WM-UNSCH-DiscursodeOrden2016 - Pontificia universidad católica

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN CRISTÓBAL DE HUAMANGA: PASADO
GLORIOSO, PRESENTE COMPLEJO Y FUTURO DE ESPERANZA
Waldo Mendoza Bellido
Discurso de Orden por los 339 años de la fundación de la Universidad
Nacional de San Cristóbal de Huamanga
Señor Rector de la Universidad Nacional de San Cristobal de Huamanga, doctor
Homero Ango Aguilar, señores autoridades, profesores, estudiantes, egresados,
ilustres visitantes y presentes todos.
El Consejo Universitario de nuestra universidad, presidido por el Rector, me ha
concedido la enorme responsabilidad de dar el Discurso de Orden por los 339 años
de la fundación de la Casa de Castilla y Zamora. Ha sido una ocasión espléndida
para nutrirme sobre la historia de nuestra universidad, su presente complejo y
para cavilar sobre un futuro potencialmente promisorio.
Trataré brevemente el pasado y el presente de nuestra universidad. Pondré mi
atención sobre el futuro, proponiendo algunas conjeturas sobre lo que se podría
hacer.
La edad de oro de la universidad
Como dije, no quiero profundizar, en esta disertación, sobre el pasado. Ese
pasado, en especial el de los sesenta y los setenta del siglo pasado, fue glorioso.
Bajo el rectorado de Fernando Romero Pintado, primero, y Efraín Morote Best,
luego, por nuestras aulas desfilaron profesores de la talla de Julio Ramón Ribeyro,
Luis Valcárcel, Luis Lumbreras, Antonio Cisneros, César Guardia Mayorga, Enrique
Camino Brent, Fernando Silva Santisteban, Marco Martos, Miguel Gutiérrez, Luis
Millones, Carlos Ivan Degregori y Oswaldo Reynoso, entre otros.
Con esa antología de profesores, los estudiantes de esa generación podían decir,
como Isaac Newton “Si yo he sido capaz de ver más allá, es porque me
encontraba sentado sobre los hombros de unos gigantes”. Algunos de los
herederos intelectuales de esos gigantes fueron Virgilio Galdo, Mario Benavides,
Alberto Morote, César Ruiz, Zenón Naveda y Enrique Gonzales Carré.
Entre principios de los ochenta y mediados de los noventa, dos factores, ajenos a
la universidad, pusieron fin a este largo ciclo de prosperidad. En primer lugar, la
crisis económica nacional, que deterioró con particular virulencia los sueldos de los
profesores de las universidades nacionales. En segundo lugar, la guerra interna,
que
tuvo
como
epicentro
Ayacucho,
trajo
la
violencia
a
una
ciudad
tradicionalmente pacifica e intelectual. Ambos eventos provocaron el éxodo hacia
la capital de la mayoría de los prominentes profesionales antes nombrados. Fue un
golpe muy duro para nuestra universidad.
La histéresis de las dos últimas décadas
Los últimos 20 años han sido un periodo de histéresis para la universidad.
La histéresis es un concepto proveniente de la física que significa que un evento
transitorio puede tener efectos duraderos. En nuestro caso, un evento transitorio,
el alejamiento de un conjunto importante de profesores, parece haber tenido
efectos duraderos en nuestra casa de estudios. A nuestra universidad no le fue
muy bien en ese periodo, a pesar de la buena voluntad de las autoridades de
turno.
Pero ese es el pasado anodino, el que no se puede cambiar y que es mejor
silenciar. Quizá haya tenido razón el gaucho Martín Fierro, el personaje de José
Hernández, cuando dijo “Sepan que olvidar lo malo es también tener memoria”.
Vamos, entonces, hacia adelante, y busquemos, entre todos, la luz. La universidad
necesita una gran transformación, en los términos del científico húngaro Karl
Polanyi. Los actores del cambio son, qué duda cabe, los estudiantes, los profesores
y las autoridades. A ellos va dirigido, primariamente, las siguientes percepciones.
Los estudiantes
La frase citada de Newton, de que él fue lo que fue debido a los gigantes que le
precedieron, Nicolás Copérnico, Galileo Galilei y Johannes Kepler, no debe
entenderse textualmente. La relación entre el profesor y el discípulo no es lineal ni
determinística. Los profesores tenemos una gran responsabilidad en el destino de
nuestros estudiantes, pero la obligación de ser destacados recae exclusivamente
en ellos.
Hay una montaña de ejemplos en el mundo, de estudiantes que resisten a todos
los obstáculos posibles y llegan a ser grandes profesionales y mejores ciudadanos.
Un ejemplo cabal en el Perú lo encontramos en el curso de extensión universitaria
del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP). Allí, todos los veranos, desde 1953,
se juntan los 30 mejores estudiantes de Economía del país para capacitarse y
disputar 5 puestos de trabajo en el BCRP. El gran acontecimiento es que, en los
últimos años, muchos estudiantes de universidades de provincias, incluida la
nuestra, se han ganado un puesto en el instituto emisor. Muchos de ellos,
actualmente, están haciendo el doctorado en las mejores universidades del
mundo.
¿Qué tienen en común estos jóvenes brillantes emergentes? Me parece que lo
fundamental es que en sus diccionarios no existe la palabra excusa. Son absoluta y
totalmente responsables de sus actos. Nunca atribuyen su desgracia a otros.
Consideran que dar excusas es para los mediocres y futuros fracasados. Son, en
un sentido, como Mario Vargas Llosa y Stephen Hawking.
Nuestro premio Nobel, refiriéndose a William Faulkner, un escritor que influyó
poderosamente en su obra, dice:
Él me mostró “(….) con su ejemplo que si uno no nacía con el talento de los
genios, podía fabricarse al menos un sucedáneo a base de terquedad,
perseverancia y esfuerzo”.
A Stephen Hawking, el prestigioso físico inglés que sufre desde los 21 años una
enfermedad degenerativa de tipo neuromuscular que lo ha dejado completamente
paralizado, le pronosticaron que no viviría más de 3 años. Por motivos
desconocidos, ya ha cumplido en enero pasado los 74 años. Desde 1985 solo
puede comunicarse a través de un sintetizador de voz. Contrayendo una de sus
mejillas compone frases al ritmo de tres palabras por minuto. Con ese sistema,
escúchenlo bien, ha escrito siete libros y numerosos artículos científicos.
En su autobiografía, este físico ejemplar nos dice lo siguiente:
“He tenido una vida completa y satisfactoria (…) Mi discapacidad no ha sido un
obstáculo serio en mi trabajo científico. De hecho, en cierto sentido supongo que
ha sido una baza: no he tenido que dar clases o enseñar a estudiantes de
licenciatura, y no he tenido que asistir a tediosos comités que tanto tiempo quitan.
Así que he podido dedicarme por completo a la investigación”.
El gran Albert Einstein ha dejado también una frase especialmente hecha para
ustedes, queridos estudiantes:
"Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía
atómica: la voluntad".
En suma, jóvenes, tengan sueños ambiciosos y hagan, en cada momento, lo
necesario para que esos sueños se realicen. Nunca den excusas. Échense la culpa
de todo lo que les pasa. Con terquedad, perseverancia y esfuerzo, como Vargas
Llosa, pueden darle alcance a sus sueños. Depende de ustedes. De nadie más.
Los profesores
Los profesores estamos en un problema. Alterando un poema de nuestro César
Vallejo sobre el dolor, podemos decir que “el conocimiento crece en el mundo a
cada rato, crece a treinta minutos por segundo”.
¿Cómo
hacernos
propietarios
de
estos
conocimientos
que
crecen
exponencialmente y transmitirlos apropiadamente a nuestros estudiantes?
En primer lugar, aceptando el diagnóstico que escuché a Luis Jaime Cisneros,
maestro querido de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Él nos dijo, “el
problema de los profesores empieza cuando dejan de ser estudiantes”. Frase
categórica y desafiante. Un profesor que haya dejado de ser estudiante no merece
ejercer la tarea de la docencia.
Además, recordemos que según Albert Einstein “las teorías son asesinadas tarde o
temprano por la experiencia”. En el mismo sentido, el filósofo de la ciencia del
siglo XX, Karl Popper, nos enseñó que de una teoría se derivan las hipótesis, y si
esas hipótesis no son consistentes con los hechos, la teoría es falsa, debe morir.
Las teorías, entonces, deben ser mortales y, cada cierto tiempo, deben dar paso a
otras, mejores. Al dejar de ser estudiantes, los profesores podríamos estar
enseñando teorías hace tiempo asesinadas.
En segundo lugar, los profesores tenemos que llegar a algún grado de
especialización. De otra manera podemos convertirnos en el personaje al que se
refiere el escritor George Bernard Shaw: “El doctor Fulano de Tal lo sabe todo.
Pero es lo único que sabe”.
No podemos aspirar a saberlo todo. Hay que tender a la especialización. Einstein
tenía razón cuando decía: “Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no
todos ignoramos las mismas cosas". La interacción entre especialistas es lo que
permite una rica convivencia multidisciplinaria.
Pero mantenernos en la frontera del conocimiento, especializado, puede ser estéril.
¿Qué sentido tiene ser un sabio si nadie puede dar constancia de nuestra
sabiduría? Hay que obligarnos entonces a ser un buen profesor, ojalá excepcional,
alguien de quien los estudiantes puedan recibir una herencia de conocimientos y
consejos.
¿Cómo es un profesor de calidad excepcional? Ken Bain, historiador y pedagogo
norteamericano, responde a esta pregunta en un libro fascinante que todos
deberíamos leer: “Lo que hacen los mejores profesores de la universidad”. Cada
capítulo de su libro es la respuesta a una pregunta sobre lo que hace excepcional a
un profesor universitario.
¿Cómo son los profesores excepcionales? Sin excepción, conocen su materia
extremadamente bien. Son eruditos. Algunos cuentan con una lista impresionante
de publicaciones; otros, no necesariamente. Estos últimos, sin embargo, son
doctos en los desarrollos intelectuales de punta.
¿Cómo preparan sus clases? Consideran la preparación de las clases como un
esfuerzo intelectual tan exigente e importante como su investigación. Son
minuciosos, detallistas y centran el interés en fomentar el aprendizaje, más que en
transmitir las verdades de la disciplina.
¿Qué esperan de sus estudiantes? Lo mejor. Tienen expectativas muy altas sobre
ellos. Están seguros de que pueden conseguir peras de los que otros consideran
que son olmos.
¿Cómo se desempeñan en el salón de clases? Las estilos varían, pero todos los
profesores excepcionales intentan crear un “entorno para el aprendizaje crítico
natural”, donde los estudiantes aprenden enfrentándose a problemas relevantes y
desafiantes. Tienen buena oratoria, y consideran que la capacidad de hablar bien
es una destreza importante que vale la pena refinar tanto como la de escribir.
¿Cómo tratan los profesores excepcionales a sus estudiantes? Alguno de ellos son
tímidos y otros extrovertidos; algunos muy formales y otros no tanto. Sin embargo,
todos utilizan siempre un lenguaje cálido, muestran una gran confianza en sus
estudiantes, se muestran abiertos y de vez en cuando hablan de su propia
aventura intelectual. Para ellos la clase no es un espacio para demostrar su
brillantez o para ejercer el poder sobre los estudiantes.
Aprender de Bain nos puede ayudar a ser mejores profesores, y quizá hasta
excepcionales.
Las autoridades
¿Y cuál es el rol de las autoridades?
La razón de existir de una universidad son sus estudiantes. Su propósito principal
es el de formar profesionales de primer nivel y ciudadanos que contribuyan con el
desarrollo del país.
El proceso de formación universitaria se asemeja al proceso productivo de una
empresa, expresado en una función de producción. La función de producción
relaciona la producción de un determinado producto con los insumos necesarios.
Cuanto más insumos y de mejor calidad, más alto será el nivel de producción.
Cuanto mejor se combinen esos insumos, mayor y mejor será la producción.
En el caso de la universidad, nuestro producto final es la calidad académica y
humana del estudiante que formamos al final de su carrera universitaria. Los
insumos más importantes para conseguir ese producto final son los estudiantes al
momento de ingresar a la universidad, los profesores, y la infraestructura humana
y física que requiere la enseñanza y la investigación. Los “empresarios”, los
principales responsables de esta función de producción son las autoridades
universitarias, en el sentido más comprensivo de este término.
Son las autoridades las que eligen a los profesores que merecen incorporarse a la
universidad. Son las autoridades las que deciden el grado de selectividad para el
ingreso de los estudiantes. Son las autoridades las que deciden la permanencia o
no de un profesor. Son las autoridades las que conciben las reglas de deberes y
obligaciones de estudiantes, profesores y administrativos. Son las autoridades las
que deben evaluar, permanentemente, la capacidad docente y de investigación de
los profesores, y en función a ello premiarlos o sancionarlos. Son las autoridades
las que resuelven sobre la infraestructura necesaria que debe tener la universidad.
En fin, son las autoridades las que deben decidir la cantidad y calidad de los
ingresantes, de los profesores, y de la infraestructura física y humana. Es su
obligación conseguir la mejor dotación de estos insumos y de combinarlos en las
dosis apropiadas.
Con estudiantes tercos, perseverantes y esforzados y que no den nunca excusas;
con profesores que emulen las enseñanzas de Ken Bain y con autoridades que
tengan un norte claro y ejerzan la autoridad que corresponda para alcanzar dicho
norte, la universidad debería volver a ocupar el sitial que le corresponde en el país.
No hay excusas para que eso no sea así.
Además, la nueva Ley universitaria, a pesar de que tiene algunas imperfecciones,
es una extraordinaria oportunidad para avanzar a una velocidad mayor que el
resto de universidades del país. Tiene muchos componentes que nos van a forzar a
ser mejores. Existe el peligro, es cierto, de que si esperamos pasivamente su plena
aplicación, ella puede convertirse en una amenaza.
Para terminar, quiero advertir que me he tomado la libertad de expresar estos
pareceres, con las cuales no todos tienen que estar de acuerdo, porque soy de
casa. Soy ayacuchano, he estudiado en esta universidad, he sido luego profesor y
siempre me he mantenido pendiente de su destino. Además, ya tengo 56 años, he
trajinado en la enseñanza, la investigación, la función pública y el gobierno
universitario y creo tener algo que decir sobre el destino de esta casa de estudios
a la que tanto queremos.
Pero,
evidentemente,
son
ustedes,
estudiantes,
profesores,
trabajadores
administrativos y autoridades, los actores principales de la gran transformación
que debe producirse aquí.
En cualquier caso, creo que podemos culminar esta disertación aprovechándonos
de uno de los grades poemas de César Vallejo: “Los nueve monstruos”.
“Hay, estudiantes, profesores, administrativos, egresados y autoridades de la
Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, muchísimo que hacer”
Muchas gracias
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