Literatura y arbitrariedad por Joaquín Leguina

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LA TRINCHERA DE PAPEL
Por Joaquín Leguina
Literatura y arbitrariedad
S
e cuenta –aunque el autor
nunca ha querido aclararlo
del todo–que Gabriel García Márquez envió el manuscrito de Cien años de soledad a
la editorial española Seix Barral y le
fue rechazado. Cuesta creerlo, pero
los editores catalanes cometieron un
monstruoso desliz con una novela
que atrapa al lector desde la primera línea.
»Muchos años después, frente al
pelotón de fusilamiento, el coronel
Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su
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padre lo llevó a conocer el hielo…
El hecho de que Cien años de soledad no la publicara Seix Barral en
España, sino que se publicara en Argentina en la Editorial Suramericana señala con el dedo a los editores
barceloneses, que disfrutaban entonces de un gran prestigio. Me pregunto quién fue el necio (o los necios) que echaron a la papelera el
manuscrito de una de las novelas
más hermosas que se hayan escrito
en castellano. Y me lo pregunto sin
ánimo de venganza, simplemente
para que se pueda explicar a los cha-
Quién sería el
necio que
echó a la
papelera el
manuscrito de
‘Cien años de
soledad’, de
Gabriel García
Márquez, una
de las novelas
más hermosas
en castellano
vales en las escuelas hasta dónde
puede llegar la estupidez humana
en lo tocante a gustos literarios.
Más doloroso fue el caso de El Gatopardo, cuyo manuscrito envió su
autor, Giussepe Tomasi di Lampedusa, a varias prestigiosas editoriales italianas.
En mayo de 1956 Lampedusa había enviado el texto a la editorial
milanesa Mondadori y el 10 de diciembre de ese año el autor recibió
una carta de la editorial rechazando la novela. El crítico y novelista
siciliano Elio Vittorini, consejero de
EUROPA PRESS
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Mondadori, influyó mucho en los juicios negativos de los tres lectores a
los que la editorial Mondadori asignó la lectura de
la novela.
El Gatopardo volvió a
caer en manos de Vittorini
en su calidad de director
de Einaudi (al mismo tiempo seguía siendo consejero de Mondadori) y el 2 de
julio de 1957, unas semanas antes de morir, Lampedusa recibió una carta
de Vittorini rechazando la
novela, esta vez en representación de Einaudi.
Lampedusa hizo llegar
una tercera copia a la
agente literaria Elena Croce, hija de Benedetto Croce, pero el texto pasó largos meses en la portería
del Partido Republicano en
Roma, en el que militaba
Elena.
El 23 de julio de 1957
Giuseppe Tomasi di Lampedusa murió a la edad de
sesenta años, convencido
de que su novela nunca se
publicaría y amargado por
ello.
Por suerte, Elena Croce
se acordó del manuscrito
guardado durante mucho tiempo en
un cajón y se lo envió a Giorgio Bassani –que había sido contratado hacía poco tiempo por el editor Feltrinelli para dirigir una colección de
autores contemporáneos–, diciéndole que la novela provenía de una
“aristocrática señoría palermitana”.
Algunos meses después, en marzo
de 1958, Giorgio Bassani decidió
que El Gatopardo se publicara en
Feltrinelli Editori.
La mayoría de los intelectuales
italianos de izquierda desconfiaron
de la obra de Lampedusa por la “ideología reaccionaria que de ella emanaba”. Pese a ello, “El gatopardo” se
convirtió en un éxito rotundo: obtu-
El 23 de julio
de 1957
Giuseppe
Tomasi di
Lampedusa
murió a la
edad de
sesenta años,
convencido de
que su novela
‘El Gatopardo’
nunca se
publicaría y
amargado por
ello
vo el prestigioso Premio Strega en
julio de 1959 y en menos de dos
años llevaba cincuenta y dos ediciones en italiano. En el transcurso
de las dos décadas posteriores se realizaron 121 reimpresiones y se tradujo a 23 idiomas.
David Gilmour ha denunciado lo
absurdo de aquel desencuentro literario con estas palabras:
“La mayor parte de las críticas más
duras y más asombrosas contra El
Gatopardo vinieron de la intelligentsia radical italiana, que había
logrado prácticamente el monopolio de la producción literaria del
país después de la Segunda Guerra
Mundial”.
“En este clima reinante no es nada sorprendente que El gatopardo
tuviese detractores. Una novela que
era fácil de leer, con personajes bien
definidos y una sintaxis pulcra, escrita por alguien que no adjudicaba ningún papel al realismo socialista o al experimentalismo de vanguardia estaba destinada a convertirse en anatema para muchos intelectuales, que la vieron como un libro reaccionario”.
Pero no estamos ante una cuestión
de gustos literarios o de mal criterio
a la hora de leer un manuscrito, sino ante un desastre editorial y ante
los destrozos que es capaz de provocar el sectarismo doctrinario y el
amiguismo aplicados a la literatura.
De hecho, Elio Vittorini y sus palmeros (prácticamente todos ellos
miembros o compañeros de viaje del
Partido Comunista Italiano) pastorearon durante muchos años la literatura italiana dictando bondades y
censurando maldades sólo con criterios políticos, y todo ello envuelto en un discurso sedicentemente
crítico que giraba en torno a las delicias (y exigencias) del realismo.
Cuando un escritor de aquella
cuerda como lo era Italo Calvino,
harto de las ataduras de aquel estricto realismo, publicó El vizconde demediado, Vittorini, el gran papa y eficaz inquisidor, para defender a su amigo y protegido no tuvo
más remedio que inventarse un nuevo concepto: “Realismo con carga
fabuladora”.
Que Feltrinelli publicara Doctor
Zhivago, la magnífica novela de Pasternak, un año antes que El gatopardo, tampoco debió de agradar a
los estrictos guardianes de la nueva ortodoxia literaria (que ellos habían construido, seguramente para
bien de la clase obrera). Lo cual no
me impide proclamar que muchos
de los de aquella cuadra, empezando por Calvino y siguiendo con
Pratolini, Moravia o Elsa Morante,
produjeron una gran literatura que
perdurará. l
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