EL ESPIRITU SANTO, LA IGLESIA Y MARÍA

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EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA Y EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA:
DIMENSIÓN PNEUMATOLOGICA DE LA PASTORAL
Ficha 2ª. EL ESPIRITU SANTO, LA IGLESIA Y MARÍA
Tenemos que hablar del Espíritu Santo, no como de una realidad invisible sino como de
una persona concreta, la tercera persona de la Santísima trinidad, a la que hemos de contemplar
presente y actuando en la Iglesia y fuera de ella. El Espíritu es como el aire no lo vemos pero lo
sentimos, sin él nos falta la vida. El Espíritu es vida.
Esta contemplación tiene exigencias muy concretas; sin embargo, muchos cristianos
creen hoy que para ir al encuentro de la problemática del mundo tiene que echarse en sus
brazos... No se trata de eso. En realidad, lo que es Espíritu Santo inspira hoy a los creyentes es
un estilo concreto de ser cristianos, que tiene una gran novedad, es decir, nos hace ser en primer
lugar contemplativos, por tanto, guiados por el Espíritu Santo, y esto exige una gran trabajo, un
gran entrenamiento. Si el Espíritu Santo nos guía, entonces vemos, contemplamos, lo que
tenemos que hacer. Ya no se actúa según requerimientos humanos sino según el impulso del
Espíritu Santo.
Entonces, ¿cómo llevar a cabo esta vocación?. Dicho de otra manera ¿Cómo dejar actuar
al Espíritu santo? ¿Cómo hacerle presente para que siga siendo guía, renovador de su Iglesia?.
Ser hoy contemplativos en medio del mundo ¿será una utopía?.
I. Contemplar al Espíritu Santo presente en la historia y en la vida de la Iglesia.
*El siglo XX ha estado caracterizado por guerras, conflictos, genocidios, luchas,
injusticias... Por otra parte, dentro de la Iglesia se han dado crisis serias y defecciones fuertes,
hemos sufrido las consecuencias de la secularización y de la descristianización. Y, muchas
veces parece que la barca de Pedro ha corrido el riesgo de hundirse en medio de la tempestad.
Y sin embargo, tal vez nunca ha tenido la Iglesia tantos papas tan grandes como los
pontífices del siglo XX: Desde León XIII, a Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII,
Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II. Todas personas responsables, de una altura moral y de
santidad y competencia sin igual.
Sin duda nos hallamos ante la acción del Espíritu santo que ha guiado y guía el ministerio
y el magisterio de los papas.
*Todos conocemos la obra del Espíritu Santo en los primeros siglos del cristianismo y a
lo largo de la historia de la Iglesia, manifestándose de múltiples formas como respuesta a las
necesidades de los tiempos. La fuerza del Espíritu siempre se ha hecho presente a través de los
grandes fundadores. En ellas se revela la acción poderosa del espíritu Santo. Basta detenernos
en los últimos decenios, desde el Vaticano II al Jubileo del 2000. ¿No estamos asistiendo a un
nuevo Pentecostés? Tal vez, nunca como ahora haya habido tanto florecimiento de santidad en
las actividades típicamente laicas. Es una nueva y auténtica primavera de la Iglesia.
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Recordemos también a las distintas Jornadas Mundiales de jóvenes desde Roma a París, o
el Congreso de Movimientos y Comunidades del 30 de mayo de 1998, dónde lo nuevos
carismas irrumpen en la Iglesia como verdaderos dones del Espíritu que hacen florecer de
nuevo en el mundo el Evangelio. Por eso decía Juan Pablo II, observando aquella multitud
animada por el Espíritu Santo: «Lo que sucedió en Jerusalén hace dos mil años, es como si esta
tarde se renovara en esta plaza, centro del mundo cristiano. Como entonces los apóstoles,
también nosotros nos hallamos reunidos en un gran Cenáculo de Pentecostés, anhelando la
efusión del Espíritu.» Y más adelante añadía: «Siempre que interviene el Espíritu nos deja
atónitos. Suscita acontecimientos cuya novedad asombra; cambia radicalmente las personas y la
historia».
Sin embargo, muchas veces en la Iglesia, en lugar de la ansiada primavera parece que ha
llegado el gélido invierno. Pero también es cierto que en estos tiempos da la impresión de que
el Espíritu santo ha pedido la palabra. Por eso conviene recordar las hermosas y proféticas
palabras de Ignazios Hazim, actual Patriarca Ortodoxo de Antioquía a propósito de la acción
del Espíritu Santo en al Iglesia que decía ya en Upsala en 1968:
«Sin El Espíritu Santo, Dios está lejos, Cristo está en el pasado, el Evangelio es letra
muerta; la Iglesia, una simple organización; la autoridad, una dominación; la misión es
propaganda; el culto una evocación, y el obrar cristiano una moral de esclavos. Pero en Él...
Cristo resucitado está aquí, el Evangelio es fuerza de vida, la Iglesia quiere decir comunión
trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión es un Pentecostés, la liturgia es
memorial y anticipación, el obrar humano está deificado».
Es interesante recordar lo que escribía San Juan Crisóstomo, presentando a los apóstoles
como auténticas figuras de los verdaderos pastores: «Los apóstoles no bajaron como Moisés de
la montaña, llevando en sus manos tablas de piedra, sino que salieron del Cenáculo llevando el
Espíritu Santo en su corazón y ofreciendo por todas partes tesoros de sabiduría y de gracia
como dones espirituales que brotaban de una fuente que mana. Fueron predicando por todo el
mundo, siendo ellos mismos la fe viva, como si fueran libros animados por la gracia del
Espíritu Santo».
*El Espíritu Santo actúa en una Iglesia que se renueva siempre y se purifica:
«Continuamente bajo la guía del Espíritu Santo» (GS 21). Para logra una auténtica renovación
la Iglesia siente la necesidad de volver con fidelidad a las fuentes. Pero ha de combinar la
fidelidad a la fuente con la fidelidad al hombre de hoy, al que ha de anunciar el mensaje
renovador. Fidelidad y creatividad son posibles gracias al Espíritu Santo. Sin duda que para la
renovación de la Iglesia el Espíritu Santo ha suscitado el gran acontecimiento del Concilio
Vaticano II.
* El Espíritu Santo suscita la sed de agua viva en el corazón de toda persona, cultura
religión en busca de Jesús el único Salvador que podrá saciar plenamente sus sed. Con el don
de lenguas, prepara el gran diálogo de amor entere Dios y la humanidad, entre el Salvador y los
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pueblos de todos los continentes, fortaleciendo el testimonio, según la promesa de Jesús:
«Recibiréis una fuerza cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis
mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra» (Hech 1,8).
También hoy, el Espíritu guía a la Iglesia en su misión para realizar un encuentro entre
Jesucristo y todos los pueblos, a través del diálogo ecuménico y del diálogo interreligioso. En
realidad, el Espíritu Santo está actuando para revelar plenamente el misterio de Cristo a todos
los hombres.
* El Espíritu Santo vive y actúa en los corazones de los pobres y de los humildes, en la
piedad popular, en la solidaridad, en el sufrimiento. Él está como abogado e intérprete de los
deseos y de las plegarías.
* Pablo VI habla de un modo espléndido del Espíritu Santo como alma de la Iglesia: «El
Espíritu Santo es el animador y santificador de la Iglesia, su aliento divino, el viento de sus
velas, su principio unificador, su apoyo y su consolador, su fuente de carismas y de cantos, su
paz y su gozo, su premio y preludio de la vida bienaventurada y eterna. La Iglesia necesita su
perenne Pentecostés; necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la
mirada». Por eso también nosotros invocamos confiados el: Ven Espíritu santo.
Así oraba Edith Estein, copatrona de Europa, en su último Pentecostés:
«¿Quién eres tú, dulce luz, que me llenas y alumbras la oscuridad de mi corazón? . Tú me
guías como mano materna y me dejas libre. Tú eres el espacio que rodea mi ser y lo encierras
en sí. Si tú lo dejaras caería en el abismo de la nada, desde el cual tú lo elevas al ser. Tú, más
cerca de mi que yo misma, y más íntimo que mi interior, y sin embargo, inabarcable,
incompresible, que hace estallar todo nombre, Espíritu Santo, Amor eterno».
1. Adquirir el Espíritu Santo. ¿Cómo hacer?.
La necesidad de renacer de nuevo. Es necesario dar muerte al hombre viejo y dar vida al
hombre nuevo. Es todo un trabajo interior a través del cual el Espíritu santo nos va modelando
hasta configurar en nosotros la imagen de Cristo Jesús. Esa es la obra del Espíritu:
Cristificarnos, es decir, dejar que Jesús viva dentro de nosotros. Pasar del vivir desde Cristo, al
vivir con Cristo hasta llegar a vivir en Cristo, identificados con Él. Si dejamos actuar el Espíritu
en nosotros, Él expande sus dones, ilumina.
Pero además, el Espíritu Santo hace presente a Jesús entre nosotros, de tal manera que
esta presencia de Jesús da a nuestra vida personal y colectivamente la sabiduría que procede del
Espíritu Santo.
Si logramos tener al resucitado dentro de nosotros y en medio de nosotros, tenemos que
estar tranquilos porque entonces tenemos al Espíritu Santo y él nos pone en contacto con el
mundo de una manera completamente distinta. Desde luego no lanzándonos en brazos del
mundo.
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2. El Espíritu Santo en nosotros dialoga con el mundo.
El Espíritu Santo es el que nos conduce para construir el Reino de Dios. Presentes en el
mundo hemos de dialogar con él. Los laicos, como dice Puebla: «Hacen presente a la Iglesia en
el corazón del mundo y hacen presente al mundo en el corazón de la Iglesia». Conscientes del
proyecto de Dios sobre el mundo, hemos de entrar en contacto en este ámbito para ver las cosa
desde Dios, de lo contrario los problemas nos sofocan..., las cuatro cosas que nos rodean nos
ahogan, y no existen posibilidades de diálogo.
Contemplar desde el Espíritu la obra de Dio es lo que nos llevará a hacer presente al
Señor en el mundo, potenciando los logros ya alcanzados, construyendo siempre desde los
positivo y discerniendo siempre los signos de los tiempos para percibir las llamadas de Dios en
orden a construir el Reino. En efecto, quién posee el Espíritu Santo sabe dialogar con el mundo.
3. La actitud del Espíritu Santo en nosotros.
En primer lugar, es necesario sentirlo dentro de nosotros. Vive dentro de nosotros y
muchas veces no nos damos cuenta. Porque no sólo lo poseemos porque vivimos en gracia sino
que cuando vivimos siendo Jesús Él se hace presente, nos tonifica el alma y nos da el tono
sobrenatural.
El Espíritu Santo:
a) VISITA LAS MENTES, dice un himno precioso de la Fiesta de Pentecostés. Él es el
que ilumina nuestra vocación. Él es el que ha puesto en nuestro corazón la inquietud de la
llamada y nos ha dado la gracia para responder.
b) ÓPTIMO CONSOLADOR, no hay consuelo como el tuyo sigue diciendo el himno.
Siempre que en la vida hemos actuado por amor, sentimos el consuelo. El consuelo es el fruto
del amor.
c) SUSCITA LA PALABRA, el Espíritu Santo suscita en nosotros la Palabra y nos lleva
a la compresión de la misma, es el que nos la revela y la dinamiza hasta convertirla en palabra
de Vida. Él nos descubre que sí tenemos algo que decir, que es su obra en nosotros para gloria
de Dios Padre.
d) LLAMA ARDIENTE DEL CORAZÓN, cuando Él está sentimos que nuestro corazón
arde (Emaús). Él nos da un corazón de carne, capaz de amar. Mas aún, es Él quien ama en
nosotros, el que hace posible la caridad. Nosotros nos convertimos en cauce y manifestación del
amor de Dios, llamados a hacer presente el amor y la ternura del Padre en medios de los
hermanos, especialmente de los pequeños y los débiles.
e) SANA LAS HERIDAS, a lo largo del camino experimentamos el cansancio, nos
sentimos heridos, rotos, golpeados por tantas situaciones que nos debilitan y nos duelen;
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muchas veces, nos sentimos pecadores, extraviados... y descubrimos la necesidad de
confesarnos de encontrar un principio unificador en nuestra vida que dé sentido a todo lo que
nos acontece. En realidad, sólo el amor nos salvará, sólo el amor será capaz de sanarnos desde
dentro y para siempre. Sólo el Espíritu es bálsamo que cura las heridas. No se trata de tener un
don del Espíritu sino de que en realidad tenemos el don que es el Espíritu que se nos ha dado.
Primero ha venido el Verbo y después se nos ha dado el Espíritu Santo y está entre nosotros. Él
está entre nosotros.
f) DADOR DE PAZ, sin Él nuestro corazón estaría solo y triste. Él nos da la paz, es la
paz que es fruto del amor, que nace del hacer en nuestra vida la voluntad de Dios, de no tener
con nadie más deuda que la del amor mutuo. La paz que es reflejo de la bondad del Dios en el
corazón y de la vivencia de la comunión y de la armonía que nos permite establecer una
relación justa con las personas y con las cosas.
g) RESTAURA AL HOMBRE, Él está presente dentro de nosotros con una presencia
activa, dinamizadora. Él participa activamente en nuestra vida y nos impulsa a realizar todos los
actos de amor y de entrega. Es Él el que nos ayuda a rezar. La vida interior y el gusto por ella
en realidad la pone en nosotros el Espíritu Santo. Él mismo es el que nos atrae. Además nos da
también una ley nueva por la cual sabemos discernir y descubrir dónde esta la verdadera
libertad y en qué consiste. Nos hace sensibles a la verdad profunda. No es nuestra inteligencia y
nuestros razonamientos los que nos hacen sensibles a la verdad..., es el Espíritu Santo que está
dentro el que nos da la verdadera sabiduría del corazón. Él nos hace amar esa verdad y nos da el
gusto por la oración.
Hay que añadir a demás que el Espíritu Santo es el que nos da el verdadero sentido del
hombre. Hay mucha gente aún que no ha encontrado sentido a su vida. Dios quiere por tanto
que estemos llenos del Espíritu Santo, hasta ser como fuentes que lo rebosan.
Frente al don del Espíritu Santo nuestra actitud tiene que ser la DOCILIDAD, es decir
escuchar una y otra vez, escuchar la voz del Espíritu y COLABORAR con Él, diciendo sí
inmediatamente, realizando el plan de Dios mediante el cumplimiento de su voluntad. La gran y
más importante aventura de cada hombre es realizar en su vida la voluntad de Dios. Para ello,
es necesario quitar de nuestra vida todos los impedimentos que provienen de nuestro yo, de
nuestro hombre viejo. Por tanto, es necesario entrenar una y otra vez, se puede decir que es
cuestión de entrenamiento. Cuanto más entrenamiento antes conseguiremos rebosar de Espíritu
Santo.
El Espíritu Santo nos impulsa a vivir dentro de nosotros el carisma de la unidad. Él nos
ha dado el grandioso Ideal de la unidad. Es el Ideal de Jesús y por tanto, de la Iglesia. Es él el
Espíritu del amor, alma de la Iglesia.
II. EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA
* La Iglesia toma conciencia de sí misma a partir del experiencia del Espíritu santo.
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* Los discípulos perciben al Espíritu como el Espíritu de la comunión. El espíritu siendo
distintos y de diferentes culturas y diversas condiciones sociales les hace sentirse un solo
pueblo.
* Todos reconocen al crucificado como el resucitado. Todos aceptan a Jesucristo como
Salvador y Señor.
* Cada uno de los creyentes, impulsado por el Espíritu hacía crecer y construía la
comunidad comunicando la experiencia del encuentro con el mismo Señor resucitado, al cual
iban reconociendo en los distintos caminos y las variadas circunstancias de la vida.
* El Espíritu Santo les hizo experimentar la presencia de Jesús entre ellos como una
presencia que les impulsaba a salir a los caminos de la vida al encuentro con otras culturas y
personas y a dar testimonio del Señor, anunciar la Buena nueva de Jesucristo.
* Con la fuerza del Espíritu son capaces de vivir la dimensión martirial de la fe,
soportando con valor los sufrimientos y persecuciones por ser fieles al Evangelio de Jesucristo.
Es más, todo ello lo vivían con alegría como un honor que el Señor les concedía: poder padecer
algo por su nombre.
* A través del testimonio de la vida de la comunidad el Espíritu Santo iba haciendo
crecer a la Iglesia que se extendía por todas partes. A ella se iban agregando cada día, fruto de
la conversión que el Señor realizaba en su corazón.
* Los cristianos fueron reconociendo que el Espíritu Santo actuaba no sólo en ellos y en
al comunidad sino también entre los gentiles y más allá de la comunidad. El Espíritu no es
patrimonio exclusivo de la Iglesia.
* El espíritu Santo se fue manifestando como el Espíritu de la libertad, de la verdad y del
amor. Les reveló la identidad de hijos y hermanos que en el designio de Dios estaban llamados
a vivir.
* El Espíritu Santo fue dotando a la Iglesia de dones y carismas para que esta pudiera
realizar su misión. Es Él el dador de los carismas. Todos están al servicio del cuerpo que es al
Iglesia. Todos deben vivirse se desde la comunión. A la Iglesia le corresponde discernir,
animar, acompañar. Todos son necesarios y todos complementarios. La caridad ha de dar unida
a todos.
* El Espíritu Santo ha suscitado siempre en la Iglesia, mártires, vírgenes, santos,
místicos, testigos... Ellos constituyen la riqueza de la Iglesia y son sus mejores hijos. Son estos
hombres y mujeres los que sostenido e impulsado a la Iglesia hacia delante.
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* El Espíritu Santo ha hecho surgir diferentes carismas a lo largo de la historia de la
Iglesia como remedio y respuesta a las distintas situaciones que tanto la Iglesia como el mundo
han tenido que afrontar. Dios nunca abandona a su Iglesia. Por tanto, no hay lugar para el
miedo o la desesperanza. Al contrario la presencia continua del Espíritu es motivo de confianza
y de ilusión, de optimismo y de esperanza.
* La Iglesia vive hoy alentada por el Espíritu, impulsada, por una parte, a una profunda
renovación de sí misma y, por otra, a salir hacia un encuentro abierto y sincero con el mundo,
que permita una relación fecunda y enriquecedora para ambos.
1. Hacia donde conduce el Espíritu a la Iglesia
Se trata de hablar de lo que son auténticas exigencias del Espíritu, no de lo que a mí me
gustaría acerca de la Iglesia.
* Una Iglesia que sepa dar razón de su esperanza. Si dejar de reconocer los aspectos
negativos, hace falta insistir en la dimensión positiva de la vida y construir desde ella. Es
necesario que hoy la Iglesia entera ejerza el ministerio de la esperanza. La superación del
cansancio, de la falta de entusiasmo, de la apatía, de la rutina, del conformismo, de la falta de
creatividad depende de que nos creamos de verdad que el Espíritu está vivo, actuando y de que
nos va a acompañar siempre. Se hace urgente en el mundo de hoy una palabra de esperanza, el
anuncio de la buena Noticia. Dios ha venido par salvar el mundo.
* Una Iglesia que sintonice con la humanidad y sus problemas para definir
adecuadamente su vocación del servicio. Se trata de servir y dar vida. La Iglesia necesita
encontrar su lugar en un mundo secularizado y pluralista para ser fiel a su misión en el presente.
No puede renunciar a su misión de evangelizar y al mismo tiempo debe plantearse como
evangelizar al hombre de hoy. No todos entendemos la misión de la Iglesia de la misma
manera.
* El Espíritu pide a la Iglesia que viva su dimensión contemplativa para descubrir el
designio salvador de Dios y cómo realizarlo en la sociedad hoy. Es necesario orar, reflexionar
discernir, y actuar desde el Espíritu. Nuestra actividad pastoral, sin renunciar a la programación,
necesita más espacios y tiempos para la oración, más esfuerzos dedicados a la formación y la
reflexión, mayor clima de serenidad y de escucha. Todo ello favorecerá una calidad evangélica
en la acción apostólica.
* El Espíritu pide a la Iglesia saber distinguir lo que es realmente esencial de lo que es
importante o secundario. Necesidad de superar los dualismos que son perniciosos para la fe.
Hace falta integrar, unir, distinguir en ordena descubrir lo que Dios quiere aportarnos.
* El Espíritu pide a la Iglesia que centre toda su atención en el ser humano. Nos pide que
la gran aportación de la Iglesia a nuestra sociedad de hoy y de mañana sea el principio de que el
hombre, todo hombre, debe ser respetado hasta el final.
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* El Espíritu pide a la Iglesia que anuncie alegremente el Reino de Dios. La razón de ser
de la Iglesia no es otra que evangelizar. Se hace necesario el enuncio explícito de Jesucristo. No
perder la ocasión ni el tiempo para ofrecer la Buena Noticia de Cristo. La Iglesia se debe
proponer evangelizar simultáneamente conciencias y estructuras. Es misión de la Iglesia
asumir y proclamar la liberación integral del ser humano. Para ello la Iglesia ha de denunciar y
enfrentarse con valentía a la ideología liberal. La Iglesia no debe someterse a la ideología
liberal.
* El Espíritu pide a su Iglesia que opte decididamente por los pobres y se constituya en
conciencia crítica de la sociedad.
* El Espíritu pide a su Iglesia que sea comunidad real. La dimensión comunitaria es
constitutiva de la fe cristiana. Debe ser una verdadera alternativa a la sociedad. Lo que cuenta
es ser o no ser creyente, y en la medida en que se cree, se sirve, se ama, se espera y se asume un
compromiso en el espíritu de Cristo Jesús. Sólo se es cristiano desde la libertad y desde la
pertenencia a la Iglesia.
* El Espíritu pide a su Iglesia que se comprenda como un espacio de libertad, de igualdad
y de fraternidad. Una libertad que siempre ha de ser utilizada para amar.
* El Espíritu pide a la Iglesia que asuma el amor como programa de Jesús. Dar la vida
debe ser la medida del cristiano. Dar la vida en concreto, tomando al iniciativa en el amor,
amando siempre y amando a todos. En esto consiste la perfección a la que el Padre nos llama.
Ser testigos del amor y de la misericordia del Padre en medio de los hombres.
* Una comunidad siempre a la escucha de la Palabra de Dios, que sea contemplativa, que
venza las grandes tentaciones, que sea fermento de unidad en la sociedad.
* En definitiva, el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, ha de hacer que la Iglesia viva de su
Espíritu, por Él se deje conducir y a Él sea en verdad dócil. Esto es la espiritualidad cristiana:
dejar vivir en nosotros al Espíritu Santo para que él nos modele según la imagen de Jesucristo y
esto dentro de la experiencia eclesial.
III. EL ESPÍRITU SANTO Y MARÍA.
* La relación entre María y el Espíritu Santo es única y extraordinaria. El Espíritu Santo
es el que engendra a Jesús, gracias al sí de María. María llena, poseída, de la presencia del
Espíritu.
* Ella es el modelo, el “deber ser” de la Iglesia, que está llamada a hacer presente a Jesús
hoy en el mundo, continuando su misión en medio de los hombres. Esto será posible en la
medida que existan personas disponibles como María a la acción del Espíritu Santo. La
comunidad cristiana es el signo más vivo de su presencia.
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Es fundamental pedir al Señor la fuerza del Espíritu. Como Iglesia del Señor debemos
suplicar, desde la apertura al don de Jesús que venga sobre la comunidad para que de todos
nosotros haga un pueblo único y una comunidad que asume la responsabilidad de testimoniar a
su Señor y de asumir con gozo el encargo de Jesús de continuar su misión. Jesús nos da su
Espíritu para que sea realmente posible anunciar la Buena Noticia de que Él está vivo. Esta es
la esperanza para la humanidad de hoy.
Para el trabajo de grupo:
1. ¿Cómo y dónde contemplamos la presencia del Espíritu santo en al vida de la Iglesia y
en la sociedad de hoy?
2. La pastoral en genera, está bien programada y organizada. Pero, ¿Podemos decir que
le falta “Alma” a las estructuras pastorales? ¿Qué signos lo están indicando?
3. ¿A qué tipo de renovación nos está conduciendo el Espíritu a nivel personal y a nivel
comunitario?
4. ¿Qué tendríamos que hacer como Iglesia para “visibilizar” al Resucitado en nuestras
comunidades?
5. ¿Hacia dónde creemos que conduce hoy el Espíritu a la Iglesia?
Una lectura: R.PRAT I PONS, Compartir la alegría de la fe, Secretariado Trinitario,
Salamanca 1995.
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