Izquierdas y gobierno en América Latina…

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Izquierdas y gobierno en América Latina…
Antonio Sanguino
Presidente
Corporación Nuevo Arco Iris
Si algún rasgo caracteriza el actual momento político de América Latina es la
irrupción de las izquierdas. No sólo por la configuración de fuerzas políticas con
arraigo social, capacidad de movilización de contingentes sociales y audiencia en
la opinión pública, sino por su vocación de poder y acceso al ejercicio del
gobierno.
En general, atrás quedaron los sistemas políticos dominados por dictaduras
militares al servicio de castas, familias y grupos que usurparon el poder en
beneficio de privilegios excluyentes. Los sempiternos regímenes bipartidistas que
se repartían el poder público en contubernio con intereses trasnacionales e
imperiales son cuestionados por una inusitada emergencia de poderosas fuerzas
políticas de izquierda, dispuestas a disputarse el poder político por vías
institucionales. Atrás quedaron también, en el campo de las izquierdas, los
dilemas entre reforma y revolución o la recurrencia reiterada a la violencia
revolucionaria como motor del cambio social.
Todo ello ha acontecido en un contexto especialmente complejo. El agotamiento
de las dictaduras militares como fórmula de dominación y su fracaso en el
sofocamiento de la insubordinación popular, las limitaciones de los partidos
políticos tradicionales para interpretar las demandas ciudadanas de mayor
democracia y bienestar, las situaciones de conflictos armados internos que
expresaban una incapacidad de los sistemas políticos para albergar y tramitar los
conflictos sociales derivados de profundas fracturas económicas y sociales, y la
dependencia sempiterna de nuestras naciones a los dictámenes de las potencias
extranjeras.
Pero la izquierda tuvo que vivir su propia mutación. La caída del muro de Berlín y
con él, el derrumbe del mundo socialista puso en cuestión la ortodoxia socialista.
Para gran parte de la izquierda latinoamericana este acontecimiento cuestionó
no sólo un modelo de socialismo sino también las bases teóricas y políticas sobre
las que éste se sustentó. También, el modelo de Estado de Bienestar promovido
desde las izquierdas de la Europa Occidental mostraban serias limitaciones para
asegurar el pleno empleo y la eficiencia en la atención a las múltiples y
crecientes demandas sociales. Nuevos polos de conflicto asociados a
desigualdades de género, minorías sexuales o problemas ambientales requerían
respuestas desde las fuerzas del progreso.
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La izquierda, teóricamente perpleja y estratégicamente derrotada a finales de la
década de los ochenta, comprendió que el camino de la insubordinación armada
no tenía espacio político internacional y no lograba convocar a las masas urbanas
y rurales para un asalto del poder por la vía militar. Se imponía, entonces, una
etapa de refundación teórica y política en el marco de una ofensiva de la
derecha mundial y latinoamericana que proclamaba el fin de la historia,
prometía un modelo que despreciaba por igual al socialismo estatista y al Estado
de Bienestar y proclamaba al mercado como el más optimo asignador de recursos
y beneficios.
En dicha búsqueda, la izquierda latinoamericana se buscó y se encontró. El Foro
de Sao Paulo creado en 1990 reunió a toda la izquierda latinoamericana para
repensar su papel en el continente. Era un momento de búsqueda, pero también
de contemplación a la ofensiva neoliberal que arrasaba a toda América Latina,
que produjo como resultado una suerte de combinatoria de lucha social y
resistencia a los efectos del modelo económico; un reagrupamiento y
fortalecimiento de las formaciones partidarias; y lo más importante y novedoso,
una disposición para la conquista y el ejercicio del gobierno.
El Gobierno como aprendizaje…
La izquierda tiene especial destreza y arrojo en la lucha social. También sabe
con especial inteligencia organizar partidos, pero siempre entendió el ejercicio
del gobierno como producto de un dominio hegemónico de todas las esferas del
poder.
Esta nueva realidad ha sido el más importante desafío de las izquierdas
latinoamericanas en la última década. Aprender el arte de gobernar, esto es,
acceder al Estado para convertir en políticas y acciones un ideario de Estado y
sociedad, en un contexto especialmente adverso y complejo, ha sido una
experiencia plagada de dificultades, debates, dilemas, tensiones y conflictos.
Aprender a gobernar ha sido un proceso de abajo hacia arriba, de ejercicios de lo
local a lo nacional. Las izquierdas fueron conquistando el gobierno de ciudades y
regiones no sólo porque la correlación de fuerzas así lo permitía, sino porque
debía acumular experiencia en el campo de la gerencia pública y porque debía
enviar mensajes de tranquilidad y confianza a sectores de la sociedad que
desconfiaban de sus “arrebatos insurreccionales”.
Pero, además, la izquierda tuvo que aprender a juntarse con otros actores
sociales y políticos. Construir amplias coaliciones para el acceso y el ejercicio del
gobierno, no sólo fue un imperativo de la táctica política y electoral, sino que
contribuyó a desencartonar las agendas de las izquierdas, introduciendo una
aconsejable dosis de realismo político, al tiempo que le permitía aprovechar en
su favor la descomposición de los viejos sistemas políticos.
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La agenda económica y social ha sido la más difícil de gestionar desde los
ejercicios de gobierno de las izquierdas. Huérfana de los viejos paradigmas e
imposibilitada para acudir a las fórmulas de las expropiaciones, las estatizaciones
o la negativa al pago de la deuda externa, enfrentada a graves crisis fiscales de
los Estados y nadando en un contexto de cambios estructurales en las economías
de las naciones, ha reinventado una agenda que combina la responsabilidad en
las políticas fiscales, tributarias y monetarias, con acciones de emergencia hacia
los más pobres mediante programas de choque y modelos de “últimas redes de
protección”, con políticas estructurales y universalistas en materia de salud,
educación, seguridad alimentaria, reformas agrarias y urbanas. Ha sido
especialmente visible el enfoque de derechos que animan estas experiencias de
gobierno.
La búsqueda de una mayor democratización de las sociedades latinoamericanas y
el incentivo a una mayor y mejor participación de la ciudadanía en los asuntos
públicos han sido un rasgo distintivo de las izquierdas en el gobierno, y el
antídoto para enfrentar los discursos tecnocráticos o las prácticas clientelistas
tan arraigados en la región. La paradigmática experiencia del Partido de los
Trabajadores en Portoalegre, Brasil enseñó que uno de los grandes legados que la
izquierda puede dejarle a nuestras sociedades es la inclusión política y la
expansión de la ciudadanía.
Pero la izquierda supo incorporar nuevos temas en la agenda pública y enfrentar
nuevos polos de conflicto y tensión. La equidad de género, la preocupación por el
medio ambiente y los derechos de las minorías étnicas y sexuales.
Enfrentando nuevos desafíos…
Aún es temprano para hacer un balance global del desempeño de las izquierdas
en los gobiernos, pero es tiempo suficiente para identificar los nuevos desafíos
que estas tiene por delante.
El primero de ellos tiene que ver con su agenda económica. No parece suficiente
las políticas de emergencia hacia los más pobres o la perspectiva de derechos
que acompaña sus políticas sociales. Se requiere morigerar la preponderancia de
las autoridades económicas en sus gobiernos y, sobre todo, reinventar un
programa económico que acerque aún más el crecimiento de las economías con
la búsqueda de la inclusión y la justicia social.
El segundo tiene que ver con la cuestión de la integración en un mundo cada vez
más globalizado. Insistir en la integración latinoamericana mediante la
promoción de instrumentos como el MERCOSUR no parece suficiente ante las
presiones de los actores económicos de las naciones que temen quedarse
rezagados ante escenarios cada vez más competitivos. El tema de los tratados de
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libre comercio con Estados Unidos es un asunto que los gobiernos de izquierda
deben gestionar adecuadamente.
El tercero viene por cuenta de la corrupción. Los recientes episodios que
comprometen al Partido de los Trabajadores en Brasil demuestran que la
gobernabilidad de la izquierda no puede garantizarse a cualquier costo y que,
más bien, tiene que anticiparse y preparase para enfrentar las estructuras de
corrupción enquistadas en los aparatos públicos de la región.
Pero el más importante desafío está en la relación entre gobiernos de izquierda y
sus respectivas fuerzas políticas. Construir una relación de ida y vuelta entre
ambas esferas y situarse en un punto que signifique evitar que la fuerza política
invada el gobierno y afecte su necesaria autonomía, al tiempo que impida que el
gobierno desplace del rol estratégico a los partidos parece lo más aconsejable.
Ello es quizás lo que más resentimos de las experiencias de Bolivia y Venezuela,
la debilidad de sus fuerzas políticas y la excesiva reverencia a sus líderes.
Lo novedosa entonces es el ejercicio del gobierno.
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