LOS VALORES y CUALIDADES EN LA ENSEñANZA DEL DERECHO

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LOS VALORES Y CUALIDADES EN LA ENSEÑANZA
DEL DERECHO
Manuel de Jesús Jiménez Moreno*
Porque no defendí al capital siendo abogado, porque amo los pájaros y la lluvia y su
intemperie que me lava la mano.
Raúl Gómez Jattin1
Sumario: I. Cualidad de investigación documental. II. Cualidad de sensibilidad a lo humano. III. Cualidad de discusión con retórica. IV. Cualidad de crítica a la ley. V. Cualidad de
responsabilidad en el actuar.
T
de los valores en el siglo xxi entraña una complejidad
mayor, no vista en otras épocas o sociedades. Si bien hablar de la actualidad que se vive resulta endeble debido a la especulación del porvenir, los rasgos axiológicos hoy caducan o se actualizan en lapsos breves,
quizás en décadas. No contamos con el soporte del pretérito. Se estudian los
valores de la sociedad decimonónica o colonial, determinadas por aspectos
ideológicos, religiosos, políticos, económicos y hasta costumbristas.
Existían en ciertos grupos una unidad o un cuerpo medianamente homogéneo de estos factores, instituciones totalizadoras como la Iglesia o el Estado emitían un patrón cultural y por tanto axiológico. Ahora con el llamado
posmodernismo, estos factores se han conjugado, rompiendo con esas esratar el tema
*
Mención especial en el concurso Ensayos sobre valores del Licenciado en Derecho en la
UNAM convocado por el Seminario de Filosofía del Derecho.
1
Poeta (1945-1997). Vivió en Cereté. A los 21 años se trasladó a Bogotá donde comenzó a
estudiar Derecho en la Universidad Externado de Colombia. Allí, aparte de sus estudios de
Derecho, se dedicó al teatro. Muere en Cartagena atropellado por un autobús sin saber si se
trató de un accidente o un suicidio.
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tructuras dualistas de lo bueno-malo, correcto-incorrecto. El actuar de los
profesionistas no es la excepción, pues también se conducen con un relativismo o pragmatismo de valores.
El licenciado en Derecho, abogado o letrado ha sido el individuo, que por
antonomasia, maneja varias peculiaridades éticas y morales en el ejercicio
de su profesión. El poder que le confiere el conocimiento de las leyes o del
engranaje estatal y, en su caso, de la necesidad imperiosa de aquellos que
se encuentran en aprietos legales, crean en él la inseguridad de cómo conducirse. Hay un titubeo entre ciertos asuntos que comprometen al litigante
no sólo profesionalmente sino valorativamente. En relación con ¿qué bases
éticas se debe dirigir en ciertos negocios y con cuáles otras para los demás?
Este es el punto crucial que escapa del ejercicio protocolario de la profesión,
más que una simple disyuntiva se trata de un modo moral para relacionarse
y obrar a través de valores previamente adquiridos.
Este modo de actuar supone ser adquirido desde la formación del licenciado en Derecho. Es una dimensión que se considera formada desde que
el alumno estudia en la Facultad. Éste adquiere formalmente las herramientas técnicas, conocimientos teóricos y elementos prácticos que revisten a la
profesión; pero también obtiene la posibilidad ética o propiamente dicho, la
posibilidad deontológica, con la cual se desarrollará a futuro en la actividad
laboral.
¿Habrá entonces que crear un catálogo de valores en las universidades?
¿Habrá que formar licenciados en Derecho con valores específicos? Estos
cuestionamientos llevan a una problemática aún mayor, porque hablar de
conceptos tan variables como lo son los valores nos trasladan a un tópico
filosófico y nos sitúan en el centro de la materia axiológica. Llegamos a los
linderos de una pregunta capital: ¿Qué son los valores?
La idea sobre lo que se ha considerado un valor siempre preocupó al
hombre. En la época antigua se relaciona para algunos filósofos al valor con
la virtud, el saber o la felicidad, después en el Medievo los valores estaban
establecidos por la doctrina religiosa y el apego literal del modelo de buen
creyente, aquí el valor se traducía en una obediencia inquebrantable a las
instituciones eclesiásticas. Posteriormente con la transición al Renacimiento
entre el siglo xv y xvi, los valores adquirieron su eje central en el desarrollo
humano como un ente íntegro, valores del arte y la belleza son torales. En la
época moderna con la Ilustración y los ideales de la Revolución Francesa,
los valores se sitúan en la liberalidad del ser humano y su condición equita-
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tiva. Los valores no son propiedades intrínsecas e invariables, dependen de
un objeto o una serie de objetos que cambian de época en época y de lugar
en lugar.
Una probable explicación de lo que son los valores nos la da el filósofo
argentino Risieri Frondizi, quien dice: “Ahora bien, ¿qué son los valores?
Dijimos que los valores no existen por sí mismos, al menos en este mundo:
necesitan de un depositario en que descansar. Se nos aparecen por lo tanto,
como meras cualidades de esos depositarios: belleza de un cuadro, elegancia de un vestido, utilidad de una herramienta. Si observamos el cuadro, el
vestido o la herramienta veremos, sin embargo, que la cualidad valorativa es
distinta de las otras cualidades… Hay en los objetos mencionados algunas
cualidades esenciales para la existencia misma del objeto; la extensión, la
impenetrabilidad y el peso, por ejemplo”.2
Para Frondizi, el valor no descansa en sí mismo, tiene lo que llama una
“vida parasitaria”. El valor está en función de un objeto, necesita un referente. Es muy difícil hablar indistintamente de la belleza, la utilidad o la
elegancia, si no son dirigidos a una cosa en particular. En el caso del mundo
del Derecho, mencionar de forma aislada a la igualdad, honradez o justicia
no nos lleva a ningún lado o a una idea concreta de lo que debamos entender por esos ideales. ¿Igualdad respecto a qué? ¿Justicia de quién o de qué?
Estas propiedades no son esenciales para el objeto, es decir, la cosa existe
por otras características que le son necesarias para constituirse. Los valores
requieren de la participación de un tercero para formar un enlace entre el objeto y lo que un sujeto otorga valorativamente a ese objeto, en otras palabras,
la calificación que le da.
De esto surgen dos posturas antagónicas en ciertos aspectos. Por un lado
tenemos a quienes creen que el valor del objeto es exclusivamente el que
ellos le confieren con su percepción (subjetivismo axiológico), y por otro
lado, aquellos que creen que el objeto posee un valor a priori que se complementa con la percepción del sujeto para ser mostrado (objetivismo axiológico). De estas aproximaciones surgen dos momentos en el proceso axiológico: el valor y la valoración. En relación a esta dicotomía nos dice el profesor
argentino:
2
Frondizi, Risieri, ¿Qué son los valores?, 3 ed., México, Fondo de Cultura Económica,
2005, p. 15.
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Un punto parece claro: no podemos hablar de valores fuera de una valoración
real o posible. En efecto, ¿qué sentido tendría la existencia de valores que
escaparan a toda posibilidad de ser apreciados por el hombre? ¿Cómo sabríamos
que existen si estuvieran condenados a mantenerse fuera de la esfera de las
valoraciones humanas? En este punto el subjetivismo parece pisar tierra firme;
el valor no puede ser ajeno a la valoración. El objetivismo, por su parte, hace
aquí una distinción fundamental que nos impide proseguir por el camino ya
abierto por la subjetividad. Es cierto que la valoración es subjetiva, sostiene el
objetivista, pero es indispensable distinguir la valoración del valor. Y el valor
es anterior a la valoración. Si no es como confundir la percepción con el objeto
percibido. La percepción no crea al objeto, sino que lo capta.3
La postura del licenciado en Derecho y el abogado es mayoritariamente
subjetivista, porque el valor sólo se presenta a los ojos de quien lo mira.
El valor aparece pragmático y muta a partir de los asuntos o negocios que
lleve, por ejemplo, un litigante. El caso es a veces justo y en otros injusto,
hay inocencia o culpabilidad sin apelar a un patrón fijo, a un valor previo. El
licenciado en Derecho sólo hace valoraciones en los momentos necesarios,
no entra al estudio cabal del valor en sí.
Nunca se anclan las nociones de justicia o igualdad (sólo por mencionar
estos valores) en las escuelas de Derecho porque eso es materia de otras
licenciaturas como Filosofía. Las reflexiones éticas profundas no llevan al
estudiante a ningún lado puesto que nunca ha construido su idea de justicia;
pero en las facultades de Derecho tampoco se enseña a que cada quien construya su idea de justicia. Todavía se repite con una carga positivista lo que
la ley define como justicia social, como orden público o equidad procesal;
pero casi no se estimula al alumno a formar su propio ideal de justicia para
conducirse siempre sin contradicción.
Otro camino sería que el alumno construyera en la Facultad una pirámide
de valores. Esto ocasionaría varios inconvenientes, pues ¿cómo se tendría
que ordenar esa jerarquía de valores? No sería conveniente hacer una tabla
normativa de valores para el estudiante, pues no hay una referencia determinada para apelar a un valor por encima de otro en ciertos casos y cambiar
la escala para el siguiente asunto. No tendría sentido crear una fórmula y
después revertirla porque esa sea la manera más conveniente de acuerdo a
un plan de estudio o a los fines de cada universidad.
3
Ibidem, p. 28.
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El valor en sí mismo tiene una graduación, esto no implica que los valores
sean ordenador por default. Aquí entra la preferencia de cada quien, que es
obligadamente subjetiva. Los maestros en las escuelas de Derecho no pueden dictar la predilección por un valor, sólo podrían propiciar las condiciones óptimas para que los alumnos edifiquen su jerarquía de valores en relación con su criterio. Así el filósofo Max Scheler nos dice en voz de Frondizi:
...para Scheler, la jerarquía es algo ínsito en la esencia misma de los valores y,
por lo tanto, invariable y ajeno a la experiencia. La conexión jerárquica es de
naturaleza a priori. Esto no significa, sin embargo, que el orden jerárquico de
los valores pueda ser deducido lógicamente; se trata de una evidencia intuitiva
de preferencia que ninguna deducción lógica puede sustituir.4
No hay necesidad de implementar un estándar de valores éticos a los estudiantes, se trata únicamente de mover la tierra para que estos broten en la
conciencia del alumno. Hay que confiar en el albedrío de cada quien; recordemos que ya existe una moral definida en cada individuo, por lo que las
múltiples formas de valorar un objeto se extienden ad infinitum.
La persona, si bien es un depositario de valores, no los adquiere como los
conocimientos doctrinarios o técnico-jurídicos, sino que éstos van más allá
de los cinco años de aprendizaje durante la licenciatura. Los valores éticos
son consecuencia de un proceso vivencial y principalmente de introspección
del ser. No hay por qué cruzar esa intimidad y diseñar abruptamente ese
templo interior que erige cada quien en su espíritu. La diversidad de valores
nos entrega ese otro modo de valorar las cosas, de apreciar los senderos y
escalas valorativas para deconstruir o construir al mundo y a las ideas.
Una vez dicho esto, no se resuelve el caso sobre qué elementos extracurriculares debe recibir el estudiante de Derecho. Después de crear profesionistas capaces con las herramientas jurídico-teóricas y jurídico-prácticas, ¿con
qué calidad humana se desenvolverán allá afuera, en el mundo palpable? A
esta pregunta no debe permanecer ajeno el profesor de Derecho. No puede
conformarse únicamente con agotar el curso, con abarcar todos los temas del
plan de estudio.
El maestro no sólo es ese halo de conocimiento del que se alimentan
los alumnos, su papel debe atravesar la línea de lo formal. De acuerdo a lo
anterior, el profesor no tiene que crear los valores directamente, la esfera
4
Ibidem, p. 132.
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axiológica de cada uno de sus alumnos escapa a su alcance, por la inminente
libertad que representa una escala o jerarquía de valores. ¿Cuál es entonces
el camino abierto al catedrático de Derecho? Habrá que moldear cualidades
en los estudiantes. Habrá que configurar atributos en el pensamiento de cada
uno de ellos, a través de la charla, del intercambio de experiencias, de las
anécdotas que necesariamente acompañan las explicaciones académicas en
las aulas.
A continuación presentaré las cualidades elementales que debe poseer un
licenciado en Derecho en general, pero más un licenciado en Derecho de la
Facultad de Derecho de la UNAM, no porque ésta haya sido mi alma mater,
sino por el compromiso de esta casa de estudio, que es un referente en el
quehacer jurídico de Hispanoamérica e incluso un referente internacional
para otras instituciones y escuelas en la enseñanza del Derecho.
Nuestra tarea va más allá de formar juristas, jueces, servidores públicos,
abogados o investigadores; formemos personas con atributos analíticos y
humanísticos. Basaré el enlistado de cualidades en la palabra del maestro
Rafael Altamira y Crevea, quien fue “un maestro convencido de su tarea en
el entorno de las universidades en las que sirvió; un hombre con una cercanía asombrosa con los modelos renacentistas del pensamiento universitario,
pero ante todo, un hombre de su tiempo”.5
Las cualidades que referiré en los siguientes párrafos no se encuentran
enunciados ex professo en La formación del jurista del autor, sino que
es una disección cuidadosa de dos conferencias de enero de 1910: “Organización práctica de los estudios jurídicos” y “Educación científica y
educación profesional”. Para el maestro Rafael Altamira, el jurista o aspirante de jurista tendría que pretender ser el eje del devenir cultural de
una sociedad, su trabajo es importantísimo, puesto que el desarrollo de la
civilización depende en gran medida de él. En palabras de Serrano Migallón, el pequeño libro de La formación del jurista es un “llamado a formar
gigantes, en términos de Gracián, reúne las reflexiones docentes de un profesor preocupado por que el jurista se convierta en parámetro cultural de
una comunidad; que por su sensibilidad pueda atemperar su conocimiento
y hacerlo así fuerza vital o impulso útil”. 6
5
Altamira y Crevea, Rafael, La formación del jurista, México, Facultad de Derecho
UNAM, 2008, p. 5.
6
Idem.
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I. Cualidad de investigación documental
Para tener en verdad esta cualidad, se requiere un compromiso por parte del
alumno. Un afán auténtico por el objeto de estudio. Generalmente la actitud
del estudiante en las aulas es pasiva, su tarea es simplemente la de un receptor de información. El profesor imparte la cátedra y el alumno se dedica a
escuchar, entender y copiar lo más sobresaliente del discurso del maestro.
Otros sólo se contentan con registrar lo que ellos estiman conveniente para
el día del examen. Existen unos más osados que consultan la bibliografía del
tema o la recomendada por el magister iuris. A lo que nos exhorta Altamira
y Crevea es a poseer un verdadero espíritu activo en el aprendizaje del Derecho, ir más allá de las convenciones del apunte y la lectura de la doctrina.
Hay que intentar ir a las fuentes primigenias, a la materia esencial. Nos dice
el maestro respecto de los beneficios de enfrascarse en textos como el Digesto
o las Institutas: “Trabaja con los alumnos haciéndolos leer, enfrentarse y
ponerse cara a cara con la obra misma de la cual los autores no hacen más que
una representación sistemática desde el punto de vista de considerar el texto
del autor”.7
II. Cualidad de sensibilidad a lo humano
Aquí se busca desligar al alumno de ese plano abstracto del derecho como
norma. Que el estudiante no se envenene con un exceso de ficciones e hipótesis normativas. Es indispensable el manejo de estos elementos, pero
también es necesario aterrizarlos en la vida y lo cotidiano. No hay que crear
abogados librescos y “codigueros” que reciten el contenido de una ley y sus
jurisprudencias, pero no sepan la manera óptima de colocar esos conocimientos en las oficinas y los juzgados. Mientras el alumno ensimismado con
legislaciones y libros se ahoga en las páginas, el mundo arde allá afuera. Por
eso recomienda el autor español:
Las visitas a establecimientos de carácter jurídico o económico se hacen con
objeto de que los alumnos vean cómo se realiza cada ramo del Derecho; cómo
funcionan los parlamentos, cómo los centros municipales, qué es una cárcel,
qué genero de vida se hace allí y, en suma, tener la representación de aquello
con lo cual van a trabajar el día de mañana; cuando salgan de la universidad
7
Ibidem, p. 48.
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no serán los libros lo que les salgan al paso sino la vida que viven los otros
hombres con los cuales tienen que relacionarse.8
III. Cualidad de discusión con retórica
El estudiante de Derecho no debe ser un autómata en el salón. Escuchar
y escribir. Retener y aprobar. Hay que procurar que manifieste su sentir,
cuál es su postura respecto a un asunto planteado en clase. La correcta
expresión es uno de los atributos fundamentales para el licenciado en Derecho. Si un alumno no puede construir enunciados precisos con corrección sintáctica, si no sabe de figuras retóricas, del lenguaje, si no posee
un vocabulario amplio y rico, está perdido.
Propiciar la capacidad argumentativa y la belleza discursiva del estudiante de Derecho. Vienen en seguida las discusiones no solamente sobre la base
de un trabajo escrito, sino discusiones correspondientes a (tesis o temas concretos), a lo que se ha llamado academias de Derecho.9
IV. Cualidad de crítica a la ley
El licenciado en Derecho es quien apela a la legalidad de los actos. Él debe
ser el garante de que los contratos, concesiones, requisitos y procesos estén
conforme a derecho. No tendría caso la idea de un abogado que no esté
convencido del dominio de las leyes y su poder coercitivo para la armonía
social. Pero siempre hay que mantener la perspicacia sobre el contenido de
la norma. Habrá que ser agudos en la lectura de un nuevo ordenamiento, intuir sus consecuencias en el sistema jurídico nacional, sus motivos políticos,
sus fines sociales.
No se deberá aplicar la norma sólo porque es correcto aplicarla, no llegar
a la falacia de que la norma es justa sólo por el hecho de ser norma jurídica.
Hay que mantenernos despiertos a toda posibilidad de legislación, a elaborar un examen concienzudo del espíritu legislativo. Dice el maestro Rafael
Altamira: “porque el jurista profesional, el abogado, el juez, todas estas profesiones a que vengo aludiendo, el jurista profesional, digo, no tiene por
8
9
Ibidem, p. 50.
Ibidem, p. 57.
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única, por sola función en la vida aplicar las leyes y aceptarlas tal como son
en sí”.10
V. Cualidad de responsabilidad en el actuar
El ámbito de actuación del licenciado en Derecho aglomera muchas obligaciones. No hay casi cabida para los negligentes en esta profesión. El abogado, como se mencionó anteriormente, posee un gran poder por todas las
herramientas que conoce. La responsabilidad en la manera de conducirse es
vital para llevar a buen término sus negocios y, sobre todo, cumplir con el
servicio por el cual ha sido contratado.
En las manos de los licenciados en Derecho muchas veces se encuentra
el patrimonio de sus clientes, la propia libertad de sus representados; en un
descuido puede destruir las aspiraciones de vida de una persona y machacar
lo que queda de su espíritu. Un letrado consciente de esto, se reconoce como
un oráculo y sabe de la trascendencia de sus palabras. “El abogado, el juez
son algo más que puros profesionales: son como los sacerdotes, son como
aquellos funcionarios en cuyas manos está encomendada en la vida la aplicación y la práctica de la justicia en todos los casos que se presentan ante
ellos; son los funcionarios en cuyas manos está la seguridad y la tranquilidad de los hombres, el reconocimiento de lo que corresponde a cada cual
para cumplir su fin en la vida”.11
Podría decir que estás son las cinco cualidades esenciales de los licenciados en Derecho, a manera de los punto de una estrella polar; pero es cierto
que estos atributos no son limitativos puesto que pueden ampliarse en relación con las características y aptitudes propias de cada persona. Véase esto
como una mera enunciación de caracteres necesarios para lograr un buen
desempeño laboral y humano para los estudiantes y egresados de Derecho.
Quizás algunos de los puntos ya se encuentren incorporados en mayor o
menor medida en la enseñanza práctica dentro de nuestra Facultad; quizás
otros más todavía no se desarrollen en el seno del plantel, pero sé que siempre nos encontraremos en un proceso de evolución académica y superación
humanista.
No hay que buscar carencia de valores o anomalías en los regímenes éticos de los alumnos de la Facultad, la ausencia o posesión de determinados
10
11
Ibidem, p. 67.
Ibidem, p. 69.
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valores éticos en los futuros profesionales de esta casa de estudio. Hay que
crear las atmósferas o circunstancias atingentes para que ellos se desenvuelvan en razón de sus propios criterios morales, que se muevan en una sola
línea impuesta por ellos mismos. Antes habrá que dotar a los alumnos de
atributos y cualidades para llevar a cabo dicha tarea.
El verdadero abogado, juez o catedrático en Derecho, es quien no se conforma con ser sólo eso, ni aun con cumplir únicamente con estos atributos.
Pienso que un licenciado en Derecho, más si se trata de un egresado de la
Facultad de Derecho de la UNAM, es el árbol donde nacen otros frutos aparte de los jurídicos y sus raíces tocan más de una tierra firme.
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