162 JAZZ corner Joe “King” Oliver: Un rey sin corona José Ramón García Amo SUBDIRECTOR. GRAL. INFORMÁTICA Y COMUNICACIONES MIN. AGRICULTURA, PESCA Y ALIMENTACIÓN P aradójicamente el jazz de Nueva Orleáns se desarrolló fundamentalmente en el norte de Estados Unidos, principalmente en Chicago. En el periodo comprendido entre 1916 y 1919 y los años 20, más de millón y medio de negros emigraron hacia el norte en busca de sociedades más tolerantes, lejos del sur segregacionista, que les permitiera desarrollarse profesionalmente y la obtención de unos ingresos dignos para vivir o simplemente sobrevivir. Ninguna profesión fue ajena a este fenómeno, conocido como la Gran Migración, y los músicos tampoco. Nombres como Freddie Keppard, Jelly Roll Morton, Sydney Bechet, Kid Ory, los hermanos Dodds, Joe «King» Oliver y el mismo Louis Armstrong, abandonaron el sur. Estos músicos, junto a nº 4 julio / agosto 2006 otros, sentaron las bases del jazz. Hablar de todos ellos, de sus estilos, su obra, sus grabaciones, sería largo y excedería el objeto de estas líneas; pero sí vamos a detenernos en el cornetista y compositor Joe «King» Oliver. Empezaremos analizando primero su aportación musical. Oliver fue uno de los reyes de Nueva Orleáns; nos ha legado un conjunto de grabaciones enorme que nos han ayudado a comprender cómo so- naron los primeros músicos de jazz de los que no existen registros sonoros, convirtiéndose así en el máximo difusor de la música de Nuevo Orleáns. Su sonido fue algo áspero, sobrio y prudente. Además, fue el gran impulsor de la improvisación colectiva (la individual se la debemos a Louis Armstrong). Fundó una de las mejores orquestas de la época, la Creole Jazz Band (foto) a la que, en 1922, se incorporó el gran Louis Armstrong. como segundo corneta (Oliver de pie a la izquierda, Armstrong sentado en el centro). Reconozco que mi primera intención fue utilizar a Oliver como excusa para hablar de Louis Armstrong, pero a medida que profundizaba en su carrera y en su vida, me pareció suficientemente interesante como para dedicarle todo el Jazzcorner de este mes. Porque, si su valor como compositor e instrumentista es innegable, su vida no es menos interesante. Viajes interminables por carretera en autobuses que en más de una ocasión se averiaban. La falta de recursos económicos impedía su arreglo lo que le suponía perder numerosos contratos al no poder llegar a tiempo. De personalidad un tanto peculiar, en oca- siones portaba un revólver que dejaba encima del piano en los ensayos (Jerry Roll Morton hacía lo propio). El crack del 29, la crisis económica, la escasez de trabajo y el cambio en los gustos del público, fueron llevando a Joe «King» Oliver a no poder vivir de la música. Sin apenas contratos, cayó en un estado depresivo, que fue agravado por una enfermedad letal para un músico de instrumentos de viento: la piorrea. La pérdida de todos sus dientes le impidió tocar la corneta y le obligó a buscarse la vida, llegando incluso a regentar una frutería y terminando de mozo de limpieza en unos billares por un salario ridículo. Cartas enviadas a su hermana que vivía en Nueva York, testimonian su precaria vida. Su situación económica era tan mala que le impidió poder visitarla como era su deseo. Murió en 1938 a los cincuenta y dos años de edad, de un derrame cerebral. Gracias al dinero que su hermana ahorraba para pagarle el viaje, trasladó el cadáver al Bronx dónde fue enterrado. El dinero no fue suficiente para poner una lápida en su tumba. Por desgracia, la vida y la muerte de Joe «King» Oliver no es un caso asilado entre los músicos del blues y del jazz, si no algo relativamente común como tendremos ocasión de comprobar. Después del silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable es la música. ALDOUS HUXLEY