XIV Pasaron varios días sin que Luis volviera a sacar el tema de los políticos. Pero esta tarde, mientras disfrutábamos del sol de los primeros fríos que, por cierto, este año llegaron en diciembre, sacó el tema de los revoltijos políticos debidos a la excarcelación de unos vascos de esos de la ETA. No había razón, pero mi sarcástica sonrisa le sacó de sus casillas. Su boca parecía un volcán vomitando lava, piedras, cenizas y… ¡qué sé yo! ¡Menos mal que sus improperios eran genéricos! Si bien en un momento calló, me miró y, como quien no reconoce a su interlocutor, me dijo con suavidad, no exenta de mordacidad: - No sé cuál sea tu posición ante la vida, pero ixos creminales… No quise entrar al trapo. Es cierto que la naturaleza parece repudiar a quien causa daño indiscriminado, especialmente cuando se realiza tal vileza sobre seres cercanos o de los denominados inocentes. Y no quise entrar porque, ya hace algún tiempo –allá por los años 1.980–, leí cuál sería el final de las bandas terrorista entre nosotros. - ¿No vas a abrir la boca? Tanto que sabes y ahora te callas… ¡No serás de ixos del Podemos o del Queremos! - Mira, Luis –le dije tras una larga pausa que no quiso entender– en la vida, pero en todo, entiéndeme bien, hacer mal no es otra cosa que eso: hacer mal… Otra cosa es convertirnos en viles voceros de esos o de aquellos. - ¡Acabáramos! –exclamó, porque al parecer esta tarde tenía las neuronas listas para la discusión a la que, por cierto, yo no estaba en condiciones de acompañarle. - Si te serenas y quieres escucharme es posible que termines por comprender y, aunque difícil, es posible que no repitas como un papagayo las consignas partidistas de esa emisoras a la parece le das más valor que… al sentido común. - Ya, tú cuando no te interesa… No quise responderle: esta tarde no estaba el horno pa bollos. Con todo, el tema tenía sus aristas pero, sobre todo, varias connotaciones dignas de ser analizadas y, tal vez, la influencia de las prédicas de los distintos voceros de la política no fueran las más importantes. Pero creí que no era el momento de bregar contra la corriente. Solamente me atreví a recomendarle, tras un prolongado silencio y, sobre todo, habiendo cambiado previamente el tema de conversación, que no hiciera caso a las noticias con que se empeñan en machacarnos bien poniéndolas en primer plano, gracias a la repetición, bien a silenciarlas en el caso opuesto atendiendo, unos y otros medios, a los intereses de sus grupos financiadores. 1 Cuando, ya de vuelta, estábamos llegando al pueblo me permití acompañarle a su casa. En la mesa camilla, casualidades, tenía el Itinerario lírico por las calles de Enguera. Lo tomé. Lo abrí por donde tenía el separador de hojas. - Aún te falta –le dije–, pero cuando llegues a la página 194… - No tengas prisa que a mí me gusta saborear lo bueno… - Por eso te lo digo, porque sé que te gusta disfrutar y aprender de personas tan sabias como Don Miguel - Pos sí… ¡es que hay que ver lo bien que lo dice tò! Mira, ahora estoy en la de la calle San Ramón y cuánta razón tiene en eso de poner una escultura de un buen perdigote en el rinconet… ¡ché cuánto sabía este hombre! - Vale, pues ya me dirás –le dije por no acabar discutiendo. Con el tiempo, Luis llegó a esa página 194 del libro. Le impactó que Don Miguel, su ídolo en lecturas y conocedor de cómo se impartía entre nosotros la justicia, escribiera hace tantos años, tantos que Felipe González aún no había ganado las primeras elecciones, que el terrorismo, como el bandolerismo, se politizan y terminan con los indultos… - ¡Como pa tomar partido por unos u otros! Y es que la política… Le corté con un exabrupto. No pude contenerme. Por la Transcripción José Cerdá Aparicio 2