad en el vivir su sacerdocio y su
episcopado. El era profundamente feliz cuando podía ser plenamente sacerdote y Pastor, en
contacto vivo y vivificante con las almas, que tenían necesidad de él y solo cuando podía
gastarse por la gloria del “Dios celoso”, se sentía feliz de ser instrumento de Dios y de su
misericordia.
Mons. Salvador Garófalo, autor de este artículo, remanda para todas las citas directas
que aparecen en el texto, al libro: “UN GRAN OBISPO PARA UNA PEQUEÑA DIÓCESIS”,
(Ediciones Paulinas 1989).
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