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FUNDACIÓN ÉPSILON
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-1-
Viernes 1 de junio
Justino
EVANGELIO
Juan 21, 15-19
15
Cuando acabaron de almorzar, le preguntó Jesús a Simón Pedro:
-Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?
Le respondió:
-Señor, sí; tú sabes que te quiero.
Le dijo:
-Apacienta mis corderos.
16
Le preguntó de nuevo, por segunda vez:
-Simón de Juan, ¿me amas?
Le respondió:
-Señor, sí; tú sabes, que te quiero.
Le dijo:
-Pastorea mis ovejas.
17
La tercera vez le preguntó:
-Simón de Juan, ¿me quieres?
Pedro se puso triste porque la tercera vez le había preguntado: «¿Me quieres?», y le respondió:
-Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
Le dijo:
-Apacienta mis ovejas. 18Sí, te lo aseguro: Cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas adonde
querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás los brazos y otro te pondrá el cinturón para llevarte adonde no quieres.
19
Esto lo dijo indicando con qué clase de muerte iba a manifestar la gloria de Dios.
Y dicho esto, añadió:
-Sígueme.
COMENTARIOS
I
v. 15: Cuando acabaron de almorzar, le preguntó Jesús a Simón Pedro:
Simón de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Señor, sí; tú sabes que te quiero. Le dijo: Apacienta mis
corderos.
En el episodio anterior (21,7), Jesús no se ha hecho eco del gesto de Pedro. Terminada la comida
se dirige a él. Evita que el problema personal interfiera en su contacto con la comunidad. Jesús lleva la
iniciativa (le preguntó). Simón de Juan (cf. 1,42) ha pretendido destacarse del grupo ostentando ser el
primero en la adhesión a Jesús (13,37). La pregunta (¿me amas más que éstos?) enfrenta a Pedro con su
actitud, en presencia de los demás. Después de sus negaciones, Pedro evita toda comparación; te quiero,
amor de amigo, en lugar de «te amo», amor de identificación y se remite al conocimiento de Jesús (tú
sabes).
Apacentar equivale a procurar alimento, que, como el que da Jesús, es el don de la propia
persona (14,15.21); corderos son los pequeños; ovejas, los grandes; de este modo se representa la totalidad
del rebaño.
v. 16: Le preguntó de nuevo, por segunda vez: Simón de Juan, ¿me amas? Le respondió: Señor, sí; tú sabes, que
te quiero. Le dijo: Pastorea mis ovejas.
Jesús pregunta por segunda vez, de modo más breve e incisivo si Pedro está realmente identificado con él y lo toma por modelo, renunciando a todo otro ideal de Mesías. Pedro responde de la
misma manera.
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Pastorear significa dar la vida por las ovejas, como hace el pastor modelo (10,11); esta es la
disposición propia de todo discípulo.
v. 17: La tercera vez le preguntó: Simón de Juan, ¿me quieres? Pedro se puso triste porque la tercera vez le había
preguntado: «¿Me quieres?», y le respondió: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Le dijo: Apacienta mis ovejas.
La tercera vez recuerda la triple negación. Pedro había profesado dos veces ser amigo de Jesús («tú
sabes que te quiero»); «ser amigo» es renunciar a la idea de un Mesías de poder (18,10), a la relación de
inferior a superior (13,6-8), al trabajo como siervo o asalariado (15,15).
Dice el evangelio que Pedro se puso triste, pues Jesús parece desconfiar de sus afirmaciones anteriores y le hace recordar su obstinación (Pedro/Piedra).
Pedro insiste: Tú lo sabes todo, nueva rectificación (cf. 13,37s). El tercer encargo de Jesús " apacienta
mis ovejas" sintetiza los dos anteriores.
vv. 18-19: Sí, te lo aseguro: Cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas adonde querías; pero
cuando llegues a viejo, extenderás los brazos y otro te pondrá el cinturón para llevarte adonde no quieres. 19Esto lo dijo
indicando con qué clase de muerte iba a manifestar la gloria de Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.
Pedro dará la vida en la cruz, como Jesús. Así se asociará hasta el final a su misión de pastor.
Pedro, cuando era joven, actuaba a su arbitrio, sin objetivo (ibas adonde querías); desde ahora tendrá que ser
coherente con el seguimiento, aunque le cueste (adonde no quieres).
II
El evangelio de Juan no es muy jerárquico. Es decir, no es muy amigo de ponderar, ni en Pedro, ni
en los Apóstoles, su papel de autoridad en la iglesia. El modelo de iglesia que predomina en Juan es el de la
comunidad guiada por el amor, a imitación de la Trinidad, así como el Padre y Jesús "son uno" por el
Espíritu. Esto no significa que Juan desconozca el papel de la animación y coordinación apostólica. Pero lo
sobresaliente en este evangelio es que tanto la autoridad como las personas dirigentes deben estar
supeditadas al amor, la regla número uno de la comunidad de Jesús. El amor lo es todo y lo demás hay que
ponerlo a su servicio. Se trata, pues, de una autoridad al servicio del amor.
Este es el bello significado que tiene la perícopa de hoy. A lo largo de todo su evangelio, Juan no
había hablado explícitamente de la autoridad de Pedro. Esta aparece en este capítulo 21, llamado el epílogo
del Evangelio de Juan, considerado por los especialistas como una añadidura o complemento del evangelio
original. Esto no deja de llamar la atención, pues ratifica, una vez más, la máxima importancia que el
evangelista le da al tema del amor, para animar o coordinar a una comunidad.
Todas las iglesias primitivas cristianas son claras en expresar que Pedro tuvo el encargo directo, de
parte de Jesús, de que animara la fe de todos los hermanos. Esto mismo lo tiene en cuenta Juan, pero con
esta doble característica: supeditar la autoridad al amor-servicio, y dejar bien claro que esta autoridad
conlleva las limitaciones de la debilidad humana. Por eso Pedro, el triple negador de Jesús, es sometido a
una triple confesión de su amor por Jesús y a una triple petición de servir a sus hermanos. Quien entienda
que su autoridad es compromiso con el servicio y es amor, no caerá en la tentación de convertir la
autoridad en poder, cosa que tanto daño le hace a diario a la iglesia.
Sábado 2 de junio
Marcelino – Pedro
EVANGELIO
Juan 21, 20-25
20
A1 volverse, Pedro vio al discípulo predilecto de Jesús, que iba siguiendo, el mismo que en la cena se había
apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Pedro, entonces, al verlo, le
preguntó a Jesús:
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-Señor, y éste, ¿qué?
22
Le respondió Jesús:
-Y si quiero que se quede mientras sigo viniendo, ¿a ti qué te importa? Tú sígueme a mí.
23
De ahí que se corriera la voz entre los hermanos de que el discípulo aquel no moriría. Pero Jesús no le dijo que
no moriría, sino: «Si quiero que se quede mientras sigo viniendo, ¿a ti qué te importa?»
24
Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es digno de fe.
25
Pero hay además otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, pienso que los libros que se escribieran no cabrían en el mundo.
COMENTARIOS
I
v. 20: Al volverse, Pedro vio al discípulo predilecto de Jesús, que iba siguiendo, el mismo que en la cena se había
apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»
Jesús invita a Pedro a comenzar el seguimiento (cf 13,36) Es la invitación que hizo a Felipe al
principio del Evangelio (1,43). Pedro tiene que volver a los principios y aprender todo lo que no había
aprendido. Se vuelve, para comenzar su seguimiento, y ve al que nunca ha dejado de seguir a Jesús.
v. 21: Pedro, entonces, al verlo, le preguntó a Jesús: Señor, y éste, ¿qué? 22Le respondió Jesús: Y si quiero que se
quede mientras sigo viniendo, ¿a ti qué te importa? Tú sígueme a mí. 23De ahí que se corriera la voz entre los hermanos de
que el discípulo aquel no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: «Si quiero que se quede mientras sigo
viniendo, ¿a ti qué te importa?»
Pedro está inseguro y por eso reacciona preguntando; quiere saber qué será del otro, para
imitarlo y no desviarse. Pero no importa lo que pase con el otro; la ruta de cada uno es independiente;
mientras sigo viniendo, haciéndose presente en la comunidad, hasta que acabe la creación de la humanidad
(20,17). No hay más modelo que Jesús ni más camino que el suyo (Tú sígueme a mí). El Espíritu se
identifica con él. Se deshace de este modo un equívoco (v. 23). La palabra hermanos es apelativo de los
cristianos.
v. 24: Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es digno
de fe.
La comunidad presenta el testimonio del evangelista, autor del Evangelio, el discípulo predilecto
de Jesús. Esta afirmación asegura al lector que la figura de Jesús descrita en el Evangelio responde al
significado profundo de su persona La comunidad ha aceptado este testimonio y lo refrenda; sus
miembros saben que es digno de fe, es decir, que corresponde a su experiencia personal de Jesús.
v. 25: Pero hay además otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, pienso que los
libros que se escribieran no cabrían en el mundo.
Se trata de una hipérbole o exageración: lo escrito es sólo una muestra de lo que hizo Jesús. Para
conocer a Jesús no hace falta la plena información histórica, basta penetrar su significado profundo.
II
En los versículos anteriores, Pedro había recibido una insinuación de Jesús sobre su futuro
personal: sería, por el martirio, testigo de Jesús. A partir de esta insinuación de Jesús, Pedro entró en
curiosidad para saber el futuro de Juan, su compañero. Con esto Pedro podía caer en la tentación de saber
el futuro de los demás, descuidando así el papel que jugarán y las sorpresas que ofrecerán, a lo largo de la
historia, la libertad y la gracia. Es grande la tentación que ordinariamente se tiene de creer en las
premoniciones del futuro. Nos parece que una premonición de esta clase da seguridad y tranquilidad.
Pero se nos olvida también el gran daño que hace tener en la mente aferrado el futuro. ¿Y la libertad
del ser humano qué papel juega entonces? ¿Y la gracia de Dios no nos podrá dar algunas sorpresas? El
gran daño que hace el apoyarse en las lecturas del futuro es el de la pasividad que se crea en nuestro
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interior frente a la historia que, por haber sido ya establecida, nos parece que es intocable, incambiable. El
gran daño que nos hacen los anuncios del futuro es el de pervertir nuestra espiritualidad, el de deformar la
realidad de la libertad del ser humano, el de desfigurar la imagen de Dios, Señor de la historia, y el de matar
todas las energías de nuestro interior destinadas a nuevas propuestas más justas de sociedad.
Por eso la respuesta de Jesús a Pedro, sobre el destino de Juan, es sabia. No se lo revela. De esta
manera Pedro, frente a cualquier hermano, queda abierto al amor, al servicio, a la ayuda diaria que hay que
prestar, sin saber el camino que tomará la historia. El determinar el futuro enfría o destruye al amor. Es
mejor que el amor esté vivo, aunque se tenga que vivir en incertidumbre. La incertidumbre compromete
más la libertad, le da mayores posibilidades a la gracia y le abre siempre nuevos caminos al amor.
Domingo 3 de junio
Maximiliano
DOMINGO NOVENO DE TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura: Hechos 2, 1-11
Salmo responsorial: 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34
Segunda lectura: Romanos 8, 8-17
EVANGELIO
Juan 14, 15-16. 23b-26
15
Si me amáis, cumpliréis los mandamientos míos; 16yo, a mi vez, le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté
siempre con vosotros.
23
Uno que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir
con él. 24El que no me ama no cumple mis palabras; y el mensaje que estáis oyendo no es tanto mío, como del Padre que me
envió.
25
0s dejo dichas estas cosas mientras estoy con vosotros. 26Ese valedor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre por mi
medio, él os lo irá enseñando todo, recordándoos todo lo que yo os he expuesto.
COMENTARIOS
I
vv.15-16.
Quien no ama a Jesús no puede amar a los demás (15). Por primera vez menciona
Jesús el amor de sus discípulos a él: la adhesión a su persona y obra se convierte en un impulso de
identificación con él.
Por ella, los mandamientos pierden todo carácter de imposición, son la exigencia del amor.
Cumplirlos significa ser como Jesús y a esto lleva espontáneamente la fuerza interior del Espíritu. No se
trata de la obediencia de los discípulos a normas externas sino de la expansión exterior de la sintonía con
Jesús Se conserva el termino mandamiento para oponer los de Jesús (los mandamientos míos, enfático) a los de
la Ley antigua. «El mandamiento nuevo« (13 34) expresaba la actitud del discípulo, creando la solidaridad
del amor Los mandamientos suyos cuyo contenido nunca se explícita, son las exigencias de actuación que
las circunstancias presentan al amor de los discípulos. En «el mandamiento« habla Dios en el interior del
discípulo; en «los mandamientos le habla desde la realidad histórica.
vv. 23-26. La venida de Jesús no se hará con alarde de poder ni para vengarse de la injusticia
cometida contra él (23). La transformación de la sociedad humana no se hace por la fuerza. Por eso, en
respuesta a Judas, repite lo antes dicho (21). Su mensaje es el del amor al hombre y se despliega en sus
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mandamientos. Su manifestación no es como la que ellos esperan. La respuesta a la práctica del amor es la
presencia suya y del Padre. El Padre y Jesús, que son uno, establecerán su morada en el discípulo. En el
antiguo éxodo, la presencia de Dios en medio del pueblo se localizaba en la tienda del Encuentro. En el
nuevo, cada uno será morada de Dios.
El mensaje de Jesús es el del Padre (24). Muestra a los oprimidos el medio de salir de la opresión,
invita a un éxodo fuera de un sistema injusto (10,2-4), abre los ojos para que el hombre conozca su
dignidad según el designio de Dios (9,lss) y hace caminar a los paralizados por las ideologías opresoras (5,
3ss); es el amor manifestado en el compartir, que da a los hombres su independencia y los libera de la
explotación (6, 5ss). Practicarlo significa tener el Espíritu de Jesús.
La frase mientras vivo con vosotros (25-26) hace recordar la marcha de Jesús y anuncia su despedida.
Ellos tendrán que ir comprendiendo y profundizando lo que les ha dicho, pero ayudados por el Espíritu.
Es el Espíritu profético, que transmite a la comunidad mensajes del Señor. Jesús, hecho presente por su
Espíritu, es el maestro de la comunidad.
El Espíritu es el amor y lealtad, la gloria (1,14 y 32; 1,17 y 7,39). En cuanto el amor se formula para
proclamarlo, se le llama «mensaje»; en cuanto es fuerza de vida, «Espíritu»; en cuanto es norma de
conducta, «mandamiento»; en cuanto se hace visible y hace presente a Dios, se le llama «gloria». Jesús está
presente con su Espíritu (fuerza y actividad del amor).
Síntesis: Cambia el concepto antiguo de Dios y el de la relación del hombre con él. Se concebía a
Dios como una realidad exterior al hombre y distante de él; la relación con Dios se establecía a través de
mediaciones, en primer término, la de la Ley, de cuya observancia dependía el favor divino. Dios
reclamaba al hombre para sí; éste aparecía como siervo. El mundo quedaba en la esfera de lo profano.
En la exposición que hace Jesús se describe la venida del Espíritu, de Jesús y del Padre. Con esta
imagen espacial se significa el cambio de relación entre Dios y el hombre. La comunidad y el individuo se
convierten en morada de la divinidad, el hombre en santuario de Dios. De esta manera Dios «sacraliza» al
hombre y, a través de él, a toda la creación. No hay ya, pues, ámbitos sagrados donde Dios se manifieste
fuera del hombre mismo. Esta «sacralización» produce al mismo tiempo una «desacralización»,
suprimiendo toda mediación de «lo sagrado» exterior al hombre.
Dios se asemeja a una onda en expansión que comunica vida con generosidad infinita. No quiere
que el hombre sea para él, sino que, viviendo con él, sea como él, don de sí, amor absoluto. Al hombre
toca aceptar ese amor e incorporarse a esa fuerza que tiende a expansionarse en continuo don.
Dios no es el rival del hombre. No lo ha creado para reclamarle luego su vida como tributo y
sacrificio. No absorbe ni disminuye al hombre, lo potencia. No puede el hombre anularse para afirmar a
Dios; eso significaría la negación de Dios creador, el dador de vida.
II
El evento de Pentecostés, en los orígenes del cristianismo, desencadenó el movimiento de Jesús,
que partiendo de Jerusalén, llegó hasta los confines del mundo. El cristianismo nació como un movimiento
del Espíritu, que se organizaba en pequeñas comunidades, que mantenían viva la enseñanza de Jesús y de
los apóstoles, que tenían un mismo espíritu y todo lo compartían y lo tenían en común, de manera que no
había pobres entre ellos; celebraban la fracción del pan por la casas, perseveraban en las oraciones y hacían
prodigios y señales en medio del pueblo (Hch. 2, 42-47). El Espíritu fue el que hizo nacer con fuerza y
poder este movimiento histórico, comunitario y misionero de Jesús. Hoy día necesitamos reconstruir la
Iglesia tomando como modelo el evento de Pentecostés y su efecto histórico en los primeros 50 años del
movimiento de Jesús (entre Pentecostés y la organización universal de la Iglesia).
Los textos de Pablo y Juan que hemos leído, profundizan en la Vida según el Espíritu, en cada
persona y sobre todo en la comunidad. Hoy podemos discernir esta Vida según el Espíritu en la oposición
muerte-vida en la cual se debate la humanidad. La orientación de la historia hacia la muerte del cosmos y
de la humanidad es la manifestación visible de la ausencia del Espíritu en la historia. La muerte colectiva
del pobre y de la naturaleza, la falta de trabajo, pan, educación, salud, participación y gozo, son los signos
de la ausencia del Espíritu. Por el contrario, todo movimiento humano hacia la vida, y la construcción de
un mundo donde todos tengan vida, es la manifestación visible de la presencia del Espíritu en la historia.
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Es la muerte o la vida del ser humano concreto, la referencia de fe que nos permite discernir la presencia y
acción histórica del Espíritu. También lo que nos permite discernir y definir el ser humano como ser
espiritual. La espiritualidad es, como nos enseña Pablo, la tendencia hacia la vida. Es en la vida humana
plena donde vivimos y hacemos visible el amor del Padre que ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo.
Debemos combatir un falso sentido de espiritualidad como huida del mundo y de las cosas
materiales, como si la espiritualidad fuese asunto sólo del alma, por encima de todo lo material y humano.
Este espiritualismo fue la primera y más peligrosa herejía en los orígenes del cristianismo. Se llamó
gnosticismo y nació en algunos sectores de Iglesia y teólogos por influjo de la filosofía griega. Los filósofos
definían la espiritualidad, la subjetividad, la ética y la libertad, en el dominio del alma sobre el cuerpo. Esta
posición no era inocente, pues se decía que el alma era al cuerpo como el amo al esclavo y como el varón a
la mujer. Se definía así la espiritualidad en el desprecio y opresión del cuerpo, de los esclavos y de las
mujeres. Por eso San Pablo definió con tanta claridad la acción del Espíritu en la tendencia del ser
humano, con cuerpo y alma, hacia la vida. Los filósofos griegos negaron radicalmente el misterio de la
encarnación y resurrección, por su carácter corporal e histórico. En el espirtualismo, como forma moderna
de gnosticismo, se da una negación del Espíritu Santo y de la resurrección. El espiritualismo niega también
la encarnación de Jesús y pervierte el sentido de Dios como un Dios de Vida y de Amor. Urge en nuestros
tiempos recuperar la concepción bíblica del Espíritu, como Espíritu de Vida, Verdad y Libertad. Pablo y
Juan deben ser nuestros maestros espirituales.
Otra forma de negar el Espíritu, tanto en los orígenes del cristianismo como en nuestros días, es el
legalismo, que pone la santidad y la salvación únicamente en el cumplimiento de la ley y en el poder de la
institución. La ley y la institución son buenas cuando están al servicio del ser humano, pero se pervierten
cuando se somete al ser humano al imperio de la ley y la institución. Lo que nos salva es la fe, no el
cumplimiento de la ley o el somentimiento a un poder absoluto, sea político o sagrado. Otra vez debemos
volver a leer a Pablo y Juan para liberarnos del legalismo y autoritarismo y poder ser hombres y mujeres del
Espíritu en una Iglesia auténtica como comunidad espiritual.
Lunes 4 de junio
Clotilde – Frida
EVANGELIO
Marcos 12, 1-12
12 1Entonces se puso a hablarles en parábolas:
-Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó una torre para el guarda, la
arrendó a unos labradores y se marchó de su país.
2
A su tiempo envió a los labradores un siervo, para percibir de ellos su tanto de la cosecha de la viña. 3Ellos lo
agarraron, lo apalearon y lo despidieron de vacío. 4Entonces les envió otro siervo; a éste lo descalabraron y lo trataron
con desprecio. 5Envió a otro y a éste lo mataron; y a otros muchos, a unos los apalearon, a otros los mataron. 6Uno le
quedaba todavía, un hijo amado, y se lo envió el último, diciéndose: «A mi hijo lo respetarán».
7
Pero los labradores aquellos se dijeron: «Este es el heredero; venga, lo matamos y será nuestra la herencia». 8y,
agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
9
¿Qué hará el dueño de la viña? Irá a acabar con esos labradores y dará la viña a otros.
10
¿No habéis leído siquiera este pasaje?:
La piedra que desecharon los constructores
se ha convertido en piedra angular.
"Es el Señor quien lo ha hecho:
¡qué maravilla para los que lo vemos!
(Sal 118,22-23)
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12
Estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que la parábola iba por ellos; pero tuvieron
miedo de la multitud y, dejándolo, se marcharon.
COMENTARIOS
I
v. 1. Entonces se puso a hablarles en parábolas: “Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó
un lagar, construyó una torre para el guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de su país”
Sin interrupción, y tomando pie del conocido pasaje de Is 5,1-7, comienza Jesús la parábola.
Distingue entre la viña (símbolo del pueblo elegido, cf. Sal 80,9ss ) y los labradores (los dirigentes), que no
son propietarios de la viña, sino meros arrendatarios (y la arrendó a unos labradores), aunque plenamente
responsables de su cultivo (y se marchó de su país).
vv. 2-5 «A su tiempo envió a los labradores un siervo, para percibir de ellos su tanto de la cosecha de la viña. Ellos
lo agarraron, lo apalearon y lo despidieron de vacío. Entonces les envió otro siervo; a éste lo descalabraron y lo trataron con
desprecio. Envió a otro y a éste lo mataron; y a otros muchos, a unos los apalearon, a otros los mataron».
El dueño, figura de Dios, no se desentiende de la viña, espera sus frutos. Pero los labradores se han
apoderado de ella y el dueño tiene que enviar siervos, figura de los profetas, a pedir el fruto que espera, la
justicia y el derecho (Is 5,7). Los dirigentes/labradores han sido infieles a Dios a lo largo de la historia de
Israel (cf. Jr 7,25s: «les envié a mis siervos los profetas un día y otro día, pero no me escucharon»); el amor
de Dios no ha cesado nunca, pero ellos maltrataron y mataron a los profetas. Esa infidelidad continúa, el
ejemplo de los dirigentes inficiona a todo el pueblo, y se crea una sociedad injusta. Hay un paralelo con la
higuera estéril (11,13): la institución que debía producir fruto, no lo ha hecho.
vv. 6-8 « Uno le quedaba todavía, un hijo amado, y se lo envió el último, diciéndose: «A mi hijo lo respetarán».
Pero los labradores aquellos se dijeron:
«Este es el heredero; venga, lo matamos y será nuestra la herencia». Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera
de la viña».
Dios no responde con violencia a la violencia de ellos; siempre espera algo del hombre, no lo
considera definitivamente endurecido. El último esfuerzo de su amor es el envío final y decisivo del Hijo
amado (cf. 1,11; 9,7), el Mesías, que no viene a tomar venganza, sino a ofrecer la última oportunidad de
salvación. Ellos muestran su mala fe, porque saben quién es (Este es el heredero), pero se proponen matarlo
para excluir toda alternativa, destruir toda esperanza de liberación del pueblo y perpetuar su explotación (y
será nuestra la herencia).
El asesinato del Hijo es un intento de eliminar a Dios mismo. Renuncian a ser el pueblo de Dios.
Al amor han respondido con odio. No solamente matan al Hijo, sino que lo echan fuera de su sociedad y
de su recuerdo (y lo arrojaron fuera de la viña).
v. 9 «¿Qué hará el dueño de la viña? Irá a acabar con esos labradores y dará la viña a otros».
El dueño/Dios se opone a la pretensión de ellos de hacerse señores de la viña e intervendrá para
salvarla; quiere que continúe y dé fruto. Los dirigentes provocarán la destrucción de Israel como nación y
de sus instituciones; el reinado de Dios pasará a los pueblos paganos.
vv. 10-11 «¿No habéis leído siquiera este pasaje?: La piedra que desecharon los constructores se ha convertido en
piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho: ¡qué maravilla para los que lo vemos!»
Confirma Jesús lo anterior con la cita del Sal 118,22s, que utiliza la metáfora de la construcción: los
dirigentes pretenden construir su edificio / institución prescindiendo de la piedra angular (el Mesías) que
Dios había designado. La piedra que desecharon corresponde al «lo arrojaron fuera» de la parábola (8); los
constructores, a «los labradores». Pero, al rechazar ellos al Mesías, Dios se formará un nuevo pueblo; la
muerte del Hijo no significará el fin de su misión. Del rechazo saldrá una nueva muestra del amor de Dios.
Esta es la gran maravilla.
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v. 12 Estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que la parábola iba por ellos; pero tuvieron miedo
de la multitud y, dejándolo, se marcharon.
Los dirigentes han comprendido el sentido de la parábola y la denuncia que de ellos ha hecho
Jesús, pero eso no los hace reflexionar, sino que los incita a usar la violencia. Querrían prender a Jesús,
pero no se atreven, porque la multitud está en favor de él. Actúan en función de su propia seguridad;
nunca es el bien del pueblo su criterio de acción.
II
Esta dura parábola nació como la expresión del agudo conflicto al que había llegado Jesús con los
dirigentes de su pueblo. Ya Jesús veía cercano el fin de su vida y sabía que hacia allá lo llevaba la violencia
de los dirigentes. Ellos eran los primeros responsables de su muerte y como tal, eran sus asesinos. Era
necesario que el pueblo entrara en conciencia de esto, como parte del proceso de crecimiento de su
conciencia crítica. Sólo descubriendo su capacidad de muerte que poseía el poder de dominio, la
conciencia crítica del pueblo podría irse distanciando de los poderes, hasta que algún día lograra romper
definitivamente con los mismos.
Había que denunciar, como la mayor traición del proyecto de justicia inaugurado por Dios en el
Antiguo Testamento, el hecho de que el pueblo, que había comenzado como un servidor honesto de Yavé,
terminara como asesino de quien le traía la verdad de parte de ese mismo Dios. Dirigentes y pueblo iban a
asesinar su última esperanza. Jesús en los dirigentes causó tanto odio, que fue condenado y asesinado por
todos aquellos que veían en su ministerio una amenaza para sus injustas políticas. La oferta de Jesús: una
sociedad alternativa, solidaria, justa e igualitaria, chocó con los intereses del sistema judío. ¿No chocará una
propuesta de sociedad igual a la que pensó Jesús con los intereses de nuestras iglesias? ¿Será que nosotros
no estamos convencidos que el Reino de Dios es la alternativa de ese Padre maravilloso, para que este
mundo viva según el designio de justicia que él guarda en su corazón? Comencemos a trabajar así como
Jesús lo hizo para hacer de este mundo el espacio verdadero de la revelación de Dios, y el lugar donde
todos y todas podamos humanizarnos plenamente.
Martes 5 de junio
Bonifacio
EVANGELIO
Marcos 12, 13-17
13
Entonces le enviaron unos fariseos y herodianos para cazarlo con una pregunta. 14Llegaron y le dijeron:
-Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque tú no miras lo que la gente sea. No,
tú enseñas e camino de Dios de verdad. ¿Está permitido pagar tributo al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?
15
Jesús, consciente de su hipocresía, les repuso:
-¡Cómo!, ¿queréis tentarme? Traedme una moneda que yo la vea.
Se la llevaron, y él les preguntó:
-¿De quién son esta efigie y esta leyenda?
Le contestaron:
-Del César.
17
Jesús les dijo:
-Lo que es del César, devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios.
Y se quedaron de una pieza.
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COMENTARIOS
I
V. 13 Entonces le enviaron unos fariseos y herodianos para cazarlo con una pregunta.
Los dirigentes se sirven de un grupo compuesto por fariseos (observantes de la Ley) y partidarios
de Herodes (3,6; 8,15; cf. 6,21). Llevan el encargo de proponer a Jesús una pregunta que, responda lo que
responda, lo pondrá en una situación difícil. Los fariseos son antirromanos; los herodianos, en cambio, que
aceptan un tetrarca/rey aliado de Roma, son colaboracionistas. Aunque hace tiempo que ambos grupos
habían decidido acabar con Jesús (3,6), ahora simulan un desacuerdo.
v. 14 Llegaron y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque tú no miras lo
que la gente sea. No, tú enseñas el camino de Dios de verdad. ¿Está permitido pagar tributo al César o no? ¿Pagamos o no
pagamos?»
Para preparar el terreno, empiezan adulando a Jesús. No sólo lo llaman respetuosamente
«Maestro», sino que alaban su independencia y su sinceridad, que expone fielmente el camino de Dios sin
dejarse intimidar por la posición social de las personas (tú no miras lo que la gente sea). Pretenden que un
maestro tan insigne y tan valiente les dé una respuesta inequívoca que dirima el desacuerdo entre ambos
grupos.
Le proponen entonces la pregunta comprometedora, presentada como un deseo de fidelidad a la
Ley divina. Enuncian primero la cuestión de principio, si es conforme a la Ley el pago del tributo (¿Está
permitido?); lo presentan luego como un problema de conciencia que les afecta personalmente (¿pagamos o no
pagamos?) y sobre cuya solución no están de acuerdo.
La cuestión gira, por tanto, en torno a la fidelidad a Dios, formulada así en el primer mandamiento:
«El Señor nuestro Dios es el único Señor» (Dt 6,4); pagar el tributo significaba, en cambio, reconocer
como Señor al César. La pregunta que hacen implica la siguiente: Los israelitas ¿no somos infieles a Dios si
reconocemos por señor al César pagándole el tributo?
Pagar el tributo implicaba al mismo tiempo la renuncia a la propia independencia y libertad
nacional. Precisamente, cuando Roma nombró el primer gobernador en Judea e impuso el tributo, se
originó, en nombre de la fidelidad a Dios, la rebelión armada de Judas Galileo (año 6 d.C.).
Si Jesús diera una respuesta afirmativa (acatamiento al César, posición de los herodianos) se
acarrearía el descrédito ante el pueblo, contrario al régimen romano; si la respuesta fuera negativa
(declaración de rebeldía, ideología farisea y zelota) sería detenido por la autoridad romana. De un modo o
de otro, estaría acabado.
vea».
v. 15 Jesús, consciente de su hipocresía, les repuso: «¡Cómo!, ¿queréis tentarme? Traedme una moneda que yo la
Jesús sabe que el escrúpulo que fingen es una hipocresía: aparentan una fidelidad a Dios que no
corresponde a la realidad de su vida, pues los dirigentes que envían a estos emisarios son explotadores del
pueblo (11,17), que no han hecho caso del mensaje de Juan Bautista (11,30-33).
Los acusa de querer tentarlo (1,13); de hecho le están insinuando que, si quiere conservar su
prestigio ante el pueblo (11,18; 12,12), tiene que dar respuesta negativa, dispuesto a acaudillar un
movimiento antirromano (cf. 1,24.34; 11,9s).
Les pide una moneda. Como la moneda del tributo era la acuñada por el emperador pagano, no la
llevan consigo, tienen que ir a buscarla a un cambista.
v. 16 Se la llevaron, y él les preguntó: «¿De quién son esta efigie y esta leyenda?» Le contestaron: «Del César».
Jesús la examina y les pregunta; ellos tienen que admitir que tanto la efigie como la leyenda indican
que la moneda pertenece al César: el dominio político está basado en la dependencia económica; aceptar el
dinero del César significa reconocer su soberanía.
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v. 17 Jesús les dijo: «Lo que es del César, devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios». Y se quedaron de
una pieza.
Respuesta de Jesús: ellos han hablado de «pagar» (14), como si ese dinero fuese suyo; Jesús los
corrige y habla de devolver, indicándoles que el dinero no es suyo, sino del César (lo que es del César,
devolvédselo al César). Ahora ellos, bajo pretexto de fidelidad a Dios, dicen querer rechazar el dominio del
César, pero quedándose con su dinero. Pero, mientras usen ese dinero, símbolo e instrumento del poder
del César, estarán mostrando su sumisión a Roma; sólo renunciando a él dejarán de reconocer al César
como señor.
En cuanto a la fidelidad a Dios que decían preocuparles, si quieren serle fieles de verdad tienen que
devolverle el pueblo del que se han apoderado (y lo que es de Dios, [devolvédselo a Dios]) y renunciar a explotarlo en beneficio propio (11,17).
El objetivo de los dirigentes es su propio lucro: pretenden rebelarse contra el dominio del César
despojándolo de su dinero, como se han rebelado contra Dios despojándolo de su pueblo (12,2ss). Se
aprovechan del César, protestando de su dominio, y roban a Dios, alardeando de fidelidad a él.
Sorpresa ante la respuesta. Jesús ha renovado la denuncia de infidelidad a Dios que había hecho
con la parábola, y es ilusorio todo intento de emanciparse del César si no hacen caso a Dios. Al fin y al
cabo, lo que hacen los romanos con la nación judía no es diferente de lo que hacen ellos, los dirigentes
judíos, con el pueblo. Pero por su amor al dinero siguen siendo infieles a Dios y siguen sometidos al César.
II
El texto evangélico que nos propone la liturgia hoy ha sido uno de los textos más mal interpretado
a lo largo de la tradición cristiana. Más aún: con este texto se han sustentado tantas ideas a favor del poder
que dichas tesis y definiciones ponen en tela de juicio la vida y la obra del Maestro de Nazaret.
En la reflexión de esta perícopa nos quedaremos con las palabras conclusivas de Jesús. "Den al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". La conclusión de Jesús es obvia. Si la moneda del
tributo es del César, devuélvansela a él, pues le pertenece, pero no le reconozcan al César divinidad por
que ésta solamente compete a Dios. El énfasis de la afirmación de Jesús no reside en la primera parte:
"Den al César lo que es del César", sino en la segunda: "Den a Dios lo que es de Dios". Las dos frases son
adversarias. La moneda del impuesto fue acuñada por el César, es de él; el que la tenga debe devolvérsela;
pero la divinidad es de Dios. Jesús no puede aceptar que el César usurpe el puesto de Dios. Jesús vuelve a
enseñarle al pueblo que la divinidad es sólo de Dios y ningún ser humano, ni ninguna estructura, puede
arrogarse el derecho de declararse Dios; de esta forma los que van a poner a prueba a Jesús salen
incriminados de participar en la idolatría al César.
Esta frase, con la que culmina Jesús el diálogo con los fariseos y con los herodianos, se ha
convertido como en un refrán que hace brillar un comportamiento justo y equilibrado. "Dar al César lo
que es del César y a Dios lo que es de Dios", es como la síntesis de lo que todo ser humano debe hacer en
su vida. Qué triste que el pueblo haya acuñado esta sentencia de Jesús en un refrán que mide las acciones
justas y equilibradas. Pero da mayor tristeza la forma como la Iglesia, a lo largo de la historia, entendió esta
sentencia: la entendió como la relación adecuada entre lo temporal y lo espiritual, entre el maridaje que
tenía que haber entre la estructura de poder y el cristianismo. Asumamos este texto con el mismo
sentimiento que lo asumió Jesús y la primitiva comunidad cristiana, para no terminar absolutizando lo
relativo y relativizando lo absoluto.
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Miércoles 6 de junio
Norberto
EVANGELIO
Marcos 12, 18-27
18
Se le acercaron unos saduceos, esos que dicen que no hay resurrección, y le propusieron este caso:
-Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la
viuda y dé descendencia a su hermano». 20Había siete hermanos: el primero se casó y murió sin dejar hijos; 21el segundo se
casó con la viuda y murió también sin tener hijos; lo mismo el tercero, 22y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió
también la mujer. 23En la resurrección, ¿de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?
24
Les contestó Jesús:
-Precisamente por eso estáis equivocados, por no conocer la Escritura ni la fuerza de Dios. 25Porque, cuando
resucitan de la muerte, ni los hombres ni las mujeres se casan, son como ángeles del cielo. 26Y acerca de que los muertos
resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios?: «Yo soy el Dios de
Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». 27No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.
19
COMENTARIOS
I
v. 18 Se le acercaron unos saduceos, esos que dicen que no hay resurrección, y le propusieron este caso:
Al partido saduceo pertenecían dos grupos del Sanedrín o Consejo: los senadores (seglares) y los
sumos sacerdotes. Desde el punto de vista político eran partidarios del orden establecido, en el que tenían
un papel hegemónico, y colaboracionistas con los romanos, con los que mantenían un difícil equilibrio de
poder. Rechazaban la llamada tradición oral, a la que los fariseos atribuían autoridad divina (7,5.8.13). Eran
abiertos respecto a la cultura helenística.
No veían en la Escritura la noción de una vida después de la muerte; su horizonte era esta vida, y
en ella procuraban mantener su posición de poder y de privilegio. Su pecado era el materialismo, pues sus
objetivos en la vida eran el dinero y el poder, anejos a la posición social que ocupaban (cf. 10,1-12, el
pecado fariseo).
vv. 19-23 «Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese
con la viuda y dé descendencia a su hermano». Había siete hermanos: el primero se casó y murió sin dejar hijos; el segundo se
casó con la viuda y murió también sin tener hijos; lo mismo el tercero, y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió
también la mujer. En la resurrección, ¿de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?»
Se acercan a Jesús y lo llaman Maestro, pues van a pedirle que resuelva un caso teórico que, sin
duda, refleja una larga controversia con los fariseos. Ellos, los saduceos, sostienen que todo acaba con la
muerte, y el caso que proponen demostraría lo absurdo de la creencia en la resurrección, sostenida por los
fariseos, quienes concebían la vida futura como una continuación de la vida mortal.
Mencionan la ley del levirato, instituida por Moisés. y, a continuación, proponen el caso, que haría
ridícula la doctrina farisea.
Dios».
v. 24 Les contestó Jesús: «Precisamente por eso estáis equivocados, por no conocer la Escritura ni la fuerza de
La respuesta de Jesús es dura: los dirigentes del templo y de la nación están en el error, por dos
razones: porque ignoran la Escritura (lo que Dios ha dicho) y porque no conocen la fuerza de Dios (lo que
Dios hace), el dador de vida (fuerza, cf. 5,30), no tienen experiencia de la acción de Dios. La denuncia es
tremenda: las autoridades religiosas supremas, los que se llaman representantes de Dios, administran el
templo y ejercen el culto, no conocen a Dios ni en su palabra ni en su acción.
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- 12 -
v. 25 «Porque, cuando resucitan de la muerte, ni los hombres ni las mujeres se casan, son como ángeles del cielo».
Corrige Jesús la doctrina farisea en dos aspectos: precisa ante todo que el estado futuro del hombre
no es una prolongación de su estado presente; no hay matrimonio ni procreación, porque la vida inmortal
no se transmite por generación humana, se recibe directamente de Dios (ángeles = «hijos de Dios», cf. Job
1,6; 2,1; 32,7; Dn 3,21/91); ser como ángeles indica el estado propio de los que están en la esfera divina (el
cielo). Al mismo tiempo precisa Jesús el cuándo de la resurrección: mientras los saduceos, ateniéndose a la
doctrina farisea, hablaban de ella en futuro (en la resurrección, ¿de cual de ellos va a ser mujer?), Jesús habla en
presente (cuando resucitan, son como ángeles). La resurrección no es un acontecimiento lejano, es simplemente
la vida que continúa después de la muerte, y se está verificando ya desde ahora. Ahí está la fuerza de Dios
que ellos no conocen.
vv. 26-27 «Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza,
lo que le dijo Dios ?:"Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". No es Dios de muertos,
sino de vivos. Estáis muy equivocados».
Va a mostrarles ahora que tampoco conocen la Escritura y, para probar la vida después de la
muerte, les cita una declaración de Dios mismo: Yo soy el Dios de Abrahan, etc. (Ex 3,6.15s): cuando Dios
habló a Moisés, los patriarcas seguían vivos o, en otras palabras, estaban ya resucitados; el Dios fiel no deja
que perezcan los que él ha amado. El Dios de Jesús es el Dios de la vida, porque su fuerza es fuerza de
vida; el dios del sistema es el dios de la muerte.
II
De lo que escribió Moisés en la ley estos saduceos proponen a Jesús las prescripciones acerca del
levirato que se encuentran en Dt 25,5s. Según esto cuando una mujer quedaba viuda sin hijos, los
hermanos del marido muerto, sucesivamente tenían obligación de casarse con ella. Como un hombre tenía
varías esposas, el hecho de que estuviera casado no implicaba ningún problema. El primogénito de la
mujer con su cuñado debía llevar el nombre del marido muerto. Si el hermano mayor del difunto rehusaba
cumplir este deber, otro hermano debía remplazarlo. Al cuñado que se negaba a tomarla como esposa, la
mujer debía delante de los ancianos escupirle en la cara y quitarle el calzado del pie diciéndole: "Así se hace
con el hombre que rehusa edificar la casa de su hermano". Por eso su familia será llamada: "La casa del
descalzado".
El caso que exponen habla de una viuda que se casó sucesivamente con siete cuñados, sin que
hubiera tenido prole de ninguno. Después de la muerte de la mujer, cuando ocurra la resurrección de ella y
los siete marido que tuvo, ¿de cuál de ellos deberá ser esposa?.
La respuesta de Jesús es una respuesta coherente. Al principio y al final Jesús hace caer en la cuenta
que los saduceos que han planteado la cuestión andan muy equivocados frente al tema de la resurrección.
Ellos concebían la resurrección de los muertos como un regreso a esta vida y a sus condiciones. Pero el
poder de Dios alcanza para mucho más. Ellos suponen que los resucitados tomarán esposas y que las
resucitadas tomarán marido. Pero no es así. Esa condición de la vida era propia de la historia israelita; no
es por tanto la situación definitiva, ni lo que debe ser plenificado en la resurrección. Por eso Jesús, al tratar
el tema de la resurrección, lo hace desde el texto de Ex 3,6 en el cual se plantea el problema de la
resurrección y declara a Dios Señor de la vida y no de la muerte.
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- 13 -
Jueves 7 de junio
Claudio
EVANGELIO
Marcos 12, 28-34
28
Se le acercó un letrado que había oído la discusión y notado lo bien que respondía, y le preguntó:
-¿Qué mandamiento es el primero de todos?
29
Respondió Jesús:
-El primero es: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor; 30amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». 31El segundo, éste: «Amarás a tu prójimo como a ti
mismo». No hay ningún mandamiento mayor que éstos.
32
El letrado le dijo:
-Muy bien, Maestro, es verdad lo que has dicho, que es uno solo y que no hay otro fuera de él; 33y que amarlo con
todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a uno mismo supera todos los
holocaustos y sacrificios.
34
Viendo Jesús que había respondido inteligentemente, le dijo:
-No estás lejos del reino de Dios.
Y ya nadie se atrevía a hacerle más preguntas.
COMENTARIOS
I
v. 28: Se le acercó un letrado que había oído la discusión y notado lo bien que respondía, y le preguntó: «¿Qué
mandamiento es el primero de todos?»
Hasta ahora se han presentado grupos, ahora lo hace un individuo, un letrado, que, según el
esquema de Mc, es fariseo. En dos ocasiones (3,22; 7,1) han sido letrados de Jerusalén los que han vigilado
la actividad de Jesús y se han opuesto a ella. Este hombre es una excepción. Aunque pertenece al círculo de
los adversarios de Jesús (11,27b), su conciencia personal domina sobre su pertenencia al grupo dirigente.
No pretende comprometer a Jesús, sino que, al ver la maestría con que interpreta la Escritura, busca
solución a una cuestión muy debatida. El fondo de su pregunta es éste: qué es lo más importante para Dios
según la tradición de Israel, cuál es la expresión suprema de su voluntad y lo primario en el
comportamiento del hombre.
vv. 29-31: Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;
amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas".
El segundo, éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay ningún mandamiento mayor que éstos».
Jesús comienza su respuesta haciendo suyo el llamamiento a Israel de Dt 6,4-5 (Escucha, Israel). No
solamente va a enunciar el mandamiento, sino que va a proclamarlo, tomando la exhortación de Moisés al
pueblo; pero no nombra a Moisés ni cita explícitamente la Escritura, hace un llamamiento personal suyo,
que es una invitación implícita a la enmienda (cf. 1,15).
Recuerda a todo Israel que su único Señor es Dios, no los dirigentes que explotan al pueblo
(11,17), ni el César que lo somete (12,16) ni el dios de muertos (12,27). Rectifica la pregunta del letrado: en
la antigua alianza no había un solo mandamiento principal, sino dos, pues el amor-fidelidad a Dios era
inseparable del amor-lealtad al prójimo. Para ser verdadero, el amor a Dios tenía que traducirse en amor al
hombre.
Dios era el valor absoluto (con todo tu corazón, etc.), el hombre, relativo (como a ti mismo), pero el
mandamiento tendía a crear una sociedad de iguales. Su práctica habría sido la preparación para la plena
realidad del Mesías.
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- 14 -
Con la afirmación que sigue (no hay ningún mandamiento mayor que éstos) relativiza Jesús todos los
demás, que aparecen como secundarios, accesorios, dispensables. Son estos dos los que deben regular la
vida del israelita; ninguna otra práctica es esencial. Del amor a Dios no se deriva el culto religioso, sino el
amor al hombre, su imagen.
Jesús echa así abajo la pretensión de muchas piedades religiosas, entre ellas la farisea, que
pretenden honrar a Dios olvidándose del hombre.
El ideal de amor propio del Reino será propuesto en la institución de la eucaristía (14,22-25; cf.
10,45; 13,37).
vv. 32-33: El letrado le dijo: «Muy bien, Maestro, es verdad lo que has dicho, que es uno solo y que no hay
otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas y
amar al prójimo como a uno mismo supera todos los holocaustos y sacrificios».
El letrado manifiesta su pleno acuerdo con Jesús (Muy bien) y ahora, ante la respuesta de éste, lo
llama Maestro. Funde en un solo bloque la relación con Dios y con el prójimo y explicita la relativización
hecha antes genéricamente por Jesús: el culto religioso según la Ley pierde su importancia. Invierte la
escala de valores existente, según la cual el objetivo primordial de la vida del hombre era dar culto a Dios;
se alinea con los profetas contra los sacerdotes (cf. Os 6,6: «misericordia quiero, no sacrificios;
conocimiento de Dios [= justicia], no holocaustos»). En el templo, donde están Jesús y el letrado, se
pretende dar culto a Dios oprimiendo y explotando al pueblo: han eliminado el amor al prójimo.
v. 34: Viendo Jesús que había respondido inteligentemente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y ya nadie
se atrevía a hacerle más preguntas.
Jesús aprecia la respuesta del letrado (inteligentemente), viendo que es un hombre a quien interesa la
verdad. Quien está por el bien del hombre no está lejos del Reino. Jesús abre al letrado el horizonte del
reinado de Dios, que deja atrás toda la antigua época (1,15). Hay en sus palabras una invitación implícita:
ya que ha aprobado su primera respuesta, después de la frase elogiosa (no estás lejos) debería buscar mayor
cercanía. La dificultad está en que el letrado quiere ser fiel a Dios, pero dentro de su tradición, sin deseo de
novedad. Ha reconocido en Jesús un maestro, pero, como aparece en la perícopa siguiente, no puede darle
su adhesión como Mesías.
Al ver el acierto y el rigor de las respuestas de Jesús, que ha puesto en su sitio a los saduceos y
corregido al letrado, nadie se atreve a hacerle más preguntas.
II
El evangelista, al añadir este nuevo episodio, tiene buen cuidado de entroncarlo lo mejor posible en
el anterior, que también él había adjuntado. Se dice que estando todavía Jesús discutiendo con los
saduceos, se acercó un letrado. Este es presentado como no perteneciente al grupo saduceo, sino casi
seguramente al fariseo, ya que se dice que la respuesta de Jesús a los saduceos acerca de la resurrección de
los muertos que él había podido escuchar, le había parecido muy buena. Su concordancia con Jesús lo
mueve a hacerle la pregunta.
La pregunta del letrado busca conocer la opinión de Jesús acerca del cuál es el primer mandamiento.
Los letrados fariseos basados en la Biblia y en la tradición oral, la llamada halaká, contaban seiscientos
trece entre mandamientos y prohibiciones. Par ser irreprochables según la ley había que respetarlos todos.
La vida de un judío piadoso estaba absolutamente regulada prácticamente en todos los aspectos. Era
natural que un tal cúmulo de mandamientos, que una tal regulación de la vida a la cual parecía no habérsele
escapado nada, era una carga pesada que había que asumir, un yugo que era indispensable llevar. Jesús
responde al letrado con la misma intuición con que el original Israel había formulado los mandamientos
para regular la vida del pueblo y para hacer de la experiencia de la vida un espacio de humanidad y no de
imposibilidad para asimilar a Dios y para la convivencia fraterna. Jesús sintetiza toda la ley en dos
mandamientos indispensables para vivir en armonía con el Creador y con toda la obra de su creación.
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- 15 -
Un elemento que hay que recalcar de la respuesta de Jesús es: que nuestro propio reconocimiento de
Dios, que es a la base del amor de Dios como respuesta agradecida, supone necesariamente el
reconocimiento de nosotros mismos. Si uno no valora su propio yo, nunca podría razonablemente
experimentarlo en todas sus implicaciones frente al Tú que es Dios. En otras palabras: para amar a Dios es
preciso valorarnos a nosotros mismos y valorar y amar al hermano, signos visibles del amor de Dios en
esta historia humana.
Viernes 8 de junio
Armando – Medardo
EVANGELIO
Marcos 12, 35-37
35
Mientras enseñaba en el templo, abordó Jesús la cuestión preguntando:
-¿Cómo dicen los letrados que el Mesías es sucesor de David? 36David mismo, movido por el Espíritu Santo, dice:
Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, mientras hago de tus enemigos estrado de tus pies
(Sal 110,1)
37
David mismo lo llama Señor; entonces, ¿de dónde sale que es sucesor suyo?
La multitud, que era grande, disfrutaba escuchándolo.
COMENTARIOS
I
v. 35 Mientras enseñaba en el templo, abordó Jesús la cuestión preguntando: «¿Cómo dicen los letrados que el
Mesías es hijo de David?»
Después de las controversias y preguntas, Jesús reanuda su enseñanza en el templo (11,17). Desde
la entrada en Jerusalén y la aclamación mesiánica de la multitud (11,9s), estaba pendiente la cuestión de su
mesianismo. Ahora Jesús la aborda, poniendo públicamente en duda la validez de la doctrina que los
letrados enseñan al pueblo sobre el Mesías, al que llaman hijo/sucesor de David.
Muchos textos del AT que hablaban de la dinastía de David se habían aplicado al Mesías (2 Sm
7,16, promesa de Dios a David; Is 9,6; 11,1; Ez 34,24) y sobre ellos se basaba la doctrina de un Mesías
descendiente y sucesor de David, un segundo David, rey guerrero y victorioso, que restauraría la gloria de
Israel como nación, liberando con la fuerza al pueblo del dominio extranjero. La gente ha aclamado a
Jesús, viendo en él a ese Mesías e identificando su llegada con la del «reinado de nuestro padre David»
(11,10). Tal había sido también la invocación del ciego, figura de los discípulos, a la salida de Jericó (10,47:
«¡Hijo de David, Jesús!»).
v. 36 «David mismo, movido por el Espíritu Santo, dice: "Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, hasta
que ponga a tus enemigos bajo tus pies"».
Jesús va a refutar esta doctrina con palabras atribuidas a David mismo. Cita el Sal 110,1, texto bien
conocido e interpretado en sentido mesiánico, del que Jesús afirma que fue pronunciado bajo la
inspiración del Espíritu, lo que equivale a decir que refleja el designio de Dios. El argumento de Jesús es el
siguiente: no puede ser hijo / sucesor de David ni un segundo David, aquel a quien David llama «Señor»,
pues, al llamarlo así, David se proclama vasallo de ese futuro rey. En consecuencia, el Mesías no será sólo
rey de Israel ni David será su modelo: será muy superior a él en dignidad y su reino será mucho más vasto
que el de David. Israel será vasallo de ese reino.
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- 16 -
v. 37 «David mismo lo llama Señor; entonces, ¿de dónde sale que es hijo suyo?» La multitud, que era grande,
disfrutaba escuchándolo.
Jesús rechaza así el mesianismo davídico nacionalista, fomentado por la enseñanza oficial (letrados)
y deshace todo equívoco en el pueblo sobre su propio mesianismo. La restauración del trono de David y la
hegemonía de Israel sobre los demás pueblos no son más que una ilusión y son incompatibles con el
designio universal de Dios (cf. 8,33: «la idea de Dios»; 3,14: Israel, al servicio de los demás pueblos).
La descalificación que hace Jesús de la enseñanza de los letrados encuentra un eco favorable en la
multitud que lo escucha. La frase (disfrutaba escuchándolo) es, sin embargo, paralela a la que usó Mc (6,20)
acerca de Herodes. Este escuchaba con gusto a Juan Bautista, pero acabó dándole muerte. También la
multitud que ahora escucha con gusto a Jesús acabará poniéndose del lado de sus opresores para darle
muerte (15,11-13). A la larga, el nacionalismo y la violencia tendrán más atractivo para ella que la propuesta
de Jesús.
II
La comprensión mesiánica de Jesús apunta indudablemente hacía la trascendencia de éste. Por
tanto, el Mesías es, en el contexto de Marcos, el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios. Para el evangelista y
para la Iglesia que recibe la Buena Noticia escrita por él, reconocer a Jesús bajo esta doble característica se
hace necesario y fundamental, para quitar del ambiente popular la idea del Mesías descendiente de David
que vendría con poder a instaurar la monarquía.
Jesús es el Hijo del Hombre e Hijo de Dios, pero no ostenta poder. Jesús se aparta de todo poder
para instaurar una realidad nueva, donde los que no ejercían el poder se sintieran importantes y llamados
en plenitud. Es necesario entender la dinámica de Marcos, para poder comprender por qué el Jesús que él
predica, es un Jesús alejado de toda experiencia de gobierno y de poder, pero siempre cercano a los
empobrecidos y en actitud de servicio desinteresado. Jesús sabía que aún había muchas preguntas de parte
de los líderes políticos y religiosos en general. Pero Jesús les sale al paso y les expresa que su mesianismo
no puede ser entendido desde el poder que ellos esperaban, porque de esa forma maltrataba y corrompía el
proyecto de Dios, su Padre.
A la gente, al puro pueblo, a los desheredados, les gustaba cómo hablaba Jesús y le oían con gusto.
Ya desde el comienzo la gente había podido apreciar la diferencia que había entre su forma de hablar, con
autoridad, y la de los escribas, rutinaria, sin novedad, que no le ofrecía nada bueno al pueblo.
Nosotros también estamos llamados a entender y a confesar a Jesús de forma diferente. No
podemos seguir sustentando una teología ni una Iglesia que presente a un Jesús lleno de poder, ya que esta
imagen contradice la experiencia que los evangelios y todo el Nuevo Testamento nos presenta de él.
Sábado 9 de junio
Efrén
EVANGELIO
Marcos 12, 38-44
38
Entre lo que enseñaba, dijo:
-¡Cuidado con los letrados! Esos que gustan de pasearse con sus vestiduras y de las reverencias en la calle, 39de los
primeros asientos en las sinagogas y de los primeros puestos en los banquetes; 40esos que se comen los hogares de las viudas
con pretexto de largos rezos. Esos tales recibirán una sentencia muy severa.
41
Se sentó enfrente de la Sala del Tesoro y observaba cómo la gente iba echando monedas en el tesoro; muchos ricos
echaban en cantidad. 42Llegó una viuda pobre y echó dos ochavos, que hacen un cuarto. 43 Convocando a sus discípulos, les
dijo:
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- 17 -
-Esa viuda pobre ha echado en el tesoro más que nadie, os lo aseguro. 44Porque todos han echado de lo que les
sobra; ella, en cambio, sacándolo de su falta, ha echado todo lo que tenía, todos sus medios de vida.
COMENTARIOS
I
v. 38: Entre lo que enseñaba, dijo: «¡Cuidado con los letrados! Esos que gustan de pasearse con sus vestiduras y de
las reverencias en la calle,»...
Jesús previene al pueblo contra los letrados (¡Cuidado!) y pone en evidencia su conducta. Muestran
un ansia desmedida de honores: visten de manera especial para señalar su categoría y recibir muestras de
respeto (vestiduras, reverencias) y aceptan con gusto las señales de deferencia (primeros puestos). Al
reconocimiento de su superioridad corresponde la sumisión del pueblo.
v. 39: ... «de los primeros asientos en las sinagogas y de los primeros puestos en los banquetes»;...
Por su deseo de preeminencia y prestigio, quieren ser siempre «primeros», ponerse por delante de
los demás. Es lo contrario de lo que debe suceder entre los seguidores de Jesús (9,35; 10,44). Subrayando
su superioridad, crean la desigualdad y afirman su poder sobre el pueblo. Y eso en todos los terrenos:
lugares públicos (la calle), asamblea religiosa (las sinagogas), actos sociales (los banquetes).
v. 40: ... «esos que se comen los hogares de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos tales recibirán una
sentencia muy severa.»
En el ámbito privado, utilizan la religión para aprovecharse de gente desamparada e indefensa,
cuyo prototipo eran las mujeres viudas (cf. 7,6s). Ellos, los hombres ejemplares, se hacen intercesores ante
Dios; disfrazan su ansia de dinero de buena obra, y sus víctimas tienen todavía que estarles agradecidas por
la injusticia de que son objeto. Su sentencia será muy severa porque explotan a los más desvalidos usando
el nombre de Dios.
Jesús no hace acusaciones vagas e imprecisas, invita a la gente a darse cuenta de lo que tienen ante
los ojos. Quiere que el pueblo adquiera espíritu crítico y así se haga libre: que no se someta a
superioridades inmerecidas, que no tribute respetos impuestos, que dé a las personas su valor real. La
apariencia de virtud de los letrados es falsa, en realidad están muy lejos de Dios (cf. 7,6s). Si el pueblo es
capaz de ver los hechos, no se dejará guiar por tales maestros.
v. 41: Se sentó enfrente de la Sala del Tesoro y observaba cómo la gente iba echando monedas en el tesoro; muchos
ricos echaban en cantidad.
Terminados los encuentros con los dirigentes, Jesús se sienta ante la Sala del Tesoro, punto
neurálgico del templo explotador. Su postura lo presenta como antagonista permanente de ese lugar, que
almacena el expolio hecho al pueblo por los dirigentes.
La multitud, aunque ha quedado impresionada por la enseñanza de Jesús en la que denunciaba la
explotación (11,18), y a pesar de ser víctima de ésta, sigue apoyando al templo (iba echando monedas). El halo
religioso de que la institución se rodea tiene más fuerza que la denuncia de Jesús. Un grupo numeroso, los
ricos, contribuyen con grandes sumas de dinero (echaban en cantidad); su generosidad muestra que aprueban
los métodos de la institución injusta y la sostienen con gusto.
v. 42: Llegó una viuda pobre y echó dos ochavos, que hacen un cuarto.
A la gente y a los ricos se contrapone la figura de una viuda pobre, miembro débil, indefenso, de la
sociedad (viuda, 12,40) y sin relieve social (pobre). Su oferta es insignificante; no es en realidad una contribución al sostenimiento del templo, sino un acto de devoción, un símbolo de amor.
v. 43: Convocando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa viuda pobre ha echado en el tesoro más que
nadie»,...
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Jesús convoca a los discípulos, que no habían comprendido su exigencia de dejar la riqueza (10,2326). Les enseña a interpretar los hechos: compara el comportamiento de los ricos y el de la viuda pobre. Su
dicho es solemne (Os aseguro) y enuncia una paradoja: lo que es menos vale más, lo poco del pobre vale más
que lo mucho del rico. Va a explicarlo a continuación.
v. 44: «Porque todos han echado de lo que les sobra; ella, en cambio, sacándolo de su falta, ha echado todo lo que
tenía, todos sus medios de vida».
Da un juicio general: todos han echado de lo que les sobra: es una multitud que no se entrega, para
la que Dios no es el valor supremo. Dar de lo superfluo significa no dar lo esencial, que es la persona. No
son los ricos de Israel quienes valen a los ojos de Dios, sino los que ponen su confianza en él.
Con su óbolo, la viuda se da a sí misma; hace de Dios el valor supremo, por encima de su propia
persona, y hace depender su vida de él, pues no tiene más medios de subsistencia. Las expresiones todo lo
que tenía, todos sus medios de vida reflejan el mandamiento principal citado antes por Jesús (12,30: «Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, etc.»). Este ha de ser el criterio de los discípulos: una entrega parcial,
como la de los ricos, aunque muy aparente, tiene menos valor que una entrega total, aunque de apariencia
modesta. Lo que vale es la totalidad del don. La viuda es ejemplo de un amor total a Dios, expresado en el
total desprendimiento del dinero; es la antítesis de los dirigentes, infieles a Dios por su amor al dinero.
La viuda representa al Israel fiel a Dios. Los discípulos, en cambio, estiman más la gloria que la
entrega. Cuando se trató el tema de la riqueza, ellos se extrañaron de la exigencia de Jesús al rico y se
preguntaban: «Entonces, ¿quién puede subsistir?» (10,26); la respuesta que les dio Jesús: «Con Dios todo es
posible» (10,27), es la que se hace patente en el comportamiento de la viuda, que da todo lo que tenía para
vivir. Esta confianza equivale a la del discípulo (10,21: «tendrás en Dios tu tesoro»). En ella, no en el
esplendor, está la verdadera gloria de Israel.
II
En la sociedad del tiempo de Jesús la única forma de escalar posición y de adquirir poder, era a
través del estudio de la ley y con él llegar a ser letrado. De esta forma se conseguía ser bien visto entre la
gente y gozar de prestigio. El conocimiento de la ley y el manejo de la Palabra de Dios, en esos tiempos
como en éstos, traía consigo la pretensión de disponer de Dios. Por ello, no hay grupo judío al que Jesús
trate más duramente que a los letrados. En nuestras circunstancias religiosas cristianas, equivaldrían al
gremio clerical de los teólogos. Este gremio cree que tiene el don del conocimiento y de la sabiduría. Y
como están convencidos de comprender mucho mejor que todos, especialmente por sobre la gente simple
y sencilla, las cosas de Dios, creen que pueden disponer a su antojo sobre las conciencias de los demás.
Los escribas en el tiempo de Jesús eran personas engreídas y arrogantes, creyeron que con su luz
íntima podían iluminar las tinieblas de los demás, y no se percataron de que los pobres, con su simplicidad,
le podían dar una profunda lección: que, finalmente, lo que viene de Dios y lo que lo manifiesta, no es la
erudición, sino el amor y la justicia.
Frente a la casta de los letrados, el Evangelio sabiamente nos presenta a una pobre viuda que echó
en el arca del templo sus dos moneditas, que era todo lo que tenía. En la dinámica de Dios no vale dar
cosas. Para Dios lo más importante es darse, cosa que se le imposibilitaba a los letrados por tanta sabiduría
y por tanta erudición. La gran ofrenda fue la de la viuda. No fueron aquellas dos monedas que depositó en
la alcancía, sino ella misma, precisamente por eso, para Jesús, ella fue quien dio más.
Con esta figura de la viuda pobre, alabada por Jesús, el evangelista Marcos lleva a su final esa serie
de controversias y enseñanzas de Jesús en el Templo. La viuda contrasta en el episodio con los muchos
ricos, pero en el contexto total contrasta con los letrados judíos, que, apegados a las riquezas, se
aprovechan de su posición para explotar a los más humildes y pobres. La figura de la viuda resplandece al
final de esta serie de episodios en los cuales se destaca el conflicto entre Jesús y los grandes del judaísmo
de su tiempo.
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- 19 -
Domingo 10 de junio
Margarita
DÉCIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura: Proverbios 8, 22-31
Salmo responsorial: Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9
Segunda lectura: Romanos 5, 1-5
EVANGELIO
Juan 16, 12-15
12
Mucho me queda por deciros, pero no podéis con ello por el momento. 13Cuando llegue él, el Espíritu de la verdad,
os irá guiando en la verdad toda, porque no hablará por su cuenta, sino que os comunicará cada cosa que le digan y os
interpretará lo que vaya viniendo. 14El manifestará mi gloria, porque, para daros la interpretación, tomará de lo mío. 15Todo
lo que tiene el Padre es mío; por eso he dicho que toma de lo mío para daros la interpretación.
COMENTARIOS
I
vv. 12-15. El mensaje tiene consecuencias que los discípulos aún no sacan y horizontes que no
pueden vislumbrar (12). Hay mucho terreno inexplorado en la verdad de Jesús, que sólo irá siendo
conocido a medida que la experiencia coloque a la comunidad ante nuevos hechos o circunstancias. El
Espíritu será el guía (13). No transmitirá una doctrina nueva, explicará y aplicará el mensaje, y descubrirá
en él virtualidades antes ocultas. Al mismo tiempo, irá interpretando la historia (lo que vaya viniendo) como
dialéctica entre “el mundo” y el proyecto de Dios; así irá guiando a los discípulos en su actividad en favor
del hombre. Para acertar en lo que conviene han de estar atentos, por una parte, a la vida y a la historia y,
por otra, a la voz del Espíritu que la interpreta. Lo hará manifestando la gloria de Jesús (14), que equivale a
tomar de lo suyo. Toma de Jesús su mensaje, el amor manifestado en su muerte. Lo oye en cuanto mensaje
(13: cada cosa que le digan), lo toma y lo comunica en cuanto amor. La penetración del mensaje, es decir, la
sintonía del amor, hace posible la interpretación de la historia. Quiere decir Jesús que sólo a través del
amor se puede conocer el ser del hombre, interpretar su destino y realizar la sociedad humana.
Jesús posee en común con el Padre, en primer lugar, la gloria/amor que le ha comunicado (1,14), la
plenitud del Espíritu (1,32; cf. 17,10). No ha de concebirse como posesión estática sino como relación
dinámica con el Padre, incesante y mutua, que hace de los dos uno (10,30) e identifica su actividad. Jesús
realiza así las obras del Padre (5,17.36; 10,25), su designio creador (4,34; 5,30; 6,38-40). Por tanto, el
criterio para interpretar la historia, basado en la sintonía con Jesús, se concreta en la realización del
hombre, designio del Padre y expresión de su amor.
II
Estamos celebrando en toda la Iglesia universal la solemnidad de la Santísima Trinidad, dogma
fundamental del cristianismo. El AT no reveló explícitamente la Trinidad de personas en Dios; preparó sí,
esta revelación de múltiples maneras (cuando el AT nos habla del Espíritu, de la Sabiduría, de la Paternidad
de Dios para con el pueblo elegido, etc.), pero sólo la revelación verdadera dada en Jesucristo (Hb 1,1)
permitió comprender el alcance último de estas preparaciones.
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- 20 -
El NT no contiene afirmaciones formuladas en términos de Trinidad, y los textos cuyo alcance
trinitario es innegable también presentan grandes oscuridades para llegar a entender este profundo misterio
del Dios que es uno y trino.
El pueblo de Israel a través de su historia, llena de dificultades y llena de ambigüedades, fue
descubriendo a un Dios que se les revelaba como Padre misericordioso y como Dios de la liberación. Se
les reveló como el que tomaba la causa de los empobrecidos de la historia y los llevaba a la humanización
verdadera. Ese Dios que había apostado por una clase de ser humano humillado, esclavizado, oprimido y
vulnerable, decide acompañar a Israel y defenderlo frente a todo poder imperial que buscaba imponerse
sobre ellos; es el Dios liberador de toda opresión y de toda marginación impuesta por los imperios de
turno. Frente a él, Israel tiene un compromiso radical de configurar su vida y su sociedad desde la sabiduría
de ese Dios que por puro amor, que por gratuidad, ha querido declararlo su pueblo.
Jesús el Hijo de Dios hecho hombre, es la mejor forma de entender el misterio profundo de Dios.
Él que es quien nos reveló al Padre, es quien en definitiva nos manifestó la esencia trinitaria de Dios.
Durante toda la vida en carne de Jesús fue mostrándonos las facetas maravillosas que él había
experimentado de Dios, su Padre. La vida transparente y coherente de Jesús revela lo que Dios es en sí
mismo: la eterna verdad, el eterno amor, la eterna misericordia, la verdadera justicia. Jesús es Dios hecho
historia, es Dios asumiendo la realidad humana, redimiendo su creación; por eso entender el mensaje de no
poder y de justicia enseñado por Jesús, y vivir bajo sus principios, es entrar en una estrecha relación de
sentimiento y de vida con el Dios Trinidad.
El Espíritu, prometido por Jesús a la comunidad recién fundada, será la fuerza de Dios hecha amor
y resistencia que acompañará a la Iglesia en su caminar por la historia. El Espíritu terminará de enseñarle a
la Iglesia lo que tiene que hacer para lograr configurarse plenamente con Dios en el proyecto de vida, de
justicia y verdad enseñado por Jesús y ratificado con su muerte en cruz. Los seguidores de Jesús muerto y
resucitado tenemos que llegar a transparentarlo en nuestra vida para que el mundo crea en el Dios
verdadero que ha creado este mundo y que desea que ésta su creación llegue a la plenitud. Sólo podremos
transparentar a Jesús muerto y resucitado, si permitimos que el Espíritu de Dios actúe en nuestras vidas, y
si nos dejamos moldear por ese Espíritu, para poder vivir y testificar el amor de Dios trino y uno en medio
de esta historia y en medio de nuestras propias comunidades.
Nunca olvidemos que la experiencia trinitaria la podemos experimentar cuando comprendamos que
Dios está dentro de cada uno de nosotros y desde aquí nos da fuerza para hacer lo que Jesús hizo:
entregarse a los demás. Cuando hacemos unión con otros, la fuerza de Dios se nos activa y la entrega a los
demás se hace más posible porque la comunidad -manifestación trinitaria en esta historia- nos ilumina, nos
apoya y nos corrige. Por eso la Iglesia es la expresión de la Trinidad, porque es un grupo de personas que
al sentirse hermanos y al apoyarse mutuamente facilitan la acción de Dios que está en ellos como Padre
que ama, como Hijo que se entrega y como Espíritu que da fuerza.
Lunes 11 de junio
Bernabé
EVANGELIO
Mateo 10, 7-13
7
Por el camino proclamad que está cerca el reinado de Dios, 8curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos,
echad demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde.
9
No os procuréis oro, plata ni calderilla para llevarlo en la faja; 10ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas,
ni sandalias, ni bastón, que el bracero merece su sustento.
11
Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí que se lo merezca y quedaos en su casa hasta que os
vayáis.
12
A1 entrar en una casa, saludad. 13Si la casa se lo merece, que la paz que le deseáis se pose sobre ella; si no se lo
merece, vuestra paz vuelva a vosotros.
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- 21 -
COMENTARIOS
I
vv. 7-8: Por el camino proclamad que está cerca el reinado de Dios, 8curad enfermos, resucitad muertos, limpiad
leprosos, echad demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde.
Jesús añade ahora un aviso: la idea de lucro ha de estar ausente de esta actividad. Se hace, por
tanto, con «limpieza de corazón» (5,8), sin segundas intenciones.
vv. 9-10: No os procuréis oro, plata ni calderilla para llevarlo en la faja; 10ni tampoco alforja para el camino, ni
dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, que el bracero merece su sustento.
La opción por la pobreza que ha hecho el discípulo (5,3) ha de ser bien visible. No deben llevar
dinero alguno, tampoco provisiones (alforja), ni dos túnicas o sandalias, como la gente acomodada. La
prohibición de llevar bastón simboliza la renuncia a toda violencia, incluso en defensa propia (cf. 5,39). El
desprendimiento absoluto del discípulo se funda en su confianza de que no faltará el sustento. Jesús los
exhorta a la confianza que había de tener el discípulo en el Padre del cielo (6,25-34). La misión es un
trabajo por el que se busca que reine la justicia del Padre (6,33); éste se ocupará de lo demás.
v.11: Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí que se lo merezca y quedaos en su casa hasta
que os vayáis. 12A1 entrar en una casa, saludad. 13Si la casa se lo merece, que la paz que le deseáis se pose sobre ella; si no se
lo merece, vuestra paz vuelva a vosotros.
«Se merece» recibir al enviado quien está abierto al mensaje del reino, es decir, los que no se
conforman con la situación existente. Los Doce enviados son mensajeros de paz (cf. 5,9) y trabajar por ella
es su labor. Esto se refleja en su saludo. Hay, sin embargo, quienes rechazan este mensaje. En tal caso los
enviados deben desentenderse de ellos con un gesto simbólico, usado al abandonar tierra pagana. Jesús
anuncia un juicio que será más severo para los que no acogen el anuncio del reino, que para las ciudades
paganas proverbialmente malditas.
II
Uno de los signos que debe acompañar a los discípulos es la solidaridad con los empobrecidos. La
misma pobreza los hace más solidarios de los otros en el sentido más radical de la palabra. Tienen que
pedir alojamiento, es decir, pedir posada y quedarse de esta forma en manos de aquellos que quieran
recibirlos. La misma autoridad del Reino que transmiten los hace dependientes de los hombres: así viven a
merced de la hospitalidad de los otros, como un signo de la presencia del Reino.
Nada tienen, nada pueden en sentido externo y, sin embargo, en su propia debilidad, son signo
viviente del juicio de Dios sobre la tierra. Por eso, allí donde no los reciban, pueden sacudir el polvo de las
sandalias, como queriendo decir: les estamos ofreciendo el camino de la salvación y no lo quieren,
entonces esperen el juicio definitivo de Dios.
Así actúan los doce, enviados por Jesús como mensajeros del Reino de Dios. En esta fiesta en la que
hacemos memoria de uno de ellos, San Bernabé, su vida ha de entenderse a la luz de lo que Jesús quiere
anunciar y preparar por ellos, que es la nueva comunidad mesiánica, aquella familia de hombres y mujeres
que cumplan la voluntad de Dios, superando y rompiendo todos los muros de la vieja casa de la ley judía.
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- 22 -
Martes 12 de junio
Onofre
EVANGELIO
Mateo 5, 13-16
13
Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se pone sosa, ¿con qué se salará? Ya no sirve más que para tirarla a la
calle y que la pisotee la gente.
14
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte; 15ni se enciende
una lámpara para meterla debajo del perol, sino para ponerla en el candelero y que brille para todos los de la casa. 16Empiece
así a brillar vuestra luz ante los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del cielo.
COMENTARIOS
I
v. 13: Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se pone sosa, ¿con qué se salará? Ya no sirve más que para
tirarla a la calle y que la pisotee la gente.
. La sal, que asegura la incorruptibilidad, se usaba en los pactos como símbolo de su firmeza y
permanencia. En particular, todo sacrificio debía ser salado, como señal de la permanencia de la alianza
(Lv 2,13; cf. Nm 18,19: «una alianza de sal es perenne»; 2 Cr 13,5: «El Señor... con pacto de sal concedió
a David y a sus descendientes el trono de Israel para siempre»). «La tierra» significa la humanidad que la
habita. Según este dicho de Jesús, los discípulos son la sal que asegura la alianza de Dios con la humanidad; es decir: de su fidelidad al programa de Jesús depende que exista la alianza, y que se lleve a cabo la
obra liberadora prometida. Si la sal pierde su sabor, con nada puede recuperarlo; si los que se llaman
discípulos de Jesús, y tienen delante su ejemplo, no le son fieles, no hay donde buscar remedio. Esos
discípulos son cosa inútil, han de ser desechados, arrojados fuera, y merecen el desprecio de los hombres,
a cuya liberación debían haber cooperado.
v.v. 14-16: Vosotros sois la luz e mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte; 15ni se
enciende una lámpara para meterla debajo del perol, sino para ponerla en el candelero y que brille para todos los de la casa.
16
Empiece así a brillar vuestra luz ante los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del cielo.
«La luz» es la gloria o esplendor de Dios mismo, que, según Is 60,1-3, había de refulgir y brillar
sobre Jerusalén. La interpretación de Is 60,3 aplicaba la frase a Israel; también a la Ley y al templo (cf. Is
2,2) y a la ciudad de Jerusalén (cf. Is 60,19), siempre como reflejo de la presencia de Dios en ellos. Esta
presencia radiante y perceptible se ha de verificar en adelante en los discípulos; ellos son el Israel desde
donde refulge Dios, la nueva Jerusalén donde él habita. Esa luz ha de ser percibida: la comunidad
cristiana no puede esconderse ni vivir encerrada en sí misma. La gloria de Dios ya no se manifiesta en el
texto de la Ley ni en el local de un templo, sino en el modo de obrar de los que siguen a Jesús. «Vuestra
luz» son las obras en favor de los hombres, descritas en 5,7.8.9, en las que resplandece Dios: la ayuda, la
sinceridad y el trabajo por la paz, es decir, la constitución de una sociedad nueva. Al nombrar a Dios
como Padre de los discípulos, Mt alude a la calidad de hijos de que éstos gozan por su actividad, que
continúa la del Padre (5,9). Así, «los hombres» glorificarán al Padre, es decir, conocerán al único
verdadero Dios.
Estos dos dichos de Jesús confirman la creación del Israel mesiánico: los discípulos son los
garantes de la alianza y en la comunidad resplandece la gloria de Dios. Es la comunidad de los que han
elegido ser pobres (5,1), se mantienen fieles a este compromiso (5,10), ejercen las obras propias de los hijos
de Dios (5,7-9) y dan así ocasión a la liberación de la humanidad (5,4-6). Es la presencia del reinado de
Dios en la tierra (5,3.10).
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- 23 -
II
Los discípulos han de ser sal y luz. La sal condimenta, purifica y conserva los alimentos; su
contraposición es degradarse, volverse sosa, perder su fuerza. Con relación a los discípulos, el símil de la
sal se refiere a la sabiduría, la predicación y la disposición para el sacrificio. La comparación "sal de la
tierra" indica lo que se le exige al discípulo: la sal no es para sí misma, sino que está en función de lo que
ella puede generar: ser condimento y sabor. Del mismo modo, los discípulos no existen para sí mismos,
sino para los demás. El discípulo no puede perder el contenido y horizonte de su misión, que es el anuncio
de la buena noticia del Reino de Dios. Por tanto, el peso de la comparación de Jesús termina en la amenaza
de ser arrojada y de ser pisoteada si no cumple con su misión.
La luz ilumina, da claridad, en contraposición con la oscuridad y las tinieblas. La comparación con la
luz adquiere todo su contenido y significación cuando el evangelista propone el símil de la ciudad sobre el
monte, visiblemente situada. En esto se corresponde con la lámpara colocada en lo alto y no debajo del
celemín. Así, la comunidad, que es la luz del mundo, debe hacer brillar esta luz; de lo contrario, es algo tan
absurdo como la lámpara de aceite debajo del celemín, porque la verdadera luz, el evangelio, debe
resplandecer como la luz sobre el candelero que alumbra a todos en la casa.
Los discípulos, es decir, los cristianos, somos la luz del mundo cuando hacemos brillar con nuestras
obras el mensaje del Evangelio; cuando concretamos en nuestra vida el contenido de las bienaventuranzas;
cuando construimos con los empobrecidos de la tierra espacios nuevos que permitan vivir en la justicia y
en la igualdad; cuando hagamos realidad la propuesta de Jesús de vivir en la acción a partir de las buenas
obras.
Miércoles 13 de junio
Antonio de Padua
EVANGELIO
Mateo 5, 17-19
17
¡No penséis que he venido a echar abajo la Ley ni los Profetas! No he venido a echar abajo, sino a dar cumplimiento: porque os aseguro que antes que desaparezcan el cielo y la tierra, ni una letra ni una coma desaparecerá de la Ley
antes que todo se realice.
19
Por tanto, el que se exima de uno solo de esos mandamientos mínimos y los enseñe así a los hombres, será llamado
mínimo en el reino de Dios; en cambio, el que los cumpla y enseñe, ése será llamado grande en el reino de Dios.
18
COMENTARIOS
I
v. 17: ¡No penséis que he venido a echar abajo la Ley ni los Profetas! No he venido a echar abajo, sino a dar
cumplimiento...
Jesús quiere deshacer un malentendido y una decepción. Quienes conocen la grandeza de las
promesas del AT, que se han traducido en la expectativa mesiánica, pueden sentirse defraudados ante el
horizonte que presenta Jesús. Una comunidad de pobres y perseguidos no parece responder a la
expectativa de felicidad y prosperidad anunciadas. Jesús afirma que su misión («he venido») no consiste
en echar abajo el AT (la Ley ni los Profetas) como promesa del reinado de Dios sino todo lo contrario: dar
cumplimiento a esas promesas.
«Echar abajo»: el verbo griego katalyô significa «echar abajo, demoler, derribar» un edificio, no
abolir una ley. En Mt se usa siempre del templo (24,2; 26, 61; 27, 40).
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- 24 -
«La Ley y los Profetas» es un modo de designar el conjunto del AT. El doble complemento
excluye también el sentido de «derogar» como si se tratara sólo de preceptos legales.
«Dar cumplimiento». El verbo griego plerosai es utilizado continuamente por Mt para indicar el
cumplimento de profecías (1,22; 2,15.17.23; 4,14; 8,17; 12,17 etc.). Su relación con los Profetas» es clara;
pero también tiene relación con «la Ley» es decir, con los escritos de Moisés, pues se pensaba que el
Mesías había de realizar el éxodo definitivo, del que el realizado por Moisés era sólo tipo. De hecho, Mt
considera la Ley y los Profetas como profecía del reinado de Dios (cf. 11,13). La misión de Jesús es
positiva, no negativa; viene precisamente a dar cumplimiento a las promesas del reinado de Dios
contenidas en el AT.
v. 18: porque os aseguro que antes que desaparezcan el cielo y la tierra, ni una letra ni una coma desaparecerá de la
Ley antes que todo se realice.
. Jesús confirma solemnemente lo dicho («os aseguro»). Todo lo contenido en la Escritura (lit. «la
Ley»; otro modo de designar el AT, que pone el énfasis en la obra de Moisés) se realizará hasta en sus
mínimos detalles, antes que desaparezca el mundo visible. No se trata, pues, en el texto de observar una
ley, sino de realizar una promesa (cf. 6,10: «realícese en la tierra tu designio del cielo», que equivale a la
llegada del reino mencionada inmediatamente antes).
El término «la Ley» se refiere en particular al nuevo éxodo y a la entrada en la nueva tierra
prometida. El éxodo liberador comienza con la muerte de Jesús y queda abierto para toda la humanidad.
No hay lugar, por tanto, a decepción alguna por lo que Jesús ha dicho. El programa propuesto por él es
el único eficaz para llevar a cabo el designio de Dios anunciado en el AT. El malentendido que disipa
Jesús revelaba una mentalidad particular: la de aquellos que esperaban un reinado de Dios implantado
desde arriba, sin colaboración humana. Jesús ha expuesto en su programa (las bienaventuranzas) que esta
colaboración es indispensable para crear la sociedad humana justa que es el reinado de Dios y la tierra
prometida a la que conduce su éxodo.
v.19: Por tanto, el que se exima de uno solo de esos mandamientos mínimos y los enseñe así a los hombres, será
llamado mínimo en el reino de Dios; en cambio, el que los cumpla y enseñe, ése será llamado grande en el reino de Dios.
De ahí la necesidad para los discípulos de practicar cada una de las bienaventuranzas antes
propuestas. «Esos mandamientos mínimos»: «esos» (en griego, touton) no puede referirse a los
mandamientos de la Ley, no mencionados antes, sino a los expuestos por Jesús, es decir, a las
bienaventuranzas, código de la comunidad del reino. Para referirse a los de la Ley -ni la letra ni el acento
son mandamientos-, el texto debería decir «sus mandamientos». El nombre «mandamientos» indica
precisamente que las bienaventuranzas toman el lugar de los de la antigua Ley. E l calificativo «mínimos»
corresponde a lo expresado por Jesús en 11,30: «Mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Las frases «será llamado mínimo/grande en el reino de Dios» no indican jerarquía en el reino; son
expresiones judías que designan la exclusión del reino o la pertenencia a él. La exigencia de Jesús es, por
tanto, total; no se puede pertenecer al reino si no se practican todas y cada una de las bienaventuranzas
que tocan al discípulo. Jesús se refiere principalmente a la primera y a la última, que invitan a la opción y
a la fidelidad a ella; de éstas nacen la disposición y la actividad en favor de los otros (5,6-9).
Estos «mínimos» o excluidos del reino de Dios reaparecen bajo diversas imágenes en otros pasajes
del evangelio: son los falsos profetas (7,15), los árboles dañados que dan fruto dañado (7,17s), los que
invocan a Jesús y actúan en su nombre, pero cometen la iniquidad (7,21-23; cf. 13,41), la cizaña en el
campo (13,38), los peces que se excluyen (13,48s), el invitado sin traje de fiesta (22,12s). La imagen del
árbol (7,17s) los pone en relación con el dicho de Juan Bautista (3,10): son los que no han hecho una
verdadera enmienda, los que no han roto con la injusticia del pasado (3,8).
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Jueves 14 de junio
Eliseo
EVANGELIO
Mateo 5, 20-26
20
Porque os digo que, si vuestra fidelidad no se sitúa muy por encima de la de los letrados y fariseos, no entráis en el
reino de Dios.
21
Os han enseñado que se mandó a los antiguos: «No matarás (Ex 20,13), y si uno mata será condenado por el
tribunal». 22Pues yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será condenado por el tribunal; el que lo insulte será
condenado por el Consejo; el que lo llame renegado será condenado al fuego del quemadero.
23
En consecuencia, si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti,
24
deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda.
25
Busca un arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes, mientras vais todavía de camino; no sea que te entregue al
juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no pagues el último cuarto.
COMENTARIOS
I
v. 20: Porque os digo que, si vuestra fidelidad no se sitúa muy por encima de la de los letrados y fariseos, no entráis
en el reino de Dios.
Da Jesús la razón de lo que acaba de decir: la fidelidad de los suyos ha de situarse muy por
encima de la de los letrados y fariseos. La fidelidad se entiende de modo intensivo y extensivo, en calidad
y totalidad. Es insuficiente el legalismo, que se contenta con guardar preceptos; pero el discípulo no
puede ser negligente en la práctica de su compromiso. La puerta para «entrar en el reino de Dios» es
precisamente la primera bienaventuranza. A ella se refiere, por tanto, esta fidelidad.
vv. 21-22: Os han enseñado que se mandó a los antiguos: «No matarás (Ex 20,13), y si uno mata será
condenado por el tribunal». 22Pues yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será condenado por el tribunal; el que
lo insulte será condenado por el Consejo; el que lo llame renegado será condenado al fuego del quemadero.
. Comienza una sección (5,21-48) en que Jesús ataca la concepción de la Ley mantenida por los
letrados, primera de las dos categorías mencionadas en el versículo anterior. Esta sección se compone de
seis antítesis entre la doctrina que éstos enseñan y las correcciones o aboliciones que hace Jesús. Éste no
pretende radicalizar la ley de Moisés, sino, frente a ella, sacar las consecuencias que derivan para la
conducta de un principio mucho más exigente: el bien del hombre y la creación de una sociedad nueva
donde rigen las relaciones humanas propias del amor mutuo. En lugar de casuística, Jesús requiere la
limpieza de corazón, la actitud interior de amor a los demás y el trabajo por la paz, manifestación de esa
actitud.
La primera antítesis trata del mandamiento «No matarás» (Ex 20,13), «no cometer homicidio», y
de la pena que se le asignaba, la condena pronunciada por un tribunal de 23 miembros.
Jesús plantea la exigencia desde otro punto de vista. No basta abstenerse de la acción externa; la
actitud interna, estar airado con el hermano, merece ya el juicio. Para el reino se requiere la disposición
benévola y favorable a los demás (5,8: «limpios de corazón»). La mala actitud interior se manifiesta en el
insulto; en el reino de Dios, el desprecio manifestado es reato que requiere un tribunal más elevado que
el mismo homicidio, el Consejo supremo. Cuando el insulto llega a excluir al otro del propio trato
(«renegado», cf. Dt 32,6, donde se aplica al pueblo de hijos degenerados), merece la pena definitiva.
«El quemadero», la gehenna, tomó su nombre del valle Gehinnon, y era el gran quemadero de
basuras de Jerusalén; había pasado a ser símbolo del castigo definitivo, concebido como la destrucción
por el fuego.
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vv. 23-24: En consecuencia, si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo
contra ti, 24deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu
ofrenda.
Jesús pasa ahora a exponer el lado positivo de la actitud de los que trabajan por la paz. Hay que
recomponer la unidad rota por alguna ofensa, y eso tiene prioridad sobre todo acto de culto (cf. 12,7).
Inútil acercarse a Dios si existe división.
v. 25: Busca un arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes, mientras vais todavía de camino; no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no pagues el último
cuarto.
Advierte Jesús sobre las consecuencias para el que está en falta de no reconocer ni procurar la
reconciliación. Cuando no se ataja la discordia, su efecto recaerá sobre el que no ha querido dar el paso
para lograr la paz.
II
A partir de este texto, Jesús plantea a sus discípulos seis antítesis que comportan una nueva manera
de pensar con relación a la mentalidad de los letrados y fariseos sobre la ley, la cual, según Jesús, tiene un
problema gravísimo de legalismo, de exaltación de la misma ley y de la norma por encima de todas las
cosas. Jesús quiere prevenir a sus discípulos a no quedarse en la letra de la ley sin profundizar en su
espíritu, que es más exigente.
En la primera antítesis sobre el homicidio, Jesús lleva la ley a su consecuencia más radical.
Lo que Jesús prohíbe no es solamente matar, sino también la pelea con el hermano, los insultos y
ofensas; para Jesús, el sentimiento de ira merece que el culpable sea llevado ante los tribunales,
procedimiento que, según la ley, sigue al asesinato. Jesús quiere hacer entender a sus discípulos que la ira
genera el rencor, el odio y aún la muerte del otro, que es una acción tan culpable como el mismo asesinato.
La consecuencia que genera la ira es la ruptura de las relaciones fraternas y si se rompen las
relaciones es necesario buscar mecanismos para reconstruirlas. Por eso, Jesús propone como solución la
reconciliación que, paradójicamente, es presentada en el texto por encima del culto, algo tan importante y
sagrado para los judíos. Este debe posponerse a la reconciliación. De esta manera, Jesús pone en claro lo
fundamental del perdón y la primacía de las relaciones fraternas por encima de los deberes cultuales. Este
planteamiento constituye una nueva formulación de la ley que acentúa su fuerza en la dignidad del hombre
y en las nuevas relaciones de fraternidad que se deben construir entre ellos.
El texto de Mateo es un llamado para todos los que vivimos en medio de esta sociedad generadora,
no sólo de la muerte física de tantos hombres y mujeres víctimas de la violencia y de las estructuras injustas
del capitalismo neoliberal, sino también del odio, el desprestigio, los insultos y las persecuciones, a fin de
que reconstruyamos, desde el Evangelio, nuevas relaciones fraternas en el perdón y en la convivencia
social.
Viernes 15 de junio
Micaela del S. Sacramento
EVANGELIO
Mateo 5, 27-32
27
Os han enseñado que se mandó: «No cometerás adulterio» (Ex 24,14). 28Pues yo os digo: Todo el que mira a una
mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior.
29
Y si tu ojo derecho te pone en peligro, sácatelo y tíralo; más te conviene perder un miembro que ser echado entero en
30
el fuego. Y si tu mano derecha te pone en peligro, córtatela y tírala; más te conviene perder un miembro que ir a parar entero
al fuego.
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- 27 -
31
Se mandó también: «El que repudia a su mujer, que le dé acta de divorcio» (Dt 24,1). 32Pues yo os digo: todo el
que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la empuja al adulterio, y el que se case con la repudiada comete
adulterio.
COMENTARIOS
I
vv. 27-30: Os han enseñado que se mandó: «No cometerás adulterio» (Ex 24,14). 28Pues yo os digo: Todo el que
mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior. 29Y si tu ojo derecho te
pone en peligro, sácatelo y tíralo; más te conviene perder un miembro que ser echado entero en el fuego. 30Y si tu mano derecha
te pone en peligro, córtatela y tírala; más te conviene perder un miembro que ir a parar entero al fuego.
Con el sexto mandamiento, la Ley prohibía la acción externa, el adulterio. Jesús vuelve a insistir
en la limpieza de corazón (en su interior, en su corazón). «Mujer» significa «mujer casada». El adulterio
es una injusticia y lo mismo el deseo de cometerlo. «El ojo» simboliza el deseo; «la mano», la acción.
Ceder al impulso de uno u otra lleva al hombre a la muerte. Hay que eliminar el mal deseo con la pureza
del corazón (5,8); la mala acción con la ayuda al prójimo (5,7).
vv. 31-32: Se mandó también: «El que repudia a su mujer, que le dé acta de divorcio» (Dt 24,1). 32Pues yo os
digo: todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la empuja al adulterio, y el que se case con la repudiada
comete adulterio.
El repudio es una injusticia contra la mujer. No basta el documento legal para justificar la acción.
La mujer sigue ligada al marido que abusivamente la despidió. «Fuera del caso de unión ilegal»: el griego
porneia puede significar la inmoralidad en general, la prostitución, la frecuentación de prostitutas (1 Cor
6,18) y la unión entre parientes prohibida por la Ley (Lv 18,6-8; 1 Cor 5,1). En este pasaje hay que optar
entre una traducción que atribuya culpa a la mujer (inmoralidad, prostitución) y la de «matrimonio ilegal».
La primera (mujer culpable) haría el texto contradictorio. Hay que optar, por tanto, por la segunda.
También el repudio procede del corazón no limpio (cf. 15,19).
II
En la segunda antítesis, la del adulterio, Jesús también interpreta el mandamiento de forma radical.
La letra de la ley sólo se fija en el hecho físico. En el AT, el adulterio es una violación del derecho del
hombre. Pero Jesús va más allá, va al espíritu profundo de la ley, teniendo en cuenta incluso el peligro de la
tentación. Por eso Jesús dice unas frases duras con las que quiere llamar la atención sobre cualquier
situación de peligro que hace caer. No se pueden interpretar literalmente, pero reflejan la importancia que
tiene el tema para Jesús.
Como en el caso del homicidio, se toma la suprema ofensa como punto de partida, más allá de la
cual avanza Jesús. La afirmación es breve, pero contundente; mirar con deseo es algo tan culpable como el
mismo adulterio. Jesús replantea la ley orientando el nuevo comportamiento contra las causas que generan
el impulso y los deseos de la carne.
De igual manera, el texto plantea el tema del escándalo. Aunque el escándalo sea inevitable, no
excusa a los responsables del mismo. Las sentencias de Jesús sobre la mano o el ojo que son ocasión de
pecado son un llamado a suprimir las causas que provocan el tropiezo.
No podemos olvidar que frente al riesgo de escandalizar, destruyéndose uno mismo y destruyendo a
los demás, no hay otra posibilidad que un compromiso muy interno de vencerse a sí mismo, incluso
muriendo, si hiciere falta, para bien del otro.
En este mismo texto encontramos en los vv. 31-32 la tercera antítesis, sobre el divorcio. Los fariseos
interpretan el tema del divorcio desde Dt. 24, 1, que permite al varón expulsar a la mujer (divorciarse de
ella) con la condición de darle un acta de repudio o documento de libertad. Jesús reinterpreta la ley en una
forma sorprendente, apoyando la dignidad de la mujer y fundando el matrimonio como vínculo de unidad.
Superando los límites de la ley mosaica ("está mandado"), Mateo ha querido reafirmar el valor del
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- 28 -
matrimonio no como un derecho del uno sobre el otro, sino como unidad original y responsable entre
hombre y mujer.
Sábado 16 de junio
Aureliano
EVANGELIO
Mateo 5, 33-37
33
También os han enseñado que se mandó a los antiguos: «No jurarás en falso (Ex 20,7) y cumplirás tus votos al
Señor» (Dt 23,22). 34Pues yo os digo que no juréis en absoluto: por el cielo no, porque es el trono de Dios; 35por la tierra
tampoco, porque es el estrado de sus pies; por Jerusalén tampoco, porque es la ciudad del gran rey; 36no jures tampoco por tu
cabeza porque no puedes volver blanco ni negro un sólo pelo. 37Que vuestro sí sea un sí y vuestro no un no; lo que pasa de ahí
es cosa del Malo.
COMENTARIOS
I
vv. 33-37: El juramento se practica en la sociedad por la falta de sinceridad entre los hombres. En
el reino de Dios, donde la sinceridad es regla (5,8: limpios de corazón), el juramento es superfluo; es más,
sería señal de corrupción en las relaciones humanas.
«El Malo» es Satanás, ya mencionado en las tentaciones (4,8-10). La falta de sinceridad nace de la
ambición.
II
La cuarta antítesis no es una formulación directa de la ley, sino una alusión al texto de Ex. 20, 7
donde se prohíbe "pronunciar el nombre del Señor, tu Dios, en falso". La formulación de Mateo no
distingue entre votos y juramentos; prohíbe jurar en falso y manda que se cumplan los votos. Jesús prohíbe
en particular el falso juego que consiste en sustituir el nombre de Dios por algo que es menos sagrado.
De esta manera el texto llama la atención sobre el juramento como algo contrario a los principios
éticos que Jesús les está enseñando a sus discípulos. El discípulo debe inspirar confianza por sí mismo y no
ha de estar ligado a ninguna otra cosa en la que tenga que afirmar su palabra.
Al igual que en las otras antítesis, la formulación de Jesús es paradójica. Se quiere que la prohibición
de jurar en falso sirva para asegurar la veracidad en aquellas situaciones en que se exige una afirmación o
negación. En la nueva ética de Jesús, la veracidad debe quedar asegurada no mediante un juramento, sino
por la integridad interior de la persona. El juramento, dadas las implicaciones de mendacidad y falta de
confianza, no puede tener lugar en una sociedad que no acepta el mal como algo que se da por supuesto.
Hoy, en medio de tanta falsedad, de tanta mentira y engaño, donde las componendas y las
falsas jugadas se hacen en beneficio de intereses egoístas que atentan contra la vida de los demás, los
cristianos estamos llamados a denunciar y desenmascarar con la verdad del Evangelio aquellas situaciones
injustas donde se pone el nombre de Dios como testigo y garante del buen obrar.
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- 29 -
Domingo 17 de junio
Ismael
SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Primera lectura: Génesis 14, 18-20
Salmo responsorial: 109, 1.2.3.4.
Segunda lectura: 1 Corintios 11, 23-26
EVANGELIO
Lucas 9, 11-17
11
Las multitudes lo siguieron. El las acogió, estuvo hablándoles del reinado de Dios y fue curando a los que lo
necesitaban.
12
Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
-Despide a la multitud, que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque esto
es un descampado.
13
Él les contestó:
-Dadles vosotros de comer.
Replicaron ellos:
-¡Si no tenemos más que cinco panes y dos peces! A menos que vayamos nosotros a comprar de comer para todo
este pueblo.
14
Eran unos cinco mil hombres adultos.
Jesús dijo a sus discípulos:
-Decidles que se echen en grupos de cincuenta.
15
Así lo hicieron, diciendo a todos que se echaran. 16Y tomando él los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada
al cielo, los bendijo, los partió y se los dio a sus discípulos para que los sirvieran a la multitud. 17Comieron todos hasta
saciarse y recogieron las sobras de los trozos: doce cestos.
COMENTARIOS
I
REPARTIR LO MULTIPLICADO
La sociedad de consumo nos tiene acostumbrados al milagro de la multiplicación de los bienes
materiales. Hoy día se fabrica casi todo en serie, hay más alimentos que nunca, más cultura, más desarrollo,
más riqueza en la tierra. Sin embargo, y siendo esto muy necesario, creo que hace falta poner urgentemente
en marcha otro milagro, aún mayor, más difícil de realizar. Se trata del milagro del “reparto” de lo que ya
hay entre los que estamos, practicando la comunión de bienes.
Porque si la sociedad de consumo realiza a diario la multiplicación de panes y peces en clave
moderna, sin embargo, paradójicamente, cada día aumentan en la humanidad las carencias más radicales, la
miseria más increíble, el subdesarrollo más inhumano, la ignorancia más brutal, la falta de cultura más
absoluta. Del milagro de la multiplicación de los bienes de consumo se benefician sólo unos pocos, que se
han habituado a lucrarse y a enriquecerse en detrimento de la inmensa mayoría de los que habitan el
planeta Tierra.
No se trata ya tanto de multiplicar cuanto de dividir. Al menos este es el camino que Jesús enseña
en el relato mal denominado de la “multiplicación de los panes”, pues la palabra “multiplicación” no
aparece en él.
La situación de aquella gente era similar a la de muchos de los hombres de hoy: «Despide a la gente
-dijeron a Jesús-; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí
estamos en descampado» (Lc 9,1 lss). En descampado está la mayoría de la humanidad, carente de las
necesidades más vitales: pan y habitación.
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- 30 -
Inesperadamente, Jesús invita a sus discípulos a realizar el milagro: «-Dadles vosotros de comer. Y
como ellos piensan que el milagro consiste en multiplicar los alimentos, replican: -No tenemos más que
cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran
unos cinco mil hombres.)» La vía de salida que ellos piensan para resolver el problema es inviable: se trata
de comprar.
Pero Jesús trata de mostrar que 'comprar' no es el camino. «-Decidles que se echen en grupos de
unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se echaron. El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la
mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los
sirvieran a la gente.»
Jesús no compra ni multiplica, sino que parte y reparte. Tal vez éste sea el camino para salir de este
callejón sin salida en el que nos hemos metido los humanos. Partir el pan entre todos, partirse por los
demás, repartir, dividir entre todos eso que la técnica, gracias a Dios, ha conseguido multiplicar.
Y éste es el símbolo de la eucaristía: un pan -cuerpo-persona- que se parte y se entrega como
alimento que genera vida alrededor.
II
AMAR TAMBIEN CON EL BOLSILLO
No se trata de tranquilizar conciencias con limosnas. Decimos amar, que significa trabajar para que los que
amamos sean felices, y según el evangelio nadie debe quedar excluido de nuestro amor. Y decimos también con el bolsillo
para que el amor no quede reducido a un sentimiento más o menos romántico. El amor cristiano es un amor -también
económicamente- revolucionario.
UN LENGUAJE TRASNOCHADO
Hablar de revolución en la próspera Europa de finales del siglo XX suena a rancio. Las revoluciones
se han desmoronado todas (o han sido arrasadas a sangre y fuego, como la sandinista). El capitalismo -nos
dicen- se ha mostrado el menos malo de todos los sistemas conocidos (eso se había dicho de la
democracia, pero nuestros progres quieren hacer méritos y demostrar que son más demócratas que nadie); sin
embargo, como demuestran los millones de vidas que cada año se cobra el hambre, el capitalismo es
incapaz de resolver el problema de la pobreza de dos terceras partes de la humanidad porque está basado en la
idolatría del dinero, un dios que premia a los que le ofrecen como sacrificio la vida de los pobres. Pero éste
es un lenguaje trasnochado; de hecho -o mejor, de palabra-, nadie aconseja el capitalismo, sino la
democracia, la libertad..., aunque la única libertad que realmente interesa es la del capital, que permite a los
amos del dinero disponer de él a su capricho. Pero hablar de todo esto es, sin duda, anticuado y de muy
mal gusto.
DESPIDE A LA MULTITUD
Caía la tarde y los Doce se acercaron a decirle:
-Despide a la multitud, que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida,
porque esto es un descampado.
Al volver de la primera misión importante de los Doce -Jesús los había enviado para que
anunciaran la Buena Noticia, la presencia del reinado de Dios- Jesús quiere retirarse con ellos para revisar
cómo han llevado a cabo la misión y para ver el grado de maduración al que han llegado en su
comprensión del reinado de Dios. Pero las multitudes, el pueblo, habían empezado a descubrir en el
mensaje de Jesús la posibilidad de la liberación tanto tiempo esperada y se van tras él. Jesús aprovechará la
circunstancia para enseñar, tanto a sus discípulos como a las multitudes, que la justicia y la libertad se
logran siempre que -y sólo si- nos comprometemos a conquistarla.
Los Doce se dieron cuenta de que había un importante problema que resolver: aquellas personas
tenían hambre. Pero no encontraron otra solución más que dejar que cada cual lo resolviera por su cuenta
–“Despide a la multitud... “-. Y no allí, en despoblado, sino en la civilización, en donde había actividad
económica y comercial y se podía comprar la vida: el alimento y el descanso; así, cuando Jesús les dice
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«Dadles vosotros de comer», no se les ocurre otra cosa que acudir al mercado -« ¡ Si no tenemos más que
cinco panes y dos peces! A menos que vayamos nosotros a comprar de comer para todo este pueblo»-,
volviendo a la sociedad que divide a los hombres en pobres y ricos y que, según el programa de Jesús, debe
ser superada (Lc 6,20-26; véase comentario núm. 34).
ESTO ES MI CUERPO
Y tomando él los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, los bendijo, los partió y se los
dio a sus discípulos para que los sirvieran a la multitud. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las
sobras de los trozos: doce cestos.
Lo que hace Jesús no es un milagro en el sentido en el que hoy se entiende esta palabra: es una
lección para que nosotros aprendamos a hacer el milagro y resolvamos esa cuestión que la humanidad tiene
pendiente desde que tenemos noticia: el hambre. Si consideramos que los bienes que da la tierra, en
especial los que son necesarios para vivir con dignidad, no nos pertenecen, sino que son don de Dios para
toda la humanidad, si obramos en consecuencia y compartimos lo que tenemos, si organizamos nuestras
relaciones económicas de acuerdo con esta convicción, si superamos así la injusticia que estructura nuestra
sociedad, nadie pasará hambre, habrá pan para todos y sobrará.
Naturalmente que con esto no basta: el evangelio no es un tratado de economía (nos indica los
efectos intolerables de cualquier sistema económico: todo lo que hace daño al hombre: la injusticia, la
explotación del hombre por el hombre, la desigualdad, la destrucción del medio ambiente); el evangelio es
un tratado acerca del amor: no basta con dar lo que tenemos, tenemos que entregarnos por entero. Por eso
el reparto de los panes adquiere su pleno significado en el reparto del pan eucarístico: «el Señor Jesús, la
noche en que iban a entregarlo, cogió un pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se
entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía”...» (primera lectura). Para el cristiano,
comprometerse en la lucha por un mundo económicamente más justo adquiere su pleno sentido cuando,
celebrando la eucaristía, se compromete a dar la propia vida por amor, en unión con Jesús; pero es una
traición celebrar la Eucaristía sin estar comprometidos en la construcción de un mundo más justo y
solidario, y una blasfemia si se trata de compatibilizar con el culto al dios dinero.
III
COMPARTIR LOS BIENES, SIGNO DISTINTIVO DEL REINO
Las multitudes de seguidores, en contrapartida, han sido acogidas por Jesús. Este “se puso a hablarles
del reino de Dios y fue curando a los que lo necesitaban” (9,11). ¿Quiénes son estos “seguidores”?
Recuérdese que al comienzo del segundo tramo, cuando Jesús se dispuso a «atravesar pueblos y aldeas
proclamando la buena noticia del reino de Dios», lo acompañaban «los Doce», de un lado, y «algunas
mujeres, curadas de malos espíritus y enfermedades», de otro; María Magdalena, Juana y Susana, «y otras
muchas que habían puesto sus bienes al servicio del grupo» (8,1-3). Aquí tenemos nuevamente «los Doce»
y «las multitudes que lo seguían», tan marginadas de Israel como «las mujeres», entre las cuales algunas
tienen necesidad todavía de curación. Pero los Doce no pagan con la misma moneda: las mujeres habían
puesto sus bienes a disposición del grupo, mientras que los Doce no están dispuestos a compartir «los
cinco panes y los dos peces» que traen consigo. A lo sumo transigirían en «ir a comprar de comer» para
toda esta clase de gente, a la que designan despectivamente («para todo el pueblo ese»).
El número de estos seguidores contiene una cifra significativa: «Porque eran como cinco mil
hombres adultos» (Lc 9,14a). Esta misma cifra aparecerá en el libro de los Hechos (Hch 4,4). El número
«cinco», muy subrayado en el contexto (vv. 14a: «cinco mil»; 14c: «como de cincuenta en cincuenta»; 13d y
16a: «cinco»), es el número típico del Espíritu (cf. 1Re [3Re LXX] 18,4.13: «de cincuenta en cincuenta»;
2Re [4Re LXX] 2,7: «cincuenta hombres adultos, discípulos de los profetas»; así como el día de
«pentecostés»). Se trata de un grupo de creyentes adultos. Jesús los hace sentar «en grupos de cincuenta»,
como los círculos de profetas (Lc 9, 14c). Se anticipa aquí la edad adulta de la comunidad judeocreyente de
los Hechos de los Apóstoles.
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- 32 -
Jesús bendice los panes y los peces, los parte y los va dando a los discípulos para que los sirvan a la
multitud (9,16). Con hechos palpables muestra a los discípulos («los Doce») cuál tendría que ser la función
del nuevo Israel: el servicio de la mesa es el signo por excelencia del tiempo mesiánico. Deben ponerse al
servicio de los marginados de Israel («la multitud» de seguidores).
«Comieron todos hasta saciarse, y recogieron las sobras de los trozos: doce cestos» (9,17). Cuando
se comparte, hay de sobra para todo el pueblo de Israel («doce cestos» para las doce tribus de Israel).
Lucas pone fin aquí a la estructura simétrica: el programa que Jesús había propuesto a Israel ha
comenzado a realizarse. El acento está puesto en el compartir. Este debería ser el rasgo distintivo del
nuevo Israel. Los bienes mesiánicos son extensivos a todo el pueblo. Se cumple así la promesa que el
Señor había hecho a Eliseo: «Comerán y sobrará: "Comieron y sobró", como había dicho el Señor» (2Re
[4Re LXX] 4,43-44).
IV
A simple vista podría parecer esta fiesta litúrgica del Cuerpo y la Sangre de Jesús similar a la del
Jueves Santo. Sin embargo, tiene su propio matiz; en el Jueves Santo celebramos la institución de la
Eucaristía en una perspectiva o conexión inmediata con la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; hoy en
cambio, si bien es cierto que es imprescindible esta relación como esencial a la Eucaristía, se acentúa la idea
del pan compartido que nos da la vida y refuerza la fraternidad y la solidaridad entre los cristianos. A su
vez, nos interpela sobre el hambre y la miseria que viven muchos hermanos nuestros por el egoísmo y
acaparamiento de unos cuantos.
En esta perspectiva deberíamos preguntarnos hoy lo que significa para nosotros la celebración de la
Eucaristía. Ella no es sólo el momento de una vivencia religiosa; es ante todo una convivencia en el
recuerdo vivo del mismo Señor, que vivió y sigue viviendo dentro de la comunidad reunida, que proclama
el misterio salvador de su muerte y resurrección.
La celebración de la Eucaristía está destinada a provocar el compromiso entre los cristianos. La
persona de Jesús, sus palabras y acciones, comprometen a un verdadero cristiano a un estilo de vida
diferente, y de modo particular, la participación y la comunión con el cuerpo del Señor, debe estar
orientada a ir construyendo la comunión de los creyentes como verdadero cuerpo místico de Jesús; cuerpo
en el que haga realidad la unidad en la diversidad por los dones y carismas.
San Pablo habla de una celebración indigna refiriéndose a la comunidad de los Corintios donde
algunos cristianos fomentaron la división y la discriminación por la opulencia y el despilfarro en la
celebración de la Eucaristía. Hoy podemos entender como indignas aquellas celebraciones formalistas,
frías, sin preparación y por salir del paso, que no llegan a comprometer a nada, trátese de personas o de
comunidades. Por eso, la falta de compromiso en nuestras celebraciones, hace que las mismas
celebraciones sean, más que signos, contrasignos. Al terminar la celebración de la Eucaristía los cristianos
nos dispersamos demasiado tranquilos sin un verdadero compromiso o preocupación por lo que hay que
hacer, por lo que hay que proyectar para ir cambiando la realidad de injusticia, miseria y hambre en la que
viven muchos cristianos.
La celebración de la Eucaristía hoy, día del Cuerpo y la Sangre de Jesús, no pide tanto una
manifestación pública de nuestra fe, sino más bien una celebración de los verdaderos creyentes hacia un
mayor compromiso; más que "ostentar" al Señor en una custodia maravillosa, poder manifestar al Señor en
nuestras personas y comunidades, haciendo efectiva la solidaridad a través del repartir y el compartir para
que todos podamos vivir en dignidad.
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Lunes 18 de junio
Salomón
EVANGELIO
Mateo 5, 38-42
38
Os han enseñado que se mandó: «Ojo por ojo diente por diente» (Ex 21,4). 39Pues os digo: No hagáis frente al
que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; 40al que quiera ponerte pleito
para quitarte la túnica, déjale también la capa; 41a quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos; 42al que te pide,
dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda.
COMENTARIOS
I
vv. 38-42: Os han enseñado que se mandó: «Ojo por ojo diente por diente» (Ex 21,4). 39Pues os digo: No hagáis
frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; 40al que quiera
ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; 41a quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos; 42al
que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda.
La ley del talión tiene por fundamento el rencor y el deseo de venganza, excluidos también por la
limpieza de corazón (5,7). En lugar de continuar la violencia, el hombre debe interrumpir su curso por
todos los medios, trabajando por la paz (5,9).
Cediendo del propio derecho para interrumpir el curso de la violencia se ponen los fundamentos
para una nueva relación humana.
Hay que prestar ayuda siempre, como corresponde al que vive en el reino (5,7).
II
El texto de Mateo nos presenta con claridad cuatro ámbitos en los que se pone en juego la
venganza. El primer ámbito es la violencia física. Jesús rechaza el principio de la autodefensa sancionado
por la costumbre, sin sustituirlo por otro principio de autodefensa. Afirma simplemente que no se debe
hacer frente al agresor. De esta manera Jesús invita a no responder a la violencia con más violencia y hace
un llamado a soportarla. El segundo ámbito es el de los pleitos jurídicos. Jesús invita a sus discípulos a que
no respondan a la acción legal con otra acción legal, sino que se debe entregar lo que está en pleito y aún
dar más si es necesario. El tercer ámbito hace referencia al trabajo o servicio forzado, el cual es puesto en
la misma línea de los anteriores: ir más allá, asumiendo el trabajo y el servicio con generosidad y
disponibilidad. El cuarto ámbito se refiere a los dones o préstamos, a los que no hay que negarse. Es difícil
imaginar una forma más clara de expresar el principio de que no hay que resistirse, sino dar con
generosidad.
El mandato de Jesús exige una profunda experiencia de amor para los que obran el mal y la
violencia. Esta es la paradoja del cristianismo que obliga a devolver bien por mal, exigencia de nuestro
compromiso cristiano que reclama un amor incondicional a todos los hombres, sea cual fuere su
comportamiento con nosotros. Aunque esto no significa que el cristiano deba estar resignado, apático e
indiferente frente al mal que se comete en la sociedad cuando se abofetea al hermano, sobre todo a los más
pobres. Mucho menos nuestra actitud frente al mal puede ser neutral entre oprimidos y opresores. Jesús
nos invita a construir una nueva sociedad en la igualdad, la solidaridad y el respeto entre los hombres,
quebrantando toda actitud de menosprecio y humillación.
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Martes 19 de junio
Romualdo
EVANGELIO
Mateo 5, 43-48
43
0s han enseñado que se mandó: «Amarás a tu prójimo...» (Lv 19,18) y odiarás a tu enemigo. 44Pues yo os digo:
Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, 45para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol
sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos.
46
Si queréis sólo a los que os quieren, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen eso mismo también los recaudadores?
47
Y si mostráis afecto sólo a vuestra gente, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen eso mismo también los paganos? 48Por
consiguiente, sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo.
COMENTARIOS
I
v. 43: 0s han enseñado que se mandó: «Amarás a tu prójimo...» (Lv 19,18) y odiarás a tu enemigo.
Ultimo y supremo ejemplo de la limpieza de corazón: el amor a los enemigos. En la frase citada
por Jesús al principio, el primer miembro: «amarás a tu prójimo» es cita de Lv 19,18; el segundo: «odiarás a
tu enemigo» pertenece a los principios esenios (cf. Sal 139,19-22).
vv. 44-47: Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, 45para ser hijos de vuestro
Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos. 46Si queréis sólo a los que
os quieren, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen eso mismo también los recaudadores? 47Y si mostráis afecto sólo a vuestra
gente, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen eso mismo también los paganos?
Para los discípulos no hay lugar a distinciones. Ellos, que sufren la persecución (5,10-12), no
pueden dejarse llevar del odio.
Jesús propone unas nuevas relaciones humanas, que excluyen en absoluto la violencia. En lugar del
odio, el deseo del bien (amor, oración).
«Ser hijo de Dios» significa parecerse a él en el modo de obrar (cf. 5,9). Los discípulos tienen por
distintivo el amor universal, no pueden conformarse al uso de la sociedad (recaudadores, paganos), que
discrimina entre amigos y enemigos.
v. 48: Por consiguiente, sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo.
Con esta frase Jesús descalifica la «perfección» propuesta por los letrados, que consistía en la
observancia de la Ley. Lo que hace al hombre perfecto (bueno del todo) y semejante al Padre es el amor
que no conoce excepciones.
II
Los discípulos han de demostrar una imparcialidad para con los amigos y los enemigos, idéntica a
la que demuestra Dios a la hora de repartir la luz del sol sobre buenos y malos, y la lluvia sobre justos e
injustos; al comportarse de esta forma providencial a semejanza de Dios, los discípulos justifican con sus
actitudes el título de ser verdaderos hijos de Dios. El amor, dentro del propio grupo o familia, es un rasgo
humano natural y universal. Mateo usa unos términos que hacen relación a dos grupos despreciados entre
los judíos: los publicanos y los paganos. Al utilizar estos términos, Mateo contradice en cierto modo el
principio que está afirmando; el Evangelio muestra siempre simpatía hacia estas clases despreciadas. Con
un amor hacia dichas clases, los discípulos serán perfectos al igual que el Padre celestial es perfecto.
El amor hacia los enemigos es el elemento que asegura la integridad de la doctrina cristiana, es el
vértice donde Jesús ha puesto todo el contenido de su proyecto, cambiando la ley antigua por una norma
más exigente, la del amor sin límites ni restricciones. De esta manera, los discípulos han de construir su
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vida desde la paradoja del amor, la oración y el perdón, incluso a los enemigos, como la norma central de
la vida y la misión.
Hemos visto la postura de Jesús para combatir el legalismo llevando la ley a sus últimas
consecuencias, anulando la ley en vigor y cambiando las normas por otras nuevas. En definitiva, hemos
podido ver cómo, para Jesús, se trata de atenerse al espíritu de la ley y no a la letra de la misma. Ahora nos
toca a nosotros actuar de la misma manera como actuó Jesús frente a la ley, dejando todo legalismo
alienante que nos lleva a observar ciegamente tantos preceptos religiosos y sociales que no nos dejan vivir
en verdadera libertad, que nos encadenan y manipulan, generando en muchas ocasiones hasta la propia
muerte.
Miércoles 20 de junio
Raúl
EVANGELIO
Mateo 6, 1-6. 16-18
6 1Cuidado con hacer vuestras obras de piedad delante de la gente para llamar la atención: si no, os quedáis sin
recompensa de vuestro Padre del cielo.
2
Por tanto, cuando des limosna no lo anuncies a toque de trompeta como hacen los hipócritas en las sinagogas y en la
calle para que la gente los alabe. Ya han recibido su recompensa, os lo aseguro. 3Tú, en cambio, cuando des limosna, que no
sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, 4para que tu limosna quede escondida; y tu Padre, que ve lo escondido, te
recompensará.
5
Cuando recéis, no hagáis como las hipócritas, que son amigos de rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para
exhibirse ante la gente. Ya han recibido su recompensa, os lo aseguro. 6Tú, en cambio, cuando quieras rezar, métete en tu
cuarto, echa la llave a tu puerta y rézale a tu Padre que está en lo escondido; y tu Padre, que ve lo escondido, te recompensará.
16
Cuando ayunéis, no os pongáis cariacontecidos, como los hipócritas, que se afean la cara para ostentar ante la gente
que ayunan. Ya han recibido su recompensa, os lo aseguro. 17Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la
cara, 18para no ostentar tu ayuno ante la gente, sino ante tu Padre que está en lo escondido; y tu Padre, que ve lo escondido, te
recompensará.
COMENTARIOS
I
v. 1. Enuncia Jesús el principio general: las obras de piedad no deben practicarse para ganar
prestigio ante los hombres y, con ello, adquirir una posición de poder o privilegio. Quienes así obran se
privan de la comunicación divina, cesa la relación de hijo-Padre con Dios. Como en 5,12, «la recompensa»
consiste en el ejercicio del reinado de Dios sobre los hombres. «Obras de piedad»: dikaiosunê denota en el
contexto la fidelidad del hombre a Dios (cf. 3,15; 5,20), expresada según la norma farisea, en las prácticas
de piedad: limosna, oración, ayuno.
vv. 2-4. Primera obra de piedad, la limosna. «Hipócrita» es el que finge ejecutando una acción que
no corresponde a su actitud interior. La limosna practicada para obtener buena fama entre los hombres
obtiene un premio humano, la fama misma. La limosna no debe tener publicidad alguna, sino quedar «en
lo escondido», en la esfera del Padre. Su recompensa es la comunicación personal del Padre. Excluye Jesús
todo interés torcido en la ayuda al prójimo (5,7.8), según corresponde a «los limpios de corazón». Su
premio será la experiencia de Dios en la propia vida (5,8).
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vv. 5-6. Segunda obra de piedad, la oración. La oración de los «hipócritas» pretendía también
exhibir ante los hombres su piedad personal, con la misma finalidad que la limosna pública. Tal oración es
inútil, pues no obtiene la comunicación divina («ya han recibido su recompensa»). Esa oración se realiza en
lo más profundo del hombre, donde no llega la mirada de los demás. «Tu cuarto», el más retirado de la
casa, y «tu puerta» («echa la llave a tu puerta») son metáforas para designar lo profundo de la interioridad.
«El Padre que está en lo escondido» está en paralelo con «vuestro Padre que está en los cielos» (6,1). «El
cielo» designa, pues, la esfera divina indicando su trascendencia e invisibilidad; «lo escondido» subraya
solamente su invisibilidad. La oración que se hace en lo profundo obtiene el contacto con el Padre. La
palabrería en la oración indica falta de fe. El hecho de que el Padre sepa lo que necesita el que ora, muestra
que la oración dispone al hombre para recibir los dones que Dios quiere concederle.
vv. 16-18. Tercera obra de piedad farisea: el ayuno. Como en los dos apartados anteriores (6,2-4.56) opone aquí Jesús el ayuno sincero a la conducta de los hipócritas, que con su aspecto descuidado dan a
entender que están ayunando, con objeto de ser admirados por los hombres. El ayuno ha de hacerse en
secreto, sirve para expresar ante el Padre una actitud íntima. Por ser privación de alimento, fuente de vida,
es símbolo de solidaridad con el dolor de la muerte y expresa su tristeza. Esta tiene que ser interior, no
afectada como la de «los hipócritas».
II
Jesús enuncia, ante todo, un principio general: "eviten hacer el bien delante de la gente para que los
vean; de lo contrario, el Padre que está en los cielos no les dará ningún premio". Esta frase es central para
entender todo lo que sigue. Jesús no está en contra de las obras de piedad; al contrario, quiere que sus
discípulos las practiquen. Con lo que no está de acuerdo Jesús es con el modelo como las llevan a cabo los
fariseos: para tener buen reconocimiento ante los demás. Una vez enunciado este principio, Jesús lo aplica
a los tres casos: limosna, oración y ayuno.
La limosna (6, 1-4). Practicar la justicia es el término técnico para designar la limosna, la cual se daba
a los pobres conforme al criterio de cada persona porque no había una forma organizada de asistencia
social. Por eso se insistía tanto en las obras benéficas. De este modo se llegó a abusar de la práctica de la
limosna instrumentalizándola para favorecer la propia imagen pública. Mateo califica de hipócritas tales
acciones, reprocha a los que dan limosna sólo por apariencia y no por amor al prójimo o por Dios, sino
por amor a sí mismos.
La oración (6, 5-6). Las palabras sobre la oración siguen el mismo esquema que las referentes a la
limosna. La oración en público se hacía en determinados momentos del día; el judío piadoso se detenía en
cualquier lugar en donde se encontraba y recitaba de pie las oraciones. La instrucción positiva: "entra en tu
cuarto", tiene como significado extremar con imágenes la actitud correcta en la oración, ya que ésta puede
convertirse en un recurso para mostrarse como piadoso ante los demás. La oración debe dirigirse a Dios, al
Padre que recompensará la oración correcta.
El ayuno (6, 16-18). En el AT, el ayuno aparece relacionado con el luto o con el arrepentimiento. En
la ley sólo se prescribe el ayuno del día de la Expiación. El ayuno consiste en abstenerse de alimentos
durante todo el día. La desfiguración del rostro formaba parte del ritual del duelo y el luto. Para
desfigurarse, la persona tomaba sobre sí el "saco y las cenizas". Estas cosas son reprobadas por Jesús por
ser mera exhibición externa.
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Jueves 21 de junio
Luis Gonzaga
EVANGELIO
Mateo 6, 7-15
7
Pero, cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más
caso. No seáis como ellos, que vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis. 9Vosotros rezad así:
Padre nuestro del cielo,
proclámese ese nombre tuyo,
10
llegue tu reinado,
realícese en la tierra tu designio del cielo;
11
nuestro pan del mañana dánoslo hoy
12
y perdónanos nuestras deudas,
que también nosotros
perdonamos a nuestros deudores;
13
y no nos dejes ceder a la tentación,
sino líbranos del Malo.
14
Pues si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. 15Pero si no
perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.
8
COMENTARIOS
I
vv. 7-8: Pero, cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán
más caso. 8No seáis como ellos, que vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis.
«El cielo» designa la esfera divina indicando su trascendencia e invisibilidad; «lo escondido» subraya
solamente su invisibilidad. La oración que se hace en lo profundo obtiene el contacto con el Padre. La
palabrería en la oración indica falta de fe. El hecho de que el Padre sepa lo que necesita el que ora, muestra
que la oración dispone al hombre para recibir los dones que Dios quiere concederle.
v. 9: Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo, proclámese ese nombre tuyo,
Propone Jesús el modelo de petición: «Padre nuestro»: nueva relación de los discípulos con Dios,
que no es solamente individual, sino comunitaria. Son los hijos, o los ciudadanos del reino, los que se
dirigen al Padre, que es su rey. La mención de este Padre eclipsa la de todo padre humano, él es el único
que merece ese nombre. La conducta de este Padre es la que guía la de los discípulos (5,48).
«Padre» es el nombre de Dios en la comunidad cristiana, el único que aparece en esta oración.
Pronunciarlo supone el compromiso de portarse como hijos, reconocerlo por modelo, como fuente de
vida y de amor. El término «Padre» se aplicaba a Dios en el AT (Jr 3,19; cf. Ex 4,22; Dt 14,1; Os 11,1),
pero su sentido era muy diferente, pues el «padre» en la cultura judía era ante todo una figura autoritaria.
La expresión «que estás en los cielos» («del cielo») no separa al Padre de los discípulos; indica
solamente la trascendencia y la invisibilidad de Dios.
El Padre nuestro se divide en dos partes (6,9-10.11-13). La primera tiene como centro al Padre (tu
nombre, tu reinado, tu designio); la segunda, a la comunidad (nuestro, dánoslo, etc.). En la primera parte la
comunidad pide por la extensión del reino a la humanidad entera. En la segunda lo hace por sí misma.
La comunidad pide, por tanto, que la humanidad reconozca a Dios como Padre; por el paralelo
con 5,16, sin embargo, es ella la que tiene que obtener, con su actividad, ese reconocimiento. La petición
supone, por tanto, el compromiso de la comunidad a realizar las «buenas obras» (5,16; cf. 5,7-9) y pide la
eficacia de su actividad en el mundo. No se encierra en sí misma. La experiencia de Dios como Padre de
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que ella goza, quiere que se extienda a todos los hombres. Antes que pensar en sí misma, la comunidad se
preocupa por la humanidad que la rodea.
v. 10a: llegue tu reinado,
El contenido de esta petición formula lo mismo de manera diversa. El reinado de Dios, del que ya
tiene experiencia la comunidad (5,3.10), debe extenderse a todo hombre. Dado que la puerta del reino es la
primera bienaventuranza, la comunidad pide la aceptación del mensaje de Jesús, que funda el reinado de
Dios. Al mismo tiempo, ella es la que, con su modo de vida, hace presente en el mundo ese mensaje (5,12:
profetas). Implícitamente pide su fidelidad al mensaje de las bienaventuranzas y a la práctica de la actividad
que requiere, por la que se va creando la nueva sociedad y va dando ocasión a la liberación de los hombres.
v. 10b: realícese en la tierra tu designio del cielo;
La palabra "designio" (en griego. thelêma) manifiesta una voluntad concreta que puede referirse al
individuo o a la historia. La frase formula nuevamente la anterior («llegue tu reinado»; por eso se omite en
Lc 11,2); significa, por tanto, el cumplimiento del designio histórico de Dios sobre la humanidad,
anunciado en 5,18.
El término «designio» incluye dos momentos, la decisión y la ejecución, a los que corresponden las
especificaciones «en el cielo, en la tierra». La decisión está tomada en el cielo (Dios), pero tiene que
ejecutarse en la tierra. La frase significa, pues, «realícese en la tierra el designio que tú has decidido en el
cielo». La preposición «como» del original indica el deseo de que ese designio se realice exactamente como
está decidido.
La comunidad vuelve a pedir por el mundo; su primera preocupación es la misión que Jesús le
confía.
Las tres primeras peticiones tienen igual contenido. La experiencia de vida impulsa a desear que esa
vida se extienda. Sólo después pasa el grupo cristiano a preocuparse de sí mismo.
v. 11: nuestro pan del mañana dánoslo hoy
La palabra «pan», es un semitismo usado por «alimento» (cf. Gn 18,5-8). «El pan del mañana» o
«venidero» alude al banquete mesiánico en la etapa final del reino (8,11), cuya etapa histórica se realiza en el
grupo de discípulos («nuestro pan»). Se pide, por tanto, que la unión y alegría propias de la comunidad final
sean un hecho en la comunidad presente. Jesús mismo describió su presencia con los discípulos como un
banquete de bodas, oponiéndose a la tristeza del ayuno practicado por los discípulos de Juan y los fariseos
(9,14-15).
La unión simbolizada por el banquete es la amistad (cf. 9,15: «los amigos del novio»). Este es el
vinculo que une a los miembros de la comunidad, y que se expresará en la eucaristía.
v. 12: y perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores...
Unica petición que incluye una exigencia para la comunidad. La partícula griega hôs indica motivo
(«que/ya que») más que comparación («como»): el perdón del Padre está condicionado al perdón mutuo,
expresión del amor. Quien se cierra al amor de los otros se cierra al amor de Dios que se manifiesta en el
perdón. En este pasaje y en 5,14s Mateo no emplea el término «pecados», sino «deudas» o «fallos», porque
en el evangelio, «los pecados» representan el pasado que queda borrado con la adhesión a Jesús (cf. 9,6). La
división en la comunidad impide la presencia en ella del amor del Padre. Se pide, pues, la manifestación
continua de ese amor, aduciendo por motivo la práctica del amor que se traduce en el perdón mutuo. «Los
deudores» incluyen a los enemigos y perseguidores (5,43ss). La comunidad pretende vivir la perfección a
que Jesús la exhortaba (5,48).
v. 13: y no nos dejes ceder a la tentación, sino líbranos del Malo.
«No nos dejes ceder a la tentación», lit. «no nos hagas entrar/no nos introduzcas»... El arameo no
distingue entre las formas «hacer» y «dejar hacer». El sentido permisivo está exigido por el paralelo con la
frase siguiente (omitida por Lc 11,4). El sentido es: «haz que no entremos (cedamos / caigamos) en tentación» o, de modo más castellano, «no nos dejes ceder a la tentación» (cf. 26,41).
«Tentación» no lleva artículo en el original. No se trata, por tanto, de una tentación única y
determinada. El término remite a las tentaciones de Jesús en el desierto, único lugar donde en Mt ha aparecido antes este tema. Allí, «el diablo» o «Satanás» era llamado «el tentador»; aquí, «el Malo» (cf. 5,37); la
tentación es su obra. La relación con la escena del desierto aclara el sentido de «tentación» en este pasaje:
se refiere a las mismas que experimentó Jesús. Aquéllas pretendían desviar su mesianismo e impedir la li-
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beración del hombre; Jesús, sin embargo, respondió a cada una de ellas con un texto sin carácter
mesiánico, aplicable a todo hombre. El Mesías es «el Hombre», como quedó expresado en la escena del
bautismo (3,16). La comunidad puede experimentar en su misión, que continúa la de Jesús, las mismas
tentaciones que éste: la del ateísmo práctico, usando de sus dones para propio beneficio, sin atender al plan
de Dios (4,3); la del providencialismo que hace caer en la irresponsabilidad (4,6) y, sobre todo, la de la
gloria y el poder (4,8s). Ceder a esta última equivaldría a prestar homenaje a Satanás (4,9), renunciando a la
misión liberadora.
La tentación del brillo y del poder se opone frontalmente a la primera y última bienaventuranzas.
Es la opción por la pobreza y, con ella, la renuncia al brillo y al poder, la que hace inmunes a la tentación.
El Malo es la personificación del poder mundano, que excita la ambición. Que el Padre no permita que la
comunidad ceda a sus halagos es la petición final del Padrenuestro. Lo contrario sería la ruina de la
comunidad de Jesús.
vv. 14-15: Pues si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. 15Pero
si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.....
Insiste Jesús en la necesidad del perdón. La unión en la comunidad es condición esencial de su
existencia, pues sólo ella asegura la experiencia del amor del Padre. No es que Dios se niegue a perdonar;
es el hombre que no perdona quien se hace in capaz de recibir el amor.
II
El Padrenuestro no es una simple oración a pesar de ser tan breve; es una síntesis de todo lo que
Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las
siete peticiones en las que Mateo construyó la oración.
Frente a un mundo que prescinde de Dios, Jesús propone como primera petición, como ideal
supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: "santificado sea tu Nombre". Esta primera petición
está orientada en la línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se
proclame su gloria.
Ante un mundo donde predomina el odio, la violencia, la crueldad que a menudo nos desencanta
con la injusticia, Jesús pide que se instaure el Reino de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz.
Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje, el Reino de Dios que se instaurará en la tierra como
en el cielo.
Como tercer centro de interés de la oración, aparece la comunidad. Ese pequeño grupo de
seguidores de Jesús que necesita, día tras día, el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme.
Peticiones que podemos hacer como individuos, pero que están concebidas por Jesús de forma
comunitaria y así es como adquieren toda su riqueza. Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su
incapacidad de comprender el mensaje de Jesús, sus envidias y recelos, adquiere mayor sentido la petición
de que "perdone nuestras ofensas". Y, sobre todo, pensando en la experiencia de la entrega de la propia
vida por la causa de Jesús, se pide "no caer en la tentación" y "ser librado del Maligno".
La oración del Padrenuestro es una invitación para establecer con Dios-Padre una relación de
confianza e intimidad desde una dimensión comunitaria (Padre nuestro) y en una disposición constante de
perdón. Desde esta dimensión, los cristianos estamos llamados a construir espacios de oración que reflejen
el compromiso de construir el Reino de Dios, donde Él es el Padre de todos, nosotros somos sus hijos y
los hijos son hermanos que viven en comunidad y fraternidad.
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- 40 -
Viernes 22 de junio
Paulino de Nola – Tomás Moro
EVANGELIO
Lucas 15, 3-7
3
Entonces les propuso Jesús esta parábola:
-Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de
la descarriada hasta que la encuentra? 5Y cuando la encuentra, se la carga a hombros, muy contento; 6al llegar a casa,
reúne a los amigos y a los vecinos para decirles:
-¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la oveja que se me había perdido.
7
Os digo que lo mismo dará mas alegría en el cielo un pecador que se enmienda, que noventa y nueve justos que no
sienten necesidad de enmendarse.
4
COMENTARIOS
I
TRIPTICO PARABOLICO: LA GRAN FIESTA DE LOS CRISTIANOS
Como toda respuesta, Jesús les propone una parábola, precedida de dos analogías. Lucas no dejará
constancia de reacción alguna de la clase dirigente. La reserva para el libro de los Hechos, donde el retorno
de los marginados coincidirá con la conversión de Felipe, Saulo y Pedro, y la «murmuración» irá a cargo de
los creyentes de origen judío por la apertura de Pedro a la causa de los paganos (Hch 8,4-11,18).
Entre el enunciado de la parábola (v. 3a) y su exposición (vv. 11-32), Lucas intercala dos analogías
en forma de dos preguntas retóricas, una basada en el mundo cultural del hombre (vv. 3-7) y la otra en el
de la mujer (vv. 8-10). Cien ovejas / diez dracmas representan la unidad (100/10 = 1). Si se pierde la
unidad, se ha perdido todo. La unidad de la humanidad para Jesús es indivisible: no se puede dividir el
mundo en sagrado (los 99/9 «justos» o buenos) y profano (los malos). Es lo que hacían los fariseos, los
que se «tenían por justos», “separándose” (pharisaios quiere decir «separado») de la chusma. En el ámbito de
Dios («el cielo») «hay más alegría por un pecador que se enmienda que por noventa y nueve justos que no
sienten necesidad de enmendarse» (15,7).
II
El amor de Dios, ¿es premio a nuestra propia bondad? La parábola que nos transmite el Evangelio
de hoy en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, nos comunica esta enseñanza: Dios no nos ama porque
seamos buenos o cuando somos buenos; nos ama porque él mismo es bueno, y lo es siempre. Su amor a
todo hombre es incondicional y se manifiesta en el ofrecimiento de vida que le hace por medio de Jesús.
Esta confianza absoluta en la bondad de Dios, manifestada en Jesús, es la paz del cristiano.
Una vez más nos acercamos a la persona de Jesús desde aquello que es más nuclear de su realidad:
Jesús fue aquel que supo amar de verdad, aquel cuyo corazón fue un corazón misericordioso con los
pobres y marginados. Su compromiso no fue una cuestión coyuntural, simplemente, porque el amor con
que Jesús supo amar fue el mismo amor con el que Dios-Padre ama a todos los hombres y mujeres del
mundo.
Cuando Jesús nos habla de la ternura del pastor, que busca la oveja que se pierde, porque las otras
99 están bien, nos está hablando de la ternura de Dios-Padre, que siente y se duele de las ovejas de su
pueblo, que han sido maltratadas y abandonadas por sus pastores; ese Dios que reivindica para sí el título
de pastor auténtico y lleno de cariño, y que se realiza históricamente en Jesús, buen pastor de su pueblo y
de los hombres.
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- 41 -
Jesús murió para liberarnos de todo poder opresivo. Porque estábamos heridos y él nos vino a
buscar, sintiendo en su corazón el mismo amor del Padre por los hombres. Ahora, Jesús nos invita a vivir
también de esa manera, pues el amor, es decir, su Espíritu, "ha sido derramando en nuestros corazones" y
podemos amar. Llamada, pues, a la responsabilidad del amor, el mismo de Jesús, el mismo del Padre, que
vive en cada uno de nosotros. Llamada a hacer lo mismo que hizo Jesús, ser compasivo y misericordioso
con los pobres y marginados de la sociedad. Ese es el modo, en cualquier caso, de "desagraviar" el corazón
herido de Jesús, pues su rostro, transfigurado, es el rostro de tantos hombres y mujeres que sufren, de los
hombres y mujeres desvalidos, que necesitan de nuestro amor y misericordia.
Sábado 23 de junio
Marcial
EVANGELIO
Lucas 2, 41-51
41
Sus padres iban en peregrinación cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. 42Cuando Jesús había cumplido
doce años subieron ellos a la fiesta según la costumbre, 43y cuando los días terminaron, mientras ellos se volvían, el joven
Jesús se quedó en Jerusalén sin que se enteraran sus padres.
44
Creyendo que iba en la caravana, después de una jornada de camino se pusieron a buscarlo entre los parientes y
conocidos; 45al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca.
46
A los tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles
preguntas. 47Todos los que lo oían estaban desconcertados de sus inteligentes respuestas. 48Al verlo, quedaron impresionados, y le dijo su madre:
-Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!
49
El les contestó:
-¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?
50
Pero ellos no comprendieron lo que les había dicho.
51
Jesús bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo aquello en la memoria. 52Y Jesús iba adelantando en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres.
COMENTARIOS
I
JESUS SE EMANCIPA DE ISRAEL
Hemos llegado al último relato del mal llamado «Evangelio de la infancia». Los pocos que se han
atrevido a negar el carácter histórico de este relato le han atribuido valor legendario, han buscado paralelos
en otras culturas, han puesto de relieve trazos sobrehumanos propios de un niño prodigio... Después las
aguas han vuelto a su cauce, se ha mantenido su valor histórico y se han extraído toda suerte de lecciones.
Acostumbrados ya a leer los relatos anteriores como una catequesis de adultos impartida a la
comunidad «para que compruebe la solidez de las enseñanzas con que había sido instruida» durante el
catecumenado, carece de sentido que Lucas se haya explayado aquí contándonos un incidente que tuvo
lugar cuando Jesús (según el cómputo judío) alcanzó el umbral de su vida adulta. Al igual que en los relatos
anteriores, Lucas se ha preocupado del sentido teológico de la escena, ya que en ningún momento se ha
propuesto escribir unas memorias -ni siquiera fragmentarias- de la vida privada de Jesús, sino, por el
contrario, desglosar su creciente personalidad y su progresiva emancipación de las categorías socioreligiosas de su entorno judío.
La escena no tiene correlativo en la presentación paralela que ha hecho de la persona y futura
actividad del precursor. Por eso Lucas la ha enmarcado entre dos colofones que se complementan
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mutuamente, como veremos en su momento. La escena tiene valor teológico. Sirve para anticipar la nueva
relación que se ha establecido entre Dios y el Hombre, relación que produjo desconcierto entre sus
connacionales, pero que dejó trazas en la memoria del pueblo fiel.
JESUS SE DESMARCA DE SU ENTORNO FAMILIAR
Lucas crea un marco apropiado para esbozar el que será el tema central de la nueva enseñanza
impartida por Jesús: el éxodo definitivo del hombre libre fuera de la institución judía. Para ello nada mejor
que las fiestas de Pascua, en que se rememoraba el éxodo de Egipto: «Sus padres iban en peregrinación
cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús había cumplido doce años, subieron ellos
según la costumbre, y cuando los días terminaron, mientras ellos regresaban, el joven Jesús se quedó en
Jerusalén sin que se enteraran sus padres» (2,41-43).
María y José, exactos cumplidores de la Ley, observaron escrupulosamente el período prescrito
(dos días como mínimo), y una vez cumplidos los ritos pascuales regresaron a su pueblo. Lucas subraya
que «subieron ellos según la costumbre», dejando entrever que Jesús no fue allí con la misma intención, y
que «mientras ellos regresaban» él se quedó. «Creyendo que iba en la caravana, después de una jornada de
camino se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en
su busca» (2,44-45).
La triple mención de «Jerusalén» (en sentido sacral) nos indica que lo que Lucas quiere enseñarnos
tiene que ver con la institución religiosa del judaísmo. Trece años era la edad requerida para que un judío
tomase parte activa en la comunidad israelita. A partir de esa edad, Jesús, como buen judío, quedaría
obligado a las observaciones de su religión. Pero de momento ya se ha desmarcado de sus padres, parientes
y conocidos, es decir, de su entorno familiar.
LAS ENSEÑANZAS RABINICAS SOBRE EL EXODO,
EN ENTREDICHO
«A los tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y
haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían estaban desconcertados de sus inteligentes respuestas» (2,4647). Los «tres días» de búsqueda incesante indican que lo buscaron por todas partes, menos en la dirección
que Jesús había tomado. Encuentran a Jesús en una escuela del templo, «sentado en medio de los
maestros», es decir, no como un discípulo (no se dice que estuviese sentado a los pies de los maestros
judíos) ni siquiera como un maestro más (impartían la enseñanza «sentados»), sino como el centro de una
discusión entablada entre colegas a base de preguntas y respuestas, cuya temática no podía ser otra que el
sentido de la Pascua. Jesús, en lugar de asistir a las ceremonias, había ido al templo para poner en
entredicho la enseñanza tradicional de los rabinos, mostrándose buen conocedor de las tradiciones de
Israel y evidenciando su sentido crítico frente a ellas. Los maestros judíos, a su vez (única ocasión en que
Lucas los llama «maestros»; en adelante los llamará «maestros-de-la-Ley» 5,17], «letrados» [5,21] o «juristas»
[7,30]), le harán preguntas, pero él sembrará el desconcierto entre sus filas (lit. los dejará «fuera de sí») con
sus «inteligentes respuestas». Lucas anticipa así la postrera enseñanza de Jesús en el templo (cf. 19,4721,38), cuando el Mesías declarará caduca la enseñanza judía.
LAS TRADICIONES PATRIAS, DEJADAS A UN LADO
«Al verlo, quedaron impresionados, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué te has portado así con
nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!" El les contestó: "¿Por qué me buscabais?
¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron lo que les
había dicho» (2,48-50).
El reproche de la madre es el del Israel fiel que ha intentado por todos los medios integrar a Jesús
en su pasado nacional y religioso. «Tu padre» recalca el vínculo legal y le recuerda a Jesús el papel de José
en su educación y comportamiento ante la Ley. No conciben que el Mesías pueda separarse de la tradición
representada por ellos.
Jesús habla por primera vez en el Evangelio y corrige el dicho de María: se extraña de que lo
'buscaran', puesto que tenían suficientes elementos de juicio para llegar a comprender que, según designio
divino («tengo que estar»), no era en el templo como lugar de sacrificios donde debían buscarlo (cf. 19,46:
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«cueva de bandidos»), sino como lugar de la presencia divina («en lo que es de mi Padre»), presencia que
Jesús ve reflejada solamente en la Escritura antigua: por eso discute con los maestros de Israel que se
arrogaban el derecho de interpretarla en exclusiva.
Al llamar a Dios «mi Padre», Jesús se independiza de los suyos y rompe con la integración en la
cultura religiosa de Israel que éstos han querido efectuar. Con la incomprensión de «sus padres», Lucas
anticipa ya la incomprensión de que será objeto por parte de todos: dirigentes de Israel, pueblo y
discípulos.
LA LARGA ESPERA EN EL ANONIMATO DEL PUEBLO
«Bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo aquello en la
memoria» (2,51). Lucas no podía ser más lacónico. Los plumíferos, buscadores de noticias de primera
plana, deberán estrujar su cerebro para conseguir un guión que satisfaga la curiosidad de un público
infantilizado.
Pero Jesús sigue allí, entre los suyos, como uno más. Ni siquiera se ha retirado al desierto. No
cuestiona la autoridad de sus padres, aunque ésta haya quedado muy relativizada en la escena paradigmática
del templo. Todavía no ha llegado el momento de que manifieste su libertad.
Jesús acumula imágenes y experiencias, escucha el clamor de su pueblo humillado y oprimido,
conoce de cerca su entorno, los problemas de su gente, las represalias provocadas por los fanáticos, la
connivencia de las autoridades políticas y religiosas con los invasores. Asiste a la sinagoga, escruta con
diligencia las Escrituras, discute con los rabinos.
Sus padres no comparten en absoluto el comportamiento tan singular de este joven, pero María
sigue almacenando en su memoria experiencias y recuerdos (cf. 2,19) cuyo significado no llega a
comprender: la mención de «su madre» al principio, en el momento del encuentro, cuando le formula el
reproche (2,48b), y al final, una vez Jesús se ha sometido de nuevo a la patria potestad (2,51d), enlaza la
pregunta/reproche con la grabación en la memoria de la respuesta de Jesús; María, aun cuando no lo
comprenda, no se cierra en banda, antes bien, lo guarda en su interior a la espera del momento en que el
resto de Israel, a quien ella representa como «madre» del Mesías, acepte y dé su adhesión a un Mesías que
no está sujeto a las tradiciones patrias, pues tiene a Dios como a único Padre.
SEGUNDO COLOFON:
CRECIMIENTO DE JESUS EN TODOS LOS SENTIDOS
«Jesús iba progresando en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres» (2,52). El primer
colofón, tras la primera vuelta a Nazaret, habla del crecimiento del niño. En este segundo colofón ya no se
habla propiamente de «crecimiento», sino de «progreso», como compete a un joven: «Jesús», precisa ahora
(no ya «el niño», cf. 1,80a; 2,40a), sigue adelantando en «saber» (cf. 2,40b; tanto él como Juan Bautista serán
reconocidos más tarde como «maestros»), en «madurez» personal asociada al crecimiento en edad, más que
en estatura física (el término griego es ambivalente), y en «favor/gracia» no sólo «ante Dios», sino ahora
también «ante los hombres».
De hecho, los dos colofones que conciernen a Jesús se corresponden con el único colofón relativo
a Juan. Este tenía dos partes, la que hacía referencia a su «crecimiento» personal (1,80a) y la que anticipaba
cuál sería su concepción de la sociedad, «residía en lugares desiertos», y el alcance de su misión, su
«presentación ante Israel» (1 ,80b). El primer colofón resume el «crecimiento» personal de Jesús en
términos muy parecidos al de Juan, pero sin adelantar nada respecto a su futuro; el segundo, después de la
ruptura de Jesús con las tradiciones ancestrales, apunta el alcance universal de la futura misión de Jesús,
«ante Dios y los hombres», en contraste con la del Bautista, «ante Israel».
II
"Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón". El verbo traducido por
"conservar" significa guardar, mantener en la memoria lo que se considera valioso, como si se tratara de un
tesoro. El sustantivo traducido por "cosas" significa dichos y hechos, palabras y acontecimientos.
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El evangelio de Lucas nos dice expresamente que María se admiraba y no entendía (2, 48.50) algunas
cosas. Pero no se conforma, sino que se esfuerza por comprender el sentido de todo lo referente a su hijo.
Se diferencia de los demás testigos por el hecho de que ella trata de descubrir el significado más profundo
de los acontecimientos. Y a medida que lo va comprendiendo se convierte para ella en una espada que
atraviesa su alma (2, 35).
El tercer evangelio presenta a María como modelo de los discípulos, paradigma de los creyentes,
ejemplo del proceso de fe que tendrán que vivir todos los seguidores de Jesús, los que escuchan la palabra
de Dios y la ponen en práctica. Ella es el puente entre los relatos de la infancia y el ministerio público de
Jesús. Quizá los versículos con los que comenzábamos este comentario indiquen que María desempeñó un
papel fundamental en la formación del evangelio y en la transmisión de las tradiciones primitivas a las
primeras comunidades cristianas.
Ella es testimonio y modelo de la actitud que han de tener todos los cristianos ante la Palabra de
Dios: acogida, meditada y puesta en práctica. Ella nos transmite la fuerza del Espíritu a través de la Palabra
encarnada que se hace vida en nuestro compromiso de ser auténticos oyentes y servidores de la palabra de
Dios.
Domingo 24 de junio
Juan Bautista
DUODÉCIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura: Is 49, 22-26
Salmo responsorial: Sal 138
Segunda lectura: Hch 13, 22-26
EVANGELIO
Lucas 9, 18-24
18
Una vez que estaba orando él solo, se encontraban con él los discípulos y les hizo esta pregunta:
-¿Quién dice la gente que soy yo?
19
Contestaron ellos:
-Juan Bautista; otros, en cambio, Elías, y otros un profeta de los antiguos que ha vuelto a la vida.
20
Entonces él les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
-El Mesías de Dios.
21
Pero él les conminó a que no lo dijeran absolutamente a nadie. 22Y añadió:
-El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes y
letrados, sufrir la muerte y, al tercer día, resucitar.
23
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
-El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y entonces me siga; 24porque si uno
quiere poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, ése la pondrá a salvo.
COMENTARIOS
I
LO QUE NO ESTA EN LOS ESCRITOS
La lectura de las Sagradas Escrituras y su falsa interpretación en el seno del pueblo judío hizo creer
a la gente sencilla, en no pocos casos, que estaba escrito en ellas lo que no estaba escrito. Quienes tenían la
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llave de la ciencia y de la teología, la clave de interpretación de las Escrituras -escribas y doctores de la ley,
sacerdotes y rabinos-, hicieron una lectura de éstas, adaptada y corregida a gusto de las clases dominantes,
de las que muchos de ellos formaban parte. Desde esa plataforma reinterpretaron los Escritos Sagrados.
Con el correr del tiempo, el pueblo no supo ya distinguir entre la ganga y el buen metal, entre lo escrito y
lo nunca dicho. Llegó a creer, en resumen, que estaba escrito lo que jamás profeta alguno había
pronunciado.
Jesús, con su vida y obras, se encargó de deshacer el entuerto. El intento le costó la vida.
Muchos siglos después hemos vuelto a las andadas. Como al pueblo judío, algo similar le ha
sucedido a la Iglesia: ¿Dónde está escrito en el evangelio que la jerarquía tenía que asimilarse a los
poderosos de la tierra y hacer de obispos y cardenales príncipes de este mundo con corte, palacio, poder y
dinero? ¿Dónde que, para ser cristiano, haya que ser de derechas y que, desde las izquierdas, no se pueda
ser creyente? ¿Dónde que los cristianos no se deben meter en política y que sus pastores deben ser
neutrales -ni de derechas ni de izquierdas- para poder ser principio de unidad de los fieles?
¿Dónde está escrito que había que defender a capa y espada el evangelio y que éste debía ser
impuesto por la fuerza, la tradición o la costumbre, en lugar de ser anunciado y libremente aceptado por
quien buenamente quiera? ¿Dónde que dentro de la Iglesia, comunidad de hermanos e iguales, tenga que
haber quienes se constituyan en clase docente y otros sean reducidos a eternos aprendices, con voz pero
sin voto, y las más de las veces incluso sin voz? ¿Dónde que la Iglesia deba dividirse en clero y seglares,
sacando del siglo al clero y haciendo de él una clase aparte, con indumentaria especial incluida, a más de
célibes por imposición? ¿Dónde que mujeres y niños tengan que ser clases marginadas dentro de la institución, reducidas al silencio en las asambleas, a llenar bancos en liturgias multitudinarias y a vestir santos?
¿Dónde que, para evangelizar, haya que ser prudentes y pactar con el poder establecido para que éste dé
una limosna de libertad a quienes nadie puede poner cadenas?
Nada de esto está escrito, aunque hayamos llegado a creerlo de todo corazón.
Ahora me explico que los pobres se hayan llegado a sentir extraños en la Iglesia -que no es tal si no
es pobre y de pobres-, que la clase trabajadora mire con recelo hacia el evangelio, predicado y falsificado
por las instancias eclesiásticas, que las mujeres sean “segundonas” dentro de la organización eclesiástica,
que la imagen del sacerdocio se haya devaluado, que el cristianismo, en la mayoría de los casos, sea ya
cuestión sociológica y no cristocéntrica.
Lo que está escrito en los evangelios va por otros caminos. Jesús lo anunció de sí mismo a sus
discípulos, cuando éstos soñaban en un futuro de triunfo y de poder: «Este hombre tiene que padecer
mucho, tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al
tercer día. Y dirigiéndose a todos dijo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue
cada día con su cruz y me siga; porque si uno quiere salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su
vida por mí, la salvará» (Lc 9,21-24).
Lenguaje extraño, camino de dolor e incomprensión, de amor sin medida que nada tiene que ver
con el poder, la riqueza, el prestigio o los honores, la fuerza y la desigualdad. Nada de eso está en los
Escritos.
II
EL MESIAS NO ES DE «LOS NUESTROS»
No es de los blancos, ni de los negros, ni de los rojos, ni de los azules; ni de los católicos, ni de los protestantes, ni
siquiera de los cristianos. Ni de los creyentes. Pertenece a la humanidad: es «el Humano». Y si es de alguien en especial, es de
todos los que tienen que soportar que su dignidad humana se vea pisoteada.
¿QUIEN DECÍS QUE SOY YO?
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
-El Mesías de Dios.
Pero él les conminó que no lo dijeran absolutamente a nadie...
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Los discípulos no habían comprendido todavía qué clase de Mesías era Jesús. Pensaban,
aprisionados entre el nacionalismo y el triunfalismo, que el Mesías debía ser como ellos lo esperaban: un
triunfador que llevara hasta la gloria a su nación, un caudillo que derrotara y aniquilara a los enemigos de
su pueblo; en definitiva, uno de «los suyos» que les ayudara a prevalecer sobre «los otros». Por eso Jesús les
prohíbe que digan a nadie que él es el Mesías.
Porque él no es ese Mesías que ellos esperan. Lo comprobarán cuando todos los representantes del
poder político, económico y religioso, las mentes más lúcidas y las almas más piadosas de la nación, lo
detengan, lo juzguen y lo entreguen a los romanos para que éstos -los enemigos de su nación, los que
tienen sometido a Israel a la servidumbre- lo ejecuten en el más infamante de los suplicios: «El Hombre
tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, sufrir la
muerte... »
EL HOMBRE
Jesús es el Mesías de Dios. No del Dios propiedad de Israel, sino del Padre que da y asegura la vida
del Hombre Jesús. Y se llama a sí mismo «el hombre», porque él es, ya realizado, el proyecto de hombre
que Dios propone a la humanidad. Y porque quiere presentarse como «hombre», nada más, «como uno de
tantos» (Flp 2,7): sin compromisos de raza, de religión, de familia. Con un único compromiso: el de ser el
hombre que Dios quiere, revelándose así como el Hijo de Dios, para que los hombres puedan, sólo porque
son humanos, vivir como hermanos: «Ya no hay más judío ni griego, esclavo ni libre, varón o hembra,
pues vosotros hacéis todos uno, mediante el Mesías Jesús» (primera lectura).
Por eso va a chocar con los que ponen su poder o su tierra, su dinero, su ciencia o sus devociones
por encima del ser humano. Porque si la persona se constituye en el valor más importante de este mundo,
y eso porque Dios lo quiere así, los ricos, los sacerdotes, los juristas y los santones... van a perder sus
privilegios, van a ver cómo se derrumban sus pedestales. Por eso lo van a matar. Aunque como él es el
Mesías del Dios de la vida, el Padre salvará su vida de la muerte que los enemigos del hombre le harán
sufrir: «El Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes
y letrados, sufrir la muerte y, al tercer día, resucitar».
EL QUE QUIERA VENIRSE
El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y
entonces me siga; porque si uno quiere poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida
por causa mía, ése la pondrá a salvo.
Por eso no presenta un programa atrayente para conseguir muchos adeptos, sino un programa
exigente, para los que se quieran comprometer de verdad en la realización de ese proyecto: «El que quiera
venirse conmigo...»: hay que estar dispuestos a jugárselo todo. Porque la historia de Jesús se volverá a
repetir una y mil veces.
Porque otros nuevos senadores, dueños del dinero y de la tierra, dirán de nuevo que la riqueza es un
regalo de Dios por sus virtudes, por su trabajo. Y querrán un Dios o un Mesías de ellos, que coloque su
derecho de propiedad por encima de los derechos de los hombres pobres.
Y aparecerán nuevos dirigentes que en nombre del poder de Dios -o en nombre de su dios, el poderreducirán a la esclavitud a los hombres débiles.
Y más sacerdotes, que, sirviéndose de Dios, pondrán el hombre a su servicio, y en nombre de los
derechos que ellos dicen de Dios, despreciarán y pisotearán los derechos de los hombres sencillos.
Y juristas, que darán la razón a senadores, gobernantes, sacerdotes... Y explicarán que Dios está con
ellos, con los de arriba, y que las cosas están bien como están, porque son voluntad de Dios. Y que si los
de abajo tienen hambre, que pidan limosna..., si quieren libertad, que pidan permiso..., si quieren ejercer
sus derechos de personas, que, por medio de ellos, pidan perdón a Dios.
Y al que se atreva a decirles que el Dios de Jesús no les pertenece, que el Dios de Jesús se
encuentra en el Hombre, lo juzgarán por revolucionario, lo condenarán por subversivo, lo excomulgarán
por hereje. Pero el Dios del Hombre Jesús, también a ellos les dará la razón y les guardará la vida.
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III
TANTAS OPINIONES COMO CABEZAS
Después de haber dado el signo mesiánico por excelencia («Cuando venga el Mesías -corría de
boca en boca-, habrá comida para todo Israel..., habrá trabajo y bienestar para todos...»), Jesús se retira a
orar él solo, como en otros acontecimientos muy significativos para su ministerio. Está en juego su misión.
Flota en el ambiente una gran expectación: «¿Será el Mesías?» Nadie se atreve a pronunciar esta palabra.
Lleva una carga politizada y peligrosa en exceso. Además, ¡han fracasado tantos que pretendían serlo y que
finalmente han sido aplastados por la máquina de guerra de los romanos! (cf. 13,1-3; Hch 5,36 y 37; 21,38).
¿Y si lo fuese? Los discípulos se lo huelen. Están presentes mientras Jesús reza, pero no participan en la
oración. No comparten en absoluto las reservas de Jesús: «Una vez que estaba orando él solo, se
encontraban con él los discípulos» (Lc 9,18a). Jesús toma la iniciativa. Quiere que se definan. Entre la gente
se barajan toda suerte de opiniones (tres equivalen a todas las habladurías que corrían entre el pueblo). La
mayoría lo tienen por una reencarnación de Juan Bautista. Otros por Elías (que había de preceder a la
venida del Mesías y actuar con procedimientos muy expeditivos). Unos terceros creen que es un profeta de
los antiguos que ha vuelto a la vida (9,19). A nadie, sin embargo, se le ocurre decir que sea el Mesías. La
gente esperaba un Mesías-rey carismático, de casta davídica, con fuerza y poder, con un ejército aguerrido.
Jesús, por el contrario, habla del reino de Dios, pero no lo entronca con David. No tiene a los poderosos
de su lado y no acepta la violencia.
LOS DISCÍPULOS SE QUITAN LA CARETA
Por el tono en que hablan, se adivina que los discípulos no comparten las mil y una opiniones (tres
pareceres, igual a una totalidad) de la multitud. Jesús los acorrala: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
(9,20a). Pedro, en nombre de los Doce, pronuncia la palabra fatídica: «El Mesías de Dios» (9,20b). La
adición «de Dios» (comparadlo con Mc 8,29) no dice simplemente que es el «Ungido por Dios», que se
podría entender como en Mt 16,16 («el Mesías, el Hijo de Dios vivo») en sentido positivo, sino que pone
énfasis en que es el Mesías prometido por Dios con el fin de liberar a Israel de las manos del ejército de
ocupación (véase Lc 23,35). Sólo así se entiende que Jesús, acto seguido, dirigiéndose a los Doce, los
conmine como si fuesen endemoniados (poseídos por una ideología que los fanatiza): «El les conminó y
les ordenó que no lo dijeran absolutamente a nadie» (9,21). ¿Por qué los considera endemoniados? Porque
sabe que han descubierto que es el Mesías, pero que no han hecho ningún progreso en la comprensión del
contenido que él le quiere dar. Por el tono de voz se nota que son unos fanáticos nacionalistas y que
pueden soliviantar las multitudes y hacer fracasar su tarea. Por esto es tan severo con ellos. Fanatismo y
religión se mezclan con frecuencia. Jesús quiere cambiar la historia dando un sentido nuevo a la liberación
que Dios quiere realizar en el hombre. Pero ¿quién le hará caso? Todos tratan de llevar el agua a su molino.
EL MODELO DE HOMBRE SERA UN FRACASO
Primero los ha exorcizado -como quien dice-; después los ha hecho enmudecer; ahora les revela el
destino fatal del Hombre que pretende cambiar el curso de la historia. «Y añadió: “El Hombre tiene que
padecer mucho, tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y, al
tercer día, resucitar"» (9,22). Detrás de este impersonal («tiene que») se adivina el plan de Dios sobre el
hombre: puede tratarse tanto del plan que Dios se ha propuesto realizar como de lo que va a suceder de
forma inevitable, atendiendo a que el hombre es libre. Jesús acepta fracasar como Mesías, como lo aceptó
Dios cuando se propuso crear al hombre dotado de libre albedrío. El fracaso libremente aceptado es el
único camino que puede ayudar al cristiano a cambiar de actitudes frente a los sacrosantos valores del éxito
y de la eficacia. Jesús encarna el modelo de hombre querido por Dios. Cuando lo muestre, sabe que todos
los poderosos de la tierra sin excepción se pondrán de acuerdo: será ejecutado como un malhechor. No
bastará con eliminarlo. Hay que borrar su imagen. En la enumeración no falta ningún dirigente: «los
senadores», representantes del poder civil, los políticos; «los sumos sacerdotes», los que ostentan el poder
religioso supremo, los máximos responsables de la institución del templo; «los letrados», los escrituristas,
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teólogos y canonistas, los únicos intérpretes del Antiguo Testamento reconocidos por la sociedad judía. Lo
predice a los discípulos para que cambien de manera de pensar y se habitúen a ser también ellos unos
fracasados ante la sociedad judía, aceptando incluso una muerte infamante con tal de cumplir su misión.
Pero el fracaso no será definitivo. La resurrección del Hombre marcará el principio de la verdadera
liberación. El éxodo del Mesías a través de una muerte ignominiosa posibilitará la entrada a una tierra
prometida donde no se pueda instalar ninguna clase de poder que domine al hombre.
SER CONSIDERADO UN FRACASADO
ES ACEPTAR LA PROPIA CRUZ
Inmediatamente después Jesús se dirige a todos los discípulos, tanto a los Doce, que ya se habían
hecho ilusiones de compartir el poder del Mesías, como a los otros discípulos: «El que quiera venirse
conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y entonces me siga» (9,23). Jesús pone
condiciones. A partir de ahora es más exigente. Como los discípulos, todos tenemos falsas ideologías que
se nos han infiltrado a partir de los seudovalores de la sociedad en que vivimos. En el seguimiento de Jesús
es preciso asumir y asimilar que las cosas no nos irán bien; es preciso aceptar que nuestra tarea no tenga
eficacia. Ser discípulo de Jesús quiere decir aceptar que la gente no hable bien de ti; incluso que te
consideren un desgraciado o un marginado de los resortes del poder, sea en el ámbito político, religioso o
científico.
IV
La oración, realizada en la compañía de Jesús, es el único instrumento válido que nos prepara a
realizar el camino que va del reconocimiento de Jesús como Profeta a la proclamación del Mesías y desde
ésta a la fe en el misterio del Hijo del hombre.
La primera etapa del recorrido nos conduce a la adhesión a la Persona de Jesús como única
respuesta valedera a nuestras búsquedas más profundas. Con Pedro y, a diferencia de la multitud, debemos
proclamar al Mesías Jesús, nuestro Salvador.
Pero éste nos exige un paso más. El Mesías, concebido muchas veces como un triunfador, a
semejanza de la mentalidad de la sociedad exitista que vivimos, no puede colmar nuestra existencia. Es
necesario recorrer el camino hacia Jerusalén en que tiene lugar la Historia de la Pasión. Esta es la suerte
reservada al Hijo del Hombre y es también la suerte que debe ser asumida por todos sus seguidores si
quieren, como él, ser agentes de transformación de un mundo dominado por la satisfacción de los
egoísmos.
La lucha contra éstos y contra las injusticias que ellos generan nos coloca en el horizonte de la
Pasión, entendida no como complacencia en el propio sufrimiento, sino como una actitud de coraje para
actuar los valores del Reino en un mundo que trata de acallarlos, incluso con el homicidio de sus
portadores.
El martirio es siempre una posibilidad real para los que, en seguimiento de Jesús, asumen su causa.
Dicha causa necesita testigos confiables y en el horizonte de éstos siempre se encuentra la posibilidad de la
entrega de la propia vida en defensa de sus valores.
Lunes 25 de junio
Guillermo
EVANGELIO
Mateo 7, 1-5
7 1No juzguéis y no os juzgarán; 2porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán
con vosotros.
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3
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? 4O ¿cómo
vas a decirle a tu hermano: «Deja que te saque la mota del ojo», con esa viga en el tuyo? 5Hipócrita, sácate primero la viga de
tu ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano.
COMENTARIOS
I
En esta sección del discurso se trata de criterios que han de tener vigencia en la comunidad y a los
que deben ajustarse los que pretendan pertenecer a ella.
Comienza con un severo aviso contra los que rompen toda relación con otra persona, basándose
en defectos que en ella encuentran. Dios interrumpe su relación con aquel que la interrumpe con su
prójimo (cf. 6,14s). Quien practica la crítica implacable pierde toda lucidez. La viga en el propio ojo es la
falta de amor con que se juzga a los demás, que impide toda visión objetiva. Sólo con amor se puede
ayudar eficazmente.
Jesús previene contra la imitación («hipócritas») del espíritu fariseo, que dictaminaba sobre la
bondad o maldad de los hombres (cf. 6,2.5.16) según sus criterios legalistas. Nadie puede ayudar al «malo»
asumiendo la condición de «bueno».
II
El ejemplo de la viga en el ojo propio es ilustrativo del no juzgar para no ser juzgados. Puede
tratarse de un proverbio popular aplicado al Evangelio. La aguda observancia de las faltas de los demás,
combinada con la complacencia hacia el propio carácter, es el tema común de muchos proverbios en todas
las culturas. Estos versículos no afirman, en modo alguno, que el principio de no juzgar signifique
únicamente la invitación a no ver la viga propia en el trato con los demás. Juzgar al prójimo significa hablar
mal de él o juzgar mal; esto equivale a despreciar la ley del amor. Debemos ver, y a veces decir, lo que es
condenable en una acción; pero no debemos juzgar la responsabilidad del otro ni sus intenciones que sólo
Dios conoce. De esta manera, el contenido del texto está puesto para resaltar que el que juzga pasa a ser
juzgado, porque sólo a Dios corresponde juzgar a los hombres. El hombre, al hacerlo, se atribuye un
poder que no es suyo.
En la práctica, esto puede plantear muchos problemas. ¿No nos llevaría a una tolerancia excesiva?
No podríamos corregir las fallas de los demás por no tener la suficiente autoridad moral para hacerlo. El
tema no se puede resolver sólo con estas palabras que nos transmite Mateo, porque Jesús plantea a lo largo
de todo el evangelio la corrección fraterna como algo posible y obligatorio al interior de la vida cristiana.
Lo que sí queda claro es que Jesús no admitiría nunca que una persona corrija a otra considerándose
perfecta; con orgullo y dureza.
Martes 26 de junio
Pelayo
EVANGELIO
Mateo 7, 6. 12-14
6
No deis lo sagrado a los perros ni les echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen, y además se vuelvan
y os destrocen.
12
En resumen: Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso
significan la Ley y los Profetas.
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13
Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que llevan a la perdición, y muchos
entran por ellas. 14¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la vida! Y pocos dan con ellos.
COMENTARIOS
I
v. 6: No deis lo sagrado a los perros ni les echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen, y además se
vuelvan y os destrocen.
Prudencia. No hay que comunicarlo todo a los hombres de mala voluntad. Aunque el discípulo no
excluya a nadie de su amor (5,38.43-48), no por eso ha de ser ciego a la actitud de los demás. El perro y el
cerdo eran animales impuros; podrían representar a los que no son «limpios (puros) de corazón», es decir,
a los que por buscar su propio interés cometen la injusticia contra el prójimo. «Lo santo» es lo que
pertenece a Dios; «vuestras perlas» designa la misma realidad como patrimonio de los discípulos y
destacando su inmenso valor. El mensaje, propuesto a los que por su modo de proceder son enemigos
declarados de él, puede provocar reacciones violentas.
v. 12: En resumen: Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso
significan la Ley y los Profetas.
La Ley y los Profetas (= el AT), considerados antes como profecía del reinado de Dios (5,17), son
presentados ahora como código de moralidad. Jesús resume toda la enseñanza moral de esos escritos en el
amor que busca el interés del prójimo como el propio. El amor al prójimo requiere iniciativa más allá de la
casuística. El principio no puede considerarse exclusivo de la cultura judía; representa una norma de
moralidad universal. Jesús no viene a fundar una nueva doctrina moral, sino a infundir el Espíritu (3,11);
éste hará que el hombre llegue a una entrega tan total como la suya.
La Ley y los Profetas eran profecía del reinado de Dios que va a ser realidad por la obra de Jesús y
los suyos (5,17s; cf. 11,13). De ellos se deduce también la norma de moralidad que ha de regir en la nueva
sociedad humana (el reinado de Dios) y cuya práctica hará posible Jesús comunicando su Espíritu.
vv. 13-14: Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que llevan a la perdición, y
muchos entran por ellas. 14¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la vida! Y pocos dan con ellos.
. Expone Jesús la necesidad de la decisión personal para entrar en el reino (= la vida). No hay que
dejarse arrastrar por lo que todos hacen; hay que salirse de la corriente para atinar con la vida. No es difícil
entrar por la puerta angosta; sólo que la mayoría de los hombres, deslumbrados por lo más aparente, ni se
da cuenta de que existe.
II
"No den lo santo a los perros, ni le echen sus perlas a los cerdos", tiene muchas dificultades para su
interpretación. No es claro lo que se oculta detrás de la imagen. Sea cual fuere la intención original de la
sentencia, en Mateo se refiere con toda probabilidad a la proclamación y la enseñanza del Evangelio. En
esta hipótesis, los perros y los cerdos difícilmente podrían ser otros que quienes en Mateo se muestran
menos acogedores para con la Buena Noticia: los escribas y los fariseos. En esta línea podríamos decir que
las palabras de Jesús se convierten para los futuros discípulos en una advertencia, a fin de evitar que,
entusiasmados y con ganas de que Jesús termine de proclamar y enseñar el Evangelio, se apresuren a
anunciar su mensaje a todo el mundo, indiscriminadamente. O que una vez formada la comunidad
cristiana, puedan sentirse inclinados a admitir dentro de ella a cualquier persona. Las palabras son duras,
pero suponen una llamada de atención.
El v. 12 nos presenta otra sentencia como resumen del sermón de la montaña y "regla de oro" para
el cristiano. Después de tantos temas que Jesús nos presenta en su enseñanza, sólo bastaría recordar esta
idea: "Por tanto, todo cuanto quieran que los otros les hagan, háganlo también ustedes a ellos: porque esta
es la ley y los profetas". Basta fijarse en el prójimo y en uno mismo para actuar correctamente. Las
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relaciones entre los hombres deben estar construidas en la concordia y en el respeto como hermanos para
que se haga efectiva la realidad de que somos hijos de un mismo Padre. Este es el mejor resumen: que la
familia de los hijos de Dios, dividida por los legalismos crueles, por una falsa práctica de la piedad, por un
absurdo amor al dinero, se reúna de nuevo con su Padre.
Miércoles 27 de junio
Cirilo
EVANGELIO
Mateo 7, 15-20
15
Cuidado con los profetas falsos, esos que se os acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. 16Por sus
frutos los conoceréis; a ver, ¿se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos?
17
Así, los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. 18Un árbol sano no puede dar
frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos, 19y todo árbol que no da fruto bueno se corta y se echa al fuego. 20Total,
que por sus frutos los conoceréis.
COMENTARIOS
I
vv. 15-16: Cuidado con los profetas falsos, esos que se os acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos
rapaces. 16Por sus frutos los conoceréis; a ver, ¿se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos?
Previene Jesús contra el engaño de las palabras. Hay quienes llegan a la comunidad pretendiendo
falsamente hablar en nombre de Dios (falsos profetas). De los profetas falsos, se contrasta la suavidad de
su lenguaje (ovejas) con su realidad interior (lobos rapaces), que los caracteriza como individuos que
buscan sin escrúpulos su propio interés. El criterio para distinguirlos es su modo de obrar.
vv. 17-19: Así, los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. 18Un árbol sano no
puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos, 19y todo árbol que no da fruto bueno se corta y se echa al fuego.
Para Jesús, las obras brotan espontáneamente de la realidad interior. No moldean ellas la índole del
hombre (doctrina farisea), sino que son el reflejo infalible de sus actitudes profundas. El obrar no
determina la actitud, sino que nace de ella.
Vuelve el tema de la limpieza de corazón (5,8; cf. 15,19). No hay vida interior independiente de la
exterior: las obras delatan lo interior del hombre.
No valen, por tanto, las protestas de ortodoxia ni la dulzura de las palabras, sino la realidad de la
conducta. La insistencia sobre las plantas sin fruto y sobre el fruto bueno y malo ponen la advertencia de
Jesús en el terreno de lo que sirve o no sirve para la vida. Los falsos profetas tienen un influjo dañino
sobre la comunidad, y quien produce muerte está destinado a la muerte (19).
v. 20: Total, que por sus frutos los conoceréis.
Este colofón repite el criterio expuesto antes (v. 16), mostrando su importancia. Lo que no
contribuye a la vida no es de Dios. Pueden identificarse estos falsos profetas con los que se eximen de
«uno de estos mandamientos mínimos y lo enseñe así a los hombres»
La comparación con el fruto y el árbol, y la suerte del árbol malo, ya presentes en la predicación del
Bautista (3,8.10), hacen ver que la metáfora del árbol que da frutos malos se refiere a los que no han hecho
una enmienda sincera, es decir, a los que no han hecho más que exteriormente la opción propuesta por
Jesús en las bienaventuranzas (cf. 7,26s). Estos procedieron con la comunidad cristiana como pretendían
hacer los fariseos y saduceos respecto al bautismo de Juan (3,7): aparentar la enmienda (bautismo) sin
romper realmente con la injusticia del pasado. Mateo denuncia, pues, la infiltración en la comunidad
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cristiana de la hipocresía farisea (decir, pero no hacer, cf. 23,3), como lo hará de nuevo en la perícopa
siguiente y en otros pasajes (cf., p. ej., 13,36-43; 22,11-14).
II
De nuevo Jesús hace una advertencia a sus discípulos y llama la atención sobre un peligro que
puede acechar a la comunidad: el problema de los falsos profetas.
Mateo da una norma a la comunidad para saber reconocerlos: la calma prudente. Saber esperar hasta
que cada cual vaya dando sus frutos. Entonces se verán los actos concretos que distinguen al verdadero del
falso profeta. La clave para detectar a los "falsos profetas" son, pues, sus obras.
El texto hace una comparación de los "falsos profetas" con espinos y cardos, para desacreditarlos de
ese modo. Luego refuerza la imagen anterior con otra comparación: la del árbol y los frutos, a fin de dar
mayor precisión a su mensaje sobre lo bueno y lo malo, lo cual hace pensar directamente en los actos del
hombre. Esta idea la amplía diciendo que los árboles que no dan buenos frutos son arrojados al fuego; es
decir, que a los "falsos profetas" les espera el juicio destructor de Dios. Con una nueva invitación a
desenmascarar a los lobos vestidos con piel de oveja a través de sus obras, el evangelista redondea la
primera parte del texto.
En teoría, tenemos un criterio bastante claro para dilucidar quién es el verdadero profeta: el que nos
orienta de acuerdo con el mensaje y la forma de vida de Jesús. En la práctica puede que este criterio no
funcione. Sin embargo, estamos llamados a estar atentos y a no dejarnos entusiasmar por tantos personajes
que se cubren con el ropaje de Jesús y en su mensaje nos llevan a fomentar divisiones, mentiras y
favoritismos, aun en el campo religioso; estas actitudes nos ponen en contra del verdadero contenido
evangélico.
Jueves 28 de junio
Ireneo
EVANGELIO
Mateo 7, 21-29
21
No basta decirme: «¡Señor, Señor!», para entrar en el reino de Dios; no, hay que poner por obra el designio de
mi Padre del cielo.
22
Aquel día muchos me dirán: «Señor, Señor, ¡si hemos profetizado en tu nombre y echado demonios en tu nombre
y hecho muchos prodigios en tu nombre!» 23Y entonces yo les declararé: «Nunca os he conocido. ¡Lejos de mí los que
practicáis la iniquidad!»
24
En resumen: Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece al hombre sensato que
edificó su casa sobre roca. 25Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa; pero no se
hundió, porque estaba cimentada en la roca.
26
Y todo aquel que escucha estas palabras mías pero no las pone por obra se parece al necio que edificó su casa
sobre arena. 27Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos, embistieron contra la casa y se hundió. ¡Y qué hundimiento tan grande!
28
Al terminar Jesús este discurso, las multitudes estaban impresionadas de su enseñanza, 29porque les enseñaba
con autoridad, no como sus letrados.
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COMENTARIOS
I
vv. 21-23. De nuevo, en otro sentido, el primado de las obras sobre las palabras. No basta el
devoto reconocimiento de Jesús, hay que vivir cumpliendo el designio del Padre del cielo (cf. 12,50). La
adición «del cielo» y el término «designio» ponen este aviso en relación con la primera parte del
Padrenuestro (6,9s), que, a su vez, remite a la práctica de las bienaventuranzas. Jesús no quiere discípulos
que cultiven sólo la relación con él, sino seguidores que, unidos a él, trabajen por cambiar la situación de la
humanidad.
Después de enunciar el principio afirma Jesús que serán muchos los que «aquel día», el que nadie
conoce (25,13), lo llamarán «Señor, Señor», aduciendo sus obras para encontrar acogida. Las obras que se
citan: «haber profetizado», «haber expulsado demonios» y «haber realizado milagros», fueron hechas
«por/con su nombre», es decir, invocando la autoridad de Jesús. Este, sin embargo, no las acepta;
considera esas obras, no solamente sin valor, sino como propias de malhechores. El término anomia,
iniquidad, es el que Jesús aplica a los letrados y fariseos hipócritas (23,28), y la frase de rechazo se
encuentra en Sal 6,9, donde los malhechores son los que oprimen al justo y le procuran la muerte. Esta
perícopa, en cuanto a su sentido, no está lejos de la anterior (15-20). Estos que cumplen acciones
extraordinarias y que llevan en sus labios el nombre del Señor, tienen una actividad que, aunque
aparentemente laudable, es en realidad inicua, porque no nace del amor ni tiende a construir la humanidad
nueva según el designio del Padre (21). El semitismo «Nunca os he conocido» es una fórmula de rechazo
total; equivale a decir que esas personas no significan nada para el que habla (cf. 25,12).
vv. 24-29. El discurso termina con una parábola compuesta de dos miembros contrapuestos. Jesús
habla de dos clases de hombres que han oído el discurso precedente. La diferencia entre ellos se centra en
llevar o no llevar a la práctica la doctrina escuchada. «La casa» que pertenece al hombre («su casa»)
representa al hombre mismo. El éxito de su vida y la capacidad para mantenerse firme a través de los
desastres, que pueden identificarse con las persecuciones, depende de que su vida tenga por cimiento una
praxis acorde con el mensaje de Jesús, cuyo punto culminante han sido las bienaventuranzas. Se descubre
una alusión a los individuos retratados en la perícopa anterior (21-23). Jesús ha hablado como maestro; su
doctrina expresa el designio del Padre sobre los hombres (7,21). Toca al hombre no sólo entenderla, sino
llevarla a la práctica. De ello depende el éxito o la ruina de su propia vida.
Las multitudes que lo habían seguido antes de comenzar el discurso han escuchado la exposición
de Jesús y su reacción es de asombro. Acostumbrados a la enseñanza de los letrados, que repetían la
doctrina tradicional apoyándose en la autoridad de los antiguos doctores, notan en Jesús una autoridad
diferente. No se apoya en la tradición; expone su doctrina interpretando, corrigiendo o anulando las
antiguas prescripciones. La alusión a los letrados, mencionados en el discurso, es polémica. Ante la
enseñanza de Jesús, la de los letrados ha perdido su autoridad. Lo que ellos proponían como tradición
divina deja de aparecer tal a los ojos de las multitudes que han escuchado a Jesús. La doctrina oficial cae en
el descrédito.
Se cierra el contexto del discurso mencionando que grandes multitudes siguen a Jesús después de
su enseñanza, en paralelo con las que lo siguieron hasta el lugar del discurso (4,25; 5,1). La enseñanza tan
nueva y radical de Jesús no ha hecho disminuir su popularidad.
II
Las palabras de Jesús en este Evangelio son un llamado y reto para la acción; no son mera doctrina.
El desafío que nos plantea es serio; si no se acepta, el fracaso es grande: "grande es la caída". La parábola
habla de dos constructores de casa. El hombre sabio y sensato que construye su casa sobre cimiento
rocoso porque escucha y pone en práctica la palabra de Dios, se contrapone al hombre necio e insensato
que construye su casa sobre suelo arenoso porque no escucha ni pone en práctica la palabra de Dios. Los
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dos construyen la casa, edifican su vida. El que se apoya en el Señor no tiene miedo a la tempestad; lo
contrario le ocurre al insensato. De esta manera Mateo nos quiere decir que es la acción, no el
conocimiento o la profesión de fe, la que proporciona una base segura para la vida del discípulo.
Así pues, vivir el sermón de la montaña no es cuestión de palabras ni de obras portentosas; ni de las
palabras más grandes, como la confesión de fe "Jesús es el Señor", ni de obras extraordinarias como
profetizar, echar demonios o hacer milagros. Lo que Dios quiere es que se cumpla su voluntad. Y eso se
hace a través de las cosas más sencillas y cotidianas, como las que Jesús les enseñó a sus discípulos en todo
el discurso.
Viernes 29 de junio
Pedro y Pablo, Apóstoles
EVANGELIO
Mateo 6, 13-19
13
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
-¿Quién dice la gente que es el Hombre?
14
Contestaron ellos:
-Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
15
El les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
16
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
17
Jesús le respondió:
-¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo.
18
Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad y el poder de la muerte no la derrotará. 19Te
daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en el cielo.
COMENTARIOS
I
v. 13: Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo
del hombre?
El paso a la parte pagana del lago (16,5) tenía por objeto salir del territorio judío. Cesarea de Filipo
era la capital del territorio gobernado por este tetrarca, hermano de Herodes Antipas (cf. Lc 3,1). Para
proponer a sus discípulos la cuestión de su identidad, Jesús los saca del territorio donde reina la
concepción del Mesías davídico.
Primera pregunta: cuál es la opinión de la gente (los hombres) sobre Jesús («el Hijo del hombre»).
El Hijo del hombre es el portador del Espíritu de Dios (cf. 3,16s); por contraste, «los hombres» en general
son los que no están animados por ese Espíritu, los que no descubren la acción divina en la realidad de
Jesús.
«El Hijo del hombre/este Hombre» es una expresión que se refiere claramente a Jesús, en paralelo
con la primera persona («yo») de la pregunta siguiente (15). Este pasaje muestra con toda evidencia que Mt
no interpreta «el Hijo del hombre» como un título mesiánico. Resultaría ridículo que Jesús, cuando va a
proponer a los discípulos la pregunta decisiva, les dé la solución por adelantado; incomprensible sería,
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además, la declaración de que Pedro había recibido tal conocimiento por revelación del Padre (17), si Jesús
mismo se lo había dicho antes.
v. 14: Contestaron ellos: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
La gente asimila a Jesús a personajes conocidos del AT: una reencarnación de Juan Bautista (cf.
14,2) o Elías, cuyo retorno estaba anunciado por Mal 3,23; Eclo 48,10. En todo caso, ven en Jesús una
continuidad con el pasado, un enviado de Dios como los del AT. No captan su condición única ni su
originalidad. No descubren la novedad del Mesías ni comprenden, por tanto, su figura.
v. 15: El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pregunta a los discípulos, que han acompañado a Jesús en su actividad y han recibido su enseñanza.
Simón Pedro (nombre más sobrenombre por el que era conocido, cf. 4,18; 10,2) toma la iniciativa y se
hace espontáneamente el portavoz del grupo.
Las palabras de Pedro son una perfecta profesión de fe cristiana. Mt no se contenta con la
expresión de Mc 8,29: «Tú eres el Mesías», que Jesús rechaza por reflejar la concepción popular del
mesianismo (cf. Lc 9,20: «el Mesías de Dios» «el Ungido por Dios»). La expresión de Mt la completa,
oponiendo el Mesías Hijo de Dios (cf. 3,17; 17,5) al Mesías hijo de David de la expectación general.
«Hijo» se es no sólo por haber nacido de Dios, sino por actuar como Dios mismo. «El hijo de
Dios» equivale a la fórmula «Dios entre nosotros» (1,23).
«Vivo» (cf. 2 Re 19A.16 [LXX], Is 37, 4.17; Os 2,1; Dn 6,21) opone el Dios verdadero a los ídolos
muertos; significa el que posee la vida y la comunica: vivo y vivificante, Dios activo y salvador (Dt 5,26; Sal
84,3; Jr 5,2). También el Hijo es, por tanto, dador de vida y vencedor de la muerte.
vv. 16-17: Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo.
A la profesión de fe de Simón Pedro responde Jesús con una bienaventuranza. Llama a Pedro por
su nombre: «Simón». «Bar-Jona» puede ser su patronímico: hijo de Jonás; se ha interpretado también como
«revolucionario», en paralelo con Simón el Fanático o zelota (10,4). Jesús declara dichoso a Simón por el
don recibido. Es el Padre de Jesús (correspondencia con «el Hijo de Dios vivo») quien revela a los
hombres la verdadera identidad de éste. Es el Padre quien revela el Hijo a la gente sencilla y el Hijo quien
revela al Padre.
Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y entendidos, y ha recibido esa
revelación. Es decir, los discípulos han aceptado el aviso de Jesús de no dejarse influenciar por la doctrina
de los fariseos y saduceos (16,12) y están en disposición de recibir la revelación del Padre, es decir, de
comprender el sentido profundo de las obras de Jesús, en particular de lo expresado en los episodios de los
panes (cf. 16,9s). Han comprendido que su mesianismo no necesita más señales para ser reconocido. La
revelación del Padre no es, por tanto, un privilegio de Pedro; está ofrecida a todos, pero sólo los «sencillos»
están en disposición de recibirla. Se refiere al sentido de la obra mesiánica de Jesús.
«Mi Padre del cielo» está en paralelo con «Padre nuestro del cielo» (6,9). Los que reciben del Padre
la revelación sobre Jesús son los que ven en Jesús la imagen del Padre (el Hijo), y los que reciben de Jesús
la experiencia de Dios como Padre (bautismo con Espíritu Santo) pueden invocarlo como tal.
v. 18: Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad y el poder de la muerte no la
derrotará.
Jesús responde a la profesión de fe de Pedro (16: «Tú eres»; 18: «Ahora te digo yo: Tú eres»). Lo
mismo que, en la declaración de Pedro, «Mesías» no es un nombre, sino indica una función, así «Piedra» en
la declaración de Jesús.
Hay en ella dos términos, «piedra» y «roca», que no son equivalentes. En griego, petros es nombre
común, no propio, y significa una piedra que puede moverse e incluso lanzarse (2 Mac 1,16; 4,41: piedras
que se arrojan). La «roca», en cambio, gr. petra, es símbolo de la firmeza inconmovible. En este sentido usa
Mt el término en 7,24.25, donde constituye el cimiento de «la casa», figura del hombre mismo.
De hecho, los pasajes de 7,24s y 16,16-18 están en paralelo. En el primero se trata de la vida
individual del seguidor de Jesús; en el segundo, de la vida de su comunidad. La primera se concibe como
una casa; la segunda, como una ciudad (iglesia) (cf. 27,53), es decir, como una sociedad humana.
En este pasaje expone Mt su tratado sobre la fe en Jesús. Esta es la que permite la construcción de
una sociedad humana nueva, la «iglesia de Jesús» o Israel mesiánico (cf. ekklesía, la asamblea del Señor del
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antiguo Israel, Dt 23,2-4; Jue 20,2), que equivale al reinado de Dios en la tierra, al reino del Hombre
(13,41). Su base inamovible es la fe en Jesús como Mesías hijo de Dios vivo. Todo el que dé tal adhesión a
Jesús será «piedra» utilizable para la construcción de la ciudad.
«El poder de la muerte», lit. «las puertas del Abismo», o reino de la muerte. Se representa el reino
de la muerte como una ciudad rival, como una plaza fuerte con puertas que representan su poder y que
combate la obra de Jesús (cf. Is 38,10; Job 38,17; Sal 9,14; 107,18; Sab 16,13). «No la derrotará» indica la
victoria sobre la muerte, la indefectibilidad de la ciudad de Jesús, la permanencia del reino de Dios; pero no
solamente en su etapa terrestre, sino incluso a través de la muerte misma, Jesús es el dador de vida («el
Hijo de Dios vivo») y su obra no puede estar sujeta a la muerte. Se refleja aquí el contenido de la última
bienaventuranza, que anunciaba la persecución para los que son fieles a la opción propuesta por Jesús
(5,10s). También otros pasajes, por ej., el ya citado de 7,24s y el de 10,28, sobre no temer a los que pueden
matar el cuerpo.
v. 19: Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en
la tierra quedará desatado en el cielo.
. Con dos imágenes paralelas se describen ciertas funciones de los creyentes. En la primera, el reino
de Dios se identifica con la iglesia o comunidad mesiánica. Continúa la imagen de la ciudad con puertas.
Los creyentes, representados por Pedro, tienen las llaves, es decir, son los que abren o cierran, admiten o
rechazan (cf. Is 22,22). Se opone esta figura a la que Jesús utilizará en su denuncia de los fariseos (23,13),
quienes cierran a los hombres el reino de Dios. La misión de los discípulos es la opuesta: abrirlo a los
hombres.
Sin embargo, no todos pueden ser admitidos, o no todos pueden permanecer en él, y esto se
explicita en la frase siguiente. «Atar, desatar» se refiere a tomar decisiones en relación con la entrada o no
en el reino de Dios. La expresión es rabínica. Procede de la función judicial, que puede mandar a prisión y
dejar libre. Los rabinos la aplicaron a la explicación de la Ley con el sentido de declarar algo permitido o
no permitido. Pero, en este pasaje, el paralelo con las llaves muestra que se trata de acción, no de enseñanza.
El pasaje no está aislado en Mt. Su antecedente se encuentra en la curación del paralítico, donde los
espectadores alababan a Dios «por haber dado tal autoridad a los hombres» (9,8). La «autoridad» de que
habla el pasaje está tipificada en Jesús, el que tiene autoridad para cancelar pecados en la tierra (9,6). Esa
misma es la que transmite a los miembros de su comunidad («desatar»). Se trata de borrar el pasado de
injusticia permitiendo al hombre comenzar una vida nueva en la comunidad de Jesús. Otro pasaje que
explica el alcance de la autoridad que Jesús concede se encuentra en 18,15-18. Se trata allí de excluir a un
miembro de la comunidad («atar») declarando su pecado.
Resumiendo lo dicho: Simón Pedro, el primero que profesa la fe en Jesús con una fórmula que
describe perfectamente su ser y su misión, se hace prototipo de todos los creyentes. Con éstos, Jesús
construye la nueva sociedad humana, que tiene por fundamento inamovible esa fe. Apoyada en ese
cimiento, la comunidad de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas, representadas
por los perseguidores. Los miembros de la comunidad pueden admitir en ella (llaves) y así dar a los
hombres que buscan salvación la oportunidad de encontrarla; pueden también excluir a aquellos que la
rechazan. Sus decisiones están refrendadas por Dios mismo.
II
¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?. La pregunta de Jesús está orientada a saber cuál
es la impresión que tiene la gente sobre sus palabras y acciones; y los discípulos se refieren a tres diversas
interpretaciones de su personalidad y dan una vaga opinión genérica sobre él.
La primera pregunta fue dirigida a los discípulos únicamente como preparación pedagógica. Ellos
constituyen un círculo diferenciado del de "los hombres", es decir, del pueblo o de "las multitudes". Luego
les vuelve a preguntar: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". En esta pregunta decisiva el acento de la
intención está cargado sobre el pronombre "ustedes". ¿Acaso Jesús quiere saber si las opiniones de la gente
coinciden con la de los discípulos que han tenido la gracia de "ver" y "oír"?
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Este es el momento crucial en el desarrollo de la catequesis evangélica. Pedro actúa como "boca de
los apóstoles" respondiendo en nombre de todos. Su respuesta constituye una verdadera profesión de fe
formulada en dos incisos: "Tú eres el Mesías", "Tú eres el Hijo de Dios vivo". La profesión de fe del
discípulo genera en Jesús una respuesta de alabanza: "Bienaventurado eres Simón..." y la imposición de un
nuevo nombre: "Pedro", lo cual equivale a señalar un destino nuevo y a proclamar que se hará realidad.
Este texto no podemos interpretarlo en los términos de una ceremonia de "paso de mando", ni
mucho menos como justificación de las estructuras de poder en las que se construyó la iglesia a lo largo de
la historia. El texto lo debemos entender desde la perspectiva mesiánica de Jesús como entrega de la propia
vida en rescate de todos. Por tanto, que la memoria de Pedro y de Pablo, verdaderos discípulos de Jesús y
mártires de la Iglesia, nos enseñen a vivir el Evangelio desde el servicio, la fraternidad y la unidad entre los
cristianos, que sus vidas sean testimonio de entrega y modelo autentico de vida eclesial.
Sábado 30 de junio
Adolfo
EVANGELIO
Mateo 8, 5-17
5
Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión 6rogándole:
-Señor, mi criado está echado en casa con parálisis, sufriendo terriblemente.
7
Jesús le contestó:
-Voy yo a curarlo.
8
El centurión le replicó:
-Señor, yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra tuya para que mi criado se cure.
9
Porque yo, que estoy bajo la autoridad de otros, tengo soldados a mis órdenes, y si le digo a uno que se vaya, se va; o a otro
que venga viene; y si le digo a mi siervo que haga algo, lo hace
10
Al oír esto, Jesús dijo admirado a los que lo seguían:
-Os aseguro que en ningún israelita he encontrado tanta fe. 11Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente
a sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de Dios; 12en cambio a los destinados al reino los echarán
afuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
13
Y al centurión le dijo:
-Vete; lo que has creído que se te cumpla.
Y en aquel momento se puso bueno el criado.
14
Al llegar Jesús a casa de Pedro encontró a la suegra echada con fiebre, 15le tocó la mano y se le pasó la fiebre;
ella se levantó y se puso a servirle.
16
Al anochecer le llevaron muchos endemoniados; con su palabra expulsó a los espíritus y curó a todos los en17
fermos, para que se cumpliese lo que dijo el profeta Isaías:
El tomó nuestras dolencias
y quitó nuestras enfermedades (Is 53,4).
COMENTARIOS
I
vv. 5-13. Jesús vuelve a Cafarnaún, ciudad donde se había instalado (4,13). La escena que sigue
tiene relación con la anterior. El centurión pagano es también religiosamente impuro, por no pertenecer al
pueblo de Israel. No se debía entablar conversación con paganos ni mucho menos ir a su casa (cf. Hch
10,28). El pagano ruega a Jesús por un criado que tiene en casa paralítico con grandes dolores. Después del
episodio del leproso, que muestra que Jesús no respeta las prohibiciones de la Ley sobre lo impuro, hay
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que interpretar la reacción de Jesús como positiva: está dispuesto a ir a casa del pagano y curar al enfermo.
La salvación que Jesús trae es universal y no reconoce fronteras entre hombres o pueblos. El centurión, en
su respuesta, se declara indigno de recibir en su casa a Jesús. Es consciente de su inferioridad como
pagano, pero eso le da ocasión para mostrar la calidad de su fe. Acostumbrado a ser obedecido, ve en Jesús
una autoridad absoluta capaz de sacar al hombre de la parálisis. No hay acción de Jesús con el enfermo, el
centurión le pide solamente una palabra. Alude Mt a la misión entre los paganos, que, sin haber tenido
contacto directo con Jesús, experimentan la salvación que de él procede. El hecho de no ir a la casa
adquiere entonces todo su relieve. La presencia física de Jesús no es necesaria. La salvación de los paganos
se realizará a través del mensaje.
La fe del pagano suscita la admiración de Jesús y da pie al contraste con la poca adhesión que
encuentra en Israel. Jesús ve que su mensaje va a suscitar mejor respuesta entre los no judíos que entre los
israelitas.
El banquete es símbolo del reino de Dios. La curación del criado del centurión va a mostrar que la
salvación se extiende a los no judíos. Aparecen éstos en el reino en unión con los tres patriarcas, que
presiden el banquete. Los paganos se incorporan al pueblo de Israel.
Los israelitas, que tenían derecho prioritario para entrar en el reino, por su falta de fe, es decir, por
no reconocer en Jesús al «Dios entre nosotros» (1,23), serán excluidos del reino. «El llanto y el rechinar de
dientes» es una figura usada por Mt para indicar la frustración definitiva (cf. 13,42). La fe en Jesús es
condición necesaria y suficiente para ser ciudadanos del reino; se derriba la barrera entre Israel y los otros
pueblos.
Jesús responde al centurión y su palabra tiene eficacia inmediata (13). En el contexto de la misión
entre los paganos, Mt muestra la eficacia de la palabra/mensaje de Jesús para sacar al hombre de su estado
sin esperanza.
vv. 14-15. Pedro es llamado por su sobrenombre, ya mencionado en 4,18. «Servir a Jesús» (=
colaborar con Jesús) se ha afirmado de «los ángeles» en el desierto (4,11). Este es el efecto de la curación.
La situación de la suegra antes de ser curada es equivalente a la de un paralítico (cf. 9,2), es decir, está
imposibilitada para toda actividad. «La fiebre» impide la actividad, su ausencia permite colaborar con Jesús.
Esta oposición muestra el sentido teológico de la perícopa. «La fiebre», mencionada dos veces (en gr. con
verbo y sustantivo de la misma raíz), se asimila por su etimología al «fuego» (gr. pur; fiebre: puressousa,
puretos). Esta fiebre/fuego que impide colaborar con Jesús en la obra a que llama (4,19: «pescadores de
hombres), ha de ponerse en relación con «el fuego» mencionado tres veces por Juan Bautista (fuego del
castigo, 3,10.11.12; cf. Eclo 48,1.3.9). «La suegra» representa, pues, al grupo humano al que Pedro se ha
vinculado libremente y que profesa la concepción mesiánica propia del Bautista, la de un Mesías reformista
violento, que ejercería inmediatamente un juicio sobre los malvados o pecadores (cf. el «fuego/celo de
Elías», Eclo 48,12.4; 1 Re 19,10.14). La curación de «la suegra» representa el intento de Jesús de liberar a
Pedro de esa concepción que le impediría el verdadero seguimiento. Basta su contacto «en la
mano/brazo», símbolo de la actividad, para liberarla. La perícopa cuadra bien en este contexto, donde
Jesús acaba de derribar la barrera que separaba a puros de impuros (2-4), a israelitas de paganos (5-13).
Para la misión pagana que va a comenzar, es necesario liberar al discípulo de su mentalidad nacionalista.
vv. 16-17. Efecto de la palabra de Jesús, ya expuesto antes (vv. 8.13) a propósito de la curación del
pagano y que se verificará después (8,32) con unos endemoniados también paganos. La fuerza de Jesús
está presente en su palabra. «Los espíritus» son agentes que despersonalizan al hombre y que Mt aún no
define. Jesús cura a todos los enfermos. Mt ve en esto el cumplimiento de Is 53,4, que trata del Siervo de
Yahvé. No se atiene, sin embargo, ni al texto hebreo ni a los LXX; modifica significativamente el texto del
profeta (hebreo: «soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores»; griego: «él lleva nuestros
pecados y sufre por nosotros»); habla simplemente de «tomar/quitar» (para el sentido de bastazô en aoristo,
cf. 3,11). El contexto del cántico del Siervo, que trata de sus sufrimientos y muerte (Is 52,13-53,12),
muestra que Mt alude a la pasión y muerte de Jesús; será entonces cuando él quite las dolencias y
enfermedades de la humanidad. Aparece el sentido que Mt quiere dar a las curaciones: son expresión de la
salvación integral que efectuará Jesús.
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II
La actitud del centurión causa admiración en Jesús y su respuesta pone en contraste la incredulidad
de los judíos con la fe del pagano carente de toda instrucción. Esta fe que Jesús exige es un impulso de
confianza y de abandono por el cual el hombre renuncia a apoyarse en sus pensamientos y sus fuerzas,
para abandonarse a la palabra y al poder de Aquel en quien cree. De igual manera, la sentencia en tono
escatológico que Jesús pronuncia, quiere comparar la alegría del tiempo mesiánico con la imagen de un
banquete donde los gentiles serán admitidos a sentarse junto con los verdaderos israelitas, en la misma
mesa del banquete mesiánico preparado por Dios.
En los vv. 14-15 encontramos la curación de la suegra de Pedro. El texto dice que se encuentra
postrada en cama y con fiebre, pero no dice que está enferma y que Jesús la curó. Sólo insiste en que ella
tiene fiebre y que esta fiebre le impide toda actividad y en particular el servicio a los demás, característica
de los que siguen a Jesús, y que dicha actividad se ejercerá apenas la fiebre desaparezca. Liberar de la fiebre
significa capacitar para el servicio, para el seguimiento, para asumir la causa de Jesús en la construcción de
su Reino a través del amor entre los miembros de la comunidad.
Finalmente, en los vv. 16-17, el texto nos dice que Jesús expulsó a los espíritus de los endemoniados
y curó a los enfermos, tomando nuestras flaquezas y cargando con nuestras enfermedades. Jesús cura y
libera sin poner condiciones. Curar equivale a procurar un remedio en el ámbito de la vida física. No
incluye una solución radical a la situación de empobrecimiento que genera la estructura social, porque la
solución sólo se dará cuando se construya una nueva sociedad. Mientras tanto, Jesús no se desentiende del
dolor de los hombres, por eso los cura y los libera de los malos espíritus asumiendo el papel de Mesías:
"tomando sobre sí nuestros dolores nos rescató con su propio sufrimiento expiatorio".
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