DOMINGO 6º DE PASCUA/B. ‘12 Repensemos las lecturas de la Liturgia de hoy: «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo”(1 Juan 4,7-10). «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Juan 15, 9-17). Desde la Vigilia Pascual, la Iglesia ha celebrado en estas semanas los dones de la Resurrección y acepta el compromiso de las tareas encomendadas por el Resucitado. Hoy todo nos habla y nos invita al amor; a recibir y vivir el amor que nos hace en Cristo personas nuevas y posibilita la vida comunitaria. Dios es amor. Esta revelación es como una inundación de luz en medio de la niebla. Con razón decía San Agustín: "Aunque no se dijera nada más en las páginas de la Escritura y solamente oyéramos de la boca del Espíritu de Dios que Dios es amor, ya sería suficiente; nada más deberíamos buscar". Misterio insondable. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Jesús amándonos, nos ha explicado cómo es el amor del Padre. Toda la vida de Jesús, sus palabras, sus signos, sus gestos, su pasión y resurrección, hasta quedarse con nosotros para siempre en la Eucaristía... son pruebas definitivas de ese amor divino. Nadie podia amar tanto. El superó y trascendió los límites y las capacidades humanas. Saberse amado de Dios es la mayor alegría; saberse amado de Dios, resulta la experiencia fundante de la fe cristiana. Como Jesús nos ha amado, así nos tenemos que amar. Jesús no amó “de palabra o de boca” sino que nos amó con obras y de verdad; hasta el extremo. Humanamente parece imposible amar como Jesús, pero él nos ha hecho capaces, dándonos ejemplo, y derramando el Espíritu Santo, en nuestros corazones (cf. Rm 5, 5). + ¿Cómo responder ante este misterio de amor? - 1º, agradecer y adorar.Amarás al Se or tu Dios, con todo el corazón...con todo tu ser. Y dejarse amar; abrirse sin miedo a tanto amor. - 2º, Si queremos corresponder con fidelidad a la amistad que Jesús nos ofrece, tenemos que dar testimonio de la bondad de Dios. La misión más necesaria es la de testificar el amor de Dios, hablar bien de Dios, decir a todos los que nos rodean que Dios es amor. Que no tengan miedo de Dios, que nos ama tanto que ha sido capaz de hacerse uno de nosotros. «No os avergoncéis de Cristo, que él no se avergüenza de haberse hecho hombre como nosotros»! (Benedicto 16,JMJ de Madrid) - 3º, vivir amando a los hermanos. Vivir en el amor hasta que «seamos amor». Que vaya muriendo nuestro ego, que vaya tomando posesión de nuestros pensamientos y sentimientos la fuerza del amor; que miremos al otro como a nosotros mismos; que seamos capaces de comprender, de compartir y de perdonar; que no dudemos en servir, en dar la mano, en gastarnos y desgastarnos por los demás -como siempre hacéis las madres-. Jesús quiere que vayamos haciendo comunidad de amigos, de personas libres -”el siervo no sabe lo que hace su Señor”-, que aceptan el Evangelio y se comprometen a llevarlo a los demás. Pascua del enfermo: El Evangelio nos presenta muchas veces a Jesús curando a los enfermos (Cf Mc 1,34). Los cuatro evangelistas coinciden en testimoniar que la liberación de enfermedades y padecimientos de cualquier tipo, constituían, junto con la predicación, la principal actividad de Jesús en su vida pública. La enfermedad es una condición en la cual experimentamos realmente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. Cuando la curación no llega y el sufrimiento se alarga, podemos permanecer abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo reaccionar? Por supuesto que contando con el médico estamos agradecidos a la medicina y a su progreso-, pero la Palabra de Dios nos enseña además, que hay una actitud de fondo ante la enfermedad: Es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a la gente que sana: Tu fe te ha salvado (cf. Mc 5,34.36). Incluso frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que es humanamente imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. Como Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que viene del Padre, así nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón inmerso en el amor de Dios. Todos conocemos personas que han soportado los sufrimientos, debido a que Dios les daba una profunda serenidad. Y cuantos les visitaban ¡recibían de ellas luz y confianza! En esta Pascua del Enfermo, Fiesta de Nuestra Señora de Fátima, hagamos como la gente en tiempos de Jesús: presentémosle espiritualmente a todos los enfermos, confiando en que Él quiere y puede curarlos. Que cuenten con nuestra cercanía serena y sincera. E invoquemos la intercesión de Nuestra Señora, para las situaciones de mayor sufrimiento y abandono. María, Salud de los enfermos, ¡ruega por nosotros!