Documento 607859

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‘Mi Cáncer Fue un Don’
por el Rabino David Wolpe
Este artículo fue publicado por primera vez en la revista Moment Magazine
Mi cáncer validó mi compasión y me ayudó a mostrarles a otros que la muerte es una
oportunidad para enseñar nuestras más grandes lecciones.
Estaba parado al lado de la cama de un amigo que se estaba muriendo de cáncer. Quería
saber por qué estaba enfermo, por qué debía morir, por qué tenía que dejar a sus hijos y
nietos. Como su rabino, estaba armado con muy pocas respuestas. Podía decirle que era
parte del plan de Dios o podía confesarle que no lo sabía. Ninguna des las dos respuestas
me parecía la indicada.
De modo que lo que hicimos fue intercambiar historias acerca de la quimioterapia. Mi
cabello estaba recién empezando a crecer otra vez después de una ronda con mi linfoma; el
suyo, poco para empezar, había desaparecido debido a las drogas que se habían
concentrado en todas las células de rápido crecimiento en su cuerpo. Habían hecho un
trabajo perfecto en su pelo pero no en su cáncer.
Hablamos acerca de la extraña gratitud que sentíamos por el veneno medicinal a
medida que corría por nuestras venas. Hubo un momento de solidaridad, después la tristeza
volvió. Las historias de combates no son nostálgicas cuando terminan en la
muerte.
“Pero lo menos tú entiendes,” dijo. Me recordó nuevamente que mi cáncer fue un don;
como rabino validaba mi compasión. La gente sabía que yo realmente comprendía, que mi
familia y yo no estábamos ilesos. Me parecía que siempre había agujas colgando de mi
brazo y que estaba siempre siendo empujado dentro de tubos de metal para resonancias y
fotos y pruebas. Soportar la elaborada tecnología de la supervivencia crea una clase de
solidaridad tribal.
“¿Y,” me preguntó, “por qué te pasó a ti?”
¿Contraje cáncer por alguna razón? Cuatro años antes de mi linfoma había sido operado de
un tumor cerebral, gracias a Dios, benigno. Cinco años antes de esto, después del
nacimiento de nuestra hija, mi esposa tuvo cáncer y una operación que la dejó
imposibilitada de tener más hijos. Después de cada experiencia, la gente me preguntaba
que significaba. Ahora alguien me estaba preguntando no por curiosidad o ni siquiera por
hambre espiritual, sino que lo hacía por urgencia espiritual.
Nos miramos por un buen rato. Sé lo que no significa, le dije. No era un castigo. El
cálculo de recompensa y castigo en este mundo es sin duda más complejo que el pecado es
igual a cáncer. Una cosa está clara: el cáncer no es sólo acerca de ti. Aquellos que te
quieren también sufren. Las ondas expansivas no terminan.
Enfrentándonos a nuestra propia mortalidad, los roles tradicionales habían desaparecido.
Ya no éramos rabino y congregante, hombre joven y hombre mayor, recordé ahora
el primer versículo del Libro de Reyes, Capítulo 2, ya no se refiere al Rey David por su
titulo cuando se estaba aproximando a la muerte:: “Empero se acercaban los días en que
debía morir David…” Cuando nos acercamos a la muerte ya no podemos ocultarnos atrás
de títulos y estatus. El hombre y yo éramos dos personas que habíamos pasado por
enfermedades similares. Uno de nosotros, por ahora, estaba en remisión, y el otro moriría
primero. Y ninguno sabía por que.
Me dijo que no era por su propia vida que temía, sino por lo que le pasaría a su familia.
¿Cómo los afectaría su pérdida? Recordé la sorpresa que sentí, cuando me entraron en
camilla a la sala de cirugía, porque sentía tan poco miedo a la muerte; en cambio tenía
miedo de las consecuencias de mi muerte. No temía por mí sino por mi esposa y mi hija.
¿Creía en otro mundo? No estaba seguro, pero tenía esperanzas. Me aventuré a decirle que
todo lo que un ser humano era – sus esperanzas y sueños, el amor y los dones – no podían
desaparecer completamente. La vieja analogía era correcta: Existe un nacimiento en este
mundo que nunca nos hubiéramos imaginado. ¿No podría existir un nuevo nacimiento en
otro mundo, igualmente fuera del alcance de la imaginación humana? La vida, como dijo
una vez el escritor Vladimir Nabokov, fue una sorpresa tan increíble ¿por qué debería ser
menos sorprendente e increíble la muerte?
Sonrió y compartimos un momento de esperanza. Quizás toda la terapia, todas las
tomografías, resonancias e inyecciones, solamente habían pospuesto la consumación de una
imaginable vida futura.
Pero pronto volvimos al presente. Morir es perder todo lo que conocemos, todas las
maravillas de este mundo y su gente. Morir es dejar tantas historias sin terminar y perderse
el próximo acto de las historias de otros, aquellos a quienes conocemos y amamos.
Sí tuve una reflexión que podría ofrecerle un tenue consuelo. Cuando estuve enfermo me
resultó evidente lo cuidadosamente que otros miraban mi reacción – ¿me ayudaría en algo
mi fe se preguntaban? ¿Ofrece una práctica profesional del judaísmo algo de fuerza? El
sentir sus ojos sobre mí me ayudó a darme cuenta que en la enfermedad no
estamos impotentes – todavía tenemos la habilidad de enseñar.
Le dije a este hombre, mi amigo, mi prójimo, que sus hijos y nietos lo estaban mirando.
Que tenía la oportunidad de enseñar su mejor lección. Iban a recordar mucho sobre él, sin
duda, pero nunca olvidarían como murió. Su aceptación, su dignidad, hasta su esperanza
podían cambiar sus vidas.
Le conté que todas las semanas estudiaba Torá con un hombre que acababa de cumplir 90
años. Muchas veces me había relatado lo que su madre le había dicho cuado se estaba
muriendo: “Hijo mío, notemas. Es sólo la muerte, y le pasado a todo aquél que jamás haya
vivido.”
En la habitación del hospital nos tomamos de la mano, y estuvimos de acuerdo que
dejaríamos esta vida con palabras de amor y de esperanzo en un despertar por venir. Poco
después falleció. Sus hijos hablan de él con veneración por su vida y por la forma en que
enfrentó a la muerte. Como sucede con todos los encuentros espirituales, no hubo que dio y
uno que tomó; hubo dos que estuvieron de pie juntos y delante de Dios, y aún en su tristeza
se sintieron bendecidos.
Traducido por Ría Okret
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