ÍNDICE Introducción 13 Historias del cuerpo 15 Contenido del libro 19 Aviso a vagamundos 20 Primera Parte VIAJES POR LA ANATOMÍA I. La boca, el rulé y otras oquedades 25 El pórtico de la boca 27 De la boca al huevo 29 La boca genital 31 El cuerpo-orificio 33 La boca de abajo 36 La fecundación alimenticia: de la mantis religiosa al cuento de Blancanieves 37 Corolario 40 El rulé 41 Fuente de vida 46 Metrocles 47 El oro, el ámbar, evacuaciones sagradas 48 El caso Lutero 50 El mundo al revés 52 Orificios funestos 55 La actualidad de los orificios: la desventura de Emma Eckstein 56 Freud, ese psiquiatra neoaristotélico 60 Sueños de virilidad 61 ¿Comentarios? 64 La morfofobia: extirpando y recolocando genitales 65 La boca del clítoris 68 Los pies del multiculturalismo 72 La paradoja de quien es acusado de ser salvaje por decir «salvaje» El regreso de Gorgias 79 Cuestión de «anécdota» 83 A la sombra del Padre «Las Casas» 86 Feministas invisibles 87 El «quid» del asunto 90 ¿Síndrome de Estocolmo? 96 ¿La llegada del Sexto Estado? 102 Futuro fósil 104 Los nuevos pozos de la fe 106 El arquetipo de la «mujer eunuco» 110 Epílogo 115 II. Los orígenes de la clonación 119 El príncipe defenestrado 120 Horizontes en microscopio 123 Fijismo 126 Tacto/contacto 128 Generación espontánea 130 La epigénesis 131 El cuerpo de la sociedad 132 Jean Baptiste Lamarck 134 El caso «Mendel» 135 Los límites de los límites 137 La riqueza de la herencia 139 Los orígenes del darvinismo social Sujetos de quinta categoría 145 Los desheredados 146 142 74 Los excesos del mecanicismo animal 153 Y llegó el cisma 155 De los años cuarenta a la década de los setenta 158 El nuevo genetismo 160 Relatos vibriónicos 162 Entre semejanzas anda el juego 165 Los nuevos vientos 167 El retorno de Calicles y Trasímaco 170 ¿Maldad humana? 172 Omisiones flagrantes 174 La hembra humana 176 Conflicto de intereses 179 Sexos y sexualidades 182 Falta de pelaje 184 Cara a cara 187 El cuidado de la prole 189 El factor «Müller» 190 ¿Sexo o cerebro? 194 La libertad 196 El caso «Turing» 198 Más allá de la sexualidad de los sexos: la clonación, o la reproducción asexuada 200 Las células «madre» 203 El fin de Eva 204 Las matriuskas 207 La clonación, o hacia una ciencia nueva 208 Ciencia y democracia 210 ¿Despotismo científico? 212 ¿Clonación humana? 214 Protectores cromosomáticos 215 El cuerpo carnal 218 Postdata 220 Segunda Parte EL ÉXODO DE LOS CUERPOS SIN VOZ I. Entre el virtuosismo de la prudencia y el silencio coactivo 225 Palabras maravillosas 226 Los mitos del silencio 227 Dueños y víctimas 229 Héroes salvadores 230 La espada, la pluma 231 La cara de los vencedores 232 ¿Sólo Homero? 233 Violencia 235 Por si quedan dudas 237 ¿Consecuencias? 240 Pensamiento de hombres 241 El cetro-escoba 243 El poder de hablar 243 Los entresijos del silencio 245 Los orígenes de la doble moral 246 Otros testimonios 248 ¿Divorcio? 250 Cosas de la Naturaleza 252 Imbecilidad femenina 254 Analfabetismo femenino 256 El destino de esa Casandra llamada Aspasia 257 ¿Ficción o realidad? 259 La guerra de Atenas contra Esparta (431-404 a. C.) Emociones, el otro alfabeto 263 Disturbios alimenticios 265 Corolario 267 Postdata 269 260 Tercera Parte PASEOS ENTRE ARQUITECTURAS I. En busca de cuerpos imaginarios 275 Entre la naturaleza y la cultura, o entre el diseño y el desnudo La alianza con el Quinto Poder 279 Panta rei 282 Entre excesos anda el juego 285 Placer y felicidad. Felicidad y placer 289 Esa ciencia llamada «moda» 290 ¡El cuerpo no envejece! 294 Morfofobia 297 Beautyficación 301 ¿Muerte a los viejos? 302 Eugenesia 307 El «yo» 310 Enemigos a bordo: estrés emocional 312 El dentro y el fuera 314 Síndromes de deseo-ficción 316 Modas que incomodan 318 El dolor de «procrustia» 319 Edad «riesgo» 321 Anatomías renovables 323 Quirófanos a babor 325 Regalos a la vista 327 Ser o no ser, ésa es la cuestión 329 ¿Futuro emancipador para la masculinidad? 332 ¿Conclusión? 336 Bibliografía 339 277 A mi abuelo Pablo, que me enseñó la cara fascinante del pasado. A Tito, mi padre, por inculcarme su pasión por la cultura. A Miguel, compañero inseparable, que me sugiere y ayuda. A Jesús, gran confidente y amigo. 12 INTRODUCCIÓN A quien leyere Esta filosofía cortesana, el curso de tu vida en un discurso, te presento hoy, letor juizioso, no malicioso, y aunque el título está ya provocando zeño, espero que todo entendido ha de darse por desentendido, no sintiendo mal de sí. He procurado juntar lo seco de la filosofía con lo entretenido de la invención, lo picante de la sátira con lo dulce de la épica [...]. Si lo habré conseguido, siquiera en sombras, tú lo has de juzgar. BALTASAR GRACIÁN, El Criticón, Iª parte, 1651 En este tiempo nuestro en el que campean a sus anchas, y además gozan de éxito social, tantos bocazas, metementodo y sabios de la nada, decir algo con cierto sentido tiene de antemano una complicación enorme. Y eso no debería ser así, al menos en teoría, pero resulta que lo es. Y si encima se quiere hablar de culturas e historia o, mejor, de la historia de la cultura, pues entonces puede suceder lo que ya describía a mediados del XVII con buen sentido del humor nuestro querido Baltasar Gracián: que usted se muestre escéptico, suspicaz y receloso con el libro que sujeta en sus manos y comience a fruncir el ceño mientras la incomodidad hace presa de su cuerpo. Con muchos más motivos que al gran Baltasar Gracián, esto puede ocurrirme ahora, en este mismo momento. Es un riesgo que está ahí, con el que hay que contar y más cuando mi deseo no es otro que rescatarle, sí, ha oído bien, rescatarle de esas rutinas que configuran un pensamiento fácil, ocurrente y, en cierto modo, insustancial, muy de usar y tirar, propio de nuestra época. Como observo que usted continúa aquí, inicio esta introducción sin más preámbulos ni florituras afirmando que la cultura posee fuertes componentes normativos. De hecho, al margen de cuál sea su grado de instrucción o su época histórica, toda cultura es siempre, por de- 13 finición, un enorme dispositivo social con facultad para modelar a los miembros de un colectivo y regular sus costumbres e, incluso, configurar la mente de las personas. De aquí procede la alta capacidad organizativa que irradia la cultura. Y si no, ahí está la curiosa biografía de Jano. Jano fue un héroe cultural. Pero lo más importante es que antes de serlo, se había movido por distintas geografías y por ello, cosa insólita para su tiempo, llegó a tener mucho mundo. Conocía gentes y lugares, además de un sinfín de tradiciones. Y es que Jano distinguía los efectos beneficiosos que la cultura producía. El más importante de ellos: mantener al ser humano al cobijo de la civilización, de los adelantos y del progreso. Desplazándose nada menos que desde Grecia a Italia, Jano alcanzaba el río Tíber. Y una vez allí, pondría fin a sus largos viajes. Para su sorpresa, se encontró con gentes que vivían en estado silvestre, o sea, sin leyes ni reglas y, claro está, al margen de la justicia. Carecían de conocimientos y modales y, peor aún, parecían comportarse como bestias salvajes. Con perseverancia y voluntad, y sin dejarse caer en el desánimo, Jano consiguió cultivar a aquella horda de hombres y mujeres haciéndoles verdaderamente humanos. Por la mano de la cultura había Jano logrado no sólo dulcificar a seres rudos y groseros, sino desasnar a tan bárbara e inculta manada. Su labor resultó muy positiva. Y este viajero curioso e inteligente sería convertido en rey de Italia. Es más, en recompensa a su útil acción educadora, Jano adquiría el don de penetrar en el pasado y ver en el futuro. Y por tener esa rara habilidad que le permitía comprender los hilos que mueven el tiempo, Jano acabó representado con dos rostros: uno mirando al ayer mientras su otro rostro divisaba, desde el presente, el futuro. Conocida la proeza de este héroe civilizador, nos preguntamos lo siguiente: ¿la cultura puede todavía refinarnos, instruirnos, elevarnos... y hacernos mejores personas? Es más, ¿a estas alturas de la Historia necesitamos aún la savia de las normas, de los principios y de las ideas para ser verdaderamente humanos? Nosotros creemos que sí. Y por dos motivos. En primer lugar, porque al margen de la cultura sólo somos bestias de cuerpo humano iguales a las que Jano, en su momento, encontró. Y en segundo término, porque como bestias de cuerpo humano precisamos el nutrimento imprescindible de 14 la cultura para humanizarnos, pulirnos y civilizarnos, para ver más allá, en suma, de nosotros mismos. Tenía, pues, razón el sofista Protágoras cuando en su tiempo, hace milenios, ya defendía que el ser humano, en tanto animal desvalido, no puede subsistir sin la ayuda de la cultura. Hecha esta precisión, en estas páginas intentaremos disfrutar de los dos rostros de Jano. A través de un juego de miradas buscaremos esas hebras del tiempo que, al tirar de ellas, nos acerquen tanto al pasado como al presente. De este modo, en Los Viajes de Jano. Historias del cuerpo se mostrará cuánto perseveran nuestros contemporáneos a la hora de explicar y reglamentar la vida humana igual que lo hicieron en otros tiempos, con idéntico empeño y no menor tesón, nuestros ancestros. Historias del cuerpo En la misma medida en que Jano redujo el aspecto asilvestrado de los antiguos moradores de la península itálica tras darles como alimento el sonido melodioso de la cultura, el continente europeo a lo largo de los siglos ha ido sembrando por distintos campos historias del cuerpo. Algunas verdaderamente extraordinarias, otras, la mayoría, sin un ápice de fascinación. Y muy pocas, atroces, aunque no por su número reducido menos aterradoras. Pese a la diversidad de enfoques, todas las historias que hemos escogido tienen en común el hecho de que el cuerpo está sujeto a la actividad del pensamiento, incluso amordazado por conceptos y teorías en apariencia invisibles. Las alegorías, las imágenes, símiles... y demás artificios culturales nos muestran, una y otra vez, el cuerpo palpitando entre los sueños de la razón. De ahí el origen del cuerpoorificio, del cuerpo-máquina, del cuerpo-coral social y políticamente homogéneo, del cuerpo-sepulcro, del cuerpo-papiro, del cuerpo-navío, del cuerpo-prisión, del cuerpo-híbrido o multi-cuerpo, del cuerpo-protésico, del cuerpo-ídolo, del cuerpo-castrado... Ejemplos estos de las muchas metáforas que nuestros antepasados y también nuestros contemporáneos han ido esculpiendo en el corazón mismo de la cultura. La filosofía griega había buscado las raíces de la verdad en las aguas del intelecto. Por eso, Pitágoras y, luego, Sócrates y, sobre todo, 15 Platón elaborarían una teoría de corte claramente espiritualista, mientras el cuerpo, ninguneado, era sentido como causa de depravación y fuente de error. Así lo creían estos pensadores. Había nacido el cuerpo-jaula y, con él, la idea compulsiva de liberarse de la simiente terrenal y concupiscente de la corporeidad. La llegada del cristianismo, lejos de romper con este esquema maniqueo, incidió aún más en las líneas de separación entre espíritu-materia, alma-cuerpo, razón-naturaleza. El ideal ascético de un cuerpo maniatado se traducía en la licitud de ejercer violencia sobre la sensibilidad, el sexo..., y la vida. Lo cual explica por qué las corrientes griegas y cristianas se empeñaron, en un dilema imposible, por descarnar o descorporeizar el cuerpo. Desde la Edad Moderna, los modelos de interpretación física variarían, sin lugar a dudas. Y aunque Descartes, La Mettrie, Darwin... sustituyeron el cuerpo-prisión por el cuerpo-máquina, no obstante en sus teorías persiste una elaboración negativa de éste. El descubrimiento de ciertos artilugios técnicamente avanzados como los autómatas árabes, los relojes y las primitivas computadoras, v. gr. las pascalinas, hizo posible la creencia materialista de que el cuerpo era un cúmulo de resortes mecánicos ciegos y de respuesta instintiva. La aparición en el siglo XX de mendelianos y sociobiólogos no hará sino acentuar esta concepción mecanicista del cuerpo. Ahora bien, el hallazgo, entendido en términos alfabéticos, del ADN está consiguiendo desplazar poco a poco la imagen autómata del cuerpo por una nueva metáfora cultural de corte lingüístico. Nos referimos a la metáfora del cuerpo-papiro. Por supuesto, en la antípoda de la cultura oficial, a medio camino entre la superstición y la evidencia científica sobrevivió durante siglos y siglos una visión del cuerpo como espacio vivo e intercomunicado, como mapamundi repleto de canales y conductos. Tirando del ovillo de la vida nuestros antepasados llegaron a la teoría del cuerpo-orificio, lucubración esencial para entender, y situar también, las primeras formulaciones en torno al origen de la vida, y de la concepción, tanto en su vertiente cósmica como en su dimensión humana. Adentrándonos en otras leyes de la física, percibimos que a lo largo de la Historia millones y millones de personas han sido objeto de violencia y atadas de cadena a los grilletes de la represión en el 16 momento en que un cabecilla se instituye salvador de la comunidad y desde el ejercicio despótico de su mando pretende que se mantenga, a toda costa y de manera incondicional, respeto y obediencia a una forma de vida que él, en tanto líder, ansía mantener a toda costa. Cuando esto sucede, el cuerpo del Estado no se distingue jamás de la figura del dirigente. Por esta razón, en la construcción del cuerpocoral, que es lo que por definición caracteriza al fascismo tanto de izquierdas como de derechas, la vuelta a la práctica del vasallaje o, lo que es igual, el retorno a la sumisión política más esclavista constituye siempre el elemento motriz que logra estrangular la vida de las personas. El cuerpo-coral, entonces, no es ni más ni menos que el anhelo de quien busca señorío con la ayuda del dolor y a partir de la más absoluta uniformidad de pareceres y actuaciones. Lejos de esta aberración política erigida desde una sed sin límite de dominio; lejos del cuerpo-coral de consecuencias feroces e imposibles dentro de una vida pública que se precie de moderna, avanzada y democrática; lejos del esperpento fascista que rejuvenece por muchos lares; en la vida privada observamos la vigencia del cuerpo sin cuerpo, o del cuerpo como prótesis del deseo, suceso este que caracteriza al eros virtual pornográfico. Puedo ver pero no tocar, manejar el ratón de mi ordenador o el mando a distancia del televisor con el fin de parar un fotograma, pero nunca, jamás acercarme al cuerpo cálido, vivo y real. La imagen del cuerpo, que no el cuerpo, controla mis afectos y pulsiones más intimas. E igual que en el pitagorismo, que en el platonismo y que en el cristianismo no existió vinculación sensorial con el cuerpo puesto que éste fue abominado y objeto de rechazo, los productos pornográficos actuales alientan y entronizan un cuerpo que no es terrenal, tampoco corpóreo, mientras proceden a la vez a separar al ojo de aquello que mira. No hay, pues, tactocontacto. Tan sólo una relación ficcionada. Y, a lo sumo, un coito imposible entre la imagen visual y el imaginario que guía esas nuestras e íntimas apetencias eróticas. En otro ámbito, en el del cuerpo convertido en pura imagen, anotamos que la moda trabaja machaconamente por alejar el cuerpo humano de sus coordenadas espacio-temporales. La negación de la edad, de las estrías, pliegues y arrugas; la búsqueda continua de paraísos mitológicos en los que se nos promete vivir sin notar el rigor de los años; la obsesión por no envejecer; el repudio compulsivo de 17 todo lo que no es físicamente escultural y hermoso; todo ello constituye una marca patológica de cómo nuestro tiempo promueve una existencia humana auténticamente desarraigada que no camina al compás del ritmo de la realidad. Por medio de imágenes idealizadas (imagen-ídolo) la moda diseña formas y cuerpos ficticios valiéndose del artificio de todo tipo de aderezos y adornos (imagen-protésica). Pues bien, seguidas al pie de la letra esas consignas anatómicas, una persona puede llegar a no aceptar su propia anatomía y afligirse y vivir su cuerpo como fuente de insatisfacciones. Al fin y al cabo, ¡no consigue igualarse a los cánones esteticistas que la moda corporalmente propone! Con este rapidísimo apunte en torno al cuerpo humano, adquiere sentido recordar que Nietzsche criticó, y muy duramente, la tradición occidental. Constituida por dos ramales de gran envergadura, de un lado, por la filosofía griega y, de otro, por la filosofía cristiana, la tradición europea ha sido durante siglos incapaz, decía Nietzsche, de aceptar lo que somos, pues uniformemente y siglo a siglo se ha venido repudiando el cuerpo y, con él, la vida, sus cambios y transformaciones, amén de sus inexorables variaciones biológicas. Anotado en su justo término el reproche que formulara Nietzsche, ¿es nuestro destino vivir bajo el techo civilizatorio de la cultura sin tolerar los rasgos que definen nuestra corporeidad? ¿No somos capaces de crear un cuerpo cultural que no confine, que no aprisione, que no amordace al cuerpo biológico, o es que esta reivindicación ya es en sí misma un auténtico sinsentido, un delirio, una locura? Desde luego, la tarea resulta complicada y quizás vana, toda vez que imposible, máxime cuando lo que predomina en la historia del ser humano son las referencias corporales en clave negativa: Sigmund Freud defendía en El porvenir de una ilusión que «la función capital de la cultura, su verdadera razón de ser, es defendernos contra la naturaleza». «Por ello, apuntaba Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo, en la Humanidad la superioridad es otorgada no al sexo que engendra sino al que mata». Es más, afirmaba de modo categórico José Ortega y Gasset en Historia como sistema, «el hombre no tiene naturaleza... sino historia». De ahí que se piense, como lo hace Shulamith Firestone en La dialéctica del sexo, que «lo natural no es necesariamente un valor humano. La humanidad ha comenzado a sobrepasar a la naturaleza; [... y] empieza a parecer que debemos deshacernos de ella». 18 Ubicados en una larga tradición de hilefobia, es decir, en el horror que por cuestiones de aprendizaje cultural sentimos hacia la materia, en las historias del cuerpo que aquí se presentan va a percibir una perspectiva de tangible rechazo hacia el cuerpo humano, así mismo una confrontación muy real entre «naturaleza y ley», entre «impulsos sensuales y orden moral», entre «cuerpo y civilización». Confrontación que es resultado, a todas luces, de la mano alfarera de la cultura. Contenido del libro El libro consta de tres bloques temáticos: «Viajes por la anatomía», «El éxodo de los cuerpos sin voz», y finalmente «Paseos entre arquitecturas». En cada uno de dichos apartados intentaremos estudiar un suceso en el pasado y, con una perspectiva diferente, en la actualidad. Por otra parte, a estos viajes por el tiempo se suma el empeño de que la lectora, o el lector pueda recorrer el texto como más desee, y escoger a su antojo el orden de lectura de los capítulos. Por supuesto, la lectura lineal, de principio a fin, nunca está descartada cuando llega el caso y así se prefiere. Dicho esto, a lo largo de estas páginas procuraremos desvelar algunos de esos secretos que rodean al cuerpo humano. De este modo, en «Viajes por la anatomía» veremos el cuerpo representado como lugar donde anida la vida, la aventura y... también el misterio. En el primer artículo, titulado «La boca, el rulé y otras oquedades», aparecerán todas las ideas precientíficas en torno a fenómenos orgánicos tan importantes como el embarazo, la castración, la comida y la suciedad. El cuerpo, lejos de ser algo natural, constituirá un mapa rico en aberturas y huecos, un atlas orgánico repleto de un sinfín de simbologías y metáforas. Ya en el segundo artículo, en «Los orígenes de la clonación» no se analiza el cuerpo como entramado de orificios, sino como una enorme máquina genética. Recordemos que desde la ciencia prolifera un sinnúmero de teorías que siguen aceptando la imagen del cuerpo como jaula biológica. En este sentido, la sociobiología en tanto resucita viejas creencias pitagóricas apoya la tesis de que el cuerpo, esfera en la que vivimos, está dominado inexorablemente por la información de los genes, con todos los inconvenientes y dificultades que ello suscita, como el determinismo, la falta de libertad... y los 19 peligros de llevar a cabo el sueño frankesteiniano de la clonación humana, asunto que analizamos en profundidad. En «El éxodo de los cuerpos sin voz», estudiaremos los efectos sociales y políticos que generó el acto de vivir bajo el peso de la virtud de la prudencia y desde la aceptación de la ley del silencio. La minusvalía en la que se movían ciertos sectores de la población como si fuesen cuerpos mudos era fruto de una política planificada de represión. Es por esta razón por la que en este capítulo estudiaremos el amordazamiento de la voz y su justificación corporal a partir del principio de obediencia a la autoridad. El respeto absoluto a la jerarquía iba unido, como veremos, a la exclusión de sectores de la población en las tareas ciudadanas. Lo más llamativo, por no decir dramático, es que en todas estas historias que examinamos persiste, entre el rechazo y el miedo, una percepción negativa del cuerpo humano, asunto que se repite en el ensayo final que dedicamos a esa pseudociencia que es la Moda: ésta, en tanto fabuloso cuerpo imaginario, reniega de la anatomía humana y se inscribe en la lucha agónica por buscar arquitecturas físicamente imposibles y altamente idealizadas. Con lo cual, visto lo visto, nos preguntamos: ¿por qué esa visión destructiva del cuerpo humano? o, mejor, ¿cuál es el motivo por el que nos empeñamos en querer vivir exilados, lejos y fuera de nuestro continente corporal?, y ¿por qué el cuerpo, que nos da cobijo y sustento cada día, parece no existir ni merecer cálida atención, reconocimiento o gratitud alguna? ¿Quizá ello puede deberse al hecho de que, como seres vivos que hemos enterrado nuestra anatomía dentro de una red compleja de pautas culturales, seguimos sin admitir el cuerpo carnal? Sea cual sea la clave a este enigma, la respuesta está en sus manos. Aviso a vagamundos Este libro gira en torno a muchos imaginarios y, por ello, puede en ocasiones desviarle de las sendas y paisajes acostumbrados. No obstante, para no perderse entre espejismos, siempre le ofrecemos brújula y carta de viaje a través de la inestimable bibliografía. Solo una pequeña advertencia que usted rápidamente percibirá: los mapamundi bibliográficos que le recomiendo tienen un doble uso. Así, cuando prevalece el carácter de ensayo por encima de otros criterios, pondré 20 a las bravas los libros que he usado, igual que sucede con la columna de piedrecillas que apilamos sin demasiado cuidado en los caminos con el objetivo de no despistarnos. Pero si deseo revelarle con total precisión la ruta que he seguido entonces no me atendré a la colocación de simples mojones. No, le mostraré con exactitud rúnica los nombres y paginación de las fuentes documentales. Y como no es mi aspiración fatigarle con notas explicativas, ya le informo que no emplearé en exceso este recurso, sobre todo para no romper la unidad narrativa de su lectura. Por otra parte, y creo que en esto coincidiremos, considero que quienes aman los caminos, sus gentes y culturas suelen ser personas que, como decía Francis Bacon, piden «prudente consejo a los dos tiempos: al antiguo sobre lo que es mejor, al moderno sobre lo que es más oportuno». Por eso creemos de verdad que no hay nada mejor que transitar por las vías ricas y diversas de la Historia aunque usted puede, amigo vagamundo, y cuando lo anhele, acometer otros viajes, distintos a los que propone Jano. En todo caso, y sea cual sea la ruta que al final escoja, siempre resulta irremediable que «si la vida es vagabunda, nuestra memoria es sedentaria». Con este pequeño aforismo que inmortalizó Marcel Proust, queremos indicar la experiencia de encrucijada en la que habitualmente vivimos, y anotar cuán arraigada y persistente es esa necesidad que nos impulsa a ir más allá del presente e incluso a mirar el pasado para a la vez, y sin perder perspectiva, contemplar el futuro, igual que hacía, dicen, el célebre Jano. Nota final «La boca, el rulé y otras oquedades» surgió de una charla que dediqué al análisis de ciertas mitologías edificadas en torno al valor de los orificios humanos. Charla que impartí, como anillo al dedo, en la Facultad de Medicina de Zaragoza a principios de 1997, en la sede universitaria del Seminario Interdisciplinar de Estudios de la Mujer. «Los orígenes de la clonación» se gestó a partir de un ensayo que escribí en el año 1999 para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y que llevaba por título De la Biología a la Sociobiología, De la Biología a la Clonación, Claros y Sombras. 21 El capítulo «Entre el virtuosismo de la prudencia y el silencio coactivo» constituye un extracto, historiográficamente ampliado, de un capítulo de mi tesis doctoral, titulada Los fundamentos de la cultura de la maternidad (1992). «En busca de cuerpos imaginarios» partió de la necesidad de entender las crisis de identidad corporal (asociadas a problemas de ansiedad/nutrición) que pude contemplar, a lo largo de años, entre algunas alumnas mías. Pero también partió, como profesora de medios de comunicación, del deseo de analizar el impacto corporal de las imágenes publicitarias para, así, poder comprender algunos de los efectos que produce la moda sobre ese mallazo tan sensible que es la identidad personal. Deseo que quedó sólo parcialmente satisfecho en el libro Piel que habla (2001). 22