La raíz del odio y sus consecuencias

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ESCENARIOS
& SOCIEDAD
www.ellitoral.com
EL LITORAL
lunes, 30 de abril de 2012
Producción EL LITORAL ARGENTINO ® / Producción EL LITORAL DE SANTA FE ®
Tilda Swinton y el pequeño Rocky
Duer, madre e hijo en una historia
trágica y perturbadora, “Tenemos
que hablar de Kevin”, de Lynne
Ramsay. Foto: Agencia EFE
Laura Osti
En “Tenemos que hablar de
Kevin”, de la directora escocesa
Lynne Ramsay, la historia, los personajes, el ambiente, la imagen,
la forma en que está narrada y el
montaje, son un todo articulado,
una unidad de sentido que muestra pero no explica por qué a veces
suceden cosas que van más allá de
lo previsible o de lo considerado
normal.
El film se centra en la relación madre-hijo, entre una joven
madre primeriza, Eva (Tilda
Swinton) y Kevin (Ezra Miller) su
primogénito, un niño raro.
El relato no sigue un discurso lineal, se va desplegando a la
manera de un rompecabezas en
el que las piezas van cayendo de
manera caótica, dislocada en el
tiempo y el espacio. El tono de
tragedia se respira desde el primer plano y se mantiene en altos
niveles durante toda la película
hasta el final, y sumerge al espectador en un estado de inquietud,
a veces de rechazo. Esos sentimientos son los que manifiesta
Eva hacia su hijo, incluso desde
antes del parto. Ambos mantienen una relación tensa, de mutua
agresividad, fría y a menudo perversa.
El padre, Franklin (John C.
Reilly), es apenas una figura
secundaria que suele poner un
poco de equilibrio, funcionando
a veces como el factor que aparece para descomprimir la siempre
alterada relación de la madre con
el hijo.
Ramsay apela también al uso
de íconos y símbolos, que refuerzan el mensaje de disfuncionalidad que afecta a la familia, a la que
se agregará, años después, otra
hija, una niña de conducta más
normal, pero que será una de las
primeras víctimas de la violencia
de su hermano mayor.
Frialdad, un orden maníaco,
ausencia de alegría, sentimientos
de furia reprimida, son las características del hogar, aun cuando
Franklin, un mediocre y simplón,
trata de poner a veces un toque de
sentido común. Pero es evidente que ni entiende demasiado lo
La raíz del odio y
sus consecuencias
que está pasando en el seno de su
familia ni se hace cargo tampoco
de la gravedad de lo que se está
gestando, de modo que cuando
todo estalla finalmente, sucumbirá también como el resto de las
víctimas del joven.
Porque hay que decir que lo
que intenta Ramsay, a partir de la
recreación de la novela de Lionel
Shriver, es escudriñar el entorno
familiar del protagonista de una
matanza en un colegio secundario de Estados Unidos. La idea
dominante es que el problema
quizás tenga el origen en la falta
de sentimientos maternales de
esa mujer escuálida y gélida. La
cuestión es que Kevin crece de
una manera diferente al resto de
los niños, tiene dificultades para
incorporar el lenguaje, dificultades para controlar esfínteres,
dificultades para expresarse,
pero se revela como un frío y calculador manipulador, que se va
de las manos de sus progenitores
y de todo el sistema, provocando
una tragedia que nadie supo prevenir a tiempo.
Olla a presión
La película parece pensada a
la medida de la capacidad histrió-
nica de Tilda Swinton, que construye el personaje exacto que la
historia requiere, y también es de
destacar la interpretación de Ezra
Miller, con su adolescente terriblemente perturbador y hasta por
momentos, repulsivo.
Sin atenuantes, finalmente
madre e hijo se enfrentan cara
a cara y se hacen cargo de su
mutua desgracia, sin atisbos de
redención, dejando la impresión
de que esa olla a presión que son
esos indescifrables sentimientos que los unen pueda volver a
estallar en cualquier momento.
El punto de vista es despojado
••••
MUY BUENA
Tenemos que hablar d
e Kevin
We need to talk about Kevin,
Estados Unidos, Francia e
Inglaterra, 2011. Dirección:
Lynne Ramsay. Guión: Lynne
Ramsay y Rory Kinnear, a partir
de la novela de Lionel Shriver.
Fotografía: Seamus McGarvey.
Montaje: Joe Bini. Música:
Jonny Greenwood. Intérpretes:
Tilda Swinton, John C. Reilly,
Ezra Miller, Jasper Newell, Rocky Duer. Apta para mayores de
18 años. Duración 112 min. Se
exhibe en el América.
y no toma partido por ninguno
de los personajes, simplemente muestra lo que quizás nadie
quiera ver.
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