AMA, EL - zarzuela

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El ama
Comedia lírico-dramática en tres actos
Texto original de LUIS FERNÁNDEZ ARDAVÍN
Música de JACINTO GUERRERO
PERSONAJES Y REPARTO
RAFAELA ............................................ MARÍA BADÍA
RUFINA ......................................... ROSITA CADENAS
MELCHORA ................................ VICTORIA ARGOTA
SOFÍA ............................................ SRTA. BALAGUER
MOZA 1.ª ................................. SRTA. ACHAERANDIO
MOZA 2.ª ................................................. SRTA. RUIZ
ESTEBAN ......................................... LUIS SAGI-VELA
CLEMENTE .......................................... JUAN GARCÍA
SEISMUJERES ................................... ARTURO LLEDÓ
SIMÓN ............................................ RAFAEL ALARES
DON VENTURA ............................................ SR. RUIZ
DONATO .................................................. SR. ROMÁN
HOMBRE 1.º ............................................... SR. RUBIO
MOZO 1.º .............................................. SR. PEDROTE
.
Estrenada el 18 de agosto de 1933 en el Teatro Calderón de Madrid.
ACTO PRIMERO
Estamos en la rectoral de la iglesia de Candelada, imaginario pueblo de Castilla, donde
ejerce sus funciones de párroco el bueno de Don Ventura, quien vive en compañía de su
hermana Melchora y de sus sobrinas Rafaela y Rufina. Es media tarde un caluroso día
de verano.
MOZOS
ESTEBAN
Los mozos de Roble Alcores
van desde la madrugada
recorriendo los contornos
y tocando la guitarra.
La la la la la la la la...
Dicen que es un desatino
seguirte dando cortejo,
pero el que sigue un camino,
cuando va firme, va lejos.
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MOZOS
Y pobre del que pretenda
con malos fines quererte,
pues quien te engañe o te ofenda
está sentenciado a muerte.
Pues quien te engañe o te ofenda
está sentenciado a muerte.
Los mozos de Roble Alcores
van desde la madrugada
recorriendo los contornos
y tocando la guitarra.
Simón, el sacristán, aparece guardando algunos objetos del culto en un armario. Por la
puerta del huerto entran Don Ventura y Esteban, un rico labrador de intachable conducta
y buen porte, que hace tiempo que está enamorado de Rafaela sin atreverse a confesárselo;
pero aquel día, fiesta del santo patrón del pueblo, la ha visto marchar en la procesión y
una inspiración divina le ha determinado a declararse. Para ello elige a Don Ventura de
intermediario, prometiendo volver al anochecer para saber la respuesta de Rafaela. El cura
queda en el encargo, después de advertirle que Rafaela es pobre, y cogiendo su libro de
rezos se va al huerto. Llegan Rufina y Simón con un cesto, en el que traen más objetos
de culto para guardar en el armario. Rufina, hermana menor de Rafaela –y por lo tanto
sobrina también del cura– es pretendida por el sacristán, al que rechaza por el poco dinero
que gana, teniéndole a raya en sus fogosas demostraciones de cariño.
SIMÓN
RUFINA
SIMÓN
RUFINA
SIMÓN
RUFINA
Toda la vida a tu lado
me querría yo pasar,
tumbadito a la bartola,
sin tener que repicar.
Bueno, si el casarse fuera
una semanita o dos,
pero todita la vida
eso no lo aguanto yo.
Cuando me parió mi madre,
me parió en un campanario.
Cuando vino la comadre
ya estaba yo repicando.
Cásate, niña, a gusto
y a nadie temas.
Si soltera me quedo
no tendré penas.
Pero cásate conmigo
y verás qué bien te tengo.
Por el día sin un cuarto,
y de noche, sin dinero.
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SIMÓN
RUFINA
SIMÓN
RUFINA
SIMÓN
RUFINA
Cuando levanto la cama
preguntarme suelo así:
¿por qué es tan ancho mi catre
si no hay nadie junto a mí?
Al levantarme yo digo,
llena de satisfacción:
qué gusto que no haya un pelma
que me arrugue el almohadón.
Di yo un beso a una beata,
por tener algo de santo,
y a poco si se me lleva
en una escoba el diablo.
Cásate, niña, a gusto
y a nadie temas.
Si soltera me quedo
no tendré penas.
Si en invierno nos casamos,
ya verás qué divertidos.
Por el día congelados
y de noche derritidos.
Rufina reclama formalidad a Simón porque llega el coplero «Seismujeres», borrachón
del pueblo, y viudo seis veces, de donde le viene el sobrenombre. «Seismujeres» explica
a Rufina y a Simón que espera a Clemente y los otros mozos que allí le han citado, pues
piensan rondar a Rafaela. Rufina le dice al coplero que ya comprende para qué está allí,
y le pregunta si es el autor de ciertas coplas retadoras para su hermana. «Seismujeres»
se hace el tonto y dice que en cuestiones de amores no se mete. En este punto ven llegar
a Melchora, madre de Rafaela y Rufina. «Seismujeres» la dice que está aún de muy buen
ver para volverse a casar, lo que Melchora rechaza diciéndole que es seis veces viudo.
«Seismujeres» asegura que nada más que cuatro legales y dos «pa entretanto del duelo».
«Seismujeres» explica las características de cada una de las difuntas, hasta que Simón y
Rufina, que vuelven de la iglesia, le dicen que los mozos han pasado ya, y «Seismujeres»
va a buscarlos. Vuelve Don Ventura del huerto y expone a Melchora las pretensiones de
Esteban sobre Rafaela. En este momento se sienten las voces y risas de las molineras que
llegan. Entran Rafaela y ocho molineras, graciosamente ataviadas, que vienen a depositar
ante el santo patrón las ofrendas que es costumbre rendirle cada año. Traen cada una un
saquito de cereal apoyado en la cadera, menos Rafaela, que llega con un gran ramo de
flores silvestres. Rufina coge un tiesto de perejil de una ventana y se une al grupo.
TODOS
MOLINERAS 1.ª Y 5.ª
MOLINERAS 2.ª Y 5.ª
3
Al Cristo de las cosechas
le venimos a ofrecer:
Yo la cuartilla de trigo.
Yo el saquito de maíz.
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MOLINERAS 3.ª Y 7.ª
MOLINERAS 4.ª Y 8.ª
RAFAELA
RUFINA
RAFAELA
RUFINA
TODOS
RAFAELA
RUFINA
RAFAELA
RUFINA
TODOS
MOLINERAS 1.ª Y 5.ª
MOLINERAS 2.ª Y 6.ª
MOLINERAS 3.ª Y 7.ª
MOLINERAS 4.ª Y 8.ª
RAFAELA
RUFINA
TODOS
Yo, el medio almud de centeno.
Yo de avena el celemín.
Yo la flor de la campiña.
Yo el tiesto de perejil.
Es el rito del amor;
la que lo cumple, se casa...;
...la que no lo cumple, no.
Es el rito del amor;
la que lo cumple se casa;
la que no lo cumple, no.
¡Amor! ¡Amor!,
qué palabra tan bella.
¡Señor! ¡Señor!,
¡no nos dejes solteras!
¡Por Dios! ¡Por Dios!,
nos queremos casar.
Que produce una pena muy grande
ver la flor en la rama secarse
sin que nadie la venga a cortar.
Sin que nadie la venga a cortar.
Al Cristo de las cosechas
le venimos a pedir:
Yo, un novio que me convenga.
Yo, un mocito de buen ver.
Yo, uno que venga a casarse.
Yo, hasta un viudo si está bien.
Yo sólo quiero al que quiero.
Yo quiero lo que me den.
¡Amor! ¡Amor!,
qué palabra tan bella.
¡Señor! ¡Señor!,
¡no nos dejes solteras!
¡Por Dios! ¡Por Dios!,
nos queremos casar.
Que produce una pena muy grande
ver la flor en la rama secarse
sin que nadie la venga a cortar.
Rufina pregunta a Don Ventura si es cierto que el Cristo de las Cosechas hace milagros
en ese día. Su tío le explica que a veces ocurren, porque es el patrón, y es fama que
sangra cuando alguien ha faltado a un juramento hecho al Cristo. Rufina dice que ha
visto sangrar a la imagen; lo dudan, pero Rafaela confirma que vio sangrar y derramar
lágrimas al Cristo. El sacerdote responde que el Cristo les ha querido poner en un aprieto
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con la pretensión de Esteban. Al conocer los propósitos del labrador, Rafaela se niega a
aceptar su mano. Aunque los pretextos que expone son otros muy distintos, todos tratan
de convencerla de que con Esteban no será así, pero ella insiste en no quererle por
marido; la causa verdadera son los amores que –en secreto– mantiene con Clemente,
mozo mujeriego y sin escrúpulos que –a su vez– sin que nadie lo sepa y mucho menos
Rafaela, sostiene relaciones con Sofía, desventurada muchacha del lugar, cuyo deshonor
ha causado. Clemente, acompañado de la ronda de mozos, llega también a la rectoría.
Rafaela se estremece al escucharlo.
CLEMENTE Cuando cruzo la llanura,
bajo el sol de la mañana,
que reluce y que fulgura,
reflejado en la montura
de mi yegua trujillana;
cuando adorna los barbechos
el penacho de sus crines;
cuando subo los repechos,
mientras ladran satisfechos
y retozan los mastines;
cuando bajo a la hondonada,
cuando voy de romería,
cuando cruzo la llanada
y tendiendo la mirada
todo en torno es alegría,
me detengo en una altura,
embriagado de placer,
y bendigo la hermosura
de esta tierra seca y dura
donde tuve la ventura,
la ventura de nacer.
Esta tierra en que tú eres
sol que ciega y luz que brilla;
esta tierra en que tú eres
lo mejor de las mujeres de Castilla.
Cuando cruzo tu calleja
y la luna es una brasa
que se copia y se refleja
en los hierros de tu reja
o en los muros de tu casa;
cuando espero enamorado
el momento de la cita;
cuando escucho emocionado,
bajo el aire sosegado,
las campanas de la ermita;
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cuando siento tu mirada,
cuando vienes o te alejas,
cuando sólo una tonada
deja oírse en la majada
donde duermen las ovejas,
embriago de ventura,
sin poderme contener,
me deleito en la hermosura
de esta tierra seca y dura
donde tuve la ventura,
la ventura de nacer.
Esta tierra que tú quieres.
Salve y gloria
a las mujeres de Castilla.
Antes ha entonado una copla de amenaza para Esteban, contestación a otra en que éste,
sospechando que Clemente trata de cometer una mala acción con Rafaela, le emplaza a
pagar su culpa si así es. Clemente y sus amigos pasan a la cocina, donde Melchora ha de
invitarlos. Cuando Don Ventura se dispone a orar llega Sofía, angustiada, pidiéndole
confesión. Pasan los dos a la iglesia, y mientras la confesión tiene lugar, Rafaela requiere
a Clemente para que, cuanto antes, se decida a anunciar las relaciones que mantienen,
pues siendo digna, como es, no está dispuesta a dar que sospechar nada vergonzoso.
Clemente pregunta si es verdad que Esteban la corteja, a lo que ella contesta que sólo le
quiere a él y que todo el oro de Esteban no será suficiente para decidirla, aunque venga
con buen fin. Ambos entran en la cocina cuando aparece Esteban, que al no ver a nadie
se resuelve a entrar; pero sus vacilaciones y el temor de que Rafaela diga que no, le
deciden a marcharse de nuevo, sin disipar sus dudas.
ESTEBAN
Dila que puesto a querer
nadie te puede igualar;
que eres joven para amar,
que eres rico en ofrecer.
Corre a contarla mi amor;
quiero que sepa por ti
que a matarme va el dolor
si ella no dice que sí.
Si en las noches de luna los surcos
un azul resplandor ilumina,
me parece que avanza por ellos
a ver las espigas, a ver las espigas.
En las horas de sol, cuando el fuego
de los cielos la tierra aniquila,
en el chorro del agua parece
que escucho su risa.
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Pero basta de soñar.
Ten decisión. Pasa y dila
todo el bien que ha de gozar
junto a ti, si es que vacila.
Mas no; cuando esté tranquila
para poderte escuchar.
Cuando elevo los ojos y veo
de mi madre la imagen querida,
me parece también que en los cielos
cómo ella me mira.
Al sentir que viene alguien se esconde. Aparecen Sofía y Don Ventura, que promete
cumplir los deseos de aquélla. Por la confesión de Sofía, Don Ventura se ha enterado, al
cabo, de los amores que Rafaela sostiene con Clemente y del engaño en que vive
respecto a él, y así que Sofía se va, Rafaela, llamada por su tío, acaba declarándole a
éste sus amores sin mancha. Pero cuando por Don Ventura llega a saber que Clemente
no es libre, y que los derechos que otra mujer ultrajada tiene sobre él, la apartan para
siempre de su amor. Su desesperación de enamorada no tiene límites, y al ver de nuevo
a Clemente, que viene en su busca, le apostrofa y le acusa con vivo acento dramático.
Sin embargo, mujer de gran entereza, no se deja vencer por el dolor. Cuando vuelva
Esteban a saber su resolución, ella le dirá que sí, que está dispuesta a ser su esposa.
Melchora, que ha salido con todos, advierte que llega Esteban. Rafaela dice que muy a
propósito y ruega a Clemente que toque, que va a dar la respuesta a Esteban, y muy alto,
para que todos se enteren. Y entre coplas y risas que ocultan sus lágrimas, Rafaela
recibe a Esteban en presencia de todos, mientras Clemente sale de la casa sin poder
ocultar su humillación y su despecho.
TODOS
RAFAELA
CLEMENTE
TODOS
7
A ver cómo entonas
alegres canciones.
¡Voy a cantar!
Buen renombre o mala fama
pendiente del mundo están,
pues no tenemos más honra
que la que nos quieren dar.
El que de robarme trate
tu cariño por dinero,
buscando está que lo mate,
si no me mata primero.
Dicen que es un desatino
seguirte dando cortejo,
pero el que sigue un camino,
cuando va firme, va lejos.
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Y pobre del que pretenda
con malos fines quererte,
pues quien te engañe o te ofenda
está sentenciado a muerte.
ACTO SEGUNDO
Casa de labranza de Esteban. Finales de mayo o comienzos de junio. Rafaela y Esteban
se han casado. La sequía, que viene de largo, amenaza las cosechas. Rufina y Rafaela
admiten en su casa a Sofía, a quien Clemente –que huyó del pueblo– ha abandonado
dejándola desamparada con el fruto de sus amores. Las tres mujeres se van mientras
entra en escena «Seismujeres» con Melchora, a la que le cuenta cómo se arregló con
doña Sol, la sufragista, y que ésta quiere hacer alcaldesa a Melchora, ofrecimiento que
ella rechaza. Llegan Esteban y Donato, y a poco Rafaela. Ellos vienen cansados y
sudorosos, quejándose de la pertinaz sequía. Donato dice que han llegado unos
forasteros que andan soliviantando a los mozos. Se va Donato y quedan solos Esteban y
Rafaela. Ella se queja de que la tiene abandonada y que tiene algún pesar oculto. Las
buenas cualidades de Esteban han ido ganando el corazón de Rafaela y Clemente ha
sido olvidado para siempre. Pero Esteban no lo cree así. Siempre dudará, no de la virtud
de su mujer, pero sí de su cariño, pues harto ha comprendido que sólo por despecho se
casó con él.
RAFAELA
ESTEBAN
RAFAELA
ESTEBAN
¿Qué tienes, Esteban? Dilo sin temor.
¿Por qué te atormentas y sufres así,
no ves en mis ojos bien claro el amor?
Pues ellos no engañan, no dudes de mí.
Si de ellos no dudo. Si no es que te crea
capaz de robarme con otro el honor.
Si no hay en el mundo quien más puro sea.
Si tú en mi cariño no tienes rival.
Se me vería en la cara
si yo engañarte quisiera,
pues soy en todo más clara
que el agua que en la almenara
regando va la ribera.
Y aunque motivos tuviera,
no pienses que te engañara,
que ofensa que yo te hiciera,
antes que a hacértela fuera,
se me vería en la cara.
Se me vería en la cara
al saber tu traición,
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RAFAELA
ESTEBAN
RAFAELA
ESTEBAN
RAFAELA
ESTEBAN
RAFAELA
ESTEBAN
que al que tu amor me robara
ni un momento se pasara
sin partirle el corazón.
Esteban...
Mi vida...
Yo el alma te di.
No sufras, bien mío.
No sufras por mí.
Me abrasan tus ojos.
Pues míralos bien,
que siempre a tu lado
su fuego te den.
Que nunca sin ellos
vivir pueda yo.
Esteban, tu ojos
la vida me dan.
Se me vería en la cara
si yo engañarte quisiera,
pues soy en todo más clara
que el agua que en la almenara
regando va la ribera;
y aunque motivos tuviera
no pienses que te engañara,
que ofensa que yo te hiciera,
antes que a hacértela fuera
se me vería en la cara.
Tu ojos
la vida me dan.
Se te vería en la cara
si tú engañarme quisieras,
pues eres mucho más clara
que el agua que en la almenara
regando va la ribera;
y aunque motivos tuvieras
no pienses que me engañaras,
que ofensa que tú me hicieras,
antes que a hacérmela fueras
se te vería en la cara.
Márchase Rafaela acongojada a tiempo que entra Don Ventura, que dice a Esteban que
por qué ese desvío con su mujer. Don Ventura le contempla conmovido. El sacristán
llega en busca del párroco. El pueblo, cuyos campos sufren los efectos de una larga
sequía, quiere sacar al Cristo en rogativa, para ver si llueve. Pero un grupo de forasteros,
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gente de mal fachada y de ideas disolventes se propone impedir, por la fuerza, que salga
la procesión. Esteban no admite estas bravatas. Él, con los suyos, saldrá en defensa de la
imagen dándole guardia de honor. Se celebrará la procesión, pese a quien pese. Y a
sacar ésta van Don Ventura, Esteban y los criados de éste. Simón dice que no va porque
habrá palos y porque quiere hablar con Rafaela. En una rifa de la feria, le ha tocado al
sacristán un anteojo de larga vista, con el que se dedica a observar, desde la torre, todo
lo que pasa en el pueblo, y dice a Rafaela que ha visto llegar a Clemente con gente de
mala pinta.
SIMÓN
TODOS
SIMÓN
TODOS
RUFINA
TODOS
SIMÓN
RUFINA
TODOS
SIMÓN
TODOS
SIMÓN
TODOS
SIMÓN
RUFINA
TODOS
SIMÓN
RUFINA
TODOS
SIMÓN
Como no tiene visillos
la casa del señor Juez...
Señor Juez.
...me entero de lo que pasa
cuando miro sin querer.
Sin querer.
Aunque también veo cosas
que mejor fuera no ver.
Pues, ¿qué ves?
Pues, ¿qué ves?
Veo a la Jueza en camisa
y en calzoncillos al Juez.
A la una, a las dos y a las tres,
dinos pronto lo que ves.
A la una, a las dos y a las tres,
dinos pronto lo que ves.
Por saber cómo tenía
la Ruperta el interior...
Interior.
...me puse a mirar la ropa
que tendía en el balcón.
El balcón.
Vi una cosita amarilla
que no distinguía bien.
¿Y qué fue?
¿Y qué fue?
Los pañales de su rorro
que estaban como yo sé.
A la una, a las dos y a las tres,
dinos pronto lo que ves.
A la una, a las dos y a las tres,
dinos pronto lo que ves.
Detrás de una zarzamora
veo un bulto, a lo mejor...
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TODOS
SIMÓN
TODOS
SIMÓN
RUFINA
TODOS
SIMÓN
RUFINA
TODOS
Lo mejor.
...y yo, que soy malicioso,
pienso siempre lo peor.
Lo peor.
Creo que son unos novios
que se han venido allí a ver.
¿Y qué es?
¿Y qué es?
Es una vieja en cuclillas
con un charquito a los pies.
A la una, a las dos y a las tres,
dinos pronto lo que ves.
A la una, a las dos y a las tres,
dinos pronto lo que ves.
Vanse todos a la procesión. Sólo Rafaela queda en la casa. Dentro están Sofía y su niño.
En esta situación la sorprende Clemente, que viene en su busca. Ha vuelto por ella y le
propone huir al otro lado de los mares; dice que cuenta con gente decidida que le
obedece. Rafaela le echa en cara el que sean ellos los que incendia las mieses y le
rechaza con indignación. Cuando él, exasperado por su negativa, le jura que alguien en
el pueblo vestirá de luto al día siguiente, se oyen los primeros acordes de la procesión
que se acerca. Clemente se va. La procesión ya está próxima. Rafaela debe echar la
rogativa ante la Virgen. Así se lo piden todos y así lo hace. Pero aún no ha terminado de
cantar, cuando suena un disparo dentro y cae Rafaela herida en el pecho, mientras las
gentes de Esteban salen en persecución de los culpables.
ACTO TERCERO
Explanada amplia ante el encinar. Es media tarde, en verano. Ha pasado tiempo. Rafaela
curó de su herida y en la casa de Esteban todo es contento porque el ama, como todos la
llaman familiarmente, va a tener muy pronto descendencia. Clemente está pesaroso. No
fue él quien disparó contra Rafaela, sino uno de los suyos, pero el remordimiento no le
deja vivir.
CLEMENTE Mala estrella la mía.
Donde quiera que paso
voy sembrando el dolor;
me burlé de Sofía,
de su amor no hice caso
y ultrajé su candor.
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Y otra, en cambio, me amaba
con la misma pureza,
que nacía en su ser.
Pero yo la engañaba
con la torpe bajeza
de quererla ofender.
Mala estrella la mía,
que dejaba lo bueno
por coger lo peor...
En mi torpe falsía
fui la pella de cieno
que envenena el amor.
Y ahora al fin, cuando quiero
remediar lo pasado,
pues la vida se va,
lo que toco, lo hiero,
y es mi propio pecado
quien castigo me da.
Mala estrella la mía;
si en la tarde callada
se me viera llorar
nadie ya pensaría
que era un alma cansada
de ofender y penar.
Donato, que ha salido de la casa a tiempo de verle marchar, va tras él espiándole. Salen
Don Ventura y Sofía, y ésta dice al cura que tiene el propósito de marcharse del pueblo
para ir a servir a la capital, dejando su hijo a Rafaela. Sigue enamorada de Clemente y la
presencia de éste a todas horas le hace insoportable el dolor. Sólo ante los ruegos del
párroco, que le pide una tregua, accede a esperar unos días. Todos están alegres porque
ésta salvó del atentado, y como es su cumpleaños van a celebrar una fiesta. Esteban y
todos salen al encuentro de Rafaela, que llega de la ermita.
ESTEBAN
Señorama, señorama.
Tu cariño desvanece mis pesares;
de tu fama son el eco mis cantares,
señorama.
Cuando alegre te adelantas
por los campos de la trilla,
hasta la mies, a tus plantas,
con humildad se arrodilla
en los surcos de las tierras españolas;
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ESTEBAN Y CORO
y son labios que te besan
las ardientes amapolas.
Señorama, señorama.
Flor alegre de cantuesos y jarales,
de tu fama son el eco tus cantares.
Señorama, señorama.
Todo el pueblo a la ventana
para verte se apresura.
Señorama, señorama.
Flor alegre de cantuesos y jarales,
de tu fama son el eco mis cantares.
Para festejar a Rafaela, «Seismujeres» y los borrachos del lugar traen sobre unas
improvisadas angarillas, rudimentariamente engalanadas, una descomunal jarra de
Talavera llena de vino a la que llaman «La Buena Moza». La jarra viene adornada con
guirnaldas de flores y en torno suyo –sobre la plataforma– diez o doce jarritas pequeñas,
que en determinados momentos del baile van cogiendo los bebedores al pasar.
CORO
SEISMUJERES
TODOS
CORO
SEISMUJERES
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Venimos de la pradera,
venimos a la función,
traemos una jumera
de las de marca mayor.
Verás, mi niña, verás,
qué bien te sienta el pañuelo,
por delante con vuelo
ceñido de atrás.
Verás, mi niña, verás,
qué bien te sienta el pañuelo,
por delante con vuelo
ceñido de atrás.
De Salamanca a Toledo,
de Ciudad Real a Zamora,
con mi trabuco y mi sable,
naide, naide, naide, naide,
naide me roba la moza,
naide, naide, naide, naide.
Las cualidades del vino
cuatro sin, si bien se mira:
que da valor, que da fuerza,
que adormece y que espabila.
Si tienes dentro del cuerpo
una pena mu metía,
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RUFINA
TODOS
¡venga trago y vaya trago,
verás qué pronto se olvida!
Y si en llegando la fiesta,
quiés lucirte en la corría,
pa arrimate al toro, bebe,
¡verás él cómo te arrima!
En fin, a buenas o a malas,
en penas o en alegrías,
¡el vino, mano de santo
que te las da y te las quita!
Por eso esta güena moza,
tan gallarda y tan garría,
tié virtudes de presona
y tratamiento de usía.
Y por eso digo a toos,
tirando la monterilla:
¡que viva la Güena Moza,
que es lo mejor de Castilla!
Verás, mi niña, verás,
así que lo hayas catado,
con un mozo a tu lado
lo alegre que estás.
Verás, mi niña, verás,
así que lo hayas catado,
con un mozo a tu lado
lo alegre que estás.
De Salamanca a Toledo,
de Ciudad Real a Zamora,
con mi trabuco y mi sable,
naide, naide, naide, naide,
naide me roba la moza,
naide, naide, naide, naide.
Pasan todos al interior de la casa, y cuando Esteban se lamenta de que Clemente le
rehúya, se presenta éste en actitud pacífica. Quiere que todos le disculpen. Si viene por
allí con frecuencia es porque su hijo le atrae. Una noche, cuando saltaba la tapia de la
casa con intención de arrojarse a los pies de Rafaela para que esta le perdonase, tropezó
con una cuna, en cuyo fondo unas manitas infantiles se alzaban hacia él. Desde entonces
es otro hombre y está dispuesto a casarse con Sofía. Así lo proclama ante Don Ventura,
llamando a todos a escena para darles la buena nueva; y mientras el cura evoca la figura
de «El ama», inmortalizada por Gabriel y Galán como símbolo y espejo de virtudes en
que Rafaela puede mirarse, acaba la obra entre una desbordante alegría general.
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