ÉTICA CRISTIANA:

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ÉTICA DEL CRISTIANISMO:
Agustín de Hipona y Tomás de Aquino
Toda religión tiene una moral asociada, la cual consiste básicamente en cumplir los
mandatos divinos: de Cristo, en el Cristianismo; de Alá, en el Islam; de Yahvé, en el
Judaísmo; de Buda, en el Budismo, etc.
A continuación vamos a ver algunos aspectos de la moral cristiana, desarrollada
principalmente durante la Edad Media, y que tiene como máximos exponentes a San
Agustín de Hipona y a Santo Tomás de Aquino.
Para Agustín de Hipona, aunque la razón pueda alcanzar algunas verdades, sin
embargo, por sí sola, no puede encaminar al hombre a la posesión de la sabiduría y, por
consiguiente, de la felicidad. Al establecer que el camino de la razón es insuficiente y limitado,
la fe se convierte en el camino necesario que conduce a la sabiduría, a la vida feliz.
Esta convergencia entre fe y razón, religión y filosofía, para alcanzar la verdad, la sabiduría
y la felicidad, debe entender que la razón prepara para la fe, al igual que la fe prepara para la
razón. Ambos aspectos están recogido en la célebre fórmula agustiniana, repetida a lo largo
de la Edad Media, que establece: «Entiende para que puedas creer, y cree para que puedas
entender». Por tanto, según Agustín de Hipona, es necesario entender los motivos por los que
se cree, pero asimismo hay que disponer a la razón para que pueda entender aquello en lo
que se cree.
Es por tal razón por lo que el pensador cristiano se dedicará a profundizar en el mensaje
revelado, utilizando conceptos de la filosofía platónica, lo cual ha hecho que se considere a
San Agustín el pensador que origina propiamente la filosofía cristiana así como el principal
referente filosófico de la cristianización del pensamiento de Platón.
En cuanto a la ética, para San Agustín, el ser humano, debido a su libertad, tiene la
capacidad de decidir si va a seguir a Dios, haciendo un buen uso de su libertad, o si le va a
dar la espalda, haciendo un mal uso de ella. Y es que, aunque el hombre sólo pueda
encontrar la verdadera felicidad en Dios, sin embargo, al carecer de una visión adecuada del
mismo, puede elegir bienes mutables como objetivo de su vida, en lugar de tender al bien
inmutable, representado en Dios.
Y es que hay que tener presente que, para San Agustín, aunque la naturaleza humana sea
buena por creación, sin embargo ha sido corrompida por el pecado original, de modo que el
hombre, por tanto, se encuentra inclinado hacia el mal.
Para el filósofo cristiano, por consiguiente, la naturaleza corrompida del hombre le empuja
hacia el mal, mientras que la fuerza de la gracia divina le conduce hacia el bien, siendo que
ninguna de las dos le determina, pues es él quien libremente puede optar por seguir a Dios o
apartarse de él.
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Tomás de Aquino, filósofo y teólogo posterior a San Agustín, dio a la religión cristiana una
interpretación filosófica, esta vez, inspirada en Aristóteles.
Sto. Tomás llegó a la conclusión de que el objeto de la filosofía era Dios, y asimismo
comprendió que Dios era también el objeto de la fe. Y es que hay que para el aquinate la
verdad se manifiesta al hombre según dos aspectos: en el orden natural, al que pertenece
todo lo que es asequible al intelecto del hombre, por ser proporcionado a su pensar racional; y
en el orden sobrenatural, aquel que la razón humana no puede encontrar ni demostrar, porque
excede todas sus posibilidades.
Dos vías, dos caminos, para acceder a la verdad: la razón y la fe. Así hay una única
verdad, pero un doble camino para encontrarla, la razón y la fe, la filosofía y la teología. Así, la
razón como la fe, tienen el mismo objetivo: la sabiduría, esto es, el conocimiento de la causa
primera y última de toda realidad, que no es sino Dios. Sin embargo, cada una de ellas,
aunque aborden el mismo objeto, lo hacen desde un punto de vista distinto.
Así, consideraba, como Aristóteles, que el sumo bien de la persona humana es la felicidad.
Asimismo Sto. Tomás afirmaba que la felicidad consistía en la contemplación de la verdad,
pero como para los cristianos la verdad absoluta es Dios, entonces la auténtica felicidad
consistirá en la contemplación de Dios.
Así, para Sto. Tomás, la felicidad plena sólo puede darse en el conocimiento de Dios,
identificándose así con la salvación.
Si el hombre busca la felicidad que reside en la salvación, es porque el hombre es un ser
caído, está en el mal. Frente al pecado y la caída está, según Aquino, la virtud.
La virtud consiste en un hábito, en una disposición permanente para actuar de
determinada manera. Por su propia naturaleza, el hombre está en posesión de determinadas
virtudes, que Tomás, siguiendo a Aristóteles, divide en virtudes intelectuales y virtudes
morales. Pero dado que para Sto. Tomás el hombre no es sólo un ser natural, sino también
sobrenatural, necesita otro tipo de virtudes que le permiten remontar su situación de caída,
hacia la salvación. A estas otras virtudes, que no provienen de su naturaleza, sino que le son
dadas por gracia divina, es decir, como un don gratuito de Dios, las llama virtudes teologales,
y son: la fe, la esperanza y la caridad.
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