Guia_Roma_Imperial - Colegio Intercultural Trememn

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Colegio Intercultural Trememn
Departamento de Historia
Profesora Leticia Herrera C.
7° Básico
GUIA DE TRABAJO DE FUENTES – El Cristianismo en el Imperio Romano
Tácito fue un historiador romano que vivió entre el 55 y el 120 DC y que escribió importantes obras como los Annales, en que
habla del mandato de los césares desde la muerte de August hasta Domiciano. Aquí aparecen trozos referidos al principado de
Augusto y al de Nerón (37-68 DC)
Plinio el Joven (61-113 DC) fue un escritor, científico y político romano, que recibió cargs públicos bajo el emperador Trajano.
Aquí se reproduce una carta que escribe desde la provincia que se le había asignado (Bitinia, hoy Turquía), dirigida al
emperador.
1.- Nerón y el Cristianismo
Hechas estas diligencias humanas, se acudió a las divinas con deseo de aplacar la ira de los dioses y purgarse del pecado
que había sido causa de tan gran desdicha. Viéronse sobre esto los libros Sibilinos, por cuyo consejo se hicieron procesiones
a Vulcano, a Ceres y a Proserpina, y las matronas aplacaron con sacrificios a Juno, primero en el Capitolio, y después en el
mar cercano a la ciudad, y sacando de él agua, rociaron el templo y el simulacro de la diosa; las mujeres casadas, tendidas
por devoción en el suelo del templo, velaron toda la noche. Mas ni con socorros humanos, donativos y liberalidades del
príncipe, ni con las diligencias que se hacían para aplacar la ira de los dioses era posible borrar la infamia de la opinión que
se tenía de que el incendio había sido voluntario. Y así Nerón, para divertir esta voz y descargarse, dio por culpados de él, y
comenzó a castigar con exquisitos géneros de tormentos, a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados
comúnmente cristianos. El autor de este nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido justiciado por orden de
Poncio Pilato, procurador, de la Judea y aunque por entonces se reprimió algún tanto aquella perniciosa superstición
tornaba otra vez a reverdecer, no solamente en Judea, origen de este mal, pero también en Roma, donde llegan y se celebran
todas las cosas atroces y vergonzosas que hay en las demás partes. Fueron, pues, castigados al principio los que profesaban
públicamente esta religión, y después, por indicios de aquéllos, una multitud infinita, no tanto por el delito del incendio que
se les imputaba, como por haberles convencido de general aborrecimiento a la humana generación. Añadióse a la justicia
que se hizo de éstos, la burla y escarnio con que se les daba la muerte. A unos vestían de pellejos de fieras, para que de esta
manera los despedazasen los perros; a otros ponían en cruces; a otros echaban sobre grandes rimeros de leña, a los que, en
faltando el día, pegaban fuego, para que ardiendo con ellos sirviesen de alumbrar en las tinieblas de la noche. Había Nerón
diputado para este espectáculo sus huertos, y él celebraba las fiestas circenses; y allí, en hábito de cochero, se mezclaba unas
veces con el vulgo a mirar el regocijo, otras se ponía a guiar su coche, como acostumbraba. Y así, aunque culpables éstos y
merecedores del último suplicio, movían con todo eso a compasión y lástima grande, como personas a quien se quitaba tan
miserablemente la vida, no por provecho público, sino para satisfacer a la crueldad de uno solo. (Tacito, Los Annales,
referido al mandato de Nerón)
De acuerdo al texto y a los contenidos tratados en clase, contesta:
a) ¿Qué pensaban los romanos sobre los cristianos?
b) ¿Por qué el emperador Nerón persiguió a los cristianos y a qué suplicios lo sometió?
2.- Persecución del Cristianismo
Señor, es regla mía someter a tu arbitrio todas las cuestiones en las que tengo alguna duda. (…) Nunca he llevado a cabo
investigaciones sobre los cristianos: no sé, por tanto, qué hechos ni en qué medida deban ser castigados o perseguidos. Y
harto confuso me he preguntado si no se debería hacer diferencias a causa la edad, o si la tierna edad ha de ser tratada del
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mismo modo que la adulta; si se debe perdonar a quien se arrepiente, o bien si a quien haya sido cristiano le vale de algo el
abjurar; si se ha de castigar por el mero nombre (de cristiano), aun cuando no hayan hecho actos delictivos, o los delitos que
van unidos a dicho nombre. Entre tanto, así es como he actuado con quienes me han sido denunciados como cristianos. Les
preguntaba a ellos mismos si eran cristianos. A los que respondían afirmativamente, les repetía dos o tres veces la pregunta,
amenazando con suplicio; a quienes perseveraban, les hacia matar. Nunca he dudado, de hecho, fuera lo que fuese lo que
confesaban, que tal contumacia y obstinación inflexible merece castigo al menos. A otros, convictos de la misma locura, he
hecho trámites para enviarlos a Roma, puesto que eran ciudadanos romanos. Y muy pronto, como siempre sucede en estos
casos, propagándose el crimen al igual que la indagación, se presentaron numerosos casos distintos. Me fue enviada una
denuncia anónima que contenía el nombre de muchas personas. Quienes negaban haber sido cristianos, si invocaban a los
dioses conforme a la fórmula que les impuse, y si hacían sacrificios con incienso y vino a tu imagen, que a tal efecto hice
instalar, y maldecían además de Cristo –cosas todas ellas que, según me dicen, es imposible conseguir de quienes son
verdaderamente cristianos– consideré que debían ser puestos en libertad. Otros, cuyo nombre me había sido denunciado,
dijeron ser cristianos pero poco después lo negaron; lo habían sido, pero después habían dejado de serlo, algunos al pasar
tres años, otros más, otros incluso tras veinte años. También todos estos han adorado tu imagen y las estatuas de nuestros
dioses y han maldecido a Cristo. Por otro lado, ellos afirmaban que toda su culpa o error había consistido en la costumbre
de reunirse un día fijo antes de salir el sol y cantar a coros sucesivos un himno a Cristo como a un dios, y en comprometerse
bajo juramento no ya a perpetuar cualquier delito, sino a no cometer hurtos, fechorías o adulterios, a no faltar a nada
prometido, ni a negarse, a hacer un préstamo del depósito. Terminados esos ritos, tienen por costumbre separarse y volverse
a reunir para tomar alimento, por lo demás común e inocente. E incluso de estas prácticas habían desistido a causa de mi
decreto por el que prohibí las asociaciones, siguiendo tus órdenes. He considerado necesario arrancar la verdad, incluso con
torturas, a dos esclavas que se llamaban servidoras. Pero no conseguí descubrir más que una superstición irracional y
desmesurada. Por eso, tras suspender las indagaciones, acudo a ti en busca de consejo. El asunto me ha parecido digno de
consultar, sobre todo por el número de denunciados: Son, muchos, de hecho de toda edad, de toda clase social, de ambos
sexos, los que están o estarán en peligro. Y no es sólo en las ciudades, también en las aldeas y en los campos donde se ha
difundido el contagio de esta superstición. Por eso me parece necesario contenerla y hacerla acallar. Me consta, de hecho,
que los templos, que habían quedado casi desiertos, comienzan de nuevo a ser frecuentados, y que las ceremonias rituales
que hace tiempo habían sido interrumpidas, se retoman, y que se vende en todas partes la carne de las victimas que hasta la
fecha tenían escasos compradores. De donde puede deducir qué gran cantidad de hombres podría enmendarse si se
aceptase su arrepentimiento. Epístolas X, 96 (Carta de Plinio el joven al emperador Trajano)
De acuerdo al texto, contesta:
a) ¿Por qué Plinio le envía esta carta al emperador Trajano?
b) De acuerdo a la carta, ¿cuáles eran las creencias, conductas y rituales de los cristianos?
c) De acuerdo a la carta, ¿qué nivel de difusión alcanzó el cristianismo en Bitinia?
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