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MARTES 1
21’30 h.
Entrada libre (hasta completar aforo)
EL HOMBRE DE ALCATRAZ
(1962)
EE.UU.
142 min.
Título Orig.- Birdman of Alcatraz. Director.- John Frankenheimer. Argumento.- La novela
homónima de Thomas E. Gaddis. Guión.- Guy Trosper. Fotografía.- Burnett Guffey (B/N).
Montaje.- Edward Mann. Música.- Elmer Bernstein. Productor.- Stuart Millar, Guy Trosper &
Harold Hecht. Producción.- Norma Productions para United Artists. Intérpretes.- Burt Lancaster
(Robert Stroud), Karl Malden (alcaide Shoëmaker), Thelma Ritter (Elizabeth Stroud), Neville Brand
(Bull Ransom), Betty Field (Stella Johnson), Telly Savalas (Feto Gómez), Hugh Marlowe (Roy
Comstock), Whit Bissell (dr. Ellis), Leon Penn (Kassellis), Edmond O’Brien (Thomas Gaddis). v.o.s.e.
4 candidaturas a los Oscars:
Actor principal (Burt Lancaster), Actor de reparto (Telly Savalas),
Actriz de reparto (Thelma Ritter) y Fotografía en blanco y negro
Copa Volpi al mejor actor (Burt Lancaster) en el Festival de Venecia
Candidata al León de Oro del Festival de Venecia
Música de sala:
El hombre de Alcatraz (Birdman of Alcatraz, 1962) de John Frankenheimer
Banda sonora original de Elmer Bernstein
Si bien Truman Capote fue el impulsor de la novela de no ficción -término en desuso en favor
de otras denominaciones más precisas como relato realista- con su extraordinaria “A sangre fría”, no
resulta menos cierto que Thomas E. Gaddis, autor de “El hombre de Alcatraz”, anticipó diversos
aspectos de esta corriente literaria. Gaddis realizó un estudio minucioso sobre la vida de un convicto
acusado de homicidio voluntario, que es recluido en algunos centros penitenciarios americanos por
espacio de medio siglo. El preso mantuvo su larga condena, a pesar de que, desde las altas esferas
políticas del país, se cursó una petición de amnistía. A lo largo de su permanencia en la prisión, el
culpable se convirtió en un estimable ornitólogo a pesar de su condición de profano en la materia
(bioquímica, farmacología, zoología, etc.). El autor de la novela no quería mostrar un panegírico del
sistema penitenciario estadounidense, sino que fue producto del propio aislamiento del condenado a
cadena perpetua que encontró en su dedicación a los pájaros, un modus vivendi. Este hecho cuestionó
diversos aspectos sobre las instituciones penitenciarias norteamericanas.
Frankenheimer, aún en su etapa televisiva, adquirió los derechos literarios, pero el proyecto no
se llevó a cabo: “Pasé meses preparando las escenas con los pájaros para la película... pero este
proyecto no se solucionó porque el Departamento de Prisiones que controla toda la organización
carcelaria en los Estados Unidos declaró a la CBS que si hacíamos este tema, no obtendrían ningún
tipo de ayuda. La CBS prefirió olvidar esta historia”. Posteriormente, surgió una compañía
independiente formada por Harold Hecht, James Hill y Burt Lancaster, que se hicieron con los
derechos de la novela de Gaddis. En principio, el realizador británico Charles Crichton fue el escogido.
Aunque conocido por su vinculación a los estudios Ealing con la confección de comedias como Oro
en barras (1951), Hecht y Hill se decantaron por Crichton al contemplar las excelencias de sus
thrillers psicológicos, en especial, Hunted (1951). Pero finalmente, Lancaster olvidó las reticencias del
pasado con Frankenheimer (sus divergencias durante el rodaje de Los jóvenes salvajes) y se inclinó
por el joven director neoyorquino. Frankenheimer tenía un reto importante, pero el hecho de conocer la
historia al detalle, le sirvió para actuar con seguridad en su primer film de envergadura. No obstante, el
rodaje de EL HOMBRE DE ALCATRAZ se alargó en exceso, remontándose el film desde el inicio,
cuando ya se había elaborado una primera versión de casi cuatro horas y media. Burt Lancaster y
Harold Hecht accedieron a la petición de Frankenheimer para volver a reescribir la primera parte y
confeccionar una historia coherente, en lugar de confiar exclusivamente en la mesa de montaje. La
versión definitiva se redujo a poco menos de dos horas y cuarto, y de una película que podía ser
bastante desequilibrada, resultó un film imprescindible.
Para contar la historia auténtica de Robert Stroud, Frankenheimer se encierra en estrechas
celdas eludiendo tanto el satanismo y la pesadez como la teatralidad y la prédica. El resultado es una
obra no sólo profundamente humana –habría que devolver a esta expresión toda su dignidad original-,
sino intensamente visual.
Una de las grandes ideas sobre la que se construye el relato consiste en dejar bien claro al
espectador que, aunque pueda parecer lo contrario, lo que “redime” al violento Bob Stroud (Burt
Lancaster), no es el hecho de cuidar pájaros, sino el permanecer encerrado más de cincuenta años: no
se trata, pues, de que su inesperada afición a la ornitología “cure” su habitual propensión hacia la
violencia, sino su capacidad para mantener su mente ocupada en algo que no sean sus impulsos
violentos hasta que, al hacerse viejo, ese deseo de matar ha desaparecido por completo (la prueba de
todo ello es que, cuando el ya envejecido Stroud es trasladado a Alcatraz y no puede llevar sus pájaros
consigo, el personaje se resigna a ello demostrando una actitud que jamás hubiese adoptado cuando era
joven: el peso de los años ha terminado sofocando su rebeldía).
EL HOMBRE DE ALCATRAZ es un film repleto de fragmentos esbozados con habilidad y
de detalles dibujados con precisión. Vale la pena señalar, entre los primeros, el buen pulso de
secuencias como el asesinato del guardia a manos de Stroud, donde alterna travellings laterales
siguiendo los pasos de los vigilantes, una cámara situada en el corredor central del comedor que se va
aproximando frontalmente, otra cámara desde el techo y tan sólo una siguiendo a Stroud desde
diversos ángulos; o el motín en Alcatraz, durante el cual Stroud tiene la ocasión por primera vez en su
vida de poner en práctica sus conocimientos autodidactas de medicina en la persona de un convicto
herido.
Pero son ciertos detalles lo más memorable de la puesta en escena: la lluvia que refresca el
rostro de Stroud en el breve intervalo de tiempo y espacio que hay entre el furgón de la cárcel y la
puerta del juzgado; el empleo del sonido en la escena en la cual el canto del canario que el protagonista
ha logrado curar confirma el éxito de Stroud en su afán de encontrar un remedio para la enfermedad de
sus pájaros; esa escena, ejemplo de sutileza, en la cual Stella (Betty Field) visita al ornitólogo y este le
huele el bolso, ante el desconocimiento que tiene del mundo exterior y de la imposibilidad de
percibirlo; o ese momento en que, consciente de su falta de consideración hacia el guardia Bull
Ransom, el protagonista reconoce su error y le pide perdón: Frankenheimer ahorra al espectador el
consabido contraplano del guardia escuchando la disculpa de Stroud y se limita a mostrar el efecto que
la misma ha tenido mediante un inserto en el que Ransom, sin mediar palabra y sin que ni siquiera se
vea la expresión de su rostro, mete en la celda la caja que el protagonista le ha pedido. La emoción
siempre resulta más conmovedora por la vía de la sugerencia –Bull Ransom, magníficamente
interpretado por Neville Brand, junto a Feto Gomez, no menos brillantemente creado por Telly
Savalas, son dos personajes cuya relación con el de Stroud está impecablemente escrita y filmada-.
Ni que decir tiene que EL HOMBRE DE ALCATRAZ se encuentra modelado en torno a la
figura de Burt Lancaster, actor que soporta la mayor parte del film con un personaje lleno de matices
sincronizados con el paso del tiempo. Su papel de Stroud es uno de los más sobrios y exigentes de la
carrera de Lancaster y constituye también una de sus interpretaciones cumbres, juntamente con la de
Elmer Gantry en El fuego y la palabra, verdadera antítesis de su actuación en esta, de una intensidad
siempre contenida -aunque siempre subyacente-, tan contenida como exteriorizada era en el film de
Richard Brooks (y antitética asimismo a la de su actuación en El tren, película en la que Lancaster
aparece continuamente en movimiento, desplegando una infatigable y pasmosa actividad física).
Texto:
Bertrand Tavernier & Jean-Pierre Coursodon, 50 años de cine norteamericano, vol. 1º
Akal, 1997.
Christian Aguilera, La generación de la televisión: la conciencia liberal del cine americano,
Ed.2001, 2000.
Tomás Fernández Valentí, “John Frankenheimer: un francotirador en Hollywood”,
rev. Dirigido, noviembre 2000.
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