PALABRAS DEL SEÑOR ARZOBISPO

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PALABRAS DEL SEÑOR ARZOBISPO
JAUME PUJOL BALCELLS
EN EL FUNERAL DEL PADRE GERARDO
Muy querido P. Adamo, Padre Provincial, P. Mario, P. Matteo y P. Luigi. Queridas
Hermanas Hijas del Divino Celo del Corazón de Jesús. Hermanos y hermanas en el
Señor. Nos hemos reunidos aquí para celebrar la Santa Misa en sufragio por el alma del
P. Gerardo Argentieri. Él fue ordenado sacerdote en Asís el 29 de junio de 1953.
Consagró su vida a la oración por las vocaciones según el carisma de San Aníbal Mª di
Francia, acompañando incansablemente a la comunidad de Tarragona con su ayuda y su
servicio.
Mucho le hemos encomendado en su larga enfermedad. A todos nos ha dado ejemplo de
paciencia, de soportar sin quejas una dolorosa enfermedad, siempre con una sonrisa en
los labios. Para mí, os puedo decir, ha sido un consuelo poderle conocer y las muchas
veces que he podido venir al Loreto encontraba siempre en él una persona muy cariñosa
y que me quería mucho. A él me encomiendo ahora que ofrecemos esta misa en sufragio
por su alma, por si necesita purificarse para dar a Dios el abrazo supremo.
Pienso que podemos decir que el padre Gerardo fu un buen hijo de San Aníbal Di Francia,
canonizado en mayo de 2004. Como buen hijo suyo, el padre Gerardo ha hecho con su
vida ese enlace fecundo de oración y dedicación a los demás. Se puede decir también de
él lo que decía San Aníbal Mª: “a Dios rogando y con el mazo dando”, o sea, vivir nuestro
día a día, dándole sentido vocacional como si fuera una respuesta “importante” la llamada
de Dios. Entendiendo a los que calificamos “buenos obreros del Evangelio”, o sea, a todas
las personas que, con su ejemplo e ilusión, siguen dando esperanza a los hermanos,
como fruto de su oración incesante y coherente. A través de los santos y de personas que
tratan de imitarle, es como podemos seguir adelante.
La muerte siempre nos sorprende; aunque la vida de esas personas haya sido larga y con
un desenlace previsible después de una larga enfermedad. Sí, la muerte, especialmente
si es la de un ser muy querido, nos sorprende, pero sabemos que Dios elige las almas
cuando están maduras para la eternidad. Las escoge en el mejor momento, aunque
nosotros no lo entendamos. Dios a las almas que le han sido fieles, les dice: “muy bien,
siervo bueno y fiel; ya que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el
gozo de tu Señor”.
Es poco realmente lo que podemos hacer por Dios, en comparación con lo que Dios nos
dará para toda la eternidad. Pero también es poco lo que nos pide en esta tierra en
comparación con lo que Él concede ya en esta tierra a los que le aman: las almas que son
fieles a Dios son muy felices en esta vida, y llenan de felicidad a las personas que tienen
a su alrededor: eso me parece que es el resumen de la vida del padre Gerardo. Para los
que han querido vivir con Cristo, a pesar de sus errores y deficiencias, de sus pecados
muchas veces perdonados, les espera una eternidad de amor.
Digo que es poco lo que podemos dar a Dios, pero ese poco es de alguna forma mucho.
Porque es el amor, ese mismo amor que Dios pone en nuestros corazones; el amor del
Padre al Hijo, que es el Espíritu Santo ha sido derramado en nuestros corazones, dirá
San Pablo. La vida cristiana es amar; amar de verdad, sin egoísmos (eso es morir a uno
mismo). Amar a Dios en primer lugar y, en Él y por Él, a todos los hombres; sacrificarse
por los demás en las pequeñas cosas de cada día; desvivirse por los que están a nuestro
lado; dar la vida por ellos. Amar a Dios con obras, y las obras son el servicio a los demás,
especialmente a los más próximos y los más necesitados: en esto está la grandeza de la
vida cristiana.
He querido que se leyera el Evangelio de las Bienaventuranzas que son como la carta
magna del cristianismo o la ley fundamental de su Reino, es decir, una declaración de sus
principios básicos. Bienaventurados significa dichosos, felices. Jesús proclama que son
bienaventurados aquellos que disfrutan construyendo en la tierra el Reino de Dios. Pero
ese mensaje no es fácil de comprender, ya que Jesús pone la felicidad donde para
muchos hombres no hay motivo, pues dice que serán felices, dichosos o bienaventurados
los pobres, los mansos, los que lloran y tienen hambre…
En las bienaventuranzas Cristo indica el camino de la felicidad eterna. La felicidad que
prometen las bienaventuranzas no es para esta vida, sino para la otra. Los verdaderos
bienaventurados son los que ya están con Dios en el Cielo. Pero también son felices en
esta tierra, los hombres y mujeres que acogen la buena noticia predicada por Jesús.
Ahora bien, el estilo de vida que proponen las bienaventuranzas exige la fortaleza de
espíritu y el seguimiento de Jesús.
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1717) señala algunas de las características de las
bienaventuranzas. Nos dice que dibujan el rostro de Jesús y describen su caridad;
expresan la vocación de los seguidores de Jesús; iluminan las acciones y las actitudes
características de la vida cristiana; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de
todos los santos.
Me gusta leer las bienaventuranzas en el funeral de los sacerdotes, religiosos y personas
consagradas, porque es el ideal que han tratado de vivir a lo largo de su vida. Fijaros en
esas ocho exclamaciones. Los pobres en el espíritu son los que tienen el corazón
desprendido de los bienes materiales. Los mansos son los que sufren con paciencia las
persecuciones injustas y los que no se dejan llevar por el abatimiento en las
adversidades. Los que lloran son los afligidos por cualquier causa, los que se arrepienten
de sus pecados y aceptan los sufrimientos con amor; son aquellos que se preocupan del
dolor ajeno y no viven obsesionados por el propio. Habla Jesús de los que tienen hambre
y sed de justicia; y el justo es sinónimo de hombre santo, religioso, que cumple la voluntad
de Dios. Los cristianos hemos de implantar la verdadera justicia en la tierra, con una
predilección especial por los más débiles.
Son misericordiosos los que comprenden y disculpan los defectos de los demás y
socorren al necesitado y se alegran o sufren con las alegrías o penas de los demás. Son
limpios de corazón los que viven las exigencias de la pureza y de la castidad. Los
pacíficos son los que promueven la paz y la justicia. Y finalmente, Jesús nos dice que
serán bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el
Reino de los cielos. Es decir, aquellos que padecen cualquier persecución por ser fieles a
Dios. En grado máximo son los mártires. Sin duda, que es el programa que el P. Gerardo
procuró vivir toda su vida.
Prosigamos con la Eucaristía. “La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente
en su seno al cristiano durante su peregrinación terrena –dice el Catecismo de la Iglesia
Católica-, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo en las manos del Padre.
La Iglesia ofrece al Padre, en Cristo, al hijo de su gracia y deposita en la tierra, con
esperanza, el germen del cuerpo que resucitarán en la Gloria. Esta ofrenda es
plenamente celebrada en el sacrificio eucarístico” (CEC, 1683).
Me gusta aplicar a las personas queridas que han fallecido estas palabras de San
Jerónimo: “no nos entristezcamos por haberle perdido, si no demos gracias a Dios de
haberle tenido; de tenerle todavía, porque en Dios todas las cosas viven, y quien vuelve al
Señor, vuelve a formar parte de la familia.
Aprovecho esta ocasión para agradecer a los P. Rogacionistas toda la labor que realizan
en la parroquia de San Cosme y San Damián, en este Santuario de Loreto y en la casa de
espiritualidad aneja, en su tarea de catequesis y en la ayuda a los más desfavorecidos, y
les animo a seguir por este camino.
Que la Virgen, bajo la advocación de Loreto, nos conceda ser fieles hasta el final; a ella
nos encomendamos ahora -en el hoy de nuestras vidas- y en la hora de nuestra muerte:
le pedimos “que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en la Cruz de su
Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como Madre nuestra para conducirnos
a su Hijo Jesús, al Paraíso” (CEC, 2677).
Novembre 13, 2005
Santuario de Nostra Senora de Loreto, Tarragona, Spagna
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