No hizo el menor esfuerzo por mejorar conscientem

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Novela
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una espontánea facundia y manejaba sin trabajo el habla castellana?
No hizo el menor esfuerzo por mejorar conscientemente aquellas
cualidades. ¿Pintaba, con innata maestría, paisajes y escenas de su
región, en páginas llenas de luz y cálidos aromas, hirvientes de pasiones bárbaras? Pues, sin medir su poder, se metió por los campos
de la novela social y psicológica (en El intruso y La maja desnuda,
por ejemplo) publicando libros que no .valorará la posteridad, ni
mucho menos, como sus novelas y cuentos valencianos.
Blasco Ibáñez no tiene sino un talento; pero inmenso. Describe
asombrosamente los paisajes y la vida campesina de su país, en primer término (su nombre figurará siempre, como el de uno de los
más ilustres novelistas regionales que honran á España), y en segundo, todos aquellos ambientes y sucesos, de vida ruda y simple,
análogos á los de su tierra levantina en la exuberancia inculta de
fuerzas. En otros terrenos, no falta quien en mucho le supere.
Los muertos mandan es paladina confirmación de lo expuesto.
Paréceme débil, primeramente, la idea filosófica del libro. (El Señor
no ha llamado á Blasco por el camino de la filosofía.) Los muertos
que mandan al principio de este relato, y son vencidos luego, no son
aquellos terribles muertos interiores, de la tragedia de íbsen, que
imperan en lo secreto de nuestro temperamento, y dan, con sus herencias, una cierta fisonomía á nuestro espíritu como á nuestro rostro. Estos muertos de Blasco, son las preocupaciones sociales, los
convencionalismos, que, desde fuera de nosotros, pretenden marcarnos el curso de la vida. Y todo varón fuerte, es bien claro, puede
triunfar de ellos.
Los prejuicios, que aquí aparecen, son referentes al matrimonio.
Jaime Febrer, hidalgo arruinado de la más alta nobleza de Mallorca, no llega á casarse con una chueta riquísima, por no saber dominar en sí, la secular hostilidad, que los cristianos viejos de la isla,
abrigan hacia esa estirpe de judíos conversos. Mas al tener que buscar refugio en un solitario torreón ibicenco, huyendo de acreedores,
enamórase de una gallarda moza de la aldea, á quien hace su esposa, aunque mandan también los muertos que no se enlacen señores
con villanas.
Dos partes muy distintas tiene la obra, á causa de esta doble
aventura matrimoniesca, y en las que se hace patente, lo que es accesible y lo que no, para el claro ingenio novelesco de Blasco Ibáñez.
La primera parte desarróllase en medio de la monótona vida burguesa de la gente acomodada de Palma, y aunque es bella la descripción del palacio de Febrer, y la escena con la Papisa Juana, hay
en aquellos capítulos, una pesadez, una lentitud de desarrollo, un
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