“El hábito no hace al monje”: formas y simbolismos de los hábitos monásticos Francisco Rafael de Pascual, OCSO Abadía Cisterciense de Viaceli Cóbreces (Cantabria) SUMARIO: PRELIMINAR: Carácter antropológico y religioso del vestido. EL HÁBITO EN EL MUNDO MONÁSTICO. I. El hábito en el antiguo monacato: 1. Los tres primeros siglos 2. Hacia la adopción de un hábito monástico. 3. Los primeros testimonios del monacato occidental. 4. El hábito benedictino. II. El hábito religioso en la Edad Media: 1. El habito benedictino en el alto medioevo (siglos VI-IX). 2. La renovación monástica siglos X-XI). 3. El movimiento canonical (siglos XI-XIII). 4. Las órdenes mendicantes (siglos XIII- XV). 5. La transformación de la moda en los siglos XIV-XV). III. Hacia los tiempos modernos. Notas breves. 1. El hábito religioso desde el concilio de Trento hasta nuestros días. 2. Temas actuales sobre el hábito religioso. FINAL: A modo de conclusión. PRELIMINAR: El hombre es el único mamífero que, tras su nacimiento, vuelve a ser “envuelto” tras dejar la placenta de la madre. El vestido le acompaña toda su vida, excepto en momentos de intimidad, hasta su muerte. El modo de vestir lo presenta ante el mundo tanto como su rostro, define su postura y actitud ante los momentos cotidianos y trascendentales de la vida, sirve de instrumento para su comunicación con los otros seres humanos y está sometido a las modificaciones que la actividad, la cultura y la filosofía del momento le imponen. EL HÁBITO EN EL MUNDO MONÁSTICO Desde la antigüedad el indumento monástico no ha sido nunca objeto de una regulación específica o minuciosa en cuanto a su forma o color. Se puede decir que hasta la llegada de san Benito no hay unas regulaciones específicas sobre el hábito del monje. Es cierto que todos los que se llaman monjes lo usan, pero la idea central es que el hábito sea un signo de la vida que el monje debe llevar. En el milenio que va desde mediados del siglo VI a mediados del siglo XVI el hábito monástico sufre un lento y complejo proceso de transformación que lo lleva, a fines del medioevo, a la adquisición de aquellas características esenciales que lo distinguirán en el futuro hasta nuestros días. En la edad moderna el hábito religioso ha vivido de la herencia del pasado medieval y, al mismo tiempo, ha hecho repetidos tentativos de vuelta a los valores de simplicidad del antiguo monacato occidental. En su conjunto, la doctrina del concilio Vaticano II y el magisterio de Pablo VI representan una vuelta a la mejor tradición de los grandes padres del monacato occidental, en particular de san Benito, y son consiguientemente una atenuación notable de la mística medieval del hábito y de la revalidación que de ella hizo el espíritu barroco. Un aspecto interesante es digno de consideración (y hasta de estudio sociológico). La institución monástica es posiblemente la única que en la Iglesia ha mantenido casi invariable la indumentaria desde sus orígenes hasta ahora (y lo mismo podría decirse de otras tradiciones religiosas no cristianas). Y muchos monjes que alcanzaron puestos en la jerarquía eclesiástica, hasta el papado, dieron testimonio de seguir vistiendo su hábito original. Quizá los monjes de hoy experimentemos el mismo reto que los demás religiosos en lo que se refiere a significar lo significado por medio del vestido. También es curioso, y es solo un apunte, que los nuevos movimientos monásticos y de comunidades contemplativas (que son bastantes más de lo que se cree) no optan por “lo secular” en el vestir, sino que se “adornan” con los hábitos más variopintos, que conjugan lo tradicional con lo icónico (y parece que se encuentran muy a gusto con eso…).