Enero, 2016 Los cambios en América Latina A principios de siglo se inició en América Latina un proceso de cambio que llevó al poder, en varios de los más importantes países de la región, a gobiernos de un carácter marcadamente progresista. Sucedían a gobiernos abiertamente neoliberales que habían supuesto un desastre económico y social para esos países. Se hablaba de un ciclo progresista que desde Europa veíamos con gran esperanza. En estos países se realizaron notables avances en el terreno social con una sensible disminución de la pobreza y la desigualdad. Pero desde hace algún tiempo se viene hablando de que este proceso perdía fuerza y el ciclo progresista tendía a agotarse. Efectivamente hemos visto recientemente como en dos países punteros en la orientación progresista, Venezuela y Argentina, la derecha volvía a ganar las elecciones generales. El gobierno progresista de Brasil está en una difícil situación y otros, como Ecuador, se enfrentan a graves problemas. Por no hablar de los golpes de estado en Paraguay y Honduras que estrangularon el proceso apenas iniciado. Desde luego el panorama que se abre ante los sectores populares de esos países no es nada halagüeño, y podemos esperar un pronto resurgir con fuerza de las protestas sociales. Pero creemos que lo más interesante es analizar las causas que han impedido consolidarse a ese ciclo progresista. En primer lugar está, obviamente, la feroz ofensiva contra esos gobiernos lanzada por las oligarquías nacionales e internacionales. Han puesto en juego todos sus poderosos medios políticos, económicos y mediáticos para provocar el caos en esos países y destrozar su imagen a nivel internacional. Pero eso no es nada sorprendente, cualquier fuerza que intente un cambio social en cualquier región del mundo tiene que estar preparada para resistir esa ofensiva. Parece más importante centrarse en el análisis de las debilidades y a fallos de la izquierda para procurar corregirlos. Naturalmente aquí encontramos muchas opiniones. Expondremos sólo algunos elementos que nos parecen fundamentales. Un elemento básico para conseguir cualquier avance social es una postura ética radical en todos los implicados en los procesos de cambio, especialmente en los dirigentes. Cuando la corrupción se introduce en las filas progresistas todos los intentos de lograr una sociedad basada en la justicia y la honradez se van al garete. Si los valores morales son importantes, no lo son menos los aspectos culturales e ideológicos de la sociedad. Alguna vez hemos expuesto la tesis, mantenida entre otros por Zygmunt Bauman, de que la izquierda ha perdido la batalla política porque había perdido la batalla ideológica. La cultura, la mentalidad dominante, el imaginario colectivo de la sociedad son los propios del hombre burgués. Con esos mimbres solamente podemos tener una sociedad burguesa, pintada de un color u otro. Un cambio social sólido y profundo exige un trabajo largo y paciente para cambiar ese imaginario colectivo, cambiar los objetivos que los seres humanos tratamos de conseguir en la vida. Diríamos que hasta ahora los movimientos progresistas de un tipo u otro han luchado para “repartir mejor el pastel”. En esta línea se ha conseguido poco y cada vez menos. La desigualdad es cada vez mayor ¿No habrá llegado el momento de olvidarlos de “repartir el pastel” que nos ofrece el capitalismo y plantearnos “cambiar el pastel”? Adam Smith en su obra clave: “La Riqueza de las Naciones” pone claramente de manifiesto cual es el pastel capitalista, la riqueza. Ciertamente hoy hemos conseguido mucha más riqueza, pero tenemos unos enormes problemas sociales, y estamos empujando a nuestro planeta a una catástrofe medioambiental. ¿No sería mucho mejor plantearnos trabajar por “El Bienestar de las Naciones”. Naturalmente el bienestar exige un mínimo de riqueza. Sin ese mínimo difícil tenemos lo de conseguir un aceptable bienestar. Pero no podemos tomar esa riqueza por el objetivo y confundirla con el bienestar. Una dosis de riqueza es la herramienta para echar a andar, pero luego hay un camino fascinante hacia una vida plena y feliz. Drásticas Medidas Nuestros gobiernos nos dicen que el problema de los refugiados, especialmente de los que llega a Europa huyendo de las guerras de Oriente Medio, sobre todo de Siria, es muy grave. Y efectivamente lo es. Se trata de una crisis humanitaria que el pasado año se cobró, solo en aguas del Mediterráneo, miles de vidas humanas, en buena parte niños. Y no dan cifras de los que en la penosa marcha mueren agotados, por enfermedad, por hambre o por frío. Ante esta realidad los gobiernos apuntan la necesidad de tomar medidas drásticas. Y ciertamente son necesarias. Pero ¿qué drásticas medidas se van a tomar? ¿Una reforma fiscal que combata la enorme desigualdad que existe en Europa y proporcione fondos para abordar el problema? ¿La creación de gran número de puestos de trabajo en actividades socialmente necesarias? ¿Control de las operaciones financieras para evitar la fuga de capitales? Parece que no van por ahí los propósitos de nuestros gobiernos. ” Imposible tomar esas medidas en una economía libre, con un libre mercado que es sagrado y totalmente inviolable”. ¿Entonces? ¿Acaso piensan en el tipo de drásticas medidas que adoptó Hitler cuando se enfrentó al problema judío? ¡No, claro que no! Ellos son gobiernos democráticos, respetuosos de los derechos humanos. Ellos no van a matar a nadie (a no ser que sea totalmente necesario para hacer respetar la ley y el orden). Mejor dejarlos que se mueran solos al otro lado de la frontera. Es más económico y nosotros no nos manchamos las manos ¡Faltaría más! Ni se van a construir campos de concentración. Mejor dejar que las frías noches del invierno europeo hagan su trabajo. ¿Es preciso llegar a tanto? ¿Es tan grave el problema? Veamos, en la Unión Europea somos unos 507 millones de habitantes, y nuestra renta media per cápita ronda los 24800 euros per cápita. Se calcula que han llegado aproximadamente un millón de refugiados. Aunque llegaran los cuatro millones de personas que han huido de Siria eso supondría menos de 1 por cada 100 habitantes de Europa. Si repartiéramos con ellos nuestra renta, seguiríamos teniendo más de 24.500 euros per cápita. Una disminución poco apreciable. Además, las personas que llegan, muchas de ellas bien preparadas, están en disposición de trabajar y necesitadas de muchas cosas. Podrían suponer un impulso muy positivo a la economía europea. Entonces, ¿por qué tanto problema? Porque además de los refugiados sirios hay otros 55 millones de personas en el mundo que buscan refugio, que huyen del hormiguero de conflictos en que se ha convertido un mundo regido por el principio de la competencia implacable y la ambición sin límites. Sin olvidar los cientos de millones que están abrumados por la miseria y también buscarían una vida mínimamente decente. Ante esto las élites del mundo sólo encuentran la solución de encerrarse en reductos blindados, sean barrios o países, para volverle la espalda a los dramas que deja su afán depredador. Y los ciudadanos normales y corrientes ¿qué vamos a hacer? Comité de Solidaridad con Nicaragua E-mail: [email protected] cc. 2038 1768 44 6000622387