10596 - Libro la mayoría silenciosa (re-diagramación

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La Mayoría Silenciosa:
Ese chile invisible
Una propuesta para construir un Chile Digno
Gaspar Rivas Sánchez
“Bienaventurados los silenciosos, porque
entre ellos se entienden”.
Mariano de Larra
(Escritor español, 1809-1837)
Prefacio
El pequeño manuscrito que tiene usted en sus manos, estimado
amigo lector, mezcla de ensayo literario y manifiesto político, es
producto de varios años de análisis respecto de la realidad política y
social de nuestro país y, por sobre todo, del sentir más profundo de
los chilenos. Mi cargo de diputado me ha permitido estar en contacto
con las más humanas sensibilidades de la ciudadanía, dándome la
posibilidad de contar hoy con los conocimientos y la información
necesaria para elaborar una propuesta de carácter político que, a mi
humilde entender, se acerca bastante al pensamiento de la mayoría.
En palabras sencillas, a lo que he percibido de la propia gente y no
de sus intermediarios.
Desde ya le dejo en claro que los planteamientos que expongo hoy
aquí no los respaldo ni justifico con encuestas ni sondeos. En estas
páginas usted no encontrará gráficos estadísticos ni nada que se le
asemeje. Sin despreciar la utilidad de estas herramientas en muchas
actividades, no creo que éstas tengan fundamento metodológico
ni credibilidad suficiente para el propósito de este estudio. Las
encuestas no forman la opinión pública; la opinión pública se
forma a sí misma. Encuestas, sondeos o estudios son, por cierto,
legítimos informadores de la opinión pública, pero nunca llegarán
a ser los formadores de ella. En lo personal, no dirijo mi actividad
parlamentaria por el resultado de estos instrumentos. Y ello, porque
yo no legislo para las encuestas, sino que para Chile. Y Chile es
mucho más que una o cien o mil encuestas. Para mí el mejor sondeo
es la información obtenida de la acumulación de horas y horas de
conversación con la gente, empapándose de su sentir y obteniendo
los datos de su propia boca. La única herramienta que no admite la
distorsión propia del intermediario es la conversación directa. Todo
lo demás son solamente datos. Pero yo trabajo sobre certezas, no
sobre percepciones. Y si al final del día me queda alguna duda, salgo
una vez más a preguntarle directamente a la gente. Ellos son mi única
encuesta y mi única fuente.
Como es natural, lo anterior teñirá de una evidente subjetividad
cualquier opinión aquí vertida. Sin embargo, mi intención al escribir
estas sencillas páginas no es la de postular una verdad revelada ni,
mucho menos, la de arrogarme la representación del pueblo chileno.
Es más, si no comparte estos planteamientos, amigo lector, entonces
espero provocar en usted la discrepancia y dar así la bienvenida al
legítimo y democrático debate. Esa es la esencia de la democracia.
Conversar, discutir con altura de miras. Y, por cierto, hacerlo sentado a
la mesa del diálogo, no parapetado desde la trinchera ideológica. A fin
de cuentas será, a la postre, la ciudadanía soberana la que decida si estos
planteamientos la interpretan o no.
Indice
Primera
parte:
Análisis
del panorama político chileno
Capítulo I: La extremización de la política chilena
9
Capítulo II: Chile no es un país de derecha (ni tampoco de izquierda)
15
Capítulo III: ¿Por qué perdieron Matthei y la derecha?
18
Capítulo IV: Reestructuraciones post-traumáticas
28
Capítulo V: Críticas a los extremos: Breve historia de una encrucijada personal
35
Segunda
parte:
La
mayoría silenciosa:
Ese Chile
invisible
Capítulo VI: El centro se construye con las buenas ideas (de izquierda y de derecha)
41
Capítulo VII: La mayoría silenciosa: Ese Chile invisible
46
Capítulo VIII: Una propuesta para (y desde) la mayoría silenciosa
50
Epílogo
72
PRIMERA PARTE
Análisis del
panorama
político
chileno
Capítulo I
La
extremización de la
política chilena
La actual configuración del panorama político chileno se
encuentra fuertemente concentrada en los extremos, esto es, en la
izquierda y en la derecha. En algunas ocasiones, para generar algunos
matices (que buscan atenuar la pertenencia a dichos extremos con
fines puramente publicitarios) los partidos políticos que los habitan
suavizan su imagen autodenominándose de centroderecha o de
centroizquierda. Aunque en el fondo, estos conceptos no pasen de
ser meros eufemismos para referirse a los extremos.
Sin embargo, en la práctica no se atisba ningún referente político
que sea verdaderamente de centro en nuestro país. Si quisiéramos
hacer una representación del centro político nacional, tendríamos que
representarlo como un sitio baldío entre dos grandes propiedades,
con un letrero en el que se lee disponible. Cada casa a los costados
representaría los macizos de ambos conglomerados: Alianza por
Chile (la derecha y la denominada centroderecha) y Nueva Mayoría
(la izquierda y la denominada centroizquierda), los que conforman
el duopolio reinante en nuestra política. Al medio, libre y a la espera
de que algún partido o movimiento lo represente, aguarda lánguido
el centro político.
Existen, además, referentes (la mayoría de ellos huérfanos del
propio duopolio), que si bien no gravitan significativamente en
el entramado político nacional, hay que mencionar. Me refiero al
Partido Progresista, a los partidos Regionalista Independiente,
Liberal, Ecologista, Humanista, Izquierda Ciudadana, Movimiento
Amplio Social y los movimientos Revolución Democrática, Fuerza
9
Pública, Izquierda Autónoma, Democracia Regional, Evolución
Política (Evópoli) y Amplitud. Ninguno de ellos es de lo que en
este trabajo llamaremos centro. El Humanismo y el Movimiento
Amplio Social se autodefinen de izquierda. La Izquierda Cristiana
e Izquierda Autónoma, como se desprende de su propio nombre,
son referentes también de izquierda. El PRO es un referente de
carácter esencialmente de izquierda, del ala progresista de este
sector político. Igual cosa ocurre con Revolución Democrática, que
también constituye un referente del ala progresista de izquierda. Y
en el caso del Ecologismo, si bien tiene postulados transversales,
sus dirigentes se reconocen como de la llamada centroizquierda. En
la otra vereda, Evolución Política y Amplitud se presentan como
elementos integrales de la denominada centroderecha. Sin perjuicio
de ello, resulta tan intricadamente ambigua la posición que Amplitud
desea ocupar en el espectro político, que en el capítulo IV haré una
referencia más profunda sobre el particular.
Por su lado, el Regionalismo Independiente y el Liberalismo, como
así mismo los movimientos Democracia Regional (de los senadores
independientes Antonio Horvath y Carlos Bianchi) y Fuerza Pública
de Andrés Velasco, si bien no se identifican per se con los extremos,
al analizarlos con detenimiento, queda en evidencia que carecen de
un elemento que, a mi juicio, es esencial en un auténtico referente
de centro: la total y completa autonomía e independencia política
respecto de los extremos, tanto en los hechos como en la coherencia
del discurso. Así pues, el Regionalismo Independiente ya ha pactado
política y electoralmente con los extremos. La primera ocasión con
la derecha, en el gobierno de Sebastián Piñera. La segunda, con
la izquierda, con la actual administración de Michelle Bachelet
(incluyendo el cupo electoral de sus parlamentarios, la diputada
Alejandra Sepúlveda y el senador Pedro Araya) Por ende, este
colectivo no ha sido capaz de articular un discurso coherente con la
independencia política que por esencia (y por decencia) es elemento
fundamental del verdadero centro político, como ya anticipé. Cosa
similar ocurre con el partido Liberal, que es simplemente un refrito
del partido Chile Primero y éste, a su vez, también pactó con la
derecha durante el mandato de Piñera. Y actualmente, su único
10
diputado, Vlado Mirosevic, ya negoció una agenda legislativa en
común con la Nueva Mayoría, marcando así territorio y perdiendo
aquella independencia que es requisito sine qua non en un referente
de centro. Similar situación ocurre con el movimiento Democracia
Regional, mera bisagra política que en el Senado le será funcional
a la izquierda o a la derecha según sea el caso. Y finalmente, con
el movimiento Fuerza Pública del ex Ministro de Hacienda de
Bachelet y ex precandidato presidencial, Andrés Velasco, ocurre
algo bastante peculiar. El director ejecutivo de dicho movimiento,
Sebastián Iglesias, ha manifestado que Fuerza Pública “aspira a ser
parte de una centroizquierda moderna, liberal y progresista”, con
lo que queda descartado de plano que este sea un referente de centro
(Fuente: Diario La Segunda, edición del 28 de abril de 2014).
Sin embargo, la no identificación definitiva de este movimiento
con la Nueva Mayoría y, a la vez, sus constantes coqueteos con la
derecha neoliberal han llevado a algunos a considerarlo un referente
de centro. Ello también se debe, en gran parte, a algunas declaraciones
de sus principales consejeros generales, quienes indican que “los
convocados [a Fuerza Pública] pueden ser mayoritariamente de
centroizquierda, pero lo que Fuerza Pública quiere representar es
al centro político”. (Fuente: Reportajes de El Mercurio, edición del
11 de mayo de 2014). Es esta situación tan bizarra e incoherente
(muy semejante a la que en el capítulo IV analizaré con respecto a
Amplitud), relativa a mantener posiciones absolutamente ambiguas
en el espectro político, la que me obliga a detenerme un poco más
en Fuerza Pública. Al margen de que las palabras de su director
ejecutivo no debiesen dejar lugar a duda y son argumento suficiente
para, a mi juicio, descartar a este referente del centro político, hay otra
buena razón para ello. En efecto, si bien Andrés Velasco no milita
en ningún partido ni se siente parte integrante de la Nueva Mayoría,
mantiene un devenir político ambiguo: cacarea para la izquierda,
pero sus huevos los pone convenientemente en la derecha. Velasco
fue Ministro de Hacienda de un gobierno de izquierda, pero tuvo un
manejo derechista en su cartera. Se negó a ceder a las presiones de
sectores de la Concertación relativos a aumentar el gasto social. Esto
le granjeó tan ácidas críticas de su mismo sector, que en una ocasión
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la propia presidenta Bachelet debió salir a respaldarlo públicamente.
Como buen derechista, Velasco se dedicó a ahorrar recursos públicos
en tiempos de bonanza económica. A mi juicio, su desempeño en la
cartera constituye un verdadero manual de Cortapalos respecto de
cómo debiese comportarse el Ministro de Hacienda de un gobierno
de la derecha económica.
Con esos antecedentes, no resulta extraño que el ex ministro
haya obtenido tan alta votación en Santiago Oriente: la derecha
de ese sector de la capital le entregó su apoyo, pues comprendió
rápidamente que en él tenía un candidato que, de llegar a La Moneda,
le daba garantía de no revolver el gallinero en materia económica
por la vía de postular cambios al modelo neoliberal. No, a mi juicio
Fuerza Pública tampoco puede ser considerado como un referente
de centro. A mayor abundamiento, en el mismo reportaje de El
Mercurio recién citado, personeros de este movimiento manifiestan
que “Andrés Velasco es un hombre de cultura de centroizquierda y
ahí se siente cómodo”. El asunto es que Velasco le hace guiños a
la derecha (no al centro) y ello, además, cómodamente sentado en
su domicilio de la centroizquierda, evidenciando así una absoluta
carencia de aquel relato de coherencia y definición política que, en
relación con los extremos, es totalmente necesario si se pretende
representar el centro político.
Antes de continuar quiero hacer presente que este punto, que dice
relación con la estricta independencia y la coherencia en el discurso
que, respecto a los extremos, debe siempre guardar el centro político,
reviste para mí una importancia capital. Así pues, volveré sobre el
particular a lo largo del presente trabajo.
Así las cosas, con la falta de referentes de centro de verdad, es
decir, coherentemente independientes, hoy por hoy nuestro país no
conoce estructuras políticamente organizadas que reflejen el sentir
de la ciudadanía. Pero, ¿por qué razón un partido de centro habría de
representar verdaderamente el sentir de los chilenos? Simplemente
porque, si bien en nuestro país los partidos políticos se presentan
desde los extremos, la inmensa mayoría de la ciudadanía camina
bastante lejos y ve con indiferencia esa polarización. Por ejemplo,
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cuando Sebastián Piñera llegó a la presidencia, nadie hubiera
afirmado que ello implicaba que todo Chile fuera de derecha. Y
si durante veinte años la Concertación ostentó el poder, eso no
significaba que Chile fuera un país de izquierda. ¿En qué me baso
para hacer tal aseveración? Hagamos el siguiente análisis: es un
hecho dado (y comprobable) que los partidos de izquierda propenden
hacia el reconocimiento, la defensa y la protección de los derechos
de quienes cometen delitos y que no son partidarios de la mano dura,
algo que no le ocurre a la derecha, sector que históricamente ha sido
propenso a hacer respetar y mantener el orden ciudadano con, a lo
menos, un discurso más duro. Hipotéticamente, la gente que votaba
por la Concertación entonces debería haber estado de acuerdo en
que no se castigase como correspondía el delito y a los delincuentes.
Pero no es así. Tanto, que esa fue una de las grandes razones por las
que los chilenos votaron por Piñera. Y una buena parte de la gente
que votó por él era gente que siempre había votado por la izquierda,
pero que ya estaba hastiada de la mano blanda de la Concertación
en materia de seguridad pública. Y lo mismo se aplica en sentido
inverso. Como acabo de indicar, la gente de sectores vulnerables,
sectores trabajadores, que votó por Piñera y que siempre había
votado por la Concertación, esperanzados en que ésta compartía sus
planteamientos de justa reivindicación social y laboral, ¿de pronto
se había vuelto pro-empresarios y había renunciado a sus demandas
sociales? ¡Absurdo!
A mi juicio la razón de ese cambio es simple: la inmensa mayoría
de los chilenos son de centro. Son realistas, certeros. Tienen tanto
de derecha como de izquierda. Su voluntad política es dinámica,
versátil. Por ejemplo, quieren justicia social (reivindicación más
propia de la izquierda), pero también exigen seguridad ciudadana
(reivindicación más propia de la derecha).
Si hoy en día no existe ningún partido o movimiento político
de relevancia que sea realmente de centro, entonces, ¿cómo es que
constantemente escuchamos a distintos personeros del quehacer
político nacional, especialmente de la derecha, referirse al centro
político? ¿Cuántas veces no hemos escuchado discursos en los
que se recomiendan aperturas de apoyos hacia el centro? ¿Cómo
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pueden no existir referentes de centro en nuestro país cuando tantos
políticos de los extremos buscan el centro? Lo que ocurre es que
en nuestro país muchos grupos políticos se pelean el centro, pero
ninguno da la pelea desde el centro. Y si bien no existe entre la clase
dirigente, el centro político, reitero, sí existe entre los ciudadanos: el
pensamiento político de éstos no está estructurado en base a lo que
yo denomino la lógica de los lotes o grupos de interés. El ciudadano
común no tiene los lastres ideológicos propios de la clase política.
Vive, habla, piensa, camina y respira en una frecuencia distinta a
la de los partidos y los políticos. Entonces, si el ciudadano común
sigue hasta hoy votando por los extremos, es simplemente porque
todavía su forma de pensar no está representada en ningún referente
político.
La Democracia Cristiana ha pretendido a veces ser un partido de
centro. A mi juicio no es así. Y me baso para afirmar aquello en dos
cosas. En primer término, en que no se puede pretender ser un partido
de centro cuando se llevan veinticinco años formando parte sumisa
de un conglomerado de izquierda. Resulta muy fácil y conveniente
ser de centro de esa manera. Mientras la Democracia Cristiana se
mantenga dentro de la Concertación (hoy Nueva Mayoría gracias
al aporte del Partido Comunista, de la Izquierda Ciudadana y del
Movimiento Amplio Social), seguirá siendo un partido de izquierda.
Para mantener su curiosidad, recién en el capítulo VIII haré mención
de la segunda razón por la cual, a mi juicio, la Democracia Cristiana
no es un partido de centro.
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Capítulo II
Chile
no es un país de
derecha (ni tampoco de
izquierda)
Chile no es un país de derecha y para percatarse de ello no es
necesario hacer un estudio profundo en materia política. Baste con
tomar nota de que desde 1920 en adelante, todos los gobiernos
democráticos han sido, en mayor o menor medida, de izquierda.
Excepto los gobiernos de Jorge Alessandri (1958-1964) y Sebastián
Piñera (2010-2014), nadie que sea natural y genuinamente de
derecha se ha sentado democráticamente en el sillón de O´Higgins.
El segundo gobierno de Arturo Alessandri (1932-1938), que algunos
consideran de derecha, a mi juicio no debe ser tenido como tal. Si
bien Alessandri llevó a cabo alianzas con la derecha durante este
mandato, luego dio giros políticos que lo llevaron a hacer lo propio
con la izquierda. Su segundo gobierno, por ende, no fue uno que
pueda ser considerado como genuinamente de derecha.
Así las cosas, la conclusión natural de este postulado es que si
Chile no es de derecha, entonces es de izquierda. Pero esa sería la
conclusión lógica derivada de la filosofía de los lotes. A mi juicio,
si bien Chile se encuentra desde el punto de vista de resultados
electorales evidentemente más cercano a la izquierda que a la
derecha, el votante chileno tampoco corresponde del todo a esa
primera ideología. El votante chileno adhiere, por ejemplo, a las
justas reivindicaciones sociales y laborales de la izquierda, pero
también, por ejemplo, a la libertad de emprendimiento y deseo de
seguridad ciudadana que son características de la derecha. Entonces,
si como hemos visto, los votantes chilenos tienen tanto de izquierda
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como de derecha, ¿en qué parte del espectro político están ubicados?
Tal y como lo indiqué en el capítulo anterior, me aventuro a ubicarlos
en el centro.
Postulado final: Chile no es un país de izquierda, sino un país
mayoritariamente de centro que tiende hacia la izquierda. Y como
corolario o consecuencia casi evidente de lo anterior tenemos que,
en este país tendiente a la izquierda, la derecha no tiene ninguna
posibilidad de gobernar; la única opción de la derecha de llegar al
poder es que el conglomerado de izquierda lo haga no mal, sino que
muy mal.
Así se explica que Piñera haya llegado al poder. Porque es
evidente que el votante chileno no eligió a Piñera porque de la noche
a la mañana haya empezado a tender hacia la derecha. Simplemente
ocurrió que la Concertación, luego de años de desgaste en el poder
y de alejarse del espíritu que la llevó a ese sitial en 1989, comenzó
a generar antipatía en la gente. Fue entonces cuando surgió para la
derecha la posibilidad de gobernar. Si la Concertación lo hubiese
hecho bien (o al menos, no tan mal), la Coalición por el Cambio
nunca habría llegado al poder. El 17 de enero de 2010 no ganó la
Coalición por el Cambio; aquel día perdió la Concertación, que es
distinto. El votante chileno, que sin ser de izquierda siempre había
tendido a ella, se cansó de la inoperancia de la Concertación en el
poder y votó excepcionalmente por la derecha.
Entonces, ¿cómo explicarnos el altísimo porcentaje de apoyo de
la presidenta saliente, Michelle Bachelet? Sencillamente se debe a
que Bachelet encantó a los chilenos por su carisma. Pero nada más.
Su gobierno fue objetivamente un gobierno de alto desempleo, bajo
crecimiento, alta tasa delictiva. Tampoco resolvió ninguno de los
problemas estructurales que son más gravitantes para la ciudadanía:
salud, educación, abusos financieros, entre otros. Bachelet tuvo el
enorme nivel de apoyo popular que tuvo al final de su gobierno
exclusivamente por su inigualable carisma, cosa que permitió
que la ciudadanía desdoblara su figura y no la responsabilizara
por su mediocre gobierno. Para Chile, ella es la madre bondadosa
y cariñosa que da abrigo. Lo que no es ni intrínsecamente malo
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ni intrínsecamente bueno. Simplemente estoy certificando una
realidad. Su forma de ser les agrada a los chilenos y ello es un hecho
irrefutable. Totalmente distinto al rostro adusto y serio de Sebastián
Piñera, que trata de ser simpático, pero con muy poco éxito.
Ya sabemos el por qué la derecha se enfrentará a una tarea difícil
si quiere llegar al poder en Chile. Pero, llegando a él, ¿hubiere podido
mantenerse en éste? Sí, pero olvidó que para ello debía cumplir una
gran condición. Como ya indiqué, Chile no es un país de derecha,
sino un país de centro que tiende a la izquierda y la única posibilidad
de que la derecha llegue al poder es que la izquierda lo haga muy
mal. Y la derecha, por lo mismo, luego perderá inmediatamente el
poder a menos que se aplique en la asignatura y haga un gobierno no
bueno ni muy bueno, sino que excelente.
Un gobierno excelente es aquel que se relaciona con la gente desde
la propia gente, escuchando sus opiniones y demandas: terminar
de una buena vez con el abuso de los cobros de las universidades,
de las casas comerciales, de las Isapres y de las A.F.P. o combatir
con verdadera fuerza la delincuencia. Me aventuro a afirmar que
si Sebastián Piñera hubiera acabado con el lucro ilegal de las
universidades, si hubiese combatido con fuerza la delincuencia
enviando una verdadera y profunda reforma para nuestra garantista
justicia penal, si hubiese en algo atenuado el abuso del sistema de
A.F.P., la derecha hubiese seguido en el poder. Pero eso no hubiese
pasado jamás, porque Piñera es neoliberalista y, como tal, cree
firmemente que la educación es un bien de consumo y que el Estado no
debe entrometerse en la seguridad social, dejando la administración
de las jubilaciones de los trabajadores en manos de los privados.
El único tema en el que Piñera hubiese podido hacer algo, como
derechista que es, era en el combate frontal de la delincuencia. Pero
faltaron pantalones en La Moneda para enfrentársele. Está claro que
a los delincuentes, al menos en el gobierno de la derecha, no se
les acabó la fiesta. Y preocupa, por cierto, que en el gobierno de
Bachelet la situación se agudice.
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Capítulo III
¿Por
qué perdieron
matthei y la derecha?
Si bien no había manera alguna de que la derecha ganara
nuevamente el gobierno, hubo ciertos elementos que ayudaron a
alejar todavía más a la Alianza de La Moneda. Así pues, vayamos
de inmediato al grano y analicemos los tres principales factores
relativos a ello:
1) Factor Bachelet
Era indudable que el escenario que enfrentaba Matthei era
complejo, incluso desde antes del accidentado proceso a través
del cual fue designada como candidata de la derecha. Bachelet era
una candidata con un tremendo e indesmentible carisma con la
ciudadanía y, además, a prueba de balas, pues mientras más se la
atacaba, más se fortalecía. En resumidas palabras, a Matthei le tocó
medirse, para su desgracia, no con una oponente de carne y hueso,
sino que con un fenómeno. Agréguesele a eso una derecha desunida
que tuvo que conformarse a regañadientes con una candidata de
carne y hueso. ¿Quién puede pretender que puede triunfar ante
tamaña desigualdad? Sería tanta la frescura de creer lo contrario,
que me niego a considerar que la frase de campaña de Matthei, “Sí
se puede”, haya sido algo más que un desesperado intento de la
derecha de auto infundirse ánimo ante la debacle que se veía venir,
apelando torpemente a la fantasía de que Bachelet era ganable.
Mi percepción de Bachelet como un fenómeno, eso sí, no alcanza
más allá de la dimensión de su cercanía y carisma con la ciudadanía.
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Si la consideramos en términos de peso político, Bachelet es tan
humana y liviana como cualquiera. Tal vez sea un fenómeno
en cuanto a carisma, pero en cuanto a efectividad política nos
encontramos con harina de otro costal. Como ya indiqué, su primer
gobierno fue mediocre. Si Bachelet es un fenómeno, está claro que
no lo es por tener capacidad de manejo de Estado o de solución de
problemáticas-país.
2) Factor Matthei
Frente a la carismática candidata de la izquierda, la derecha
contaba con una con muy poco carisma y todavía menos cercanía.
No quiero con esto decir que Matthei no se esforzase en ser cercana.
Es más, intentaba una y otra vez serlo. Pero la gente no la notaba ni
la veía así.
A la falta de carisma y de cercanía se suma un importante
grado de rechazo hacia la persona de Evelyn Matthei por la forma
de ser de la candidata. No ahondaré en lo que es obvio y de todos
conocido. Internet es bastante generoso en mostrarnos episodios
en los cuales, las más de las veces, sobran los epítetos de grueso
calibre de boca de la ex candidata de la Alianza. Baste con decir que
Evelyn Matthei no se caracteriza por ser una persona simpática o de
trato agradable. Agréguese además, como elemento importante, el
hecho indesmentible de que Matthei mantiene temas no resueltos
con la dictadura militar. Y con esto me refiero exclusivamente a
los que derivan de ella misma, no a los que pudiesen derivar de
su padre, el general en retiro Fernando Matthei. Más allá de que al
final igualmente le pesó ser hija de un colaborador de Pinochet, es
claro que no es de su responsabilidad el papel que éste último haya
tenido en determinada época de la historia del país. Los conflictos
no resueltos a los que hago referencia son los derivados de su propio
actuar o decir. Por ejemplo, nadie que hoy tenga sobre 35 años de
edad puede olvidar, allá por la época de la detención de Pinochet
en Londres, a aquella Evelyn Matthei que, frente a las cámaras de
televisión, exigía a voz en cuello que se boicotearan los intereses de
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Inglaterra y España en Chile, agregando que españoles e ingleses
“no se van a atrever siquiera a salir a las calles, porque donde los
vean les vamos a plantar un huevo o un tomate”.
Pero no todo puede serle achacado a la responsabilidad de Matthei.
Que era una candidata poco simpática y con inquebrantables lazos
con el pasado, nadie lo discute. Pero hubo también, a mi juicio, otras
dos importantes razones que la convirtieron en una candidata lejana
de la perfección y que, honor le sea hecho, no son de responsabilidad
suya. La primera es que, si bien su nombre sonó desde siempre en
la UDI como presidenciable, no es menos cierto que partió con
muchísimo tiempo de retraso en su campaña, muy por detrás de
Bachelet, quien para la sazón ya llevaba cinco meses en carrera (eso
sin contar con los años que ya llevaba en el imaginario popular en
su calidad de ex presidenta). El hecho de haber sido una candidata
sacada de la banca a última hora por la renuncia de Pablo Longueira
es un factor a considerar. Imposible alcanzar a un monstruo del
carisma de Bachelet con una candidata como Matthei y mucho
menos a la apureta.
La segunda es que la candidata de la derecha no contó con el
irrestricto apoyo de todo su sector (del que sí disfrutó Piñera). Y
una vez más hay que exonerar de la responsabilidad de esta causa
a la abanderada que, hay que reconocérselo hidalgamente, enfrentó
con un tremendo coraje el martirio que se le venía encima. Porque
resulta indesmentible que a Matthei le faltó el apoyo del socio,
Renovación Nacional. Falta de apoyo derivada del hecho de que
Matthei fue impuesta como candidata del sector por la UDI en un
acto de extrema soberbia. Soberbia simplemente motivada porque la
UDI se consideraba con el derecho ya adquirido por haber ganado
las primarias de junio de 2013 con Pablo Longueira, haciendo
oídos sordos de los muchos adherentes de Andrés Allamand que
consideraban que la primaria la ganaban las personas y no los
partidos y, por ende, la persona en mejor derecho a suceder al
candidato de la UDI era el que había competido con él. Es cierto
que Allamand cometió importantes errores (como emplazar
públicamente a Laurence Golborne a dar explicaciones al país por
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el caso del aumento de los intereses de las tarjetas Jumbo-Cencosud
cuando fue su gerente o exagerar su dolor por haber perdido la
primaria, recordándole a la UDI todas aquellas comunas en las que
le había ganado a Longueira). Pero eso no le quita a la UDI que
el haberlo vetado fuera un acto de soberbia. Así las cosas, es una
desfachatez de la UDI el haber creído que RN iba a apoyar a Matthei
con la camiseta puesta.
3) Factor Piñera
Este, a mi juicio, es el principal factor que contribuyó a sentenciar
la candidatura presidencial de la derecha en 2013. Y es que, a pesar
de lo que los sectores piñeristas se empeñen en decir, le disguste
a quien le disguste, Piñera tiene una enorme responsabilidad en
la derrota de su propio sector. Mi crítica no es cortoplacista como
algunas que he escuchado, referente a que la culpa del ex presidente
radica en que no se la jugó a fondo por Matthei durante la campaña.
Yo le sindico responsabilidad a Piñera no por aquello que no haya
hecho en los últimos cuatro meses antes de la elección presidencial,
sino que por lo que no hizo durante sus cuatro años de gobierno.
Ya planteé que Chile no es un país de derecha y que si la derecha
llega al poder (debido a una muy mala administración de la izquierda)
para mantenerse en éste tiene que realizar no un muy buen gobierno,
sino que uno excelente. Y es allí donde radica la responsabilidad de
Piñera en la derrota de Matthei: no hizo ese gobierno excelente que
tiene que hacer la derecha para mantenerse en el poder en un país de
centro que tiende hacia la izquierda.
¿Qué factores han de tenerse en consideración para afirmar que
Piñera no hizo un gobierno excelente? ¿Sus constantes piñericosas?
A mi entender se requiere mucho más que cometer errores jocosos
para ser considerado un mal presidente. Es más, lo de los chascarros
presidenciales es algo muy relativo. Porque si hacemos memoria,
aquel puntapié de Bachelet en la inauguración del estadio Germán
Becker de Temuco, que le costó mandar a volar uno de sus zapatos,
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también podría haber sido considerado un chascarro negativo.
¿Una bachelicosa, tal vez? Ciertamente que no; los chascarros son
negativos o no lo son dependiendo del grado de estima y cariño que
el pueblo le tenga al político. Cuando Bachelet mandó su zapato tras
los pasos del Sputnik, la ciudadanía sintió eso como prueba de que
Bachelet era igual de humana que ellos. Pero si hubiese sido Piñera,
sus oponentes no habrían tardado ni un minuto en destrozarlo.
¿Por qué tan dispar reacción frente a los chascarros presidenciales?
Simplemente porque a Bachelet la gente la adora y a Piñera no.
No son, por lo tanto, sus piñericosas las que hay que tenerle en
cuenta a Piñera a la hora de poner nota a su gobierno. Y que no se
mal entienda; su gobierno no fue malo. Hay que reconocerle muchos
logros sociales, como la creación de cientos de miles de puestos de
trabajo, el aumento del post-natal a seis meses, la eliminación del
descuento del 7 % en salud a los jubilados y pensionados (con letra
chica y muchos requisitos, es verdad; pero se le reconoce la voluntad
y el gesto), el Ingreso Ético Familiar, los liceos Bicentenario de
Excelencia Académica y las facultades en materia financiera de
las que se dotó al Servicio Nacional del Consumidor a través de la
Ley 20.555 (Sernac Financiero). No, el gobierno de Piñera no fue
malo. Lo que pasa es que no fue todo lo excelente (a pesar de lo
que se empeñan en afirmar los sectores piñeristas) que debe ser un
gobierno de derecha en un país que tiende a la izquierda. ¿Y por qué
no fue excelente su gobierno? En primer lugar, no puede pretender
ser excelente un gobierno que no tiene gente para gobernar. Los
partidos que acompañaron a Piñera no tenían gente capacitada para la
tarea y en muchas ocasiones hubo que recurrir a los independientes.
Los únicos militantes preparados, en cierta forma, eran los UDI
pertenecientes a la Fundación Jaime Guzmán, que llevaba años
preparando legiones de jóvenes para el caso de que la derecha
llegase algún día al poder. Muchas de las carteras ministeriales en
manos de ministros militantes o adherentes de la UDI se llenaron
de jovencitos veinteañeros de la Fundación Guzmán. Pero, ¿qué
sabían ellos de manejo del Estado? En la teoría, tal vez bastante;
en la práctica, nada. Al final del día, no pasaban de ser gente que, si
bien era movida por buenas intenciones, carecía de la sensibilidad
22
necesaria para comprender que los sueños y aspiraciones de la gente
no caben en una planilla Excel.
De más está decir que tampoco puede ser excelente un gobierno
que recluta a muchos de sus ministros de entre los gerentes del retail.
El ministro de Minería, luego Minería y Energía y finalmente de
Obras Públicas, Laurence Golborne, dio el salto a la función pública
desde la gerencia corporativa de Cencosud. Y antes de ser ministro
de Relaciones Exteriores, Alfredo Moreno era parte del directorio
de Falabella. Con las honrosas excepciones de Lavín, Allamand,
Chadwick, Longueira, Hinzpeter y la propia Matthei, ¿dónde estaban
los políticos en el gabinete? En buena parte, el gabinete de Piñera
fue, en efecto, un gabinete de gerentes, de tecnócratas. Parecía ser
que éste hubiese olvidado que ya no estaba a cargo de una de sus
muchas empresas, sino que del Estado. Y el Estado, por más que se
quiera plantear lo contrario, no puede ser concebido bajo el simplista
prisma de una conducción comercial.
Entre otras cosas, el gobierno de Piñera habría sido excelente si
no hubiese dejado plantados a los chilenos con uno de sus principales
compromisos de campaña: darle un golpe duro a la delincuencia.
Mucha gente que normalmente votaba por la izquierda decidió votar
por Piñera por su compromiso con la seguridad ciudadana. Pero
una vez en el gobierno, ¿dónde estuvo la agenda antidelincuencia?
¿Dónde estuvo el paquete de proyectos de ley que un gobierno
excelente hubiese enviado al Congreso? ¿Dónde estuvo la gran
reforma a la justicia penal, la llamada Reforma a la Reforma? Esa
es una tarea que le compete al gobierno, pues la reforma de nuestro
sistema procesal penal no es una materia sencilla que pueda provenir
así como así de la iniciativa de un parlamentario. Requiere del apoyo
del Ejecutivo.
Pero excepto una reforma constitucional que resultó inoperante
(como referiré más adelante) el gobierno de Piñera no hizo nada
que pueda ser considerado una revolución en materia de seguridad
pública o al menos una solución de fondo. A saber: en marzo de
2013 Piñera ingresó al Senado un proyecto de ley que modificaba el
Código Procesal Penal (Boletín 8810-07). Se podría argumentar que
23
esto constituyó un cumplimiento de lo prometido. A mi juicio, no
es así y ello por tres razones. En primer lugar, llegó casi al final del
gobierno. En segundo lugar, no gozó de ningún grado de urgencia
por parte del Ejecutivo. Y en tercer lugar, tampoco se trata de una
reforma verdaderamente profunda como la que se requiere.
Hay que reconocer que se generaron varios miles de nuevos
puestos de Carabineros, que se amplió el Plan Cuadrante a
ciudades de menos de cincuenta mil habitantes y que se constituyó
el Plan Barrio en Paz. Todo esto es importante de destacar, pero
ciertamente no resuelve un problema que, y soy tajante en ello,
está categóricamente radicado en el proceso penal y no en la labor
preventiva de la policía. Carabineros de Chile y la PDI hacen bien
su trabajo. La puerta giratoria de la justicia está en los juzgados, no
en las comisarías. Es cuando el delincuente es puesto a disposición
de los Tribunales de Justicia que se activa dicha puerta. Esto por tres
razones principales:
1) Porque los jueces tienen una mentalidad garantista. Se diría
que les duele condenar a los delincuentes. Y me refiero tanto a
los delincuentes callejeros como a los delincuentes financieros.
De muestra un botón: los jueces de nuestro país condenaron a
los ejecutivos de las grandes cadenas de farmacias, culpables por
el bullado caso de colusión en los precio de los medicamentos,
simplemente a asistir a clases de ética por un año.
2) Porque en muchas ocasiones los fiscales no hacen bien su
trabajo: si el fiscal no le acredita la comisión del delito al Juez de
Garantía, aunque el magistrado no sea garantista no tendrá más
remedio que dejar en libertad al delincuente.
3) La ley procesal penal es demasiado garantista en nuestro país.
Los Jueces de Garantía se llaman así, porque su principal deber es
garantizar que en el proceso se respeten los derechos del delincuente.
Reproduzco íntegro el artículo 10 de nuestro Código Procesal Penal:
24
Artículo 10: Cautela de garantías.
En cualquiera etapa del procedimiento en que el juez de garantía
estimare que el imputado no está en condiciones de ejercer los
derechos que le otorgan las garantías judiciales consagradas en la
Constitución Política, en las leyes o en los tratados internacionales
ratificados por Chile y que se encuentren vigentes, adoptará, de
oficio o a petición de parte, las medidas necesarias para permitir
dicho ejercicio.
Si esas medidas no fueren suficientes para evitar que pudiere
producirse una afectación sustancial de los derechos del imputado,
el juez ordenará la suspensión del procedimiento y citará a los
intervinientes a una audiencia que se celebrará con los que asistan.
Con el mérito de los antecedentes reunidos y de lo que en dicha
audiencia se expusiere, resolverá la continuación del procedimiento
o decretará el sobreseimiento temporal del mismo.
Todo eso suena muy bonito, pero ¿y qué ocurre con los derechos
de la víctima, de la persona estafada, de la mujer violada, de la víctima
de un robo, de los familiares de una persona asesinada? Respecto de
ellos, el artículo 6° del mismo código dispone escuetamente que el
Juez de Garantía garantizará conforme a la ley la vigencia de los
derechos de la víctima durante el procedimiento. A juzgar por las
miles de quejas que he recibido de las víctimas de delitos, eso no ha
resultado suficiente. De los tres elementos o factores mencionados
(jueces, fiscales y ley) el que le competía modificar a Piñera era
la ley, mejorándola enormemente. Mejorarla, para que las garantías
legales de los delincuentes no fueran tan inmensamente superiores a
las de las víctimas del delito. Mejorarla, para que el Juez de Garantía
tuviese atadas las manos a la hora de dejar libre a un delincuente que
claramente constituye un peligro para la ciudadanía. Mejorarla, para
que el fiscal se preocupase en serio de hacer su trabajo correctamente.
A lo anterior hay que agregar la promesa incumplida de Piñera
relativa a la creación de una Defensoría de la Víctima. Esta
necesarísima institución todavía no existe. Porque los fiscales,
contrario a lo que comúnmente se cree, no son los abogados que
25
representan a la víctima. Son los abogados del Estado y se preocupan
de los intereses del Estado. Pero si el interés del Estado no va por
la persecución penal del delincuente, ¿qué puede hacer la víctima
en tal caso? Meterse las manos al bolsillo y contratar un abogado
particular que presente una querella, porque la víctima no tiene
derecho a un abogado gratuito como el delincuente. En el año 2011
se promulgó la Ley 20.516, que dispone una reforma constitucional
que introduce la obligación del Estado de proporcionar defensa legal
a la víctima. El único problema es que esa importante iniciativa
quedó en letra muerta, puesto que carece de aplicabilidad al no
contemplarse en el resto de la legislación ninguna norma explícita
que obligue al Ministerio Público o a la Defensoría Penal Pública
a dar cumplimiento al mandato constitucional. Es verdad, sin
defensa no hay justicia. Pero defensa para todos, no tan sólo para
el delincuente. No, no puedo calificar de excelente un gobierno que
dejó de hacer algo concreto por la seguridad ciudadana, sobre todo
habiendo ilusionado a millones de chilenos con esa promesa.
En otro ámbito, el gobierno de Piñera no se caracterizó por ser
un gobierno que escuchase el clamor popular. El enorme nivel de
endeudamiento de los chilenos en la educación superior, las bajas
jubilaciones de los afiliados a las A.F.P., la mala calidad y lentitud en
la atención de salud, los abusos de los actores del sistema económico
son temas que yo, como diputado, escuché en la calle una y otra
vez. Y es imposible que en La Moneda hayan desconocido esas
súplicas. Las conocían; lo que ocurre es que las ignoraron. ¿Y qué
podía hacer un simple diputado al respecto? ¿Presentar proyectos
de ley para terminar con esas injusticias? Los que no hubiesen sido
rechazados de plano por ser de materia exclusiva del Presidente de
la República, habrían ido a dormir el sueño de los justos como tantos
otros. No, las grandes problemáticas requieren grandes soluciones.
Y esas soluciones requieren, a su vez, de grandes voluntades. Y
aquéllas sólo vienen desde lo más alto del poder, que en nuestro
país radica en La Moneda y no en el Congreso Nacional. Pero desde
Palacio no vino nada que diera una solución de fondo, definitiva y
estructural a estos temas. En eso falló el gobierno de Piñera: para
haber sido todo lo excelente que requería ser (permitiendo así que la
26
derecha se mantuviese en el poder) debió haber generado soluciones
no meramente cosméticas y pirotécnicas, sino que de fondo,
estructurales, de carácter definitivo y resolutorio. Y ello, porque los
problemas sobre los que giraban las expectativas ciudadanas eran,
en sí mismos, estructurales y de fondo y, por lo tanto, su solución no
admitía meros maquillajes. El gobierno de la derecha fue tan sólo un
gobierno de continuidad, de mantención del status quo imperante,
no un gobierno que generase aquel necesario salto evolutivo político
y social que se requiere cuando se desea pasar desde un estado dado
de cosas y conceptos a otro diferente, de un nivel superior. Nada
siquiera remotamente parecido vino desde el gobierno, ni en materia
de educación, ni en materia de salud ni tampoco de abusos del
mercado.
27
Capítulo IV
Reestructuraciones
post-traumáticas
No he querido dejar pasar la oportunidad de hacer un análisis
de las reestructuraciones post-traumáticas que han vivido los
grandes bloques políticos luego de perder el poder. Tanto la
Concertación en 2010 como la Coalición por el Cambio en 2013
debieron replantearse a sí mismas luego de las desastrosas derrotas
electorales que sufrieron. La Concertación, al perder el gobierno
frente a Piñera, comprendió que si quería retomar el poder en la
siguiente elección debía reinventarse completamente. Se era
consciente de que la fórmula de la “Concertación de Partidos por
la Democracia”, que tan exitosa había resultado a principios de los
´90 como eje de la recuperación de la libertad y del tránsito hacia
la democracia, ya estaba totalmente agotada. Había que hacer algo
rápido, desesperadamente; se llevaron a cabo dos transformaciones.
La primera, de un profundo trasfondo ideológico, fue salir en busca
de sus verdaderas raíces de izquierda, abandonando la senda de farsa
neoliberal que tan bien le había resultado en los veinte años anteriores,
pero que ya no convencía al electorado. Nadie puede negar que, para
su vergüenza, la Concertación administró durante veinte años (con
admirable eficiencia) el sistema económico neoliberal. Sistema en el
que, paradojalmente, no creían. Por eso, para enfrentar las elecciones
presidenciales de 2013, la Concertación generó una versión 2.0 de
sí misma, remasterizada e incluso equipada con retroexcavadora y
aplanadora.
La segunda transformación, aunque de trasfondo exclusivamente
publicitario, fue bastante particular: con la excusa de incluir al
Partido Comunista, a la Izquierda Ciudadana y al Movimiento
28
Amplio Social, cambiaron su nombre a Nueva Mayoría, si bien el
producto final no pasa de ser más de lo antes visto. Porque la Nueva
Mayoría es, hablando bien en serio, la Misma Mayoría, no una
nueva. Aparte de la inédita presencia del Partido Comunista (que,
dicho sea de paso, no termina de sentarle bien a la DC), ¿dónde está
lo nuevo de esta Nueva Mayoría? En ninguna parte. Es más, los
rostros se repiten en buena parte de los casos. Sin ir más allá, los
parlamentarios de la Izquierda Ciudadana (diputado Sergio Aguiló)
y el Movimiento Amplio Social (senador Alejandro Navarro) eran,
hasta hace unos años atrás, parte de la Concertación. Hoy no hacen
más que volver al redil. Sin embargo y a pesar de todo lo anterior,
aquellas extrañezas propias de la política finalmente terminaron
dándole en las urnas una oportunidad al nuevo diseño de este envase
(que contenía lo mismo de siempre).
Revisemos ahora la debacle (esa es la palabra adecuada) que
sufrió la Alianza por Chile al perder el gobierno. Dentro de la
derecha se dieron situaciones muy particulares, previas y posteriores
a la derrota. Anterior a la pérdida del gobierno, apareció en la arena
política un nuevo movimiento denominado Evolución Política
(Evópoli), cofundado por los hoy ex Ministros de Desarrollo Social
de Piñera, Felipe Kast, y de Cultura, Luciano Cruz-Coke. Dicho
movimiento se presenta como un referente de corte liberal en lo
valórico y neoliberal en lo económico. En otras palabras, derecha
liberal. Su postura económica se verifica fácilmente al revisar los
principios rectores del referente, contenidos en su sitio web oficial,
www.evopoli.cl. Así pues, en el principio 7° se expresa que, además
del libre mercado, “la subsidiariedad activa del Estado es uno de
los pilares de la libertad y de la prosperidad material y moral de los
pueblos.” Es decir, neoliberalismo en su estado más puro y prístino.
En cuanto a la posición que Evópoli ocupa en el espectro político,
ésta queda muy clara al escuchar las palabras de Luciano CruzCoke, quien ha manifestado que “el objetivo de Evópoli es lograr
la unidad de la centroderecha.” (Fuente: El Mercurio, edición del
5 de abril de 2014). Por su parte, las declaraciones de Felipe Kast
tampoco dejan lugar a dudas. En efecto, al referirse a la elección de
Francisca Correa como presidenta del movimiento, el ex ministro
29
ha indicado que ella “es la primera mujer en dirigir un partido, que
está en formación, de derecha.” (Fuente: Entrevista de CNN Chile,
12 de abril de 2014). A la luz del hecho de que la centroderecha no
es más que un mero eufemismo para referirse a la derecha (como
expresé en el capítulo I), las declaraciones de ambos personeros son
coherentes y contestes en ubicar a Evópoli en el extremo diestro del
tablero político.
Posterior a la debacle, Renovación Nacional vivió una crisis
interna que derivó en una penosa guerrilla de dimes y diretes
entre sus más insignes próceres. En un intento bien intencionado
de calmar las aguas, en diciembre de 2013 el diputado Cristián
Monckeberg levantó banderas de acercamiento al centro político a
través de su manifiesto “RN y la derecha que queremos”. Hoy, ya
instalado en la presidencia del partido, Monckeberg ha insistido una
vez más en ampliar hacia el centro a Renovación Nacional por la
vía de generar una alianza política y electoral con la Democracia
Cristiana. Si bien discrepo con este análisis suyo, que sitúa el centro
político en la Democracia Cristiana (puesto que ésta, insisto, no
es un partido de centro), hay una cosa que es indesmentible: RN
está viviendo un proceso político interno que implica una reacción
bastante dispar de la que experimentó la Concertación. En efecto,
mientras la primera se volvió hacia el extremo izquierdo del tablero
político, alejándose del centro, hoy la derecha ve como uno de sus
partidos componentes propone deslizarse hacia éste. Este fenómeno
se da por una razón muy sencilla: Renovación Nacional es heredero
del antiguo Partido Nacional, formado en la década de 1960 por
la fusión de los partidos Conservador y Liberal. Al igual que en
las familias los genes se van pasando sucesivamente de padres a
hijos, RN recibió también la carga genética liberal-conservadora
del Partido Nacional. En el mismo partido cohabitan una facción
liberal y otra conservadora (diferencias dadas esencialmente en los
temas valóricos). Esa paradójica doble alma siempre ha coexistido
en relativa armonía, generándose de vez en cuando algunos roces
entre cada una de las facciones. Y es así como la facción liberal de
RN, que ahora se encuentra a la cabeza del partido, se siente tentada
a creer que éste puede tener un espacio de crecimiento alejándose
30
del extremo diestro. Pues bien, en el capítulo VI volveré brevemente
sobre esta particular pretensión.
Sin embargo, esta no ha sido la única catarsis que se ha dado en
el último tiempo dentro de Renovación Nacional. Ya en enero de
2014, tras la derrota de Matthei, los diputados Joaquín Godoy, Pedro
Browne y Karla Rubilar, junto a la senadora Lily Pérez, decidieron
renunciar a su militancia en la tienda y formar un movimiento
denominado Amplitud, reactivando con ello un plan de salida
del partido que desde años atrás venían considerando seriamente.
Pero, como ya lo insinué en el capítulo I, ¿cuál es la ubicación de
este colectivo en el tablero político? La declaración de principios
del movimiento, contenida en su página web www.amplitudchile.
cl, indica claramente que Amplitud busca generar “una opción de
centroderecha liberal (…) que ofrezca respuestas de centroderecha”.
Se indica, así mismo, que su proyecto es convertirse “en partido
político, identificado con las ideas liberales y de centroderecha”. En
principio, ello resultaría suficiente para percatarse de que estamos
a todas luces frente a un referente político que es parte integrante
de la denominada centroderecha. Sin embargo, la inconsistencia
comienza cuando a lo antedicho se lo confronta con las declaraciones
emitidas por los propios parlamentarios del movimiento. Es así
como el diputado Pedro Browne se refiriere a Amplitud como “un
referente que aspira a generar un partido de centro moderno, liberal
y social”. (Fuente: www.diariolaprensa.cl, 27de abril de 2014). La
senadora Lily Pérez, a su vez, indica que este es “un movimiento de
centro liberal, social y moderno con domicilio en la centroderecha”.
(Fuente: Diario El Sur, edición del 25 de abril de 2014).
A diferencia del caso de Evópoli, que es claro en este punto y no
teme encasillarse en el extremo diestro del tablero político, la postura
que Amplitud le proyecta a la ciudadanía resulta tremendamente
ambigua. Me pregunto si en el futuro los parlamentarios que
conforman este movimiento, para justificar su ambigüedad, no
plantearán la teoría de que, al interior de la centroderecha, el eje UDIRN-Evópoli conforma la derecha y Amplitud constituye el centro. A
mi juicio, aquella sería una excelente explicación acomodaticia para
31
intentar justificar una total incoherencia. En todo caso, puede ser que
la respuesta a este dilema sea muchísimo más sencilla: simplemente
la puesta en evidencia de que los propios integrantes de Amplitud
no logran, ellos mismos, definir todavía sus lazos de pertenencia
ideológica. Con un pie en el centro y con el otro en la derecha,
pareciera ser que quieren tener lo mejor de ambos mundos: por un
lado, aquella apertura que les brindaría el ser (según ellos) de centro
y, por el otro, la seguridad política que les proporciona el hecho de
pertenecer a un sector con historia y currículum político conocido.
Recordemos que el centro debe ser coherentemente independiente
de los extremos, lo que implica no pactar ni formar parte de éstos.
Pero no nos confundamos. La verdad es que lo anterior no pasa
sino de tener un valor meramente anecdótico. Efectivamente, incluso
aunque no perteneciera a la llamada centroderecha, Amplitud no
sería centro. Y ello, por la simple razón de que (al igual que Evópoli)
Amplitud es derecha liberal. Dicho de otra forma, es una mera
versión light de la derecha chilena. Algo así como la Coca-Cola
Zero de dicho sector. Pero ya sea que esté endulzada con azúcar
(RN-UDI) o con sucralosa (Amplitud-Evópoli) ya sea conservadora
o liberal en lo valórico, la derecha siempre será derecha. Y si bien
es factible que, llevados por su afán de hacer crecer a como dé lugar
su movimiento, los integrantes de Amplitud estén dispuestos a ceder
en algunos puntos en materia económica, a mi juicio no llegarán a
dar ningún paso (coherente y consecuente) que los termine alejando,
en esencia, del neoliberalismo al que adscriben. Así pues, a pesar
de que Amplitud se presenta suavizada con un rostro más “social”,
cuando se la lleve a terreno siempre terminará dejando en evidencia
que es derecha.
Como prueba de lo anterior, ofrezco algunos botones: en enero
de 2013, frente a mi postura contraria al lucro ilegal existente en la
educación superior, el diputado Joaquín Godoy me hizo presente
que “nosotros [la denominada centroderecha] llevamos doscientos
años peleando para que cada persona pueda hacer negocio con lo
que quiera”. La frase es tan clara que resulta inconducente detenerse
a analizarla. Por otro lado, el economista e integrante de Amplitud,
Paul Fontaine, ha manifestado que “en Chile los sindicatos son
32
poderosos [y] cuando uno le da un poder desmedido a los sindicatos,
después al final capturan la economía”. (Fuente: Entrevista de CNN
Chile, 26 de marzo de 2014). Hago presente que la declaración de
principios de Amplitud, contenida en su página web, expresamente
ofrece “el fortalecimiento de los sindicatos de trabajadores”.
Fontaine, así mismo, ha expresado que la capitalización de Codelco
debe hacerse por la vía de “incorporar capital privado a Codelco
(…) y que lo coloquen entre las A.F.P. y las compañías de seguro”.
(Fuente: Entrevista de Radio Agricultura, 4 de junio de 2014).
Hago presente que si las A.F.P. colocan su capital en Codelco,
pasan automáticamente a tener derecho a una participación en la
empresa cuprífera del Estado, lo que en la práctica implica una
privatización indirecta de ésta en manos de las administradoras
de fondos de pensiones. Finalmente, la senadora Lily Pérez ha
manifestado que “Nosotros [en Amplitud] tenemos coincidencias
con la Nueva Mayoría por ejemplo en temas de valor personal, que
algunos les llaman valóricos y tenemos por ejemplo diferencias
con respecto al rol del Estado (…) [En Amplitud] no creemos en
un papá Estado, un padre benefactor (…) Hay grandes empresarios
que son fantásticos empresarios (…) y que son un orgullo tenerlos
en Chile (…) [Por ejemplo] la familia Luksic (…) la familia Matte”.
(Fuente: Entrevista de CNN Chile, 8 de mayo de 2014). Me permito
hacer presente que la familia Matte es el principal grupo de capital
nacional con intereses en el proyecto HidroAysén.
Las palabras de la senadora, sumadas a las del diputado Godoy
y a las del señor Fontaine, no hacen sino poner en evidencia que la
única novedad de Amplitud radica en el hecho de que, en materia
valórica, es más liberal que RN y que la UDI. Pero nada más que eso.
Queda en claro que esta derecha liberal sigue siendo neoliberal. Por
eso, a mi juicio, mientras este nuevo colectivo político no abandone
el paradigma neoliberal de, por un lado, protección del mercado
y de los grandes empresarios y, por el otro, de menosprecio de la
labor del Estado y de los legítimos derechos de agrupación de los
trabajadores, no dará jamás el salto que pretende dar hacia el centro
político, lugar donde se encuentra la gran masa de chilenos que,
aunque no entienden de sesudas discusiones de teoría económica,
33
sí han sufrido y siguen sufriendo en carne propia la inhumana
explotación propia del neoliberalismo. En mi modesta opinión, con
Amplitud se va a generar un proceso de trasvasije de ex autoridades,
militantes, adherentes, simpatizantes y votantes de derecha, proceso
que, inexorablemente, provocará la atomización de este sector. Si
existen aterrizajes de ex autoridades, ex militantes, simpatizantes,
adherentes o votantes de la antigua Concertación o la actual Nueva
Mayoría, no llegarán a tener incidencia alguna en el producto final ni
se modificará o alterará en lo más mínimo el espíritu esencialmente
derechista de este movimiento. La base de sustentación de Amplitud
está ineludiblemente en la derecha, pues más allá de lo que pretendan
sus fundadores, ese es el lugar natural de este referente.
34
Capítulo V
Críticas
a los extremos:
breve historia de una
encrucijada personal
Cuando uno decide participar en política ha de tener claro en qué
lugar del espectro político va a situarse. Dependiendo del ideario
propio, de aquellas verdades (siempre relativas y subjetivas, claro
está) que uno profesa y que marcan el rumbo, viene la elección
del partido que se considera que representa de una mejor manera
aquella personal visión que se tiene de la sociedad. Puedo decir
que al ingresar en esta compleja arena me sentía genuinamente de
derecha. Y en ese estado o situación de conceptos ingresé a RN,
un partido perteneciente a la denominada centroderecha. Pero el
adherirse a un ideario político en particular no implica condenarse a
la inmutabilidad. Siempre he creído firmemente en la capacidad del
ser humano para replantearse sus creencias. Su inherente capacidad
de evolucionar no sólo se limita al campo biológico, como el resto de
las especies, sino que también se extiende al plano de sus creencias
y convicciones. Y porque nunca he dejado de caminar con los pies
bien puestos en la tierra es que creo en la posibilidad de enmendar el
rumbo, de evolucionar políticamente. Esa aptitud maravillosa propia
del hombre le deriva de su capacidad de contemplación crítica de la
realidad que lo rodea, la que le permite llevar a cabo procesos de
expansión mental basados en profundos exámenes introspectivos.
En palabras sencillas, llegó un momento en que cuestioné mi
pertenencia ideológica a la derecha en general. A RN y a cualquier
estructura que limitara dicha evolución, situándome obligadamente
en un extremo del campo político.
35
Mi cuestionamiento de pertenencia no fue por capricho. Tampoco
fue un asunto espontáneo. En estos años en el Congreso, he visto
muchas cosas. Y muchas de ellas no me gustaron. Vi una derecha que
se negaba torpe, insensata y sistemáticamente a aumentos salariales
dignos o a reformas laborales que permitan generar más y mejores
derechos para los trabajadores. Vi una derecha que consideraba que
el Estado no podía participar en la actividad económica y que debía
limitarse a un papel de mero espectador pasivo. Vi una derecha que no
entendía que la explotación de los recursos naturales no renovables
estratégicos (cobre y litio), en los que se basa nuestra economía de
país productor de materias primas, debe estar en manos del Estado.
Tantas cosas vi que no me gustaron, que finalmente comencé a
percatarme de que algo no encajaba en mí. ¿Era yo realmente de
derecha? ¿O tal vez me había equivocado?
Probablemente, como es la moda hoy en día, un derechista
dirá que estoy equivocado y que la “nueva” derecha no avala los
abusos. La verdad es que en estos cuatro años en el Congreso fui
testigo de una realidad muy distinta: la derecha (así como la llamada
centroderecha) nunca erradicará el abuso del sistema neoliberal,
porque defiende y defenderá siempre dicho sistema económico. Este
sector plantea que los chilenos están de acuerdo con la economía
neoliberal que nos rige y que, en realidad, su molestia al respecto se
genera únicamente por los abusos que dentro de ella se producen.
Coincido con ello. Pero la derecha agrega, a continuación, que
tan sólo se requiere una buena fiscalización por parte del Estado
y todo el tema de los abusos estará solucionado, sin que se haga
menester hacer cambios de fondo en el esquema económico actual.
El único problema de esta última argumentación (con la que no
concuerdo) es que no toma en consideración un pequeño factor: el
abuso es un elemento esencial del neoliberalismo y, por lo tanto,
no es posible eliminarlo sin entrar a modificar a fondo el sistema,
a tal punto de que éste deje de ser neoliberalismo puro. Sin el
abuso, el sistema neoliberal, en su estado puro, prístino, se viene
abajo, colapsa. Es lo que llamo el Ciclo Continuo del Abuso: el
neoliberalismo está sustentado en la iniciativa privada, la que a su
vez se basa en la persecución de la ganancia. Y dentro de esa lógica,
36
el abuso constituye una herramienta maravillosa, pues permite
multiplicar infinitamente la ganancia. Si se elimina la posibilidad
de abusar, se le pone un límite a la ganancia. Así pues, el concepto
de neoliberalismo (en su estado puro) y el concepto de abuso van
siempre de la mano y tratar de separarlos, sin hacerle cambios de
fondo al sistema, es tan ilusorio como tratar de separar el concepto
de nieve del de frío o el concepto de fuego del de calor. Todos
ellos constituyen hermandades indisolubles. Por eso, si arrancamos
de cuajo el abuso del sistema neoliberal (por la vía de aplicarle el
Estado una importante corrección de fondo, eliminando todos los
mecanismos legales que permiten ejecutar el abuso) el producto
resultante ya no será, en sentido estricto, neoliberalismo puro.
En lo personal creo en una economía libre que le ofrezca a quien
no tiene nada la oportunidad de llegar a tener lo suyo con su propio
esfuerzo. Pero no lo hago de la misma forma como lo cree la derecha
chilena, que sólo está dispuesta a llevar a cabo meros cambios
cosméticos, pero que mantendrán inalterable el derecho a seguir
abusando, a seguir explotando. Como hombre, como político y como
ciudadano creo en la libertad para emprender y en la libertad para
progresar, pero no creo en la libertad para explotar ni en la libertad
para abusar. Por eso, más allá de los cantos de sirena que pregone, la
derecha, conservadora o liberal, aunque trate desesperadamente de
moverse hacia el centro, ha sido, es y será siempre la misma vieja
derecha económica de toda la vida.
Después de lo expuesto, usted esperará que el diario del lunes
traiga la noticia “Diputado RN se pasa a la Nueva Mayoría”. Si
es así, lamento arruinarle el lunes: jamás militaría en un partido o
movimiento de izquierda. No cruzaré la calle hacia la otra vereda.
Porque si bien creo que la derecha defiende, en mayor o menor
grado, el derecho a explotar y a abusar, no por ello adhiero al
solucionismo facilista del socialismo, consistente en quitarle al que
tiene para darle al que no tiene. No, señor, tampoco soy de izquierda.
He argumentado que al sistema neoliberal hay que aplicarle
correcciones profundas y de fondo (a tal punto, reitero, de que deje
de ser neoliberalismo en estado puro), pero no planteo su reemplazo
37
por un modelo socialista. La solución de la desigualdad social en
Chile pasa por cambios mucho más complejos y profundos que los
que propone la lógica del colectivismo igualitarista que propugna
el socialismo. Así pues, no se trata de cambiar el modelo existente,
sino que de extirparle los tumores que ha desarrollado, aboliendo
con convicción y veracidad la inhumana y despiadada falta de
solidaridad social que lo caracteriza.
Así pues, hoy he decidido caminar por el medio de la avenida,
por donde camina la gran mayoría de los chilenos. Mi domicilio
político está en la calle, con la ciudadanía y no entre cuatro paredes.
El largo proceso de búsqueda de mi verdadera pertenencia política,
aquel extenso viaje de evolución ideológica, ha finalizado. Cuando lo
comencé, me hallaba en la derecha; hoy, al terminarlo, me encuentro
de pie, firme en el centro del tablero político. Y ello sin sentirme
heredero de Renovación Nacional en particular o de la derecha en
general. ¿Cómo serlo, si desde hace mucho que no obedezco sus
mandatos, cuando éstos son contrarios a mis principios? Reclamo
hoy la coherencia y la fortaleza moral propia de la convicción
personal de quien es la oveja negra de su sector; aquel hijo que
nunca cometió el error de confundir el respeto con la sumisión. En
este acto, finalmente me divorcio ideológicamente, disolviendo mis
lazos de pertenencia a una derecha, (UDI, RN, Evópoli, Amplitud)
que no es capaz de dejar de mirarse el ombligo para decidirse a hacer
los profundos y radicales cambios al modelo económico que Chile
realmente quiere y necesita.
38
SEGUNDA PARTE
La Mayoría
Silenciosa: ese
Chile Invisible
Capítulo VI
El
centro se construye
con las buenas ideas (de
izquierda y de derecha)
Se suele confundir a la persona de centro con aquella que no se
identifica con ninguno de los dos extremos del espectro político,
es decir, ni con derecha ni con izquierda. Se cree, también, que
el centrista se encuentra en el centro justamente porque no logra
una identidad ideológica con ninguno de dichos extremos. Aunque
respeto dichas opiniones, no las comparto.
A mi juicio, el centro político no constituye algo distinto de derecha
e izquierda, y ello porque su construcción como realidad política es
el resultado de un proceso que involucra a ambos extremos. Este
proceso en cuestión consiste en un ejercicio de filtrado de aquellos
aspectos positivos de cada uno de los extremos del espectro. En
efecto, al pasar por un “filtro político” cada extremo político, éstos
pierden lo que pueda haber de “extremo” en ellos, quedando como
remanente lo moderado de cada uno. Es decir, el centro se construye
no alejándose de derecha e izquierda, sino que se conforma
mediante la absorción de ideas tanto de derecha como de izquierda,
con aquellas mejores concepciones de cada extremo que resultan
de este proceso de filtrado. Hagamos un pequeño, pero didáctico e
ilustrativo ejemplo de filtrado. ¿Quién puede decir que la justicia
social y las reivindicaciones sociales y laborales de los sectores
más desposeídos, que ha propugnado desde siempre la izquierda,
no son justas, legítimas y necesarias? He aquí un planteamiento
interesante de la izquierda. ¿Quién puede, por el contrario, afirmar
que para lograr dicha justicia social y laboral, es necesaria una
41
lucha de clases enmarcada en la vía armada? He aquí un postulado
extremo de la izquierda. ¿Y quién puede decir que la capacidad de
emprendimiento del individuo, su deseo de perfeccionarse en base
a su propio esfuerzo, que siempre ha propugnado la derecha, es
algo negativo? He aquí algo interesante de la derecha. ¿Quién, por
el contrario, no estará de acuerdo en que el sistema económico de
libre mercado tiende siempre a una explotación del hombre por el
hombre? He aquí algo extremo de la derecha.
Tanto derecha como izquierda sostienen aciertos y errores en
sus planteamientos políticos. Para construir el centro político,
simplemente debemos tomar lo que la sociedad considera
conveniente y dejar de lado lo que la misma sociedad no considera
tal. A todo lo que de insensato hay en la derecha, hay que oponerle
lo que de sensato hay en la izquierda y, a todo lo que de insensato
hay en la izquierda, hay que oponerle lo que de sensato hay en la
derecha. El centro es, en palabras simples, un término medio, un
justo balance entre izquierda y derecha que se construye con
determinadas propuestas concretas y realizables de cada extremo,
pero desprovistas del elemento extremista de cada una. Estas
propuestas las escoge el hombre medio, el ciudadano común, en
base a su buen razonar y su natural prudencia, la que le va indicando
caso a caso cuál es la parte prudente y cuál es la parte que no resulta
conveniente. Hace casi dos milenios y medio, Aristóteles postuló
que la virtud humana se encuentra en el punto medio, o sea, en
el equilibrio prudente entre dos extremos que son el exceso y la
carencia. Aterrizando el planteamiento aristotélico a este análisis,
por ejemplo, la carencia de justicia social de la derecha es algo malo
y su exceso de libertad económica también. Así mismo, la carencia
de libertad para emprender de la izquierda es mala, lo mismo que
su exceso de conflicto entre clases. Pero buscando el justo medio
aristotélico, en base al proceso de filtrado, con lo bueno de cada
extremo, se construye un equilibrio perfecto, el que constituye el
centro político real, deseable y exacto.
Ya hemos indicado que hoy por hoy, desde los extremos muchos
políticos se pelean el centro. Sin embargo, su lucha es y será infértil,
42
puesto que el centro, una vez constituido con lo mejor de derecha y
de izquierda, adquiere vida propia e independiente de cada extremo.
Es por ello que el centro no puede ser conquistado por ninguno de
estos. Pretender aquello sería un total contrasentido, toda vez que
el centro es la suma de lo mejor de ambos extremos y, por ende, no
pertenece en exclusividad a ninguno ellos. Porque si el centro se
inclina hacia la derecha o hacia la izquierda, deja de ser centro. Se
desvirtúa, se desfigura. Se mimetiza con dicho extremo; se vuelve
parte de él. Y aunque para esconder dicha pertenencia, le pongan
el nombre de la mera versión publicitaria de una mentira (es decir,
centroderecha o centroizquierda), aquello no será centro. Así pues
(y en relación con lo referido en el capítulo IV) es por lo anterior
que los planes de RN, partido de la llamada centroderecha, relativos
a convocar al centro, no fructificarán. Insisto: el centro no puede ser
conquistado por ninguno de los extremos.
Se suele argumentar que la combinación de ideas de izquierda
y de derecha que conforma el centro político es inestable. Que se
trata de una amalgama bastante particular, pero que no constituye
una unidad ideológica coherente y consistente. Que un centrista,
respecto de un mismo tema, constantemente estará cambiando de
opinión y que, en el vaivén del devenir político, quedará por lo
mismo estigmatizado como un tipo blando, como un merengue sin
cuajar. Que un centrista no tendrá sus ideas claras y que simplemente
fluctuará de un extremo a otro, cual una pelota de ping-pong.
Según esta argumentación, el centrista no sólo estaría simplemente
pasando de un extremo a otro del tablero político, sino que, además,
lo haría marcando un curso enormemente errático, sin ton ni son.
Tan errático e impredecible como puede ser el curso que describirá
esa pelota de ping-pong durante el juego. Nada más lejano de la
realidad. Yo comparo el comportamiento del centro político con el
movimiento del péndulo de un reloj: éste se moverá constantemente,
de izquierda a derecha y, mientras esté en movimiento, a los ojos
del observador aparecerá que el péndulo va de allá para acá, sin
decidirse a quedarse en uno u otro lado. Pero si se hace el ejercicio
de detener el movimiento oscilatorio del péndulo con la mano,
el observador se percatará de inmediato que éste siempre se ha
43
mantenido al centro. A pesar de su constante oscilar, el péndulo
siempre ha mantenido su eje y aquél, indefectiblemente, ha estado
en el más perfecto centro. Lo anterior demuestra claramente que, si
bien se nutre de ambos extremos, una vez constituido el centro es
independiente de éstos y no le es funcional a ninguno de ellos. Podrá,
según sea el tema o materia política del que se trate, inclinarse a
uno u otro lado, pero siempre se mantendrá claramente en el centro
del tablero político. Y si bien respecto de un determinado tema el
centrista toma una posición más de derecha o más de izquierda, en
la suma final no será ni derechista ni izquierdista, sino centrista. El
verdadero centrista, por lo mismo, no pierde jamás su autonomía
e independencia respecto de la izquierda y la derecha. Obtiene de
los extremos aquellos postulados que dan forma a su pensamiento
político, pero es totalmente independiente de éstos. No es parte de
dichos extremos. Ni tampoco pacta o formaliza alianzas políticas de
carácter instrumental con ellos.
Una vez finalizado el proceso de filtrado, el centrista ha elegido
qué es lo que más le agrada de cada extremo. Y el postulado que
respecto de un cierto tema el hombre de centro haya escogido, ya
sea de derecha o de izquierda, se mantendrá inalterable. No se está
cambiando de pensar o sentir a cada instante. Las posturas políticas
del centrista serán claras y sólidas, pues se fundamentan a su vez en
posturas que, si bien han sido tomadas de los extremos del espectro
político, son concretas y claras en sí mismas. Y si bien puede haber
algunos matices, el común de la gente de centro tiende a rescatar los
mismos aspectos de cada uno de ambos extremos, lo cual facilita la
construcción de un pensamiento político de centro que represente lo
más fielmente el sentir de la mayoría de la ciudadanía y que esté en
sintonía con lo que dicha mayoría considera que es lo mejor para el
país. Aquella visión de que el centro político es sinónimo de falta
de convicción y de pasión (emanada de la frustración de los partidos
tradicionales, que ven amenazadas sus parcelas de poder) queda
finalmente desterrada.
Antes de finalizar este capítulo y para evitar eventuales
caricaturizaciones, he de hacer presente que el centro político que
44
surge de este análisis es un centro que difiere, en su conformación
y espesor, de aquel que se propuso interpretar Francisco Javier
Errázuriz en 1989. Sólo basta comparar el contexto histórico,
político y cultural de hace veinticinco años atrás con el de hoy para
percatarse de que no existen parámetros de comparación. Hace dos
décadas y media atrás, la ciudadanía respondía a otros intereses y a
otras expectativas que en nada se asemejan a las actuales. El acceso
que hoy en día existe a la educación, la información, los bienes y
los servicios han permitido que el ciudadano cambie, en muchos
aspectos, su forma de ver a (y relacionarse con) su clase dirigente,
definiendo patrones de comportamiento muy diferentes. A fines de
los ´80, la inmensa mayoría de los chilenos se hallaba efectivamente
polarizada en los extremos políticos. El país venía saliendo de una
dictadura y la ciudadanía buscaba, en medio de la crisis, refugio en
las banderas ideológicas enarboladas por los extremos del tablero
político. Pero con el transcurrir de los años ese elemento que
aglutinaba a los ciudadanos en torno a causas comunes de alta carga
ideológica comenzó a desaparecer, dejando paso a una sociedad
que cada día se despolarizaba más. Hoy ha quedado en evidencia el
divorcio de la derecha y la izquierda (y las llamadas centroderecha
y centroizquierda) con las reales necesidades del pueblo. El tiempo
ha ido dejando al desnudo esa desconexión existente entre la clase
política y sus representados, los que, como he podido evidenciar
actualmente, cada día se sienten menos “representados.” El Chile
junto al que me ha tocado caminar y al que he escuchado con
atención es un Chile completamente distinto a aquel que existía en
la época del retorno a la democracia.
45
Capítulo VII
La
mayoría silenciosa: ese
Chile Invisible
La mayoría silenciosa está conformada por aquella inmensa masa
de personas que no se interesan mayormente por la teleserie diaria de
la política nacional y cuya primordial preocupación pasa por ganarse
la vida decentemente y vivir en paz, sin sobresaltos económicos
ni sociales. Tiende a constituir la mayor parte de la población de
un país y sus integrantes suelen ser lo que el duopolio denomina
como votantes blandos, esto es, no son votantes duros como el
votante perteneciente al extremo politizado. Es gente que no vota
por el partido, sino que por la persona. No militan en los partidos
políticos ni participan proactivamente en la vida política del país.
Su voto es mucho más humano y muchísimo menos ideologizado
que el del votante politizado. Esta mayoría es silenciosa, porque está
conformada por personas cuyo principal desvelo no es manifestar
su opinión política y, por ende, suelen no expresarla. Por ello, la
mayoría silenciosa pasa prácticamente desapercibida. Nadie la nota.
Parece que no estuviese, pero está ahí. Es, en definitiva, lo que yo
llamo el Chile Invisible. Ese Chile inmenso, enorme, conformado
por millones y millones de caras anónimas.
Definido someramente el concepto, he de hacer la aclaración
pertinente: el concepto de la mayoría silenciosa no es nuevo ni
tampoco es un descubrimiento mío (utilizo la palabra descubrimiento
y no la palabra invento, pues las enormes masas de personas que se
interesan poco o nada en la política han existido desde siempre y
no tan sólo desde que alguien las ve. La mayoría silenciosa no es
cosa que se invente; existe por sí misma, lo noten o no los políticos)
El mérito de ser el primero que notó a esta mayoría silenciosa le
46
corresponde a Richard Nixon cuando, en 1969, justificando la
continuación de la presencia norteamericana en Vietnam a pesar
de las protestas de grupos pacifistas, se refirió a aquella mayoría
silenciosa de estadounidenses que no protestaban contra la guerra
y por ende, con su silencio, apoyaban la permanencia de las tropas
norteamericanas en el país asiático. 1
Los detractores de este concepto lo atacan argumentando que
es un invento demagógico a través del cual ciertos políticos se
atribuyen la representación de dicha masa, sobre todo para justificar
que lo que piensan las minorías que usan activamente los medios de
comunicación no corresponde al sentir de esta mayoría silenciosa2.
Estas críticas, a mi juicio, no hacen sino esconder el temor de
que esta mayoría silenciosa tome voz, por la vía de desacreditar a
cualquier político que intente dirigir sus propuestas hacia (y desde)
esta mayoría silente. Por la vía de intentar matar el concepto, se
trata de matar también la realidad insoslayable que subyace a él. Se
argumenta, además, que algunos políticos usan a esta mayoría para
justificar con ella sus propias creencias3. Pues bien, cuando planteo
que la mayoría silenciosa mantiene opiniones tanto de derecha
como de izquierda (según el tema en particular del que se trate) y
cuando argumento que, por lo mismo, ésta tiende a ser de centro,
no lo hago basado en un mero voluntarismo simplista o caprichoso.
Por el contrario, lo hago fundamentando responsablemente mis
argumentaciones en la experiencia adquirida en mi desempeño
en el cargo de diputado. La mayoría silenciosa a la que hago
referencia y a la que busco interpretar en este texto no es aquella
masa informe y abstracta de Nixon. Esta enorme masa ciudadana
tiene una materialidad definida. Indeterminada, pues es imposible
saber el nombre y la identidad de cada uno de los individuos que
la componen, pero que no por ello deja de tener una materialidad
definida.
1-2-3.- En base al concepto de Mayoría Silenciosa contenido en el Diccionario Electoral del
Instituto Nacional de Estudios Políticos de México (www.diccionario.inep.org)
47
Se argumenta, así mismo, que existen políticos que pretenden dar
voz a esta mayoría silente 4. Ello no debiere sorprender a nadie, pues
constituye algo de lo más natural en política. Todos los políticos,
legítimamente, tratan de entender e interpretar lo que quiere la
ciudadanía a la que representan. Pero una cosa es que un político
se atribuya a sí mismo la representación de esta mayoría silenciosa,
cual si fuese dueño de una verdad revelada y de carácter absoluto (lo
que sí es cuestionable) y otra muy distinta es que ese político busque
hacer una legítima interpretación de lo que considera la voluntad
mayoritaria.
2
Luego de cuatro años de caminar y escuchar, mi forma de pensar
es similar a la de esta mayoría silenciosa. Eso se debe a que, luego
de terminado mi proceso de evolución política, hoy me siento un
hombre de centro. Mis sabidas discordias con Renovación Nacional
son prueba de un espíritu que se rebela ante la prepotencia y los
excesos derechistas. Y, por otra parte, mi rechazo a la Nueva
Mayoría es muestra de mi molestia por las manipulaciones que
históricamente la izquierda ha llevado a cabo en nombre del pueblo.
Está claro que la inmensa pluralidad de los chilenos no se
preocupa ni se desviven por la política. Pero eso no significa en lo
absoluto que no tengan opiniones políticas; las tienen. Lo que pasa
es que la materialización de esas opiniones en realidades concretas
de la política nacional no ocupa el primer lugar en su orden de
prioridades. Y las opiniones políticas que estos chilenos tienen (si
bien pueden presentar ciertos matices debido a la gran cantidad de
visiones que las componen) tienden a presentar ciertos elementos
o posturas recurrentes, las que son tanto de raíz de derecha como
de raíz de izquierda. Esta mayoría silenciosa se ubica en el centro
del espectro político, toda vez que dicha mayoría representa en sí
misma el justo punto medio del pensamiento de una sociedad; luego,
las minorías laterales son las que representan las limitadas parcelas
de cada uno de los extremos (derecha/centroderecha e izquierda/
centroizquierda). Pero esta mayoría silenciosa, si bien existe con una
4.- En base al concepto de Mayoría Silenciosa contenido en el Diccionario Electoral del
Instituto Nacional de Estudios Políticos de México (www.diccionario.inep.org)
48
materialidad definida y sostiene, a mi juicio, una opinión política
centrista, se encuentra políticamente huérfana puesto que, como ya
lo argumenté con antelación, en nuestro país no existen partidos que
representen fielmente el pensamiento de centro.
49
Capítulo VIII
Una propuesta para
(y desde) la mayoría
silenciosa
Como ya mencioné en el capítulo anterior, la mayoría silenciosa,
si bien suele demostrar una apatía hacia la política, tiene y mantiene
opiniones políticas claras y coherentes respecto de sus expectativas.
Y, sean éstas más cercanas a la derecha o a la izquierda, según la
materia de la que se trate, son esencialmente de centro. De aquel
centro construido con lo mejor de cada extremo. La gente de la calle,
la gente no politizada, bien puede en un tema puntual pensar más
cercano a la izquierda y, en otro tema distinto, pensar más cercano
a la derecha.
En contacto con la ciudadanía he podido evidenciar que los
grandes ejes de preocupación del chileno común son los siguientes:
la seguridad ciudadana, la fuente laboral, la calidad y el costo de
la educación y la salud y los abusos del sistema económico. En lo
que respecta a materias valóricas, si bien hay importantes espacios
de apertura que hace quince o veinte años atrás no existían,
nuestra sociedad sigue evidenciando una tendencia a ser más bien
conservadora, (en especial en los grupos etarios de más edad que,
justamente, tienden a ser más silenciosos).
Dicha ciudadanía lleva demasiados años digiriendo la falacia
ideológica absolutista del duopolio. Por ello y a modo de ejercicio
facilitador, a continuación presento una propuesta personal (y, por
lo mismo, subjetiva) respecto de cómo construir una ideología de
centro, generada desde el propio pensamiento de la población. De
50
esa forma, a través del análisis de diez propuestas básicas, intentaré
interpretar lo más fielmente posible la forma de sentir que tiene esta
mayoría de la ciudadanía, buscando sentar las bases para construir
lo que denomino un Chile Digno, una corriente política de centro,
dotada de la ética, la templanza, la ecuanimidad y la fortaleza
necesarias para transformarse en una opción ciudadana. Para
simplificar su comprensión, dividiré las propuestas o postulados
políticos en aquellos que poseen una raíz ideológica, por un lado,
más cercana a los planteamientos que, al menos tradicionalmente,
propugna la derecha (y son socialmente identificados con ella)
y aquellos que tienen, por el otro, una raíz más cercana a los
planteamientos que, también en un sentido tradicional, enarbola la
izquierda (y respecto de los cuales la sociedad coincide igualmente
en considerarlos como de izquierda). Por lo tanto, esta clasificación
no corresponde a encasillamientos estrictos y definitivos, sino
que tan sólo a una diferenciación cuya motivación es puramente
didáctica. Así mismo, en algunas ocasiones, al final de cada
temática, enunciaré algunas medidas concretas que, a mi juicio,
podrían interpretar correctamente el sentir de esta gran masa de
ciudadanos. Es menester tener presente que estos planteamientos o
postulados tienen un carácter esencialmente básico, por lo cual sólo
se hará referencia a los tópicos más representativos de lo que es esta
propuesta de una corriente de centro, sin entrar en particularidades
mayores, puesto que la función de este trabajo es exclusivamente la
de fijar lineamientos generales.
POSTULADOS CON RAÍZ DE DERECHA:
1) Libertad económica y libre iniciativa privada:
Al chileno le gusta saber que tiene la posibilidad de progresar en
la vida en base a su propio esfuerzo. Luego de haber experimentado
primero el ensayo socialista de la Unidad Popular y luego el sistema
51
de economía libre durante los últimos cuarenta años, el chileno
propende hacia éste último: le gusta elegir dónde va a comprar;
qué va a comprar, sin que el Estado esté indicándole dónde y qué
adquirir. Le gusta poder elegir entre productos de distinto origen,
calidad y precio. Le agrada poder comprar en la cantidad que su
capacidad económica le permita y no en la cantidad que el Estado le
quiera asignar. Hoy nadie está dispuesto a volver a aquellas colas de
principios de los ´70 en las que se entregaba una pequeña cantidad
a cada requirente. El chileno prefiere la posibilidad de elegir que le
entrega la economía libre.
Nuestros compatriotas también prefieren la economía libre por la
opción de perfeccionamiento personal que ésta permite. A diferencia
de un sistema socialista, que nivela hacia abajo a toda la sociedad,
una economía libre permite que un ciudadano progrese en la vida
mediante su propio y personal esfuerzo. Es la versión criolla del
sueño americano: saber que se puede ser dueño del propio destino
y de la propia vida. Que lo que define la posición social que se
alcanza en la vida no es la cuna ni el designio estatal, sino que sólo
el esfuerzo personal. El saber que si se esfuerza, puede progresar y
pasar de la bicicleta al automóvil y luego, de ser un allegado, a poder
arrendar una casa y, después, dar el salto a la casa propia.
Claro que, en base a lo que de la propia sensibilidad de la
ciudadanía he podido extraer, si bien ésta claramente se inclina por
el modelo de economía libre, hay varios de sus elementos que no
comparte. La concepción derechista de la libre economía (fundada
en que es el esfuerzo personal lo que mueve a la sociedad y lo que
permite el impulso necesario para romper el círculo vicioso de la
pobreza permitiendo la movilidad social) es bastante reacia a realizar
acciones de gobierno que considere demagógicas y populistas. En
palabras sencillas, a la derecha le cuesta ser asistencialista. Durante
el gobierno de Piñera fueron muchas las oportunidades en que
se pudo haber entregado bonos de asistencia social destinados a
paliar en algo los efectos nefastos de la economía en los bolsillos
de los más pobres y de la clase media. Muchas veces escuché a
mi sector discordar con las políticas de asistencialismo. Siempre
52
justificaban su negativa con el viejo adagio de que a la gente no
hay que darle el pescado, sino que hay que enseñarle a pescar. En
esencia comparto aquello, pero con una importante observación.
Cuando se le quiere enseñar a la gente a pescar, hay que entender
que la pesca es por naturaleza una actividad que consume mucho
tiempo. El perfeccionamiento personal y la consecuente movilidad
social derivada del esfuerzo que realiza el ciudadano tardará un buen
tiempo en producirse. Si al pobre se le enseña a pescar para que
coma y sacie su hambre, sabiendo que éste se demorará bastante en
atrapar el primer pez, ¿qué comerá el pescador mientras espera que
pique el anzuelo?
El modelo derechista de ver el avance social fundado en el
esfuerzo personal tiene ese vicio. No considera el hecho de que el
pobre al que le pasa la caña de pescar para que atrape su propio pez
con su esfuerzo va a sentir hambre mientras pesca. El proceso de
movilidad social derivado de las políticas de organismos como, por
ejemplo, la Fundación para la Promoción y Desarrollo de la Mujer
(Prodemu) o de servicios públicos como el Fondo de Solidaridad
e Inversión Social (Fosis) tardará tiempo y sus frutos no serán
inmediatos. Y para qué decir de la movilidad social derivada de
la educación, que si bien es por lejos la mejor y la más perfecta
herramienta de progreso personal, desgraciadamente es la más lenta
en rendir frutos. Las políticas de enseñar a pescar son, por esencia,
de largo plazo. En contraste, las necesidades humanas son siempre
de corto plazo. El Estado, junto con enseñarle a pescar al ciudadano
(enseñándole, como corresponde por cierto, el valor del esfuerzo
personal como herramienta de progreso social) debe entregarle
pescado para que el ciudadano coma mientras pesca. Ello a través
de la realización de políticas permanentes de asistencia social de
corto plazo destinadas a paliar en algo las inclemencias propias del
diario vivir.
Para concluir, he aquí otro aspecto perverso y siniestro del sistema
de libre mercado: entrega libertad al ser humano, pero también le
impone cadenas. Las cadenas de hoy no son de hierro como las de
la antigüedad, pero igualmente esclavizan. Están hechas de aquel
53
papel sobre el que se escriben los pagarés, contratos de préstamos
de consumo o hipotecarios y otros documentos que encadenan al
chileno moderno a la tiranía de las deudas. Los derechistas que
defienden a ultranza el modelo neoliberal argumentan que uno de
sus beneficios es que, a lo largo de las décadas, le ha permitido a
la sociedad chilena, en especial a los sectores más vulnerables y
de escasos recursos, acceder a bienes y servicios a los que antes ni
siquiera podía soñar en acceder. Eso es cierto. La economía libre
ha permitido que el chileno pobre o de clase media hoy tenga casi
de todo. Pero también que lo deba casi todo. Nuestros compatriotas
pueden disfrutar de muchas cosas que sus padres o abuelos sólo
soñaron. Pero el precio que pagan por ello es demasiado alto:
en la práctica, el chileno es esclavo-deudor casi permanente de
bancos, financieras, casas comerciales, supermercados, cajas de
compensación e incluso clínicas y universidades.
2) Exigencia de una verdadera mano dura
contra el delito:
La inmensa mayoría de la ciudadanía coincide en que nuestro
país requiere mano dura contra la delincuencia. Pero una mano dura
de verdad, porque se pueden llevar a cabo cientos de Encuestas
Nacionales Urbanas de Seguridad Ciudadana (Enusc) que arrojen
una disminución en la cifra de victimización, pero lo que la gente le
dice a uno como autoridad en la calle y lo que se ve a diario en los
titulares de la prensa es muy distinto. La gente tiene la sensación de
que la ley protege al delincuente casi como si éste fuese una especie
en peligro de extinción. Y la verdad es que los delincuentes gozan
de muy buena salud. El espíritu de celosísima protección de los
derechos de los delincuentes que siempre ha mantenido la izquierda
política no se condice con lo que piensa la mayoría de la ciudadanía.
Urge la revisión profunda e integral de todo nuestro sistema
procesal penal, de manera tal de centrar su objetivo primordial no en
54
la protección del delincuente (como es hoy), sino que de la víctima.
Y cuando me refiero al concepto de delincuente englobo en éste no
sólo al sujeto que delinque pistola en mano, sino que también al que
lo hace corbata en cuello. La ciudadanía reprocha ambas situaciones:
es delincuente tanto aquel que entra a un domicilio a robar como
aquel que, quebrantando el espíritu de las leyes que rigen nuestra
vida comercial, abusa ilícitamente de la ciudadanía.
Y tal como lo adelanté, aquí nos encontramos, a mi juicio, con otra
razón por la cual la Democracia Cristiana no puede ser considerada
un partido de centro. Efectivamente enarbola las banderas de
izquierda de las reivindicaciones laborales y sociales de los sectores
más desposeídos y, a la vez, sostiene muchas de las concepciones de
la derecha conservadora en cuanto a temas valóricos; sin embargo,
la DC constantemente ha estado del lado de los sectores más duros
de la izquierda, protegiendo sistemáticamente los derechos de
los delincuentes. No se puede decir que se es de centro porque se
defienden los derechos de los más pobres, olvidándose que esos
mismos pobres quieren vivir en paz, seguros, sin ser víctimas del
delito. Sólo a modo de ejemplo, en marzo de 2014 los senadores
DC Soledad Alvear y Patricio Walker, miembros de la Comisión de
Constitución, Legislación y Justicia del Senado, votaron en contra
del proyecto de ley que otorga facultades a Carabineros de Chile
para realizar controles de identidad de carácter preventivo. (Fuente:
Diario La Tercera, edición del 4 de marzo de 2014).
3) Rechazo al uso de la violencia como
mecanismo de expresión popular:
La libertad de opinión y expresión es un valor democrático
ampliamente apreciado por los chilenos. Cuando al chileno no le
gusta algo o considera que la autoridad no le ha dado solución a
sus demandas legítimas, éste siente el deseo comprensible de
exteriorizar su descontento. Pero ello no implica en lo absoluto
55
que el chileno esté de acuerdo con la legitimación que del uso de la
violencia pura y dura en la vida cívica algunas veces tienden a hacer
ciertos grupos. El concepto de la “vía armada” subyace todavía en
muchas de las acciones de la izquierda chilena. Las manifestaciones
y protestas pacíficas son bien vistas por la gente. El chileno reconoce
la legitimidad de las demandas estudiantiles y de los pueblos
originarios. Pero no valida ni legitima el uso de la violencia como
instrumento para la consecución de los objetivos perseguidos por
esos grupos. A modo de ejemplos, encapuchados lanzando bombas
molotov e incendiando microbuses al final de una manifestación
ciudadana legítimamente pacífica, atentados incendiarios en La
Araucanía o Días del Joven Combatiente son elementos que, a juicio
de la gran mayoría de la gente, no constituyen formas de expresión
democrática.
A mi juicio, los minoritarios grupos ultristas y antisistema que
hacen uso de esta violencia insensata deben entender que ésta nunca
constituirá una forma de expresión democrática: el que entra a la
violencia, se sale de la democracia. Y para volver a la democracia,
debe necesariamente salirse de la violencia. El historiador griego
Polibio, en su obra Historias, nos hace presente que “cuando la
democracia se tiñe de violencia e ilegalidad deja de ser el gobierno
del pueblo y se convierte en el gobierno de la muchedumbre”. La
violencia, que con ocasión de la expresión de legítimas aspiraciones
del pueblo, provocan ciertos grupos minoritarios (que normalmente
actúan a rostro cubierto y que sólo se representan a sí mismos) no
guarda relación alguna con el alto espíritu democrático y republicano
del pueblo chileno.
Para finalizar, una aclaración que considero importante: en algunas
oportunidades ciudadanos honestos y decentes se han visto en la no
recomendable necesidad de utilizar medios de coacción (como por
ejemplo la ocupación de vías públicas) para obtener respuesta de la
autoridad de gobierno. Sin embargo, el uso ocasional de medidas
de fuerza no implica que el chileno desee institucionalizar el uso de
la fuerza como mecanismo de resolución de conflictos. Aseverar lo
contrario significaría no conocer la idiosincrasia de nuestro pueblo.
Nuestra gente tiene una profunda raigambre democrática y es de
56
naturaleza totalmente pacífica. Cuando la gente honesta y decente se
ve impelida al extremo de tener que hacer uso de la coacción, sabe
perfectamente que aquel no es el camino correcto y que el diálogo
siempre será la solución. Pero es la torpe sordera que muchas veces
tienen las autoridades de gobierno la que a veces obliga al ciudadano
honesto a hacer uso de una vía coactiva.
4) Rechazo al aborto como método de control
de natalidad y planificación familiar:
La inmensa mayoría de la ciudadanía se opone al aborto por
regla general, pero lo acepta por excepción. Así pues, un aborto
como forma de control de la natalidad y método de planificación
familiar está muy lejos de la realidad nacional. La opinión general
es de defensa de la vida inocente. No obstante, la ciudadanía expresa
opiniones que denotan una capacidad de análisis suficiente como
para encontrar ciertas excepciones que justifiquen un aborto.
Tres son las causas excepcionalísimas que, en contacto con la
ciudadanía, he podido verificar como justificantes para la ejecución
de una maniobra activa tendiente a interrumpir un embarazo, a saber:
A) Peligro
de la vida de la madre:
Se prefiere optar por salvar aquella vida ya madura, desarrollada,
que es madre, que es esposa, etc.
57
B) Incompatibilidad
absoluta e incuestionable del feto con la vida:
La opinión mayoritaria apunta a considerar que no tiene sentido
condenar a la mujer a llevar en su interior un feto que no tiene ninguna
posibilidad de vivir una vez nacido. Casos de fetos anencefálicos (sin
cerebro) o de embarazos molares (en que un crecimiento anormal
del embrión lo hace inviable, pudiendo provocarle a la madre cáncer
de placenta) o cualquier otro en el que el feto sea absolutamente
incompatible con la vida constituyen justificativo suficiente para
llevar a cabo un aborto en forma activa.
A este respecto, he de ser muy enfático en dejar en claro que el
hecho de que el feto manifieste algún tipo de malformación física o
cromosómica que, sin embargo, no lo haga incompatible con la vida,
no es justificativo para la ejecución de un aborto. Un feto que, por
ejemplo, presenta una deformación en alguna de sus extremidades,
merece vivir y no debiese estar, a mi juicio, considerado en este
caso de aborto. Otro caso es el desarrollo en el feto de una anomalía
cromosómica, como por ejemplo el Síndrome de Down, el que
tampoco justifica un aborto. Esa criatura también merece vivir.
Considerar que un niño con una malformación física o cromosómica
es sujeto susceptible de ser abortado durante su gestación sería
propinarle una bofetada en el rostro a tantas madres y padres chilenos
que, día a día, se esfuerzan por amar y sacar adelante a sus hijos con
capacidades diferentes.
C) Violación:
Ante un acto tal de aberración, en el que la mujer no consintió en
haber llevado a cabo el acto sexual, la gran mayoría de los chilenos
tiende a estar a favor de permitir la posibilidad de realizar un aborto
como medida extrema. Digo como medida extrema, pues el chileno
58
no está dispuesto a condenar a muerte a una vida inocente sin antes,
al menos, dar toda la pelea que sea necesaria para salvarla. Siendo
francos, no se puede confundir lo siniestro del origen de una persona
(concebida producto de una violación) con su valor posterior como
ser humano. Un niño nacido de una violación puede convertirse
en un Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, tampoco se puede
condenar a la madre a revivir día a día ese episodio tan macabro. Lo
sensato sería una postura intermedia, que permita el aborto en caso
de violación, pero que también entregue a la madre las herramientas
de apoyo sicológico, moral y espiritual (y todas las opciones de
información respecto a lo que implica un aborto), a fin de intentar
convencer a la mujer de que su hijo, por mucho que sea producto de
una violación, es tan maravilloso como cualquier otro. Si todo ello
falla, se activa, como ultima ratio, el respeto al derecho de la mujer
a no ser obligada a convivir con ese tormento.
Los diputados Pedro Browne y Karla Rubilar de Amplitud han
manifestado expresamente su total oposición a la posibilidad de
realizar un aborto en caso de violación, indicando que para esos casos
existen anticonceptivos de emergencia (Fuente: Diario La Tercera,
edición del 2 de febrero de 2014). Respeto su legítima postura,
mas no la comparto. Como abogado, padezco de una deformación
profesional que me obliga a ponerme siempre en todos los casos. Por
ejemplo, ¿qué ocurriría con una mujer que es secuestrada y violada
en el transcurso de varios días? Esa mujer no tendrá la posibilidad de
acceder a un anticonceptivo de emergencia y, cuando eventualmente
fuese liberada, será tarde para su utilización efectiva. O, por ejemplo,
¿qué ocurre con la mujer violada por un familiar cercano que, por
temor a represalias o simplemente por vergüenza, considera este
acto criminal como algo con lo que debe estoicamente cargar, no
tomando la precaución de ingerir el anticonceptivo de emergencia?
Pues bien, estas son posibilidades factibles de ocurrir y que deben,
por lo mismo, necesariamente tenerse en consideración.
59
5) Apego al concepto de matrimonio entre
hombre y mujer / rechazo a la legalización de
la marihuana:
5.1) Matrimonio
entre hombre y mujer:
Si bien para la comunidad homosexual el matrimonio igualitario
es, comprensiblemente, un asunto prioritario y, además, en la
comunidad heterosexual más progresista de la sociedad existe apoyo
a esta iniciativa, el tema todavía no es, desde el punto de vista
de la sociedad en su totalidad, de carácter masivo y mayoritario.
Predomina la opinión de que el matrimonio es entre un hombre y
una mujer. En contraste, el Acuerdo de Vida en Pareja (AVP) sí
obtiene una importante adhesión popular, puesto que iguala derechos
de propiedad y seguridad social sin equiparar dicho estatus con el
concepto institucional del matrimonio.
5.2) Legalización
de la marihuana:
Respecto a la legalización de la marihuana, la opinión verificada
de forma predominante es aquella contraria al consumo de cualquier
tipo de droga, quedando el apoyo a esta iniciativa más bien radicado
en los grupos más progresistas de la sociedad. Su legalización,
entiende el chileno, llevaría a provocar una mayor brecha social:
los jóvenes de estratos más bajos serían enormemente más
vulnerables a su consumo, ya que desde su entorno socioeconómico
se carece de los medios para hacer frente a un eventual proceso
de recuperación de la adicción a la que pudiesen quedar sujetos.
Ello, sin contar con el hecho de que, al consultar, se confirma que la
ciudadanía está plenamente consciente de que, aparte de los obvios
daños respiratorios que provoca la droga (cuando es ingresada al
organismo por esta vía), existe una serie de perjuicios a la salud
60
física y síquica del consumidor que recomiendan, en definitiva, su
mantención como sustancia ilícita.
No obstante, respecto al uso de la marihuana como ingrediente
procesado dentro de compuestos terapéuticos de uso médico, existe
una apertura de la ciudadanía a considerar el tema, siempre y cuando
dicho uso sea regulado y sometido a estrictos controles por parte del
sistema de salud.
POSTULADOS CON RAÍZ DE IZQUIERDA:
1) Traspaso al Estado de la Gran Minería del Cobre
operada por capitales privados (o, en subsidio,
reemplazo del actual impuesto específico minero
por un derecho de explotación o “royalty”):
Aunque el tema del cobre no es un punto que sea de discusión
constante y prioritaria para la clase política, sino esporádica y de
segundo orden, es percibido por la mayoría de los ciudadanos como
altamente importante. El ciudadano chileno está consciente de que
cualquier mejora social que se intente llevar a cabo desde el Estado
requerirá de una importante y profunda inversión pública.
La manera más idónea, rápida y definitiva de conseguir dichos
fondos para el erario público es, a mi juicio, echando mano a esa
gran y gigantesca reserva económica nacional que tenemos bajo
tierra. Para ello, es menester que el Estado, a través de Codelco
Chile, se haga cargo del manejo, operación y explotación de los
yacimientos mineros pertenecientes a la Gran Minería del Cobre.
Con la gigantesca cantidad de dinero que se puede obtener del
metal rojo, Chile tendría recursos para hacer cuanto quisiese. Sin ir
más allá, según notas elaboradas en agosto de 2012 para la Cuarta
Asamblea Nacional de la Confederación de Trabajadores del Cobre
61
por el economista de la Universidad de Chile, Orlando Caputo,
bajo el título “Chile en la encrucijada histórica: Codelco y Anglo
American Sur”, en manos de las empresas mineras privadas que
operan en nuestro país se encuentra la cuarta parte de las reservas
mundiales de cobre fino (330 millones de toneladas métricas). A
un precio estimativo de 2,2 dólares por libra, estas reservas en
manos privadas tienen un valor de 1,6 billones de dólares. Según
Caputo, esa cantidad equivaldría al valor de construcción de 1.300
complejos Costanera Center; o bien, al costo de construcción de una
casa de 2.000 U.F. para cada uno de los 16 millones de chilenos;
o si se prefiere, al costo de construcción de 2.000 puentes como el
proyectado sobre el Canal de Chacao. En fin, por donde se lo mire se
trata de una cantidad sideral de dinero que hoy se está prácticamente
perdiendo.
Si bien considero que lo más digno para el país es concretar
esta Renacionalización de la Gran Minería del Cobre, no puedo
sino reconocer que, por desgracia, incluso en los sectores que
históricamente han defendido esta medida, no existe hoy el grado
de convicción y coraje político suficiente para llevarla a cabo. Por
ello y en subsidio de lo anterior, propongo como medida paliativa
reemplazar el actual impuesto específico minero (que grava la
utilidad) derechamente por un royalty. El royalty no es un impuesto
en el sentido estricto de la palabra, sino que es un “derecho a pagar
por la explotación de un recurso no renovable”. Ahora bien, ¿por
qué razón sería mejor un royalty que un impuesto específico minero?
Porque el royalty, al aplicarse sobre la extracción y no sobre la
utilidad, elimina de raíz el problema del efecto distorsionador que
generan aquellos instrumentos legales que podría utilizar la empresa
minera para “disminuir” sus ganancias. En efecto, la empresa minera
puede distorsionar tributaria o contablemente sus ganancias, pero no
puede hacer lo mismo respecto de aquella cantidad de cobre que
efectivamente extrae.
Ahora bien, si se llegase a reemplazar el actual impuesto específico
por un royalty, es menester que a este derecho se le fije una tasa
verdaderamente digna, muy por encima de la exigua tasa que hoy
62
en día se cobra por concepto de impuesto específico, la que en la
práctica no supera los dos dígitos. Propongo, con este fin, que este
eventual royalty alcance la misma tasa dispuesta por la hoy derogada
Ley 11.828, promulgada en 1955 por el presidente Carlos Ibáñez.
Si bien esta norma no establecía un royalty, puesto que gravaba la
utilidad, la tasa de 50 % que disponía marca, a mi entender, el piso
mínimamente ético a exigir por nuestra riqueza natural más valiosa.
Cualquier monto por debajo de ese sería absolutamente insuficiente,
indigno y antiético.
2) Eliminación del lucro en la educación
superior / generación de una educación
pública escolar gratuita y de calidad:
El problema de la educación superior preocupa grandemente a la
enorme mayoría de la ciudadanía. El chileno se angustia al ver que
el sistema, llevado por el afán de aumentar sus utilidades, le niega la
posibilidad de romper, en sus hijos, el círculo vicioso de la pobreza.
Desgraciadamente la visión neoliberal imperante en nuestro país ve
a la educación no como un derecho social esencial, sino que como
una simple mercadería de consumo. En nuestro país se compra y se
vende educación universitaria o técnico profesional como se compra
y se vende ropa o comida y, por lo mismo, en la práctica muchas
veces terminan accediendo a ella sólo quienes tienen el dinero
suficiente como para pagarla.
En Chile la ley prohíbe el lucro en las instituciones privadas que
imparten educación superior. Y si bien la norma legal no define
el concepto de lucro, hay acuerdo en considerarlo como aquella
ganancia desmedida que excede a la que normalmente puede rendir
un negocio. El espíritu de la ley permite una justa retribución; lo
que no permite es enriquecerse a costa de la educación superior.
Así pues, los recursos que se obtengan del proceso educativo deben
necesariamente y en su gran mayoría reinvertirse en la propia
63
actividad educacional. Pero los dueños de universidades, centros de
formación técnica e institutos profesionales no lo ven así. Consideran
la opción que el Estado les otorga de poder intervenir en la educación
superior como una oportunidad de aumentar su fortuna personal,
desvirtuando con ello el espíritu de la norma jurídica. Urge, por
ende, una definitiva erradicación del lucro encubierto existente en
este nivel de la educación en nuestro país, de manera tal de generar
la certeza de que si un particular desea proveer educación superior,
lo hace impulsado por un genuino y auténtico deseo de ayuda social
y no como medio de enriquecimiento personal.
Ahora bien, en materia de educación escolar la percepción
ciudadana sobre la educación particular subvencionada es positiva.
Lo que no impide, sin embargo, que la misma ciudadanía concuerde
en que es necesario fortalecer la educación pública. A mi entender
se requiere un plan profundo por parte del Estado en cuanto a la
mejora de la educación que éste provee. Urge la inyección de los
recursos necesarios para mejorar la infraestructura educacional,
para captar con buenos y dignos sueldos a los mejores docentes y
solventar su constante perfeccionamiento en el marco de una nueva
y genuina carrera docente. Pero esta inyección de recursos, claro
está, debe ser racionalizada y ordenada. Experiencias como la del
nefasto Sistema de Transporte Metropolitano (Transantiago) dejan
en evidencia que la mera introducción de recursos no garantizaría
por sí sola una mejora del sistema educacional público. La gestión,
es decir, el destino que se les dé a los dineros transferidos debe ser
ordenado, eficiente y eficaz a fin de garantizar su mayor y mejor
optimización y maximización. De otro modo, nos encontraremos
frente a un sistema educacional que consumirá recursos fiscales sin
que por ello se aprecie un mejoramiento proporcional de la calidad
y los resultados de la educación.
Si se cumple correctamente este proceso de mejoramiento de la
educación pública, ésta llegará sin duda a tener la misma calidad
que la educación particular subvencionada tiene hoy en día. Incluso,
un desarrollo a fondo de la calidad de la educación pública haría
que, en el futuro, probablemente se volviese innecesario que el
Estado le comprase el servicio educacional a los particulares. Eso sí,
64
cualquier proceso destinado a la mejora de la educación escolar debe
necesariamente iniciarse por la mejora de la educación que entrega
el Estado. Un proceso que contemplase, por ejemplo, primeramente
el término de la educación subvencionada sería un despropósito.
El sentido final de cualquier cambio es siempre generar con él una
mejora en las condiciones que se tienen. Producir un cambio para
con éste terminar empeorando constituye un contrasentido.
3) Participación del Estado en la oferta de
servicios sensibles para la ciudadanía:
El abuso por parte de las empresas que proveen de aquellos
servicios que son necesarísimos para la vida cotidiana (servicios
básicos) preocupa sobremanera a la ciudadanía. Miles de chilenos
de sectores de escasos recursos y de clase media se encuentran
endeudados y día a día se devanan los sesos buscando una manera
de pagar las cuentas de dichos servicios.
Si bien los servicios básicos existentes hoy son diversos (agua
potable, alcantarillado, energía eléctrica, telefonía fija y móvil,
televisión por cable, internet y gas licuado), los más esenciales,
por razones obvias, son el agua potable, el alcantarillado y la
energía eléctrica. Sin agua potable no se puede vivir: su carencia
no sólo genera problemas graves de alimentación, sino que puede
llegar también a provocar emergencias higiénicas y de salubridad
pública (esto último ocurre también con la falta de un servicio de
alcantarillado). Respecto de la energía eléctrica, su falta condena a
quien carece de ella a volver a vivir a mediados del siglo XIX.
En Chile, las empresas que llevan a cabo la distribución de la
energía eléctrica y las que prestan servicios sanitarios de agua potable
y alcantarillado constituyen verdaderos monopolios en manos de
intereses y capitales privados. Es por ello que considero (y propongo)
que la introducción de competencia de carácter público contribuiría
a mejorar este mercado, devolviéndole la dignidad y trascendencia
65
social que éste tiene y que nunca debió haber perdido. Para ello se
requiere la revisión del Principio de Subsidiariedad del Estado en
materia económica: el Estado puede y debe crear, mantener y operar
empresas públicas de servicios básicos que constituyan una real
alternativa ante la oferta privada. Esto no involucra la expropiación
de las empresas privadas en operaciones ni tampoco la eliminación
de la iniciativa privada, sino que tan sólo la creación de empresas
nuevas manejadas por el Estado, generando de esa forma una sana y
necesaria competencia de carácter público en un mercado monopólico
controlado por actores privados.
La creación de empresas de esta naturaleza implicaría la dictación
de una norma legal que faculte al organismo público idóneo para
la generación de las mismas. Este organismo es, a mi entender, la
Corporación de Fomento a la Producción (Corfo), que cuenta con
una vasta experiencia histórica al respecto. Durante casi medio siglo,
Corfo dio ejemplo de manejo eficiente y eficaz de muchos organismos.
La Empresa Nacional de Electricidad Sociedad Anónima (Endesa),
la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Entel), la Compañía
Chilena de Electricidad (Chilectra), la Industria Azucarera Nacional
Sociedad Anónima (Iansa) y el Instituto Nacional de Capacitación
Profesional (Inacap) son sólo algunos ejemplos. El Estado de Chile
se halla plenamente preparado para hacerse cargo de empresas de
servicios básicos que liberen a los chilenos, a través del derecho a la
libre opción, del abuso de las empresas privadas.
Sin embargo, la creación de estas empresas públicas debe, por
necesidad imperiosa, ir aparejada con la instauración constitucional de
un principio rector fundamental, porque, a diferencia de los privados
(a los que sí le es lícito hacerlo), el Estado no puede obtener beneficio
ni ganancia de los particulares. Si se llegasen a constituir empresas
públicas de servicios básicos, éstas deben tener como consideración
primordial el bien público y no la ganancia; si el Estado se va a
convertir en otro actor descarnado del sistema económico (como
lo es hoy en día a través del Banco Estado, que es tan brutal como
cualquier banco privado), entonces la creación de estas empresas al
alero de Corfo no guarda sentido alguno.
66
4)Fortalecimiento
laboral:
sustancial
del
derecho
Este tema ha sido históricamente manoseado por la izquierda
política, dejando la efectiva dignificación de los derechos de los
trabajadores como un sueño inalcanzable, aunque utilizable de
manera electoral cada vez que sea necesario, sin darle jamás una
solución definitiva.
En el último siglo los trabajadores han ido lentamente
conquistando diversos derechos laborales y sociales. Sin embargo,
todavía falta mucho por hacer para dignificar de verdad el trabajo
de nuestros compatriotas. Sea de derecha, de izquierda o de ningún
color político, el chileno quiere que se le respeten sus derechos
como trabajador y desea seguir progresando en la obtención de más
prerrogativas legales justas, legítimas y bien merecidas. Este tema
es, sin embargo, tan amplio y diverso, que excede con creces el
sentido de proposición de líneas generales que tiene la presente obra
y resulta, por lo mismo, imposible de analizar en su totalidad. Por
ello tan sólo expondré, a continuación, algunos de aquellos tópicos
que considero más esenciales para ser tenidos en consideración a fin
de lograr una real dignificación del trabajo.
Comenzando este sucinto análisis, es importante resaltar la
insuficiencia de la que actualmente adolece el aparato público para
dar respuesta a las demandas de los trabajadores en cuanto a la
infracción de sus derechos se refiere. Si bien existen empleadores
que dan cumplimiento a la normativa laboral, no es menos cierto
que día a día, miles de trabajadores ven vulnerados sus derechos por
empleadores inescrupulosos. El Estado, a través de su sistema de
vigilancia laboral (Dirección del Trabajo e Inspecciones del Trabajo
locales) claramente no da abasto para lograr cubrir el total de casos
de infracciones denunciadas. Urge, por ello, el fortalecimiento
de esta labor fiscalizadora, incorporando para este propósito más
recursos y proveyendo una mayor dotación de funcionarios.
67
En otro aspecto, creo necesario cuestionarnos la real idoneidad
de las normativas que regulan una de las formas de trabajo más
significativas en relación a la actividad agraria del país, como lo
es el trabajo agrícola de temporada. En efecto, miles y miles de
hombres y, sobre todo, de mujeres, sufren por un trabajo en donde
hay una precariedad enorme, con horas extra que se trabajan, pero
que no se registran ni se pagan, carencia de los servicios higiénicos
y de alimentación adecuados o faenas hasta altas horas de la noche,
por tan sólo nombrar algunos ejemplos entre un sinfín de otras
irregularidades. Es necesaria, por ende, la creación de un marco
regulatorio verdaderamente digno para los trabajadores agrícolas de
temporada, el que, por cierto, sea concebido pensando en ellos y no
a la medida de los agricultores y empresarios contratistas. Como
medida especial, y atendida la naturaleza tan particular de este
trabajo, propongo que se establezca un seguro de cesantía especial
para este tipo de trabajadores. Y ello, tomando en consideración
que el trabajador agrícola de temporada, a diferencia del resto de
los trabajadores chilenos, sabe perfectamente en qué época del año
quedará sin fuente laboral. Por ello se requiere la creación de un
seguro especial que los cubra durante los meses de invierno, en
los que la actividad agrícola experimenta una baja considerable. El
aseguramiento en caso de cesantía es un derecho social del que estos
trabajadores actualmente no gozan.
En otro punto importante, Chile es un país en donde todavía
se discrimina a los trabajadores en función de su sexo. A este
respecto, a pesar de que la ley establece un principio de igualdad
remuneracional entre trabajadores y trabajadoras, éste no tiene
aplicación práctica. Por lo mismo, resulta necesaria su consagración
a nivel constitucional. Propongo, además, que la carta fundamental
incluya este derecho dentro de aquellas garantías que están tuteladas
por la acción constitucional de protección (Recurso de Protección),
permitiendo que el aparato jurisdiccional pueda intervenir en caso de
contravención, restableciendo así el necesario imperio del derecho.
En otra arista, el sindicalismo en Chile todavía mantiene tasas
preocupantemente bajas de afiliación, perjudicando el correcto y
68
completo ejercicio de dos derechos laborales esenciales, como lo son
la huelga y la negociación colectiva. Por desgracia, muchas veces son
las mentalidades imperantes las que colaboran a impedir que estas
realidades se modifiquen. Por un lado, tenemos una clase patronal
que todavía, en muchos casos, tiende a mantener aquella concepción
de que el sindicato es, por esencia, enemigo del emprendimiento.
Por el otro, una clase sindical que a veces se puede sentir tentada de
caer en el error de considerar al sindicato como una mera y simple
herramienta de oposición al empleador.
Es menester, a mi juicio, cambiar ambas visiones a fin de
comenzar a instalar las bases de una solución que sea beneficiosa
para ambas partes. El empresario necesita de sus trabajadores en la
misma medida que éstos necesitan a la empresa. Para ello, en primer
lugar, el empleador debe abandonar definitivamente su insensato
temor al sindicalismo; aquel vicio consistente en entender a todo
cuerpo organizado de los trabajadores como algo ineludiblemente
malo. El patrón ha de saber y comprender que el sindicato y la
negociación colectiva son instrumentos no de desencuentro, sino
de entendimiento y de diálogo con sus trabajadores. El sindicato es
la mejor forma de evitar que el empleador tenga que luchar contra
sus obreros. Es un instrumento a través del cual el patrón no pelea
contra sus trabajadores, sino que mediante el cual construye junto
con ellos. Por su parte, aquella corriente del sindicalismo, que
concibe al sindicato como una herramienta cuya única razón de
ser es la oposición intransigente al empleador, necesita abandonar
esa concepción. Debe dejarse de lado aquel sindicalismo de mera
resistencia fundado en una errada forma de entender la noble labor
de la organización de la fuerza de trabajo.
La única forma de lograr beneficios para ambas partes es la
generación de una alianza entre los dos elementos constituyentes de
la actividad productiva, el capital y el trabajo. Tanto capital como
trabajo son partes integrantes de un mismo todo y se necesitan
mutuamente. Esta alianza que se plantea, por cierto, debe ser
constantemente supervigilada por el Estado, a fin de evitar que
el capital, que por esencia es siempre más fuerte que el trabajo,
69
desvirtué el real sentido de este pacto social e incline la balanza
indebidamente a su favor. Sólo así, a mi juicio, se logrará tener en
Chile ese auténtico sentido de justicia social y laboral que se requiere
y que, desgraciadamente, hoy no existe.
5) Modificación radical del actual sistema
de administración de fondos de pensiones e
incorporación del Estado al mismo :
El pésimo desempeño del sistema a través del cual se administran
las pensiones, que condena a los trabajadores a recibir menos de la
mitad de su remuneración una vez que han terminado su vida laboral,
es un asunto que preocupa a todos los chilenos sin excepción. Y si
bien la sociedad toda opina al respecto, es primordialmente el sector
que padece sus efectos el que más se queja. Son los adultos mayores,
sus actuales usuarios, los que manifiestan su disconformidad con el
sistema privado de administración de pensiones imperante en nuestro
país. En todos lados he podido escuchar lo mismo: “¿Hasta cuándo
el abuso de las A.F.P.?”; “¿Cómo es posible que después de toda una
vida de trabajo reciba esta miseria?” Lo que acabo de reproducir se
atiene y representa estrictamente la realidad de lo que he escuchado en
innumerables ocasiones.
Las quejas no vienen solamente de ciudadanos que se identifican
con el extremo izquierdo del espectro político y que por naturaleza
pudieren ser contrarios a un sistema de capitalización individual.
También muchísimos ciudadanos que se identifican con el extremo
derecho, como así mismo muchísimos que no se identifican ni con
uno ni con otro extremo, se quejan de las iniquidades sociales de
este sistema. Y cuando comparan su situación con la de sus padres
o abuelos, que participaban del sistema de reparto solidario, se dan
cuenta de que fueron engañados.
Así pues, propongo una solución basada en las propuestas
concebidas por el Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo
70
Alternativo (Cenda), las que interpretan bastante acertadamente las
inquietudes que la ciudadanía menciona y que, por lo mismo, expongo
hoy como propuesta de solución.
Cenda plantea la incorporación al sistema de administración
de pensiones del Instituto de Previsión Social (ex Instituto de
Normalización Previsional, nacido de la fusión del Seguro Social y
las Cajas de Previsión). A través del I.P.S., el Estado podría recibir
afiliados y pagar pensiones. Se tendría así un sistema previsional
mixto de libre opción, en el que el ciudadano opta libremente entre
la alternativa de capitalización individual que le ofrecen los privados
y la alternativa de solidaridad multilateral (con aportes del Fisco y
del empleador, además de los del propio trabajador) que le ofrece el
Estado. En suma, se trataría de un sistema que le entrega al ciudadano,
después de muchas décadas de sometimiento, el poder de ser él mismo
quien elija, con libertad, entre lo público y lo privado (tal como ocurre
con el caso ya indicado de las empresas públicas de servicios básicos).
A su vez, Cenda propone algunas reformas al propio sistema de
A.F.P., a saber:
1) Exigencia de que el empleador aporte al fondo de pensión en
una proporción de la remuneración imponible del trabajador.
2) Establecimiento de una tabla de cálculo único para hombres
y mujeres, a fin de erradicar la diferencia cercana al 33%
actualmente existente entre la pensión que recibe un hombre
a la que recibe una mujer.
3) Fijación de la comisión cobrada por la A.F.P. como
porcentaje de la cotización del trabajador y no de su
remuneración, toda vez que actualmente la A.F.P. fija
libremente su comisión y la cobra sobre un monto mayor
del administrado e independientemente de si el fondo gana
o pierde.
4) Aumento de la garantía compensatoria por mala rentabilidad
del fondo (tasa de encaje) en directa proporción al aumento
del riesgo inherente a éste.
71
Epílogo
Hemos llegado, querido amigo lector, al final de este breve relato.
Sin importar si ha concordado o no con los planteamientos que le he
compartido, mi deseo sincero es haber sembrado en usted a lo menos
una legítima duda sobre cómo se concibe hoy en día nuestra política
y nuestra sociedad. El saber que usted, en la tranquila intimidad de
su fuero interno, pueda haberse quedado meditando sobre lo leído,
sintiendo que durante mucho tiempo se le impusieron formas de
pensar prefabricadas por aquellos intelectos que se pretenden a sí
mismos superiores, es para mí razón suficiente para haber escrito
estas pocas páginas. En ellas, con altura de miras y, por cierto,
siempre dentro de los límites de la necesaria y sana crítica política,
sólo he tratado de exponer una visión alternativa de nuestra sociedad,
lejana a esas polarizaciones a las que se nos tiene acostumbrados.
Porque no me pretendo un maestro, sino que reconozco mi calidad
de aprendiz del pueblo, me he ido empapando lentamente de aquel
sentir del hombre común. Soy un convencido de que es la gente la
que construye desde sí misma su propio pensamiento. Lo que hoy
aquí se ha propuesto no es original porque lo sea la fuente de la
que surgen sus planteamientos, puesto que izquierdas y derechas
son preexistentes a este trabajo. No, su originalidad deriva de la
adecuación de esas ideologías ya no al interés o a la conveniencia
de los lotes políticos, sino que a esa visión propia que posee la
ciudadanía en su caminar lejano de las polarizaciones partidistas.
Un sinnúmero de interrogantes surgen de la lectura de este
trabajo: ¿Es Chile un país de centro?; ¿Se rigen los partidos y
conglomerados políticos por una lógica de lote partidista que se aleja
de la mentalidad del ciudadano común, que vive, camina, habla,
piensa y respira en una frecuencia muy distinta?; ¿Existe esa enorme
masa de chilenos anónimos, invisibles y silenciosos que día a día
se preocupan sólo de trabajar, cumplir la ley, vivir decentemente
72
y que, por el contrario, no están ocupándose constantemente de
la política?; ¿Requiere nuestro país de sinceros, razonables y bien
intencionados cambios a nuestro sistema económico, realmente
verdaderos y no tan sólo aquel maquillaje que a veces se nos quiere
vender? Respecto de todas esas interrogantes y muchas otras más,
sólo me he limitado a presentarle a usted aquellos elementos de
juicio que, a mi humilde entender, pudiesen resultarle necesarios
a la hora de sacar esas importantes conclusiones. Pero éstas, amigo
lector, debe sacarlas libre y soberanamente usted. Usted y nadie más
que usted.
73
La Mayoría Silenciosa
Gaspar Rivas Sánchez
R.P.I: 241.076
Diagramación e impresión: Gráfica LOM
Julio 2014
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