La vida espiritual del laico. Pedro Ávila. Fuente: Catholic.net En un mundo tan lleno de actividad y con un ritmo tan frenético de vida, el seglar se enfrenta a un desmedido número de imágenes y sonidos que alteran fuertemente su vida, normalmente alejándolo de un ambiente de paz y de armonía. Suele suceder que un católico que trata de vivir más profundamente su fe, es tachado en su propio ambiente como mocho, curita, rezandero y más apodos que suelen ser como una tapadera para el común de las personas que viven alejadas del mundo espiritual. ¿Dónde debe de quedar Dios en la vida de los laicos? ¿Por qué se suele hacer mofa de aquellos que tratan de llevar con elegancia su vida de unión con Dios? No es sencillo, hoy en día llevar una vida espiritual fuerte que proyecte el alma al interior y no al exterior, es un ejercicio que exige que el católico se adentre en sí mismo, dándose tiempo para rezar y forjando su voluntad para llevar un horario donde pueda acudir a la fuente de las gracias, que es Dios. Se puede justificar cualquier persona, asumiendo infinidad de compromisos, para no rezar y para llevar la fiesta en paz. Pero la realidad es que quién no reza, pierde mucho, porque la oportunidad que tenemos día a día, de recibir a Jesucristo en la Eucaristía, es algo incomparable pues diariamente estamos en contacto con todo un Dios. ¡ Y que decir del rosario! Una fuente inagotable de gracias, donde conversamos a diario con Nuestra Madre Santísima y a la cual le podemos pedir todo lo que queramos y platicarle, de nuestros triunfos y alegrías. Así mismo está la reflexión evangélica. El Ángelus, la visitas a la capilla, la meditación, todos ellos medios de acercamiento al Creador y de enriquecimiento espiritual. No se trata tanto de posturas y lugares remotos fuera de las ciudades, la vida espiritual, se traduce en esa búsqueda constante de la unión con Dios, a través del contacto a través de los medios que la Iglesia nos ofrece. Es un acto de voluntad y constancia, de no darse por vencido y de hacer de la vida una oración y de la oración una vida, superándonos cada día, a pesar del ruido exterior que nos ensordece y nos separa de la causa única de nuestra existencia que es la felicidad en Dios. El laico de hoy, no debe permanecer ajeno a la oración y mucho menos minimizar su vida espiritual en ninguna forma. Si se le dedica tiempo al trabajo profesional, al deporte a las distracciones personales, a la familia. ¡ Cómo no esforzarnos por acudir con Dios nuestro señor! Nuestra mente no nos permite imaginarnos la eternidad, pero es claro que es enorme y sin límite. Así, nuestra eternidad empieza cuando hacemos esfuerzos nobles por darle a Dios, el lugar que merece en nuestras vidas y cuando ponemos un poco de nuestra parte por llevar una vida espiritual ordenada y encauzada dándole al Creador la posibilidad de que hable a través de nuestro corazón que solo se sacia en él. Los resultados son casi inmediatos, sobre todo la presencia constante de Dios en nuestra alma, y la paz interior así como la fortaleza para sobrellevar las cruces que tenemos y para ofrecer siempre nuestros triunfos y alegría. Como ha dicho Juan Pablo II, desde el inicio de su pontificado, ¡No tengáis miedo! El laico debe de procurar tener una vida espiritual que sea su plataforma de lanzamiento hacia los grandes proyectos que tiene Dios, para las almas, pero que ciertamente el alma debe de estar abierto a escucharlos.