El Décimo Mandamiento Pregunta: ¿Qué significa el décimo Mandamiento? I. Información: a. Primero veamos lo que nos dice el Diccionario Bíblico Adventista. El 10o ataca la raíz de todas las relaciones humanas al disponer que el hombre no codicie lo que pertenece a otro, y mucho menos, privarlo de ello por la fuerza. b. Ahora veamos algunas Citas Bíblicas. Éxodo 20:17 (Reina-­Valera 1960) 17 No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. Génesis 3:6 (Reina-­Valera 1960) 6 Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Isaías 14:13-­14 (Reina-­Valera 1960) 13 Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; 14 sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Proverbios 1:19 (Reina-­Valera 1960) 19 Tales son las sendas de todo el que es dado a la codicia, La cual quita la vida de sus poseedores. Proverbios 21:26 (Reina-­Valera 1960) 26 Hay quien todo el día codicia; Pero el justo da, y no detiene su mano. Salmos 119:36 (Reina-­Valera 1960) 36 Inclina mi corazón a tus testimonios, Y no a la avaricia. Mateo 6:33 (Reina-­Valera 1960) 33 Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Lucas 12:15 (Reina-­Valera 1960) 15 Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. Colosenses 3:5 (Reina-­Valera 1960) 5 Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; 1 Samuel 16:7 (Reina-­Valera 1960) 7 Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. Santiago 1:14-­15 (Nueva Traducción Viviente) 14 La tentación viene de nuestros propios deseos, los cuales nos seducen y nos arrastran. 15 De esos deseos nacen los actos pecaminosos, y el pecado, cuando se deja crecer, da a luz la muerte. 1 Timoteo 6:8-­9 (Reina-­Valera 1960) 8 Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. 9 Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; Filipenses 4:11-­13 (Reina-­Valera 1960) 11 No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. 12 Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. 13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. c. Ahora, veamos lo que nos dice el Comentario Bíblico Adventista. Éxodo 20:17. No codiciarás. El décimo mandamiento complementa al octavo pues la codicia es la raíz de la cual crece el robo. En realidad, el décimo mandamiento toca las raíces de los otros nueve. Representa un avance notable más allá de la moral de cualquier otro antiguo código. La mayoría de los códigos no fueron más allá de los hechos y unos pocos tomaron en cuenta las palabras, pero ninguno tuvo el propósito de moderar los pensamientos. Esta prohibición es fundamental para la experiencia humana porque penetra hasta los motivos que están detrás de los actos externos. Nos enseña que Dios ve el corazón (1 Sam. 16: 7; 1 Rey. 8: 39; 1 Crón. 28: 9; Heb. 4: 13) y se preocupa menos del acto externo que del pensamiento del cual brotó la acción. Establece el principio según el cual los mismos pensamientos de nuestro corazón están bajo la jurisdicción de la ley de Dios, y que somos tan responsables por ellos como por nuestras acciones. El mal pensamiento acariciado promueve un mal deseo, el cual a su tiempo da a luz una mala acción (Prov. 4: 23; Sant. 1: 13-­‐ 15). Un hombre puede refrenarse de adulterar debido a las sanciones sociales y civiles que acarrean tales transgresiones y, sin embargo, a la vista del cielo puede ser tan culpable como si cometiera el hecho (Mat. 5: 28). Este mandamiento básico revela la profunda verdad de que no somos los impotentes esclavos de nuestros deseos y nuestras pasiones naturales. Dentro de nosotros hay una fuerza, la voluntad, que, bajo el control de Cristo, puede someter cada pasión y deseo ilegítimos (Fil. 2: 13). Además, es un resumen del Decálogo al afirmar que el hombre es esencialmente un ente moral libre. (Comentario Bíblico Adventista, Tomo1, Pág. 619) d. Por último, veamos lo que nos dice el Espíritu de Profecía. "No codiciarás la casa de tu prójimo: ni desearás su mujer, ni esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno, ni cosa alguna de las que le pertenecen." El décimo mandamiento ataca la raíz misma de todos los pecados, al prohibir el deseo egoísta, del cual nace el acto pecaminoso. El que, obedeciendo a la ley de Dios, se abstiene de abrigar hasta el deseo pecaminoso de poseer lo que pertenece a otro, no será culpable de un mal acto contra sus semejantes. (Elena G. de White, Patriarcas y Profetas, Pág. 318) II. Resumen: Éxodo 20:17 (Reina-­Valera 1960) 17 No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. En el estudio previo, vimos como el pecado entró en este mundo cuando el padre de la mentira engañó a Eva a que esta comiera del fruto prohibido; diciéndole que ella no moriría, sino que sería "como Dios, sabiendo el bien y el mal." (Génesis 3:5). Pero, ¿será que nuestra primera madre era inocente de tal engaño, ya que no fueron ciertas las palabras de la serpiente? Por supuesto que no. Eva era tan responsable de la caída de nuestra raza, como lo fue Satanás por haberla hecho caer, ya que ella codició el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (Génesis 3:6) y desobedeció las ordenes que le habían sido dadas por Dios en el jardín del Edén (Génesis 2:17). La codicia en un ser que había sido creado perfecto, dio inicio al pecado en este mundo. De igual manera, el pecado tuvo su origen en el Cielo cuando un ser, que también había sido creado perfecto, codició no un simple fruto de un árbol, sino el trono y la posición del mismo Creador del universo. Isaías 14:13-­14 (Reina-­Valera 1960) 13 ...Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; 14 sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Lucifer codició todo lo que le pertenecía solo a Cristo. Pero, curiosamente, él no codicio el carácter de Jesús; su amor, benevolencia, abnegación y humildad, lo que realmente lo hace a Él Santo, digno de toda alabanza, y lo distingue así de todas sus criaturas. Así fue como tuvo su inicio el misterio de la iniquidad. La codicia no solo dio inició al pecado en el universo, o en nuestro mundo, sino que también da inicio a todos los demás pecados. Y esto es así porque la codicia es la raíz de todos los demás pecados, ya que estos tienen su comienzo en el pensamiento. El último Mandamiento "nos enseña que Dios ve el corazón y se preocupa menos del acto externo que del pensamiento del cual brotó la acción. Establece el principio según el cual los mismos pensamientos de nuestro corazón están bajo la jurisdicción de la ley de Dios, y que somos tan responsables por ellos como por nuestras acciones. El mal pensamiento acariciado promueve un mal deseo, el cual a su tiempo da a luz una mala acción." (Comentario Bíblico Adventista, Tomo1, Pág. 619). El siguiente versículo recalca lo mismo: Santiago 1:14-­15 (Nueva Traducción Viviente) 14 La tentación viene de nuestros propios deseos, los cuales nos seducen y nos arrastran. 15 De esos deseos nacen los actos pecaminosos, y el pecado, cuando se deja crecer, da a luz la muerte. El Diccionario de la Real Academia Española define la codicia así: codicia. (Del lat. *cupiditĭa, de cupidĭtas, -­ātis). 1. f. Afán excesivo de riquezas. 2. f. Deseo vehemente de algunas cosas buenas. Vehemente quiere decir "una fuerza impetuosa". Podemos entonces decir que la codicia es desear algo con una fuerza impetuosa. Y justo ahí está el problema. No es malo tener deseos y sueños. Estos son lo que nos motivan y nos mueven, pero cuando deseamos algo de manera inapropiada, o algo que nos puede perjudicar, es cuando podemos llegar a transgredir el décimo Mandamiento. Cuando se codicia algo o alguien, nos convertimos en seres irracionales que no pensamos en los medios, sino sólo en el fin. Alguien que se la pasa codiciando, es inequívocamente alguien inconforme o infeliz. Tal persona se desespera por obtener el objeto codiciado, hace muchas tonterías, y nunca tiene paz o felicidad; aun después de haber obtenido dicho objeto. Cuando el vecino se compra un carro nuevo, esta misma también se tiene que comprar uno, aunque no tenga la posibilidad de hacerlo. Si los hijos de su vecino van a una escuela cara, los suyos también deben de ir a una, y así, sucesivamente, es un círculo que nunca termina. Jesús dejó esta advertencia, "Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee." (Lucas 12:15). La codicia también tiene que ver con la autoestima de una persona, porque si esta no tiene tal cosa, entonces no se siente valiosa. ¡Grave error! Nunca debemos olvidar que somos valiosos porque Dios nos creó a su imagen y semejanza; más aún, porque Jesucristo nos redimió con su propia sangre. Ahora, la Palabra de Dios muestra que no toda codicia es mala cuando declara, "Procurad alcanzar el amor; pero también desead ardientemente los dones espirituales, sobre todo que profeticéis." (1 Corintios 14:1). Dios quiere que nuestro enfoque esté en las cosas espirituales, y no en las materiales. Él incluso nos dejó esta promesa, "buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas." (Mateo 6:33). No debemos dudar nunca de esta promesa. Ciertamente, "Dios proveerá" (Filipenses 4:19). Cualquier otro tipo de codicia, que no sea para desear cosas espirituales, o de provecho, sin duda solo nos llevará a la destrucción. Acán codició y tomó del anatema cuando Jericó fue conquistado, y él y toda su familia fueron apedreados y después quemados. Saúl codicio y tomó el ganado que le pertenecía a Dios, y como resultado, fue rechazado como Rey de Israel. Codició Lot la más bella ciudad del valle del Jordán que era Sodoma, sin pensar que esa ciudad llegaría a ser la perdición de su familia (por lo corrompida que estaba). Como mencionamos anteriormente aquí, Lucifer, a pesar de haber sido dotado con los más grandes honores y atributos jamás dados a un ser creado, no conforme, codició lo que le pertenecía solo a Dios, y como resultado fue expulsado del cielo. La palabra clave para no caer en tentación y violar este último, pero sumamente importante Mandamiento, es contentamiento. Debemos estar siempre conformes con lo que Dios nos ha dado y sentirnos contentos, satisfechos y sobretodo agradecidos de lo que recibimos de Él. 1 Timoteo 6:8-­9 (Reina-­Valera 1960) 8 Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. 9 Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; Finalmente, el último Mandamiento del Decálogo nos señala a todos nuestra necesidad que tenemos de ser cambiados por nuestro Salvador Jesús. Somos todos por naturaleza seres pecaminosos, seres incapaces de alcanzar la santidad por si mismos. Vemos que la Ley de Dios no solo es un reflejo perfecto de su carácter, sino también la meta final que todo ser humano tiene como misión alcanzar. Pero, la Ley no nos da el poder para restablecer la imagen de Dios en nosotros, sino que solo sirve como espejo para reflejar lo sucio y manchado que estamos. El poder para cambiar solo lo puede dar Cristo; solo Él nos puede quitar esas manchas con su preciosa sangre y grabar su Ley en nuestro corazón con su Santo Espíritu. Grande y misericordioso es nuestro Redentor cuando declara que no estaremos solos en nuestra lucha contra el pecado al darnos esta promesa: Ezequiel 36:26-­27 (Reina-­Valera 1960) 26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Terminamos este estudio de los diez Mandamientos con las palabras de Pablo, que debemos siempre recordar cuando seamos tentados por el enemigo de las almas: Filipenses 4:13 (Reina-­Valera 1960) 13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.