Diario Constitucional y Derechos Humanos Nro 115 – 06.06.2016 El número de jueces de la Corte Suprema Por Néstor Pedro Sagüés (*) El nombramiento de dos magistrados para la Corte Suprema de Justicia de la Nación, actualmente en trámite y para cubrir sendas vacantes en el tribunal, ha reabierto también el recurrente debate del número de jueces que debe tener tal cabeza de poder. El lector ya sabe que dicha cifra no está predeterminada actualmente por la Constitución, sino que se fija por el Congreso. Conoce, igualmente, que en la experiencia argentina ese número ha variado de nueve (texto original de la constitución de 1853), a siete o cinco (como ocurre en nuestros días). Cada guarismo tiene su explicación: nueve, por semejanza a la Corte Suprema de los Estados Unidos; siete, quizá por respeto a la mística de la cábala. Cinco, porque fue la cifra más repetida en la historia constitucional local, y porque abrevia la circulación de los expedientes en el seno de la Corte. Cabe reconocer, claro está, que por las dimensiones y la población de Argentina, este último número es inusual (por resultar muy reducido), si atendemos al derecho comparado. No obstante, parece ser el preferido por la mayor parte de los constitucionalistas, sobre los que ejerce un singular, mágico y cautivante atractivo. Esa preferencia puede entenderse, quizá, porque cada vez que se lo quiso aumentar, fue por razones contingentes, de muy discutible coincidencia con el bien común. En efecto, en torno al debate de la cantidad de los jueces de la Corte Suprema hay dos niveles distintos de evaluación. Uno, semioculto, gira en torno a los apetitos políticos de los muchos protagonistas de la polémica (partidos, legisladores, ministros, presidentes, jueces también), cuyos intereses –con frecuencia contrapuestos- pujan por una u otra cifra. El otro, en el que pocos se detienen, apunta a otro tema: el rol de la Corte Suprema en la sociedad argentina. Definido ese papel, pensamos, el número “vendrá por añadidura”. Precisamente, muchos han eludido más de una vez el meollo del problema: ¿para qué queremos una Corte Suprema? Veamos algunas alternativas básicas: una Corte que revise muchas sentencias provenientes de los tribunales superiores del país, nacionales y provinciales, a fin de reparar errores o arbitrariedades múltiples, tanto de derecho como de hechos, sean temas de derecho común (civil, comercial, penal, laboral, etc.) o de derecho federal (asuntos constitucionales, impuestos federales, ciudadanía, delitos federales, etc.). En ese caso, convertida en una corte de ramos generales, forzosamente debería dividirse en salas y multiplicar el número de sus vocales en la cantidad necesaria (uno de los máximos tribunales alemanes, por ejemplo, contaba una década atrás con 123 miembros), para atender la catarata de casos a despachar (miles, naturalmente). En el otro extremo, una Corte Suprema destinada a operar como una especie de tribunal constitucional, encargada de velar, casi con exclusividad, por el principio de supremacía constitucional, renunciando a ocuparse de temas subconstitucionales. Estados Unidos, con su Corte de nueve miembros que deciden en pleno, y que emite por año más o menos cien sentencias, es una buena muestra de ello, desde luego atrayente. Como instancias intermedias, puede pensarse en una Corte cuya labor es realizar “casación” (en una versión restrictiva, a uniformar jurisprudencia), sea en materia de derecho común y de derecho federal (constitucional y subconstitucional), o solamente en derecho federal, como inicialmente fue programada, por ejemplo, por la ley 48 (1863), que diagramó el “recurso extraordinario federal”. En tal hipótesis, su número de magistrados se incrementaría, según el radio de trabajo del tribunal, una vez elegida la opción entre alguna de las dos variables que aquí apuntamos. Y debería dividirse en salas. A lo dicho cabe añadir que la Corte Suprema tiene por mandato constitucional un trabajo extra, que es la de operar en primera y única instancia en ciertos supuestos (causas en que es parte una provincia o ciertos representantes extranjeros, según el art. 117), aunque la extensión de tal competencia puede modularse -en parte- por una legislación y jurisprudencia razonablemente reductoras. En síntesis, es hora de abandonar la óptica subjetivista del embrujo de los números, de los cálculos interesados en función de las ecuaciones partidistas del momento, o de las divagaciones etéreas acerca de cuál podría ser la cantidad soñada de vocales de la Corte, para ir a un enfoque serio, realista y práctico del asunto. Dime qué Corte quieres, y te diré cuántos jueces debe tener. (*) El autor es catedrático de UBA y UCA, presidente honorario de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional.