CAPÍTULO 1 LA ENVIDIA: EL PECADO POR EXCELENCIA M e atrevería a afirmar que la envidia, de entre todos los pecados capitales, es el más dañino. Por supuesto, esto es solo una opinión. Todos y cada uno de los siete pecados tiene su grado de efecto destructivo. Dependiendo de cada persona y de su situación particular y/o temporal, cualquiera de los siete puede afectar de una manera más o menos severa, pero la envidia causa verdaderos estragos a toda persona a la que haya decidido poseer. En España, es considerado por muchos el pecado nacional. La envidia está presente en cualquier lugar por el que nos movemos, en cualquier grupo de personas con el que contactamos y está presente en cualquier familia pequeña, mediana o grande —atendiendo al número de sus miembros— e independientemente de su nivel socio-económico y cultural. La envidia siempre aparece en el más recóndito de los escenarios que uno pueda imaginar y en el instante que menos se pueda pensar. Y España es sólo uno de tantos países donde está presente este demonio. En todos los lugares del mundo, con desiguales culturas y costumbres, diferentes idiomas 19 y peculiares modos de vivir, se presencia en muchas ocasiones la aparición de esta maldita lacra despiadada, sin forma tangible alguna, llamada envidia. La persona envidiosa es una persona insatisfecha. Es posible que no sepa que lo es y probable que lo sepa. En los casos en los que alguien no sabe que está insatisfecho, inconscientemente siente rencor contra las personas que poseen algo, ya sea belleza, dinero, éxito, poder, sexo, felicidad, amor, personalidad, experiencias… que él/ella también desea pero que no puede tener. Su actividad respecto a esas personas puede que sea nula. Se resignan. Aparece un esto es lo que hay en su interior y… ¡punto pelota! Sin embargo, las personas que saben perfectamente que están insatisfechas sienten mucho rencor contra aquellas otras que, como en el ejemplo anterior, poseen una serie de conceptos que ellas también desean pero que no pueden tener. La diferencia de este caso respecto al anterior consiste en que este tipo de gente es perfectamente consciente del rencor que está sintiendo, como consciente es de que su máximo deseo es destruir todo lo que esa otra persona tiene y que ella no puede tener. En vez de aceptar sus carencias, aceptar y conformarse con lo que posee y sacar los máximos beneficios de ello, el envidioso odia a todos aquellos que, como un espejo, le recuerdan su privación. La envidia es la rabia vengadora del impotente que, en vez de luchar por sus inquietudes y objetivos, prefiere eliminar a la competencia. Existen varios tipos de envidiosos: tenemos el envidioso hipócrita, que es aquel que siempre festeja lo que hace el otro poniendo una sonrisa de oreja a oreja y soltando carcajadas cuando ese otro le cuenta de sus logros, de su progreso, de sus planes y de su óptima salud mental y física. El envidioso responde haciendo gestos que, 20 hipócritamente, provoca para mantenerse cerca de la persona. Tenemos el envidioso copión, que es aquel que nos imita pero, sin embargo, todo le sale mal o contrario a sus expectativas. Tenemos el envidioso engreído compulsivo, que es aquel que nunca ha logrado nada pero que miente acerca de lo que tiene, compró o adquirió para superar a la otra persona. Tenemos el envidioso curioso, que es aquel a quien solamente le interesa saber todos los pormenores de nuestras vidas; nos pregunta acerca de cómo compramos el coche, por ejemplo, cuánto nos costó, de dónde sacamos el dinero y si lo robamos, porque le parece imposible que hayamos podido ahorrar para invertir en algo provechoso. Tenemos el envidioso de doble cara y de doble discurso, que es aquel que nos alaba cuando está con nosotros pero que, cuando se va y visita a otra persona, habla a nuestras espaldas y crea todo un panorama que no se atiene a la realidad de nuestras vidas. Como si le pareciese poco, le cuenta a la otra persona que somos una mierda y, en consecuencia, esa otra persona incorpora el mismo concepto acerca de nosotros. Entonces, cuando el envidioso vuelve a nuestro hogar, o al círculo donde nos movemos, nos continúa hipócritamente alabando y pone en práctica el mismo procedimiento empleado con la otra persona. Si se es medianamente inteligente, no se tiene por qué, ni de qué, ni para qué caer en las andanzas del envidioso, sus entredichos y controversias puesto que todo se magnetiza negativamente sobre el cuerpo y mente del envidiado y, por lo tanto, toda la energía positiva se malgasta y se vuelve negativa, como resultado de seguir el mal camino del envidioso. Aprendamos, sigilosamente, a detectar a aquellas personas que sólo quieren nuestra desdicha, 21 nuestro deshonor, nuestro tropiezo y nuestra desaparición como personas buenas, honradas, solidarias, generosas, e innatamente equipadas con un alto potencial de inteligencia, de madurez mental, y de autosatisfacción por lo que somos. La envidia es una defensa típica de las personas más débiles, acomplejadas o fracasadas. La envidia, además de a la debilidad, complejo o fracaso, puede estar ligada al narcisismo. Si tenemos en cuenta que una persona narcisista es aquella que necesita por encima de todo el reconocimiento y la admiración de los demás por y para cualquier cosa que haga o diga, hasta el punto de que su personalidad queda trastocada si no lo consigue, nos encontramos con alguien incapaz de tener una vida feliz, pues los rasgos de su personalidad se han desviado hacia un profundo egoísmo y una gran desconsideración hacia las necesidades y sentimientos ajenos. Cuanto más débil, acomplejado, fracasado, narcisista se sea, más se envidiará a la gente que posea lo que no se tiene. La envidia sólo se cura mirando hacia sí mismo, teniendo un proceso de crecimiento emocional para poder resolver las propias carencias y conseguir así plena madurez. La persona madura no envidia a nadie. Lo peor es que este veneno suele engendrarse en aquellos que son más amigos de los no envidiosos de manera que éstos, tomando a aquellos como eso –amigos– y, por tanto, fiándose de ellos, sufren sus ataques como el peor de los enemigos declarados. El éxito, de cualquier tipo y dimensión, de una persona madura, segura de sí misma y, por supuesto, no envidiosa, es el fracaso de la persona envidiosa. Van en la misma proporción. A medida que el no envidioso triunfa en cualquier aspecto de la vida, el envidioso vive esa 22 misma situación como una derrota y se siente mal por ello. Cuanto más triunfe el primero, más dolorosa es la derrota para el segundo. Por el contrario, si la persona no envidiosa fracasa, o no tiene el éxito esperado sobre alguna cosa o proyecto realizado o está abatido porque ha tenido un problema, la envidiosa encontrará por ese mismo hecho una gran satisfacción. Cuanto más grande sea la preocupación o inquietud del primero, mayor será el bienestar del segundo. El envidioso está siempre pendiente de lo que hacen los demás, de lo que tienen o dejan de tener, de su triunfo y cómo lo consiguen o de su fracaso y de cómo ha ocurrido. Nunca está satisfecho consigo mismo. Una cruenta batalla se está siempre fraguando dentro de sí de manera que no le deja vivir tranquilo. Es algo natural que forma parte de su vida por lo que está ya acostumbrado y en numerosas ocasiones apenas le afecta e inquieta. Eso es lo que cree. Sí que le afecta. Le afecta mucho. Su forma de acometer las actividades diarias está contaminada ya desde que se levanta por la mañana. Su inconsciente no para de funcionar, presionando a su consciente a fijarse en cualquier objeto que no le pertenece de manera que, aunque aparentemente no se da cuenta del esfuerzo que realiza como persona que es, su cerebro comienza a desgastarse desde los primeros instantes del día. Desayuna y se va a trabajar. Allí se junta con personas. Come, solo o acompañado, pero se relaciona siempre con seres humanos, bien sean compañeros de trabajo o los camareros del restaurante u otros individuos que están comiendo en el mismo lugar. Al final de la jornada laboral sale a dar un paseo por el parque para despejarse del estrés acumulado en el trabajo. O se va a tomar una cerveza 23