Crisis de la industria y Tercer Modelo

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Crisis de la industria
y emergencia del Tercer Modelo en América Latina
Omar de León Naveiro ∗
1. Introducción
La creación de una estructura industrial dinámica y equilibrada fue el núcleo del
proyecto de modernización que se generalizó en América Latina después de la II Guerra
Mundial, proyecto que alcanzó todos los ámbitos de la organización social, desde la
infraestructura técnica de la misma, pasando por la estructura productiva, de relaciones
sociales y transmitiéndose a la superestructura política y cultural. Las determinaciones
entre niveles de organización social daban la unidad característica de estos procesos,
que la literatura recoge como modelos de organización socioeconómica (Talavera,
1989). Así, el Modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones
reemplazaba al antiguo Modelo Primario Exportador, que se había afianzado en la
región desde la colonia. Los distintos países comenzaron en diferentes momentos y
alcanzaron diversos grados de avance en este cometido, pero el proyecto de desarrollo
subyacente a las políticas era básicamente el mismo.
Treinta años más tarde, en los años ochenta, el declive de la industria en el marco de
una nueva crisis general de la región originó un nuevo momento de transición en el que
se fue alterando el patrón de relaciones sociales característico del viejo modelo. Este
momento crítico se tradujo en casi veinte años de ausencia de proyecto, en los que se
buscó generalizadamente el restablecimiento de los mecanismos del mercado para
animar el crecimiento sostenido y la superación de la creciente brecha social,
característica de la región. Después de los magros resultados obtenidos mediante la
aplicación de las recetas neoliberales, va tomando forma una nueva estrategia de
articulación económica, con importante presencia del actor público, que podría
convertirse en el nuevo núcleo vertebrador de economía y sociedad.
∗
. Profesor del Departamento de Economía Aplicada V, Universidad Complutense de Madrid.
Texto publicado en León Naveiro, O. y Vidal Bonifaz, G. (coord.): América Latina: democracia,
economía y desarrollo social, Trama, Madrid, 2010, pp. 43-68.
1
El propósito del presente trabajo es analizar la evolución de la industria a lo largo de la
crisis para constatar su pérdida de peso económico y definir el nuevo papel que puede
desempeñar en la organización social emergente. Asimismo intentaremos apuntalar la
hipótesis del surgimiento de un nuevo modelo de organización socioeconómica: el
Modelo de Desarrollo Territorial. Esta constatación nos permitiría construir
teóricamente las nuevas determinaciones estructurales y superestructurales para
comprender mejor (y en su caso facilitar) los procesos de refuerzo de las tendencias
deseables inherentes al mismo, tales como la equidad, la sostenibilidad, la participación,
etc.
En el apartado siguiente analizaremos los cambios estructurales acaecidos en la
industria de la región para constatar su declive y transformación en las últimas décadas.
En el apartado 3 expondremos las circunstancias en que llega a la región el paradigma
de desarrollo territorial y se va afianzando como el núcleo articulador del tercer modelo
de organización social en la región. Asimismo, analizaremos sus rasgos y relaciones
esenciales, con la intención de contribuir al debate sobre las estrategias de desarrollo
que se presentan en la actualidad. Finalmente, a manera de conclusión, recuperamos la
perspectiva sectorial para destacar la importancia de la industria en todo proyecto de
desarrollo que pretenda abarcar al conjunto de la sociedad latinoamericana.
2. Veinte años de crisis: cambios estructurales en la industria latinoamericana
A lo largo de la década de 1980, como consecuencia de las nuevas prioridades de las
economías locales, afectadas por la brecha creciente de sus cuentas externas, la industria
fue perdiendo peso. El impacto de las nuevas políticas de ajuste en la producción
industrial fue diverso para los distintos países, en función de la magnitud de la brecha
externa que incidía directamente en el déficit público y de las distintas orientaciones
estratégicas de los gobiernos regionales. 1 Éstos buscaban mayores ingresos externos y
superávit primarios para atender las crecientes obligaciones de la deuda. En una visión
1
. En Argentina, Chile y México, durante los primeros años de la década, el gobierno rescató, a través de
medidas de crédito a tipos fijos y de seguros de cambio, la deuda de las empresas, socializando los
pasivos de éstas, que pasaron a ser públicos. Es decir que los pagos habrían de acometerse con superávit
primario del Estado.
2
de largo plazo, que abarca toda la década, las principales transformaciones del sector
pueden resumirse en las siguientes:
2.1. Estancamiento o retroceso, según los casos, de la producción manufacturera
Cuanto más se avanzaba en el proceso de industrialización y a pesar de las medidas que
se fueron tomando para desarrollar una estructura industrial equilibrada, mayor era su
vulnerabilidad externa (Fajnzylber, 1987). Paradójicamente, cuanto más crecía el
producto industrial (y más se desarrollaban las economías nacionales) mayor era la
presión sobre las cuentas externas apuntaladas básicamente con la exportación de
productos primarios. Los esfuerzos por incrementar las exportaciones industriales
habían dado resultados discretos ante la brecha competitiva respecto de las economías
desarrolladas y los escasos avances en la integración de las economías regionales, hecho
que hubiera contrarrestado las reducidas dimensiones de los mercados nacionales.
Cuando la combinación de un deterioro sostenido de los términos del intercambio y el
incremento de los tipos de interés, produjo el shock de 1982, el entramado industrial fue
el primer afectado de la restricción en las importaciones, comenzando un período de
crisis, incertidumbre y transformaciones (a veces planificadas y las más sobrevenidas)
que se prolongaría por más de diez años.
El cuadro 2.1 muestra la evolución del producto industrial a lo largo de la década. Para
el conjunto de países, el producto manufacturero permaneció estancado entre 1980 y
1990, con un deterioro acentuado en el primer quinquenio y un comportamiento
ligeramente alcista en el segundo. Sin embargo, analizando por países se aprecian
notables diferencias. Un primer grupo, sufrió una caída severa del producto. En ellos
(Nicaragua, Argentina, Perú, y Uruguay) es en los que se aplicó de forma más ortodoxa
el ajuste, que completó un cambio de rumbo de la estrategia económica hacia la apertura
y la exportación de productos primarios 2 . En un segundo grupo (Ecuador, Bolivia y
Brasil), el estancamiento fue más moderado. Estos países presentaban un alto grado de
endeudamiento y tuvieron grandes dificultades para estabilizar la economía, aplicando
diversos paquetes de medidas a lo largo de la década. Un tercer grupo (en el que se
2
. En Nicaragua se precipitó la caída en el segundo quinquenio, después de la salida del gobierno
sandinista. En Argentina y Uruguay la política económica, basada en continuas devaluaciones, fomentó
los movimientos financieros especulativos y la sustitución de crédito interno por externo, lo que elevó los
pagos netos al exterior por encima del 5 por ciento del PIB entre 1980 y 1985.
3
encuentran Venezuela, México y Costa Rica y Paraguay) consiguió un ligero
crecimiento a lo largo del decenio. 3 Chile y Colombia experimentaron la mayor
expansión industrial de la región que, aunque discreta en valores absolutos, permitió
evitar el colapso y realizar la transformación de la base industrial desde un escenario
más favorable 4
Cuadro 2.1.
América Latina: Evolución de la producción industrial 1980-1990.
Porcentajes
País
Producto
manufacturero.a
Participación de la
industria en el
producto totalb
1980
1990
Nicaragua
Argentina
Perú
Uruguay
El Salvador
Ecuador
Bolivia
Brasil
Guatemala
Venezuela
México
Costa Rica
Paraguay
Chile
Colombia
-3,2
-1,9
-1,9
-1,0
-0,9
-0,8
-0,7
-0,2
-0,1
1,9
2,1
2,2
2,2
2,6
2,9
20,2
30,3
29,3
28,6
22,9
20,0
18,4
27,2
13,9
15,9
18,6
19,5
18,8
19,3
21,5
16,9
26,8
27,3
25,9
21,7
15,6
17,0
26,8
13,2
20,5
19,0
19,4
17,3
18,5
19,9
América Latina
0,1
24,3
21,8
a. Tasas de variación interanual.
b. Porcentaje del producto bruto total a precios constantes.
Fuente: CEPAL, Anuarios Estadísticos.
3
. Venezuela, reorientando su estructura industrial hacia el sector petroquímico a la sombra del
incremento de los precios del crudo y México profundizando en su estrategia de complementación con el
mercado de América del Norte y mediante la expansión de la industria de ensamblaje (maquiladora).
4
. Colombia destacaba de los demás países de la región por su bajo nivel de endeudamiento, debido en
parte a la bonanza cafetalera de finales de la década del setenta y a la austeridad fiscal que mantuvieron
saneada la cuenta corriente de la Balanza de Pagos. El caso de Chile es distinto. Su nivel de
endeudamiento era muy elevado. Después de un primer quinquenio de graves desequilibrios (la industria
cayó al ritmo interanual del 1,3 por ciento en el período 1980-85), la economía (y la producción
industrial) se recuperó sobre la base del ahorro interno y la consecución de acuerdos favorables con los
organismos multilaterales que permitieron la afluencia de crédito en un contexto de restricción hacia los
otros países de la zona.
4
La gravedad del deterioro producido en algunos países se pone de manifiesto por la
longitud del período abarcado y por el papel central que había tenido la industria, tanto
por ser el núcleo de desarrollo tecnológico y modernización económica, como por su
papel estructurante de la sociedad. La otra cara del deterioro de las cifras de producción
industrial es el cierre de establecimientos y la pérdida masiva de puestos de trabajo. En
los países más afectados el valor de la producción se retrajo más de 20 por ciento en
términos constantes y en todos los casos el desempeño del sector industrial estuvo por
debajo de la media de la economía. Esto dio lugar a la perdida de peso de la industria
manufacturera en el conjunto de la producción nacional. El cuadro 1 presenta también
los cambios en la participación de la industria en el producto total. Allí se aprecia el
retroceso general de sector, que pasó de aportar el 24,3 por ciento del producto en 1980
al 21,8 de 1990. La excepción está representada por Venezuela y México en el marco de
sus nuevas orientaciones industriales (desarrollo petroquímico y ensamblaje), donde el
producto industrial ganó peso en 4,6 y 0,4 puntos porcentuales respectivamente. En el
resto de países tuvo lugar lo que podríamos denominar como desindustrialización. Los
casos más importantes son los de Brasil (-1,4 puntos) y Argentina (-3,5 puntos), debido
al peso que tienen esas economías en el conjunto de la región. En catorce de los 20
países relevados el producto industrial estaba por debajo del 20 por ciento del total.
2.2. Reprimarización de las economías y las estructuras industriales
El retroceso de la industria estuvo acompañado de una reestructuración sectorial que
afectó directamente a la especialización de cada país. Con la caída de la demanda
interna y las políticas de fomento de exportaciones no tradicionales la oferta industrial
se orientó en mayor medida al sector externo. Las exportaciones industriales crecieron
en prácticamente todos los países (véase cuadro 2.2) y la participación de la industria en
las exportaciones pasó del 17,9 por ciento en 1980 al 33,1 por ciento en 1990 para el
conjunto de la región.
5
Cuadro 2.2.
Participación de las manufacturas en las exportaciones totales
Porcentajes
País
1980
1990
Diferencia
(Puntos porcentuales)
México
Brasil
Venezuela
Argentina
Colombia
Bolivia
Perú
Uruguay
El Salvador
Guatemala
Chile
Ecuador
Paraguay
Costa Rica
Nicaragua
12,1
37,1
1,5
23,1
19,7
2,9
16,9
38,2
35,4
24,4
11,3
3,0
11,8
29,8
18,1
43,3
51,9
10,9
29,1
25,1
4,7
18,4
38,5
35,5
24,5
10,9
2,3
9,9
27,4
8,2
31,2
14,8
9,4
6,0
5,4
1,8
1,5
0,3
0,1
0,1
-0,4
-0,7
-1,9
-2,4
-9,9
América Latina
17,9
33,1
15,2
Fuente: CEPAL, Anuarios Estadísticos
El esfuerzo exportador de las economías latinoamericanas dio lugar a una
diversificación de los productos exportados. En 1980 los diez primeros productos
representaban el 58,4 por ciento de las exportaciones, mientras que en 1990 eran el 43,0
por ciento. Entre esos diez principales productos en 1990 habían aparecido algunas
manufacturas como vehículos automotores, motores de combustión interna, pero las
commodities industriales eran las que ganaban más peso (especialmente los derivados
del petróleo, los refinados de cobre y las aleaciones de aluminio). El cuadro general de
la crisis determinó un cambio importante en el peso relativo de las ramas industriales.
Sobre un trasfondo de restricciones a la importación, la caída de la demanda interna
afectó especialmente a las manufacturas de bienes de consumo (las que se desarrollaron
en el modelo de sustitución de importaciones), mientras que las procesadoras de
productos primarios se expandieron añadiendo valor a las exportaciones. Las empresas
procesadoras de recursos naturales siguieron con mayor facilidad las transformaciones
tecnológicas que se estaban operando aceleradamente en la organización de la
producción a nivel global y experimentaron una fuerte expansión. Las productoras de
6
bienes de consumo, en cambio, perdieron competitividad y en muchos casos fueron
arrojadas del mercado por la incursión de bienes competitivos importados.
El cuadro 2.3. muestra la evolución de las ramas industriales desde la puesta en marcha
de las políticas liberalizadoras y de fomento de exportaciones no tradicionales. Ahí se
percibe el avance de las ramas procesadoras de productos primarios y el retroceso del
subsector metalmecánica y transportes. Este había sido el núcleo de la trama productiva
en la época de la industrialización sustitutiva, con fuertes encadenamientos hacia atrás.
Buena parte del esfuerzo productivo de las economías durante las décadas precedentes
se empleó en hacer más denso ese entramado, lo que suponía desarrollar las empresas
(muchas de ellas pequeñas y medianas) incrementando su nivel tecnológico y su
productividad. Con la excepción de México, la producción metalmecánica perdió peso
en los países más industrializados de la región, al tiempo que crecía la que procesaba
productos primarios (commodities y alimentos).
Cuadro 2.3.
Estructura de la producción industrial 1974-1990
(Valor añadido industrial. Porcentajes)
Metalmecánica
(inc. Equipos de
transporte)
Commodities +
Alimentos
bebidas y tabaco
1974
1990
27,5
22,8
36,5
46,7
36,0
30,3
100
100
Brasil
1974
1990
31,0
29,9
36,9
39,7
32,1
30,5
100
100
Chile
1974
1990
20,9
12,5
50,9
55,3
28,2
32,2
100
100
Colombia
1974
1990
14,0
13,9
48,7
51,2
37,3
34,9
100
100
México
1974
1990
19,3
21,8
48,2
46,8
32,5
31,4
100
100
1974
17,5
1990
11,5
Fuente: Benavente et al. (1996:59).
39,5
45,2
43,1
43,4
100
100
País
Año
Argentina
Perú
Industrias
Total
tradicionales
7
Es destacable el caso de Argentina. Sobre el trasfondo del retroceso de la producción
industrial, el procesamiento de productos primarios ganó 10 puntos porcentuales en el
período, dando lugar a una transformación económica que va más allá del sector
industrial, para abarcar a la economía en su conjunto. Es el país donde la
desindustrialización tuvo un carácter más profundo y consecuencias más devastadoras.
Destacan también Chile, Colombia y Perú por el peso de la industria de transformación,
con la salvedad de que en Colombia se debe a la importancia de la industria de
alimentos. Brasil ha sido el país que más ha mantenido su estructura industrial, dando a
su evolución una estabilidad que reforzó aún más su liderazgo regional.
Por tanto, al final de la crisis nos encontramos con economías más abiertas, más
orientadas a la producción de productos primarios (agrícolas y minerales) y con una
estructura industrial decididamente orientada a la transformación de recursos naturales.
Es decir, más dependientes de las importaciones de manufacturas y expuestas, una vez
más, a los avatares de los términos de intercambio en el mercado mundial.
2.3. Dualización de la estructura industrial
Al tiempo que el sector industrial se debilitaba en su conjunto, a su interior se producía
una fuerte concentración económica a favor de las empresas transformadoras y de los
nuevos grupos beneficiarios de las privatizaciones de empresas públicas. En el sector
metalmecánica, las pequeñas y medianas empresas, que habían tenido una evolución
satisfactoria en el período anterior, fueron las que sufrieron en mayor medida las
condiciones del nuevo escenario: con el mercado interno en retroceso, la creciente
apertura de la economía, las transformaciones que se estaban operando en la
organización de la producción a nivel global, su endémica carencia tecnológica y la
ausencia de políticas transversales que le permitieran seguir la senda de la productividad
y la competitividad, muchas desaparecieron o se replegaron a la economía informal, en
una estrategia de supervivencia.
Las transformaciones productivas que se estaban operando en la economía mundial,
tales como la descentralización, la producción en red, la aplicación creciente de la
electrónica y la informática a los procesos productivos, la importancia creciente de los
departamentos de I+D, los nuevos criterios de calidad, etc., hacían necesario un
8
esfuerzo adicional para orientar a unas empresas, por lo general, desarrolladas sin
conexión con los requerimientos externos de competitividad. En algunos países el
aprendizaje tecnológico del auge de la electromecánica había sido verdaderamente rico,
pero se iba quedando obsoleto rápidamente. El cambio de estrategia en las economías
latinoamericanas dejó morir el ciclo tecnológico anterior sin enlazarlo con el nuevo
paradigma productivo basado en la microelectrónica y el conocimiento, con lo que la
brecha respecto de las economías desarrolladas se amplió. Las excepciones son Brasil,
donde las políticas redefinieron la estrategia industrial pero no abandonaron las ramas
clave ni aquellas donde se podían desarrollar ventajas competitivas dinámicas, y
México, con una estrategia de potenciación de la industria de ensamblaje, en el ámbito
del mercado de América del Norte.
El resultado de este proceso fue una fuerte dualización de las estructuras industriales.
Por un lado, las empresas procesadoras de recursos naturales, muchas de las cuales
fueron receptoras de los mayores aportes de inversión externa y en las que se incluyen
los grupos nacionales más importantes. Asimismo, hay que agrupar con éstas a las
empresas transnacionales fabricantes de partes que permanecieron o se localizaron en la
región de acuerdo con las nuevas pautas de la división internacional del trabajo. Por
otro, las empresas de capital nacional (muchas de ellas pequeñas y medianas), que
permanecen dando respuesta a la demanda de los mercados internos, con bajas
productividades, carencias técnicas significativas, que aprovechan las barreras naturales
(cada vez más débiles) en la producción de bienes de bajo valor añadido.
A lo largo de la década se observa un discreto aumento de la productividad de las
actividades industriales (un 1 por ciento para una muestra de 20 países). Especialmente
en la segunda mitad de la década y basado, principalmente, en las reducciones de
empleo debidas los cambios organizacionales que fueron adoptando las empresas de la
región. Con la excepción de Chile, la inversión (particularmente la destinada a
tecnología) se mantuvo en niveles muy bajos a lo largo de todo el decenio. Esta
combinación determinó una fuerte expulsión de fuerza de trabajo desde el sector
industrial. Sin embargo estas tendencias reflejan valores medios que esconden una
fuerte desviación. En el segmento superior, las grandes empresas experimentaron
incrementos de productividad que multiplican por cuatro o por cinco la media, mientras
9
en el inferior la dividen por la misma cifra. Lo mismo ocurre con la inversión y el
empleo.
2.4. Evolución de la industria después de la crisis
Después de la contracción de la década de 1980 la industria acompaña el ciclo de
crecimiento de las economías latinoamericanas de la década de los noventa. Sostenido y
generalizado en la primera mitad, discontinuo y divergente en la segunda. En el marco
general de las políticas neoliberales inspiradas en el Consenso de Washington, la
industria se expandió profundizando su nueva matriz productiva. La apertura de las
economías y la ausencia de políticas sectoriales dieron lugar a una fuerte selección
natural de establecimientos, aún
dentro de los nuevos espacios regionales de
integración comercial. Entre 1995 y 2002 las crisis se sucedieron en prácticamente
todos los países 5 . En algunos, como México o Argentina, tuvo un carácter
especialmente profundo pero, en general, supuso la manifestación del agotamiento del
período comenzado con la deuda y replanteado más adelante mediante las agendas
neoliberales. El producto manufacturero creció débilmente en la segunda mitad de la
década, cayó para el conjunto de países en los primeros años del siglo (véase Gráfico
2.1), para recuperarse de manera notable desde 2003.
5
. México (1995), Brasil (1997), Argentina (1996 y 1998-2002), Chile (2001).
10
Gráfico 2.1.
América Latina y el Caribe:
Evolución del producto manufacturero 1995-2008 (Precios constantes de 2000)
500000
Millones de dólares
450000
400000
350000
300000
250000
200000
1995
2000
2001
Fuente: CEPAL, Anuario Estadístico, varios años.
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
Años
El Gráfico 2.2 nos muestra las tasas de crecimiento del producto industrial para el
período. A partir de 2003 se aprecia el citado cambio de tendencia, con crecimientos
elevados (en 2004 llegó al 7,8 por ciento de media). Desagregando por países se
observa que las altas tasas de crecimiento del producto industrial de los últimos años
recuperaron el terreno perdido durante la inestabilidad de los noventa y las recesiones
más recientes. (Véase Gráfico 2.3).
Gráfico 2.2.
11
América Latina y el Caribe:
Producto de la Industria manufacturera. Tasas de variación 1995-2008
10
8
Porcentaje
6
4
2
0
1995-2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
-2
-4
Príodo/Año
Fuente: CEPAL, Anuario Estadístico, varios años.
Entre 1995 y 2005 el producto manufacturero de la región creció un 2,6 por ciento
interanual. Por encima de la media crecieron México (4,1 por ciento), Argentina (3,3
por ciento y Chile (2,7 por ciento). Destacan también Colombia (2,6 por ciento), Brasil
(2 por ciento) y Venezuela (2 por ciento). El desempeño industrial de estos países es
indicativo del general de la región, ya que la actividad se halla fuertemente concentrada
en los mismos, representando en su conjunto aproximadamente el 89 por ciento del
producto manufacturero total de América Latina y el Caribe 6 . La distribución
porcentual es: México, 33; Brasil, 27,7; Argentina, 14,4; Venezuela, 6; Colombia, 4,4 y
Chile, 3,5 por ciento. Sigue a distancia Perú, con el 2,6 por ciento del producto
manufacturero de la región.
6
. El cálculo se realizó sobre los datos del Anuario Estadístico de CEPAL (2008-09), tomando el valor
consolidado del producto manufacturero de 2007.
12
Gráfico 2.3
América Latina y el Caribe:
Producto manufacturero por países 1995-2008
Tasas de variación interanual (Precios constantes de 2000)
4,5
México
4
3,5
Argentina
3
Porcentaje
Colombia
Chile
América Latina
2,5
2
Brasil
Venezuela
1,5
1
0,5
0
-
Fuente: CEPAL, Estudio Económico, varios años.
Detrás de esta evolución encontramos factores externos, como la incorporación
progresiva del paradigma tecnológico/productivo que se fue extendiendo desde los
países centrales e internos, como el surgimiento de un ciclo político/ideológico en que
la industria vuelve a desempeñar un papel importante en las estrategias productivas
nacionales.
a) Expansión de paradigma tecnológico/productivo.
Mientras América Latina estaba inmersa en la crisis de la deuda, el sistema económico
mundial se recuperaba de los avatares de la crisis del petróleo. Los años ochenta vieron
la redefinición del paradigma productivo fordista, basado en la producción masiva de
bienes indiferenciados, la centralización de la producción y el empleo de fuerza de
trabajo especializada. Las nuevas claves de la organización productiva eran la
producción en series diferenciadas destinadas a mercados segmentados, la
descentralización productiva mediante redes de subcontratación (aunque manteniendo el
control de la organización) y la fuerza de trabajo polivalente y contractualmente
flexible, que se adapte a los nuevos requerimientos de conocimientos, calidad y
orientación al mercado (Piore y Sabel, 1990; Coriat 1992). Tecnológicamente, la nueva
13
organización de la producción se combina con la expansión de la microelectrónica y la
informática por el entramado del tejido productivo, haciendo posible que el cambio
estructural de la industria vaya acompañado de un importante aumento de la
productividad. La división internacional del trabajo experimentó también una honda
transformación, facilitada por las nuevas tecnologías de diseño, la flexibilidad de las
técnicas productivas y el abaratamiento de los transportes y comunicaciones. De esta
forma, quince años después de la segunda crisis del petróleo la especialización
productiva de las distintas economías nacionales se había transformado radicalmente.
En éste proceso América Latina quedó notoriamente rezagada, como demuestra la
pérdida de presencia de las exportaciones regionales en el conjunto mundial. Si
consideramos las exportaciones de bienes industriales de alta elasticidad demanda/renta,
el subcontinente se reduce prácticamente a dos países Brasil y México.
Los nuevos requerimientos productivos habían sido incorporados débilmente en la
región, comenzando por las empresas transformadoras de materias primas, pero no se
manifiestan explícitamente en la cultura empresarial latinoamericana hasta la segunda
mitad de los noventa, cuando la industria comienza a recuperarse del bache de más de
una década. Además llegó de manera irregular, dependiendo del grado de abandono de
la política industrial de la etapa sustitutiva. En Brasil y México la incorporación del
nuevo paradigma es relativamente rápido, pero en países como Argentina, Chile, Perú y
Uruguay, las concepciones liberales dominantes no perciben la importancia estratégica
del desarrollo industrial, considerándolo un mero resultado del correcto funcionamiento
de los mercados.
b) El nuevo ciclo político/ideológico
Los primeros años del siglo depararon la llegada al gobierno de nuevos grupos políticos.
Sea por las turbulencias económicas que en distintos momentos y diversos grados
sufrieron prácticamente todos los países de la región, sea por el agotamiento de la
agenda neoliberal surgida del Consenso de Washington, partidos y movimientos con
recuperadas sensibilidades hacia la cuestión social y al papel de la Administración en el
proceso económico ganaron espacio político y llegaron a los gobiernos nacionales y
regionales al interior de los países. En éste contexto las políticas públicas recuperaron
su papel como dinamizadoras y orientadoras de la actividad económica. Entre ellas, la
14
política industrial. Al repasar las acciones acometidas por los gobiernos de la región
encontramos un amplio menú: desde las políticas clásicas inspiradas en la
industrialización sustitutiva, como la protección comercial o los incentivos fiscales y
financieros, pasando por las destinadas a los sectores más concentrados (energía
eléctrica, petróleo y gas) para expandir la inversión y facilitar los encadenamientos
internos, hasta las más novedosas, como las que se destinan a las actividades
relacionadas con la sociedad de la información (como fomento de redes y
complementariedad) o las que se dirigen a pymes y redes empresariales localizadas
territorialmente, en busca de mejoras competitivas (Peres, 2006).
La coexistencia de fórmulas tan diversas es indicativa de la indefinición de las
estrategias industriales, pero expresa, aún con las carencias que presentan, la intención
política de dar a la industria un papel mayor en los procesos de creación de empleo y
desarrollo económico. Las transformaciones del sistema productivo y del entorno
empresarial dan cada vez más importancia a los tres últimos tipos de política. Sin
embargo, son precisamente ésas las que requieren mayor disponibilidad de recursos
económicos, formación de recursos humanos y desarrollo institucional para llevarlas a
cabo exitosamente. En buena medida las Administraciones Públicas presentan
estructuras rígidas y anticuadas que les impiden dar respuesta eficaz (descentralizada,
rápida, continua y flexible) a las necesidades del sistema productivo.
Las diferencias por países son importantes y, en este terreno, Brasil es el caso más
destacado, ya que es donde más lejos ha llevado el esfuerzo por identificar los
elementos que definen la mejora competitiva en el nuevo paradigma de desarrollo
territorial y aplicar políticas específicas, muchas de ellas con alto grado de
descentralización administrativa y geográfica. Chile, que partía de una posición
económica aventajada, por la estabilidad económica alcanzada en la década anterior y
los altos niveles de inversión, enfrenta las dificultades de la reducción de tejido
industrial en manufacturas y el centralismo de la Administración, que dificulta la
llegada de las políticas a los ámbitos locales. México ha experimentado el crecimiento
industrial más destacado de la última década (4,5 por ciento de media interanual), si
bien el impacto en la estructura económica ha sido limitado, ya que la expansión se
concentra fuertemente en la industria de ensamblaje.
15
En definitiva, en esta nueva etapa que llamamos Tercer Modelo de organización
socioeconómica, la industria vuelve a ocupar un lugar destacado, si bien desde unas
condiciones productivas distintas, en entornos más abiertos y competitivos, con otro
protagonismo de empresas y territorios, con otros requerimientos tecnológicos y desde
esquemas de concertación público-privados que involucran nuevamente en la estrategia
de desarrollo a todos los agentes sociales.
3. El Tercer Modelo de organización socioeconómica: una propuesta para el
debate
No sólo se exportan commodities, productos primarios o bienes industriales. También
las ideas, las tecnologías y los modelos productivos trascienden las fronteras en el
equipaje de funcionarios, académicos y empresarios. Es un signo de la globalización, a
veces acentuado por las urgencias de la pobreza y la dependencia. Las nuevas ideas
sobre el desarrollo basadas en el desarrollo territorial llegaron a América Latina en
momentos poco propicios (de León, 2006). En los años noventa había muy poco
espacio más allá del Consenso de Washington. Los argumentos sobre la importancia de
la industria para conseguir una estructura productiva más equilibrada y generadora de
empleo, la importancia de las pymes y la economía informal, algunos de cuyos
segmentos podían constituir claramente vectores de desarrollo, el interés de las
experiencias de desarrollo territorial para economías con baja intensidad de capital, el
necesario papel del actor público en la articulación del desarrollo y, en definitiva, sobre
la necesidad de trascender las fuerzas del mercado como asignadoras de recursos,
naufragaban ante el monolítico discurso neoliberal. 7
El fracaso de las políticas neoliberales fue viéndose a lo largo de la década y después de
un primer lustro de crecimiento sobrevinieron años de estancamiento. En algunos
países, como Argentina, la recesión de finales de la década culminó en un colapso
económico de dimensiones desconocidas hasta entonces. En toda la región el coste
social fue alto: desempleo, exclusión, enquistamiento de la pobreza y la indigencia,
7
. Sobre las consecuencias de la aplicación del dogma neoliberal en América Latina véase Stiglitz, 2003.
16
incremento de las actividades informales (muchas ellas de supervivencia), aumento de
la violencia, etc.
Las crisis de final de siglo y la llegada a los gobiernos de fuerzas políticas progresistas
impulsaron un cambio de perspectiva. Las experiencias de desarrollo territorial europeas
se habían empezado a conocer en la región en los últimos años noventa. Aun sin existir
condiciones políticas ni económicas adecuadas para la aplicación de una metodología
pensada para países desarrollados, se crearon agencias de desarrollo, se perfilaron
diagnósticos del territorio, planes estratégicos, clusters, incubadoras de empresas,
institutos tecnológicos, etc., con diversos enfoques y distintos resultados.
El paradigma del desarrollo territorial tiene elementos de gran interés para las
economías latinoamericanas. En primer lugar se trata de estrategias de desarrollo, que
requieren sus políticas específicas. Esto significa un gran avance desde el imperio de la
no-política. En segundo término, la perspectiva es muy interesante para economías de
menor nivel de desarrollo. Partir del análisis del territorio, el relevamiento de los
recursos y su articulación para la mejora económica es una acción de sentido común que
da posibilidades a todas las regiones y les proporciona un horizonte de desarrollo más
allá de la lucha por la localización de grandes empresas y sus externalidades. En tercer
lugar, el desarrollo es ahora fundamentalmente una cuestión de organización. La
disponibilidad de capital, el nivel de renta (y por tanto, de ahorro) y la cualificación de
la población siguen siendo elementos importantes, pero desde cualquier nivel se pueden
diseñar estrategias y aplicar políticas para movilizar los recursos disponibles y avanzar
en el proceso.
La aplicación de las estrategias de desarrollo territorial se está realizando en distintos
niveles. Podríamos encontrar desde los clusters, intensivos en tecnología hasta la
cooperativa de artesanos indígenas. Sin embargo, todas las experiencias son parte de un
único proceso, que supone la movilización de la sociedad dentro de una estrategia de
desarrollo. Todavía no muy definida y, acaso de manera no muy consciente, pero
relativamente coherente. Una situación como esta no se producía en América Latina
desde los años cincuenta, cuando era asumido ya de forma generalizada por los países,
desde arriba, el proyecto de industrialización. Después de veinte años de marasmo
económico, comienza a vislumbrarse un nuevo paradigma socioeconómico.
Las
17
innumerables experiencias que se están llevando a cabo constituyen la empiria de una
redefinición del paradigma de desarrollo territorial de acuerdo con las condiciones y
necesidades que se dan en América Latina (de León, 2007). De esta empiria
extraeremos algunos rasgos fundamentales para perfilar los contornos de la
organización social emergente.
Por otra parte, la historia de América Latina ofrece una muestra excepcional de las
correspondencias, condicionamientos y determinaciones entre los distintos niveles de la
organización social. El recorrido por las etapas históricas que atravesó la región nos
permite ver con claridad las relaciones entre la estructura económica y la organización
social y política de los países. Así fue desde el principio, cuando la rápida vinculación
de la región a los circuitos del capitalismo emergente mediante la exportación de
materias primas tuvo, como es conocido, una influencia decisiva en la configuración de
las oligarquías erigidas durante la colonia y, especialmente, después de la
independencia. Aquel Modelo Primario Exportador (MPE) permitía caracterizar
aspectos muy concretos de las sociedades latinoamericanas, analizando las relaciones
establecidas al interior de sus estructuras económicas, sociales y políticas, así como las
que surgían entre esos niveles.
Lo mismo se puede decir de la etapa iniciada con los procesos de industrialización y la
promoción de los mercados internos. El Modelo de Industrialización por Sustitución de
Importaciones (MISI) presenta una fuerte coherencia interna y hace posible describir las
sociedades latinoamericanas de la época con toda claridad a partir de esas relaciones
estructurales entre niveles económicos, sociales y políticos. La crisis de la industria que
describimos en los parágrafos anteriores de este texto dio lugar a la descomposición de
la estructura de las sociedades latinoamericanas de posguerra y de las relaciones
sociales que las definían. El período que comienza en 1982 con la crisis de la deuda y
abarca hasta finales de siglo ve consumarse ese desmantelamiento productivo y puede
considerarse en muchos aspectos similar al que transcurrió entre 1930 (momento en que
la gran crisis mundial golpea a América Latina y se alteran las relaciones externas que
apuntalaban la estructura económica regional) y el comienzo de la era de la
industrialización, a partir de la segunda mitad de los años cuarenta. 8
8
. Amplias evidencias de las relaciones entre estructura económica, estructura social y sistema político
pueden encontrarse en Bagú, 1949; Furtado, 1986; Cardoso y Pérez Brignoli, 1987 y Talavera, 1989.
18
Lo relevante para el propósito de nuestro trabajo es que hacia finales de siglo se
producen diversos episodios en las economías nacionales que cuestionan la estrategia
neoliberal con que se había acometido la superación de la crisis de la deuda externa.
Paulatinamente se comienzan a formular nuevas agendas en lo referente a política
económica, coincidiendo con el nuevo ciclo político, en el que muchos gobiernos se
muestran más proclives a reactivar aquellos segmentos de la estructura productiva con
mayor repercusión en el empleo, a fortalecer los espacios regionales de integración y
con una perspectiva social y cultural más integradora. De la misma manera que el
desarrollo industrial en un contexto productivo de matriz keynesiana era la estrategia
irradiada desde los países centrales (e incentivada con la internacionalización del capital
de las transnacionales norteamericanas) ahora el desarrollo de base territorial constituye
la perspectiva que mayor impulso recibe desde instancias multilaterales y desde los
centros con mayor proyección de la economía mundial. Ese es el esquema productivo
que va emergiendo lentamente en la región (con matices y diferencias entre países),
dando lugar a nuevas determinaciones y condicionamientos que configuran en su
conjunto un nuevo modelo de organización social: el Modelo de Desarrollo Territorial
(MDT).
En las páginas que siguen presentaremos un esquema que propone diversos elementos
de análisis de la economía y la sociedad latinoamericanas del presente, buscando
configurar determinaciones que van desde lo material a lo cultural y que definen en su
conjunto un modelo de organización característico en comparación con los que se
identificaron en períodos anteriores. Las características señaladas no deben tomarse
como rasgos absolutos, generales o nítidamente definidos, sino como tendencias o
atisbos que podrían potenciarse con la profundización de los procesos vigentes. El
aspecto importante, y esa es la tesis fundamental de este trabajo, es que comienza a
emerger una forma de organización en torno de unos rasgos estructurales que se pueden
identificar como un nuevo modelo de organización social. Son en todo caso una
aportación para el debate.
El cuadro 3.1 presenta algunos elementos característicos de la estructura social en sus
planos económico y político, indicándose a continuación el carácter que toma ese
elemento en cada modelo de organización. Los períodos definidos para la vigencia de
19
los modelos son indicativos. Por ejemplo, la vigencia del MPE puede afirmarse desde la
colonia, aunque para hablar de Estado oligárquico y siguiendo el clásico trabajo de
Carmagnani (1984), tengamos que remitirnos al período 1850-1930. Asimismo, el
comienzo del período ISI puede ubicarse hacia 1950 ó, por buscar una fecha más
concreta, 1949, cuando se publica la obra de Prebisch, con la teoría Centro-periferia,
uno de los fundamentos teóricos de la industrialización. Los años 1982 y 1995 son,
respectivamente los del comienzo de la crisis de la deuda, lápida de las medidas de
apoyo a la industria local, que venían alterándose desde los primeros setenta, y el de la
crisis mexicana, primera de las que se sucedieron a finales de siglo en varios países de
la región y pusieron al descubierto las consecuencias de las políticas neoliberales. 9
La denominación del tercer modelo se debe a la nueva concepción sobre los recursos
endógenos de las economías, donde el territorio representa no un mero reservorio sino
el ámbito en que convergen los factores económicos, políticos y culturales del
crecimiento y del desarrollo. Esta organización productiva, constituida por redes de
empresas, instituciones y asociaciones no se halla orientada al mercado mundial, como
el MPE ni al incipiente mercado nacional como en el MISI, sino a distintos niveles del
mercado que coexisten y configuran espacios para realizar diversos productos, con
componente tecnológico diferenciado. Tienen importancia especial los mercados
regionales como MERCOSUR, la Comunidad Andina de Naciones, el Mercado Común
Centroamericano formados por países que buscan ampliar en una escala razonable sus
oportunidades productivas y comerciales sin fosilizar su estructura productiva en una
asociación de libre comercio con países industrializados.
El sector dinámico de la economía ya no se encuentra en la minería o la agricultura,
como en el MPE o en la industria, como en el MISI, sino en la configuración de redes
productivas (en las que, como dijimos, coexisten empresas, instituciones y asociaciones)
9
. Algunos autores, como Aldo Ferrer identifican un modelo de desarrollo financiero en los años setenta.
Es posible que en una visión más focalizada en el período se perciban sus características propias, como
demuestra Ferrer (1995), pero en nuestra perspectiva general y de largo plazo no es erróneo considerar
aquella etapa como la fase final del modelo industrializador. En esta época los estados nacionales
aprovecharon el favorable marco financiero internacional para, en algunos casos, impulsar las
infraestructuras, profundizar la industrialización estimulando las exportaciones no tradicionales y
desarrollando los mercados de bienes intermedios. En otros casos (Cono Sur) los abundantes flujos
financieros tuvieron un destino más incierto y las políticas neoliberales tuvieron serias repercusiones en la
estructura industrial. En estos casos la etapa financiera anticipa el período neoliberal que tiene su auge en
los noventa.
20
donde destaca el papel desempeñado por las micro, pequeñas y medianas empresas
(mipymes). Estas pequeñas unidades, importantes en las experiencias de desarrollo
territorial de los países desarrollados, tienen una importancia especial en una región
donde el capital es escaso y su presencia relativa mucho mayor.
La fuerza dinámica que impulsa la actividad económica no se encuentra ya en la
explotación intensiva de los recursos primarios, en el aprovechamiento de las ventajas
relativas de la localización industrial, sino en la movilización de los recursos
territoriales y su organización de forma eficiente para la consecución de los objetivos
establecidos para el espacio territorial de que se trate (municipio o región). Como el
desarrollo es un emergente de este proceso, el insumo esencial es ahora el conocimiento
adecuado a tales fines. 10
10
. Esa adecuación no se refiere exclusivamente a conocimientos económicos ni administrativos, sino que
alude a la acepción más amplia del término, que incluye además aspectos técnicos, sociales, culturales,
etc.
21
Cuadro 3.1
Modelos de organización socioeconómica en América Latina
Período
Elementos
1850 – 1930
1950 - 1982
1995 -
MPE
Economía abierta
MISI
Proteccionismo industrial
MDT
Desarrollo endógeno.
Nacional
Sector dinámico
Mundial
Agricultura
Minería
Fuerza dinámica
Explotación intensiva
Localización industrial
Regiones / bloques
Redes productivas.
Mipymes
Movilización de recursos
Conocimiento
Clave del proceso
Ventaja comparativa
Ideología dominante
Liberalismo
Incentivos al capital
extranjero. Patrón oro.
Metaeconómicas
Tecnología
Nacionalismo,
antiimperialismo
Apoyo a la industria.
Distribución.
Macroeconómicas
Modelo económico
Mercado de referencia
Política económica
Modelo político
Grupo dominante
Grupo antagónico
Representación de
intereses
Actuación social
Organización social
Estado oligárquico
Oligarquía terrateniente
o propietaria
Campesinado,
Jornaleros
Movimientos sociales
Subordinación,
Autodefensa
Exclusión.Modernización
controlada.
Sociedades 20+80
Industria
Estado Nacional Popular
Burguesía nacional
Proletariado y
subproletariado urbano
Sindicatos
Movimientos políticos
Innovación
Productivismo
Políticas de oferta.
Mesoeconómicas
Democracias
personalistas de partido
Tecnocracia de base
estamental
Desocupados,
“Informales”
Asociaciones
Adscripción
Participación
Integración cultural
Nación, masas
Movilización
Autoorganización
Fuente: elaboración propia
El factor que hace posible el desarrollo de la actividad económica y explica su
desarrollo interno ya no es la ventaja comparativa, como durante la vigencia del MPE ni
el desarrollo tecnológico como en el MISI. Sin dejar de ser importante este factor, está
ahora condicionado a otra variable más amplia, como es la innovación. No sólo la
innovación tecnológica, sino la no-tecnológica y, especialmente la innovación social (de
León, 2007). Justamente el conocimiento que lleva a la innovación social (para definir
las estrategias concretas) y a la innovación productiva (para materializar
económicamente el proceso) constituye uno de los insumos fundamentales del
desarrollo endógeno.
22
Respecto de las políticas económicas aplicadas al ámbito productivo, prevalecen las de
tipo mesoeconómico, es decir políticas de oferta encaminadas a mejorar las condiciones
de producción y competitividad, tales como las tecnológicas, de formación, servicios,
infraestructuras, etc. 11 A lo largo del MPE prevalecían las políticas llamadas
metaeconómicas, dirigidas a mejorar las condiciones de localización del capital y las
garantías de operación a las empresas explotadoras de los recursos exportables; mientras
que a lo largo del período de industrialización prevalecían las destinadas al fomento
industrial (crédito, protección arancelaria, tipos de cambio, nacionalización, producción
complementaria, etc.). La actuación sobre las variables macroeconómicas se realizaba
con arreglo a este objetivo y para amplias la capacidad de redistribución de los estados.
Estos cambios en el tipo de intervención pública están relacionados con la
transformación del la naturaleza del Estado y de los grupos sociales que acceden al
mismo. El Estado Oligárquico era una construcción política erigida con arreglo a los
intereses de las oligarquías dominantes en el siglo XIX, propietarias de los recursos
exportables. El estado nacional-popular fue producto de la llegada a los gobiernos de las
clases emergentes tras el vacío de poder facilitado por la crisis internacional y
vehiculizado en muchos casos a través del ejército. Pero su proyecto económico
apuntaba al fortalecimiento de una burguesía autóctona capaz de liderar la
modernización de las naciones sobre una matriz social integradora. Las nuevas
democracias latinoamericanas emergieron en medio de una grave crisis y tardaron casi
dos décadas en perfilar (que no en definir) el marco de un nuevo proceso social. Éste,
como manda la tradición latinoamericana, se construye sobre estructuras partidarias
débiles o volátiles pero lideradas por figuras destacadas, algunas con estilos de
liderazgo fuertes.
Sin embargo, y este es uno de los rasgos característicos de las sociedades
latinoamericanas postcrisis, nos encontramos ante sociedades económicamente
desarticuladas, segmentadas. Restos de las actividades industriales, revitalizadas
actividades extractivas o agrícolas, segmentos de servicios modernos, mares de
economía informal en los que destacan los servicios personales, ámbitos de economías
de subsistencia, desempleados, etc. Regiones pujantes que focalizan actividades
11
. Para una aproximación detallada a los ámbitos meso, meta, micro y macroeconómico, y su papel en los
procesos de mejora competitiva, véase Esser et al. (1996).
23
económicas, población y rentas junto con otras estancadas o en retroceso. En definitiva,
el escenario de una nueva dualización social. Las viejas elites se han ido transformando
en una tecnocracia que ocupa los lugares privilegiados, tales como las direcciones de
grandes empresas, las dependencias de los gobiernos, los sistemas de ciencia y
tecnología, la producción industrial o la explotación (cada vez más tecnológica y
compleja) de los recursos naturales. Antiguos propietarios, industriales residuales y
tecnócratas de nuevo cuño constituyen el vértice superior de una pirámide de rentas
muy afilada. Por debajo, en el otro extremo como grupo antagónico, destacan quienes
buscan una inclusión productiva. Los desempleados y especialmente los que trabajan en
la economía informal, entendida como actividades de baja productividad vinculada a la
subsistencia.
Como el proletariado urbano, salvo excepciones históricamente débil en la región, se
encuentra diluido entre otros grupos sociales, los sindicatos perdieron la capacidad
representativa que alguna vez tuvieron (o al menos se les concedió desde arriba, por su
papel en el proyecto socioeconómico vigente). Asimismo, el cauce del liderazgo
político ya no es el contacto directo basado en las estructuras clientelares tipo racimo
que configuraban los movimientos políticos, sino los medios de comunicación. A su vez
la sociedad ha elaborado sus propias estrategias para hacerse presente en el magma
social y económico resultante: las asociaciones (formales e informales). Éstas actúan
defendiendo derechos ciudadanos, reivindicando espacios de participación social y
política u organizando estrategias económicas. En algunos casos, actuando en los tres
frentes de manera simultánea.
Esta evolución social supone un paso desde los roles pasivos de la adscripción al
movimiento (sin la cual no se disfrutan de las prebendas concedidas por el líder) a la
participación para la consecución de los resultados que se propone el grupo. La
participación es uno de los rasgos característicos de los procesos sociales
latinoamericanos de las últimas décadas, acaso impulsada por la combinación de las
crisis con la apertura de espacios políticos democráticos (o, en todo caso, más abiertos).
En el ámbito económico esta tendencia tiene un especial valor para poner en marcha los
procesos territoriales, de manera que respondan a las necesidades concretas y
específicas de quienes los protagonizan.
24
Las sociedades del MPE eran excluyentes, integrando en el segmento moderno de la
economía (el exportador y poco más) a una pequeña parte de la población, dependiendo
del tipo de actividad de que se tratase (Talavera, 1989). En algunos casos, esta exclusión
superaba el 80 por ciento de la población del país. El proyecto industrializador, al
proponer una vertebración económica, facilitó la movilización geográfica y, como
consecuencia, la integración cultural sobre los valores tradicionales de cada país. Se
fueron consolidando naciones donde, en muchos casos, sólo existían estados. En la
nueva fase la forma de organización social que se está plasmando como resultado de las
políticas públicas y las dinámicas sociales descritas se nos aparece más difusa. También
en este asunto se aprecian diferencias notables entre los países. Sobre los contornos
nacionales aparecen diversidades geográficas y étnicas que históricamente habían sido
ocultadas o interpretadas desde afuera. El modelo económico del desarrollo territorial
puede ser la respuesta transversal que permita comprender y hacer viable el mosaico de
situaciones diversas. La movilización de los actores y la autoorganización, entendida
como la consecución de espacios propios de desarrollo, son tendencias que pueden
ganar un lugar importante en los programas políticos que, en los diversos niveles de
administración, pretendan convertirse en opciones de gobierno.
El tipo de modelo que estamos describiendo presenta, como puede decirse de los otros,
características ambivalentes. En algunos países más que en otros tiene reminiscencias
del MPE 12 y en general legitima en alguna manera la desigualdad en aras de conceptos
como descentralización o apelando a la aplicabilidad universal de los métodos y
estrategias del desarrollo territorial. En otro trabajo desarrollamos estos reparos (de
León, 2006). Sin embargo, también presenta una oportunidad de recuperar estrategias
de desarrollo más incluyentes, a partir del desempeño de un papel más dinámico de la
Administración, del fomento y extensión de actividades productivas con mayor
demanda de empleo, por la conciliación entre la actividad económica y la sostenibilidad
medioambiental y en definitiva, con la ocupación de los nuevos espacios abiertos por
los propios actores sociales.
12
. En Argentina, por ejemplo, la indefinición de la estrategia productiva está llevando a la reivindicación
del PME por los grupos oligárquicos que controlan las exportaciones agropecuarias. La recuperación del
peso político por estos sectores hará cada vez más difícil la disposición de recursos públicos para
incentivar estrategias productivas más incluyentes, ya sean de naturaleza sectorial o territorial.
25
4. La industria en el Tercer Modelo. A manera de conclusión
Hasta aquí hemos recorrido la evolución de la industria en América Latina, poniendo en
evidencia su pérdida de protagonismo, su reciente revitalización y la emergencia de un
nuevo modelo de organización socioeconómica que tiene al territorio como elemento
central. En otros trabajos hemos señalado los límites del modelo de desarrollo
territorial, especialmente en aspectos tales como:
1) La importancia que tiene la disponibilidad inicial de capital y el nivel de
renta, aunque la estrategia de desarrollo endógeno se pueda aplicar en cualquier
territorio;
2) El dilema que enfrentan muchos territorios respecto de la descentralización.
Por un lado parece imprescindible contar con crecientes competencias por parte
de los poderes políticos locales mientras que, por otro, existen regiones con
tradiciones
políticas
clientelares
que
desaconsejan
la
realización
de
transferencias indiscriminadas.
3) Al mismo tiempo, advertimos de los peligros de la descentralización sin
mecanismos de compensación territorial, que contrarresten la brecha económica
que se produce entre regiones con distintos niveles de desarrollo inicial dejadas a
su libre evolución.
4) Las grandes diferencias en la cultura productiva entre regiones y con respecto
a las regiones europeas que sirvieron originalmente de base al modelo de
desarrollo territorial
5) Las dificultades que se presentan en los países de la región para mantener
procesos de desarrollo de largo plazo. Especialmente, teniendo en cuenta que el
desarrollo territorial es, básicamente, un proceso de generación y articulación de
recursos (técnicos, económicos, administrativos, sociales, etc.), que requiere de
largos períodos de tiempo para consolidarse (de León, 2006).
26
Estas dificultades pueden abordarse y superarse a partir de su diagnóstico y la
aplicación de las estrategias y políticas convenientes, pero aún incorporando toda la
metodología del desarrollo territorial nos queda la cuestión del tipo de actividad a
acometer y estimular. Una de las características de la visión actual de las actividades
económicas, que llamamos productivismo, es la de promover la creación de empresas
independientemente de la actividad que desempeña. Desarrollarse sería, básicamente,
crear empresas. Una idea similar preconiza el aprovechamiento de las ventajas
comparativas estáticas para conseguir un crecimiento más rápido y en sintonía con las
leyes del mercado. Aprovechar los productos primarios y añadir todo el valor posible en
el propio territorio es una estrategia irreprochable, pero limitada si se pretende
promover procesos de desarrollo que sean sostenibles e incluyan a toda la población.
En América Latina encontramos una gran diversidad de situaciones, pero aún así nos
parece esencial resaltar, en términos generales, la importancia de la industria en el
desarrollo. Ésta se halla presente en la vertebración de todos los procesos de desarrollo
conocidos (Si excluimos las plataformas financieras o de servicios, de escasa dimensión
territorial, como Hong Kong, Singapur, Liechtenstein, etc.). La industria cuenta con
incuestionables ventajas que la convierten en esencial:
a) Ventajas estáticas como la asociación entre incremento de la productividad y
del empleo, mediante la cual es posible ocupar a segmentos importantes de la
población económicamente activa (PEA) en condiciones de productividad que
permiten la obtención de productos competitivos, al tiempo que altos ingresos a
los productores. Las actividades primarias, intensivas en capital, ocupan a
segmentos pequeños y decrecientes de la PEA. 13
b) Ventajas dinámicas, mediante el componente tecnológico de la oferta y la
elasticidad demanda/renta de sus productos, que permiten ir produciendo bienes
que tienen asegurada la demanda futura (en la lógica presunción de que la renta
de las sociedades aumentará en el futuro). En esta combinación se puede avanzar
13
. Se podría argumentar que la renta generada bien puede derramarse, sobre el conjunto de la población
que no participa directamente de la actividad primaria o del segmento moderno de la economía, o bien
que por medio del sistema fiscal llega, convertida en servicios sociales y rentas indirectas, al conjunto de
la sociedad. Quince años de neoliberalismo desmienten el primer supuesto y la resistencia férrea de las
clases superiores (y medias) a pagar impuestos directos hace improbable el segundo.
27
paulatinamente desde actividades con bajo componente tecnológico, que
compiten vía precios (haciendo recaer en mayor medida la competitividad sobre
los costes laborales), hacia bienes más complejos o adaptados que compiten vía
factores no-precio (diseño, adecuación a la demanda, servicios asociados, etc.),
permitiendo una mayor remuneración de los factores, incluido el trabajo.
Ninguna economía que pretende desarrollarse desconoce o hace caso omiso de
estos fenómenos. Evidentemente no todas están en condiciones de incorporarse
en las fases superiores de esta evolución, pero las estrategias para avanzar dentro
de esta lógica productiva son diversas.
Las experiencias de desarrollo territorial que conocemos nos muestran que no es
necesario encontrarse a la vanguardia de la tecnología para producir de manera eficiente
y competitiva. Los sistemas territoriales de tecnología e innovación pueden actuar
eficientemente dentro de la frontera tecnológica en la producción de bienes industriales
destinados a mercados locales, regionales y, en casos, mundiales. En América Latina
existen enormes espacios territoriales que pueden recorrer distancias económicas
enormes mejorando sus niveles de renta y de vida recurriendo a la producción
endógena. En este sentido, el papel que pueden jugar los procesos de integración es
esencial en la adecuación entre la producción y el tamaño del mercado de destino. Hay
mucho camino por recorrer antes de la apertura unilateral o la atadura de un acuerdo de
libre comercio con países desarrollados.
En todos los países de la región se están llevando a cabo experiencias de desarrollo
territorial que, con sus diferencias, hacen pensar en la viabilidad de este tipo de
estrategias para conseguir grados crecientes de desarrollo (de León, 2007); más aún
teniendo en cuenta que muchas de ellas se llevan a cabo sin apoyo institucional y, salvo
excepciones, de manera fragmentaria, sin formar parte de políticas de desarrollo de
vasto alcance. Muchas de esas experiencias son ejemplos evidentes de la capacidad de
participación, organización y asociación de los actores locales en un amplio abanico de
escenarios territoriales: grandes ciudades, zonas suburbanas, ciudades de tamaño medio
o pequeño, territorios formados por agrupaciones de algunas de estas, zonas rurales o
combinaciones diversas que se convierten en unidades territoriales que emprenden un
28
camino planificado hacia la mejora productiva. 14 Desde comienzos del siglo, con el
declive del neoliberalismo y el surgimiento de un nuevo ciclo político se ha avanzado
mucho en esta dirección. Sin embargo, el afianzamiento de un sector social apoyado en
estas nuevas bases económicas, haciendo irreversible el proceso, necesita tiempo para
materializarse. Mientras tanto, los intereses erigidos sobre la explotación y exportación
de los productos primarios, en sintonía con la división internacional del trabajo y el
papel asignado desde fuera a la región, mantienen la presión en todos los frentes
(económico, social, político y mediático) en el intento de recuperar el protagonismo
político que corresponde a su poder económico.
La combinación de desarrollo territorial y expansión de la industria como eje
vertebrador de un nuevo proceso de desarrollo representa una nueva oportunidad para la
región. Pero seguramente no se trata de un proceso abierto indefinidamente, sino de una
combinación de factores estructurales internos y externos que lo hace posible; de
manera que el nuevo modelo productivo puede avanzar como un proceso de mejora en
la situación económica y la calidad de vida de la mayoría de la población
latinoamericana o como la materialización por un largo período de las nuevas formas de
dualización y de exclusión de la misma. Ese es el dilema que se presenta hoy sobre el
Tercer Modelo de organización socioeconómica de América Latina.
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14
. Una de las tendencias más interesantes que se observan en los últimos años es el avance de las
experiencias y estudios sobre el desarrollo rural con enfoque territorial, concepto con el que se subraya
la consideración de los espacios rurales más allá de potencial agroganadero, para integrar en la nueva
perspectiva las potencialidades de todos los sectores productivos. La agroindustria, la industria artesanal o
manufacturera y los servicios de diverso tipo son actividades a tener en cuenta en la estrategia territorial
de desarrollo (véase Sumpsi, 2006).
29
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