Orígenes del cristianismo

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Orígenes del cristianismo
Algunos Testimonios directos
147. Plinio el Joven, Epist. 10,96 (carta a Trajano)
Señor, es norma mía someter a tu arbitrio todas las cuestiones que me ofrecen motivo de duda.
¿Quién mejor para encauzar mi incertidumbre o para saldar mi ignorancia?
Nunca he llevado a cabo pesquisas sobre los cristianos (cognitionibus de christianis interfui
numquam): no sé, por tanto, qué hechos o en qué medida han de ser castigados o perseguidos
(2) y harto confuso (me he preguntado) si no se da discriminación en punto a la edad o si la
tierna edad ha de ser tratada de modo diverso a la adulta; si se debe perdonar a quien se
arrepiente, o bien si a quien ha sido cristiano hasta la médula (qui omnino christianus fuit) le
ayuda algo el abjurar; si se ha de castigar en razón del mero nombre (nomen), aun cuando falten
actos delictivos, o los delitos (flagitia) vinculados a dicho nombre. Entre tanto, he aquí cómo he
actuado con quienes me han sido denunciados como cristianos (qui ad me tamquam christiani
deferebantur).
(3) Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos (an essent christiani). A quienes respondían
afirmativamente, les repetía dos o tres veces la pregunta, bajo amenaza de suplicio; si
perseveraban, les hacía matar. Nunca he dudado, en efecto, fuera lo que fuese lo que
confesaban, que semejante contumacia e inflexible obstinación (pertinaciam certe et inflexibilem
obstinationem), merece castigo al menos.
(4) A otros, convictos de idéntica locura, como eran ciudadanos romanos, hacía los trámites
pertinentes para enviar/os a Roma. Y no tardaron, como siempre sucede en estos casos, al
difundirse el crimen (diffundente se crimen) a la par que la indagación, en presentarse
numerosos casos diversos.
(5) Me llegó una denuncia anónima que contenía el nombre de muchas personas. Quienes
negaban ser o haber sido cristianos (qui negabant esse se christianos aut fuisse), si invocaban a
los dioses conforme a la fórmula impuesta por mí, y si hacían sacrificios con incienso y vino ante
tu imagen, que a tal efecto hice erigir, y maldecían además de Cristo (male dicerent Christo) cosas todas que, según me dicen, es imposible conseguir de quienes son verdaderamente
cristianos (qui sunt re vera christiani)- consideré que debían ser puestos en libertad.
(6) Otros, cuyo nombre había sido denunciado, dijeron ser cristianos y lo negaron poco después
(esse se christianos dixerunt et mox negaverunt); lo habían sido, pero luego habían dejado de
ser/o, algunos hacía tres años, otros más, otros incluso veinte años atrás. También todos estos
han adorado tu imagen y la estatua de los dioses y han maldecido de Cristo (et Christo male
dixerunt).
(7) Por otra parte, ellos afirmaban que toda su culpa y error consistía en reunirse en un día fijo
antes del alba y cantar a coros alternativos un himno a Cristo como a un dios (quod essent soliti
stato die ante lucem convenire carmenque Christo quasi deo dicere secum invicem) y en
obligarse bajo juramento (sacramento) no ya a perpetrar delito alguno, antes a no cometer
hurtos, fecharías o adulterios, a no faltar a la palabra dada, ni a negarse, en caso de que se lo
pidan, a hacer un préstamo. Terminados los susodichos ritos, tienen por costumbre de separarse
y el volverse a reunir para tomar alimento (rursusque coeundi ad capiendum cibum), común e
inocentemente. E incluso en esta práctica habían desistido a raíz de mi decreto por el que
prohibí las asociaciones (hetaerias), conforme a tus órdenes.
(8) Intenté por todos los medios arrancar la verdad, aun con la tortura, a dos esclavas que
llamaban ministrae. Pero no llegué a descubrir más que una superstición irracional y
desmesurada (superstitionem pravam et inmodicam.)
Por ello, tras suspender la indagación, recurro a ti en busca de consejo. El asunto me ha
parecido digno de consulta, sobre todo por el número de denunciados: Son, en efecto, muchos,
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de todas las edades, de todas las clases sociales, de ambos sexos, los que están o han de estar
en peligro. Y no sólo en las ciudades, también en las aldeas y en los campos se ha propagado el
contagio de semejante superstición. Por eso me parece que es preciso contener/a y hacerla
cesar.
(10) Me consta con certeza que los templos, desiertos prácticamente, comienzan a ser
frecuentados de nuevo y que las ceremonias rituales (sacra sollemnia) hace tiempo
interrumpidas, se retoman, y que se vende por doquier la carne de las víctimas que hasta la
fecha hallaba escasos compradores. De donde es fácil deducir qué muchedumbre de hombres
podría tentada si se aceptase su arrepentimiento.
148. Plinio el Joven, Epist. 10,97 (respuesta de Trajano)
Caro Segundo, has seguido acendrado proceder en el examen de las causas de quienes te
fueron denunciados como cristianos (qui christiani ad te delati fuerant). No se puede instituir una
regla general (in universum aliquid), es cierto, que tenga, por así decir, valor de norma fija.
No deben ser perseguidos de oficio (conquirendi non sunt). Si han sido denunciados y han
confesado, han de ser condenados, pero del siguiente modo: quien niegue ser cristiano (qui
negaverit se christianum esse) y haya dado prueba manifiesta de ello, a saber, sacrificando a
nuestros dioses, aun cuando sea sospechoso respecto al pasado, ha de perdonársele por su
arrepentimiento (veniam ex paenitentia impetret). En cuanto a las denuncias anónimas, no han
de tener valor en ninguna acusación, pues constituyen un ejemplo detestable y no son dignas de
nuestro tiempo.
A tenor de estos dos textos hay que decir que las primeras menciones explícitas de Cristo y de
los cristianos en los escritos paganos aparecen en documentos oficiales. La carta de Plinio, en
efecto, no es de carácter privado, sino una petición de instrucciones concretas para un proceso
judicial. Lo mismo cabe decir de la respuesta de Trajano: sustancialmente es moderada
( no se deben tener en consideración las denuncias anónimas; o se ha de perseguir de oficio a
los cristianos; no se ha de indagar su pasado), y establece que la condena debe basarse en una
denuncia precisa y siempre y cuando el reo no apostate (Tertuliano, Apol. 2,7, pondrá en
evidencia la incongruencia de esta disposición: «Si les condenas ¿por qué no les interrogas?. Si
no les interrogas ¿por qué no les absuelves?»)
25. De la carta de Plinio se deduce sobre todo el perfil de las tres acusaciones que se lanzan
contra los cristianos: la pertenencia a una religión no permitida (cf. Cicerón, De lego 11 ,8:
Separatim nemo habesse deo's «Nadie ha de tener dioses por cuenta propia»), pero ante todo el
cometer actos delictivos (cf. la carta del emperador Adriano al procónsul de Asia Cayo Minucio
Fundano en el 125, conservada por Justino, 1 Apol. 68: .i ¡mea VÓJ1.0V «alguna infracción a la
ley»), y más todavía el turbar el orden público. Sobre esta última hace mención Plinio aludiendo
a las órdenes de Trajano de prohibir las «hetarias» o asociaciones secretas y por tanto
peligrosas (cf. Plinio el Joven, Epist. 10,34 y 93). Tales debían parecer a los ojos del celoso
gobernador de la Bitinia las reuniones de los cristianos «en un día fijo (¿domingo?) antes del
alba» (para reunirse después nuevamente, tal vez a la tarde, «para tomar alimento»), tanto más
cuanto entre ellos hasta las esclavas (¡mujeres!) podían ser «diaconisas» (ministrae). Estos
datos parecen ciertos, aunque probablemente Plinio exagera el número de cristianos, tal vez
para vanagloriarse ante el emperador de sus propios méritos en la restauración del culto oficial.
En particular, la expresión carmen Christo quasi deo dicere y la del sacramentum o juramento de
no cometer perversidades, dan a entender que Plinio ha intuido con precisión la identidad del
grupo objeto de sus pesquisas, aun cuando sobre ese «Cristo» no sepa decir nada más.
b) De gran importancia a este propósito es el pasaje de los Anales de Tácito, relacionado con el
suplicio de los cristianos ordenado por Nerón tras el incendio de Roma del año 64. Tácito (que
vivia entre el 55 al 125) de elevada condición' social; ejerció la pretura y otros cargos políticos
sobremanera en tiempos de los Flavios. Los Anales fueron su última, obra, escrita'
probablemente el 115 y el 120, y para su edición pudo disponer de fuértes fi~ignas, no sólo
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literarias sino también de carácter oficial. Del incendio de Roma, que se desató el 19 de julio,
Tácito nos habla en 15,38-44, y describe su inicio, su duración, su alcance, los daños, los
primeros auxilios, las reconstrucciones, los ritos expiatorios y, en fin, la búsqueda y condena de
los presuntos responsables.
25. *Sobre las persecuciones en general, cf. J. Marean, La persecuzione del cristianesimo nel
impero romano, Brescia 1977.
149. Tácito, Anales 15, 44, 2_526
(2) Mas ni con los remedios humanos ni con las larguezas del príncipe o con los cultos
expiatorios perdía fuerza la creencia infamante de que el incendio había sido ordenado (quin
iussum incendium crederetur). En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó
como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos,
aborrecidos por sus ignominias (quos per flagitia invisos vulgus Chrestianos. apellabat).
(3) Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en e! reinado de Tiberio por e!
procurador Poncio Pilato (auctor nominis eius Christus Tiberio imperitante per procuratorem
Pontium Pilatum supplicio adfectus erat); la execrable persecución (exitiabilis superstjtio),
momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también
por la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de
actividades y vergüenzas.
(4) El caso fue que se empezó por detener a los que confesaban abiertamente su fe, y luego, por
denuncia de aquéllos, a una ingente multitud (ingens multitudo), y resultaron convictos no tanto
de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano (odio humani generis). Pero a su
suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos
hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces (crucibus adfixi), al caer el día,
eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche.
(5) Nerón había ofrecido sus jardines (hortos suos) para tal espectáculo, y daba festivales
circenses (circense ludicrum eiebat) mezclado con la plebe, con atuendo de auriga o subido en el
carro. Por ello, aunque fueran culpables y merecieran los máximos castigos, provocaban la
compasión (rniseratio oriebatur), ante la idea de que perecían no por el bien público, sino por
satisfacer la crueldad de uno solo.
Este texto habla por sí solo. Anotemos tan sólo unos datos. Por lo que a la responsabilidad del
incendio de Roma se refiere.
Si Tácito alberga la sospecha de que sea del propio Nerón (cf. § 2), Plinio el Viejo se la atribuye
explícitamente (Hist. nato 17,1), e igualmente Suetonio (Nero 38-39), y Dión Casio (Hist. 60,46) y
si este último no hace la más mínima mención de los cristianos (hecho que delata una toma de
partido) su trágica implicación en el desastre halla una probable alusión ya en Clemente romano
(Ad Coro 5-6) y es confirmado por Suetonio (cf. Nero 16: Afflicti suppliciis Christiani, genus
hominum superstitionis novae ac maleficae), si bien este habla de ello de pasada. Es de notar la
locución ingens multitudo, que atestigua la amplia extensión de la comunidad cristiana de Roma
(pero no fueron muertos todos sus miembros; la expresión es quizá una exageración de Tácito:
cf. la immensa strages en Ann. 6,25 con Suetonio, Tib. 61) a comienzos de los años 60.
Comunidad que está ya bien delimitada con respecto a las comunidades hebreas locales, las
cuales no se ven implicadas en absoluto en la represión. Por otra parte es interesante el
apelativo de Chrestianos (con e: así en el «codex Mediceus», mientras que en el «codex
Leidensis» aparece con i): debía estar muy difundido a nivel popular, porque era más inteligible
(del adjetivo griego XQr¡a-rÓt; = benigno. agradable, suave»); además está atestiguado ya como
variante en el NT (así, el códice S en las tres comparecencias del vocablo Hech 11,26. 26,28; lP
4,16), y presente en inscripciones sepulcrales griegas de Asia (cf. CIG II, Add. 2883 d; 3857 g.p.)
y de Sicilia (cf. IG XIV 78.154.191.196), y escritores cristianos creyeron necesario corregido (así
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Justino, 1 Apol. 4; Tertuliano, Apol. 3; Ad nato 13; Lactancio, Div. insto 4,7). Sus crucifixiones
fueron llevadas a cabo no a imitación de la condena de Cristo (cuya pena aquí no se menciona
siquiera), sino como simple aplicación del más infamante y doloroso suplicio romano. Todo tuvo
lugar en los horti de Nerón, situados en la colina Vaticana, y en el vecino Circo de Cayo (=
Calígula) en cuyo centro se erigía el obelisco egipcio actualmente sito en la Plaza de san Pedro).
Pero lo más relevante de este texto de Tácito es la noticia que da sobre el propio Cristo; aunque
muy concisa, nos aporta una información histórica muy precisa (bajo el emperador Tiberio y el
procurador Poncio Pilato) y geográfica (Judea como lugar de origen del nuevo movimiento por él
iniciado).
26*Traducción de J.L. Moralejo, en: TACITO, Anales. Libros XI-XVI. Madrid 1980, pp. 244-245.
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