Textos para la Historia de Roma III. La Conquista del Mediterráneo La República Imperial Romana Provincialización y Expansión de Roma: el Imperium territorial Dimensión ¡ económica Livio XXIII, 49 Colonización Catón, De agricultura, 5 << Correspondía al pretor Fulvio [Flacco] actuar en los comicios, revelar al pueblo las necesidades de la República, exhortar a quienes habían acrecido su fortuna gracias a las contratas públicas y convencerlos de que pusieran su dinero a plazos a disposición de la misma República que les había posibilitado enriquecerse, corriendo con la adjudicación de suministros para el ejército de Hispania [año 215 a. C.], bajo promesa de que, en cuanto que hubiera dinero en el erario, serían los primeros en cobrar (…) Se presentaron a la adjudicación tres sociedades, con un total de diecinueve personas, que pusieron estas condiciones: una, ser liberados del servicio militar mientras estuviesen en el desempeño de este servicio público; otra, que el cargamento de las naves estaría acogido a seguro a costa y riesgo de la República, contra los efectos de la violencia, fuera ésta de las tempestades o del enemigo. Obtenidas ambas, se encargaron del asunto y, así, la fortuna de los particulares se inmiscuyó en los asuntos del Estado >> << Éstas serán las obligaciones del capataz (de una uilla rustica). Tenga una buena conducta. Observe los días de fiestas religiosas. Respete los bienes ajenos. Cuide con diligencia los propios bienes. Apacigüe las disputas de los sirvientes (esclavos). Aplique un castigo proporcionado a quien haya cometido una falta. Haga que los sirvientes no sufran hambre ni sed, que actúen bien; prohíba que sea más fácil hacer el mal o atentar contra lo ajeno. Si el capataz no quiere hacer el mal, no lo hará; si lo hiciere, que el duelo no deje que quede impune. Que reconozca los favores recibidos para estimular a los otros a hacer el bien. Que el capataz sea sedentario, siempre sobrio y no vaya a otra parte de festines. Que esté en contacto con los sirvientes, que procure que hagan lo que ha mandado el dueño. Que no juzgue que él sabe más que el dueño. Que tenga como amigos a los amigos del dueño. Que escuche a quien se le ordenó escuchar. Que no haga rituales religiosos a no ser en los límites (de la uilla) o en el hogar. Que no se fíe de nadie sin mandato del dueño. Que exija lo que el dueño ha dejado en préstamo. Que no fíe a nadie ni simiente ni alimentos, ni grano, ni vino, ni aceite. Que tenga relaciones con la población de dos o tres villas para prestar o recibir en préstamo lo que necesite; con nadie más. Que informe a menudo al dueño sobre el estado de las cuentas. Que no tenga al trabajador de jornadas, al asalariado y al viticultor más de lo convenido. Que no compre nada sin conocimiento del dueño, que no oculte nada al dueño. Que aleje a los parásitos, que no consulte a los harúspices, augures, adivinos. Que no ahorre simiente; es una mala medida económica. Que supervise el trabajo campesino para que aprenda a hacerlo, y lo haga a menudo hasta que esté cansado. Haciendo esto, conocerá el carácter de los sirvientes y ellos estarán más entusiasmados con el trabajo. Si hace esto, tendrá menos tiempo para andar de un lado a otro y su salud será más fuerte y su sueño más apacible >> 50 Política de aliados Livio XXVIII, 45 La Historia y Roma Polibio I, 1-2 << [Actitud de Escipión Africano y de los Socii itálicos en el 205 a. C.] Y como había anunciado que la flota por construir no supondría gastos a la República, también logró permiso para aceptar los ofrecimientos de los aliados con vistas a la construcción de barcos nuevos. Los pueblos de Etruria, primero, cada cual según sus medios, prometieron ayuda al cónsul: las gentes de Caere, trigo para los aliados marítimos y suministros de toda clase; los de Populonia, hierro; los de Tarquinia, tejidos para velámenes; los de Volterra, efectos para los barcos y grano; los de Aretio, tres mil escudos, otros tantos cascos, dardos y jabalinas y picas largas hasta un total de cincuenta mil de todas las clases, hachas, palas, hoces, cestas, muelas y todo el equipo preciso para armar cuarenta barcos de guerra, cien mil raciones de grano y provisiones de camino para decuriones y remeros; los de Perusa, Clusio y Ruselas, madera de abeto para barco y gran cantidad de grano (…) Los pueblos de Umbría, y, además, las gentes de Nursia, de Reate y Aminterna y todo el territorio sabino prometieron soldados; los marsos, pelignios y marrucinos mandaron listas de muchísimos voluntarios para la flota. Los de Camerino, unidos a Roma por un tratado, mandaron una cohorte de seiscientos hombres armada al completo. Apenas preparadas en los astilleros treinta carenas de barco (…) Escipión mismo comunicó su impulso a las tareas y, cuarenta y cinco días después de haberse talado los troncos, los barcos, armados y pertrechados, estaban a flote >> << Si los autores que me han precedido hubieran omitido el elogio de la historia en sí, sin duda que sería necesario que yo urgiera a todos la elección y transmisión de tratados de este tipo, ya que para los hombres no existe enseñanza más clara que el conocimiento de los hechos pretéritos. Pero no sólo algunos, ni de vez en cuando, sino que prácticamente todos los autores, al principio y al final, nos proponen tal apología; aseguran que del aprendizaje de la historia resultan la formación y la preparación para una actividad política; afirman también que la rememoración de las peripecias ajenas es la más clarividente y la única maestra que nos capacita para soportar con entereza los cambios de fortuna. Es obvio, por consiguiente, que nadie, y mucho menos nosotros, quedaría bien si repitiera lo que muchos han expuesto ya bellamente. Porque la propia originalidad de los hechos acerca de los cuales nos hemos propuesto escribir se basta por sí misma para atraer y estimular a cualquiera, joven y anciano, a la lectura de nuestra obra. En efecto, ¿puede haber algún hombre tan necio y negligente que no se interese en conocer cómo y por qué género de constitución política fue derrotado casi todo el universo en cincuenta y tres años no cumplidos, y cayó bajo el imperio indisputado de los romanos? Se puede comprobar que antes esto no había ocurrido nunca. ¿Quién habrá, por otra parte, tan apasionado por otros espectáculos o enseñanzas que pueda considerarlos más provechosos que este conocimiento? >> 51 El bellum iustum Polibio III, 4-5 Las Guerras Púnicas Polibio III, 9-12 << Si por sí solos los éxitos o los fracasos permitieran emitir un juicio suficiente sobre los hombres o los gobiernos, despreciables o laudables, según el programa inicial nosotros deberíamos pararnos aquí (fin conquista de Italia y del Mediterráneo Oriental) y concluir simultáneamente nuestra exposición e historia con las acciones citadas en último lugar. En efecto: el lapso de los cincuenta y tres años termina en ellas, y el progreso y el avance del imperio romano ya había culminado. Además, daba la impresión de que era notoria e ineludible para todos la sumisión a los romanos y la obediencia a sus órdenes. Pero los juicios sobre vencedores y vencidos extraídos simplemente de los propios combates son insuficientes. Lo que muchos han creído un triunfo insuperable, si no se explotó con acierto ha comportado grandes desastres, mientras que a no pocos que han soportado con entereza las desgracias más escalofriantes, éstas han acabado por convertírseles en ventajas. A las acciones mencionadas habría de añadirse un juicio sobre la conducta posterior de los vencedores, sobre cómo gobernaron el mundo, la aceptación y la opinión que de su liderazgo tenían los demás pueblos; se deben investigar, además, las tendencias y ambiciones predominantes en cada uno, que se impusieron a sus vidas privadas y en la administración pública. Es indiscutible que por este estudio nuestros contemporáneos verán si se debe rehuir la dominación romana o, por el contrario, si se debe buscar, y nuestros descendientes comprenderán si el poder romano es digno de emulación, o si merece reproches. La máxima utilidad de nuestra historia, en el presente y en el futuro, radica en este aspecto. No hay que suponer que, ni en sus dirigentes ni en sus expositores, la finalidad de las empresas sea vencer y someter a todos. Nadie que esté en su sano juicio guerrea contra los vecinos por el sólo hecho de luchar, ni navega por el mar sólo por el gusto de cruzarlo, ni aprende artes o técnicas sólo por el conocimiento en sí. Todos obran siempre por el placer que sigue a las obras, o la belleza, o la conveniencia. Por eso, la culminación de esta historia será conocer cuál fue la situación de cada pueblo después de verse sometido, de haber caído bajo el dominio romano, hasta las turbulencias y revoluciones que, después de estos hechos, se han reproducido >> << En cuanto a la guerra entre romanos y cartagineses hay que considerar que la primera causa fue el resentimiento de Amílcar, el llamado Barca, que era padre natural de Aníbal. Amílcar, en efecto, en la guerra de Sicilia, no fue derrotado en su espíritu, ya que comprobaba que había conservado intactas sus tropas en Érice, y con el mismo empeño que él tenía. A causa de la derrota naval de los cartagineses, se había visto obligado a ceder a las circunstancias y a firmar los pactos. Pero la cólera le duraba, y aguardaba siempre una ocasión (…) Amílcar sumó a su ira la cólera de sus conciudadanos, y tan pronto como reforzó la seguridad de su patria, después de la derrota de los mercenarios sublevados, puso luego todo su interés en los asuntos de Hispania, pues quería aprovechar sus recursos para la guerra contra los romanos. Y hay que tener en cuenta todavía una tercera causa, me refiero al éxito de los cartagineses en los asuntos en Hispania (…) Cuando Amílcar iba a pasar a Hispania con sus tropas, Aníbal contaba nueve años y estaba junto a un altar en el que Amílcar ofrecía un sacrificio a Zeus. Una vez que obtuvo agüeros favorables, libó en honor de los dioses (…), llamó junto a sí a Aníbal y le preguntó amablemente si quería acompañarle 52 en la expedición. Aníbal asintió entusiasmado y aun se lo pidió como hacen los niños. Amílcar entonces le cogió por la mano derecha, le llevó hasta el altar y le hizo jurar, tocando las ofrendas, que jamás sería amigo de los romanos >> Toma de Cartago Polibio XXXVIII, frag. 21. Ruina de Numancia Apiano, Iber., 95-97 Consecuencias agrarias Plutarco, Tiberio Graco IX, 4-8 << (…) Se volvió (Escipión Africano) hacia mí, me cogió la mano diestra, y exclamó: “Un momento glorioso, Polibio, pero no sé por qué temo y presiento que llegue la ocasión en que otro dé la misma orden contra nuestra patria”. Sería difícil encontrar una declaración más sensata o más digna de un estadista romano. En efecto, el hecho de pensar, en medio de grandes éxitos y de la ruina del enemigo, en los problemas del propio país y en un posible vuelvo de la situación, no olvidarse, en suma, de la fortuna en medio del triunfo, es propio de un hombre grande y cabal, digno de ser recordado >> << Los numantinos, acosados por el hambre, enviaron a Escipión cinco hombres con el encargo de que averiguasen si éste les daría un trato moderado en caso de entregarse a los romanos. Avaro, uno de los jefes de los numantinos, resaltó la mentalidad y la valentía de su pueblo, y añadió que no había faltado en nada, sino que soportaban tal sufrimiento para defender a sus mujeres e hijos así como por la libertad de su ciudad (…) Escipión, conociendo por los prisioneros lo que sucedía en el interior de la ciudad, les respondió que, sin condiciones, debían ponerse en sus manos y entregar la ciudad y las armas. Los numantinos (…) se encolerizaron mucho más cuando se les dio a conocer la respuesta de Escipión, y contra su costumbre, asesinaron a Avaro y a los otros cinco embajadores que le acompañaron por ser portadores de malas noticias y por suponer que habían tratado de su seguridad ante Escipión. Poco después comenzaron comer pieles cocidas ante la carencia total de alimentos, de trigo, de ganado y yerba. Y, cuando aquéllas faltaron, comieron carne humana cocida, comenzando por los muertos que trozeaban en pedazos en sus cocinas (…) Escipión los sometió a un asedio con sesenta mil soldados, mientras los numantinos le invitaron a pelear en numerosas ocasiones. Pero Escipión, experto en el mando del ejército, no llegó a un enfrentamiento abierto con aquellas fieras, sino que los sometió por el hambre, mal contra el que no se puede combatir, y único medio con el que se podía vencer a los numantinos y con el que efectivamente los sometió >> << [Palabras atribuidas a Tiberio Sempronio Graco] “Las fieras de Italia tienen todas su guarida, su madriguera, su refugio. Pero los hombres que luchan y mueren por Italia reciben su parte de agua y de luz y de nada más (…) Éstos, a quienes se llama dueños del mundo y que no tienen ni un terrón de tierra, luchan y mueren por el enriquecimiento de otros” (…) Pasado un tiempo, los ricos habían conseguido adjudicarse esas tierras bajo nombres ajenos, y, después, tenerlas bajo su propio nombre. Los pobres así despojados (de la tierra) perdieron el interés por el servicio militar y no se preocupaban por criar más hijos, hasta tal punto que Italia se veía cada vez más despoblada de hombres libres y más llena de esclavos bárbaros, de los que se servían los ricos para cultivar sus tierras >> 53