El deber de protección del empresario: ¿ilimitado o por culpa?

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FICHA TÉCNICA
AUTOR: TOSCANI GIMÉNEZ, Daniel.
TÍTULO: El deber de protección del
empresario: ¿ilimitado o por culpa?
FUENTE: Gestión Práctica de Riesgos
Laborales, nº 36, pág. 12, marzo 2007.
RESUMEN: La Ley de Prevención de
Riesgos Laborales (LPRL) establece un
deber genérico de seguridad y una prescripción, por separado, de la obligación
de cumplir la normativa de prevención.
Su objetivo es lograr un comportamiento diligente por parte del empresario,
es decir, alcanzar el máximo nivel de
seguridad posible, y no el mínimo exigible reglamentariamente. Para cumplirlo, dispone de diversas herramientas
–modelos de organización para las funciones preventivas, designación de trabajadores, servicios de prevención propios o externos–, pero no hay que olvidar que son meramente instrumentales y, en ningún caso, le eximen de sus
obligaciones y responsabilidades. Así,
la protección es un deber personal del
empresario, no trasladable a los trabajadores o terceros encargados de la
actividad preventiva.
DESCRIPTORES:
• Accidente de trabajo.
• Responsabilidad empresarial.
• Imprudencia temeraria/simple.
• Deber de protección.
• Obligación de vigilar.
• Jurisprudencia comentada.
El deber de protección
del empresario:
¿ilimitado o por culpa?
El empresario tiene la obligación de adoptar las medidas preventivas
indispensables, estén o no contempladas en una norma concreta. Pero,
¿cuáles son los límites de este deber? ¿Qué comportamiento se le exige a
la empresa para eximirla de responsabilidad si se produce un accidente
en sus instalaciones?
Dr. Daniel Toscani Giménez, profesor titular de la Universidad de Valencia.
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os apartados primero y segundo del art.
14 de la Ley de Prevención de Riesgos
Laborales (LPRL) establecen el deber
empresarial de dar protección eficaz al
trabajador para garantizar la seguridad y salud en
todos los aspectos relacionados con el entorno
laboral. A estos efectos, el empresario realizará la
prevención de los riesgos laborales mediante la
integración de la actividad preventiva en la empresa y la adopción de las medidas necesarias
para la protección de la seguridad y salud de los
trabajadores. Por su parte, el apartado tercero del
mismo artículo establece la obligación empresarial de cumplir los requisitos establecidos en la
normativa sobre PRL.
L
Habría así un deber genérico de seguridad
en este artículo y luego una prescripción, por separado, de la obligación de cumplir la normativa
de prevención. De esta forma, no bastaría sólo
con ejecutar dicha normativa, sino que el empresario estaría obligado a adoptar las medidas indispensables, estén o no contempladas en una
regla concreta. En consecuencia, si eso es así, a
continuación hay que preguntarse cuáles son los
límites de ese deber; es decir, si no están en el
cumplimiento escrupuloso de la normativa, ¿cuál
sería exactamente el comportamiento que se le
exigiría a la empresa para eximirla de responsabilidad ante al acontecimiento de un accidente en
sus instalaciones?
Al respecto se pueden encontrar sentencias
que declaran, en relación a ese deber genérico
de protección, que el legislador lo estructura como una obligación incondicionada e ilimitada. De
tal forma que siempre se le podría haber exigido
algo más a la empresa, un plus de protección
que no habría llevado a cabo y, por lo tanto, la
responsabilidad empresarial, en dichos términos,
se convierte en objetiva o de resultados. Es decir,
por el mero hecho de producirse un accidente, la
empresa incumple esa obligación y entra en juego su responsabilidad.
Un ejemplo explicativo es el caso de dos
trabajadores de la construcción que están habilitando o reformando una fachada. Han recibido
toda la información y formación preceptiva. Se
encuentran trabajando sobre un andamio que
cumple todos los requisitos reglamentarios y disponen de todos los medios de protección individual –cascos, arneses, etc.– y colectivos –redes
de seguridad, etc–. Sin embargo, se derrumba la
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fachada, los trabajadores caen en las redes de
seguridad, pero fallecen porque los escombros
se les vienen encima.
En primer lugar,
es necesario
diferenciar la
responsabilidad
por accidente
de trabajo del
sistema de
Seguridad
Social, cuyo
origen está,
evidentemente,
en el riesgo
profesional
En primer lugar, para determinar dicho interrogante y no inducir a confusiones, a mi juicio,
es necesario diferenciar la responsabilidad por
accidente de trabajo del sistema de Seguridad
Social, cuyo origen está, evidentemente, en el
riesgo profesional y no en ningún principio de
responsabilidad culposa del empresario. Es decir, aun cuando el empresario hubiera cumplido
escrupulosamente todas las obligaciones que
establece la normativa de PRL y, siempre que no
exista una imprudencia temeraria por parte del
trabajador, el accidente se calificará como laboral o profesional. Cabe recordar que, incluso
existiendo imprudencia temeraria, la Seguridad
Social no deja de abonarle una prestación al trabajador y, siempre que reúna los requisitos de
tiempo mínimo cotizado, también tendrá derecho a una prestación, sólo que será por contingencias comunes y de inferior cuantía.
De este modo, se puede hablar de una responsabilidad objetiva, pero únicamente para el
sistema público de la Seguridad Social, que siempre deberá otorgar una prestación al trabajador, si
éste reúne los requisitos adecuados, por el solo
hecho de ser trabajador y haber sufrido un accidente; pero no para el empresario. A éste no se le
puede exigir responsabilidad por el hecho de que
efectivamente se materialice un suceso en su empresa. Para articularse otro tipo de responsabilidades por parte del empresario, como recargos de
las prestaciones de la Seguridad Social, indemnizaciones, civil, penal, etc; es necesario que concurra su culpa en la causa del accidente.
Deber de medios, no de resultado:
conducta diligente
De este modo, es fácilmente constatable
que el deber de protección del empresario se
transforma en una obligación de medios, no de
resultado, no objetiva; es decir, aun cuando se
produzca una lesión de un trabajador se puede
haber actuado de forma diligente si se han adoptado todas las medidas posibles de prevención.
Por ello, pero en sentido contrario, al ser una
obligación de medios y no de resultado, se puede incumplir dicha conducta diligente cuando el
empresario no haya habilitado los medios de
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protección necesarios y se cree un peligro para la
seguridad y salud de los trabajadores, incluso si
no hay un resultado lesivo concreto, es decir, si
no se ha producido un accidente o enfermedad.
en cuenta los cambios en la técnica, las condiciones de trabajo y de las circunstancias en que
se ejecutan el trabajo.
Existe, incluso en tal supuesto y si el incumplimiento es lo suficientemente grave y culpable,
un delito por riesgo para la salud y seguridad de
los trabajadores, aun cuando éstos no hayan sufrido una lesión en su integridad física. Sin embargo, tal conclusión lleva inexorablemente a
plantearse otro interrogante a continuación, ¿desde qué parámetros debe valorarse esa conducta
diligente? Cabe recordar ahora que la propia ley
distingue entre los riesgos que se pueden evitar y
los inevitables (art. 15):
Necesario nexo causal entre
la omisión de medidas preventivas
y el accidente
> Riesgos que se pueden evitar: únicamente cabe su detección y eliminación en origen
en el puesto de trabajo. La viabilidad de los
medios para evitar los riesgos laborales se debe valorar siempre desde la perspectiva del
estado de la técnica y los procedimientos; es
decir, la adopción de las medidas más seguras desde el punto de vista técnico en cada
momento. No se puede analizar desde la óptica financiera, ni se puede subordinar o condicionar la adopción de medidas preventivas
a razones puramente económicas.
> Riesgos inevitables: el empresario debe
entrar a evaluarlos y, en función de los resultados, planificar las actuaciones preventivas
correspondientes que garanticen el mayor nivel de protección posible. De nuevo, debe estar subordinado al estado de la técnica en cada momento y no condicionado a decisiones
económicas, de forma que no existan alternativas más seguras. De lo contrario, aun cuando supongan una inversión financiera mayor
o superior, existirá el deber de adoptarlas.
En la práctica, la jurisprudencia acota o limita
ese deber genérico de seguridad, estableciendo
qué ha de valorarse de conformidad a criterios de
razonabilidad, según máximas de diligencia ordinaria exigibles a un empresario normal. Así, de
producirse el resultado lesivo para la salud del trabajador, esa misma jurisprudencia exige que exista necesariamente un nexo de causalidad entre la
omisión de medidas de prevención y el accidente. De lo contrario, se podrá sancionar, de forma
independiente, el incumplimiento de las medidas
de prevención, pero dicha omisión no conllevará
la correspondiente responsabilidad empresarial
por el acaecimiento del accidente.
De nuevo, la exigencia de este nexo causal
entre omisión y accidente lleva a preguntarse si
esa necesaria causa-efecto debe ser directa o puede, por el contrario, ser indirecta o remota. A tales
efectos, hay sentencias que exigen que la omisión
de medidas de prevención consista en el incumplimiento de una norma específica o una medida
concreta de prevención, encaminada, precisamente, a evitar el riesgo que se actualiza y produce finalmente el accidente. Por ejemplo:
• No haber facilitado arnés para trabajo en
alturas y el trabajador se cae del andamio.
• No haber facilitado casco y el trabajador se
golpea en la cabeza, etc.
No, en cambio:
Lo que busca la ley es un comportamiento
diligente por parte del empresario que, en primer lugar, debe suprimir todos los riesgos que
sean susceptibles de eliminación y, en segundo,
tiene que emplear la totalidad de medios existentes, según el estado actual de las técnicas,
para mitigar los riesgos que no se hayan podido
eliminar de raíz. Dicha conducta diligente consiste en alcanzar el máximo nivel de seguridad posible de forma permanente, no el mínimo reglamentariamente exigible. Así, sería también un
deber de contenido dinámico y variable, teniendo
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• El hecho de no haber realizado el preceptivo reconocimiento médico y que el trabajador se caiga de un andamio, etc.
Omisión del plan de prevención
No obstante, a efectos de la aplicación de esta exigencia, es especialmente significativo el tratamiento que reciba el hecho de no haber llevado a
cabo la detección y evaluación inicial de los ries-
gos, así como el plan de prevención correspondiente en aplicación de tal evaluación. Es evidente
que, si no se realiza la evaluación inicial de riesgos
o sucesivas, o no se hace de forma correcta, detectando los riesgos existentes que no se pueden
eliminar, cualquier accidente que ocurra posteriormente tendrá su causa en ese incumplimiento
empresarial, al existir, entonces, el necesario nexo
causal para que entre en juego la responsabilidad
del empresario respecto del accidente de trabajo.
En tales casos, no se ha incumplido una norma específica o una medida concreta de prevención encaminada a evitar el riesgo, sino un deber
general de prevención y evaluación de daños. Sin
embargo, no es menos cierto que, precisamente
por la falta de llevar a cabo dicho deber general de
evaluación, no se ha detectado el riesgo, lo que
comporta que no se hubiera concretado qué medida debió ser adoptada para evitar el accidente.
En contra, sin embargo, se pueden encontrar sentencias que mantienen la no responsabilidad de la
empresa en tales supuestos. Por ejemplo:
• En un centro de educación especial, donde
el empresario no había llevado a cabo la
evaluación de riesgos, una profesora sufre
una agresión por un alumno oligofrénico.
La sentencia argumenta que lo esencial para
que entre en juego la responsabilidad de la empresa es, en todo caso, la omisión de medidas preventivas específicas de las que se deriven el accidente y no el simple hecho de haber incumplido
un deber general de prevención de evaluación,
máxime cuando no se ha concretado qué medida
debió ser adoptada para evitar la agresión.
Otras sentencias que mantienen la misma
solución, la basan en el hecho de que, aun cuando la empresa hubiera incumplido la obligación
de evaluar los riesgos del puesto de trabajo, los
trabajadores, por su antigüedad y/o profesionalidad debían conocer el funcionamiento y los riesgos inherentes al desempeño de sus funciones.
De tal forma que el deber genérico de no llevar a
cabo la evaluación puede ser sancionado de forma independiente, pero no puede ser considerado como la causa del accidente, entrando en juego la institución de recargo de prestaciones y las
responsabilidades civiles y penales.
En este caso, se trataba de un trabajador que
levantaba con una frecuencia elevadísima, a lo
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largo de su jornada laboral, objetos muy pesados
y finalmente, sufre una hernia discal. Sin embargo,
es evidente que, en ambas situaciones o ejemplos resultaba previsible, por las condiciones de
trabajo, la posibilidad del daño y, por lo tanto, que
tales circunstancias previsibles hubieran podido
ser constatadas y contrarrestadas con una eficaz
evaluación de los riesgos. En consecuencia, la
doctrina descrita sólo puede ser objeto de una durísima crítica pues, en última instancia, dejaría el
cumplimiento de todas las obligaciones que surgen de la normativa de prevención de riesgos laborales para el empresario en sus propias manos.
La obligación de evaluar los riesgos que no
se pueden evitar no es una medida preventiva específica independiente de cualquier otra cuyo incumplimiento únicamente generará riesgos pun-
tuales y específicos, de tal modo que sólo se podría hablar de responsabilidad cuando esos riesgos hayan sido la causa de un accidente, como
no llevar un calzado protector reglamentario porque existe un riesgo de caída de objetos pesados
sobre los pies.
No obstante, si el trabajador no lleva el calzado y se corta un dedo con una sierra, a pesar de
poder sancionar a la empresa, de forma independiente, por no asegurar que los trabajadores lleven
el equipamiento reglamentario, no se podrá decir
que tal incumplimiento haya sido la causa de la
amputación del dedo. Sólo si el trabajador sufre
una fractura de pie, porque se le cae un objeto pesado sobre él y no llevaba el calzado, existirá el correspondiente nexo causal y se le podrán reclamar
al empresario responsabilidades por el accidente.
Esto no ocurre, sin embargo, con el cometido de evaluar, que no es un deber que se agota
en sí mismo, sino sobre todo y principalmente, la
vía o la herramienta imprescindible para aplicar
las demás obligaciones que se establecen en la
LPRL. De lo contrario, siempre que no se llevara
a cabo la tarea genérica de evaluar, no se pondrían de manifiesto los riesgos existentes en el
puesto de trabajo. Así, no se sabría qué medidas
preventivas específicas habría que tomar y, evidentemente, nunca se incumpliría una normativa
específica ni habría responsabilidad empresarial
por los accidentes; sólo sanciones mucho más
leves por el incumplimiento del deber de evaluar. Pero esto equivaldría a dejar en manos de
los propios empresarios el cumplimiento de las
obligaciones que emanan de la normativa de
prevención de riesgos laborales.
Algunas sentencias adoptan una postura
ecléctica, es decir, una solución a medio camino
entre los dos extremos anteriores. Así, establecen
que, aun cuando no se hubiera llevado a cabo la
evaluación de riesgos o el plan de prevención y
acaece un accidente, la empresa no incurrirá en
responsabilidad directa por él si el método de
trabajo seguido era el adecuado. Es decir, sólo si
se hubiera realizado la evaluación y el plan correspondiente se podrían haber previsto los riesgos concretos y haber llevado a cabo otro método de trabajo que hubiera evitado el accidente,
entrará en juego la responsabilidad empresarial
por él. De lo contrario, de nuevo, sólo se podrá
sancionar el incumplimiento del deber general
de evaluar, pero no achacar al mismo la consecuencia del accidente.
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En este sentido, la sentencia contempla un
supuesto en el cual un trabajador debe cortar
dos tubos de vapor que sobresalían del techo de
un pabellón de la empresa y retirarlos. Para ello
sube a una pasarela con barandillas que unía el
pabellón con otro, también de la empresa, y, una
vez cortado el primer tubo, procede a retirarlo, tirando de él. Sin embargo, al desprenderse el primero, también lo hizo el segundo, al resultar que
el primero estaba enganchado con el segundo
por su parte superior, entre el revestimiento de
calorifugado. En consecuencia, el segundo cayó
encima del trabajador dándole un fuerte golpe
sobre la pasarela.
En la práctica, la jurisprudencia limita ese deber genérico de seguridad,
estableciendo qué ha de valorarse de conformidad a criterios de razonabilidad.
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El tribunal argumenta que, aun cuando una
evaluación y un plan pudieran haber previsto la
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utilización de grúas articuladas o tijeras, o la exigencia de haber estibado el tubo por su parte
superior antes de cortarlo, el trabajador tendría
que haber subido a las mismas para cortar el tubo y no parece razonable que un plan de evaluación hubiera previsto la opción de trabajar
desde grúas, al existir ya una pasarela fija y estable con barandillas desde la cual se podía realizar la operación. También hace difícil pensar que
se pudiera apreciar en una razonable inspección
de la zona que el primer tubo estuviera enganchado al otro; de forma que concluye que el método o la técnica de trabajo no era inadecuada,
sino lógica y razonable, y no es previsible que se
hubiera seguido otra de haberse llevado a cabo
la evaluación y el plan correspondiente.
Los sucesos fortuitos
Además, queda excluida la responsabilidad
empresarial cuando el suceso acontece de manera fortuita o imprevisible:
• Por ejemplo, el caso de un trabajador de
medio ambiente que limpia los bosques y
sufre un accidente al resbalar sobre unas
heces animales.
No, en cambio:
• Un trabajador que resbala sobre un líquido
que accidentalmente otro trabajador había
vertido en el suelo de la empresa.
• Un trabajador que se quema por la manipulación de sustancias peligrosas, concretamente, sosa cáustica, pese a haber recibido la información y formación preceptiva,
así como equipos de protección individual,
guantes, gafas, mascarilla, etc., puesto que
uno de los sacos de sosa estaba roto.
• Tampoco el técnico encargado de reparar
una línea telefónica, para lo cual era necesario subirse a un poste a una altura de seis
metros. A tales efectos, apoyó una escalera
de mano que llevaba en el poste y se subió
hasta una altura aproximada de seis metros, procediendo a fijar en el poste un cinturón de seguridad, tras lo cual comenzó el
cambio de acometida. Cuando se encontraba tensando la acometida, el poste se
partió por su base y cayó con él, y el poste,
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en su caída, le atrapó la pierna derecha que
quedó fracturada.
• Sí, en cambio en otro supuesto similar, porque queda comprobado que el poste se
rompe porque se encontraba en mal estado de mantenimiento.
La conducta del trabajador
Sin embargo, pese a no ser un deber objetivo
en cuanto a resultados, sí lo es, al menos en parte,
en cuanto a conducta del trabajador. Puesto que el
empresario responderá, pese a que el trabajador
haya cometido distracciones o imprudencias simples. Es decir, el empresario tiene que contar con
los descuidos ocasionales o puntuales de sus trabajadores, debidos a excesos de confianza. Únicamente le eximirán de responsabilidad respecto del
accidente las conductas dolosas o aquéllas otras
en las cuales concurra una imprudencia temeraria
del trabajador.
El dolo implica que el trabajador, con su conducta en el trabajo, busca deliberadamente el resultado, esto es la lesión corporal. Evidentemente
se trataría de supuestos más bien extremos de
auto-lesiones llevadas a cabo por el trabajador,
con la finalidad de conseguir una prestación económica de la Seguridad Social. Dentro de este
contexto, el supuesto más conflictivo, sin duda,
es el del suicidio del trabajador. Obviamente, en
última instancia, es la auto-lesión por excelencia,
al causarse el trabajador su propia muerte, en
principio, de forma voluntaria. Ahora bien, los tribunales admiten la calificación de accidente de
trabajo de la muerte por suicidio, siempre y cuando no se cause de manera consciente y voluntaria, sino como consecuencia de trastornos mentales que tengan conexión con el desempeño del
trabajo. Así, por ejemplo, una grave depresión originada por un supuesto de acoso psicológico o
sexual en el trabajo, que aboca en el suicidio del
trabajador, etc.
En la imprudencia temeraria, por el contrario,
el trabajador no busca directamente con su conducta el resultado, es decir, el accidente, como
ocurre en el supuesto de dolo. Sin embargo, asume y es consciente de que con su comportamiento hay una muy alta probabilidad de que ocurra o
se produzca un accidente; por ejemplo, trabajar
con grados de alcoholemia muy elevados que
afectan visiblemente la capacidad del trabajador,
saltarse un semáforo en una avenida principal de
una ciudad en hora punta y a una velocidad muy
elevada, etc.
En este sentido, se estima imprudencia
temeraria:
> En el caso de una empresa dedicada a la fabricación de tableros de madera, para lo cual
se emplea una máquina descortezadora que
dispone de una pasarela protegida a lo largo
de todo su recorrido para evitar el acceso. Al
ser frecuentes los atranques y atascos de
troncos en la máquina, se habilita una plataforma segura en la parte superior de la máquina, desde donde se debían emplear pértigas para desplazar los atascos producidos
por los troncos. El trabajador, tras haberse
producido un atasco y haber permanecido
durante dos horas intentando desatrancar el
mismo con una pértiga, perdió la paciencia y
decidió saltar por encima de las barandillas
que delimitaban la maquinaria y trepar por la
estructura mecánica hasta situarse por debajo de una de las cintas transportadoras, donde se había producido el atasco. Sin embargo, queda atrapado en los rodillos de la cinta,
produciéndose en el instante la muerte.
> También en el supuesto de trabajador que
conducía una carretilla elevadora y, mientras
descendía una rampa, las ruedas laterales izquierdas se salieron de la rampa en su lado
izquierdo, que era abierto; se produjo el vuelco de la carretilla, por lo que sufrió la fractura
de su pie izquierdo, que quedó atrapado entre ésta y el suelo. La carretilla que conducía el
operario en la fecha del accidente disponía de
cinturón de seguridad en el asiento, no llevándolo puesto el trabajador en ese momento.
Además, pocos días antes del incidente el responsable de seguridad de la empresa le había
llamado la atención, tanto por el hecho de no
llevar puesto el cinturón, como por su forma
de conducir agresiva y a excesiva velocidad. El
mismo día del accidente y pocos segundos
antes de su acontecimiento, también le advirtió de que iba excesivamente rápido.
> Un trabajador que, en el trayecto de vuelta a
su casa, se detiene para sacar dinero de un
cajero, pero para ello cruza por una autovía,
le arrolla un camión y le causa la muerte.
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Por su parte, la imprudencia, profesional o
simple, puede conllevar la infracción de reglamentos de seguridad y salud. Así, por ejemplo, no
llevar los medios de protección individual obligatorios, cascos, botas, guantes, gafas, etc. En caso
de accidentes de circulación, la simple infracción
del código de circulación, en principio, no deja de
ser una imprudencia simple o profesional y no temeraria, incluso, conducir sin el permiso correspondiente o sin el seguro obligatorio.
> En este sentido, un ejemplo es el supuesto
en que el trabajador, camarero de un restaurante, era además el encargado de abrir el
centro de trabajo por las mañanas, por lo que
tenía las llaves del local. Iba al trabajo con un
vespino de poca cilindrada. Un día, al llegar,
se percata de que se ha olvidado las llaves en
casa y para tardar menos, coge, por vez primera, la moto de un compañero de 500 cc,
para la cual no tenía el permiso correspondiente, ni experiencia, y sufre un accidente.
En el caso de trabajar bajo los efectos del alcohol u otras sustancias psicotrópicas no se puede
fijar una cantidad, con carácter general o abstracto,
que determine la ruptura del nexo causal con el
trabajo y deje de ser una mera imprudencia simple. Ni siquiera cuando se conduzca con grados
de alcoholemia superiores a los establecidos. En
definitiva, hay que tener en cuenta las circunstancias de cada caso en concreto para apreciar el dolo y, especialmente, la diferencia entre imprudencia temeraria y meramente profesional o simple,
que es la verdadera frontera entre accidente de
trabajo y accidente común.
Así, por ejemplo, si el trabajador se salta un
semáforo en una avenida principal de una ciudad
en hora punta y a una velocidad muy elevada, y
sufre un accidente, no se puede decir que haya
buscado deliberadamente las lesiones que haya
sufrido, pero sí que asumiera que pudiera pasar
y, pese a ello, realizó la conducta imprudente. Sin
embargo, si ese mismo trabajador se salta un
“Stop” en una carretera comarcal a las cuatro de la
mañana, con poco tránsito, sin peatones y con una
visibilidad buena en ambos sentidos, aun cuando
infringe el código de circulación, precisamente es
porque piensa que en esas condiciones no hay
ninguna probabilidad de que ocurra un accidente.
Además, en estos casos, si concurren incumplimientos graves de la empresa en materia de prevención, subsistirá la responsabilidad de esta últi-
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ma pese a la imprudencia del trabajador, sin que
se pueda hablar de compensación de culpas:
El empresario
deberá tener
en cuenta las
capacidades
profesionales
de los
trabajadores
a la hora
de asignar
las tareas
> Un ejemplo es un trabajador empleado como
peón para el ayuntamiento de una pequeña
localidad. Se encuentra, junto con otros compañeros de trabajo, limpiando la maleza de
los márgenes del río Segura en la estación de
aforos de Ojós. Por encontrarse en campaña
de riego, el río registraba un caudal de unos
18,800 m2/segundo; siendo el caudal medio
en esa zona de unos 3 m2/segundo. En un
determinado momento el trabajador, que se
encontraba sobre una plataforma de cemento
con plantas acuáticas y maleza en sus proximidades, sin disponer de elementos de seguridad de anclaje alguno a punto firme, resbaló
y cayó al río, siendo arrastrado por la fuerte
corriente. Recuperado el cadáver y, según el
informe del Instituto Nacional de Toxicología,
en las muestras de sangre del fallecido se encontró una tasa de alcohol de 3,34 g/litro.
La obligación de vigilar al trabajador
Además, a estos efectos, cabe recordar que
el empresario deberá tener en cuenta las capacidades profesionales de los trabajadores a la hora
de asignar las tareas –formación, experiencia, capacidad…– (art. 15.2), y deberá asegurarse de
que hayan recibido la información suficiente y
adecuada antes de acceder a zonas de riesgo, así
como haber proporcionado todos los medios de
protección necesarios. De lo contrario, podría in1
currir en culpa in eligendo .
> En este sentido, en un supuesto de un trabajador joven contratado por primera vez de forma
temporal, para trabajar en el manejo de una
máquina peligrosa, concretamente una plegadora y el trabajador se atrapa un dedo en la maquinaria el primer día. De este modo, el tribunal
concluye que, aun cuando conste formalmente
la información y formación, (escrito firmado por
el trabajador en tal sentido), es evidente que,
por sus características personales y por el hecho
de haber sufrido el accidente el primer día de
1 Responsabilidad a la hora de elegir los
medios o las personas para llevar a cabo
una labor.
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El empresario incurrirá en responsabilidad si se constata un incumplimiento sistemático o frecuente de las obligaciones
a cargo de los trabajadores y se muestra permisivo o pasivo ante eso.
trabajo, el cumplimiento formal no viene corroborado por la realidad práctica, que pone de
manifiesto que el trabajador no era el adecuado
para el manejo de dicha maquinaria.
Asimismo, deberá vigilar que los trabajadores cumplan las medidas de protección, adoptando las medidas necesarias para hacer efectivas
las órdenes empresariales, de lo contrario, incu2
rriría en culpa in vigilando . A este respecto la jurisprudencia matiza, no obstante, que el deber
de vigilancia del empleador no puede concebirse
como una fiscalización constante o permanente,
minuto a minuto, de todas las operaciones llevadas a cabo en su empresa, para obligar al empleo de las medidas preventivas indicadas en cada caso, incluso a los trabajadores rebeldes a sus
indicaciones; eso supondría un poder cuasi policial, permanente y exhaustivo, e iría en contra de
la propia dignidad y profesionalidad del trabajador, presumiendo en ellos la falta de sentido común. De tal forma que no habrá responsabilidad
por parte del empresario, si éste ha articulado
2 Obligación y responsabilidad en la supervisión del trabajo de otros.
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un procedimiento de trabajo seguro, pero surge
un incumplimiento puntual del mismo por parte
del trabajador.
> Por ejemplo, un encofrador al que la empresa
ha proporcionado la formación preceptiva en
materia de prevención y todos los equipos de
protección individual necesarios, entre los
cuales se encuentran las gafas reglamentarias. La empresa ya había sancionado a varios
encofradores por no llevarlas, pero nunca a
este trabajador en concreto, que siempre se
las ponía. Sin embargo, en una ocasión, se le
rompen las gafas y, en lugar de informar de
ello y pedir otras, decide seguir trabajando sin
ellas. Al cortar un tablero en la máquina tronzadora, le saltó un diente de la sierra que se
le clavó en el ojo derecho, provocándole la
pérdida completa de la visión en ese ojo.
Ahora bien, el empresario sí incurrirá en responsabilidad si se constata un incumplimiento sistemático o frecuente de las obligaciones a cargo
de los trabajadores y se muestra permisivo o pasivo ante eso. Por ejemplo:
> En el caso de una empresa contratista de una
obra que envía su trabajador a la obra, tras
haberle proporcionado la preceptiva formación en prevención de riesgos laborales, así
como en equipos de protección individual,
casco, ropa de seguridad y arnés de sujeción
a elementos fijos. Sin embargo, no le acompaña ningún encargado de la empresa para
vigilarlo y se cae de un andamio por no llevar
puesto el arnés de seguridad.
> No obstante, no se estima responsabilidad en
un supuesto similar, donde el trabajador también se cae, pero en este caso porque resbala
descendiendo la escalera que llevaba hasta el
andamio; el tribunal estima que no queda demostrado que se haya resbalado y caído por
medidas omitidas por la empresa.
Finalmente, es un deber personal del empresario, no trasladable a los trabajadores o terceros
encargados de la actividad preventiva. Esto es, aun
cuando el empresario dispone de varios modelos
de organización para llevar a cabo las funciones
preventivas, puede designar trabajadores, crear un
servicio de prevención propio o incluso acudir a
servicios externos de prevención, tales servicios
son meramente instrumentales y, en ningún caso,
le eximen de sus deberes y, en consecuencia, de
sus responsabilidades.
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