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Katherine Pancol
UN HOMBRE A DISTANCIA
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Traducción del francés de
Montse Roca
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Esta es la historia de Kay Bartholdi.
Kay es mi vecina, mi amiga. Kay es más que eso…
Un día, Kay entró en mi restaurante.
Puso un gran fajo de cartas encima de la mesa. Me dijo:
Haz lo que quieras con ellas… Yo no quiero seguir guardándolas.
Y después, se sentó. Nos tomamos un café. Nos fumamos
un cigarrillo. Hablamos de la enorme orca que había embarrancado en la playa, de las medusas que se aventuraban en
las aguas normandas, del calentamiento del mar, y nos preguntamos si todo eso no estaría relacionado con la central nuclear de Paluel.
Laurent salió de la cocina con su delantal azul. Me dijo
que era hora de ir a buscar el pescado y los mejillones a la
lonja.
Kay se levantó.
Se fue sin mirar siquiera las cartas.
Yo no las leí enseguida pero, en cuanto empecé, ya no
pude parar…
Sin embargo…
Sin embargo, yo conocía su historia…
La historia de un amor grande como una catedral, violento como una horda de piratas, con cánticos, confesiones, incienso, abordajes, tormentas, captura de rehenes. Mucho fervor. Mucho sufrimiento también.
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Hoy en día lo olvidamos a menudo. El sufrimiento puede
ser magnífico…
Magnífico…
Bad things, sad things have to happen… sometimes.
Pero yo no tengo el don de la palabra como Kay. Yo sé
hablar con las manos, con los brazos, con el pelo, y con el corazón también. Me retuerzo, entorno los ojos, curvo los labios, inclino la cabeza para compadecerme, me llevo la mano
a una frente ardiente de preguntas mudas, escucho, escucho,
pero soy torpe con las palabras.
Y además, el francés no es mi lengua materna…
Es el hebreo. Yo llegué aquí por casualidad. Fue hace veinte años y…
Pero eso no es lo importante.
Lo importante son las cartas…
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Kay Bartholdi
Las Palmeras Salvajes
14, quai Maupassant
Fécamp
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22 de octubre de 1997
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Señor:
He tenido conocimiento de la nota que le dejó a mi dependienta cuando pasó por la librería. Habría preferido conocerle, pero ese día yo estaba en París, ocupada recogiendo los
pedidos de mis clientes en los mostradores de los editores.
Si lo he entendido bien, busca usted ediciones antiguas,
numeradas a ser posible, y cuenta conmigo para conseguírselas. Si lo he entendido bien, también, usted viaja y espera
que yo le envíe esas obras a los lugares donde se detendrá. Le
agradezco que me haya dejado una lista detallada, con fechas
y direcciones, de sus diversas escalas. ¡Me será muy útil!
¡No querría que el libro embarrancase, como una estrella de
mar aturdida, en un hotel de lujo o en una pensión! Siento
una auténtica pasión por los libros y no soporto que los traten mal.
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¡Encargarme una misión como esta demuestra gran confianza en mí! Le agradezco la cantidad, más que holgada, que
me ha consignado para la compra de los libros y el coste de los
portes. ¡Anotaré todos mis gastos en una libretita y prometo
no sisarle ni un céntimo!
No ha mencionado usted qué suma está dispuesto a invertir en cada volumen. Esto me ayudaría a calcular el importe. Entre tanto, inicio la búsqueda de Les carnets de Malte
Laurids Brigge,* tal como me ha pedido, y en cuanto lo tenga,
se lo envío.
Reciba usted un atento saludo,
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Kay Bartholdi
* Rainer Maria Rilke, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. (N. de
la T.).
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Jonathan Shields
Hotel de Alta Mar
Barfleur
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30 de octubre de 1997
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Señorita:
Habría sido, en efecto, más fácil que habláramos «de verdad», pero yo solo disponía de unas horas para pasar en Fécamp cuando me llamó la atención su librería, tan firme, tan
alta, de un verde almendra bastante sorprendente. Tan peripuesta, con sus toldos amarillos y blancos, en el muelle Maupassant, frente al mar. Como la torre de un vigía ávido.
¡Las Palmeras Salvajes! ¡Qué nombre tan bonito para
una librería! ¡Y qué libro tan bonito! ¿Sabe usted que yo lo
releo una vez al año? Descubrí en el mercadillo de viejo de
Nueva York (en Manhattan, entre Canal Street y Houston,
¿conoce usted Nueva York?) una vieja edición en inglés que
llevo siempre conmigo.
Yo, al igual que usted, soy un apasionado de los libros,
de las novelas especialmente, y puedo asegurar, sin pasarme de listo, que he aprendido mucho de la vida en las páginas
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de los libros (y en las películas también para serle totalmente sincero). ¡No es que sea por tanto un auténtico sabio! Pero
los héroes de ficción me parecen a menudo más interesantes
y más ricos que los seres reales, cuya cháchara soporto bastante mal.
Me gustó su librería, las paredes altas y blancas, la gran
palmera que ocupa el centro de la planta baja, las estanterías
largas con los libros bien clasificados, la opción de vender solo
obras que le gustan o respeta usted, las mesas de madera clara
donde expone sus favoritos, «si este libro pudiera acercarnos
a usted…». Pasé dos horas deliciosas en el saloncito de té del
primer piso, hojeando libros (¡compré varios, no se preocupe!), comiendo pasteles y mirando el mar.
Su dependienta es realmente encantadora. ¡Y charlatana
también! Me habló mucho de usted (¡por eso puedo llamarla
señorita!). Me confesó que era ella quien hacía los pasteles,
las tartas y los bizcochos, y también ella quien seleccionaba los
tés, relegándola a usted al papel de intelectual, pero todo ello
con tanto afecto que me emocioné, y entonces se me ocurrió
la idea un poco absurda de hacer de su librería mi puerto de
amarre literario. Lo crea o no, ya no tenía ganas de marcharme, pero tenía que hacerlo.
Yo cumplo una misión para un editor americano y debo
escribir una guía de lugares con encanto de Francia. ¡Por lo
que no debo entretenerme! ¡La costa es larga y su país es tan
bonito que podría echar el ancla en cada puerto, en cada aldea,
bajo cada tejado de pizarra gris!
¡Le agradezco una vez más que haya aceptado el papel de
agente de un viajero sediento de libros! En cuanto al presupuesto, no se preocupe en absoluto, ¡mi editor es rico y no escatima gastos, y además, me paga muy bien!
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Le agradezco también, señorita, su gentileza y su dedicación y le ruego que reciba mis mejores y más sinceros deseos,
Jonathan Shields
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P.D.: Espero que no le ofenda el hecho de que le escriba
con ordenador. Estoy tan acostumbrado al teclado que mis
dedos son muy torpes con la pluma. ¡Apenas consigo garabatear mi nombre a modo de firma! Eso no casa, lo reconozco,
con el amor por los buenos libros, ¡pero hay que adaptarse a
los tiempos!
A propósito, ¿cómo se puede ser librera en los albores del
siglo xxi? Me parece una ocupación tan anticuada…
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