Lucas 2:21-32. La circuncisión y presentación de Jesús. Aunque Cristo, como el Hijo de Dios, no necesitaba someterse a los preceptos de la Ley de Moisés, se sometió voluntariamente a la Ley por amor de nosotros, para hacernos libres del yugo de esclavitud que es no haber podido cumplir la Ley. Por eso, desde el inicio, una vez hecho hombre por su concepción en el Espíritu Santo en la joven virgen María, al octavo día de nacido Jesús fue circuncidado. La circuncisión del bebé Jesús al octavo día, era la señal del Antiguo Pacto que Dios entregó a Abraham y a los hijos de Israel, hasta el tiempo del cumplimiento de la promesa, esto es, hasta la venida del Mesías Salvador Jesucristo. En su venida él establecería la señal del Nuevo Pacto, la cual es el sacramento del santo bautismo, instituido por Cristo mismo en Mateo 28:19-20. Y del mismo modo como en el Antiguo Pacto, el de la Ley, los niños eran circuncidados al octavo día de nacidos, así también, en el Nuevo Pacto de la gracia y la fe, los bebés pueden y deben ser bautizados. En cuanto a la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén, eso sucedió unos treinta y tres días después de la circuncisión. La presentación del niño en el templo era acompañada con la entrega de una ofrenda. Los padres de Jesús, José y María, ofrendaron una tórtola y una paloma, porque eran pobres. Estas aves eran sacrificadas, y señalaban que el Mesías que había llegado sufriría en la carne, muriendo por los pecados de Israel y de todo el mundo, a fin de conseguir la paz con Dios y la herencia de la vida eterna. Así el Señor Jesús, siendo rico, se dignó hacerse pobre, para hacernos participantes de sus riquezas por su pobreza. ¿Qué significa esto hoy para nosotros? En que así como el Señor es humilde y sencillo con nosotros, así también el trato sencillo y honesto del cristiano con respecto a su prójimo es un sacrificio agradable a Dios. Finalmente, ese día de la presentación de Jesús en el templo, aparece en escena un anciano llamado Simeón. El Señor le había prometido que no moriría sin antes ver al Salvador. Simeón era un hombre "justo y piadoso" (Lc. 2:25), es decir, que temía y amaba a Dios, porque cuanto más ama el justo a Dios, con tanto más cuidado evita el ofenderlo. Y allí, Simeón tomó al niño Jesús en brazos, lleno de gozo, y exclamó: "¡Ahora, Señor, puedes despedir a tu siervo en paz, porque han visto mis ojos la Salvación ( y recuerden que en nombre Jesús significa Salvador). Tomó el anciano al niño Jesús, para demostrar que este mundo, ya decrépito, iba a volver a la infancia y la inocencia de la vida cristiana. De la misma manera, es conveniente que nosotros, los pasados en años, cada día nos volvamos niños, que retrocedamos atrás en cuanto a los malos hábitos, sea alimenticios, sea sociales, sea económicos, sea familiares, y que renovados por la gracia de Dios que nos fue dada en el bautismo, el perdón de nuestros pecados mediante la sangre inocente de Jesús, podamos avanzar hacia adelante en una vida de honestidad, humildad y justicia. A.C.