MIGRACIÓN INDÍGENA Y SITUACIÓN DE CALLE, DILUYENDO IDENTIDADES AUTÓCTONAS Héctor Ávila Cabrera Resumen: La pobreza extrema es el detonante de varios fenómenos sociales, entre los que se encuentra la migración del sector rural a las grandes ciudades. Durante el proceso migratorio las personas experimentan diversas problemáticas, en este ensayo se aborda el referente al apego o desapaego de la identidad de la población indígena migrante a partir de su irrupción en los contextos urbanos, que conllevan estilos de vida desconocidos y ambientes que lejos de mejorar su calidad de vida les acercan a fenómenos de riesgo como la situación de calle. Para ello se revisarán las teorías de la resignificación y la hibridación cultural, partiendo de la hipótesis de que el grado de situación de calle genera, proporcionalmente, un nivel de desapego de su cultura de origen. 58 Introducción L a marginación, la pobreza extrema, el poco apoyo al campo, el desempleo, entre otras variables, propician oleadas de migrantes que viajan hacia los Estados Unidos de América y/o a sus proximidades urbanas. En el caso particular de México, existe un aumento del fenómeno migratorio, hacia el Distrito Federal, motivado por la imagen de “confort” y progreso de la capital, a pesar de una serie de acciones gubernamentales para descentralizar los bienes y servicios. Alarmantes son las cifras de pobreza extrema referidas por analistas en el ramo de la economía y el campo, Nahmad y González (2011) mencionan que el 44.2% de la población mexicana vive en “pobreza multidimensional”, mientras que en pobreza extrema se encuentran 26 millones de mexicanos y mexicanas, de los cuales el 60% viven en el medio rural. Las acciones gubernamentales para apoyar al campo mexicano son efímeras y propias de los tiempos electorales. Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco. Educador de calle. Responsable de los Programas de Calle y Red Social y Comunitaria en ednica Xochimilco desde el año 2008. Experiencia con poblaciones en situación de calle e indígena. Contacto: [email protected]. Participación de niñas y niños “En ausencia de un poderoso programa de inversiones orientado a promover la transformación productiva del medio rural, los programas de beneficio social se convierten en meros paleativos temporales, generadores de dependencia y susceptibles al clientelismo partidario, sin capacidad para garantizar, de manera permanente y progresiva, el bienestar de la población rural” (Gómez, 2011). Ante esta problemática en el medio rural la alternativa común es emigrar. El último censo de población y vivienda (2010) (juntando al medio rural y urbano) menciona que una de cada 16 personas deciden abandonar su lugar de origen para buscar nuevas oportunidades (Nahmad/González, 2011). Sin embargo, los problemas económicos y políticos que mueven estas oleadas de migrantes no se detienen cuando entran al territorio de destino, en este caso la ciudad, pues la pobreza se extiende hasta la urbe. La pobreza es el hilo conductor que marca este fenómeno social. Los y las migrantes buscan en otros territorios opciones de vida que garanticen sus derechos fundamentales, pero al llegar a nuevos lugares donde las dinámicas socioculturales son distintas se enfrenta a los estilos de vida citadinos. Ante esta comunidad migrante el fenómeno social se complejiza y la socialización, con toda esta red de personas y grupos que comparten la pobreza como el eje motor de su movilización, empuja a los migrantes a vivir nuevas problemáticas como la drogadicción, integración al mercado informal, trabajo infantil, hacinamiento, etc., fenómenos que los empujan hacia lo que denominamos “situación de calle”. La situación de calle es esa expresión de la marginación que ha orillado a un sector de la población a llevar consigo la calle como forma de vida; es decir, trabajan en actividades de sobrevivencia marginal o como comerciantes ambulantes; poseen una red comunitaria que fortalecen los vínculos con la calle; tienen familiares que están vinculados con la vida en calle; pernoctan en calle; poseen cierta identidad para interpretar la calle; consumen drogas y cuentan con una trayectoria en instituciones, reclusorios y/o espacios que atienden la problemática. En este ensayo nos centraremos en explicar como el grado de situación de calle genera un nivel continuo de desapego de la cultura de origen de las y los migrantes indígenas. Para ello revisaremos dos categorías teóricas: la resignificación cultural, retomada por la Dr. Regina Martínez Casas (2007) y la hibridación cultural que promueve el Dr. Néstor García Canclini (1990 y 1995). La resignificación cultural, apoyada por el concepto de “negociación significativa” de Bakhtine, afirma que los migrantes negocian con los citadinos su red de entendimiento cultural para poder interactuar con ellos sin perder su cuerpo cultural, en cambio, la hibridación cultural expresa esta condición que tienen dos o más universos simbólicos para unirse y crear un conveniente para la interacción social. A continuación veremos lo que entendemos por “cultura” e “identidad”, para después pasar al tema en cuestión. Cultura e identidad La cultura es una formación histórica que nos ayuda a ordenar la realidad y que nutre el sentido de sus participantes, por ello la naturaleza es interpretada por los sujetos como un universo de símbolos que les significan en sus pensamientos y formas de actuar. La “acción social” es un conjunto de interacciones entre dos o más sujetos que poseen un concepto común de entendimiento (cultura), la cual 59 Revista Iberoaméricana permite dicha interacción pues lleva consigo una red de significaciones compartidas por los miembros de la sociedad, lo que les da sentido a sus acciones. Como lo expresa Geertz en su libro La interpretación de las culturas, el ser humano tiene la capacidad de abstraer el mundo del caos en “sistemas de significación simbólica”. Esto quiere decir que por medio de la aplicación del uso de sus aptitudes creativas e intelectuales el ser humano formaliza “sistemas organizados de símbolos significativos” que le harán organizar el caos y le dará sentido a su existencia. Para Geertz la cultura es el sistema coercionador que ordena a la sociedad en puntos comunes de acción y pensamiento; la cultura fortalece la raíz ancestral por medio de fundamentos históricos reguladores de la conducta presente. “Y es aquí… donde el concepto de cultura tiene un impacto sobre el concepto del hombre [ser humano]. Cuando se la concibe como una serie de dispositivos simbólicos para controlar la conducta como una serie de fuentes extrasomáticas de información… Llegar a ser humano es llegar a ser individuo y llegamos a ser individuos guiándonos por esquemas culturales, por sistemas de significación históricamente creados en virtud de los cuales formamos, ordenamos, sustentamos y dirigimos nuestras vidas.” (Geertz, 1997; 57). 60 El mundo simbólico de una sociedad se encuentra establecido por parámetros organizacionales que permiten ejercer cierto control sobre la conducta pensada. El establecimiento de la cultura va a edificar los estatutos valorativos de las acciones sociales, estos estatutos se perfilan en un margen de mayor a menor, de lo malo y lo bueno, del buen gusto y del mal gusto, lo feo y lo bonito, o de lo nuestro y lo ajeno (en este último antónimo es donde podemos perseguir la determinación de la “identidad”). De esta manera se postulan términos jerárquicos que marcan una posición según su sistema simbólico.1 Para la construcción de la identidad se tiene que pensar en dos conceptos que retomamos de Villoro (1998) y Anderson (en Martínez, 2007; 59). El primer término es “singularizar”, que tiene que ver con el hecho de simplificarse a “sí mismo”, con los compuestos que se tienen dentro de un contexto definido.2 Lo que se representa con “singularizar” es la particularización de lo nuestro, lo que somos y tenemos. El segundo término es “etnicidad” la cual es “una forma de identidad social a partir del contraste con otros” (Anderson, 1983; 62 citado por Martínez, 2007; 59). Esto tiene que ver con el valor que tiene el “otro” como distinto. Estos dos conceptos no se pueden bifurcar y están presentes en todo momento para generar la identidad social. La identidad, en términos generales, es la conclusión del saberse a sí mismo y de pertenecer o separarse de los demás. La persistencia de conocer las características de nosotros mismos y de los otros hace que fabriquemos sistemas simbólicos, formas comprensibles, ante cierto grupo de individuos, que reproducen la realidad del presente a partir de memorias históricas y proyecciones futuras. La 1 Aunque Geertz hace mención de la cultura como un todo generador de sentido, notamos que los hechos coyunturales locales, regionalesy globales van mostrando cambios en la cultura y son los mismos integrantes de la comunidad los que van formulando procesos de cambios en sus formas de ver su espacio vivencial. 2 Villoro recupera otro concepto, la “simplicidad”, para formar la identidad, el cual lo transfiero en el término de “autenticidad”. Para calificar a una cultura de “auténtica” deberán de ser “sus manifestaciones externas consistentes con los deseos, actitudes, creencias y propósitos efectivos de sus miembros.” (Villoro, 1998; 121). Así el ser auténtico se compromete a generar, en el cuerpo cognitivo del individuo, la determinación de una proyección a futuro que oriente su sentido de existencia dentro de la cultura respondiendo a sus necesidades. Participación de niñas y niños creación de sistemas simbólicos está dado por la conjugación de valores, creencias y tradiciones que hacen posible la traducción del pensamiento del individuo en la identidad. La identidad es producto de la red de significaciones compuestas por la recreación de la sociedad en su conjunto. Resignificación e hibridez cultural: marcos de referencia Para profundizar en los conceptos que están relacionados con los fenómenos de la migración y la situación de calle, es necesario entender dos categorías teóricas. Según Martínez Casas (2007) no podemos hablar de un desprendimiento cultural de un o una migrante otomí (sujeto central del estudio de su libro) porque dentro del espacio citadino logran negociar sus componentes culturales indígenas con los urbanos (de la ciudad de Guadalajara). La propuesta de Martínez se encuentra fundada en que las culturas indígenas realizan un entramado de redes simbólicas que permiten mediar entre lo que ellos y ellas son y lo que se encuentra en la sociedad urbana para cohabitar en el mismo espacio. Las comunidades indígenas logran generar una resignificación de su entorno. Pareciera ser que los migrantes otomíes llevasen dos catalejos culturales distintos que les permite caminar en el espacio urbano, en donde se ponen o se quitan máscaras para desarrollar su vida cotidiana. En la vida doméstica los y las migrantes otomíes mantienen un circuito donde su viviencia la desarrollan con forme a sus marcos significativos indígenas. Martínez aborda a “la familia, la lengua, la salud y el dinero para mostrar la coexistencia de dos modelos diferentes. […] Los otomíes mantienen espacios propios en los que su lengua y su cultura se manifiestan, aunque de manera diferente a como lo hacen en su comunidad, la cual, por otro lado, se encuentran también influenciada por esa resignificación elaborada por los migrantes” (Martínez, 2007; 242). La familia cohesionadora va permitiendo el lazo estrecho a la “comunidad moral”3 que pertenece y que rígidamente sigue lineamientos de enseñanza. La lengua, la salud y el dinero se convierten en herramientas en las que ellos y ellas van conformando su sistema de significados orientados a mantener su identidad como cultura. Sin embargo, las nuevas generaciones que nacen o que llegan a crecer biológicamente en la ciudad van teniendo problemas de identidad debido a que se vuelven hijos e hijas que estudian en primarias en donde sus pares se convierten en difusores de la vida citadina. Los medios de comunicación, la iglesia, el trabajo, etc., comienzan a entrar en los imperativos de la “comunidad moral” otomí y es entonces cuando se tensa la negociación, nos señala la autora. El carácter urbano impone y se vuelve hegemónico. Hablar lengua indígena representa inferioridad ante este carácter y curarse tradicionalmente se vuelve impracticable a voz abierta: la discriminación indígena se aprecia en el caminar entre las calles de la ciudad. Las familias cierran filas y entonces sus relaciones culturales serán principalmente un asunto doméstico. Pero ¿qué pasa cuando los y las migrantes empiezan a perder su cuerpo cultural y comienzan a urbanizarse? Es en este momento donde tomaremos la categoría teórica de Néstor García Canclini: la hibridación cultural. Para las ciencias sociales el término hibridación empieza en el momento que una condición deja de ser pura por establecer unión con otra distinta. Se entiende “por 3 Además de su limitación geográfica es la “adscripción al sistema de imperativos morales de su cultura” (Martínez, 2007; 249). 61 Revista Iberoaméricana hibridación procesos socioculturales en los que estructuras y prácticas discretas, que existían en forma separada, se combinan para generar nuevas estructuras, objetos y prácticas” (Canclini, 1990; III). En el enlace que se genera para las nuevas formas de vidas híbridas colaboran mecanismos tradicionales de organización y pensamiento con las modernas. En la teoría de los híbridos sociales observamos dos cargas ópticas: la positiva y la negativa. En la primera se observa el logro adaptativo de una estructura social tradicional a una moderna, y la segunda tiene que ver con el desprendimiento de la cultura de origen por el deseo o necesidad de incorporarse a mecanismos propios de la urbe, haciéndose frágil e inestable por la falta de identidad propia. Dicha fragilidad la hace susceptible y resulta fácil romper lazos de la “comunidad moral” para introducirse en el sistema social dominante. “En un mundo tan fluidamente interconectado, las sedimentaciones identitarias organizadas en conjuntos históricos más o menos estables (étnias, naciones, clases) se reestructuran en medio de conjuntos interétnicos, transclasistas y trasnacionales. Las diversas formas en los que los miembros de cada grupo se apropian de los repertorios heterogéneos de bienes y mensajes disponibles en los circuitos transnacionales generan nuevos modos de segmentación: dentro de una sociedad nacional.” (Canclini, 1990; VII). La teoría híbrida menciona la necesidad de entender los diversos fenómenos sociales a través de la unión de dos o más elementos culturales que van formando representaciones simbólicas que nutren y/o debilitan procesos identitarios culturales. Sin embargo, esta teoría hace énfasis en las terminaciones globales del mercado. Entiende a la cultura como “un proceso de ensamblado multinacional, una articulación 62 flexible de partes, un montaje de rasgos que cualquier ciudadano de cualquier país, religión e ideología puede leer y usar” (Canclini, 1995; 32). Las expresiones locales no dejan de existir, pero puede restar importancia a varios elementos que pueden ser determinantes para la socialización específica del trazo cultural de la comunidad. Menciona Canclini que el proceder de las interacciones entre las personas en la urbe no sólo se limita en los centros históricos o tradicionales como suele ocurrir en las comunidades rurales, sino en los lugares en donde se desenvuelve el ajetreo comercial, los centros mercantiles y sus periferias. Para el fenómeno de la migración esto se vuelve una alternativa viable de subsistencia y en el mejor de los casos logran obtener beneficios económicos para su desarrollo personal y/o familiar. Empero, ¿qué sucede con los y las migrantes que vienen arrastrando la pobreza y marginalidad desde su lugar de origen y se topan con factores de riesgo que empiezan a vincularlos con la vida en calle? Migración de las comunidades indígenas y situación de calle Los migrantes son grupos que al verse rebasados por la marginalidad y el deseo de mejorar sus condiciones de vida se ven forzados a movilizarse a otros espacios que puedan garantizar su subsistencia. Dentro de estos grupos se encuentran los indígenas. El desafío para éstos radica en poder generar mejores condiciones de vida pero en un lugar con dinámicas económicas políticas, sociales y culturales ajenas Para saber qué tanto el migrante indígena se acompaña o se desentiende de sus usos y costumbres culturales aludimos a cuatro dimensiones según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). En un estudio realizado en el 2009 la CEPAL analiza los estudios estadísticos de los países que integran América Latina Participación de niñas y niños y el Caribe, y da recomendaciones para acercarse al uso correcto de las determinaciones para realizar estudios, principalmente cuantitativos, según la puntuación del Convenio 169 de la OIT (Schkolnik, 2009). La CEPAL propone cuatro dimensiones como indicadores operacionales: el autoreconocimineto de la identidad, origen común, cultura y territorialidad. El primer punto tiene que ver con la pertenencia a una comunidad, sentirse miembro de una colectividad y ejercer el derecho de definirse como parte de ella. La “singularización” del individuo se vuelve clave en este concepto debido a que permite entender lo que se tiene y de lo que está dentro del grupo. La segunda dimensión es el “origen común”, que refiere a la formación histórica de este imaginario colectivo en el que se organiza su linaje a través del tiempo y tiende a afirmarse en el presente y a proyectar su organización simbólica en el futuro. La tercera dimensión “... tiene que ver con el apego a la cultura de origen, a la organización social y política, al idioma, al arte, a las prácticas religiosas, al estilo de vida y a la forma de relacionarse con el entorno, entre otros temas. Se refiere a la conexión con las expresiones y manifestaciones de la espiritualidad y de las culturas propias de cada pueblo. Esta dimensión está vinculada al apego a la cultura de origen e incluye características que, por lo general, fueron adquiridas a muy temprana edad y que pueden debilitarse por efecto de la aculturación y la globalización o la relación con otras culturas” (Schkolnik, 2009; 68). Por último está la dimensión de la “territorialidad” en donde se puede extender los constructos de sus representaciones simbólicas y en donde se manifiestan sus márgenes de relaciones sociales. Bajo estas cuatro dimensiones puntualizamos los elementos fundamentales por los que se tiene entendido el apego del indígena a su comunidad. Cuando los grupos indígenas migrantes se adentran a la ciudad el enramado de problemáticas culturales sale a flote. Las dinámicas citadinas se vuelven tan complejas que resulta difícil hacer o mantener condiciones de vida óptimas para su desarrollo personal, familiar o comunal. Al dejar su comunidad de origen e incorporarse a la marginación urbana y corresponder después a las poblaciones en situación de calle,4 rompen con sus principales ligamentos identitarios y su red de significaciones simbólicas dejan de tener el eje orientativo que traza los límites de su comunidad moral. Las respuestas las encuentran en la calle y el creciente apego se convierte en un modo de vida único. En su estudio Martínez Casas centra la atención en familias que tienen circuitos de comunicación aún cerrados (domésticos) y que el vínculo con la comunidad de origen presta aún lazos de cercanía. Es evidente que la “negociación” que tienen los y las migrantes con la urbe citadina se vuelve tensa debido a que la hegemonía que tiene esta última se manifiesta de manera dominante y discriminadora por lo que va haciendo modificaciones a los usos y costumbres de los indígenas. Pero para las familias migrantes indígenas que están en situación de calle se vuelve aún más difícil la “negociación” y es cuando comienza el desprendimiento de algunos elementos esenciales que integran las cuatro dimensiones de la CEPAL. Hasta la familia principal promotora, según la autora, del enlace con la comunidad moral, puede ser motor de situaciones que acerquen al vínculo de la vida en calle, al tener dentro de su estructura fundamentos rígidos de una familia corporativa “que en un momento dado, esta tensión termine expulsando a algunos niños y jóvenes 4 Situación de calle se define como aquella expresión que tonifica la experiencia de vivencia a través de la calle arraigándose a ella para solucionar problemas cotidianos. Para ednica IAP la situación de calle contempla: niños, niñas, adolescentes y jóvenes que viven en calle; niños, niñas, adolescentes y jóvenes que trabajan en calle y/o espacios públicos; y niños, niñas, adolescentes y jóvenes que viven riesgos asociados a la calle. 63 Revista Iberoaméricana 64 de sus casas” (Martínez, 2007; 261). O bien, la familia se muestra ausente en seguir los lineamientos identitarios y deja que el laberinto urbano pierda sus sistema de significados culturales (no perder de vista que estas decisiones están condicionadas por la pobreza que viven). No hay que olvidar también que la discriminación que viven los pueblos indígenas en México es ejercida a nivel nacional, por la misma comunidad y por las zonas urbanas. La discriminación nacional tiene que ver con el lugar que históricamente han ocupado los pueblos indígenas, sin protagonismo, relegados y sin reconocimiento por ejemplo: durante el mandato de Porfirio Díaz se ensalzaba el “refinamiento europeo” o, actualmente, existe una predisposición de los medios de comunicación por mostrar las maravillas del mundo moderno e identificar lo rural como símbolo del no progreso. Sobre la discriminación por parte de la misma comunidad de origen, Regina Martínez sostiene que los migrantes, en algunos casos, ya no son vistos como miembros de la comunidad de origen debido a que dejan de realizar tareas comunes que los identificaban con la comunidad; van perdiendo con el tiempo el aprendizaje heredado, por ejemplo, el hijo o la hija de migrante deja de saber cómo se siembra o se preparan los alimentos según el orden simbólico de sus usos y costumbres (Martínez, 2007; 262), con lo cual pierden terreno en el uso de vocablos del campo ya que su referente viene de la socialización que ha tenido en la ciudad, en este sentido, su participación será mínima y la comunidad de origen les deja por discontinuar sus tradiciones. Las dimensiones de la CEPAL nos recuerdan que la identidad de las y los migrantes se debilita al no tener el reconocimiento de su comunidad, y en corto tiepo su cultura y origen se rompe. Por último, la discriminación urbana comienza con la imposición de la lengua castellana. El trabajo, la relación con los pares citadinos, los medios de comunicación, la escuela (en ciertos caso), etc., va limitando los espacios donde pueden mantener relación con sus usos y costumbres, reduciéndolos a los espacios domésticos. Pero ¿qué sucede cuando a parte de la discriminación que sufre la población indígena se presenta el fenómeno de situación de calle? Sencillamente su situación se agrava, por ejemplo, es cierto que para comunicarse aún emplean su lengua materna pero su uso se reduce ya que la mayoría de su estancia se realiza en la calle, quedando la interacción doméstica disminuida, también las visitas a sus lugares de origen disminuyen o son más espaciadas. En los cruceros o en la calle va creciendo su red de contactos, construyen círculos de trabajo, de pernocta en calle, de consumo de drogas y parejas sentimentales. Van forjando una identidad callejera con base en las experiencias vividas en los distintos grupos de los que forman parte. La identidad del migrante en situación de calle se disuelve entre la discriminación escalonada y la conformación de grupos marginales con identidades inmediatas, (como la callejera); es decir, ya no se distinguen los límites de su cultura indígena y las subculturas urbanas. Las identidades se vuelven híbridas. En un estudio publicado en 2010 por parte de instituciones que trabajan con niños, niñas, adolescentes y jóvenes en situación de calle se menciona que este fenómeno social ha cambiado y es menos perceptible, con relación a la década de los 90´s, debido a las distintas modalidades que ha tomado la niñez, adolescencia y juventud en situación de calle. Por ejemplo: “… se han ido incorporando en los últimos años a distintas modalidades de consumo cultural juvenil, como asistencia a conciertos de bandas urbanas y a espectáculos públi- Participación de niñas y niños cos, acceso a Internet a través de los cibercafés, uso de teléfonos celulares, fotografías y videos, que los incluye como consumidores (aunque sea de forma intermitente y no duradera) en un devenir urbano más amplio.” (Makowski, 2010; 57). El sector indígena en situación de calle empiezan a mimetizarse y se incorpora al mundo urbano en condiciones marginales. La “curiosidad folklórica” en la ciudad se deja para las comunidades indígenas organizadas porque encajan en la dinámica comercializable (Martínez, 2007; 264); “y para aquellos grupos marginales que utilizan la calle como medio para sobrevivir utilizando su capitalización en términos de acopio, expansión y diversificación de sus redes sociales… de disposición de dinero y de droga, de profesionalización como marginados, de aprendizaje de ciertos oficios o desempeños laborales y de consecución de otros recursos que les posibilitan sobrevivir de manera diferente en la calle.” (Makowski, 2010; 59). La pérdida de su identidad empieza en el momento en que su “etnicidad” deja de tener “otros” y se incorporan a la vida citadina, pero en condiciones marginales. Conservan sus rasgos físicos y posiblemente su lengua, pero su espacio común se vuelve la calle y su circuito social se desenvuelve ahí. Y la “singularización”, otro elemento de la identidad, queda diluida por todo el embate citadino, su reconocimiento como parte de una comunidad indígena se distrae y adquieren nuevos estilos de vida que les aleja del autoconocimineto de su identidad, del saberse poseedor/a de una línea histórica de origen, de cultura y de su territorialidad. Nos quedan los y las migrantes indígenas cuyos hijos e hijas titiritean en un vaivén de identidades fugaces y repentinas, como suelen ser las del mundo del consumidor citadino (Canclini; 1995); e inmediatistas, corto-placistas “de tránsito” (Makowski, 2010), que hacen ordenar sus realidades de significación simbólicas del fenómeno social de situación de calle. La niñez, adolescencia y juventud en situación de calle migrante indígena está inmersa en un escenario nacional y global donde sus prioridades son poco atendidas, dejando como alternativa de vida la migración. Inmersos en nuevas culturas e identidades, globales y locales, los y las migrantes van dejando y conservando estructuras simbólicas de origen, edificando identidades híbridas que les permiten sobrevivir en contextos marginales como: cruceros de las avenidas, fuera de los mercados, en plazas públicas, debajo de los semáforos, mendigando, palabreando, vendiendo chicles en los microbuses, ofertando verduras y/o frutas, llevando o trayendo mercancía en diablos, consumiendo inhalantes, jugando con sus tíos y papás limpiaparabrisas o naciendo en la calle. Conclusión El tercer censo, 2010-2011, que realizó la Secretaría de Desarrollo Social del gobierno del Distrito Federal indica que en tres años ha crecido la población que duerme en las calles y que procede de algún estado de la República Mexicana, pasando de 56 a 65%5. Esto pone a debate el impacto de las políticas públicas dirigidas a este sector de la población, las cuales no han logrado frenar la marginalidad y pobreza en las que viven millones de personas. Si bien la marginalidad y la pobreza en las comunidades indígenas no son indicadores que nos lleven a pensar, de manera determinante, que tendremos como resultado sectores migrantes en situación de calle en la Ciudad de México, argumen5 Cabe mencionar que el Censo se ajusta en su concepto de situación de calle a aquellas poblaciones que pernoctan en calle. (III Censo de población que vive en situación de calle, 2010-2011). 65 Revista Iberoaméricana tamos que el crecimiento de la población en situación de calle se debe a la falta de políticas públicas concisas y contundentes dirigidas al sector rural. Los indicadores que apuntalan la pronta salida al vínculo con la calle son diversas (Griesbach & Sauri, 1997; 37), pero sin duda alguna la pobreza extrema es un eje común. En este ensayo nos enfocamos en los y las migrantes indígenas que no cuentan con redes sociales comunes en la ciudad (como las organizaciones de grupos indígenas que comparten espacios de vivienda dentro de la urbe y que mantienen un circuito cerrado entre familias como las que describe Regina Martínez, y el vínculo en calle. Retomamos indicadores propuestos por la CEPAL (autoreconocimiento de la identidad, origen común, cultura y territorialidad) que nos ayudaron a explicar el desapego que tienen los migrantes indígenas en situación de calle con su sistema simbólico de significados autóctonos. Bajo las dimensiones propuestas por la CEPAL escudriñamos que la discriminación, en sus múltiples dimensiones, va imponiendo su orden simbólico a los indígenas foráneos y genera que el migrante vaya rompiendo vínculo con sus tradiciones al sentirse desprotegido, transformando su identidad de origen por una híbrida. El fenómeno social se hace más complejo cuando las identidades híbridas se nutren de elementos que vinculan al sujeto con la calle. El proceso de “callejerización” se profundiza en la medida en que la calle se asume como espacio vivencial y como principal espacio de socialización. El desprendimiento de su cultura se hace automática por las características asociadas a la situación de calle. Las niñas, niños, adolescentes y jóvenes migrantes indígenas en situación de calle no cuentan con muchas herramientas que les permitan preservar su cultura. Su etnicidad se diluye: el “otro” le es atractivo. Para ellos y ellas será más fácil perder su memoria entre los laberintos de las avenidas y calles de la ciudad. 66 Referencias SEDESOL y IASIS. III Censo de Población que Vive en Situación de Calle 2010-2011. Recuperado el 5 de julio del 2011 en: http://www.iasis.df.gob.mx/pdf/CENSO_poblacion_que_vive_en_ calle_DF_2010-2011.pdf. CANCLINI, Néstor G. (1990). 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