Lo que yo voy a relatar no es una justificación

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Fútbol por primera vez
Por Guillermo Luis Rodríguez
Río Gallegos 1956.
A Julio, a Mauricio Mantovani,
a los Camporro, a Arambuena, al
Tío Neto, a la querida Francisca y a
nadie más.
Lo que yo voy a relatar no es una justificación. El que a mi no me guste el
fútbol, tiene sus razones y aunque hayan pasado cincuenta años tengo
presente ese día que yo dije: a esa porquería yo no juego más. Era tanta la
bronca y la impotencia porque decían que habíamos hecho trampa. Yo
tenía ocho o nueve años y me acuerdo como si fuera hoy.
Yo nací en un pueblo de la Patagonia. El pueblo más alejado, en el confín
del país. Así veíamos a Río Gallegos en el año 56 épocas en que los fríos
eran muy fuertes y el campito de al lado de lo de Camporro estaba
custodiado por esa laguna que a veces se helaba hasta el fondo.
En esa época, qué fútbol, lo mejor era andar en trineos sobre el hielo.
Pero llegaba la primavera y el aire se entibiaba un poco. El tío Neto nos
decía, vengan a jugar en el campito, al fútbol.
Éramos seis o siete. Algunos días preferíamos volver a casa pronto porque
pasaban una radionovela de Tarzán por LU12, y tomar el Tody con leche
con los gritos de la mona Chita en la cocina de la casa era casi mejor que el
campito.
Yo tenía dos amigos, Mauricio, era un mocoso ruliento y prepotente, hijo
de tanos que no hablaba nada castellano. El papá era el dueño del
Ristorante L Italia. En aquella época parecía mucho. Hoy me doy cuenta
que era un tugurio de mala muerte.
Mi otro amigo era Julio. Julio era un chico rubio que iba al mismo grado
que yo. Él venía de Buenos Aires. Tenía un problema, tenía una pierna más
corta porque había tenido poliomelitis.
Los primeros años no se le notaba mucho pero creció rápido y tuvo que
usar un zapato especial. Después de un tiempo tuvo que usar una muleta
porque se bamboleaba mucho.
¿Sabés quien vivía en esa época en el barrio? Néstor. Si, el señor ese que
estás pensando. Él también iba a la misma escuela, todos íbamos a la Nº1.
Lo malo de la cosa fue el día que Néstor trajo la pelota nueva. Él era el
dueño de la pelota y entre los pibes eso es símbolo de poder. Entonces
fuimos a jugar y Néstor se agarró para su equipo al negro Arambuena, que
vivía del otro lado de mi casa. Chico bravo si los había. Y yo qué iba a
hacer, me elegí a Julio. Preferí el amigo antes que ganar el partido.
Mauricio dudó un poco pero se quedó con nosotros. Cuando nos fuimos a
la esquina para sacarnos los pullóveres tejidos a mano por nuestras
madres, yo miré la cara de mis compañeros y ya reinaba cierta desolación.
_ ¡Vamos muchachos, es sólo un juego!
El tío Neto tocó el pitazo inicial.
Claro, Mauricio en el arco era bueno, Pero Julio no nos servía casi de nada.
Él siempre se quedaba en el medio campo porque le costaba mucho
moverse con la muleta.
Fue como pasa en todos los momentos mágicos. En un abrir y cerrar de
ojos, apareció Julio a escasos quince metros del arco contrario. En
realidad nadie le daba bola lo que hacía Julio, salvo nosotros claro. Julio
esperaba su oportunidad y así como te digo ocurrió.
Los cancheros quisieron pasarle una pelota a Néstor por encima de Julio y
entregarla al arquero. Ponele como a un metro y medio por arriba de la
cabeza de Julio. Julio ni se inmutó. Afirmó la gamba buena y levantó la
muleta. Tocó suavemente la pelota, la bajó y me la puso como en una
bandeja. Justo ahí, a mis pies.
_ Pateala Guillín!
Y yo pateé. Pateé como que era mi primer gol, con la pelota de ellos.
Néstor gritaba:
_ Mano, Mano referí, adónde estás mirando. ¿Eso es mano verdad?
_ ¿Cómo mano, pelotudo, no ves que es la pata de él? Dije casi llorando.
Ese infeliz quería invalidar mi gol, quería invalidar esa bajada magistral del
rengo Julio. Una bajada que me la había servido para la humillación y para
el triunfo.
_ Es mano, Es mano, gritaba desaforado el de Arambuena
_ ¡No, ‘e la sua stampella!! questa cosa es la sua gamba, stúpido! Lei e
sciancato!! ¡Sciancato!, ¿comprende?
El tano la había cazado enseguida. Los Camporro, como eran mayores se
mataban de risa.
El tío Neto no sabía qué hacer. La solución vino de afuera. Francisca, la
señora que en mi casa mandaba tanto como mi mamá dijo:
_ Ustedes tres, vamos adentro, que ya es hora de tomar la leche. Yo me
empecé a reír porque inminentemente se terminaba el partido. Ahí fue
cuando comencé a atravesar el agujero que habíamos hecho en el
alambre tejido y sentí que Néstor a traición me daba una patada en el
culo.
_ Tramposo. Me dijo.
Lo miré y le dije: “sos un boludo” el ruso era grandote, bastante más que
yo aunque tenía tres años menos.
_ Tramposos. Tramposos de mierda, decía al borde de las lágrimas
_Metete la pelota en el culo. ¡Hasta Julio con una sola pata te gana!, dije,
para no pensar como me dolía.
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