CIEN

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CIEN AÑOS DE EDUCACIÓN Y ESCUELA PÚBLICA
Sintetizar cien años de historia de la educación y de la escuela como institución, en el
marco del contexto socio-económico y político que le da sentido, es imposible en los
límites que impone un artículo periodístico por lo que me limitaré a esbozar sólo
algunos trazos caracterizadores de nuestro sistema educativo desde la óptica de la
pedagogía crítica.
Las escuelas, tal como las conocemos, se organizaron como un medio de distribución de
conocimientos a todos, y de producir una cultura común, que garantizara la inclusión y
la movilidad social ascendente. La concepción de “escuela pública “ como un espacio
común que proponía igualdad en el trato a cada uno de los alumnos y alumnas, estaba
en realidad proponiendo como objetivo del sistema educativo, la formación de la
ciudadanía para la vida republicana.
La burguesía triunfante y gobernante en el siglo XIX crea la escuela pública, pero en
realidad lo que se crea es un nuevo sistema de educación clasista, coherente, por otra
parte, con la estructura social y con las exigencias productivas de la sociedad capitalista
industrial.
Esta concepción de escuela, que formó parte de un movimiento nacional y
latinoamericano, se concretó en nuestro país a través de una serie de leyes provinciales
y nacionales a fines del siglo XIX , entre las que se destacó la Ley 1420 de 1884 que
declara la gratuidad, la obligatoriedad y la laicidad de la escuela pública argentina. El
funcionamiento eficiente se lograría dotando a las escuelas de maestros profesionales
formados en las Escuelas Normales Nacionales. Los métodos y los contenidos fueron
tomados fuera del país y desarrollados aquí en el marco del movimiento positivista,
caracterizado por reivindicar la posibilidad del conocimiento científico, construirlo y
alentar su distribución. Los colegios secundarios se crearon, desde la visión oligárquica
– liberal, para formar a la elite dirigente que ejercería su hegemonía “antes que la masa
bruta predomine y se haga ingobernable” (Mitre).
La ideología oligárquica – liberal sirvió para disimular la historia de las luchas de
clases, las profundas desigualdades y la explotación de las grandes mayorías. Quienes
persistían en afirmar su diversidad, frente al afán homogeneizador de la escuela, fueron
muchas veces percibidos como un peligro para la identidad colectiva o como seres
inferiores que aún no habían alcanzado el mismo grado de civilización.
La escuela aparecía como la gran redentora social, desde una filosofía racionalista y
eurocéntrica (era la luz contra la ignorancia y la barbarie) y todo lo considerado ajeno a
este modelo ilustrado fue inmediatamente excluido (indios, inmigrantes, gauchos,
asiáticos, homosexuales, pobres, negros, etc). Esto explica lo que ha hecho de la escuela
argentina un caso típico de institución conservadora en sus rituales y productora de los
mitos más tradicionales sobre la identidad nacional.
A partir de 1930 se produce una intensa reacción antipositivista en corrientes de
pensamiento en la que confluyen el idealismo, el espiritualismo y el culturalismo. Es
una pedagogía netamente filosófica, alejada de la realidad escolar y de la praxis.
Solamente sirvieron para reforzar la estructura clasista tradicional de la educación y
para reforzar el divorcio entre la escuela y la vida. En nuestro país los altos
funcionarios ministeriales enfatizaron el papel de la escuela pública en la transmisión de
ideologías y valores tomados de la iglesia católica conservadora, asociada a modelos de
desarrollo no democráticos.
A mediados de la década del 40 surge el “Estado de Bienestar” de la mano del
peronismo como expresión de la alianza de clases entre el movimiento obrero y el
naciente empresariado industrial pequeño y mediano. Se dio impulso, en el marco del
modelo de industrialización, a la diseminación de escuelas públicas y al aumento de la
escolarización. Gracias a esto, en 1960, ocho de cada diez niños en edad escolar asistían
a un establecimiento educativo. La escuela de entonces, retuvo la prioridad de los
valores de la moral cristiana y les agregó el respeto al trabajo y al trabajador. Introdujo
también el respeto a la independencia nacional y a la justicia social, junto al culto
personalizado a los dirigentes del gobierno y del partido gobernante.
El gobierno peronista (1943-1955) permitió el acceso al sistema educativo,
especialmente a la escuela secundaria, de amplios sectores populares. Es imposible
dejar de recordar en esta etapa el enfrentamiento que se produce entre el gobierno y las
elites intelectuales, la Universidad, el movimiento estudiantil y los sindicatos docentes.
La imposición de un adoctrinamiento en el ámbito educativo, resulta inaceptable para
muchos educadores que lo consideraron manifestaciones de un gobierno fascista. La
educación formal logra sin embargo, en el marco de una mayor justicia distributiva,
innegables avances.
Con la caída del nacionalismo populista, los regímenes desarrollistas modernizadores
(Frondizi en la Argentina., 1958-1962) visualizaron a la escuela, políticamente neutra,
como una empresa económica, formadora de recursos humanos para el desarrollo,
factor esencial del cambio social y de la movilidad social. Había que reformar a la
educación para hacerla más moderna, racional y tecnificada y al mismo tiempo,
“democratizarla”. Las tareas de definir la política educativa, de precisar los contenidos y
métodos, quedan en manos exclusivamente de técnicos y planificadores. En realidad fue
una forma encubierta de la ideología del statu-quo y de la dominación social. La
controvertida política educativa de Frondizi, cuyo debate se sintetizó en la “laica o
libre”, significó un momento en que las organizaciones sindicales docentes se vieron
obligadas a discutir y asumir públicamente posiciones político-pedagógicas.
Con la “Revolución Argentina” se acentúan los rasgos autoritarios del Estado y de la
pedagogía. Se instala la Doctrina de la Seguridad Nacional como respuesta a la masiva
movilización social y política de los setenta. La reforma educativa del onganiato intentó
modificar, entre 1968 y 1971, la estructura del sistema reduciendo a cinco años la
escolaridad obligatoria y creando un nivel intermedio entre la educación elemental y la
escuela media. La Universidad pública sufre un fuerte ataque y comienza el éxodo de
docentes e investigadores. La reacción católico-nacionalista se instala en el Ministerio
de Educación (Ivanissevich)
El período 1957-1973 marca el inicio de las luchas docentes por tener un Estatuto
docente y culminan con la unificación nacional de las organizaciones de trabajadores de
la educación (CTERA).
El Estado Militar y terrorista impuesto a partir del 76 ejerce en el ámbito educativo
severas formas de censura y represión. Junto con la educación, caen acribilladas las
ideas, el pensamiento crítico, el lenguaje y la memoria histórica. La desaparición de
docentes y estudiantes, la censura ideológica de libros, cátedras y experiencias de
investigación, producen un verdadero “culturicidio”, como lo llama Francisco Romero.
Este implica la aniquilación intencional de creaciones, valores culturales y objetos,
indispensables para la constitución de las subjetividades, de la identidad nacional, con el
propósito de formar seres temerosos, despolitizados y disciplinados. La cultura del
miedo, mutiló la conciencia social de estudiantes y docentes.
La transferencia, en 1978, de las escuelas primarias nacionales a las provincias y a la
Municipalidad de Bs.As. , como concreción del principio de subsidiariedad del Estado,
provocó el cierre de numerosos establecimientos educativos de este nivel. La
transferencia significaba el abandono por parte del Estado Nacional de su
responsabilidad social y encubría el impulso privatizador de la educación.
Recuperada la democracia, el gobierno radical lanza el Congreso Pedagógico Nacional,
como el ámbito que debía producir los principios de una nueva ley de educación.
Diseñado desde una concepción liberal de participación, posibilitó que los sectores
privatistas fueran mayoritarios en buena parte de los espacios deliberativos.
Durante 1988 se produce un paro docente de 42 días por un nomenclador básico común,
un estatuto federal y una ley nacional de educación. El 23 de mayo de ese año, la
llamada “Marcha Blanca”, logró construir un consenso que doblegó la voluntad política
del gobierno y se obtuvieron algunas reivindicaciones. Los docentes advierten la
necesidad de recuperar la unidad del sistema educativo, fragmentada por la transferencia
del 78 y amenazada por un reflujo de propuestas privatizantes que se esconden tras
argumentos eficientistas. La segmentación educativa comienza a ser denunciada como
un síntoma de la incipiente y novedosa desigualdad educativa entre provincias.
Durante la década de los noventa se intensifica la larga lucha de los docentes de
resistencia frente a la destrucción del sentido público de la educación, como objetivo del
neoliberalismo (vg. La Carpa Blanca). La Ley Federal de Educación y sus símiles
provinciales, la Ley de Transferencia de las escuelas secundarias y la Ley de Educación
Superior fueron los sustentos jurídicos de la “Transformación Educativa” neoliberal
encarada por el gobierno menemista. Los resultados de la misma, que aún estamos
padeciendo, fueron entre otros: la baja de la calidad de los procesos y productos de
aprendizaje, la precarización del trabajo docente y el avasallamiento de sus derechos
laborales, el progresivo desfinanciamiento de la educación pública, el aumento de la
repitencia, el ausentismo y la deserción.
La hegemonía neoliberal, hoy en crisis, provocó una catástrofe económica, social,
cultural y educativa, que aun hoy seguimos pagando. Esta incompleta y seguramente
discutible síntesis nos reafirma en el pensamiento, de que la defensa de la educación
pública, popular y democrática, implica el pensar nuevas políticas sociales integradas y
universales que garanticen condiciones dignas para enseñar y aprender. Nos reafirma en
la importancia de investigar la historia de la educación, su contexto y sus actores para
que, como afirmaba R. Walsh, cada lucha no tuviera que comenzar de nuevo, para que
la experiencia colectiva se acumulara y las lecciones no se olvidaran.
Ricardo Luis Plaul, 27/03/09, R. de Escalada.
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