Hombres que curan

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Hombres que curan
Ósipov continúa una tradición que encuentra los
argumentos de la literatura en la gente y su historia
FRANCESC SERÉS
Traducción del artículo original catalán publicado por el Quadern
de Catalunya
El País, 24 de febrero de 2016
http://cat.elpais.com/cat/2016/02/24/cultura/1456347496_505710.
html
“Me emplea el municipio y cumplo con mi deber hasta el límite, hasta
donde ya empieza a ser excesivo”, piensa el protagonista de Un médico
rural de Kafka mientras describe la aparición de un nuevo mundo, que
es una de las formas más particulares, extrañas y emocionantes que
provoca la literatura. Desde la serenidad aventurera del Doctor Livesey
que acompaña a Jim Hawkins en La isla del tesoro hasta la modernidad
que se ensaya a sí misma de la que nos habla el Semmelweiss de Céline
(otro gran libro descatalogado), el médico debe poder decir algo sobre
todos nosotros. Los médicos nos ven nacer y morir y, entre medio,
entran en nuestras casas, en las de nuestras familias y en las de nuestros
cuerpos. Ha habido muchos médicos, claro, y podríamos decir que
existe cierto aire de familia, un grado de humanidad que vuelve
inextricable la separación entre cuerpo y alma, entre médico y paciente,
entre escritor y lector. Era una cuestión de tiempo que también nos
mirasen desde la literatura.
En este sentido, la tradición rusa es rica. Las radiografías sociales y
familiares de Chéjov llegan hasta hoy tan nítidas como las disecciones
de Vasili Aksiónov. El médico aparece como objeto y como sujeto,
desde el Doctor Givago hasta el transplante que narra el doctor
Bulgákov en Cor de gos [Corazón de perro] (Club Editor) y que
transforma un pobre perro faldero en el narrador de las incongruencias
de la Unión Soviética. Maksim Ósipov (Moscú, 1963) es el último
eslabón de una cadena que escritores que cambian de tiempo pero que,
como médicos, continúan sintiéndose responsables por los hombres a
quienes deben curar. Como el salvador imposible de Kafka, hasta el
límite, más allá de lo que les correspondería.
El grito del ave doméstica llega para continuar una tradición que
vuelve a encontrar en la gente, en su paisaje y en su historia todos los
argumentos que necesita la literatura para seguir explicando el mundo.
En el cuento que da título al libro, Ósipov empieza diciendo: “Una
ciudad de provincias es un lugar cálido; un poco sucio, pero acogedor”,
y nos remite a su primer volumen, aún no traducido, con el que se dio a
conocer: Mi provincia.
Los personajes de Ósipov necesitan un médico que también sea
narrador, un narrador colectivo, que incluya la totalidad de la provincia,
una provincia ubicua, peligrosa y protectora al mismo tiempo, llena de
humanidad y de peligros. El libro empieza con el periplo de un médico
que va a un congreso, el mismo viaje que contaba las contradicciones y
los problemas que se describían en Mi provincia, y en el que ahora
introduce comisarios de policía, gitanas y una serie de hombres y
mujeres que aspiran a aprovechar la vida, a hacer algo útil con ella en
medio de tanta desorientación.
Por los cuentos de Ósipov pasa toda la historia de Rusia,
condensada en la perplejidad de los últimos años, de una gente que se
sabe heredera de una historia tan grande como su geografía, “algo
inapropiado si consideramos las dimensiones del país”. Abarcan
territorios y personajes tan distintos como la California de un chico que
malbarata su talento en torneos de ajedrez de segunda o la Colonia
minera Eternidad, cerca del Ártico, y su personaje principal, Aleksánder
Ivánovich. ¡Qué gran relato! Recupera a Chéjov y hace teatro dentro del
teatro, creando personajes que sufren y viven todo lo que la Unión
Soviética podía hacerles sufrir y vivir, y que crean un mundo tan irreal
que se vuelve posible y lleno de vida.
Con Aleksánder Ivánovich —¡qué nombre!—, Ósipov ha creado
un personaje que está destinado a hacer compañía a Akaki Akákievich,
de El capote de Gógol. Recuerda a un tío Vania que no sabe decir si ha
malogrado su vida. La Colonia minera Eternidad es uno de esos
escenarios que perdurará en la memoria literaria de los lectores, la
mayor parte de los cuales también deben de ser aves domésticas.
Ósipov narra el gran teatro cotidiano e histórico con la elegancia de
quienes saben transitar por esas narraciones como si se encontraran en
el salón de su casa. De nuestra casa, a partir de ahora, pues este cuento
lo tiene todo para ser un clásico.
La traducción, y sobre todo el epílogo de Arnau Barios, acaban de
hacer justicia a este libro redondo que ha confeccionado La Montaña
Pelada. Aquí, en formato breve de conversaciones, encontramos la
confirmación de lo que siempre hemos sabido, que el contacto con la
gente, que el valor de lo humano precede y rebasa las premisas estéticas.
Que la literatura es una extraña mezcla de necesidad, palabras y vida.
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