TODOS LOS SANTOS 1 de noviembre 2007 EVANGELIO: Mateo 5, 1-12a En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y Él se puso a hablar enseñándolos: - «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la Tierra. Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados. “Bienaventurados...” (Mt 5, 1-12) Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordia. misericordiosos, porque ellos alcanzarán Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo». ACERCARNOS AL TEXTO El sermón del monte (Mt 5-7) es una síntesis de vida cristiana. En él, las palabras de Jesús tienen un marco solemne: habla desde un monte, lugar tradicional de la manifestación de Dios; y sentado, cerca de sus discípulos, rodeado de las multitudes que le siguen, y en actitud de enseñar. Los destinatarios son todos, somos todos. Las bienaventuranzas forman la obertura de este gran discurso. Son como un resumen de lo que viene después, la quintaesencia del estilo de vida que manifiesta y trae el Reino. Sobre el soporte de un esquema literario muy conocido en la tradición sapiencial judía (Sal 1, 1; 33, 12; Prov 3, 3), y utilizado otras veces por Jesús (Mt 11, 6; 13, 16; 16, 17; 24, 46), Mateo va señalando las pistas que conducen a la verdadera felicidad. Los que viven según el estilo del Reino y encarnan estas actitudes (es decir, los que practican su justicia), aunque sean perseguidos, serán dichosos y tendrán su recompensa en Dios. Es notable la diferencia entre estas bienaventuranzas de Mateo y las de Lc 6, 20-23. Lucas sólo trae cuatro bienaventuranzas: los pobres, los que lloran, los hambrientos y los perseguidos; Mateo trae nueve. Lucas habla de pobres y hambrientos; Mateo precisa «pobres de espíritu» y hambrientos «de justicia». Ambas precisiones orientan el discurso hacia posturas espirituales y éticas. En la misma dirección apuntan las bienaventuranzas, propias de Mateo, de los mansos, de los misericordiosos, de los limpios de corazón, de los constructores de paz. Mas no se piense que la orientación espiritual conlleva actitudes individualistas y abstractas. La pobreza de espíritu, por ejemplo, no es un desprendimiento genérico ni cerrado, sino una actitud concreta, cuyo contenido es la opción por los pobres. Lucas habla de situaciones concretas; Mateo describe más bien actitudes del hombre justo. Mateo ha acentuado la dimensión exhortativa, mientras que Lucas refleja el carácter social de las bienaventuranzas a través de su interés por los pobres reales. En Lucas las bienaventuranzas van seguidas de cuatro «ayes» contra los ricos y saciados, que no aparecen en Mateo. Los gritos de alegría de Jesús, por la llegada del Reino de Dios y la liberación que viene con él, fueron interpretados en las comunidades a las que escribe Mateo como orientaciones para la conversión y el cambio de vida que exige dicho acontecimiento. En cada una de las bienaventuranzas existe una tensión entre la situación presente y la que está a punto de brotar. Los pobres, los que sufren, los que tienen hambre, los misericordiosos... van a ver cambiada su suerte. La actual actuación no es la querida por Dios. Las bienaventuranzas declaran DICHOSAS a personas consideradas, de ordinario, malditas y desgraciadas. La primera de ellas resume de algún modo las demás: llama dichosos a los pobres de espíritu, o sea, a los que han puesto su confianza sólo en el Señor, a los que tienen la actitud religiosa de desprendimiento y confianza en Dios; y al mismo tiempo invita a adoptar esa actitud a todos los que quieran tener parte en el Reino. Es evidente que Jesús no proclama a los pobres «dichosos» por el hecho de ser pobres, ni menos aún señala la pobreza como un ideal de vida. Esta interpretación del texto, que desgraciadamente se hizo y aún se hace, es una burla contra los pobres y contra el mismo Jesús, que se rodeó de hambrientos y enfermos precisamente para darles de comer y curarles. La dicha de los pobres radica en el hecho mismo de que ya ha llegado para ellos el Reino de Dios, y en que Dios los ama. Sin hacer presente el Reino entre nosotros es una farsa proclamar las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas son, pues, una PROCLAMACIÓN MESIÁNICA, un anuncio de que el Reino de Dios ha llegado. Los profetas habían descrito el tiempo mesiánico como el tiempo en que los pobres, los hambrientos, los perseguidos y los inútiles iban a sentirse ricos, saciados, respetados, útiles. Jesús proclama que ese tiempo ha llegado; de ahí que la alegría y el gozo sean algo fundamental en las bienaventuranzas. A la luz de la llegada del Reino (Reino que ha invertido los valores) se justifica el carácter paradójico de sus afirmaciones. Las bienaventuranzas no son una ley ni un código ni una norma moral; son Evangelio, anuncio gozoso de la realización del Reino. Con las bienaventuranzas Jesús no sólo proclama que ha llegado el tiempo mesiánico, sino que ha llegado PARA TODOS. Ante el amor de Dios no hay próximos y lejanos, no hay marginados; más aún, los que nosotros hemos marginado son los primeros. Por otra parte las bienaventuranzas no van dirigidas a individuos aislados, o una élite de consagrados, sino a los creyentes, a todos los discípulos de Jesús. Jesús no sólo proclamó las bienaventuranzas, sino que las vivió. Por eso, la proclamación de las bienaventuranzas va precedida de un sumario de la actividad de Jesús: le rodeaban enfermos de toda clase, aquejados de diversos males, endemoniados, epilépticos, paralíticos, y él los curaba (4, 23-24). Quienes viven con el Maestro, quienes viven las actitudes del Reino, quienes viven las bienaventuranzas serán injuriados y perseguidos. La persecución es señal que, tarde o temprano, acompaña a los que entran en la dinámica del Reino y trabajan por él. REFLEXIONES PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES Si algo aparece claro en las bienaventuranzas es que Dios es el Dios de los pobres, de los que lloran y sufren. Dios no es insensible al sufrimiento humano. Dios no es apático. Dios sufre donde sufre el amor. Por eso, el futuro proyectado por Dios pertenece a esos hombres y mujeres que sufren porque apenas hay lugar para ellos en el corazón de los hermanos y en esta sociedad. Vivimos en un mundo cada vez más apático, en el que está creciendo la incapacidad para percibir el sufrimiento ajeno, la incapacidad para sufrir. De mil maneras vamos evitando la relación y el contacto con los que sufren. Levantamos muros que nos separan de la experiencia y de la realidad del sufrimiento. La organización de la vida moderna parece ayudar a encubrir la miseria y la soledad de las gentes y a ocultar el sufrimiento hondo de las personas. Raramente experimentamos, de forma sensible e inmediata, el sufrimiento, la soledad, la miseria y la muerte de los otros. En medio de esta apatía social se hace todavía más significativo el mensaje de las bienaventuranzas y la fe cristiana en un DIOS CRUCIFICADO que ha querido sufrir junto a los abandonados de este mundo. Todos sabemos, por experiencia, que la vida está sembrada de problemas y conflictos. Pero, a pesar de todo, podemos decir que la «felicidad interior» es uno de los mejores indicadores para saber si una persona está acertando en el difícil arte de vivir. Se puede incluso afirmar que la verdadera felicidad no es sino la vida misma cuando es vivida con acierto y plenitud. Nuestro problema consiste en que la sociedad actual nos programa para buscar la felicidad por caminos equivocados, que casi inevitablemente nos conducirán a vivir de manera desdichada. Las bienaventuranzas nos invitan a preguntarnos si tenemos la vida bien planteada o no, y nos urgen a eliminar programaciones equivocadas. ¿Qué sucedería en mi vida si yo acertara a vivir con un corazón más sencillo, sin tanto afán de seguridad, con más limpieza interior, más atento a los que sufren, con la confianza en un Dios que me ama de manera incondicional? Nadie sabe dar una respuesta totalmente convincente y clara cuando se nos pregunta por la felicidad: ¿Qué es? ¿Cómo alcanzarla? ¿Por qué caminos? Ciertamente, no es fácil acertar a ser feliz. No se logra la felicidad de cualquier manera. La felicidad no se puede comprar. Por eso hay tantas personas tristes, a pesar de que cada vez aumentan más las ofertas y los caminos para ser feliz. ¿En qué creer: en las bienaventuranzas de Jesús o en los reclamos de nuestra sociedad? Uno se va haciendo creyente cuando va descubriendo prácticamente que somos más felices cuando amamos, incluso sufriendo, que cuando no amamos y por lo tanto no sufrimos por ello. Es una equivocación pensar que el cristiano está llamado a vivir renunciando y sacrificándose más que los demás, de manera más infeliz que otros. Ser cristiano, por el contrario, es buscar la felicidad, una felicidad que comienza aquí, y que alcanzará su plenitud en el encuentro final con Dios. Si las bienaventuranzas aparecen como buena noticia quiere decir que su mensaje no es algo hueco o vacío sino una realidad presente en nuestra sociedad. Hay ya en nuestro mundo frutos y signos de la buena noticia, del Reino. Hemos de ser capaces de descubrirlos. Quien no percibe los signos del Reino ya presente no puede experimentar su cercanía, ni seguir creyendo en su radical utopía de amor, justicia, paz, fraternidad, verdad, solidaridad, pues sólo desde la experiencia se puede creer. COMPROMISO DE VIDA En esta fiesta, tan hermosa como profunda, el Evangelio me propone su Carta Magna, para vivir plenamente el espíritu nuevo de la Buena Noticia que Jesús aporta. Recogeré los “datos” o reflexiones que más me han impactado y gustado en el comentario anterior. Tomaré buena nota de cada uno de ellos. Ahora meditaré serenamente sobre las Bienaventuranzas, intentando -sobre todo- entender y acoger la “lógica” de Dios. Escribiré las reflexiones como en un resumen. Miraré a mi alrededor y trataré de poner nombre de una persona, al menos, detrás de cada Bienaventuranza: tienen que ser una persona cercana a mi vida y explicar el por qué lo siento así. Para terminar este día, utilizaré la oración “HILOS PARA ENTENDER LAS BIENAVENTURANZAS”, como expresión de mi actitud en esta fiesta. ORACIÓN para esta FIESTA HILOS PARA ENTENDER LAS BIENAVENTURANZAS Cómo podrá alguien ayudar, si nunca ha necesitado un hombro amigo. Cómo podrá alguien consolar, si nunca sus entrañas han temblado de dolor. Cómo podrá alguien curar, si nunca se ha sentido herido. Cómo podrá alguien ser compasivo, si nunca se ha visto abatido. Cómo podrá alguien comprender, si nunca en su vida ha tenido el corazón roto. Cómo podrá alguien ser misericordioso, si nunca se ha visto necesitado. Cómo podrá alguien dar serenidad, si nunca se ha dejado turbar por el Espíritu. Cómo podrá alguien alentar, si nunca se quebró por la amargura. Cómo podrá alguien levantar a otros, si nunca se ha visto caído. Cómo podrá alguien alegrar, si nunca se ha reído de su sombra. Cómo podrá alguien abrazar, si nunca se ha dejado estrujar. Cómo podrá alguien dar alegría, si nunca se acercó a los pozos negros de la vida. Cómo podrá alguien enseñar, si nunca ha querido ser discípulo. Cómo podrá alguien anunciar la buena noticia, si nunca se ha preocupado de los signos de los tiempos. Cómo podrá alguien ser tierno, si en su vida todo son convenios. Cómo podrá alguien acompañar a otros, si su vida es un camino solitario. Cómo podrá alguien compartirse, si en su vida todo lo tiene cubierto. Cómo podrá alguien gozar el evangelio, si lleva cuenta hasta del comino. Cómo podrá alguien encontrar, si nunca ha estado perdido. Cómo podrá alguien ser dichoso, si las bienaventuranzas le parecen un acoso. Ulibarri, Fl.