KLAUS SCHATZ ELECCIÓN DE OBISPOS: HISTORIA Y TEOLOGÍA Lacónicamente afirmó el nuncio en Suiza (7.10.1988) que "desde hace 2000 años los Papas nombran a los "obispos" y que "el así llamado derecho de elección no es otra cosa que un derecho de patronato", o sea un derecho eclesiástico-civil. Dichas afirmaciones siguen la lógica: "siempre ha tenido que ser así, luego así fue desde el comienzo". Ya durante la preparación del vaticano I se intentó probar que el nombramiento de los obispos correspondía al Papa. Se argumentaba que, aun en el supuesto de que otras instancias hubiesen ejercido el derecho de designar obispos, quedaría por probar que lo hacían por derecho propio y no por autorización, al menos tácita, de la Santa Sede, y que probarlo era imposible, porque el derecho correspondía al Papa y porque los Papas permitieron que otros designasen obispos. Un recorrido por la historia de la Iglesia ayuda a tener una opinión más matizada y exacta sobre el tema, y a una reflexión teológica sobre el mismo. Bischofwahlen. Geschichtlisches und Theologisches. Stimmen der Zeit 207 (1989) 292 307 LA ANTIGUA IGLESIA (HASTA EL 500): Actuación conjunta de la iglesia local y la jerarquía supralocal Prioridades de la antigua iglesia La situación respecto a la elección de obispo ofrece un conjunto de hechos del que no es posible aislar la elección realizada por la iglesia local. Esta estaba integrada en un complejo proceso de distintas actuaciones, poco definidas, entre las que se daba un delicado equilibrio. No hay que olvidar que en la antigua iglesia la pregunta no era quién designa al obispo, sino cómo ha de ser el obispo. Todo se orientaba a tener obispos dignos. En un escrito de la segunda mitad del siglo IV, el obispo de Roma (¿Dámaso o Siricio?) dice: "Lo que importa no es lo que quiere el pueblo, sino lo que exige la vida según el evangelio. El testimonio del pueblo vale si juzga según las cualidades personales, no por favoritismo". Se trataba concretamente del peligro de corrupción y de la instrumentalización de las elecciones por los intereses de grupo. Factores esenciales En la designación del obispo actúan conjuntamente dos factores esenciales: la elección de la iglesia local y el control jerárquico mediante el colegio (regional) de obispos. Estos dos factores no poseen siempre la misma importancia, pero no faltan nunca. Ni siquiera con el giro constantiniano es posible trazar una línea, a partir de la cual la KLAUS SCHATZ elección comunitaria ceda a favor del derecho de decisión de los obispos vecinos o del metropolita. Ya en el testimonio post-neotes-tamentario más antiguo, la carta de Clemente, escrita hacia el 95, se dice que los responsables de las comunidades (de obispos todavía no se habla) han sido establecidos por apóstoles o varones de prestigio "con la aprobación de toda la comunidad". Algo semejante se encuentra ya en los Hechos. Función de la iglesia local La designación por parte de la iglesia local, percibida como auténtica elección del obispo, es considerada como esencial. No resulta fácil saber cómo se realiza la elección y si existían distintas alternativas. Al menos desde el siglo III, la iniciativa corresponde al clero. A partir del siglo IV (en Oriente .a partir de Justiniano), con la práctica equiparación entre comunidad ciudadana y episcopal, el rol decisivo del pueblo pasa a los más honorables de la ciudad. El contexto sociopolítico, del que no cabe desligar la elección, es el de la ciudad antigua (pólis, civitas), como universo primario vital del hombre y juntamente como dimensión eclesial y comunidad episcopal: obispado y ciudad coinciden. Sólo en ese marco las elecciones alcanzaron todo su sentido. No siempre es claro si la elección tuvo un auténtico sentido constitutivo. Lo tuvo en Milán, el 374, en el caso de Ambrosio. Tras la muerte del obispo arriano Auxencio, el pueblo estaba dividido en católicos y arrianos. Con Ambrosio, entonces sólo catecúmeno, aclamado como obispo a la- voz de un niño, la unidad sé restablecería. Casos como éste son atípicos. Otras veces la elección adquiere un cariz informativo: jurídicame nte deciden los obispos vecinos, pero la elección les sirve para saber quién tiene la confianza del clero y de la comunidad. Así, para Cipriano de Cartago (248-258) la elección en presencia del pueblo, que conoce perfectamente la vida y el carácter de cada uno", tiene el sentido de la publicidad y la transparencia, y evita que se cuele alguien que no se digno. Cipriano describe así las distintas instancias: el clero local proporciona el testimonium sobre los candidatos, el pueblo da su aprobación (suffragium) y los obispos vecinos deciden. (iudicium). Cuando se produce una vacante, éstos se reúnen para informarse in situ sobre quién goza de confianza. Primero preguntan al clero. Luego el candidato (uno, no varios) es presentado al pueblo, que da una especie de aprobación. Cipriano se remite al hecho de que este procedimiento es corriente "entre nosotros y en todas las provincias". Lo es en el N. de África durante el siglo III. También en el siglo IV en las Galias existe una praxis semejante, con la diferencia de que allí se preguntaba también a los más honorables de la ciudad (petitio, postulatio). Función de la jerarquía supra-local El control jerárquico lo ejercen los obispos de las iglesias vecinas. Estos forman una provincia eclesiástica con un metropolita, que gana en importancia a partir del siglo IV. En las capitales que, como Alejandría, ejercían un fuerte dominio político y eclesiástico en su área, el patriarca decía la última palabra en las elecciones de su región. Contra la tendencia de los metropolitas a imponer su voluntad, nombrando a sus favoritos, y KLAUS SCHATZ contra la praxis de designar al sucesor, surge una oposición que se articula en los sínodos. Ya el concilio niceno (325) dispone que el nombramiento no lo haga un solo obispo sino que sean, como mínimo, tres (praxis que, pasó al, rito de la consagración) y, ser posible, todos los de la provincia. Fueron los Papas del siglo V, en especial León Magno (440-461), quienes, en contra del excesivo predominio de metropolitas como Hilario de Arlés, subrayaron el derecho de la comunidad local y el papel irrenunciable de la :elección. En este contexto fueron acuñadas las ya clásicas sentencias ningún obispo impuesto a la fuerza y el que ha de mandar a todos ha de ser elegido por todos. La frase nullus invitis detur episcopus aparece por primera vez el año 428 en un escrito del Papa Celestino I a los obispos de la Galia meridional. León Magno la hace suya en cartas a las Galias. Con el trasfondo de la ruina de la civilización romana en las Galias de la época de las invasiones y dada la importancia de los obispos como únicos garantes del orden y la estabilidad, se comprende que la imposición condenada por el Papa no fuese infrecuente. Y así el 445 tuvo que protestar contra los obispos desconocidos impuestos a punta de lanza: "Se reúnen las firmas de los clérigos, los testimonios de los más honorables, el consenso de la nobleza y del clero. El que ha de mandar a todos ha de ser elegido por todos". Para León Magno en la elección se trata de una delicada actuación conjunta de las distintas instancias eclesiásticas: la selección de candidatos por el clero (electio), el testimonio y la demanda del pueblo, sobre todo de la nobleza (testimonium, expetitio), y la decisión última de los obispos de la provincia eclesiástica, ante todo del Metropolita (iudicium). Y en una carta al arzobispo Anastasio de Tesalónica precisa: En principio elíjase a aquel "que reclama el consenso de clero y pueblo". Si no hay unanimidad, la decisión compete al metropolita, que ha de mantener el principio "de que nadie sea consagrado contra la voluntad (de la comunidad), para que la ciudad no desprecie al obispo que no quiere y no se resienta su vida religiosa". Los textos citados muestran que la realidad estaba lejos del ideal. Dan testimonio también de la conciencia eclesial, incluso cuando el ideal apenas era realizable en la realidad sociológica en la que la iglesia vivía. El énfasis constante en la libre aprobación de la iglesia, a la que no puede imponerse un obispo adquiere valor teológico. No hay una única instancia que pueda decidir sobre la elección del obispo.. Hay siempre una actuación conjunta (synérgeia) de la iglesia local y la universal, de la jerarquía y de la comunidad, del clero y del pueblo. BAJO EL SIGNO DEL DOMINIO REGIO SOBRE LA IGLESIA (SIGLOS VI-XI) En los reinos germánicos convertidos al catolicismo la designación de los obispos evoluciona de forma que son los reyes los que tiene la última palabra. Cierto que los sínodos reclaman la elección por el clero y pueblo, y en las proposiciones de Celestino I y León Magno se insiste en los principios de la no imposición y de la elección por todos. Pero ya en el concilio de Orleans (549) se dice que el obispo ha de ser elegido "por la voluntad del rey, conforme a la elección del clero y pueblo". La decisión última correspondía al rey, si existía poder central, y si no, a la nobleza. Había dos formas de elección: o clero y pueblo (consensus civium) proponían y el rey aprobaba, o la designación real era ratificada por aclamación más o menos formal del pueblo. KLAUS SCHATZ Esta decadencia del antiguo derecho de elección no se entiende independientemente del cambio que experimentó la sociedad por el paso de la antigua cultura ciudadana a otra agraria, basada en el dominio de la tierra. Las poblaciones de Occidente, en declive a partir de las invasiones, se reagruparon en torno a su núcleo fortificado, mientras los obispados, en la línea de la cristianización de la tierra, se convirtieron en ámbitos territoriales. Así desaparecieron los ciudadanos en sentido antiguo. Y las elecciones, sin reglamentación alguna, fueron presa de los intereses de la nobleza local y de un clero, poco consciente, liado con ella. La instancia eclesiástica de control la organización metropolitana, que en los siglos IV y V había representado la colegialidad episcopal, estaba también en franca decadencia y, restablecida sólo a partir de la época carolingia, no llegó a recuperar su antiguo espíritu. Los obispos quedaron cada vez más ligados al rey y la única colegialidad posible la desarrolló el episcopado imperial en torno al rey. Fundamentalmente la situación se mantuvo en Occidente hasta el siglo XI. Tampoco el nombramiento regio tenía por qué ser el peor, si lo comparamos con la ocupación de las sedes por la nobleza regional. Porque la posibilidad de que la elección se acercase al ideal de obispo trazado por la tradición era mayor que cuando la sede episcopal pasaba de padres a hijos o era el feudo de la familia noble. Los peores casos de simonía no se dieron donde las elecciones eran controladas por un fuerte poder central, sino allí donde ese poder faltaba (Francia meridional hacia el año 1.000). EL SUEÑO DE LA LIBERTAD DE LA IGLESIA. De la elección al nombramiento del obispo (siglos XI a XIV) Restablecimiento de la elección La reforma gregoriana, que hizo bandera de la lucha por la libertad de la Iglesia y contra el dominio laical, no pretendió sustituir el nombramiento regio por el papal. Todo lo contrario: el punto capital de su programa era, o fue muy pronto, el restablecimiento de la elección. Para los reformistas, en la libre elección del obispo por la iglesia local se manifestaba la libertad cristiana, que no se deja manipular por los poderes dominantes. Resurgió la primitiva idea cristiana de los desposorios espirituales entre la iglesia y el obispo, como representante del esposo, Cristo. Con la simonía la casta esposa de Cristo se convertía en prostituta, la investidura laical equivalía al rapto y la violación y el emperador pasaba de protector a proxeneta. En el libro 3° Adversus simoniacos del cardenal Humberto de Silva Cándida (1058) se expone la exigencia de la libre elección. El cardenal se queja de que los primeros (clero, pueblo y metropolita) sean los últimos y los últimos (poder civil) sean los primeros y, empalmando con León Magno, intenta restablecer el recto orden: elección del clero, confirmada por la decisión (iudicium) del metropolita, demanda (expetitio) del pueblo y aprobación del príncipe. Con la reforma, los laicos quedan excluidos del ámbito interno de la elección. Al príncipe, no se le quita toda intervención en el proceso electoral. Se le relega al vestíbulo Como cabeza de los laicos presenta la demanda (expetitio) del pueblo, pero no decide él, sino el clero y el metropolita, que dice la última palabra en caso de elección no unánime. KLAUS SCHATZ Los siglos XII y XIII constituyen en Occidente la época clásica de la elección de los obispos. Con la diferencia de que antes el círculo de electores no quedaba circunscrito y ahora se reduce a los miembros del capítulo catedralicio, o sea, a un gremio puramente eclesiástico. En realidad había fallado el supuesto teológico en el que se basaba la elección por el clero y pueblo: la unidad de la comunidad episcopal y la ciudad. Y con esto la elección se había convertido en un escarceo en la carrera por el poder entre las distintas fracciones de la nobleza. Intervención del papado Fuera de la propia provincia eclesiástica romana, el papado no intervino de forma definida en la elección de los obispos. Sólo en función de suplencia o por propia renuncia de los obispos, asumió Roma competencias en un proceso que comenzó con el sínodo de Sárdica (342 ó 343) y culminó con el Papa Inocencio III (1198-1216), quien reivindicó el derecho de nombrar obispos, cuando el capítulo catedralicio no se ponía de acuerdo. Y así fue como el derecho de control de los metropolitas fue pasando a Roma. El cambio decisivo operado en los siglos XIII y XIV tiene un trasfondo complejo. Enzarzados los capítulos catedralicios en las rivalidades y luchas políticas, el ideal de la libertad de elección era pura quimera. Al fallar la unanimidad -señal de una auténtica elección- salían elecciones dispares. Apelar a Roma se hizo más frecuente y las minorías vieron el cielo abierto para imponerse con la ayuda de" Roma. El Papa, dejando de lado los dos candidatos rivales, solía decidir a favor de un tercero. En el segundo concilio de Lyon (1274), por intervención de Gregorio X, se introdujo la mayoría de los dos tercios, vigente para la elección del Papa. Cuando no se alcanzaban los dos tercios -caso muy frecuente- cualquier minoría podía sentirse la parte más sana y apelar, a Roma. La iglesia, monarquía papal Desde mediados del siglo XIII, a partir de la nueva concepción de la iglesia como monarquía papal, en la que el Papa es la fuente de todo el poder eclesiástico, la concesión de obispados por el Papa deja de ser anormal. Esto llega tan lejos, que el autor papal Egidio Romano puede afirmar en 1301: Así como Dios normalmente actúa en el mundo mediante las causas segundas, pero en casos singulares puede intervenir directamente, así también el Papa actúa normalmente mediante la causa segunda del capítulo catedralicio, pero puede intervenir directamente y nombrar al obispo en virtud de la plenitud de su poder. De ahí podría inferirse que, así como Dios no va a golpe de milagro, tampoco el Papa puede echar mano continuamente de la intervención directa. Pero en realidad se reafirma la praxis del nombramiento papal como normal y la concepción de que en la iglesia todo el poder procede del Papa y de que los obispos son sólo partícipes de su responsabilidad. Así, cuando el capítulo catedralicio realizaba la elección, lo hacía, no por la autoridad de la iglesia local, sino por encargo del Papa. Cierto que contra esto se levantaron críticas en la iglesia. Pero no se criticó tanto el principio en sí como el modo, sobre todo cuando había dinero de por medio. KLAUS SCHATZ El paso definitivo se dio en el siglo XIV, con el papado de Aviñón. Y fue principalmente por motivos económicos: el nombramiento de obispos era la principal entrada de la curia. Se establecieron costumbres y reglamentos que no eran otra cosa que simonías con el sello papal. Así las añadas (ingresos del primer año) y las expectaciones (pago anticipado con plazos anuales) que los nombrados habían de entregar a la curia. Al ir los casos en continuo aumento, Urbano v estableció que la curia se reservase los nombramientos a partir de un determinado nivel de ingresos (!). La libre elección de los obispos, por la que tanto se había luchado en la época gregoriana, era derogada por el mismo papado, y no por motivos pastorales, sino económicos. ENTRE EL CENTRALISMO PAPAL Y LA IGLESIA SUPEDITADA AL ESTADO (SIGLOS XV-XIX) Intervención del poder civil Hasta el siglo XIX no nombró Roma a los obispos de casi todas partes. Antes tuvo que contar con otras instancias. La decadencia del papado, producida por el cisma de Occidente (1378-1417) y los concilios reformadores de Constanza y Basilea, y la aparición del centralismo absolutista de los príncipes, que no podían tolerar una iglesia autónoma y por esto intentaban mantener bajo control los nombramientos, impidieron el pleno desarrollo del nombramiento papal. En el concordato con el sacro imperio romano-germánico, suscrito en Viena el 1448, se restablece el derecho de elección de los capítulos. En casi todas las grandes monarquías -en 1516 tanto en Francia como en España y sus territorios de ultramar- se introduce el derecho de nombramiento de la corona. El papado se puso a la defensiva. Prescindiendo de la ficción jurídica de que eso era privilegio papal concedido a un fiel hijo de la iglesia, sólo quedaba en pie el principio de que los a, sí nombrados debían recibir de Roma la confirmación definitiva, que en casos muy excepcionales podía denegarse. Directrices tridentinas Fueron los obispos franceses los que, a comienzos del año 1563, durante el concilio de Trento, pusieron a debate el restablecimiento de la elección de los obispos. El cardenal Guisa reclamaba la vuelta, a la forma antiquae ecciesiaé (de la Iglesia antigua) y arremetió contra el nombramiento tanto regio como papal e incluso contra la elección por el capítulo Catedralicio. Pero esta postura no tenía ninguna posibilidad de éxito: los franceses estaban solos. Los italianos eran por princip io partidarios del derecho papal. Y los españoles consideraban que el nombramiento regio les había resultado positivo. Por otra, parte, en Trento prevaleció la acertada consideración de que ninguna de las. formas, en uso garantizaba buenos obispos y que cualquiera de ellas podía proporcionarlos. Se trataba, no de cambiar de procedimiento, sino de crear un control de calidad, introduciendo pruebas. Así, el obispo húngaro Draskovich afirmaba que las tres formas podían y debían renovarse: si elegía el capitulo, había que procurar que entre los capitulares no faltasen buenos candidatos; si nombraba el rey, debía ser consultado el metropolita, y si el Papa confirmaba, debía primero recoger información fidedigna y no sólo enterarse de si el candidato había pagado las tasas. Con esto ponía el dedo en la llaga de cada procedimiento. En esta línea, Trento estableció un sistema de pruebas canónicas. Y, si los criterios tridentinos a menudo no se siguieron, fue porque muchos KLAUS SCHATZ abusos estaban demasiado ligados al sistema sociopolítico pre-revolucionario, para poder ser eliminados, aun con la mejor voluntad de los concilios y los papas. El siglo XIX Hasta el pontificado de Pío IX (1846-1878), en los concordatos, Roma casi por regla general atribuyó el derecho de nombramiento a los jefes de estado católicos. Todavía hacia el 1870 los obispos de la mayoría de los países católicos eran nombrados por el estado, en el supuesto -eso sí- de que se trataba de un privilegio papal, concedido, en principio, a jefes de estado católicos, y no un derecho originario del estado. Una situación singular se presentó desde comienzos del siglo XIX, porque -sobre todo en Alemania- había numerosos estados protestantes, que dominaban extensos territorios católicos, con el agravante de que no eran partidarios de la separación entre la iglesia y el estado y no estaban dispuestos a dejar de influir en la elección de los obispos. No aceptaban el simple nombramiento de Roma, como tampoco Roma un nombramiento como el de los estados católicos. Tanto en Alemania como en los cantones suizos, la solución fue la vuelta a la fórmula de los capítulos catedralicios. El derecho del estado consistió esencialmente en el derecho de veto irlandés (así llamado porque Roma lo propuso al gobierno británico para Irlanda después de, 1815, aunque nunca fue ejercido): de la lista de candidatos presentada por el capítulo, el estado tachaba a los menos gratos, pero de forma que quedasen dos o tres para la elección. Al final entraba en acción Roma confirmando al elegido. Nombramientos totalmente, libres y, sin intervención estatal no los realizó Roma en el siglo XIX, sino en, países con una separación entre la iglesia, y el. estado no relacionada con la "lucha cultural" (KÚlturkampJ), como Bélgica, Holanda, Gran Bretaña, USA, Canadá, Australia, y en los países propiamente de misión. COMPETENCIA EXCLUSIVA DE ROMA (SIGLO XX) En el siglo XX se abre rápidamente camino el convencimiento de que la designación de los obispos,.reivindicada por Roma desde el siglo XIV, ya no encuentra obstáculos. El derecho de confirmación se convierte así en derecho de nombramiento. Con la tormenta que se cernió sobre las monarquías, los cambios en el mapa político y la separación total o parcial- entre la iglesia y el estado, se fueron a pique los derechos de nombramiento e intervención del estado. En su lugar, en la mayoría de concordatos, se introdujo la cláusula de reserva política general: al final del proceso, Roma se informa sobre si por parte del gobierno existen objeciones generales de tipo político contra un determinado candidato. Un derecho de nombramiento sin intervención no lo ha otorgado Roma en el siglo XX ni siquiera al jefe del estado español, Franco, que en 1941 recibió el derecho de escoger de una tema propuesta por Roma. Incluso los derechos de elección existentes en Alemania han, sido vaciados de contenido mediante concordatos. Si. en el siglo XIX Roma sólo intervenía en la fase final, ahora los capítulos sólo eligen a uno de la tema propuesta por Roma. La palabra definitiva no la tiene el que escoge, sino el que presenta la tema: él puede convertir la elección en ficción. KLAUS SCHATZ ALGUNAS REFLEXIONES FUNDAMENTALES La historia de la elección de los obispos contiene gran cantidad de experiencias contradictorias. Según el propio punto de vista, cada uno puede aducir documentos o puede seleccionar aquel periodo que le favorece. Así, los adversarios de la actual praxis romana se remitirán a la antigua iglesia y sus contradictores a las experiencias discutidas en Trento. En medio, entre ambos, el historiador de la iglesia se siente como la fábrica de annamentos que suministra armas a ambos contendientes. 1. La primera cuestión La primera cuestión que se nos plantea es: ¿en qué criterio nos basamos para establecer que unas determinadas formas históricas son de significación permanente para la iglesia y otras no? ¿o unas son de mayor importancia que otras? El P. Laínez, General de los jesuitas, calificó de reforma "de anticuario", anacrónica y a histórica, la vuelta a la forma antiquae ecclesiae patrocinada por el cardenal Guisa, se opuso a la participación del pueblo, "ese monstruo de muchas cabezas", en la elección de los obispos y propugnó una actualización de la reforma que partiese del derecho de, entonces, como más adaptado a la situación de la iglesia. Cierto que, si algún criterio existe, éste no ha de ser exclusivamente el de la. antigüedad. Pero tampoco vale -el criterio inverso: lo último es lo mejor y lo de antes una antigualla, que se opone a la fe. El planteamiento rigurosamente histórico es: ¿en qué se basa una determinada praxis? ¿dónde -en la conciencia de la época- estaba en juego lo esencial, lo irrenunciable, el principio de la fidelidad al modelo de iglesia querido por el Espíritu, santo? Pero también aquí se requiere un criterio suplementario. Porque también las concepciones teológicas y las estructuras de la iglesia pueden considerarse primero sólidamente fundadas y más tarde condicionadas a su tiempo. Así, en los siglos X y XI la concesión de los obispados por el rey como ungido del Señor y representante de Cristo era una concepción esencial que el Papa Juan X confirmó expresamente el año 92 1. 2. La norma crítica Por esto la norma crítica ha de ser la conciencia teológica actual de la iglesia que se apoya en la escritura y la Tradición y que está expresada ante todo en la eclesiología de la Lumen Gentium del Vaticano II. Las concepciones anteriores que coinciden con este modelo de iglesia conservan aun hoy su significado. De lo contrario, las exigencias jurídicas que se deriven, aun las vigentes, están en contradicción como la más profunda conciencia de la iglesia. Así, la eclesiología representada por Egidio Romano, según la cual el Papa sería cabeza del cuerpo de la iglesia y fuente de todo poder en ella, contradice la autonomía de la iglesia local y el rol del obispo, según el Vaticano II. KLAUS SCHATZ De acuerdo con esta norma crítica, hay dos periodos de especial relevancia normativa para la elección de los obispos: el de la antigua iglesia, que vivía de la communio, (comunión), y el de la libertas ecclesiae (libertad de la Iglesia) en el siglo XI. En sus respectivas concepciones teológicas hay ideas y exigencias que han recibido un nuevo brillo de la Lumen Gentium, al paso que la teología del rey de la alta edad media y la del Papa de los siglos XHI y XIV quedan en la sombra. 3. La intervención de la iglesia local Partiendo de ahí, hay que decir que la intervención de la iglesia local en la elección de su obispo está profundamente enraizada en la Tradición, como lo está también la máxima antigua y medieval de no imponer al obispo. Según el Vaticano H, la iglesia local no es una unidad administrativa de una gran organización centralizada, sino una Iglesia en communio con otras iglesias. Es cierto que la iglesia está estructurada y que no hay tradición de una elección democrática del obispo., o sea, con igual derecho de voto de todos los fieles. Desde los tiempo más antiguos el clero decidía la elección. Esto posee todavía un significado que la forma romana actual de nombramiento olvida con frecuencia. Para el obispo es necesario poseer la confianza de la diócesis. Pero ésta se mide, no tanto por el aprecio del pueblo sencillo y la familiaridad con los mass media, como por el sentir de los que han de ser sus colaboradores, sobre todo los sacerdotes y laicos integrados en el consejo presbiteral, y pastoral. 4. Autonomía de la Iglesia local Una autonomía de la iglesia local consistente en que la elección realizada por ella sólo en casos extremos Pudiese ser anulada o modificada por una instancia superior, sería de hecho inimaginable. Pero tampoco se ajusta a la Tradición de la iglesia ni a la eclesiología del Vaticano 11. Porque en la elección del obispo está también en juego la communio con la iglesia universal. Y ni siquiera en la iglesia antigua (véase Cipriano), la elección presenta, por lo general, el carácter de hecho cerrado. En principio debe ser posible aprovechar las iniciativas de fuera, proponiendo nuevos candidatos o apoyando los candidatos de las minorías y rompiendo así el posible provincianismo de una iglesia local. De tales obispos no tiene la iglesia solamente experiencias negativas. En el proceso de la elección debe expresarse, pues, la communio con la iglesia universal. Esto implica una decisión jerárquica última (no necesariamente de Roma), que pertenece también a la Tradición. El n.º 21 de la Lumen gentium: la plenitud de la potestad de enseñar y dirigir que se da en la consagración episcopal, según su naturaleza, no puede ejercerse sino en la unidad de comunión, ordenada jerárquicamente, con la cabeza y los miembros del colegio episcopal". Claro que el texto no se refiere directamente a nuestro tema. Pero la, fórmula expresa sintéticamente cuál es el principio de prioridad que rige el servicio, y la plenitud de potestad episcopal y la inserta en la iglesia universal. Y lo mismo sucede con el principio que entra en juego en la instancia supralocal de control. El iudicium de la jerarquía no consiste simplemente en la concesión de la potestad por parte del Papa. Es más bien la communio "con la cabeza y los miembros del colegio episcopal". KLAUS SCHATZ 5. El nombramiento papal de los obispos Así las cosas, hay que decir que el nombramiento papal de los obispos-es una forma extrema entre las posibles, pero deficiente en sentido teológico pleno. No responde a la afirmación del Vaticano 11 de que los obispos no son representantes del obispo d e Roma. Si uno es constituido en autoridad por un superior, que además le puede deponer, en todas partes consta como su representante! Más sentido tendría que, como en la antigüedad la decisión última correspondía a la provincia eclesiástica, ahora la respectiva conferencia episcopal eligiese al obispo de una lista de. candidatos, también de las minorías importantes, preparada por la iglesia local. Tampoco debería excluirse a Roma del control de las elecciones, de acuerdo con la conciencia de su rol históricamente creciente, al menos en la iglesia latina. El procedimiento ha de quedar abierto a las posibilidades de intervención de la cabeza. Pero responde a la conciencia de la antigua iglesia el que la designación no sea asunto de un solo obispo, sino de todo el colegio episcopal. ¿Sería de antemano ilusoria una modificación del derecho vigente? El código-de 1983 ofrece un margen más amplio que la praxis vigente, cuando afirma: "El Papa nombra los obispos libremente o confirma los elegidos conforme a derecho". Se contempla , pues, la posibilidad de una elección libre previa, con la afirmación última del Papa. 6. En el contexto de la praxis actual Incluso en el contexto de la praxis actual, cabría articularla participación de otras instancias, para que quedase expresada la communio en el, doble plano: el de la iglesia local Y el de la iglesia universal. Las de la Compañía de Jesús muestra que en el, nombramiento de los superiores por el General, unos adecuados mecanismos de consulta pueden garantizar un alto grado de diálogo y participación. Tener la responsabilidad última no implica tener que oponerse al espíritu y la realidad de la communio, que no es lo mismo que democracia. Pero sí que exige una buena dosis de reserva, autocrítica y discreción espiritual. Es, pues, de la mayor importancia que, como la designación del obispo atañe a la communio eclesial en su más amplió sentido e incluso constituye su piedra de toque, en la primera línea de las estructuras de la communio se mantenga la consulta pertinente. Se vulnera este principio cuando la confianza se pone en primer lugar en un canal de información puramente personal, incontrolado e irresponsable. En la elección de los obispos la iglesia no tiene por qué acomodarse a los principios de la política de personal de las multinacionales, que ponen gerentes hábiles por todas partes. Esto va radicalmente en contra de la Tradición de la iglesia. Su communio posee estructuras objetivas, aunque históricamente variables dentro de determinados límites. Tradujo y condensó: MARIO SALA