La Mayoría Silenciosa: Ese chile invisible Una propuesta para construir un Chile Digno Gaspar Rivas Sánchez “Bienaventurados los silenciosos, porque entre ellos se entienden”. Mariano de Larra (Escritor español, 1809-1837) Prefacio El pequeño manuscrito que tiene usted en sus manos, estimado amigo lector, mezcla de ensayo literario y manifiesto político, es producto de varios años de análisis respecto de la realidad política y social de nuestro país y, por sobre todo, del sentir más profundo de los chilenos. Mi cargo de diputado me ha permitido estar en contacto con las más humanas sensibilidades de la ciudadanía, dándome la posibilidad de contar hoy con los conocimientos y la información necesaria para elaborar una propuesta de carácter político que, a mi humilde entender, se acerca bastante al pensamiento de la mayoría. En palabras sencillas, a lo que he percibido de la propia gente y no de sus intermediarios. Desde ya le dejo en claro que los planteamientos que expongo hoy aquí no los respaldo ni justifico con encuestas ni sondeos. En estas páginas usted no encontrará gráficos estadísticos ni nada que se le asemeje. Sin despreciar la utilidad de estas herramientas en muchas actividades, no creo que éstas tengan fundamento metodológico ni credibilidad suficiente para el propósito de este estudio. Las encuestas no forman la opinión pública; la opinión pública se forma a sí misma. Encuestas, sondeos o estudios son, por cierto, legítimos informadores de la opinión pública, pero nunca llegarán a ser los formadores de ella. En lo personal, no dirijo mi actividad parlamentaria por el resultado de estos instrumentos. Y ello, porque yo no legislo para las encuestas, sino que para Chile. Y Chile es mucho más que una o cien o mil encuestas. Para mí el mejor sondeo es la información obtenida de la acumulación de horas y horas de conversación con la gente, empapándose de su sentir y obteniendo los datos de su propia boca. La única herramienta que no admite la distorsión propia del intermediario es la conversación directa. Todo lo demás son solamente datos. Pero yo trabajo sobre certezas, no sobre percepciones. Y si al final del día me queda alguna duda, salgo una vez más a preguntarle directamente a la gente. Ellos son mi única encuesta y mi única fuente. Como es natural, lo anterior teñirá de una evidente subjetividad cualquier opinión aquí vertida. Sin embargo, mi intención al escribir estas sencillas páginas no es la de postular una verdad revelada ni, mucho menos, la de arrogarme la representación del pueblo chileno. Es más, si no comparte estos planteamientos, amigo lector, entonces espero provocar en usted la discrepancia y dar así la bienvenida al legítimo y democrático debate. Esa es la esencia de la democracia. Conversar, discutir con altura de miras. Y, por cierto, hacerlo sentado a la mesa del diálogo, no parapetado desde la trinchera ideológica. A fin de cuentas será, a la postre, la ciudadanía soberana la que decida si estos planteamientos la interpretan o no. Indice Primera parte: Análisis del panorama político chileno Capítulo I: La extremización de la política chilena 9 Capítulo II: Chile no es un país de derecha (ni tampoco de izquierda) 15 Capítulo III: ¿Por qué perdieron Matthei y la derecha? 18 Capítulo IV: Reestructuraciones post-traumáticas 28 Capítulo V: Críticas a los extremos: Breve historia de una encrucijada personal 35 Segunda parte: La mayoría silenciosa: Ese Chile invisible Capítulo VI: El centro se construye con las buenas ideas (de izquierda y de derecha) 41 Capítulo VII: La mayoría silenciosa: Ese Chile invisible 46 Capítulo VIII: Una propuesta para (y desde) la mayoría silenciosa 50 Epílogo 72 PRIMERA PARTE Análisis del panorama político chileno Capítulo I La extremización de la política chilena La actual configuración del panorama político chileno se encuentra fuertemente concentrada en los extremos, esto es, en la izquierda y en la derecha. En algunas ocasiones, para generar algunos matices (que buscan atenuar la pertenencia a dichos extremos con fines puramente publicitarios) los partidos políticos que los habitan suavizan su imagen autodenominándose de centroderecha o de centroizquierda. Aunque en el fondo, estos conceptos no pasen de ser meros eufemismos para referirse a los extremos. Sin embargo, en la práctica no se atisba ningún referente político que sea verdaderamente de centro en nuestro país. Si quisiéramos hacer una representación del centro político nacional, tendríamos que representarlo como un sitio baldío entre dos grandes propiedades, con un letrero en el que se lee disponible. Cada casa a los costados representaría los macizos de ambos conglomerados: Alianza por Chile (la derecha y la denominada centroderecha) y Nueva Mayoría (la izquierda y la denominada centroizquierda), los que conforman el duopolio reinante en nuestra política. Al medio, libre y a la espera de que algún partido o movimiento lo represente, aguarda lánguido el centro político. Existen, además, referentes (la mayoría de ellos huérfanos del propio duopolio), que si bien no gravitan significativamente en el entramado político nacional, hay que mencionar. Me refiero al Partido Progresista, a los partidos Regionalista Independiente, Liberal, Ecologista, Humanista, Izquierda Ciudadana, Movimiento Amplio Social y los movimientos Revolución Democrática, Fuerza 9 Pública, Izquierda Autónoma, Democracia Regional, Evolución Política (Evópoli) y Amplitud. Ninguno de ellos es de lo que en este trabajo llamaremos centro. El Humanismo y el Movimiento Amplio Social se autodefinen de izquierda. La Izquierda Cristiana e Izquierda Autónoma, como se desprende de su propio nombre, son referentes también de izquierda. El PRO es un referente de carácter esencialmente de izquierda, del ala progresista de este sector político. Igual cosa ocurre con Revolución Democrática, que también constituye un referente del ala progresista de izquierda. Y en el caso del Ecologismo, si bien tiene postulados transversales, sus dirigentes se reconocen como de la llamada centroizquierda. En la otra vereda, Evolución Política y Amplitud se presentan como elementos integrales de la denominada centroderecha. Sin perjuicio de ello, resulta tan intricadamente ambigua la posición que Amplitud desea ocupar en el espectro político, que en el capítulo IV haré una referencia más profunda sobre el particular. Por su lado, el Regionalismo Independiente y el Liberalismo, como así mismo los movimientos Democracia Regional (de los senadores independientes Antonio Horvath y Carlos Bianchi) y Fuerza Pública de Andrés Velasco, si bien no se identifican per se con los extremos, al analizarlos con detenimiento, queda en evidencia que carecen de un elemento que, a mi juicio, es esencial en un auténtico referente de centro: la total y completa autonomía e independencia política respecto de los extremos, tanto en los hechos como en la coherencia del discurso. Así pues, el Regionalismo Independiente ya ha pactado política y electoralmente con los extremos. La primera ocasión con la derecha, en el gobierno de Sebastián Piñera. La segunda, con la izquierda, con la actual administración de Michelle Bachelet (incluyendo el cupo electoral de sus parlamentarios, la diputada Alejandra Sepúlveda y el senador Pedro Araya) Por ende, este colectivo no ha sido capaz de articular un discurso coherente con la independencia política que por esencia (y por decencia) es elemento fundamental del verdadero centro político, como ya anticipé. Cosa similar ocurre con el partido Liberal, que es simplemente un refrito del partido Chile Primero y éste, a su vez, también pactó con la derecha durante el mandato de Piñera. Y actualmente, su único 10 diputado, Vlado Mirosevic, ya negoció una agenda legislativa en común con la Nueva Mayoría, marcando así territorio y perdiendo aquella independencia que es requisito sine qua non en un referente de centro. Similar situación ocurre con el movimiento Democracia Regional, mera bisagra política que en el Senado le será funcional a la izquierda o a la derecha según sea el caso. Y finalmente, con el movimiento Fuerza Pública del ex Ministro de Hacienda de Bachelet y ex precandidato presidencial, Andrés Velasco, ocurre algo bastante peculiar. El director ejecutivo de dicho movimiento, Sebastián Iglesias, ha manifestado que Fuerza Pública “aspira a ser parte de una centroizquierda moderna, liberal y progresista”, con lo que queda descartado de plano que este sea un referente de centro (Fuente: Diario La Segunda, edición del 28 de abril de 2014). Sin embargo, la no identificación definitiva de este movimiento con la Nueva Mayoría y, a la vez, sus constantes coqueteos con la derecha neoliberal han llevado a algunos a considerarlo un referente de centro. Ello también se debe, en gran parte, a algunas declaraciones de sus principales consejeros generales, quienes indican que “los convocados [a Fuerza Pública] pueden ser mayoritariamente de centroizquierda, pero lo que Fuerza Pública quiere representar es al centro político”. (Fuente: Reportajes de El Mercurio, edición del 11 de mayo de 2014). Es esta situación tan bizarra e incoherente (muy semejante a la que en el capítulo IV analizaré con respecto a Amplitud), relativa a mantener posiciones absolutamente ambiguas en el espectro político, la que me obliga a detenerme un poco más en Fuerza Pública. Al margen de que las palabras de su director ejecutivo no debiesen dejar lugar a duda y son argumento suficiente para, a mi juicio, descartar a este referente del centro político, hay otra buena razón para ello. En efecto, si bien Andrés Velasco no milita en ningún partido ni se siente parte integrante de la Nueva Mayoría, mantiene un devenir político ambiguo: cacarea para la izquierda, pero sus huevos los pone convenientemente en la derecha. Velasco fue Ministro de Hacienda de un gobierno de izquierda, pero tuvo un manejo derechista en su cartera. Se negó a ceder a las presiones de sectores de la Concertación relativos a aumentar el gasto social. Esto le granjeó tan ácidas críticas de su mismo sector, que en una ocasión 11 la propia presidenta Bachelet debió salir a respaldarlo públicamente. Como buen derechista, Velasco se dedicó a ahorrar recursos públicos en tiempos de bonanza económica. A mi juicio, su desempeño en la cartera constituye un verdadero manual de Cortapalos respecto de cómo debiese comportarse el Ministro de Hacienda de un gobierno de la derecha económica. Con esos antecedentes, no resulta extraño que el ex ministro haya obtenido tan alta votación en Santiago Oriente: la derecha de ese sector de la capital le entregó su apoyo, pues comprendió rápidamente que en él tenía un candidato que, de llegar a La Moneda, le daba garantía de no revolver el gallinero en materia económica por la vía de postular cambios al modelo neoliberal. No, a mi juicio Fuerza Pública tampoco puede ser considerado como un referente de centro. A mayor abundamiento, en el mismo reportaje de El Mercurio recién citado, personeros de este movimiento manifiestan que “Andrés Velasco es un hombre de cultura de centroizquierda y ahí se siente cómodo”. El asunto es que Velasco le hace guiños a la derecha (no al centro) y ello, además, cómodamente sentado en su domicilio de la centroizquierda, evidenciando así una absoluta carencia de aquel relato de coherencia y definición política que, en relación con los extremos, es totalmente necesario si se pretende representar el centro político. Antes de continuar quiero hacer presente que este punto, que dice relación con la estricta independencia y la coherencia en el discurso que, respecto a los extremos, debe siempre guardar el centro político, reviste para mí una importancia capital. Así pues, volveré sobre el particular a lo largo del presente trabajo. Así las cosas, con la falta de referentes de centro de verdad, es decir, coherentemente independientes, hoy por hoy nuestro país no conoce estructuras políticamente organizadas que reflejen el sentir de la ciudadanía. Pero, ¿por qué razón un partido de centro habría de representar verdaderamente el sentir de los chilenos? Simplemente porque, si bien en nuestro país los partidos políticos se presentan desde los extremos, la inmensa mayoría de la ciudadanía camina bastante lejos y ve con indiferencia esa polarización. Por ejemplo, 12 cuando Sebastián Piñera llegó a la presidencia, nadie hubiera afirmado que ello implicaba que todo Chile fuera de derecha. Y si durante veinte años la Concertación ostentó el poder, eso no significaba que Chile fuera un país de izquierda. ¿En qué me baso para hacer tal aseveración? Hagamos el siguiente análisis: es un hecho dado (y comprobable) que los partidos de izquierda propenden hacia el reconocimiento, la defensa y la protección de los derechos de quienes cometen delitos y que no son partidarios de la mano dura, algo que no le ocurre a la derecha, sector que históricamente ha sido propenso a hacer respetar y mantener el orden ciudadano con, a lo menos, un discurso más duro. Hipotéticamente, la gente que votaba por la Concertación entonces debería haber estado de acuerdo en que no se castigase como correspondía el delito y a los delincuentes. Pero no es así. Tanto, que esa fue una de las grandes razones por las que los chilenos votaron por Piñera. Y una buena parte de la gente que votó por él era gente que siempre había votado por la izquierda, pero que ya estaba hastiada de la mano blanda de la Concertación en materia de seguridad pública. Y lo mismo se aplica en sentido inverso. Como acabo de indicar, la gente de sectores vulnerables, sectores trabajadores, que votó por Piñera y que siempre había votado por la Concertación, esperanzados en que ésta compartía sus planteamientos de justa reivindicación social y laboral, ¿de pronto se había vuelto pro-empresarios y había renunciado a sus demandas sociales? ¡Absurdo! A mi juicio la razón de ese cambio es simple: la inmensa mayoría de los chilenos son de centro. Son realistas, certeros. Tienen tanto de derecha como de izquierda. Su voluntad política es dinámica, versátil. Por ejemplo, quieren justicia social (reivindicación más propia de la izquierda), pero también exigen seguridad ciudadana (reivindicación más propia de la derecha). Si hoy en día no existe ningún partido o movimiento político de relevancia que sea realmente de centro, entonces, ¿cómo es que constantemente escuchamos a distintos personeros del quehacer político nacional, especialmente de la derecha, referirse al centro político? ¿Cuántas veces no hemos escuchado discursos en los que se recomiendan aperturas de apoyos hacia el centro? ¿Cómo 13 pueden no existir referentes de centro en nuestro país cuando tantos políticos de los extremos buscan el centro? Lo que ocurre es que en nuestro país muchos grupos políticos se pelean el centro, pero ninguno da la pelea desde el centro. Y si bien no existe entre la clase dirigente, el centro político, reitero, sí existe entre los ciudadanos: el pensamiento político de éstos no está estructurado en base a lo que yo denomino la lógica de los lotes o grupos de interés. El ciudadano común no tiene los lastres ideológicos propios de la clase política. Vive, habla, piensa, camina y respira en una frecuencia distinta a la de los partidos y los políticos. Entonces, si el ciudadano común sigue hasta hoy votando por los extremos, es simplemente porque todavía su forma de pensar no está representada en ningún referente político. La Democracia Cristiana ha pretendido a veces ser un partido de centro. A mi juicio no es así. Y me baso para afirmar aquello en dos cosas. En primer término, en que no se puede pretender ser un partido de centro cuando se llevan veinticinco años formando parte sumisa de un conglomerado de izquierda. Resulta muy fácil y conveniente ser de centro de esa manera. Mientras la Democracia Cristiana se mantenga dentro de la Concertación (hoy Nueva Mayoría gracias al aporte del Partido Comunista, de la Izquierda Ciudadana y del Movimiento Amplio Social), seguirá siendo un partido de izquierda. Para mantener su curiosidad, recién en el capítulo VIII haré mención de la segunda razón por la cual, a mi juicio, la Democracia Cristiana no es un partido de centro. 14 Capítulo II Chile no es un país de derecha (ni tampoco de izquierda) Chile no es un país de derecha y para percatarse de ello no es necesario hacer un estudio profundo en materia política. Baste con tomar nota de que desde 1920 en adelante, todos los gobiernos democráticos han sido, en mayor o menor medida, de izquierda. Excepto los gobiernos de Jorge Alessandri (1958-1964) y Sebastián Piñera (2010-2014), nadie que sea natural y genuinamente de derecha se ha sentado democráticamente en el sillón de O´Higgins. El segundo gobierno de Arturo Alessandri (1932-1938), que algunos consideran de derecha, a mi juicio no debe ser tenido como tal. Si bien Alessandri llevó a cabo alianzas con la derecha durante este mandato, luego dio giros políticos que lo llevaron a hacer lo propio con la izquierda. Su segundo gobierno, por ende, no fue uno que pueda ser considerado como genuinamente de derecha. Así las cosas, la conclusión natural de este postulado es que si Chile no es de derecha, entonces es de izquierda. Pero esa sería la conclusión lógica derivada de la filosofía de los lotes. A mi juicio, si bien Chile se encuentra desde el punto de vista de resultados electorales evidentemente más cercano a la izquierda que a la derecha, el votante chileno tampoco corresponde del todo a esa primera ideología. El votante chileno adhiere, por ejemplo, a las justas reivindicaciones sociales y laborales de la izquierda, pero también, por ejemplo, a la libertad de emprendimiento y deseo de seguridad ciudadana que son características de la derecha. Entonces, si como hemos visto, los votantes chilenos tienen tanto de izquierda 15 como de derecha, ¿en qué parte del espectro político están ubicados? Tal y como lo indiqué en el capítulo anterior, me aventuro a ubicarlos en el centro. Postulado final: Chile no es un país de izquierda, sino un país mayoritariamente de centro que tiende hacia la izquierda. Y como corolario o consecuencia casi evidente de lo anterior tenemos que, en este país tendiente a la izquierda, la derecha no tiene ninguna posibilidad de gobernar; la única opción de la derecha de llegar al poder es que el conglomerado de izquierda lo haga no mal, sino que muy mal. Así se explica que Piñera haya llegado al poder. Porque es evidente que el votante chileno no eligió a Piñera porque de la noche a la mañana haya empezado a tender hacia la derecha. Simplemente ocurrió que la Concertación, luego de años de desgaste en el poder y de alejarse del espíritu que la llevó a ese sitial en 1989, comenzó a generar antipatía en la gente. Fue entonces cuando surgió para la derecha la posibilidad de gobernar. Si la Concertación lo hubiese hecho bien (o al menos, no tan mal), la Coalición por el Cambio nunca habría llegado al poder. El 17 de enero de 2010 no ganó la Coalición por el Cambio; aquel día perdió la Concertación, que es distinto. El votante chileno, que sin ser de izquierda siempre había tendido a ella, se cansó de la inoperancia de la Concertación en el poder y votó excepcionalmente por la derecha. Entonces, ¿cómo explicarnos el altísimo porcentaje de apoyo de la presidenta saliente, Michelle Bachelet? Sencillamente se debe a que Bachelet encantó a los chilenos por su carisma. Pero nada más. Su gobierno fue objetivamente un gobierno de alto desempleo, bajo crecimiento, alta tasa delictiva. Tampoco resolvió ninguno de los problemas estructurales que son más gravitantes para la ciudadanía: salud, educación, abusos financieros, entre otros. Bachelet tuvo el enorme nivel de apoyo popular que tuvo al final de su gobierno exclusivamente por su inigualable carisma, cosa que permitió que la ciudadanía desdoblara su figura y no la responsabilizara por su mediocre gobierno. Para Chile, ella es la madre bondadosa y cariñosa que da abrigo. Lo que no es ni intrínsecamente malo 16 ni intrínsecamente bueno. Simplemente estoy certificando una realidad. Su forma de ser les agrada a los chilenos y ello es un hecho irrefutable. Totalmente distinto al rostro adusto y serio de Sebastián Piñera, que trata de ser simpático, pero con muy poco éxito. Ya sabemos el por qué la derecha se enfrentará a una tarea difícil si quiere llegar al poder en Chile. Pero, llegando a él, ¿hubiere podido mantenerse en éste? Sí, pero olvidó que para ello debía cumplir una gran condición. Como ya indiqué, Chile no es un país de derecha, sino un país de centro que tiende a la izquierda y la única posibilidad de que la derecha llegue al poder es que la izquierda lo haga muy mal. Y la derecha, por lo mismo, luego perderá inmediatamente el poder a menos que se aplique en la asignatura y haga un gobierno no bueno ni muy bueno, sino que excelente. Un gobierno excelente es aquel que se relaciona con la gente desde la propia gente, escuchando sus opiniones y demandas: terminar de una buena vez con el abuso de los cobros de las universidades, de las casas comerciales, de las Isapres y de las A.F.P. o combatir con verdadera fuerza la delincuencia. Me aventuro a afirmar que si Sebastián Piñera hubiera acabado con el lucro ilegal de las universidades, si hubiese combatido con fuerza la delincuencia enviando una verdadera y profunda reforma para nuestra garantista justicia penal, si hubiese en algo atenuado el abuso del sistema de A.F.P., la derecha hubiese seguido en el poder. Pero eso no hubiese pasado jamás, porque Piñera es neoliberalista y, como tal, cree firmemente que la educación es un bien de consumo y que el Estado no debe entrometerse en la seguridad social, dejando la administración de las jubilaciones de los trabajadores en manos de los privados. El único tema en el que Piñera hubiese podido hacer algo, como derechista que es, era en el combate frontal de la delincuencia. Pero faltaron pantalones en La Moneda para enfrentársele. Está claro que a los delincuentes, al menos en el gobierno de la derecha, no se les acabó la fiesta. Y preocupa, por cierto, que en el gobierno de Bachelet la situación se agudice. 17 Capítulo III ¿Por qué perdieron matthei y la derecha? Si bien no había manera alguna de que la derecha ganara nuevamente el gobierno, hubo ciertos elementos que ayudaron a alejar todavía más a la Alianza de La Moneda. Así pues, vayamos de inmediato al grano y analicemos los tres principales factores relativos a ello: 1) Factor Bachelet Era indudable que el escenario que enfrentaba Matthei era complejo, incluso desde antes del accidentado proceso a través del cual fue designada como candidata de la derecha. Bachelet era una candidata con un tremendo e indesmentible carisma con la ciudadanía y, además, a prueba de balas, pues mientras más se la atacaba, más se fortalecía. En resumidas palabras, a Matthei le tocó medirse, para su desgracia, no con una oponente de carne y hueso, sino que con un fenómeno. Agréguesele a eso una derecha desunida que tuvo que conformarse a regañadientes con una candidata de carne y hueso. ¿Quién puede pretender que puede triunfar ante tamaña desigualdad? Sería tanta la frescura de creer lo contrario, que me niego a considerar que la frase de campaña de Matthei, “Sí se puede”, haya sido algo más que un desesperado intento de la derecha de auto infundirse ánimo ante la debacle que se veía venir, apelando torpemente a la fantasía de que Bachelet era ganable. Mi percepción de Bachelet como un fenómeno, eso sí, no alcanza más allá de la dimensión de su cercanía y carisma con la ciudadanía. 18 Si la consideramos en términos de peso político, Bachelet es tan humana y liviana como cualquiera. Tal vez sea un fenómeno en cuanto a carisma, pero en cuanto a efectividad política nos encontramos con harina de otro costal. Como ya indiqué, su primer gobierno fue mediocre. Si Bachelet es un fenómeno, está claro que no lo es por tener capacidad de manejo de Estado o de solución de problemáticas-país. 2) Factor Matthei Frente a la carismática candidata de la izquierda, la derecha contaba con una con muy poco carisma y todavía menos cercanía. No quiero con esto decir que Matthei no se esforzase en ser cercana. Es más, intentaba una y otra vez serlo. Pero la gente no la notaba ni la veía así. A la falta de carisma y de cercanía se suma un importante grado de rechazo hacia la persona de Evelyn Matthei por la forma de ser de la candidata. No ahondaré en lo que es obvio y de todos conocido. Internet es bastante generoso en mostrarnos episodios en los cuales, las más de las veces, sobran los epítetos de grueso calibre de boca de la ex candidata de la Alianza. Baste con decir que Evelyn Matthei no se caracteriza por ser una persona simpática o de trato agradable. Agréguese además, como elemento importante, el hecho indesmentible de que Matthei mantiene temas no resueltos con la dictadura militar. Y con esto me refiero exclusivamente a los que derivan de ella misma, no a los que pudiesen derivar de su padre, el general en retiro Fernando Matthei. Más allá de que al final igualmente le pesó ser hija de un colaborador de Pinochet, es claro que no es de su responsabilidad el papel que éste último haya tenido en determinada época de la historia del país. Los conflictos no resueltos a los que hago referencia son los derivados de su propio actuar o decir. Por ejemplo, nadie que hoy tenga sobre 35 años de edad puede olvidar, allá por la época de la detención de Pinochet en Londres, a aquella Evelyn Matthei que, frente a las cámaras de televisión, exigía a voz en cuello que se boicotearan los intereses de 19 Inglaterra y España en Chile, agregando que españoles e ingleses “no se van a atrever siquiera a salir a las calles, porque donde los vean les vamos a plantar un huevo o un tomate”. Pero no todo puede serle achacado a la responsabilidad de Matthei. Que era una candidata poco simpática y con inquebrantables lazos con el pasado, nadie lo discute. Pero hubo también, a mi juicio, otras dos importantes razones que la convirtieron en una candidata lejana de la perfección y que, honor le sea hecho, no son de responsabilidad suya. La primera es que, si bien su nombre sonó desde siempre en la UDI como presidenciable, no es menos cierto que partió con muchísimo tiempo de retraso en su campaña, muy por detrás de Bachelet, quien para la sazón ya llevaba cinco meses en carrera (eso sin contar con los años que ya llevaba en el imaginario popular en su calidad de ex presidenta). El hecho de haber sido una candidata sacada de la banca a última hora por la renuncia de Pablo Longueira es un factor a considerar. Imposible alcanzar a un monstruo del carisma de Bachelet con una candidata como Matthei y mucho menos a la apureta. La segunda es que la candidata de la derecha no contó con el irrestricto apoyo de todo su sector (del que sí disfrutó Piñera). Y una vez más hay que exonerar de la responsabilidad de esta causa a la abanderada que, hay que reconocérselo hidalgamente, enfrentó con un tremendo coraje el martirio que se le venía encima. Porque resulta indesmentible que a Matthei le faltó el apoyo del socio, Renovación Nacional. Falta de apoyo derivada del hecho de que Matthei fue impuesta como candidata del sector por la UDI en un acto de extrema soberbia. Soberbia simplemente motivada porque la UDI se consideraba con el derecho ya adquirido por haber ganado las primarias de junio de 2013 con Pablo Longueira, haciendo oídos sordos de los muchos adherentes de Andrés Allamand que consideraban que la primaria la ganaban las personas y no los partidos y, por ende, la persona en mejor derecho a suceder al candidato de la UDI era el que había competido con él. Es cierto que Allamand cometió importantes errores (como emplazar públicamente a Laurence Golborne a dar explicaciones al país por 20 el caso del aumento de los intereses de las tarjetas Jumbo-Cencosud cuando fue su gerente o exagerar su dolor por haber perdido la primaria, recordándole a la UDI todas aquellas comunas en las que le había ganado a Longueira). Pero eso no le quita a la UDI que el haberlo vetado fuera un acto de soberbia. Así las cosas, es una desfachatez de la UDI el haber creído que RN iba a apoyar a Matthei con la camiseta puesta. 3) Factor Piñera Este, a mi juicio, es el principal factor que contribuyó a sentenciar la candidatura presidencial de la derecha en 2013. Y es que, a pesar de lo que los sectores piñeristas se empeñen en decir, le disguste a quien le disguste, Piñera tiene una enorme responsabilidad en la derrota de su propio sector. Mi crítica no es cortoplacista como algunas que he escuchado, referente a que la culpa del ex presidente radica en que no se la jugó a fondo por Matthei durante la campaña. Yo le sindico responsabilidad a Piñera no por aquello que no haya hecho en los últimos cuatro meses antes de la elección presidencial, sino que por lo que no hizo durante sus cuatro años de gobierno. Ya planteé que Chile no es un país de derecha y que si la derecha llega al poder (debido a una muy mala administración de la izquierda) para mantenerse en éste tiene que realizar no un muy buen gobierno, sino que uno excelente. Y es allí donde radica la responsabilidad de Piñera en la derrota de Matthei: no hizo ese gobierno excelente que tiene que hacer la derecha para mantenerse en el poder en un país de centro que tiende hacia la izquierda. ¿Qué factores han de tenerse en consideración para afirmar que Piñera no hizo un gobierno excelente? ¿Sus constantes piñericosas? A mi entender se requiere mucho más que cometer errores jocosos para ser considerado un mal presidente. Es más, lo de los chascarros presidenciales es algo muy relativo. Porque si hacemos memoria, aquel puntapié de Bachelet en la inauguración del estadio Germán Becker de Temuco, que le costó mandar a volar uno de sus zapatos, 21 también podría haber sido considerado un chascarro negativo. ¿Una bachelicosa, tal vez? Ciertamente que no; los chascarros son negativos o no lo son dependiendo del grado de estima y cariño que el pueblo le tenga al político. Cuando Bachelet mandó su zapato tras los pasos del Sputnik, la ciudadanía sintió eso como prueba de que Bachelet era igual de humana que ellos. Pero si hubiese sido Piñera, sus oponentes no habrían tardado ni un minuto en destrozarlo. ¿Por qué tan dispar reacción frente a los chascarros presidenciales? Simplemente porque a Bachelet la gente la adora y a Piñera no. No son, por lo tanto, sus piñericosas las que hay que tenerle en cuenta a Piñera a la hora de poner nota a su gobierno. Y que no se mal entienda; su gobierno no fue malo. Hay que reconocerle muchos logros sociales, como la creación de cientos de miles de puestos de trabajo, el aumento del post-natal a seis meses, la eliminación del descuento del 7 % en salud a los jubilados y pensionados (con letra chica y muchos requisitos, es verdad; pero se le reconoce la voluntad y el gesto), el Ingreso Ético Familiar, los liceos Bicentenario de Excelencia Académica y las facultades en materia financiera de las que se dotó al Servicio Nacional del Consumidor a través de la Ley 20.555 (Sernac Financiero). No, el gobierno de Piñera no fue malo. Lo que pasa es que no fue todo lo excelente (a pesar de lo que se empeñan en afirmar los sectores piñeristas) que debe ser un gobierno de derecha en un país que tiende a la izquierda. ¿Y por qué no fue excelente su gobierno? En primer lugar, no puede pretender ser excelente un gobierno que no tiene gente para gobernar. Los partidos que acompañaron a Piñera no tenían gente capacitada para la tarea y en muchas ocasiones hubo que recurrir a los independientes. Los únicos militantes preparados, en cierta forma, eran los UDI pertenecientes a la Fundación Jaime Guzmán, que llevaba años preparando legiones de jóvenes para el caso de que la derecha llegase algún día al poder. Muchas de las carteras ministeriales en manos de ministros militantes o adherentes de la UDI se llenaron de jovencitos veinteañeros de la Fundación Guzmán. Pero, ¿qué sabían ellos de manejo del Estado? En la teoría, tal vez bastante; en la práctica, nada. Al final del día, no pasaban de ser gente que, si bien era movida por buenas intenciones, carecía de la sensibilidad 22 necesaria para comprender que los sueños y aspiraciones de la gente no caben en una planilla Excel. De más está decir que tampoco puede ser excelente un gobierno que recluta a muchos de sus ministros de entre los gerentes del retail. El ministro de Minería, luego Minería y Energía y finalmente de Obras Públicas, Laurence Golborne, dio el salto a la función pública desde la gerencia corporativa de Cencosud. Y antes de ser ministro de Relaciones Exteriores, Alfredo Moreno era parte del directorio de Falabella. Con las honrosas excepciones de Lavín, Allamand, Chadwick, Longueira, Hinzpeter y la propia Matthei, ¿dónde estaban los políticos en el gabinete? En buena parte, el gabinete de Piñera fue, en efecto, un gabinete de gerentes, de tecnócratas. Parecía ser que éste hubiese olvidado que ya no estaba a cargo de una de sus muchas empresas, sino que del Estado. Y el Estado, por más que se quiera plantear lo contrario, no puede ser concebido bajo el simplista prisma de una conducción comercial. Entre otras cosas, el gobierno de Piñera habría sido excelente si no hubiese dejado plantados a los chilenos con uno de sus principales compromisos de campaña: darle un golpe duro a la delincuencia. Mucha gente que normalmente votaba por la izquierda decidió votar por Piñera por su compromiso con la seguridad ciudadana. Pero una vez en el gobierno, ¿dónde estuvo la agenda antidelincuencia? ¿Dónde estuvo el paquete de proyectos de ley que un gobierno excelente hubiese enviado al Congreso? ¿Dónde estuvo la gran reforma a la justicia penal, la llamada Reforma a la Reforma? Esa es una tarea que le compete al gobierno, pues la reforma de nuestro sistema procesal penal no es una materia sencilla que pueda provenir así como así de la iniciativa de un parlamentario. Requiere del apoyo del Ejecutivo. Pero excepto una reforma constitucional que resultó inoperante (como referiré más adelante) el gobierno de Piñera no hizo nada que pueda ser considerado una revolución en materia de seguridad pública o al menos una solución de fondo. A saber: en marzo de 2013 Piñera ingresó al Senado un proyecto de ley que modificaba el Código Procesal Penal (Boletín 8810-07). Se podría argumentar que 23 esto constituyó un cumplimiento de lo prometido. A mi juicio, no es así y ello por tres razones. En primer lugar, llegó casi al final del gobierno. En segundo lugar, no gozó de ningún grado de urgencia por parte del Ejecutivo. Y en tercer lugar, tampoco se trata de una reforma verdaderamente profunda como la que se requiere. Hay que reconocer que se generaron varios miles de nuevos puestos de Carabineros, que se amplió el Plan Cuadrante a ciudades de menos de cincuenta mil habitantes y que se constituyó el Plan Barrio en Paz. Todo esto es importante de destacar, pero ciertamente no resuelve un problema que, y soy tajante en ello, está categóricamente radicado en el proceso penal y no en la labor preventiva de la policía. Carabineros de Chile y la PDI hacen bien su trabajo. La puerta giratoria de la justicia está en los juzgados, no en las comisarías. Es cuando el delincuente es puesto a disposición de los Tribunales de Justicia que se activa dicha puerta. Esto por tres razones principales: 1) Porque los jueces tienen una mentalidad garantista. Se diría que les duele condenar a los delincuentes. Y me refiero tanto a los delincuentes callejeros como a los delincuentes financieros. De muestra un botón: los jueces de nuestro país condenaron a los ejecutivos de las grandes cadenas de farmacias, culpables por el bullado caso de colusión en los precio de los medicamentos, simplemente a asistir a clases de ética por un año. 2) Porque en muchas ocasiones los fiscales no hacen bien su trabajo: si el fiscal no le acredita la comisión del delito al Juez de Garantía, aunque el magistrado no sea garantista no tendrá más remedio que dejar en libertad al delincuente. 3) La ley procesal penal es demasiado garantista en nuestro país. Los Jueces de Garantía se llaman así, porque su principal deber es garantizar que en el proceso se respeten los derechos del delincuente. Reproduzco íntegro el artículo 10 de nuestro Código Procesal Penal: 24 Artículo 10: Cautela de garantías. En cualquiera etapa del procedimiento en que el juez de garantía estimare que el imputado no está en condiciones de ejercer los derechos que le otorgan las garantías judiciales consagradas en la Constitución Política, en las leyes o en los tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes, adoptará, de oficio o a petición de parte, las medidas necesarias para permitir dicho ejercicio. Si esas medidas no fueren suficientes para evitar que pudiere producirse una afectación sustancial de los derechos del imputado, el juez ordenará la suspensión del procedimiento y citará a los intervinientes a una audiencia que se celebrará con los que asistan. Con el mérito de los antecedentes reunidos y de lo que en dicha audiencia se expusiere, resolverá la continuación del procedimiento o decretará el sobreseimiento temporal del mismo. Todo eso suena muy bonito, pero ¿y qué ocurre con los derechos de la víctima, de la persona estafada, de la mujer violada, de la víctima de un robo, de los familiares de una persona asesinada? Respecto de ellos, el artículo 6° del mismo código dispone escuetamente que el Juez de Garantía garantizará conforme a la ley la vigencia de los derechos de la víctima durante el procedimiento. A juzgar por las miles de quejas que he recibido de las víctimas de delitos, eso no ha resultado suficiente. De los tres elementos o factores mencionados (jueces, fiscales y ley) el que le competía modificar a Piñera era la ley, mejorándola enormemente. Mejorarla, para que las garantías legales de los delincuentes no fueran tan inmensamente superiores a las de las víctimas del delito. Mejorarla, para que el Juez de Garantía tuviese atadas las manos a la hora de dejar libre a un delincuente que claramente constituye un peligro para la ciudadanía. Mejorarla, para que el fiscal se preocupase en serio de hacer su trabajo correctamente. A lo anterior hay que agregar la promesa incumplida de Piñera relativa a la creación de una Defensoría de la Víctima. Esta necesarísima institución todavía no existe. Porque los fiscales, contrario a lo que comúnmente se cree, no son los abogados que 25 representan a la víctima. Son los abogados del Estado y se preocupan de los intereses del Estado. Pero si el interés del Estado no va por la persecución penal del delincuente, ¿qué puede hacer la víctima en tal caso? Meterse las manos al bolsillo y contratar un abogado particular que presente una querella, porque la víctima no tiene derecho a un abogado gratuito como el delincuente. En el año 2011 se promulgó la Ley 20.516, que dispone una reforma constitucional que introduce la obligación del Estado de proporcionar defensa legal a la víctima. El único problema es que esa importante iniciativa quedó en letra muerta, puesto que carece de aplicabilidad al no contemplarse en el resto de la legislación ninguna norma explícita que obligue al Ministerio Público o a la Defensoría Penal Pública a dar cumplimiento al mandato constitucional. Es verdad, sin defensa no hay justicia. Pero defensa para todos, no tan sólo para el delincuente. No, no puedo calificar de excelente un gobierno que dejó de hacer algo concreto por la seguridad ciudadana, sobre todo habiendo ilusionado a millones de chilenos con esa promesa. En otro ámbito, el gobierno de Piñera no se caracterizó por ser un gobierno que escuchase el clamor popular. El enorme nivel de endeudamiento de los chilenos en la educación superior, las bajas jubilaciones de los afiliados a las A.F.P., la mala calidad y lentitud en la atención de salud, los abusos de los actores del sistema económico son temas que yo, como diputado, escuché en la calle una y otra vez. Y es imposible que en La Moneda hayan desconocido esas súplicas. Las conocían; lo que ocurre es que las ignoraron. ¿Y qué podía hacer un simple diputado al respecto? ¿Presentar proyectos de ley para terminar con esas injusticias? Los que no hubiesen sido rechazados de plano por ser de materia exclusiva del Presidente de la República, habrían ido a dormir el sueño de los justos como tantos otros. No, las grandes problemáticas requieren grandes soluciones. Y esas soluciones requieren, a su vez, de grandes voluntades. Y aquéllas sólo vienen desde lo más alto del poder, que en nuestro país radica en La Moneda y no en el Congreso Nacional. Pero desde Palacio no vino nada que diera una solución de fondo, definitiva y estructural a estos temas. En eso falló el gobierno de Piñera: para haber sido todo lo excelente que requería ser (permitiendo así que la 26 derecha se mantuviese en el poder) debió haber generado soluciones no meramente cosméticas y pirotécnicas, sino que de fondo, estructurales, de carácter definitivo y resolutorio. Y ello, porque los problemas sobre los que giraban las expectativas ciudadanas eran, en sí mismos, estructurales y de fondo y, por lo tanto, su solución no admitía meros maquillajes. El gobierno de la derecha fue tan sólo un gobierno de continuidad, de mantención del status quo imperante, no un gobierno que generase aquel necesario salto evolutivo político y social que se requiere cuando se desea pasar desde un estado dado de cosas y conceptos a otro diferente, de un nivel superior. Nada siquiera remotamente parecido vino desde el gobierno, ni en materia de educación, ni en materia de salud ni tampoco de abusos del mercado. 27 Capítulo IV Reestructuraciones post-traumáticas No he querido dejar pasar la oportunidad de hacer un análisis de las reestructuraciones post-traumáticas que han vivido los grandes bloques políticos luego de perder el poder. Tanto la Concertación en 2010 como la Coalición por el Cambio en 2013 debieron replantearse a sí mismas luego de las desastrosas derrotas electorales que sufrieron. La Concertación, al perder el gobierno frente a Piñera, comprendió que si quería retomar el poder en la siguiente elección debía reinventarse completamente. Se era consciente de que la fórmula de la “Concertación de Partidos por la Democracia”, que tan exitosa había resultado a principios de los ´90 como eje de la recuperación de la libertad y del tránsito hacia la democracia, ya estaba totalmente agotada. Había que hacer algo rápido, desesperadamente; se llevaron a cabo dos transformaciones. La primera, de un profundo trasfondo ideológico, fue salir en busca de sus verdaderas raíces de izquierda, abandonando la senda de farsa neoliberal que tan bien le había resultado en los veinte años anteriores, pero que ya no convencía al electorado. Nadie puede negar que, para su vergüenza, la Concertación administró durante veinte años (con admirable eficiencia) el sistema económico neoliberal. Sistema en el que, paradojalmente, no creían. Por eso, para enfrentar las elecciones presidenciales de 2013, la Concertación generó una versión 2.0 de sí misma, remasterizada e incluso equipada con retroexcavadora y aplanadora. La segunda transformación, aunque de trasfondo exclusivamente publicitario, fue bastante particular: con la excusa de incluir al Partido Comunista, a la Izquierda Ciudadana y al Movimiento 28 Amplio Social, cambiaron su nombre a Nueva Mayoría, si bien el producto final no pasa de ser más de lo antes visto. Porque la Nueva Mayoría es, hablando bien en serio, la Misma Mayoría, no una nueva. Aparte de la inédita presencia del Partido Comunista (que, dicho sea de paso, no termina de sentarle bien a la DC), ¿dónde está lo nuevo de esta Nueva Mayoría? En ninguna parte. Es más, los rostros se repiten en buena parte de los casos. Sin ir más allá, los parlamentarios de la Izquierda Ciudadana (diputado Sergio Aguiló) y el Movimiento Amplio Social (senador Alejandro Navarro) eran, hasta hace unos años atrás, parte de la Concertación. Hoy no hacen más que volver al redil. Sin embargo y a pesar de todo lo anterior, aquellas extrañezas propias de la política finalmente terminaron dándole en las urnas una oportunidad al nuevo diseño de este envase (que contenía lo mismo de siempre). Revisemos ahora la debacle (esa es la palabra adecuada) que sufrió la Alianza por Chile al perder el gobierno. Dentro de la derecha se dieron situaciones muy particulares, previas y posteriores a la derrota. Anterior a la pérdida del gobierno, apareció en la arena política un nuevo movimiento denominado Evolución Política (Evópoli), cofundado por los hoy ex Ministros de Desarrollo Social de Piñera, Felipe Kast, y de Cultura, Luciano Cruz-Coke. Dicho movimiento se presenta como un referente de corte liberal en lo valórico y neoliberal en lo económico. En otras palabras, derecha liberal. Su postura económica se verifica fácilmente al revisar los principios rectores del referente, contenidos en su sitio web oficial, www.evopoli.cl. Así pues, en el principio 7° se expresa que, además del libre mercado, “la subsidiariedad activa del Estado es uno de los pilares de la libertad y de la prosperidad material y moral de los pueblos.” Es decir, neoliberalismo en su estado más puro y prístino. En cuanto a la posición que Evópoli ocupa en el espectro político, ésta queda muy clara al escuchar las palabras de Luciano CruzCoke, quien ha manifestado que “el objetivo de Evópoli es lograr la unidad de la centroderecha.” (Fuente: El Mercurio, edición del 5 de abril de 2014). Por su parte, las declaraciones de Felipe Kast tampoco dejan lugar a dudas. En efecto, al referirse a la elección de Francisca Correa como presidenta del movimiento, el ex ministro 29 ha indicado que ella “es la primera mujer en dirigir un partido, que está en formación, de derecha.” (Fuente: Entrevista de CNN Chile, 12 de abril de 2014). A la luz del hecho de que la centroderecha no es más que un mero eufemismo para referirse a la derecha (como expresé en el capítulo I), las declaraciones de ambos personeros son coherentes y contestes en ubicar a Evópoli en el extremo diestro del tablero político. Posterior a la debacle, Renovación Nacional vivió una crisis interna que derivó en una penosa guerrilla de dimes y diretes entre sus más insignes próceres. En un intento bien intencionado de calmar las aguas, en diciembre de 2013 el diputado Cristián Monckeberg levantó banderas de acercamiento al centro político a través de su manifiesto “RN y la derecha que queremos”. Hoy, ya instalado en la presidencia del partido, Monckeberg ha insistido una vez más en ampliar hacia el centro a Renovación Nacional por la vía de generar una alianza política y electoral con la Democracia Cristiana. Si bien discrepo con este análisis suyo, que sitúa el centro político en la Democracia Cristiana (puesto que ésta, insisto, no es un partido de centro), hay una cosa que es indesmentible: RN está viviendo un proceso político interno que implica una reacción bastante dispar de la que experimentó la Concertación. En efecto, mientras la primera se volvió hacia el extremo izquierdo del tablero político, alejándose del centro, hoy la derecha ve como uno de sus partidos componentes propone deslizarse hacia éste. Este fenómeno se da por una razón muy sencilla: Renovación Nacional es heredero del antiguo Partido Nacional, formado en la década de 1960 por la fusión de los partidos Conservador y Liberal. Al igual que en las familias los genes se van pasando sucesivamente de padres a hijos, RN recibió también la carga genética liberal-conservadora del Partido Nacional. En el mismo partido cohabitan una facción liberal y otra conservadora (diferencias dadas esencialmente en los temas valóricos). Esa paradójica doble alma siempre ha coexistido en relativa armonía, generándose de vez en cuando algunos roces entre cada una de las facciones. Y es así como la facción liberal de RN, que ahora se encuentra a la cabeza del partido, se siente tentada a creer que éste puede tener un espacio de crecimiento alejándose 30 del extremo diestro. Pues bien, en el capítulo VI volveré brevemente sobre esta particular pretensión. Sin embargo, esta no ha sido la única catarsis que se ha dado en el último tiempo dentro de Renovación Nacional. Ya en enero de 2014, tras la derrota de Matthei, los diputados Joaquín Godoy, Pedro Browne y Karla Rubilar, junto a la senadora Lily Pérez, decidieron renunciar a su militancia en la tienda y formar un movimiento denominado Amplitud, reactivando con ello un plan de salida del partido que desde años atrás venían considerando seriamente. Pero, como ya lo insinué en el capítulo I, ¿cuál es la ubicación de este colectivo en el tablero político? La declaración de principios del movimiento, contenida en su página web www.amplitudchile. cl, indica claramente que Amplitud busca generar “una opción de centroderecha liberal (…) que ofrezca respuestas de centroderecha”. Se indica, así mismo, que su proyecto es convertirse “en partido político, identificado con las ideas liberales y de centroderecha”. En principio, ello resultaría suficiente para percatarse de que estamos a todas luces frente a un referente político que es parte integrante de la denominada centroderecha. Sin embargo, la inconsistencia comienza cuando a lo antedicho se lo confronta con las declaraciones emitidas por los propios parlamentarios del movimiento. Es así como el diputado Pedro Browne se refiriere a Amplitud como “un referente que aspira a generar un partido de centro moderno, liberal y social”. (Fuente: www.diariolaprensa.cl, 27de abril de 2014). La senadora Lily Pérez, a su vez, indica que este es “un movimiento de centro liberal, social y moderno con domicilio en la centroderecha”. (Fuente: Diario El Sur, edición del 25 de abril de 2014). A diferencia del caso de Evópoli, que es claro en este punto y no teme encasillarse en el extremo diestro del tablero político, la postura que Amplitud le proyecta a la ciudadanía resulta tremendamente ambigua. Me pregunto si en el futuro los parlamentarios que conforman este movimiento, para justificar su ambigüedad, no plantearán la teoría de que, al interior de la centroderecha, el eje UDIRN-Evópoli conforma la derecha y Amplitud constituye el centro. A mi juicio, aquella sería una excelente explicación acomodaticia para 31 intentar justificar una total incoherencia. En todo caso, puede ser que la respuesta a este dilema sea muchísimo más sencilla: simplemente la puesta en evidencia de que los propios integrantes de Amplitud no logran, ellos mismos, definir todavía sus lazos de pertenencia ideológica. Con un pie en el centro y con el otro en la derecha, pareciera ser que quieren tener lo mejor de ambos mundos: por un lado, aquella apertura que les brindaría el ser (según ellos) de centro y, por el otro, la seguridad política que les proporciona el hecho de pertenecer a un sector con historia y currículum político conocido. Recordemos que el centro debe ser coherentemente independiente de los extremos, lo que implica no pactar ni formar parte de éstos. Pero no nos confundamos. La verdad es que lo anterior no pasa sino de tener un valor meramente anecdótico. Efectivamente, incluso aunque no perteneciera a la llamada centroderecha, Amplitud no sería centro. Y ello, por la simple razón de que (al igual que Evópoli) Amplitud es derecha liberal. Dicho de otra forma, es una mera versión light de la derecha chilena. Algo así como la Coca-Cola Zero de dicho sector. Pero ya sea que esté endulzada con azúcar (RN-UDI) o con sucralosa (Amplitud-Evópoli) ya sea conservadora o liberal en lo valórico, la derecha siempre será derecha. Y si bien es factible que, llevados por su afán de hacer crecer a como dé lugar su movimiento, los integrantes de Amplitud estén dispuestos a ceder en algunos puntos en materia económica, a mi juicio no llegarán a dar ningún paso (coherente y consecuente) que los termine alejando, en esencia, del neoliberalismo al que adscriben. Así pues, a pesar de que Amplitud se presenta suavizada con un rostro más “social”, cuando se la lleve a terreno siempre terminará dejando en evidencia que es derecha. Como prueba de lo anterior, ofrezco algunos botones: en enero de 2013, frente a mi postura contraria al lucro ilegal existente en la educación superior, el diputado Joaquín Godoy me hizo presente que “nosotros [la denominada centroderecha] llevamos doscientos años peleando para que cada persona pueda hacer negocio con lo que quiera”. La frase es tan clara que resulta inconducente detenerse a analizarla. Por otro lado, el economista e integrante de Amplitud, Paul Fontaine, ha manifestado que “en Chile los sindicatos son 32 poderosos [y] cuando uno le da un poder desmedido a los sindicatos, después al final capturan la economía”. (Fuente: Entrevista de CNN Chile, 26 de marzo de 2014). Hago presente que la declaración de principios de Amplitud, contenida en su página web, expresamente ofrece “el fortalecimiento de los sindicatos de trabajadores”. Fontaine, así mismo, ha expresado que la capitalización de Codelco debe hacerse por la vía de “incorporar capital privado a Codelco (…) y que lo coloquen entre las A.F.P. y las compañías de seguro”. (Fuente: Entrevista de Radio Agricultura, 4 de junio de 2014). Hago presente que si las A.F.P. colocan su capital en Codelco, pasan automáticamente a tener derecho a una participación en la empresa cuprífera del Estado, lo que en la práctica implica una privatización indirecta de ésta en manos de las administradoras de fondos de pensiones. Finalmente, la senadora Lily Pérez ha manifestado que “Nosotros [en Amplitud] tenemos coincidencias con la Nueva Mayoría por ejemplo en temas de valor personal, que algunos les llaman valóricos y tenemos por ejemplo diferencias con respecto al rol del Estado (…) [En Amplitud] no creemos en un papá Estado, un padre benefactor (…) Hay grandes empresarios que son fantásticos empresarios (…) y que son un orgullo tenerlos en Chile (…) [Por ejemplo] la familia Luksic (…) la familia Matte”. (Fuente: Entrevista de CNN Chile, 8 de mayo de 2014). Me permito hacer presente que la familia Matte es el principal grupo de capital nacional con intereses en el proyecto HidroAysén. Las palabras de la senadora, sumadas a las del diputado Godoy y a las del señor Fontaine, no hacen sino poner en evidencia que la única novedad de Amplitud radica en el hecho de que, en materia valórica, es más liberal que RN y que la UDI. Pero nada más que eso. Queda en claro que esta derecha liberal sigue siendo neoliberal. Por eso, a mi juicio, mientras este nuevo colectivo político no abandone el paradigma neoliberal de, por un lado, protección del mercado y de los grandes empresarios y, por el otro, de menosprecio de la labor del Estado y de los legítimos derechos de agrupación de los trabajadores, no dará jamás el salto que pretende dar hacia el centro político, lugar donde se encuentra la gran masa de chilenos que, aunque no entienden de sesudas discusiones de teoría económica, 33 sí han sufrido y siguen sufriendo en carne propia la inhumana explotación propia del neoliberalismo. En mi modesta opinión, con Amplitud se va a generar un proceso de trasvasije de ex autoridades, militantes, adherentes, simpatizantes y votantes de derecha, proceso que, inexorablemente, provocará la atomización de este sector. Si existen aterrizajes de ex autoridades, ex militantes, simpatizantes, adherentes o votantes de la antigua Concertación o la actual Nueva Mayoría, no llegarán a tener incidencia alguna en el producto final ni se modificará o alterará en lo más mínimo el espíritu esencialmente derechista de este movimiento. La base de sustentación de Amplitud está ineludiblemente en la derecha, pues más allá de lo que pretendan sus fundadores, ese es el lugar natural de este referente. 34 Capítulo V Críticas a los extremos: breve historia de una encrucijada personal Cuando uno decide participar en política ha de tener claro en qué lugar del espectro político va a situarse. Dependiendo del ideario propio, de aquellas verdades (siempre relativas y subjetivas, claro está) que uno profesa y que marcan el rumbo, viene la elección del partido que se considera que representa de una mejor manera aquella personal visión que se tiene de la sociedad. Puedo decir que al ingresar en esta compleja arena me sentía genuinamente de derecha. Y en ese estado o situación de conceptos ingresé a RN, un partido perteneciente a la denominada centroderecha. Pero el adherirse a un ideario político en particular no implica condenarse a la inmutabilidad. Siempre he creído firmemente en la capacidad del ser humano para replantearse sus creencias. Su inherente capacidad de evolucionar no sólo se limita al campo biológico, como el resto de las especies, sino que también se extiende al plano de sus creencias y convicciones. Y porque nunca he dejado de caminar con los pies bien puestos en la tierra es que creo en la posibilidad de enmendar el rumbo, de evolucionar políticamente. Esa aptitud maravillosa propia del hombre le deriva de su capacidad de contemplación crítica de la realidad que lo rodea, la que le permite llevar a cabo procesos de expansión mental basados en profundos exámenes introspectivos. En palabras sencillas, llegó un momento en que cuestioné mi pertenencia ideológica a la derecha en general. A RN y a cualquier estructura que limitara dicha evolución, situándome obligadamente en un extremo del campo político. 35 Mi cuestionamiento de pertenencia no fue por capricho. Tampoco fue un asunto espontáneo. En estos años en el Congreso, he visto muchas cosas. Y muchas de ellas no me gustaron. Vi una derecha que se negaba torpe, insensata y sistemáticamente a aumentos salariales dignos o a reformas laborales que permitan generar más y mejores derechos para los trabajadores. Vi una derecha que consideraba que el Estado no podía participar en la actividad económica y que debía limitarse a un papel de mero espectador pasivo. Vi una derecha que no entendía que la explotación de los recursos naturales no renovables estratégicos (cobre y litio), en los que se basa nuestra economía de país productor de materias primas, debe estar en manos del Estado. Tantas cosas vi que no me gustaron, que finalmente comencé a percatarme de que algo no encajaba en mí. ¿Era yo realmente de derecha? ¿O tal vez me había equivocado? Probablemente, como es la moda hoy en día, un derechista dirá que estoy equivocado y que la “nueva” derecha no avala los abusos. La verdad es que en estos cuatro años en el Congreso fui testigo de una realidad muy distinta: la derecha (así como la llamada centroderecha) nunca erradicará el abuso del sistema neoliberal, porque defiende y defenderá siempre dicho sistema económico. Este sector plantea que los chilenos están de acuerdo con la economía neoliberal que nos rige y que, en realidad, su molestia al respecto se genera únicamente por los abusos que dentro de ella se producen. Coincido con ello. Pero la derecha agrega, a continuación, que tan sólo se requiere una buena fiscalización por parte del Estado y todo el tema de los abusos estará solucionado, sin que se haga menester hacer cambios de fondo en el esquema económico actual. El único problema de esta última argumentación (con la que no concuerdo) es que no toma en consideración un pequeño factor: el abuso es un elemento esencial del neoliberalismo y, por lo tanto, no es posible eliminarlo sin entrar a modificar a fondo el sistema, a tal punto de que éste deje de ser neoliberalismo puro. Sin el abuso, el sistema neoliberal, en su estado puro, prístino, se viene abajo, colapsa. Es lo que llamo el Ciclo Continuo del Abuso: el neoliberalismo está sustentado en la iniciativa privada, la que a su vez se basa en la persecución de la ganancia. Y dentro de esa lógica, 36 el abuso constituye una herramienta maravillosa, pues permite multiplicar infinitamente la ganancia. Si se elimina la posibilidad de abusar, se le pone un límite a la ganancia. Así pues, el concepto de neoliberalismo (en su estado puro) y el concepto de abuso van siempre de la mano y tratar de separarlos, sin hacerle cambios de fondo al sistema, es tan ilusorio como tratar de separar el concepto de nieve del de frío o el concepto de fuego del de calor. Todos ellos constituyen hermandades indisolubles. Por eso, si arrancamos de cuajo el abuso del sistema neoliberal (por la vía de aplicarle el Estado una importante corrección de fondo, eliminando todos los mecanismos legales que permiten ejecutar el abuso) el producto resultante ya no será, en sentido estricto, neoliberalismo puro. En lo personal creo en una economía libre que le ofrezca a quien no tiene nada la oportunidad de llegar a tener lo suyo con su propio esfuerzo. Pero no lo hago de la misma forma como lo cree la derecha chilena, que sólo está dispuesta a llevar a cabo meros cambios cosméticos, pero que mantendrán inalterable el derecho a seguir abusando, a seguir explotando. Como hombre, como político y como ciudadano creo en la libertad para emprender y en la libertad para progresar, pero no creo en la libertad para explotar ni en la libertad para abusar. Por eso, más allá de los cantos de sirena que pregone, la derecha, conservadora o liberal, aunque trate desesperadamente de moverse hacia el centro, ha sido, es y será siempre la misma vieja derecha económica de toda la vida. Después de lo expuesto, usted esperará que el diario del lunes traiga la noticia “Diputado RN se pasa a la Nueva Mayoría”. Si es así, lamento arruinarle el lunes: jamás militaría en un partido o movimiento de izquierda. No cruzaré la calle hacia la otra vereda. Porque si bien creo que la derecha defiende, en mayor o menor grado, el derecho a explotar y a abusar, no por ello adhiero al solucionismo facilista del socialismo, consistente en quitarle al que tiene para darle al que no tiene. No, señor, tampoco soy de izquierda. He argumentado que al sistema neoliberal hay que aplicarle correcciones profundas y de fondo (a tal punto, reitero, de que deje de ser neoliberalismo en estado puro), pero no planteo su reemplazo 37 por un modelo socialista. La solución de la desigualdad social en Chile pasa por cambios mucho más complejos y profundos que los que propone la lógica del colectivismo igualitarista que propugna el socialismo. Así pues, no se trata de cambiar el modelo existente, sino que de extirparle los tumores que ha desarrollado, aboliendo con convicción y veracidad la inhumana y despiadada falta de solidaridad social que lo caracteriza. Así pues, hoy he decidido caminar por el medio de la avenida, por donde camina la gran mayoría de los chilenos. Mi domicilio político está en la calle, con la ciudadanía y no entre cuatro paredes. El largo proceso de búsqueda de mi verdadera pertenencia política, aquel extenso viaje de evolución ideológica, ha finalizado. Cuando lo comencé, me hallaba en la derecha; hoy, al terminarlo, me encuentro de pie, firme en el centro del tablero político. Y ello sin sentirme heredero de Renovación Nacional en particular o de la derecha en general. ¿Cómo serlo, si desde hace mucho que no obedezco sus mandatos, cuando éstos son contrarios a mis principios? Reclamo hoy la coherencia y la fortaleza moral propia de la convicción personal de quien es la oveja negra de su sector; aquel hijo que nunca cometió el error de confundir el respeto con la sumisión. En este acto, finalmente me divorcio ideológicamente, disolviendo mis lazos de pertenencia a una derecha, (UDI, RN, Evópoli, Amplitud) que no es capaz de dejar de mirarse el ombligo para decidirse a hacer los profundos y radicales cambios al modelo económico que Chile realmente quiere y necesita. 38 SEGUNDA PARTE La Mayoría Silenciosa: ese Chile Invisible Capítulo VI El centro se construye con las buenas ideas (de izquierda y de derecha) Se suele confundir a la persona de centro con aquella que no se identifica con ninguno de los dos extremos del espectro político, es decir, ni con derecha ni con izquierda. Se cree, también, que el centrista se encuentra en el centro justamente porque no logra una identidad ideológica con ninguno de dichos extremos. Aunque respeto dichas opiniones, no las comparto. A mi juicio, el centro político no constituye algo distinto de derecha e izquierda, y ello porque su construcción como realidad política es el resultado de un proceso que involucra a ambos extremos. Este proceso en cuestión consiste en un ejercicio de filtrado de aquellos aspectos positivos de cada uno de los extremos del espectro. En efecto, al pasar por un “filtro político” cada extremo político, éstos pierden lo que pueda haber de “extremo” en ellos, quedando como remanente lo moderado de cada uno. Es decir, el centro se construye no alejándose de derecha e izquierda, sino que se conforma mediante la absorción de ideas tanto de derecha como de izquierda, con aquellas mejores concepciones de cada extremo que resultan de este proceso de filtrado. Hagamos un pequeño, pero didáctico e ilustrativo ejemplo de filtrado. ¿Quién puede decir que la justicia social y las reivindicaciones sociales y laborales de los sectores más desposeídos, que ha propugnado desde siempre la izquierda, no son justas, legítimas y necesarias? He aquí un planteamiento interesante de la izquierda. ¿Quién puede, por el contrario, afirmar que para lograr dicha justicia social y laboral, es necesaria una 41 lucha de clases enmarcada en la vía armada? He aquí un postulado extremo de la izquierda. ¿Y quién puede decir que la capacidad de emprendimiento del individuo, su deseo de perfeccionarse en base a su propio esfuerzo, que siempre ha propugnado la derecha, es algo negativo? He aquí algo interesante de la derecha. ¿Quién, por el contrario, no estará de acuerdo en que el sistema económico de libre mercado tiende siempre a una explotación del hombre por el hombre? He aquí algo extremo de la derecha. Tanto derecha como izquierda sostienen aciertos y errores en sus planteamientos políticos. Para construir el centro político, simplemente debemos tomar lo que la sociedad considera conveniente y dejar de lado lo que la misma sociedad no considera tal. A todo lo que de insensato hay en la derecha, hay que oponerle lo que de sensato hay en la izquierda y, a todo lo que de insensato hay en la izquierda, hay que oponerle lo que de sensato hay en la derecha. El centro es, en palabras simples, un término medio, un justo balance entre izquierda y derecha que se construye con determinadas propuestas concretas y realizables de cada extremo, pero desprovistas del elemento extremista de cada una. Estas propuestas las escoge el hombre medio, el ciudadano común, en base a su buen razonar y su natural prudencia, la que le va indicando caso a caso cuál es la parte prudente y cuál es la parte que no resulta conveniente. Hace casi dos milenios y medio, Aristóteles postuló que la virtud humana se encuentra en el punto medio, o sea, en el equilibrio prudente entre dos extremos que son el exceso y la carencia. Aterrizando el planteamiento aristotélico a este análisis, por ejemplo, la carencia de justicia social de la derecha es algo malo y su exceso de libertad económica también. Así mismo, la carencia de libertad para emprender de la izquierda es mala, lo mismo que su exceso de conflicto entre clases. Pero buscando el justo medio aristotélico, en base al proceso de filtrado, con lo bueno de cada extremo, se construye un equilibrio perfecto, el que constituye el centro político real, deseable y exacto. Ya hemos indicado que hoy por hoy, desde los extremos muchos políticos se pelean el centro. Sin embargo, su lucha es y será infértil, 42 puesto que el centro, una vez constituido con lo mejor de derecha y de izquierda, adquiere vida propia e independiente de cada extremo. Es por ello que el centro no puede ser conquistado por ninguno de estos. Pretender aquello sería un total contrasentido, toda vez que el centro es la suma de lo mejor de ambos extremos y, por ende, no pertenece en exclusividad a ninguno ellos. Porque si el centro se inclina hacia la derecha o hacia la izquierda, deja de ser centro. Se desvirtúa, se desfigura. Se mimetiza con dicho extremo; se vuelve parte de él. Y aunque para esconder dicha pertenencia, le pongan el nombre de la mera versión publicitaria de una mentira (es decir, centroderecha o centroizquierda), aquello no será centro. Así pues (y en relación con lo referido en el capítulo IV) es por lo anterior que los planes de RN, partido de la llamada centroderecha, relativos a convocar al centro, no fructificarán. Insisto: el centro no puede ser conquistado por ninguno de los extremos. Se suele argumentar que la combinación de ideas de izquierda y de derecha que conforma el centro político es inestable. Que se trata de una amalgama bastante particular, pero que no constituye una unidad ideológica coherente y consistente. Que un centrista, respecto de un mismo tema, constantemente estará cambiando de opinión y que, en el vaivén del devenir político, quedará por lo mismo estigmatizado como un tipo blando, como un merengue sin cuajar. Que un centrista no tendrá sus ideas claras y que simplemente fluctuará de un extremo a otro, cual una pelota de ping-pong. Según esta argumentación, el centrista no sólo estaría simplemente pasando de un extremo a otro del tablero político, sino que, además, lo haría marcando un curso enormemente errático, sin ton ni son. Tan errático e impredecible como puede ser el curso que describirá esa pelota de ping-pong durante el juego. Nada más lejano de la realidad. Yo comparo el comportamiento del centro político con el movimiento del péndulo de un reloj: éste se moverá constantemente, de izquierda a derecha y, mientras esté en movimiento, a los ojos del observador aparecerá que el péndulo va de allá para acá, sin decidirse a quedarse en uno u otro lado. Pero si se hace el ejercicio de detener el movimiento oscilatorio del péndulo con la mano, el observador se percatará de inmediato que éste siempre se ha 43 mantenido al centro. A pesar de su constante oscilar, el péndulo siempre ha mantenido su eje y aquél, indefectiblemente, ha estado en el más perfecto centro. Lo anterior demuestra claramente que, si bien se nutre de ambos extremos, una vez constituido el centro es independiente de éstos y no le es funcional a ninguno de ellos. Podrá, según sea el tema o materia política del que se trate, inclinarse a uno u otro lado, pero siempre se mantendrá claramente en el centro del tablero político. Y si bien respecto de un determinado tema el centrista toma una posición más de derecha o más de izquierda, en la suma final no será ni derechista ni izquierdista, sino centrista. El verdadero centrista, por lo mismo, no pierde jamás su autonomía e independencia respecto de la izquierda y la derecha. Obtiene de los extremos aquellos postulados que dan forma a su pensamiento político, pero es totalmente independiente de éstos. No es parte de dichos extremos. Ni tampoco pacta o formaliza alianzas políticas de carácter instrumental con ellos. Una vez finalizado el proceso de filtrado, el centrista ha elegido qué es lo que más le agrada de cada extremo. Y el postulado que respecto de un cierto tema el hombre de centro haya escogido, ya sea de derecha o de izquierda, se mantendrá inalterable. No se está cambiando de pensar o sentir a cada instante. Las posturas políticas del centrista serán claras y sólidas, pues se fundamentan a su vez en posturas que, si bien han sido tomadas de los extremos del espectro político, son concretas y claras en sí mismas. Y si bien puede haber algunos matices, el común de la gente de centro tiende a rescatar los mismos aspectos de cada uno de ambos extremos, lo cual facilita la construcción de un pensamiento político de centro que represente lo más fielmente el sentir de la mayoría de la ciudadanía y que esté en sintonía con lo que dicha mayoría considera que es lo mejor para el país. Aquella visión de que el centro político es sinónimo de falta de convicción y de pasión (emanada de la frustración de los partidos tradicionales, que ven amenazadas sus parcelas de poder) queda finalmente desterrada. Antes de finalizar este capítulo y para evitar eventuales caricaturizaciones, he de hacer presente que el centro político que 44 surge de este análisis es un centro que difiere, en su conformación y espesor, de aquel que se propuso interpretar Francisco Javier Errázuriz en 1989. Sólo basta comparar el contexto histórico, político y cultural de hace veinticinco años atrás con el de hoy para percatarse de que no existen parámetros de comparación. Hace dos décadas y media atrás, la ciudadanía respondía a otros intereses y a otras expectativas que en nada se asemejan a las actuales. El acceso que hoy en día existe a la educación, la información, los bienes y los servicios han permitido que el ciudadano cambie, en muchos aspectos, su forma de ver a (y relacionarse con) su clase dirigente, definiendo patrones de comportamiento muy diferentes. A fines de los ´80, la inmensa mayoría de los chilenos se hallaba efectivamente polarizada en los extremos políticos. El país venía saliendo de una dictadura y la ciudadanía buscaba, en medio de la crisis, refugio en las banderas ideológicas enarboladas por los extremos del tablero político. Pero con el transcurrir de los años ese elemento que aglutinaba a los ciudadanos en torno a causas comunes de alta carga ideológica comenzó a desaparecer, dejando paso a una sociedad que cada día se despolarizaba más. Hoy ha quedado en evidencia el divorcio de la derecha y la izquierda (y las llamadas centroderecha y centroizquierda) con las reales necesidades del pueblo. El tiempo ha ido dejando al desnudo esa desconexión existente entre la clase política y sus representados, los que, como he podido evidenciar actualmente, cada día se sienten menos “representados.” El Chile junto al que me ha tocado caminar y al que he escuchado con atención es un Chile completamente distinto a aquel que existía en la época del retorno a la democracia. 45 Capítulo VII La mayoría silenciosa: ese Chile Invisible La mayoría silenciosa está conformada por aquella inmensa masa de personas que no se interesan mayormente por la teleserie diaria de la política nacional y cuya primordial preocupación pasa por ganarse la vida decentemente y vivir en paz, sin sobresaltos económicos ni sociales. Tiende a constituir la mayor parte de la población de un país y sus integrantes suelen ser lo que el duopolio denomina como votantes blandos, esto es, no son votantes duros como el votante perteneciente al extremo politizado. Es gente que no vota por el partido, sino que por la persona. No militan en los partidos políticos ni participan proactivamente en la vida política del país. Su voto es mucho más humano y muchísimo menos ideologizado que el del votante politizado. Esta mayoría es silenciosa, porque está conformada por personas cuyo principal desvelo no es manifestar su opinión política y, por ende, suelen no expresarla. Por ello, la mayoría silenciosa pasa prácticamente desapercibida. Nadie la nota. Parece que no estuviese, pero está ahí. Es, en definitiva, lo que yo llamo el Chile Invisible. Ese Chile inmenso, enorme, conformado por millones y millones de caras anónimas. Definido someramente el concepto, he de hacer la aclaración pertinente: el concepto de la mayoría silenciosa no es nuevo ni tampoco es un descubrimiento mío (utilizo la palabra descubrimiento y no la palabra invento, pues las enormes masas de personas que se interesan poco o nada en la política han existido desde siempre y no tan sólo desde que alguien las ve. La mayoría silenciosa no es cosa que se invente; existe por sí misma, lo noten o no los políticos) El mérito de ser el primero que notó a esta mayoría silenciosa le 46 corresponde a Richard Nixon cuando, en 1969, justificando la continuación de la presencia norteamericana en Vietnam a pesar de las protestas de grupos pacifistas, se refirió a aquella mayoría silenciosa de estadounidenses que no protestaban contra la guerra y por ende, con su silencio, apoyaban la permanencia de las tropas norteamericanas en el país asiático. 1 Los detractores de este concepto lo atacan argumentando que es un invento demagógico a través del cual ciertos políticos se atribuyen la representación de dicha masa, sobre todo para justificar que lo que piensan las minorías que usan activamente los medios de comunicación no corresponde al sentir de esta mayoría silenciosa2. Estas críticas, a mi juicio, no hacen sino esconder el temor de que esta mayoría silenciosa tome voz, por la vía de desacreditar a cualquier político que intente dirigir sus propuestas hacia (y desde) esta mayoría silente. Por la vía de intentar matar el concepto, se trata de matar también la realidad insoslayable que subyace a él. Se argumenta, además, que algunos políticos usan a esta mayoría para justificar con ella sus propias creencias3. Pues bien, cuando planteo que la mayoría silenciosa mantiene opiniones tanto de derecha como de izquierda (según el tema en particular del que se trate) y cuando argumento que, por lo mismo, ésta tiende a ser de centro, no lo hago basado en un mero voluntarismo simplista o caprichoso. Por el contrario, lo hago fundamentando responsablemente mis argumentaciones en la experiencia adquirida en mi desempeño en el cargo de diputado. La mayoría silenciosa a la que hago referencia y a la que busco interpretar en este texto no es aquella masa informe y abstracta de Nixon. Esta enorme masa ciudadana tiene una materialidad definida. Indeterminada, pues es imposible saber el nombre y la identidad de cada uno de los individuos que la componen, pero que no por ello deja de tener una materialidad definida. 1-2-3.- En base al concepto de Mayoría Silenciosa contenido en el Diccionario Electoral del Instituto Nacional de Estudios Políticos de México (www.diccionario.inep.org) 47 Se argumenta, así mismo, que existen políticos que pretenden dar voz a esta mayoría silente 4. Ello no debiere sorprender a nadie, pues constituye algo de lo más natural en política. Todos los políticos, legítimamente, tratan de entender e interpretar lo que quiere la ciudadanía a la que representan. Pero una cosa es que un político se atribuya a sí mismo la representación de esta mayoría silenciosa, cual si fuese dueño de una verdad revelada y de carácter absoluto (lo que sí es cuestionable) y otra muy distinta es que ese político busque hacer una legítima interpretación de lo que considera la voluntad mayoritaria. 2 Luego de cuatro años de caminar y escuchar, mi forma de pensar es similar a la de esta mayoría silenciosa. Eso se debe a que, luego de terminado mi proceso de evolución política, hoy me siento un hombre de centro. Mis sabidas discordias con Renovación Nacional son prueba de un espíritu que se rebela ante la prepotencia y los excesos derechistas. Y, por otra parte, mi rechazo a la Nueva Mayoría es muestra de mi molestia por las manipulaciones que históricamente la izquierda ha llevado a cabo en nombre del pueblo. Está claro que la inmensa pluralidad de los chilenos no se preocupa ni se desviven por la política. Pero eso no significa en lo absoluto que no tengan opiniones políticas; las tienen. Lo que pasa es que la materialización de esas opiniones en realidades concretas de la política nacional no ocupa el primer lugar en su orden de prioridades. Y las opiniones políticas que estos chilenos tienen (si bien pueden presentar ciertos matices debido a la gran cantidad de visiones que las componen) tienden a presentar ciertos elementos o posturas recurrentes, las que son tanto de raíz de derecha como de raíz de izquierda. Esta mayoría silenciosa se ubica en el centro del espectro político, toda vez que dicha mayoría representa en sí misma el justo punto medio del pensamiento de una sociedad; luego, las minorías laterales son las que representan las limitadas parcelas de cada uno de los extremos (derecha/centroderecha e izquierda/ centroizquierda). Pero esta mayoría silenciosa, si bien existe con una 4.- En base al concepto de Mayoría Silenciosa contenido en el Diccionario Electoral del Instituto Nacional de Estudios Políticos de México (www.diccionario.inep.org) 48 materialidad definida y sostiene, a mi juicio, una opinión política centrista, se encuentra políticamente huérfana puesto que, como ya lo argumenté con antelación, en nuestro país no existen partidos que representen fielmente el pensamiento de centro. 49 Capítulo VIII Una propuesta para (y desde) la mayoría silenciosa Como ya mencioné en el capítulo anterior, la mayoría silenciosa, si bien suele demostrar una apatía hacia la política, tiene y mantiene opiniones políticas claras y coherentes respecto de sus expectativas. Y, sean éstas más cercanas a la derecha o a la izquierda, según la materia de la que se trate, son esencialmente de centro. De aquel centro construido con lo mejor de cada extremo. La gente de la calle, la gente no politizada, bien puede en un tema puntual pensar más cercano a la izquierda y, en otro tema distinto, pensar más cercano a la derecha. En contacto con la ciudadanía he podido evidenciar que los grandes ejes de preocupación del chileno común son los siguientes: la seguridad ciudadana, la fuente laboral, la calidad y el costo de la educación y la salud y los abusos del sistema económico. En lo que respecta a materias valóricas, si bien hay importantes espacios de apertura que hace quince o veinte años atrás no existían, nuestra sociedad sigue evidenciando una tendencia a ser más bien conservadora, (en especial en los grupos etarios de más edad que, justamente, tienden a ser más silenciosos). Dicha ciudadanía lleva demasiados años digiriendo la falacia ideológica absolutista del duopolio. Por ello y a modo de ejercicio facilitador, a continuación presento una propuesta personal (y, por lo mismo, subjetiva) respecto de cómo construir una ideología de centro, generada desde el propio pensamiento de la población. De 50 esa forma, a través del análisis de diez propuestas básicas, intentaré interpretar lo más fielmente posible la forma de sentir que tiene esta mayoría de la ciudadanía, buscando sentar las bases para construir lo que denomino un Chile Digno, una corriente política de centro, dotada de la ética, la templanza, la ecuanimidad y la fortaleza necesarias para transformarse en una opción ciudadana. Para simplificar su comprensión, dividiré las propuestas o postulados políticos en aquellos que poseen una raíz ideológica, por un lado, más cercana a los planteamientos que, al menos tradicionalmente, propugna la derecha (y son socialmente identificados con ella) y aquellos que tienen, por el otro, una raíz más cercana a los planteamientos que, también en un sentido tradicional, enarbola la izquierda (y respecto de los cuales la sociedad coincide igualmente en considerarlos como de izquierda). Por lo tanto, esta clasificación no corresponde a encasillamientos estrictos y definitivos, sino que tan sólo a una diferenciación cuya motivación es puramente didáctica. Así mismo, en algunas ocasiones, al final de cada temática, enunciaré algunas medidas concretas que, a mi juicio, podrían interpretar correctamente el sentir de esta gran masa de ciudadanos. Es menester tener presente que estos planteamientos o postulados tienen un carácter esencialmente básico, por lo cual sólo se hará referencia a los tópicos más representativos de lo que es esta propuesta de una corriente de centro, sin entrar en particularidades mayores, puesto que la función de este trabajo es exclusivamente la de fijar lineamientos generales. POSTULADOS CON RAÍZ DE DERECHA: 1) Libertad económica y libre iniciativa privada: Al chileno le gusta saber que tiene la posibilidad de progresar en la vida en base a su propio esfuerzo. Luego de haber experimentado primero el ensayo socialista de la Unidad Popular y luego el sistema 51 de economía libre durante los últimos cuarenta años, el chileno propende hacia éste último: le gusta elegir dónde va a comprar; qué va a comprar, sin que el Estado esté indicándole dónde y qué adquirir. Le gusta poder elegir entre productos de distinto origen, calidad y precio. Le agrada poder comprar en la cantidad que su capacidad económica le permita y no en la cantidad que el Estado le quiera asignar. Hoy nadie está dispuesto a volver a aquellas colas de principios de los ´70 en las que se entregaba una pequeña cantidad a cada requirente. El chileno prefiere la posibilidad de elegir que le entrega la economía libre. Nuestros compatriotas también prefieren la economía libre por la opción de perfeccionamiento personal que ésta permite. A diferencia de un sistema socialista, que nivela hacia abajo a toda la sociedad, una economía libre permite que un ciudadano progrese en la vida mediante su propio y personal esfuerzo. Es la versión criolla del sueño americano: saber que se puede ser dueño del propio destino y de la propia vida. Que lo que define la posición social que se alcanza en la vida no es la cuna ni el designio estatal, sino que sólo el esfuerzo personal. El saber que si se esfuerza, puede progresar y pasar de la bicicleta al automóvil y luego, de ser un allegado, a poder arrendar una casa y, después, dar el salto a la casa propia. Claro que, en base a lo que de la propia sensibilidad de la ciudadanía he podido extraer, si bien ésta claramente se inclina por el modelo de economía libre, hay varios de sus elementos que no comparte. La concepción derechista de la libre economía (fundada en que es el esfuerzo personal lo que mueve a la sociedad y lo que permite el impulso necesario para romper el círculo vicioso de la pobreza permitiendo la movilidad social) es bastante reacia a realizar acciones de gobierno que considere demagógicas y populistas. En palabras sencillas, a la derecha le cuesta ser asistencialista. Durante el gobierno de Piñera fueron muchas las oportunidades en que se pudo haber entregado bonos de asistencia social destinados a paliar en algo los efectos nefastos de la economía en los bolsillos de los más pobres y de la clase media. Muchas veces escuché a mi sector discordar con las políticas de asistencialismo. Siempre 52 justificaban su negativa con el viejo adagio de que a la gente no hay que darle el pescado, sino que hay que enseñarle a pescar. En esencia comparto aquello, pero con una importante observación. Cuando se le quiere enseñar a la gente a pescar, hay que entender que la pesca es por naturaleza una actividad que consume mucho tiempo. El perfeccionamiento personal y la consecuente movilidad social derivada del esfuerzo que realiza el ciudadano tardará un buen tiempo en producirse. Si al pobre se le enseña a pescar para que coma y sacie su hambre, sabiendo que éste se demorará bastante en atrapar el primer pez, ¿qué comerá el pescador mientras espera que pique el anzuelo? El modelo derechista de ver el avance social fundado en el esfuerzo personal tiene ese vicio. No considera el hecho de que el pobre al que le pasa la caña de pescar para que atrape su propio pez con su esfuerzo va a sentir hambre mientras pesca. El proceso de movilidad social derivado de las políticas de organismos como, por ejemplo, la Fundación para la Promoción y Desarrollo de la Mujer (Prodemu) o de servicios públicos como el Fondo de Solidaridad e Inversión Social (Fosis) tardará tiempo y sus frutos no serán inmediatos. Y para qué decir de la movilidad social derivada de la educación, que si bien es por lejos la mejor y la más perfecta herramienta de progreso personal, desgraciadamente es la más lenta en rendir frutos. Las políticas de enseñar a pescar son, por esencia, de largo plazo. En contraste, las necesidades humanas son siempre de corto plazo. El Estado, junto con enseñarle a pescar al ciudadano (enseñándole, como corresponde por cierto, el valor del esfuerzo personal como herramienta de progreso social) debe entregarle pescado para que el ciudadano coma mientras pesca. Ello a través de la realización de políticas permanentes de asistencia social de corto plazo destinadas a paliar en algo las inclemencias propias del diario vivir. Para concluir, he aquí otro aspecto perverso y siniestro del sistema de libre mercado: entrega libertad al ser humano, pero también le impone cadenas. Las cadenas de hoy no son de hierro como las de la antigüedad, pero igualmente esclavizan. Están hechas de aquel 53 papel sobre el que se escriben los pagarés, contratos de préstamos de consumo o hipotecarios y otros documentos que encadenan al chileno moderno a la tiranía de las deudas. Los derechistas que defienden a ultranza el modelo neoliberal argumentan que uno de sus beneficios es que, a lo largo de las décadas, le ha permitido a la sociedad chilena, en especial a los sectores más vulnerables y de escasos recursos, acceder a bienes y servicios a los que antes ni siquiera podía soñar en acceder. Eso es cierto. La economía libre ha permitido que el chileno pobre o de clase media hoy tenga casi de todo. Pero también que lo deba casi todo. Nuestros compatriotas pueden disfrutar de muchas cosas que sus padres o abuelos sólo soñaron. Pero el precio que pagan por ello es demasiado alto: en la práctica, el chileno es esclavo-deudor casi permanente de bancos, financieras, casas comerciales, supermercados, cajas de compensación e incluso clínicas y universidades. 2) Exigencia de una verdadera mano dura contra el delito: La inmensa mayoría de la ciudadanía coincide en que nuestro país requiere mano dura contra la delincuencia. Pero una mano dura de verdad, porque se pueden llevar a cabo cientos de Encuestas Nacionales Urbanas de Seguridad Ciudadana (Enusc) que arrojen una disminución en la cifra de victimización, pero lo que la gente le dice a uno como autoridad en la calle y lo que se ve a diario en los titulares de la prensa es muy distinto. La gente tiene la sensación de que la ley protege al delincuente casi como si éste fuese una especie en peligro de extinción. Y la verdad es que los delincuentes gozan de muy buena salud. El espíritu de celosísima protección de los derechos de los delincuentes que siempre ha mantenido la izquierda política no se condice con lo que piensa la mayoría de la ciudadanía. Urge la revisión profunda e integral de todo nuestro sistema procesal penal, de manera tal de centrar su objetivo primordial no en 54 la protección del delincuente (como es hoy), sino que de la víctima. Y cuando me refiero al concepto de delincuente englobo en éste no sólo al sujeto que delinque pistola en mano, sino que también al que lo hace corbata en cuello. La ciudadanía reprocha ambas situaciones: es delincuente tanto aquel que entra a un domicilio a robar como aquel que, quebrantando el espíritu de las leyes que rigen nuestra vida comercial, abusa ilícitamente de la ciudadanía. Y tal como lo adelanté, aquí nos encontramos, a mi juicio, con otra razón por la cual la Democracia Cristiana no puede ser considerada un partido de centro. Efectivamente enarbola las banderas de izquierda de las reivindicaciones laborales y sociales de los sectores más desposeídos y, a la vez, sostiene muchas de las concepciones de la derecha conservadora en cuanto a temas valóricos; sin embargo, la DC constantemente ha estado del lado de los sectores más duros de la izquierda, protegiendo sistemáticamente los derechos de los delincuentes. No se puede decir que se es de centro porque se defienden los derechos de los más pobres, olvidándose que esos mismos pobres quieren vivir en paz, seguros, sin ser víctimas del delito. Sólo a modo de ejemplo, en marzo de 2014 los senadores DC Soledad Alvear y Patricio Walker, miembros de la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia del Senado, votaron en contra del proyecto de ley que otorga facultades a Carabineros de Chile para realizar controles de identidad de carácter preventivo. (Fuente: Diario La Tercera, edición del 4 de marzo de 2014). 3) Rechazo al uso de la violencia como mecanismo de expresión popular: La libertad de opinión y expresión es un valor democrático ampliamente apreciado por los chilenos. Cuando al chileno no le gusta algo o considera que la autoridad no le ha dado solución a sus demandas legítimas, éste siente el deseo comprensible de exteriorizar su descontento. Pero ello no implica en lo absoluto 55 que el chileno esté de acuerdo con la legitimación que del uso de la violencia pura y dura en la vida cívica algunas veces tienden a hacer ciertos grupos. El concepto de la “vía armada” subyace todavía en muchas de las acciones de la izquierda chilena. Las manifestaciones y protestas pacíficas son bien vistas por la gente. El chileno reconoce la legitimidad de las demandas estudiantiles y de los pueblos originarios. Pero no valida ni legitima el uso de la violencia como instrumento para la consecución de los objetivos perseguidos por esos grupos. A modo de ejemplos, encapuchados lanzando bombas molotov e incendiando microbuses al final de una manifestación ciudadana legítimamente pacífica, atentados incendiarios en La Araucanía o Días del Joven Combatiente son elementos que, a juicio de la gran mayoría de la gente, no constituyen formas de expresión democrática. A mi juicio, los minoritarios grupos ultristas y antisistema que hacen uso de esta violencia insensata deben entender que ésta nunca constituirá una forma de expresión democrática: el que entra a la violencia, se sale de la democracia. Y para volver a la democracia, debe necesariamente salirse de la violencia. El historiador griego Polibio, en su obra Historias, nos hace presente que “cuando la democracia se tiñe de violencia e ilegalidad deja de ser el gobierno del pueblo y se convierte en el gobierno de la muchedumbre”. La violencia, que con ocasión de la expresión de legítimas aspiraciones del pueblo, provocan ciertos grupos minoritarios (que normalmente actúan a rostro cubierto y que sólo se representan a sí mismos) no guarda relación alguna con el alto espíritu democrático y republicano del pueblo chileno. Para finalizar, una aclaración que considero importante: en algunas oportunidades ciudadanos honestos y decentes se han visto en la no recomendable necesidad de utilizar medios de coacción (como por ejemplo la ocupación de vías públicas) para obtener respuesta de la autoridad de gobierno. Sin embargo, el uso ocasional de medidas de fuerza no implica que el chileno desee institucionalizar el uso de la fuerza como mecanismo de resolución de conflictos. Aseverar lo contrario significaría no conocer la idiosincrasia de nuestro pueblo. Nuestra gente tiene una profunda raigambre democrática y es de 56 naturaleza totalmente pacífica. Cuando la gente honesta y decente se ve impelida al extremo de tener que hacer uso de la coacción, sabe perfectamente que aquel no es el camino correcto y que el diálogo siempre será la solución. Pero es la torpe sordera que muchas veces tienen las autoridades de gobierno la que a veces obliga al ciudadano honesto a hacer uso de una vía coactiva. 4) Rechazo al aborto como método de control de natalidad y planificación familiar: La inmensa mayoría de la ciudadanía se opone al aborto por regla general, pero lo acepta por excepción. Así pues, un aborto como forma de control de la natalidad y método de planificación familiar está muy lejos de la realidad nacional. La opinión general es de defensa de la vida inocente. No obstante, la ciudadanía expresa opiniones que denotan una capacidad de análisis suficiente como para encontrar ciertas excepciones que justifiquen un aborto. Tres son las causas excepcionalísimas que, en contacto con la ciudadanía, he podido verificar como justificantes para la ejecución de una maniobra activa tendiente a interrumpir un embarazo, a saber: A) Peligro de la vida de la madre: Se prefiere optar por salvar aquella vida ya madura, desarrollada, que es madre, que es esposa, etc. 57 B) Incompatibilidad absoluta e incuestionable del feto con la vida: La opinión mayoritaria apunta a considerar que no tiene sentido condenar a la mujer a llevar en su interior un feto que no tiene ninguna posibilidad de vivir una vez nacido. Casos de fetos anencefálicos (sin cerebro) o de embarazos molares (en que un crecimiento anormal del embrión lo hace inviable, pudiendo provocarle a la madre cáncer de placenta) o cualquier otro en el que el feto sea absolutamente incompatible con la vida constituyen justificativo suficiente para llevar a cabo un aborto en forma activa. A este respecto, he de ser muy enfático en dejar en claro que el hecho de que el feto manifieste algún tipo de malformación física o cromosómica que, sin embargo, no lo haga incompatible con la vida, no es justificativo para la ejecución de un aborto. Un feto que, por ejemplo, presenta una deformación en alguna de sus extremidades, merece vivir y no debiese estar, a mi juicio, considerado en este caso de aborto. Otro caso es el desarrollo en el feto de una anomalía cromosómica, como por ejemplo el Síndrome de Down, el que tampoco justifica un aborto. Esa criatura también merece vivir. Considerar que un niño con una malformación física o cromosómica es sujeto susceptible de ser abortado durante su gestación sería propinarle una bofetada en el rostro a tantas madres y padres chilenos que, día a día, se esfuerzan por amar y sacar adelante a sus hijos con capacidades diferentes. C) Violación: Ante un acto tal de aberración, en el que la mujer no consintió en haber llevado a cabo el acto sexual, la gran mayoría de los chilenos tiende a estar a favor de permitir la posibilidad de realizar un aborto como medida extrema. Digo como medida extrema, pues el chileno 58 no está dispuesto a condenar a muerte a una vida inocente sin antes, al menos, dar toda la pelea que sea necesaria para salvarla. Siendo francos, no se puede confundir lo siniestro del origen de una persona (concebida producto de una violación) con su valor posterior como ser humano. Un niño nacido de una violación puede convertirse en un Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, tampoco se puede condenar a la madre a revivir día a día ese episodio tan macabro. Lo sensato sería una postura intermedia, que permita el aborto en caso de violación, pero que también entregue a la madre las herramientas de apoyo sicológico, moral y espiritual (y todas las opciones de información respecto a lo que implica un aborto), a fin de intentar convencer a la mujer de que su hijo, por mucho que sea producto de una violación, es tan maravilloso como cualquier otro. Si todo ello falla, se activa, como ultima ratio, el respeto al derecho de la mujer a no ser obligada a convivir con ese tormento. Los diputados Pedro Browne y Karla Rubilar de Amplitud han manifestado expresamente su total oposición a la posibilidad de realizar un aborto en caso de violación, indicando que para esos casos existen anticonceptivos de emergencia (Fuente: Diario La Tercera, edición del 2 de febrero de 2014). Respeto su legítima postura, mas no la comparto. Como abogado, padezco de una deformación profesional que me obliga a ponerme siempre en todos los casos. Por ejemplo, ¿qué ocurriría con una mujer que es secuestrada y violada en el transcurso de varios días? Esa mujer no tendrá la posibilidad de acceder a un anticonceptivo de emergencia y, cuando eventualmente fuese liberada, será tarde para su utilización efectiva. O, por ejemplo, ¿qué ocurre con la mujer violada por un familiar cercano que, por temor a represalias o simplemente por vergüenza, considera este acto criminal como algo con lo que debe estoicamente cargar, no tomando la precaución de ingerir el anticonceptivo de emergencia? Pues bien, estas son posibilidades factibles de ocurrir y que deben, por lo mismo, necesariamente tenerse en consideración. 59 5) Apego al concepto de matrimonio entre hombre y mujer / rechazo a la legalización de la marihuana: 5.1) Matrimonio entre hombre y mujer: Si bien para la comunidad homosexual el matrimonio igualitario es, comprensiblemente, un asunto prioritario y, además, en la comunidad heterosexual más progresista de la sociedad existe apoyo a esta iniciativa, el tema todavía no es, desde el punto de vista de la sociedad en su totalidad, de carácter masivo y mayoritario. Predomina la opinión de que el matrimonio es entre un hombre y una mujer. En contraste, el Acuerdo de Vida en Pareja (AVP) sí obtiene una importante adhesión popular, puesto que iguala derechos de propiedad y seguridad social sin equiparar dicho estatus con el concepto institucional del matrimonio. 5.2) Legalización de la marihuana: Respecto a la legalización de la marihuana, la opinión verificada de forma predominante es aquella contraria al consumo de cualquier tipo de droga, quedando el apoyo a esta iniciativa más bien radicado en los grupos más progresistas de la sociedad. Su legalización, entiende el chileno, llevaría a provocar una mayor brecha social: los jóvenes de estratos más bajos serían enormemente más vulnerables a su consumo, ya que desde su entorno socioeconómico se carece de los medios para hacer frente a un eventual proceso de recuperación de la adicción a la que pudiesen quedar sujetos. Ello, sin contar con el hecho de que, al consultar, se confirma que la ciudadanía está plenamente consciente de que, aparte de los obvios daños respiratorios que provoca la droga (cuando es ingresada al organismo por esta vía), existe una serie de perjuicios a la salud 60 física y síquica del consumidor que recomiendan, en definitiva, su mantención como sustancia ilícita. No obstante, respecto al uso de la marihuana como ingrediente procesado dentro de compuestos terapéuticos de uso médico, existe una apertura de la ciudadanía a considerar el tema, siempre y cuando dicho uso sea regulado y sometido a estrictos controles por parte del sistema de salud. POSTULADOS CON RAÍZ DE IZQUIERDA: 1) Traspaso al Estado de la Gran Minería del Cobre operada por capitales privados (o, en subsidio, reemplazo del actual impuesto específico minero por un derecho de explotación o “royalty”): Aunque el tema del cobre no es un punto que sea de discusión constante y prioritaria para la clase política, sino esporádica y de segundo orden, es percibido por la mayoría de los ciudadanos como altamente importante. El ciudadano chileno está consciente de que cualquier mejora social que se intente llevar a cabo desde el Estado requerirá de una importante y profunda inversión pública. La manera más idónea, rápida y definitiva de conseguir dichos fondos para el erario público es, a mi juicio, echando mano a esa gran y gigantesca reserva económica nacional que tenemos bajo tierra. Para ello, es menester que el Estado, a través de Codelco Chile, se haga cargo del manejo, operación y explotación de los yacimientos mineros pertenecientes a la Gran Minería del Cobre. Con la gigantesca cantidad de dinero que se puede obtener del metal rojo, Chile tendría recursos para hacer cuanto quisiese. Sin ir más allá, según notas elaboradas en agosto de 2012 para la Cuarta Asamblea Nacional de la Confederación de Trabajadores del Cobre 61 por el economista de la Universidad de Chile, Orlando Caputo, bajo el título “Chile en la encrucijada histórica: Codelco y Anglo American Sur”, en manos de las empresas mineras privadas que operan en nuestro país se encuentra la cuarta parte de las reservas mundiales de cobre fino (330 millones de toneladas métricas). A un precio estimativo de 2,2 dólares por libra, estas reservas en manos privadas tienen un valor de 1,6 billones de dólares. Según Caputo, esa cantidad equivaldría al valor de construcción de 1.300 complejos Costanera Center; o bien, al costo de construcción de una casa de 2.000 U.F. para cada uno de los 16 millones de chilenos; o si se prefiere, al costo de construcción de 2.000 puentes como el proyectado sobre el Canal de Chacao. En fin, por donde se lo mire se trata de una cantidad sideral de dinero que hoy se está prácticamente perdiendo. Si bien considero que lo más digno para el país es concretar esta Renacionalización de la Gran Minería del Cobre, no puedo sino reconocer que, por desgracia, incluso en los sectores que históricamente han defendido esta medida, no existe hoy el grado de convicción y coraje político suficiente para llevarla a cabo. Por ello y en subsidio de lo anterior, propongo como medida paliativa reemplazar el actual impuesto específico minero (que grava la utilidad) derechamente por un royalty. El royalty no es un impuesto en el sentido estricto de la palabra, sino que es un “derecho a pagar por la explotación de un recurso no renovable”. Ahora bien, ¿por qué razón sería mejor un royalty que un impuesto específico minero? Porque el royalty, al aplicarse sobre la extracción y no sobre la utilidad, elimina de raíz el problema del efecto distorsionador que generan aquellos instrumentos legales que podría utilizar la empresa minera para “disminuir” sus ganancias. En efecto, la empresa minera puede distorsionar tributaria o contablemente sus ganancias, pero no puede hacer lo mismo respecto de aquella cantidad de cobre que efectivamente extrae. Ahora bien, si se llegase a reemplazar el actual impuesto específico por un royalty, es menester que a este derecho se le fije una tasa verdaderamente digna, muy por encima de la exigua tasa que hoy 62 en día se cobra por concepto de impuesto específico, la que en la práctica no supera los dos dígitos. Propongo, con este fin, que este eventual royalty alcance la misma tasa dispuesta por la hoy derogada Ley 11.828, promulgada en 1955 por el presidente Carlos Ibáñez. Si bien esta norma no establecía un royalty, puesto que gravaba la utilidad, la tasa de 50 % que disponía marca, a mi entender, el piso mínimamente ético a exigir por nuestra riqueza natural más valiosa. Cualquier monto por debajo de ese sería absolutamente insuficiente, indigno y antiético. 2) Eliminación del lucro en la educación superior / generación de una educación pública escolar gratuita y de calidad: El problema de la educación superior preocupa grandemente a la enorme mayoría de la ciudadanía. El chileno se angustia al ver que el sistema, llevado por el afán de aumentar sus utilidades, le niega la posibilidad de romper, en sus hijos, el círculo vicioso de la pobreza. Desgraciadamente la visión neoliberal imperante en nuestro país ve a la educación no como un derecho social esencial, sino que como una simple mercadería de consumo. En nuestro país se compra y se vende educación universitaria o técnico profesional como se compra y se vende ropa o comida y, por lo mismo, en la práctica muchas veces terminan accediendo a ella sólo quienes tienen el dinero suficiente como para pagarla. En Chile la ley prohíbe el lucro en las instituciones privadas que imparten educación superior. Y si bien la norma legal no define el concepto de lucro, hay acuerdo en considerarlo como aquella ganancia desmedida que excede a la que normalmente puede rendir un negocio. El espíritu de la ley permite una justa retribución; lo que no permite es enriquecerse a costa de la educación superior. Así pues, los recursos que se obtengan del proceso educativo deben necesariamente y en su gran mayoría reinvertirse en la propia 63 actividad educacional. Pero los dueños de universidades, centros de formación técnica e institutos profesionales no lo ven así. Consideran la opción que el Estado les otorga de poder intervenir en la educación superior como una oportunidad de aumentar su fortuna personal, desvirtuando con ello el espíritu de la norma jurídica. Urge, por ende, una definitiva erradicación del lucro encubierto existente en este nivel de la educación en nuestro país, de manera tal de generar la certeza de que si un particular desea proveer educación superior, lo hace impulsado por un genuino y auténtico deseo de ayuda social y no como medio de enriquecimiento personal. Ahora bien, en materia de educación escolar la percepción ciudadana sobre la educación particular subvencionada es positiva. Lo que no impide, sin embargo, que la misma ciudadanía concuerde en que es necesario fortalecer la educación pública. A mi entender se requiere un plan profundo por parte del Estado en cuanto a la mejora de la educación que éste provee. Urge la inyección de los recursos necesarios para mejorar la infraestructura educacional, para captar con buenos y dignos sueldos a los mejores docentes y solventar su constante perfeccionamiento en el marco de una nueva y genuina carrera docente. Pero esta inyección de recursos, claro está, debe ser racionalizada y ordenada. Experiencias como la del nefasto Sistema de Transporte Metropolitano (Transantiago) dejan en evidencia que la mera introducción de recursos no garantizaría por sí sola una mejora del sistema educacional público. La gestión, es decir, el destino que se les dé a los dineros transferidos debe ser ordenado, eficiente y eficaz a fin de garantizar su mayor y mejor optimización y maximización. De otro modo, nos encontraremos frente a un sistema educacional que consumirá recursos fiscales sin que por ello se aprecie un mejoramiento proporcional de la calidad y los resultados de la educación. Si se cumple correctamente este proceso de mejoramiento de la educación pública, ésta llegará sin duda a tener la misma calidad que la educación particular subvencionada tiene hoy en día. Incluso, un desarrollo a fondo de la calidad de la educación pública haría que, en el futuro, probablemente se volviese innecesario que el Estado le comprase el servicio educacional a los particulares. Eso sí, 64 cualquier proceso destinado a la mejora de la educación escolar debe necesariamente iniciarse por la mejora de la educación que entrega el Estado. Un proceso que contemplase, por ejemplo, primeramente el término de la educación subvencionada sería un despropósito. El sentido final de cualquier cambio es siempre generar con él una mejora en las condiciones que se tienen. Producir un cambio para con éste terminar empeorando constituye un contrasentido. 3) Participación del Estado en la oferta de servicios sensibles para la ciudadanía: El abuso por parte de las empresas que proveen de aquellos servicios que son necesarísimos para la vida cotidiana (servicios básicos) preocupa sobremanera a la ciudadanía. Miles de chilenos de sectores de escasos recursos y de clase media se encuentran endeudados y día a día se devanan los sesos buscando una manera de pagar las cuentas de dichos servicios. Si bien los servicios básicos existentes hoy son diversos (agua potable, alcantarillado, energía eléctrica, telefonía fija y móvil, televisión por cable, internet y gas licuado), los más esenciales, por razones obvias, son el agua potable, el alcantarillado y la energía eléctrica. Sin agua potable no se puede vivir: su carencia no sólo genera problemas graves de alimentación, sino que puede llegar también a provocar emergencias higiénicas y de salubridad pública (esto último ocurre también con la falta de un servicio de alcantarillado). Respecto de la energía eléctrica, su falta condena a quien carece de ella a volver a vivir a mediados del siglo XIX. En Chile, las empresas que llevan a cabo la distribución de la energía eléctrica y las que prestan servicios sanitarios de agua potable y alcantarillado constituyen verdaderos monopolios en manos de intereses y capitales privados. Es por ello que considero (y propongo) que la introducción de competencia de carácter público contribuiría a mejorar este mercado, devolviéndole la dignidad y trascendencia 65 social que éste tiene y que nunca debió haber perdido. Para ello se requiere la revisión del Principio de Subsidiariedad del Estado en materia económica: el Estado puede y debe crear, mantener y operar empresas públicas de servicios básicos que constituyan una real alternativa ante la oferta privada. Esto no involucra la expropiación de las empresas privadas en operaciones ni tampoco la eliminación de la iniciativa privada, sino que tan sólo la creación de empresas nuevas manejadas por el Estado, generando de esa forma una sana y necesaria competencia de carácter público en un mercado monopólico controlado por actores privados. La creación de empresas de esta naturaleza implicaría la dictación de una norma legal que faculte al organismo público idóneo para la generación de las mismas. Este organismo es, a mi entender, la Corporación de Fomento a la Producción (Corfo), que cuenta con una vasta experiencia histórica al respecto. Durante casi medio siglo, Corfo dio ejemplo de manejo eficiente y eficaz de muchos organismos. La Empresa Nacional de Electricidad Sociedad Anónima (Endesa), la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Entel), la Compañía Chilena de Electricidad (Chilectra), la Industria Azucarera Nacional Sociedad Anónima (Iansa) y el Instituto Nacional de Capacitación Profesional (Inacap) son sólo algunos ejemplos. El Estado de Chile se halla plenamente preparado para hacerse cargo de empresas de servicios básicos que liberen a los chilenos, a través del derecho a la libre opción, del abuso de las empresas privadas. Sin embargo, la creación de estas empresas públicas debe, por necesidad imperiosa, ir aparejada con la instauración constitucional de un principio rector fundamental, porque, a diferencia de los privados (a los que sí le es lícito hacerlo), el Estado no puede obtener beneficio ni ganancia de los particulares. Si se llegasen a constituir empresas públicas de servicios básicos, éstas deben tener como consideración primordial el bien público y no la ganancia; si el Estado se va a convertir en otro actor descarnado del sistema económico (como lo es hoy en día a través del Banco Estado, que es tan brutal como cualquier banco privado), entonces la creación de estas empresas al alero de Corfo no guarda sentido alguno. 66 4)Fortalecimiento laboral: sustancial del derecho Este tema ha sido históricamente manoseado por la izquierda política, dejando la efectiva dignificación de los derechos de los trabajadores como un sueño inalcanzable, aunque utilizable de manera electoral cada vez que sea necesario, sin darle jamás una solución definitiva. En el último siglo los trabajadores han ido lentamente conquistando diversos derechos laborales y sociales. Sin embargo, todavía falta mucho por hacer para dignificar de verdad el trabajo de nuestros compatriotas. Sea de derecha, de izquierda o de ningún color político, el chileno quiere que se le respeten sus derechos como trabajador y desea seguir progresando en la obtención de más prerrogativas legales justas, legítimas y bien merecidas. Este tema es, sin embargo, tan amplio y diverso, que excede con creces el sentido de proposición de líneas generales que tiene la presente obra y resulta, por lo mismo, imposible de analizar en su totalidad. Por ello tan sólo expondré, a continuación, algunos de aquellos tópicos que considero más esenciales para ser tenidos en consideración a fin de lograr una real dignificación del trabajo. Comenzando este sucinto análisis, es importante resaltar la insuficiencia de la que actualmente adolece el aparato público para dar respuesta a las demandas de los trabajadores en cuanto a la infracción de sus derechos se refiere. Si bien existen empleadores que dan cumplimiento a la normativa laboral, no es menos cierto que día a día, miles de trabajadores ven vulnerados sus derechos por empleadores inescrupulosos. El Estado, a través de su sistema de vigilancia laboral (Dirección del Trabajo e Inspecciones del Trabajo locales) claramente no da abasto para lograr cubrir el total de casos de infracciones denunciadas. Urge, por ello, el fortalecimiento de esta labor fiscalizadora, incorporando para este propósito más recursos y proveyendo una mayor dotación de funcionarios. 67 En otro aspecto, creo necesario cuestionarnos la real idoneidad de las normativas que regulan una de las formas de trabajo más significativas en relación a la actividad agraria del país, como lo es el trabajo agrícola de temporada. En efecto, miles y miles de hombres y, sobre todo, de mujeres, sufren por un trabajo en donde hay una precariedad enorme, con horas extra que se trabajan, pero que no se registran ni se pagan, carencia de los servicios higiénicos y de alimentación adecuados o faenas hasta altas horas de la noche, por tan sólo nombrar algunos ejemplos entre un sinfín de otras irregularidades. Es necesaria, por ende, la creación de un marco regulatorio verdaderamente digno para los trabajadores agrícolas de temporada, el que, por cierto, sea concebido pensando en ellos y no a la medida de los agricultores y empresarios contratistas. Como medida especial, y atendida la naturaleza tan particular de este trabajo, propongo que se establezca un seguro de cesantía especial para este tipo de trabajadores. Y ello, tomando en consideración que el trabajador agrícola de temporada, a diferencia del resto de los trabajadores chilenos, sabe perfectamente en qué época del año quedará sin fuente laboral. Por ello se requiere la creación de un seguro especial que los cubra durante los meses de invierno, en los que la actividad agrícola experimenta una baja considerable. El aseguramiento en caso de cesantía es un derecho social del que estos trabajadores actualmente no gozan. En otro punto importante, Chile es un país en donde todavía se discrimina a los trabajadores en función de su sexo. A este respecto, a pesar de que la ley establece un principio de igualdad remuneracional entre trabajadores y trabajadoras, éste no tiene aplicación práctica. Por lo mismo, resulta necesaria su consagración a nivel constitucional. Propongo, además, que la carta fundamental incluya este derecho dentro de aquellas garantías que están tuteladas por la acción constitucional de protección (Recurso de Protección), permitiendo que el aparato jurisdiccional pueda intervenir en caso de contravención, restableciendo así el necesario imperio del derecho. En otra arista, el sindicalismo en Chile todavía mantiene tasas preocupantemente bajas de afiliación, perjudicando el correcto y 68 completo ejercicio de dos derechos laborales esenciales, como lo son la huelga y la negociación colectiva. Por desgracia, muchas veces son las mentalidades imperantes las que colaboran a impedir que estas realidades se modifiquen. Por un lado, tenemos una clase patronal que todavía, en muchos casos, tiende a mantener aquella concepción de que el sindicato es, por esencia, enemigo del emprendimiento. Por el otro, una clase sindical que a veces se puede sentir tentada de caer en el error de considerar al sindicato como una mera y simple herramienta de oposición al empleador. Es menester, a mi juicio, cambiar ambas visiones a fin de comenzar a instalar las bases de una solución que sea beneficiosa para ambas partes. El empresario necesita de sus trabajadores en la misma medida que éstos necesitan a la empresa. Para ello, en primer lugar, el empleador debe abandonar definitivamente su insensato temor al sindicalismo; aquel vicio consistente en entender a todo cuerpo organizado de los trabajadores como algo ineludiblemente malo. El patrón ha de saber y comprender que el sindicato y la negociación colectiva son instrumentos no de desencuentro, sino de entendimiento y de diálogo con sus trabajadores. El sindicato es la mejor forma de evitar que el empleador tenga que luchar contra sus obreros. Es un instrumento a través del cual el patrón no pelea contra sus trabajadores, sino que mediante el cual construye junto con ellos. Por su parte, aquella corriente del sindicalismo, que concibe al sindicato como una herramienta cuya única razón de ser es la oposición intransigente al empleador, necesita abandonar esa concepción. Debe dejarse de lado aquel sindicalismo de mera resistencia fundado en una errada forma de entender la noble labor de la organización de la fuerza de trabajo. La única forma de lograr beneficios para ambas partes es la generación de una alianza entre los dos elementos constituyentes de la actividad productiva, el capital y el trabajo. Tanto capital como trabajo son partes integrantes de un mismo todo y se necesitan mutuamente. Esta alianza que se plantea, por cierto, debe ser constantemente supervigilada por el Estado, a fin de evitar que el capital, que por esencia es siempre más fuerte que el trabajo, 69 desvirtué el real sentido de este pacto social e incline la balanza indebidamente a su favor. Sólo así, a mi juicio, se logrará tener en Chile ese auténtico sentido de justicia social y laboral que se requiere y que, desgraciadamente, hoy no existe. 5) Modificación radical del actual sistema de administración de fondos de pensiones e incorporación del Estado al mismo : El pésimo desempeño del sistema a través del cual se administran las pensiones, que condena a los trabajadores a recibir menos de la mitad de su remuneración una vez que han terminado su vida laboral, es un asunto que preocupa a todos los chilenos sin excepción. Y si bien la sociedad toda opina al respecto, es primordialmente el sector que padece sus efectos el que más se queja. Son los adultos mayores, sus actuales usuarios, los que manifiestan su disconformidad con el sistema privado de administración de pensiones imperante en nuestro país. En todos lados he podido escuchar lo mismo: “¿Hasta cuándo el abuso de las A.F.P.?”; “¿Cómo es posible que después de toda una vida de trabajo reciba esta miseria?” Lo que acabo de reproducir se atiene y representa estrictamente la realidad de lo que he escuchado en innumerables ocasiones. Las quejas no vienen solamente de ciudadanos que se identifican con el extremo izquierdo del espectro político y que por naturaleza pudieren ser contrarios a un sistema de capitalización individual. También muchísimos ciudadanos que se identifican con el extremo derecho, como así mismo muchísimos que no se identifican ni con uno ni con otro extremo, se quejan de las iniquidades sociales de este sistema. Y cuando comparan su situación con la de sus padres o abuelos, que participaban del sistema de reparto solidario, se dan cuenta de que fueron engañados. Así pues, propongo una solución basada en las propuestas concebidas por el Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo 70 Alternativo (Cenda), las que interpretan bastante acertadamente las inquietudes que la ciudadanía menciona y que, por lo mismo, expongo hoy como propuesta de solución. Cenda plantea la incorporación al sistema de administración de pensiones del Instituto de Previsión Social (ex Instituto de Normalización Previsional, nacido de la fusión del Seguro Social y las Cajas de Previsión). A través del I.P.S., el Estado podría recibir afiliados y pagar pensiones. Se tendría así un sistema previsional mixto de libre opción, en el que el ciudadano opta libremente entre la alternativa de capitalización individual que le ofrecen los privados y la alternativa de solidaridad multilateral (con aportes del Fisco y del empleador, además de los del propio trabajador) que le ofrece el Estado. En suma, se trataría de un sistema que le entrega al ciudadano, después de muchas décadas de sometimiento, el poder de ser él mismo quien elija, con libertad, entre lo público y lo privado (tal como ocurre con el caso ya indicado de las empresas públicas de servicios básicos). A su vez, Cenda propone algunas reformas al propio sistema de A.F.P., a saber: 1) Exigencia de que el empleador aporte al fondo de pensión en una proporción de la remuneración imponible del trabajador. 2) Establecimiento de una tabla de cálculo único para hombres y mujeres, a fin de erradicar la diferencia cercana al 33% actualmente existente entre la pensión que recibe un hombre a la que recibe una mujer. 3) Fijación de la comisión cobrada por la A.F.P. como porcentaje de la cotización del trabajador y no de su remuneración, toda vez que actualmente la A.F.P. fija libremente su comisión y la cobra sobre un monto mayor del administrado e independientemente de si el fondo gana o pierde. 4) Aumento de la garantía compensatoria por mala rentabilidad del fondo (tasa de encaje) en directa proporción al aumento del riesgo inherente a éste. 71 Epílogo Hemos llegado, querido amigo lector, al final de este breve relato. Sin importar si ha concordado o no con los planteamientos que le he compartido, mi deseo sincero es haber sembrado en usted a lo menos una legítima duda sobre cómo se concibe hoy en día nuestra política y nuestra sociedad. El saber que usted, en la tranquila intimidad de su fuero interno, pueda haberse quedado meditando sobre lo leído, sintiendo que durante mucho tiempo se le impusieron formas de pensar prefabricadas por aquellos intelectos que se pretenden a sí mismos superiores, es para mí razón suficiente para haber escrito estas pocas páginas. En ellas, con altura de miras y, por cierto, siempre dentro de los límites de la necesaria y sana crítica política, sólo he tratado de exponer una visión alternativa de nuestra sociedad, lejana a esas polarizaciones a las que se nos tiene acostumbrados. Porque no me pretendo un maestro, sino que reconozco mi calidad de aprendiz del pueblo, me he ido empapando lentamente de aquel sentir del hombre común. Soy un convencido de que es la gente la que construye desde sí misma su propio pensamiento. Lo que hoy aquí se ha propuesto no es original porque lo sea la fuente de la que surgen sus planteamientos, puesto que izquierdas y derechas son preexistentes a este trabajo. No, su originalidad deriva de la adecuación de esas ideologías ya no al interés o a la conveniencia de los lotes políticos, sino que a esa visión propia que posee la ciudadanía en su caminar lejano de las polarizaciones partidistas. Un sinnúmero de interrogantes surgen de la lectura de este trabajo: ¿Es Chile un país de centro?; ¿Se rigen los partidos y conglomerados políticos por una lógica de lote partidista que se aleja de la mentalidad del ciudadano común, que vive, camina, habla, piensa y respira en una frecuencia muy distinta?; ¿Existe esa enorme masa de chilenos anónimos, invisibles y silenciosos que día a día se preocupan sólo de trabajar, cumplir la ley, vivir decentemente 72 y que, por el contrario, no están ocupándose constantemente de la política?; ¿Requiere nuestro país de sinceros, razonables y bien intencionados cambios a nuestro sistema económico, realmente verdaderos y no tan sólo aquel maquillaje que a veces se nos quiere vender? Respecto de todas esas interrogantes y muchas otras más, sólo me he limitado a presentarle a usted aquellos elementos de juicio que, a mi humilde entender, pudiesen resultarle necesarios a la hora de sacar esas importantes conclusiones. Pero éstas, amigo lector, debe sacarlas libre y soberanamente usted. Usted y nadie más que usted. 73 La Mayoría Silenciosa Gaspar Rivas Sánchez R.P.I: 241.076 Diagramación e impresión: Gráfica LOM Julio 2014