el carácter

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EL CARÁCTER
Las etapas de su formación
Basado en el libro Ternura y Agresividad, de Juan José Albert
José Vicente Marín Rubio
Tutores: Pepita del Olmo y Ramón Bach
El Carácter. Las etapas de su formación.
José Vicente Marín Rubio
INTRODUCCIÓN
Leyendo este libro me he sentido conmovido al ir comprendiendo mi propio carácter, y la
manera como me he ido construyendo desde el momento de mí nacimiento, pagando el
precio de perder la identidad que con tanto anhelo estoy buscando. Como dice el autor,
“esto necesariamente tiene que ser así, pues no disponemos de energía suficiente para
mantener el esfuerzo de permanecer con la atención en nuestro propio ser, y a la vez,
tratar de evitar el displacer que nos causa la no aceptación de sus manifestaciones
espontáneas, por la escasa comprensión y tolerancia del medio que nos rodea, y caemos en
la mecanicidad compulsiva de hacer como sentimos que se nos pide que seamos. Estos
condicionamientos nos desconectan de nuestra consciencia y nos proporciona una falsa
sensación de identidad.”
De este libro quiero compartir una pequeña parte en la que hablaré de la energía de la que
disponemos y de lo que hacemos con ella en las diferentes etapas de nuestro crecimiento.
Son etapas que todos tenemos en
común y que dan lugar a diferentes
tipos de carácter. Todos los caracteres
participan de rasgos propios de otras
Para el presente trabajo me he basado en la
etapas del desarrollo, distintas de
lectura del libro Ternura y Agresividad,
aquella en la que quedó anclada su
de Juan José Albert Gutiérrez, cuyo
fijación principal, siendo precisamente
subtítulo es “Gestalt, Bioenergética y
este hecho uno de los factores que más
Eneagrama”, pues en él se integran estas
contribuye a caracterizar a cada
tres visiones con las que tratamos de
individuo. Dicho de otro modo, todos
comprender como funcionamos y quiénes
tenemos una parte de orgullo, de
somos.
envidia, de miedo… y a mí lo que me ha
parecido interesante es ver la manera
en que estos han ido apareciendo desde
el momento de nuestro nacimiento y
durante toda nuestra infancia.
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El Carácter. Las etapas de su formación.
José Vicente Marín Rubio
CONCEPTOS PREVIOS
Energía básica
Lo primero que me ha llamado la atención es la teoría de Reich de que tenemos una única
fuente de energía disponible puesta en marcha por las excitaciones vegetativas, y que dicha
energía se emplea tanto para la expresión (coger una manzana del árbol cuando tengo
hambre) como para la inhibición (no cojo la manzana porque no debo robar) de la acción
necesaria para restablecer el equilibrio organísmico. Por tanto las excitaciones vegetativas
tienen la función de satisfacer las necesidades del organismo.
Es importante saber también, para llegar a comprender el funcionamiento de nuestro
organismo, que disponemos de dos subimpulsos. Uno de ellos es el subimpulso tierno, cuya
función es señalarnos que tenemos una necesidad. Junto a este existe también un
subimpulso agresivo, cuya función es la de pasar a la acción para satisfacer dicha
necesidad, y así alcanzar el estado de equilibrio y relajación. Estos dos impulsos
constituyen el Impulso Unitario, el impulso con el que se satisface la necesidad, y para el
cual tenemos disponible la energía básica de la que hablaba en el párrafo anterior.
Los problemas aparecen cuando dichas necesidades no se satisfacen. La situación continúa
abierta, pues esta energía sigue pulsando sin permitir llegar al estado de relajación inicial.
En este caso hay una frustración por la insatisfacción, que si se va repitiendo en el tiempo,
se acumulará en forma de tensiones musculares y emocionales, alejándose cada vez más
del estado de reposo.
Para evitar sensaciones displacenteras por la insatisfacción de la necesidad, el individuo
puede llegar a insensibilizarse, y los contenidos emocionales que demandan satisfacción
pueden ser apartados de la consciencia por los mecanismos de defensa; pero aun así, la
energía continuará pulsando para lograr su finalidad: satisfacer la necesidad. Es en este
momento cuando aparece la neurosis, pues como decía Perls, cuando el individuo es
incapaz de percibir sus necesidades o de manipular el ambiente para lograr satisfacerlas,
entonces se comporta de un modo desorganizado e inefectivo, haciendo demasiadas cosas a
la vez.
Esta energía que no puede seguir el camino de la expresión para la satisfacción por haber
sido inhibida, pero que sigue pulsando hacia el medio, es la energía estásica. Una parte de
esta energía se tiene que disponer como función de defensa para mantener inhibidos los
impulsos. Esta energía pierde su función para el contacto, tanto interno como externo, y
con ello el Impulso Unitario pierde capacidad energética global. Esta pérdida la
experimentamos en nuestro organismo como desenergetización.
Los bloqueos (físicos, emocionales o intelectuales) que mantienen crónicamente a las
gestalts inconclusas, son la tensión constante entre una energía que tiende a expresarse y
otra de intensidad similar que lo impide defensivamente. Todo el organismo padece esta
tensión, pero se arraiga fundamentalmente en la musculatura estriada, contribuyendo a la
morfología corporal. De esta manera se estructura la coraza muscular, que no es otra cosa
que la ubicación en nuestro cuerpo de los bloqueos energéticos y los mecanismos de
defensa psicoemocionales relacionados con las gestalts inconclusas. Las corazas cumplen
la función de adecuar la adaptación del individuo al medio.
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El problema aparece cuando las corazas se estructuran rígidamente y pierden su
capacidad de movilización y adecuación de las necesidades. Esta rigidez bloquea y
distorsiona la percepción que el individuo tiene de sí mismo y del entorno, dificultando su
relación consigo mismo y con el ambiente. A través de la terapia tratamos de recuperar el
equilibrio energético y funcional de los subimpulsos tierno y agresivo y, junto con este
equilibrio, la capacidad de darnos cuenta y actuar. El autor coincide con la opinión que
tienen Reich y Perls de la importancia del darse cuenta, pues sólo a partir de este se puede
restaurar y arraigar la función del subimpulso tierno, que es el que nos da la información
acerca de las propias necesidades y gracias a la cual se estructura la identidad del ser.
Mediante los bloqueos se reprime el fluir energético del impulso, disponiendo una defensa
que se vuelve contra nosotros mismos, conocida como retroflexión. Una vez que el proceso
queda interrumpido se reprimen los contenidos emocionales, dando lugar a también a una
distorsión cognitiva. De esta manera se sigue la ley natural del mínimo gasto energético
para el mínimo displacer posible, ya que no ha podido ser conseguir el máximo placer
posible con el mínimo gasto energético. Esto enlaza con la forma de estructuración de la
neurosis según Perls, que decía que “es la técnica más efectiva para mantener el balance y
sentido de autorregulación en una situación en la cual siente que la suerte no le favorece”.
Lo mismo se puede decir del carácter, ya sea este más o menos neurótico. Cuando un
bloqueo se mantiene en el tiempo la pulsación de energía estasica que siempre tiende a
manifestarse, aparecerá a través de algún rasgo del carácter.
Con la formación del carácter conseguimos el mejor de los equilibrios posibles y estables
para sobrevivir al medio. Cuando los mecanismos de defensa correspondientes a dicho
carácter son insuficientes para esconder la pulsación energética, aparece la angustia.
Según Perls, la angustia es “una excitación tremenda estancada”. Para reducir dicha
excitación hemos de desensibilizar el sistema sensorial, pero lo que ocurre es que si sólo
desensibilizamos el sistema sensorial, lo que se reduce es la percepción, pero la excitación
no sólo continuará, sino que aumentará su intensidad y tenderá a manifestarse como
angustia.
Según el autor, a medida que la persona resuelva sus bloqueos corporales y
psicoemocionales, podrá ir dando cierre a las gestalts inconclusas, liberando así la energía
estasica contenida en los bloqueos relacionadas con ellas. Al fluir esta energía disminuye
la pulsación de la excitación, y también el nivel de angustia. Se trata de reconocer en el
aquí y ahora las necesidades y deseos que han quedado incompletos e insatisfechos a lo
largo de la historia evolutiva, y con este darse cuenta tener la posibilidad de cerrar estos
procesos de una manera más sana, y conseguir un nuevo equilibrio. Yo creo que el cierre
de gestalts es importante porque la simple liberación de energía, energía que estábamos
empleando como función de defensa, nos producirá una angustia que antes no podíamos
sentir. Por eso el trabajo debe realizarse a nivel corporal, cognitivo y emocional.
¿Qué es el carácter?
Dicho de una forma rápida, el carácter es el modo como funcionamos. Este modo de
funcionar se ha ido esculpiendo en nuestro organismo, siendo modelados por las huellas
que han dejado las gestalts inconclusas y pendientes a lo largo de nuestra vida y también
por las gestalts que han sido completadas de forma satisfactoria.
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Desde niños, y a lo largo de nuestra vida, se nos va complicando nuestra propia
autorregulación, quedando distorsionado el contacto con nosotros mismos y con el entorno.
Esto puede ser por la falta de confianza de los adultos en la propia capacidad de
autorregulación del organismo infantil, o por la dificultad del medio para atender a la
expresión espontánea del niño y a la satisfacción de sus necesidades. Será por tanto
importante el modo como se desarrolla la relación del niño con sus padres para un
desarrollo adecuado de la posterior relación del adulto con el ambiente.
Para Perls, lo que es activo en terapia es lo que no ha sido: un déficit o algo que falta. El
organismo infantil necesita alcanzar el mejor equilibrio posible en relación con el medio en
el que nace, es decir, el balance entre las gestalts inconclusas y las que se han satisfecho
adecuadamente. Este equilibrio está en movimiento, pues pulsan las gestalts inconclusas
para poder completarse, y cuando este movimiento está impedido se estructura en un
carácter con más o menos rigidez, o sea, más o menos disfuncional para la relación consigo
mismo y con el medio, más o menos neurótico en definitiva. Porque, a decir de Perls, si el
individuo ha de sobrevivir, tiene que cambiar constantemente. Cuando el individuo se hace
incapaz de alterar sus técnicas de manipulación y de interacción, surge la neurosis.
El carácter es por tanto la forma que tenemos para alcanzar el equilibrio, neurótico, pero
imprescindible, impuesta por el medio. El medio obstaculiza, y el individuo debe desviar la
dirección de su energía, en un principio encaminada a satisfacer la necesidad, y lograr en
su lugar una satisfacción sustitutiva. El carácter resulta pues de la satisfacción de la
gestalt lograda con el mejor de los equilibrios posibles para el organismo del niño en el
medio en el que se va desarrollando. No puede el niño lograr la plena expresión dirigida a
satisfacerse, y parte de su energía se dispondrá en función de contención, para de esta
manera protegerse a sí mismo de la amenaza de un mundo avasallador (Perls). Esta
energía de contención también evitará que las necesidades a satisfacer se hagan
conscientes, evitando su correspondiente frustración. Sería esta una función
desenergetizadora para evitar que el organismo entre en contacto con esa necesidad. Otra
función del carácter, según Reich, sería la de evitar los peligros implicados en la
gratificación de los instintos. Según el tipo de carácter, estos instintos se verán
gratificados de una u otra manera.
Para el autor, el carácter conlleva una merma en la disponibilidad energética para el
contacto, tanto con el mundo interno como el externo; y lo que ganamos en equilibrio lo
perdemos en capacidad de ser y de expresarnos. Terapéuticamente podemos utilizar las
tensiones psíquicas y corporales, que son la manifestación de las necesidades, para
alcanzar un equilibrio más saludable.
La resistencia al cambio tiene su origen en la pérdida de confianza en propia capacidad
de autorregulación, y es el conjunto de actitudes que mantienen la dificultad ante la
posibilidad de cambio. Ese cambio puede consistir en variar la forma de pensarnos o de
sentirnos, que actualmente es una fuente de sufrimiento.
Esta falta de confianza en la autorregulación (o Sentimiento Básico de Confianza), surge
de los límites impuestos por el ambiente y el condicionamiento del desarrollo según los
intereses (conscientes o no) del medio familiar y social en el que hemos nacido. De este
modo desconocemos tanto nuestros límites como nuestras potencialidades reales, y como
desarrollarlas.
La resistencia es una función de defensa del carácter, y protege a la persona de
experiencias dolorosas, reales o fantaseadas. Por eso, el autor, advierte que la resistencia
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no se debe intentar eliminar en el proceso de psicoterapia. Ella sola caerá a través del
darse cuenta en el aquí y el ahora, y pueda desarrollar una actitud más madura arraigada
en el presente. Lo que propone es respetar la resistencia y trabajar con lo que la persona
muestra de sí a través de su carácter, con lo más superficial y obvio de las actitudes y
conductas que experimenta en el
presente como fuente de sufrimiento.
Esos rasgos del carácter son huellas
Juan José Albert, en su trabajo
del pasado, por lo que también tiene
bioenergético, lo que hace es movilizar la
presente la historia de la persona, con
energía que mantiene los bloqueos
lo que cuenta y lo que no, y de la cual
musculares, para ir recuperando la
se guarda memoria en el organismo,
capacidad sensorial y activando la memoria
aunque sea una memoria inconsciente.
organísmica. Poco a poco la persona irá
La tarea es hacerla consciente y
desvelando la información necesaria para la
asumirla en el presente.
toma de consciencia de aquellas gestalts
inconclusas, y que espontáneamente
Los emergentes intelectuales que
tienden a hacerse figura.
aparecen al trabajar el cuerpo han de
dejarse discurrir libremente, sin
ponerse a favor o en contra, pues
generalmente son un intento defensivo
más de seguir procesando las sensaciones y emociones que van apareciendo. Son parte de
la resistencia al cambio. El autor insiste tanto en este punto, que aconseja no poner
nombre a estas sensaciones y emociones que aparecen, pues no es necesario nombrarlas
para que existan, y por el contrario, si las nombramos, lo haremos siguiendo la línea de
pensamientos compulsivos que han fijado el carácter, y por tanto, se pueden reinterpretar
distorsionadamente.
El autor se muestra claramente a favor del diagnóstico que nos puede aportar el estudio
del carácter. Es algo así como un mapa, que podemos utilizar. La experiencia individual de
cada persona la hace singular, pero se ajusta suficientemente a unos patrones como para
poder utilizarlos de punto de partida y guía. Dicho diagnóstico debe quedar siempre
abierto, y puede ser modificado a medida que cliente y terapeuta se conocen mejor. Al
contrario que en medicina, un diagnóstico cerrado y rígido es un inconveniente, pues
siempre esperaremos del cliente las mismas cosas, en lugar de ser una guía de inicio y
ayuda para tener una visión panorámica, cambiante y creativa. Si las personas estamos en
constante cambio, el contenido del diagnóstico también ha de estarlo, o se quedará
obsoleto. En resumen, no se trata de un diagnóstico cerrado y condenatorio, sino uno
abierto orientado hacia las salidas y los estados más saludables.
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EL LEGADO FAMILIAR
Desde que nacemos somos un organismo potencial que evolucionamos constantemente
hasta el momento de nuestra muerte, y estamos en disposición de una dotación congénita
que es en parte heredada, en parte propia y en parte adquirida durante la vida en el
vientre de nuestra madre. Lo que heredamos incluye la huella que ha dejado las
experiencias de nuestros antepasados. Lo que adquirimos en el vientre de nuestra madre
son las influencias de experiencias sensitivas, sensoriales y emocionales de esta en la
concepción y durante la gestación. Esto tendrá repercusión sobre el modo en que
reaccionemos tanto ante las percepciones de nuestro propio organismo, como las que
provengan del mundo exterior.
La dinámica que se dé entre estos tres aspectos (energía encarnada e individualizada,
estructura genética hereditaria y experiencias intrauterinas) y su relación y reacciones
frente al ambiente (en especial con los padres), forman la base para el desarrollo del
individuo como personalidad. También serán la base sobre la que se estructurará un tipo
concreto de carácter.
El carácter es, en base a esto, una función de la personalidad que surge reactivamente
como un intento de adaptación del niño ante las vivencias que experimenta consigo mismo
y con el mundo. La patología vendrá determinada por las estrategias y tácticas de defensa
elaboradas frente a las experiencias de insatisfacción y displacer. Para estructurar dichas
defensas es necesario contener el fluir espontáneo de la personalidad, lo que implica una
pérdida de contacto con el ser auténtico de cada persona, y por tanto, con la capacidad de
conocernos, amarnos y satisfacernos.
En cuanto al instinto, este se puede considerar como la dirección que toma la energía
básica de cada individuo, que es la energía sobre la que se desarrolla la personalidad y
más tarde el carácter. Los instintos serían la manifestación del impulso de vida, y uno de
los puentes entre lo orgánico, lo psicoemocional y lo espiritual que constituyen la
naturaleza y esencia del ser humano.
Los instintos humanos que considera el autor son el sexual, el social y el de conservación.
Su desarrollo pleno implican equilibrio y armonía energética, y su desarrollo disarmónico
en la relación entre ellos son los que le dan las cualidades específicas a cada carácter y a
cada individuo.
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FASES DEL DESARROLLO
Son estas las etapas de nuestra evolución por las que todos hemos tenido que pasar hasta
que se ha configurado nuestro carácter definitivo. Dicho carácter dependerá del hecho de
haberlas superado con mayor o menor éxito, pero teniendo en cuenta que todos hemos
pasado por ahí, y por tanto algo de cada carácter podemos reconocer en nosotros; es decir,
que todos tenemos una parte esquizo, una parte oral, una parte masoquista, etc. Todos
hemos vivido la frustración o el displacer en cada etapa del desarrollo, y dependerá de la
intensidad y de la duración de este lo que determine nuestro funcionamiento caracterial.
Fase preoral. El componente esquizo (fijado en el eneatipo V)
Esta fase comprende los tres primeros meses de vida del bebé, y durante estos se
deberían dar las condiciones necesarias para un buen arraigamiento del Sentimiento
Básico de Confianza en la Existencia. Es en este periodo en el que se estructura
nuestra parte esquizoide.
En esta primera fase solamente disponemos del reflejo de succión para alimentarnos y
asegurarnos la vida. Aún permanece inmadura la sensibilidad táctil y oral, y no sentimos
todavía el placer del chupeteo, que se desarrollará al final de esta fase y en los comienzos
de la fase oral. En esta fase sentimos la tensión de hambre, y succionar es un reflejo de
dicha tensión.
Las únicas percepciones que tenemos en estas primeras semanas son las de nuestro propio
sistema sensitivo, sin que el mundo exterior exista para nosotros, y somos por tanto el
centro de un universo ilimitado. Aun no estamos capacitados para proceso cognitivo alguno
por la inmadurez de la corteza cerebral. Somos una percepción sensitiva pura, sin
experiencia alguna de límite, y no tenemos la conciencia de que somos un ser que está en
algún lugar.
Sí tenemos experiencia sensorial de estados internos, que se limitan exclusivamente a los
estados displacenteros, que pueden ser hambre, sed, frío... Dichos estados nos apartan de
la percepción plácida del contacto con nosotros mismos, es decir, mientras duran estos
estados interrumpimos el contacto con nosotros mismos. Cuando estas interrupciones son
intensas y continuadas en el tiempo tendrá lugar una distorsión y un déficit en el
arraigamiento del Sentimiento Básico de Confianza en la Existencia, y será sustituido por
una percepción amenazante y displacentera.
La energía, en este caso, deja de seguir su curso natural, es decir, la satisfacción,
relajación y placidez, y se mantiene un estado sensitivo de tensión displacentera.
Dependiendo de la duración e intensidad, estas interrupciones en nuestra autopercepción
plácida fijarán el carácter esquizoide o únicamente aparecerán como rasgos en otros
caracteres.
Según el autor, el esquizoide viene al mundo en un momento en que su madre, no es capaz
de tener un contacto tierno, en un momento en que tiene congelada su capacidad amorosa.
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Esto puede ser un estado más o menos permanente en ella, o puede ser simplemente una
coincidencia de las circunstancias del momento. Esta hostilidad no tiene por qué estar
dirigida al bebé, pero existe sin embargo la presencia de un sentimiento de odio en estas
primeras semanas de vida, y probablemente durante el embarazo. Puede tratarse de
estados depresivos en la madre, de moderada intensidad, pero con sentimientos y
pensamientos de muerte (aunque no existan ideas de autolisis), que tendrá un reflejo en la
relación de la madre con su hijo. La madre no se sentirá capaz de atender
satisfactoriamente a su hijo, y llegará a vivir al bebé con sentimiento de estorbo. También
situaciones pasajeras conflictivas, que den lugar a estados de irritabilidad, pueden dar
lugar a la congelación de sentimientos tiernos en la madre.
Más nocivo será para el bebé la relación cuando esta congelación del sentimiento amoroso
tenga su origen en las estructuras caracteriales de la madre, es decir, será peor para el
niño cuanto menos consciencia tenga la madre de que tal sentimiento proviene
exclusivamente de ella, y que el hijo es exclusivamente el receptor.
La proximidad de la madre con este tipo de sentimientos será vivida por el bebé como una
amenaza a su existencia, pues es en esta etapa es muy sensible a su destructiva energía.
Cualquier bebé es capaz de percibir sentimientos que, aunque no se manifiesten
explícitamente, están presentes en el estado emocional desde el que la madre se relaciona
con él, debido a que en esta época, aún se mantiene plenamente abiertos sus canales
intuitivos de percepción sensitiva, siendo receptivo a las sensaciones de placidez,
tranquilidad y confianza que le transmiten algunas personas; o a las de intranquilidad y
desconfianza que le transmiten otras, que se vivirán como amenazantes cuando sean lo
suficientemente intensas y prolongadas.
En el caso de que la madre esté vivenciando estos sentimientos de odio, sea cual sea el
objeto del mismo, el bebé lo experimentará de manera directa e intensa, sin distorsiones
sensoriales. Experimentará la destructividad de dicho sentimiento como una sensación
intensamente displacentera y amenazante, que interrumpirá el contacto plácido consigo
mismo. Lo que ocurre, por tanto, es que en el momento en que el bebé manifiesta su
necesidad, a fin de que ésta sea satisfecha para poder relajarse de nuevo, sentirá un
intenso displacer producido por el estado emocional de la madre, por lo que sentirá
interrumpido el contacto por el que experimenta su existencia. Dicho de otro modo, al
tiempo que satisface una necesidad básica, percibe como su vivencia de existir se ve
interrumpida, quedándose fijado, no en dicha experiencia de satisfacción sino en la del
displacer, al ser ésta sensorialmente mucho más intensa.
Por eso en el carácter esquizoide la satisfacción de las necesidades va ligada a una
intuición sensitiva de amenaza a la existencia. A esta edad, este peligro no lo puede
todavía ubicar en el mundo exterior, y por tanto, procederá de él mismo. Por eso la defensa
se organizará de la siguiente manera: si cuando siente la necesidad y pide se siente
profundamente alterado, su energía se dispone para disminuir la sensación de necesidad y
para disminuir la intensidad de la demanda, quedando la energía disponible pulsando
como sensación de angustia.
Aclara el autor que el nombre esquizoide hace referencia a la dificultad de integrar las
percepciones intelectuales, emocionales, sensitivas y sensoriales, puesto que su mecanismo
de defensa contra el displacer que experimenta, ha recurrido a la compartimentación de su
propio organismo y de la vida, de manera que mantiene una disociación parcial entre lo
que necesita, lo que siente y lo que piensa. Esta desconexión evita que la percepción de la
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necesidad se asocie a la correspondiente emoción, y vaya seguida del movimiento necesario
para procurarse la satisfacción. Este proceso será sustituido por una idealización de la
autosuficiencia, procurando necesitar muy poco, y menos aún pedir a otros que le cubran
las necesidades del tipo que sean. Esto le llevará a establecer relaciones interpersonales
basadas en la funcionalidad de uso, evitando los vínculos emocionales.
Repito que en este momento del desarrollo, como el bebé carece de capacidad perceptiva
del mundo exterior, procesa su experiencia como si fuese autogenerada y autosatisfecha:
cuando siente necesidad y la expresa, él mismo se satisface. El otro (la madre) no existe
todavía. Por tanto es la percepción de su propia necesidad lo que siente que le amenaza. A
medida que avanza en su desarrollo intelectual, si esta sensación displacentera persiste,
su fijación será “cuanto menos necesite, más seguridad tendré”.
Fase oral. El componente oral (fijado en el eneatipo IV)
Esta fase comprende el periodo que va desde el final del tercer mes de vida hasta el
decimoctavo. En estos momentos se produce la maduración neurológica, tanto sensitiva
como motora, de la boca. Esta zona comienza a existir en su cuerpo, y por lo novedoso que
le resulta, acaparará toda su atención. Se percibe a sí mismo y al mundo externo a través
de la función oral, de modo que todas sus experiencias irán ligadas y superpuestas a
dichas percepciones.
En esta etapa pasará de sentirse el centro del universo (fusionado como estaba con la
madre a la que no diferenciaba de sí mismo) a darse cuenta de que se encuentra en una
situación de indefensión y que depende de otra persona ajena y externa a él. Esto
supondrá evolucionar desde el sentimiento de que todas sus necesidades han de ser
satisfechas inmediatamente, sin tolerancia a la frustración, hasta ir asumiendo que
depende de otro, que aunque lo cuide y alimente, también será fuente de dolorosas
frustraciones. Frustraciones que van desde la postergación en la satisfacción de sus
necesidades hasta la percepción de sí mismo de no encontrarse en el centro del mundo. Así
aprenderá a verse como un ser dependiente, y pasará a ver como la madre empieza a
atenderle cuando ella lo decida y no cuando él lo necesite o quiera.
Paralelamente también van madurando otros sistemas y funciones del organismo, como
son el sistema locomotor y la función cognitiva, que son determinantes para que el niño
pueda alcanzar independencia y autonomía, y mayor capacidad de comunicarse y expresar
sus necesidades.
Durante esta época el niño se empieza a despegar de la madre, intentando contactos más
allá de esta. Por eso necesita tener seguridad en el medio que le rodea y la máxima
satisfacción de sus necesidades básicas, para que el desarrollo esté ligado lo menos posible
a sensaciones displacenteras que puedan originar experiencias de angustia.
También es en esta fase cuando se inicia la estructuración del núcleo del yo, cuando el niño
empieza a crearse una cognición de sí mismo a través de la imagen especular que le
devuelven las personas que le rodean (sobre todo sus padres, y la madre en mayor
medida). Dicho yo se estructurará a partir de las percepciones sensitivas que el niño tenga
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de sí mismo en relación a sus estados de satisfacción, relajación y placer, o a los de
insatisfacción, tensión y displacer. Las percepciones sensoriales tienen gran importancia,
pues no es capaz de discriminar entre lo que proviene del mundo exterior y del mundo
interior. Lo que percibe de sí mismo aun un lo relaciona con los estímulos externos, y se
percibe como omnipotente y único en el mundo, origen y destino de todos sus estados. Es
este el momento cuando comienza a desarrollarse y a arraigarse el sentimiento básico de
confianza en el medio y en la propia identidad.
En esta época el niño no dispone de un sistema defensivo para la neutralización o
contención de la angustia originada por las experiencias frustrantes. Cuando siente
displacer el bebé llora y patalea, y si no se le satisface esta sensación empieza a vivirse
como angustia. La percepción de la angustia como falta de satisfacción dependerá de que
la frustración sea lo suficientemente intensa y duradera, ya que continuará llorando hasta
que se le satisfaga o se le consuele, o bien hasta que se agote y se deprima como
mecanismo de defensa.
Si bien en un principio los estados displacenteros son vividos como ocasionados por él
mismo, más adelante los relacionará con la madre, también percibida como parte de sí
mismo, por lo que introyectará a la madre hostil, que no le ha proporcionado satisfacción
en el momento de su demanda. La introyección de la madre buena vendrá condicionada
por la posibilidad del niño de ver reconocida su necesidad por parte de esta, es decir, que el
niño pueda comprobar que cuando siente una necesidad esta se ve satisfecha de forma más
o menos satisfactoria.
El niño en esta etapa permanece en un constante anhelo de satisfacción. Por eso en este
tipo de carácter la dependencia emocional, la tendencia a la angustia fácil y el estado
subdepresivo de base resulta nuclear. También hay una tendencia a percibirse a sí mismos
con un sentimiento de devaluación,
mayor cuanto mayor haya sido la
frustración y la angustia, que
Todos elaboramos defensas contra el
conducen a un déficit del Sentimiento
sentimiento de angustia que la carencia
Básico de Seguridad en el medio, en sí
origina. Aunque tengamos el derecho
mismo y en la vida a causa de la falta
natural de ser atendidos, amados, cuidados,
de reconocimiento satisfactorio por
estimulados, alimentados y satisfechos en
parte de la madre. El niño sólo se
nuestras necesidades, las cosas no ocurren
siente reconocido cuando siente que
así. Por ello la carencia oral está presente
sus
necesidades
básicas
son
en la estructura de todos los caracteres.
reconocidas, cuando son satisfechas y
se le proporciona seguridad.
Si la relación que establece consigo
mismo y con el ambiente se desarrolla sobre una experiencia en la que predomine la
satisfacción, la relajación y el placer, se propiciará también el desarrollo y arraigamiento
del subimpulso tierno y amoroso hacia sí mismo, hacia la madre y hacia el mundo exterior,
con la confianza de que va a ser cogido y de que va a poder obtener, por sí mismo, la
suficiente gratificación. Es decir, podrá desarrollar de forma adecuada y sana uno de los
componentes del Sentimiento de Confianza Básico: el sentimiento básico de confianza en el
medio, y el primer germen del sentimiento de seguridad en la identidad de ser.
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Las tensiones originadas por el displacer son vividas como un peligro real para su vida, y
dará lugar a la aparición de la angustia intensa, pues no es capaz de concebir que lo que
está viviendo es algo momentáneo y que podrá ser satisfecho más tarde.
Cuando la energía empleada en la demanda (impulso agresivo) se ve frustrada más de lo
tolerable (por su intensidad o duración), esta demanda agresiva (sana) se convierte en una
exigencia de satisfacción (que puede ser inadecuada o desmedida). Cuando esta
satisfacción de la demanda es tan duradera y repetida que lleva al niño al agotamiento
físico, este se deprime energéticamente, y acaba llegando a la conclusión de que sus
esfuerzos por demandar lo que necesita son inútiles o poco eficaces. Esto le llevará a
percibirse como carente de valor para la persona de la que depende, e irá cayendo en una
situación depresiva energética y emocional, al perder la autovaloración amorosa de sí
mismo, al no poder establecer un contacto tierno con sus sensaciones.
Así, al acumular experiencias de fracaso y angustia, su componente agresivo perderá su
papel original (satisfacer su necesidad), y parte de esta agresividad se dirigirá hacia sí
mismo, que es quien siente las tensiones de las necesidades no satisfechas, y como todavía
no se distingue del mundo externo, sentirá rabia contra sí mismo al percibirse como origen
de su tensión, de su frustración y de su incapacidad para autosatisfacerse.
A medida que se da cuenta de que la fuente de insatisfacción es ajena a él, parte de esta
hostilidad se dirigirá a la madre. Si esta hostilidad es muy intensa, puede llegar a sentir
odio hacia la madre (o necesidad de destruir a quien necesita), de modo que se verá
atrapado en la angustiante experiencia de necesitar a la madre a quien necesita y el deseo
de destruirla. Este odio se convertirá, para no destruir realmente a la madre, en una
agresión hostil sádica que frustrará a la madre. Castigará a la madre negándole el amor.
Estos sentimientos acabarán siendo introyectados, de modo que el amor que se le negaba a
la madre, se lo acaban negando también a ellos mismos.
Es un carácter desenergetizado por el insuficiente contacto tierno consigo mismo, es decir
la energía ya no se utiliza para detectar la necesidad, pues esto es origen de displacer. Por
otro lado, la energía agresiva (para conseguir lo que quiere), también está inmovilizada
conteniendo su propia hostilidad. En consecuencia tendrán poca energía disponible para
atenderse ellos mismos. Esta desenergetización ocasiona en este carácter una permanente
sensación de vacío y un sentimiento crónico de carencia. Además está obstaculizada su
capacidad para retener los estímulos energetizantes que provengan del exterior, y en
consecuencia su demanda será constante y voraz, sin que puedan llegar nunca a sentirse
satisfechos. Esta dificultad para retener lo que reciben es la base energética de la envidia.
Fase anal. El componente masoquista (fijado en el enatipo IX)
En primer lugar aclarar que los rasgos masoquistas no implican un disfrute con el dolor o
con el sufrimiento, sino una dificultad para la obtención de placer, ya que el intento de
obtener placer está obstaculizado por una fantasía que implica miedo al castigo.
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El Carácter. Las etapas de su formación.
José Vicente Marín Rubio
La fase anal comienza aproximadamente en el año y medio de vida y llega hasta los dos y
medio o los tres años. El niño empieza a tener nuevas sensaciones como consecuencia de la
maduración del aparato excretor. A partir de este momento comienza a percibir la tensión
propia de la necesidad de evacuar, y su correspondiente relajación y placer cuando lo ha
hecho. Es decir, desde este momento puede empezar a relacionar el placer y la relajación
con la satisfacción de las necesidades.
Paralelamente adquirirá destreza y seguridad al caminar, y mejorará su coordinación en el
manejo de las manos. Ahora verá de otra manera el mundo de los adultos, alcanzará
nuevos lugares e incluso intentará alejarse de la madre. Con el mayor grado de autonomía
también vendrán nuevas experiencias gratificadoras o frustrantes y vivirá el permiso y la
complacencia o la prohibición y el castigo. También descubrirá la ambigüedad en las
respuestas de los adultos, ante las que el niño tenderá a confundirse.
Todo esto le hará madurar emocional y cognitivamente, a medida en que se vaya
confrontando con el medio. Irá dándose cuenta de cómo es la respuesta de los adultos ante
la expresión de sus necesidades, y también tendrá que ir adaptándose a las demandas de
estos mismos adultos para poder encontrar satisfacción a algunas de estas necesidades, en
especial la necesidad básica de seguridad.
Su corteza cerebral madurará, de modo que desarrollará su ser racional en la medida en
que pueda estructurar su pensamiento, siendo en esta época cuando empezará a
introyectar las normas familiares. Irá desarrollando su conciencia moral, lo que puede y no
puede hacer, y hará suyas las normas de convivencia que observa y comprende, y también
las que le son impuestas.
El control voluntario sobre sus esfínteres le otorgará el poder de dar o no dar algo de sí
mismo. Irá conociendo cuales son las
consecuencias de dar o no dar, y
descubrirá que tiene cierto poder sobre
Algunos rasgos masoquistas están, en mayor
sí y sobre los que le rodean. Significa
o menor medida, presentes en todas las
que comienza a influir voluntariamente
estructuras caracteriales como pautas de
sobre el medio, y desarrollará una
conducta estructuradas y repetitivas que nos
intuición que cristalizará en consciencia
dificultan la obtención de satisfacción y
de sí y de sus actos. Pero también
placer. Suponen una desconexión del
percibirá las manipulaciones de que es
contacto con la necesidad y el deseo como
objeto por parte del medio y le
estrategia de evitación de la angustia.
infundirán
confusión
en
esta
consciencia de sí y en su autonomía.
En este momento es capaz de compartir
sus experiencias y confrontarlas, e igualmente de oscurecerlas, transformarlas o
silenciarlas. Va aprendiendo que sus necesidades y deseos no siempre coinciden con lo que
se le pide o se le impone. Comienza a comprender el significado de la palabra NO, y la
llena de significado propio, sirviéndole para iniciar su proceso de individualización del
otro, pues le otorga la capacidad de oponerse a las acciones que ejercen sobre él y que no
desea. Si esta situación de la expresión de la necesidad básica que el niño tiene de
diferenciarse de los otros (madre incluida) se atiende y se respeta, se sentarán las bases
adecuadas para que el niño adquiera seguridad en su autonomía e individualización.
Hacia el final de la fase anal, aparece su necesidad de exhibirse como individuo y de
mostrar su cuerpo y lo que puede hacer con él, es decir, exhibir lo que es y lo que sabe de
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El Carácter. Las etapas de su formación.
José Vicente Marín Rubio
sí. Ante esta manifestación espera que se le apoye, que se le mire y se le admire, y necesita
que le devuelvan seguridad y buena imagen de sí mismo. Manipularlo, ignorarlo,
descalificarlo o humillarlo supone un serio inconveniente para la idea que se va forjando
de su estar autónomo en el mundo.
Cuando el niño no se siente apoyado, al igual que ocurría en las etapas anteriores, el ciclo
de satisfacción de la necesidad no conduce a la relajación, sino que se mantiene la tensión
o aparecen nuevas tensiones. Para evitar la tensión y el displacer se puede llegar a evitar
el contacto con la necesidad, y que su defensa de disponga en el sentido de interrumpir la
satisfacción antes de evocar el estado displacentero.
Cuando esta disfunción se mantiene de forma persistente en el tiempo, se producirá una
distorsión en la asociación de los procesos sensoriales, emocionales y cognitivos que
acompañan a la percepción de las necesidades, así como a su manifestación y satisfacción.
Tal confusión perceptiva dificultará notablemente la capacidad del niño a la hora de tomar
conciencia de los estados que simultáneamente percibe y que le dan cuenta de sí mismo.
Paralelamente sucede que no son respetadas las necesidades genuinas del niño y se le
imponen satisfacciones para necesidades que no siente y no demanda, o que son
inadecuadas y contradictorias con las que siente como propias, con lo que quedará
dificultada también su capacidad para evitar tensiones y displacer. Se bloquea entonces su
mecanismo de diferenciación cuando dice NO, a través del cual el niño intenta establecer
límites a las experiencias displacenteras.
Con todo esto se dificulta su capacidad para estar en contacto íntimo con sus deseos, para
sentirlos como propios y para, a través de ellos, ir reafirmando su individualidad como ser
autónomo. Se produce por tanto un insuficiente arraigamiento del Sentimiento Básico en
la individualización para la autonomía del ser y para procurarse activamente satisfacción
a sus propias necesidades y a sus deseos.
Cuando el niño es obligado a ponerse en contra de sus necesidades básicas reales mediante
coacción, descalificación y negación en las manifestaciones de sus necesidades, y se le
fuerza a la satisfacción de necesidades ajenas, llega al olvido sensorial y sensitivo de sí
mismo, y posteriormente al olvido emocional y distorsión cognitiva. De forma defensiva
sustituirá sus propias percepciones por las demandas de la madre, pasando a ser más o
menos confluyente con ella, pagando el precio de un estado de tensión interna permanente.
Resumiendo, las necesidades básicas del niño se ponen en función de las necesidades de la
madre, de su necesidad de contener la angustia. Pondrá las necesidades básicas del hijo en
función de la contención de su angustia. Por ejemplo, forzará a su hijo a comer para ella
sentirse tranquila al tener un niño bien nutrido. Cuando el niño esté satisfecho dirá NO,
pero esto la angustiará más y deberá comer más hasta que ella considere que es lo
adecuado. Se unen en este caso dos circunstancias desagradables para el niño: ver como
aumenta su tensión por tener que comer sin apetito, y sentir la impotencia de no poder
poner sus límites.
Las necesidades básicas de un niño a esta edad son las de alejarse de la madre, correr,
tocar, oponerse y diferenciarse, mostrarse y exhibirse, saber lo que siente y lo que le
satisface… En definitiva, necesita ser aceptado tal y como es, ser protegido y respetado.
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El Carácter. Las etapas de su formación.
José Vicente Marín Rubio
Fase fálica. El componente psicopático (fijado en los eneatipos III
y VI)
Esta fase abarca desde los dos años y medio hasta los tres años y medio o cuatro. Coincide
esta fase con la situación edípica, que se prolonga durante esta fase y la siguiente, la fase
genital. Durante este tránsito el niño trata de encontrar su lugar en la familia, tanto entre
ambos progenitores como entre sus hermanos; un lugar desde el cual luego se proyectará
socialmente. El modo como se logrará esto dependerá de la cantidad de energía dispuesta
en función de defensa que haya necesitado fijar durante las fases anteriores, ya que los
rasgos de carácter ya estructurados determinarán unas estrategias de relación poco
móviles, e incluso rígidas. Por tanto, la capacidad del niño de satisfacer sus necesidades y
poder ubicarse en el mundo de manera saludable dependerá de la energía libre (no
utilizada como defensa) que pueda ser dirigida en una función expresiva de buscar y
situarse en su lugar de poder.
Para posibilitar el desarrollo y arraigo del subimpulso agresivo (el que posibilita conseguir
de forma autónoma independencia y satisfacciones), el niño comenzará a demandar la
presencia del padre. Por eso la madre,
sin abandonar su función, debería dejar
espacio “mirando” también al padre. La
Hasta ahora la estructuración del carácter se
operatividad de la función padre
centraba en torno a la relación con la madre.
dependerá no sólo del padre real, sino
En esta etapa el niño comienza a necesitar la
de la investidura emocional que la
función padre, como figura de referencia en
madre deposite en él, ya que la madre
su proyección a la familia ampliamente
es la que tiene el poder afectivo real en
considerada y hacia la sociedad.
la familia.
La capacidad y la cualidad del contacto
con el mundo exterior (subimpulso
agresivo), está condicionada por la capacidad y la cualidad de la percepción en el contacto
con el mundo interior, por la consciencia de sí (subimpulso tierno). De ahí la importancia
de su desarrollo y arraigamiento en las fases anteriores. La madre proporciona la
posibilidad energética básica y el padre el apoyo necesario para utilizarla en beneficio
propio, para la propia satisfacción.
En la fase fálica se descubren sensitivamente los órganos genitales externos, y descubre
que manipulándolos obtiene placer, por lo que se dedicará a su exploración. Esta
estimulación colaborará a su pleno desarrollo. También adquiere seguridad al caminar y al
manipular objetos. Esta seguridad le permitirá dejarse llevar por la curiosidad, y se
atreverá a alejarse de manera intencionada y no casual.
La curiosidad será una de sus necesidades básicas en esta fase a las que necesitará dar
satisfacción. Quiere saberlo todo y explorarlo todo, pero también necesita tener la
seguridad de que van a estar detrás de él, sentirse seguro cuando al volver la cabeza sienta
que están papá o mamá. Necesita sentir que puede volver a un sitio seguro y acogedor
donde se valoren sus logros. En este momento de su evolución se arraiga el Sentimiento
Básico de Seguridad en la capacidad de independencia.
El niño necesita sentirse apoyado por la función padre en su aproximación a los demás, sin
sentirse exigido o penalizado por los posibles errores o travesuras, aunque siendo también
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El Carácter. Las etapas de su formación.
José Vicente Marín Rubio
confrontrado en sus límites reales. Es decir, necesita encontrar seguridad y confirmación
al regresar de sus exploraciones, y no con el vacío, ni con dobles mensajes, ni con rechazo.
Para construir su mundo cognitivo y emocional preguntará ¿POR QUÉ?, y se hará una
idea de sí mismo, de sus padres (a quienes idealizará), de sus iguales, de otros adultos…
También proyectará hacia el mundo exterior sus afectos, deseos, ilusiones, inquietudes,
miedos…, y será capaz de asumir sus propios límites y de aceptar los que le vienen
impuestos.
La familia es el lugar donde entrenará las relaciones sociales, desarrollando recursos y
alianzas, inhibiendo actitudes y conductas poco operativas, etc., y esto a costa de renunciar
a una parte de sí, teniendo que aceptar con mayor o menor angustia los límites y
frustraciones que conlleve su socialización. En este proceso el niño se tendrá que
identificar, bien por sumisión bien por rebeldía, con los deseos impuestos por sus padres.
Esta situación de conflicto la resolverá identificándose con uno de los padres
(generalmente del mismo sexo) que será el más agresor o el de más difícil acceso
emocional. O sea, hará suyas actitudes y conductas propias de este progenitor, ya sea con
una identificación positiva o con una negativa y rebelde.
Al mismo tiempo, la necesidad de encontrar un sitio de poder en la familia, le hará
desarrollar una actitud competitiva con los demás, para mantener lo que tiene y a ser
posible obtener mayor satisfacción a sus deseos. Esto implicará alianzas con uno de los
progenitores frente al otro, alianzas que alcanzará satisfaciendo las demandas del
progenitor con quien se alíe (a menudo del sexo opuesto). Esto le llevará a una situación de
dependencia con este progenitor, justo cuando su necesidad básica de independencia
resulta cada vez mayor.
En esta dinámica relacional con los padres, el niño deberá actuar haciendo cosas y
obteniendo logros que agraden a los padres y por los que reciba valoración y
gratificaciones, y en un principio espera conseguir esto satisfaciendo sus propios deseos.
Pero en el caso de un futuro niño psicopático, no coincidirán los intereses de los padres con
los del niño. Tendrá que aprender a posponer sus intereses para satisfacer los de sus
progenitores, especialmente los intereses del progenitor aliado, para defenderse de la
posible hostilidad del otro progenitor, a quien evita satisfacer porque considera (acertada o
equivocadamente) que le ha retirado parte de su afecto. Este progenitor hostil le resulta
una figura inquietante, e irá desarrollando con él una relación de competitividad.
Complaciendo al padre aliado intentará garantizarse un lugar de poder desde el que
proyectarse socialmente con suficientes garantías de seguridad. A cambio, este progenitor
le impondrá sus propios deseos mediante la seducción y la manipulación.
El progenitor seductor mostrará satisfacción por las gratificaciones que en el ámbito social
su hijo le proporciona, y así potenciará sus logros, pero estos no serán igualmente
atendidos en lo que respecta al ámbito íntimo de la relación familiar. Como consecuencia
de esto el niño no se sentirá seguro y dudará de que sus esfuerzos vayan a proporcionarle
la seguridad de aceptación que necesita. De esta manera dispondrá una parte de su
energía tierna para distanciarse de sus propios deseos, mientras que la energía agresiva la
dispondrá para tratar de conseguir lo que le demanda el progenitor seductor, tratando con
ello de obtener la seguridad y satisfacción que necesita. Pero esto no lo conseguirá, puesto
que el afecto recibido tras haber intentado satisfacerle es bastante precario. Así, se
instalará en la actitud de duda acerca de su capacidad para satisfacer al otro, y en un
sentimiento de inseguridad sobre su capacidad para la propia satisfacción.
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El Carácter. Las etapas de su formación.
José Vicente Marín Rubio
La demanda del progenitor seductor es diferente si se trata del subtipo obsesivo (eneatipo
VI) a la actuación del progenitor del subtipo histérico (eneatipo III). En el primer caso la
demanda se hace mediante coacción y descalificación, y usa frases como “nunca lo haces
suficientemente bien” o “siempre lo haces mal”. En el segundo caso sobrevalora la acción a
realizar mediante frases como “puede hacerlo aún mejor” o “está bien, pero es necesario
esforzarse y hacerlo aún mejor”. Con esta diferencia lo que ocurre es que el subtipo
obsesivo se instala en la duda, como modo de frenar la acción, ya que en su experiencia
suele ser motivo de descalificación y de rechazo; y el subtipo histérico se instala en la
sobreseguridad, para no frenar la acción y así sentirse valorado y no dar lugar a ser
rechazado.
El carácter psicopático se estructura en torno a la necesidad de obtener y conservar el
poder a través del logro de una meta y sin estar nunca seguro de obtenerlo, y mucho menos
de conservarlo. Para ello han de sacrificarse distanciándose lo más posible de su
sentimiento de insatisfacción, primando el alcance de éxitos para otros. Sacrifican su
intimidad buscando la independencia, hasta llegar a confundir ternura con debilidad. Se
convierten en personas temerosas de mostrarse tiernas por temor a ser manipulados,
seducidos y condicionados en su independencia. También son personas desconfiadas frente
a las intenciones de los demás, lo que les lleva a un estado permanente de vigilancia y
control. La diferencia a la hora de obtener el poder será, en el caso del eneatipo III
mediante la seducción en primer lugar, y si es necesario la coacción. El eneatipo VI actúa
al revés, utiliza en primer lugar la coacción y si es necesario seduce.
En general, el carácter psicopático es una persona que seduce esforzada y activamente,
fantaseando la seducción como recurso consciente y necesario para su supervivencia. En
realidad no es una persona seductora (a diferencia de los caracteres rígidos de los que
hablaré a continuación), sino que actúan la seducción. De forma similar le sucede con la
sensación de poder: no se sienten personas poderosas, pero se comportan como si lo fueran.
Por esto este carácter puede resultar de una naturalidad bastante superficial y artificiosa.
Cuando se dan cuenta de esto suelen preguntarse “¿y ahora qué hago yo?” “¿cómo me voy a
relacionar de ahora en adelante?”. El autor dice que continúen actuando “como si”, con la
diferencia de que ahora lo harán “como si tuvieran fe en ellos mismos” y “como si tuviesen
el coraje para mostrarla”, incluso si se están muriendo de miedo. Han de concederse el
derecho de equivocarse y de rendirse, pero asumiendo su responsabilidad relativa a la
parcela de poder conseguida.
Fase genital. El componente rígido. (Fijado en los eneatipos I, II,
VII y VIII)
Con esta fase llegamos al desenlace a partir del cual se estructuran tanto la personalidad
como el carácter de modo definitivo. Para que esta situación llegue a buen fin, la madre
debe darse cuenta y respetar el movimiento emocional del hijo para afianzar su identidad
y ampliar su libertad, y es necesario que renuncie, al menos en parte, a que el hijo
continúe siendo su objeto de deseo. Lo ideal para esto es que la madre vuelva su deseo al
padre, y de esta manera investirá de poder afectivo al padre (hasta ahora lo tenía la
madre). Y es que ahora el hijo necesita sentir que el padre, que en este momento es muy
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El Carácter. Las etapas de su formación.
José Vicente Marín Rubio
importante para él, también lo es para la madre. De esta manera la función madre y la
función padre quedan equilibradas.
Si el niño no ha tenido fijaciones importantes en las etapas anteriores del desarrollo,
conservará la intuición y la capacidad de darse cuenta de las posibilidades que ofrece su
entorno y de las posiciones que ocupan cada una de las personas con las que se relaciona.
La madre debe por tanto soltarle, y el padre recibirle, teniendo en cuenta que intentará
preservar el amor de la madre, y que la fantasía de su posible pérdida le causará angustia.
Si en este intento de separarse de la madre el niño no se siente aceptado por el padre o
bien se sienta abandonado por la madre al ser demasiado posesiva, fracasará en su intento
e iniciará un movimiento de regresión hacia las etapas anteriores de su desarrollo. En
concreto a aquella que le haya resultado más difícil superar, y por tanto más energía fijada
como defensa haya quedado.
En esta fase toman importancia para la socialización del niño la pareja de progenitores, los
padres por separado, cada miembro de la familia y el conjunto de la familia en la sociedad
circundante. Del resultado de todos estos factores resultará la estructura definitiva de los
caracteres rígidos y obtendrán así su parcela de poder personal, que estos caracteres sí que
logran, aunque no todos se contenten con una parcela de poder.
Esta fase evolutiva se caracteriza por la madurez del sistema nervioso y locomotor, de
manera que las excitaciones plasmáticas (energía sexual y su estasis, angustia) se
expandan por todo el organismo. Comienza a madurar el sistema de unidad individual e
identidad relacional frente a los demás individuos, así como el sentimiento básico de
seguridad en la capacidad y libertad para la entrega amorosa tierna, erótica y placentera.
Con este sentimiento se cierra la estructuración del carácter.
Genitalidad supone la posibilidad de un mejor contacto con la propia realidad y el mundo
circundante. En estos caracteres está mejor arraigada que en el resto, siendo esta la razón
por la que pueden desarrollar capacidades sociales y laborales más adecuadas y
satisfactorias que el resto de caracteres, además de unas relaciones sexuales más
placenteras e íntimas.
La maduración de las terminaciones nerviosas de la superficie del cuerpo le disponen para
una percepción placentera erótica. Así, en la relación consigo mismo como con los demás,
fundamentalmente los padres, el erotismo tomará importancia, debido al incremento de
placer sensorial que supone, y a la necesidad y al deseo de obtenerlo. De este modo, se verá
en la necesidad de eliminar la tensión originada por la carga erótica mediante el contacto
corporal piel a piel, y también a través del movimiento. De esta manera obtiene placer y
relajación, y displacer en el caso de no poder dar satisfacción a esta necesidad surgida de
la excitación sensorial erótica. Dicho displacer, debido a la intensidad del mismo pues se
trata de impulsos plenamente desarrollados, dará lugar a una intensa angustia.
Las estrategias de los caracteres rígidos se estructurarán para no vivenciar dicha
angustia. Estos dispondrán de una coraza muscular que evitará la necesidad de recurrir, a
diferencia de otros caracteres, a grandes y profundos bloqueos y a tensiones musculares, lo
que supone ahorro energético, a costa de dificultar el contacto y la entrega amorosa
profunda, lo que les llevará a confundir el deseo de amor y entrega con la necesidad
defensiva de poder y posesión. Con ella pretenderán alcanzar un ideal fantaseado de
libertad.
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El Carácter. Las etapas de su formación.
En
esta
fase
es
primordial
el
arraigamiento de la energía sexual,
entendida en este caso como la función
expresiva y creativa de la energía vital.
Este arraigamiento vendrá condicionado
por los modelos morales tolerados por el
medio. Ante dichos modelos se puede
adoptar una actitud de aceptación, de
rebeldía o de sumisión.
José Vicente Marín Rubio
En todos los niños, este nivel de
maduración lleva consigo un
importantísimo cambio en la capacidad
para las percepciones vivenciales, tanto de
las experiencias consigo mismo cómo de las
experiencias en las relaciones con los
demás, ya que experimentará en todo su
organismo tanto el placer como el
displacer. Comienzan a tener noción de un
yo sensorial, sensitivo, emocional, cognitivo
y corporal integrado en una unidad
psicocorporal.
Es mucha la energía libre de la que
disponen estos caracteres, ya que el resto
de caracteres la ocupaban en sus propios
mecanismos de defensa. Por eso cuando
un impulso alcanza la etapa genital, debe
ser expresado de un modo u otro, sin
poder renunciar ni contener la intensa
gratificación
que
su
satisfacción
proporciona. Por ello, su contención como
defensa no puede ser efectiva mediante bloqueos musculares, y se realiza y expresa a
través de los rasgos caracteriales, sobre todo mediante actitudes corporales marcadamente
erotizadas, como por ejemplo una actividad sexual compulsiva (eneatipo VIII) o una
actividad intelectualmente obsesiva (eneatipo I). En ambos casos se trata de defenderse
del contacto con la angustia que se pude liberar a partir de la toma de consciencia de las
excitaciones sexuales profundas, y de la experiencia consecuente, real o fantaseada: la
frustración en la entrega amorosa libre y completa, tierna y agresiva, hacia sí mismo y
hacia los demás. Es decir, la frustración en la entrega al amor. El precio que se paga es
perder contacto íntimo consigo mismo y distorsionar los deseos genuinos, y por tanto, sus
posibilidades de satisfacción. Esto los deja sumidos en un estado de insatisfacción
permanente, estado que se mantiene fuera de la consciencia al estar sustituitoria y
compulsivamente desplazado hacia aparentes intereses de realización laboral, social o
amorosa, que proporcionan ilusión de satisfacción.
La estructura psicoemocional del carácter rígido se basa en la evitación del compromiso en
el contacto erótico genital placentero y tierno, por temor al vacío afectivo que les evoca este
contacto. Su dinámica cognitiva y emocional está en función de preservar su ideal de
libertad, aún a costa de sacrificar su intimidad, de limitar su capacidad de entrega
amorosa y de compromiso.
Esto es porque el niño, llevado por su deseo de contacto, se acerca y no se siente
suficientemente acogido y reconocido, experimentando la vivencia del rechazo en su
totalidad por lo que está sintiendo de novedoso en sí mismo: su impulso erótico-tierno.
También se siente rechazado en su necesidad de validar la capacidad de experimentar
placer sensorial y emocional consigo mismo y con los demás. Por tanto, para evitar el
displacer tendrá que inhibir estas nuevas experiencias placenteras y que le movilizan la
angustia del rechazo.
Esta inhibición impedirá completarse el ciclo de las necesidades y no llegará al equilibrio
energético tensión-relajación, al no descargar mediante la expresión y la satisfacción
directa. Esto provocará un estado de frustración que provocará rabia, a su vez también
frustrada. Como en estos caracteres es impulso agresivo está plenamente desarrollado,
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El Carácter. Las etapas de su formación.
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dicha rabia reactiva a la frustración buscará cauces más tolerables por el medio, de modo
que dicha rabia se socializa, razón por la cual estos caracteres tienden a situarse social y
laboralmente a la altura de sus aspiraciones, aunque dependiendo de cómo sea su
componente tierno, lo hagan con poca consideración hacia las necesidades de los demás.
La rabia se convertirá en una hostilidad encubierta, socialmente más aceptable, por lo que
utilizarán la seducción y manipulación, y aparecerán sentimientos hostiles de desprecio,
resentimiento, odio o venganza, que deberán estar suficientemente camuflados o
justificados racionalmente. De ahí que no aparezcan sentimientos de culpa, y la
agresividad, cuyo fin es estar al servicio de la expresión tierna, se pone al servicio de la
obtención de poder.
La hostilidad está originalmente dirigida hacia el progenitor que ostenta el poder, y que en
la visión del niño obstaculiza la satisfacción de su deseo. Es por ello que el niño irá
transformando su deseo de contacto tierno en deseo de poder, arrebatándoselo a dicho
progenitor.
El deseo frustrado es el deseo de ser reconocido por el adulto como sexualmente
diferenciado y digno, y que se cierra definitivamente en la pubertad con el deseo de ser
reconocido como adulto. En la adolescencia, el temor al rechazo como adulto sexual puede
dar origen a que se tomen ante los otros adultos posiciones de rebeldía activa o pasiva.
Emocionalmente oscilan entre la necesidad de ejercer su poder (percibido
distorsionadamente en forma de deseos) y el deseo genuino y negado de ser aceptado como
un adulto sexual también necesitado. Debido a su miedo a la debilidad, a la necesidad y al
rechazo, su manera de pedir será mediante la provocación y la rebeldía frente a la
autoridad, frente a la norma y frente a las personas de las que esperan confianza y
acogimiento tierno. Con ello perpetúan lo que temen: sentirse privilegiados pero
insatisfechos como adultos entre los adultos, sacrificando la entrega amorosa profunda en
aras de asegurar su ideal de libertad.
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RE-CONOCERNOS
Podría haber una fase final, que según yo lo veo, es vivir, y a poder ser, vivir de forma
adulta y responsable. Para ello se tiene que intentar desmontar lo que hemos armado,
para así ablandar nuestras rígidas corazas y alcanzar un mayor conocimiento de nuestro
ser real y poder hablar de un mayor goce de la vida. De alguna manera hemos de desandar
el camino.
En primer lugar tomar consciencia de las disfunciones en las relaciones con nosotros
mismos y con los demás. Esta será la manera de darnos cuenta de que necesitamos vivir
mejor y más plenamente, lo que nos puede servir como motivación suficiente para iniciar el
camino a nuestro re-conocimiento.
Tras esta toma de conciencia nos tendremos que enfrentar al miedo a vernos realmente.
Esta es la gran paradoja: queremos conocernos y ser libres y al mismo tiempo tememos
esto. Si queremos esto tendremos que atravesar el miedo, pues no desaparecerá, y tener el
coraje suficiente para poner en duda la imagen que nos hemos formado de nosotros
mismos, lo que creemos que somos, y dar un paso al vacío, el vacío fértil, para obtener un
poco más de luz acerca de nuestra realidad objetiva, y encontrar la satisfacción que
produce encontrar algo nuestro que teníamos perdido.
En todo caso, se trata de restaurar el Sentimiento Básico de Confianza, y con él la
capacidad de amor tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás. En definitiva,
conocernos para poder amarnos y amar. Restaurar en cada uno de nosotros la capacidad
de entregarnos al amor.
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