Amor: Cuando la puerta y todo nuestro mundo cierres al irte, perderé la última esperanza que aún queda en mis manos mientras te escribo esta carta. Sabré que la vida habrá pasado fríamente por nuestros nombres y nunca le importará que nos hayamos perdido para siempre. Serán los días extraños sin tu sonrisa y eternas las noches sin tu respiración a mi lado. No habrá tranquilidad ni magia sin tus palabras y no brillará ninguna estrella en mi cielo sin tus besos. Una sensación de lluvia habitará mis ojos día y noche, y nada podremos hacer ya mi ternura y yo para que vuelvas, para que regreses a temblar de pasión conmigo y nos descubramos de nuevo como un sueño hermoso que acaba de cumplirse. Pero así es la vida. He tenido la suerte de haber compartido un instante de felicidad contigo y ya eso me ha hecho afortunado para siempre. Ahora es el tiempo del adiós, de quedarme a solas con mi dolor y mis anhelos de un tiempo azul bajo tu piel. Debí haberte querido mejor y no haber escrito tanto egoísmo por mi parte en tus pasos. Debí haber apoyado más tus ilusiones y haberte regalado más lunas en la azotea. No sé por qué, pero un día nos damos cuenta de que hemos dejado en la bodega toda nuestra locura y apenas queda vino ya para un brindis que detenga ese momento exacto de odiarse. Y nos aferramos a las sábanas para acariciarnos, pero éstas ya no guardan nuestro olor y caemos inevitablemente a la intemperie. Y es entonces cuando toda la belleza quizás se aleja para siempre a otra habitación, a otra casa, a otra calle, a otra ciudad,… y así hasta que sólo queda el silencio, la soledad, el insomnio en la mirada y la noche, temible y despiadada, como la muerte. Aún no te has ido, estás en otra habitación recogiendo tus cosas, pero la casa ya parece vacía, como si no viviera nadie ya aquí. El pan, recién partido, aguarda sobre el mantel para ser compartido. Nos espera aunque sabe que ni su sabor a hogar podrá hacer que retrases tu partida, que pienses si aún puede quedar algo de bondad en tu mirada para que abras la ventana en lugar de cerrarla y dejes que entre algo aún de luz y el jaleo de la calle y siga la cotidiana dicha de encontrarse después de un día de trabajo y conversar mientras terminamos de preparar una ensalada y hacemos planes de ir al cine o a dar un paseo. Ves, por un instante, he soñado despierto que todo sigue como hace años, cuando brotaba el amor en cada rincón de esta casa. Pero lo cierto es que lo único que ahora crece en esta casa es una pequeña planta que compraste hace dos semanas en el Mercado central y le pusiste el nombre de ausencia porque su flor blanca te recordó a los días en los que no estuve a tu lado y tú me necesitaste. No quieres llevarla contigo, es más, quieres que cuando la vea cada mañana me recuerde las dimensiones exactas de mis errores y sea sólo ella la musa de mis versos porque dices que tú ya no eres la que habita en cada palabra que pueda escribir, que tanto abandono derrumbó toda la complicidad que un día construimos. Hay también sobre la mesa uno de tus libros que yo terminaré de leer por ti y tal vez cuando un día nos encontremos por la calle, como dos extraños, puede que te cuente su final y me sirva de pretexto para invitarte a un café, que tú rechazarás, claro, pero que me dé a mí el tiempo suficiente para decirte lo guapa que estás y cuánto duele no seguir compartiendo contigo la palabra Amor. Hoy quisiera llenarte de mimos, de sonrisas, de sorpresas, de sensaciones; apartar las sombras, los reproches, las excusas, los inviernos, … Hoy quisiera que siguieras caminando en mis manos, que descansaras en mi pecho y que mis dedos pudieran recorrer tu espalda para que florecieran los susurros de una segunda primavera, y que mis besos te transmitieran la certeza de que quieres quedarte en mí porque soy el hombre con el que aún sueñas. Esta carta no lleva fecha porque debí escribirla en otro tiempo, antes de haberte perdido para siempre, porque duele cada palabra al saber que no logrará entrar en tu corazón y hacer que éste vuelva a latir por mí de nuevo. Estas piedrecitas que hoy intenta desesperadamente mi alma hacer que formen ondas de perdón en tus olas sólo son el comienzo de un duelo que ya ha empezado, de una herida que incendia el pensamiento y me hace aceptar que ya te has ido y que, esta vez, esa puerta acaba de cerrarse para siempre. PSEUDÓNIMO: DALIAM