Mi parque Berrio Cómo extranjero de mi ciudad decidí montarme en el Metro de Medellín a eso de las 10:45 AM y dirigirme hacia Él Parque Berrío que queda, de sur a norte, entre las calles Colombia y DeGreiff, y de oriente a occidente, entre las carreras Palacé y Carabobo, es el punto más central de Medellín. Me bajé en la Estación Parque Berrío y se me puso la piel de gallina al ver el contraste entre la gran infraestructura que había construido el metro en ese lugar y la iglesia La Candelaria, la más vieja de Medellín que quedaba al todo el frente. Eran cuatro pisos de estación que hasta le hacían túnel a la carrera Carabobo. Salí de la estación y me senté alrededor de un monumento en honor a Pedro Justo Berrío “Magistrado y humilde ciudadano” que quedaba en todo el centro del parque. A mi lado había un gamín con el pelo largo y con cara de cansando. Al principio me asustó pero me hice el loco y lo olvidé. Empecé a disfrutar de las palmeras y de los otros árboles desconocidos que hacían parte del parque. Árboles, que después de preguntar varias veces, no fui capaz de hallarles el nombre. Contemplando los pequeños rascacielos que se perdían en el cielo azul y que rodeaban el parque, me sentí, no se porque diablos, como en el Central Park de Nueva York. Empecé a sentirme en casa y observe con cuidado a las personas que estaban en el parque. Lo primero que vi fueron dos policías y dos jóvenes que se estaban molestando y abrazando. Sin dejarme afectar de mi imaginación seguí mirando el resto de las personas y pude deducir que la mayoría eran de la tercera edad. Me sorprendió la cantidad de Jóvenes que encontré sentados sin hacer nada pero tampoco quise dejar volar mi imaginación sin haber hablado primero con varios personajes que ya había identificado como protagonistas. Primero entrevisté a uno de los policías que estaba molestando con los jóvenes anteriormente y que me estaba mirando desde hacía rato. Su nombre era Jorge Henao y desde que lo pronunció, mi imaginación me dijo que estaba al lado de un marica. Me contó que la policía no fue capaz de sacar a todos los vendedores ambulantes que había, entonces autorizó y oficializó a cinto lustradores de zapatos y seis tinteras, pues eran los que llevaban más tiempo trabajando allá. Me dijo que tenían muy bien controlada la prostitución y que ya eran pocos los jóvenes que se llevaban a los viejitos a las piezas de los moteles del centro de la ciudad. Otra versión muy distinta me dio un de los lustradores con los que hablé. Él afirmó que en el parque había mucha prostitución y que a cada rato se llevaban a los viejitos y les robaban la plata. Le creí más al lustrador porque el policía no hizo sino buscarme para embutirme la información. Cómo si no quisiera que hablara con la otra gente. Lleno de desconfianza con el policía, fui a conversar con otro lustrador que se llamaba Oscar Alberto Echeverri. Me confesó, después de haber entrado en confianza, que el policía Henao tenía una debilidad sexual. Seguimos hablando y me dijo que la policía nacional les había pagado la capacitación en la fundación universitaria Unireminton. Me mostró el diploma y orgullosamente me dijo: “ya soy promotor de seguridad ciudadana y promotor de turismo”. Me sentí agradecido con la policía y como para buscar un veredicto final acerca de la situación del parque le pregunté a un viejito: ¿quién era el lustrador más viejo? Él me respondió que era Manuel callejas. Lo busqué y lo encontré fácilmente. Me confesó, sin presión alguna, que el parque era antes un hueco, que hubo un tiempo donde a todo el que pasara y diera papaya lo atracaban. Como anécdota me contó que hacía diez años había un negro caleño que atracaba a dos personas al mismo tiempo. Me aseguro que los robos, la prostitución y la violencia no se habían acabado, que únicamente se habían disminuido desde el año 2000. Él lleva treinta años trabajando en el parque y su salario diario es aproximadamente de 12 mil pesos. Le hace falta la época del narcotráfico, pues me explicaba que durante ese tiempo los narcos se paseaban por el parque pagando hasta 100 mil pesos por lustrada. Me dijo que un día que no tenía nada en el bolsillo se encontró un millón de pesos tirados en pleno parque. Con su salario sostiene a cuatro hijos y está muy contento como vive. Me aseguró varias veces que para sobrevivir solo se necesita hablar, que desde que usted hable, está salvado. “En el parque hay de todo, de lo que usted quiera”, fueron las últimas palabras que me dijo porque salió a embellecer los zapatos de un viejito, que después me enteré que era su cliente mejor cliente. Me volví a montar en El Metro en dirección hacia Itaguí. Durante el trayecto pude deducir que El Parque Berrío es la realidad de la ciudad, por donde pasaban toda clase de personas. Ahora es mi parque y gracias a él siento la obligación de seguir conociendo lugares de mi ciudad que antes desconocía. Gracias a él me quito tantos prejuicios que tenía y compruebo que para sobrevivir no se necesita sino hablar.