Escrito por AVISPADO OJO DE CÍCLOPE, TRISTEZA DE HUMANO Relajada con una sonrisa tan grande como un acordeón y tan profunda como el fondo del mar, te contemplo entre edificios y riscos. El viento sopla y sopla susurrando a mis oídos, diciéndome que te siga observando, pero ahora con los ojos del alma. Con los ojos del alma ahora tengo otra mirada. En tu cima observo tu tan imponente ojo de cíclope que tiempo atrás guiaba a los navíos con un inmenso destello de luz, pero que hoy vigila a todo aquel que transite por los acantilados. Tu ojo paranoico explica por qué te apresaron, por qué te envolvieron, el por qué de la camisa a rayas blancas y negras. Tus brazos atados a tu cuerpo hacen que no cometa más locuras. Locuras como dar el empujoncito final para el inicio de tantas desgracias. Desgracias de personas quienes te pidieron consejo entre sus ríos de lágrimas que tantas veces alimentaron al mar que está bajo tus dominios. Personas que pensaban cómo resolver sus vicisitudes del infortunio postradas en tus nubes verdes. Nubes verdes, porque desde estas alturas sobre los riscos no brotan jardines, pero sí nubes. El pedestal, la parte que aparece ser tu base: tus piernas hechas uno como fuerte teñido de oro negro. Inmóvil, quieto, sin poder mover una extremidad tiendes a engatusar a chicos y grandes, a propios y extraños. Crees que quizá alguno note que tú, el tan famoso faro miraflorino, se siente apresado. Olvídalo, los que vienen aquí llegan porque quieren volar a través de la brisa marina y el clima esperanzador de tus aires, todos están tan plenos que se olvidan de todo. De todo, menos los que al no lograrlo bebieron un trago amargo, el trago amargo de estar solos. Resígnate, posa tus ojos en mí tan solo un momento. Te cuento que vivo sentada sobre esta carreta desde hace mucho tiempo, pero soy feliz paseando por acá. Tú deberías sentirte igual teniendo a toda hora esta vista tan privilegiada. No te preocupes que seguiré visitándote por las tardes para ver a los hombres que se creen pájaro y que pasan sobre ti gritando llegando a mancillar la tranquilidad que caracteriza a tus tierras. Antes de irme creo recordar algo, ahora que recuerdo se dice que un niño que cansado de tanto jugar se sentó a descansar, de pronto se percató que estaba perdido. El niño buscaba pero no encontraba a alguien conocido, por lo que tras tanto llorar y recorrer el lugar se resignó a quedarse a tus faldas. El niño tras ser ignorado, por la gente que te visitaba, creyó encontrar un amigo en un can que andaba deambulando. Se dice que aquel can lo había traído una pareja de jóvenes enamorados y por tanto querer sacarse una fotografía contigo a sus espaldas se les había escapado. El can había querido morder al niño y este al tratar de escapar había caído de entre tus nueves verdes hacía las profundidades, luego se especulaba que aquel can era uno de peleas clandestinas y que a ello respondía su personalidad cruenta vista en aquella tarde. Estaba a poco de partir y tras tanto contemplarte por fin lo pude recordar, sé que mi familia quiso que lo olvide, sé que mi familia evitaba hablarme de cómo me había quedado así, ahora sé que mi familia no odiaba al perro sino te odiaba a ti. Ellos decían que las personas olvidaban de todo en un lugar en el cual la belleza de alguien ocultaba su propia monstruosidad. Ellos te detestaban a ti porque creían que eras el principal causante de mi estado. Sí, de ese niño del que te hablé era yo, pero no había muerto sino había quedado minusválida. A pesar de todo, muy a pesar de todo lo que he pasado todos estos años, no te detesto como ellos, no te odio. Ahora que sé quién eres sigo pensando lo mismo que antes que te recordase. Ahora que sé quién eres sigo pensando que vendré a verte lo que me reste de vida. Ahora que sé quién eres, y tú ahora que sabes quién soy, te propongo apoyar en el dolor a los otros y a los muchos. Por ti me sentía muerto, por ti volveré a vivir, y por ambos también vivirán ellos.