JURISPRUDENCIA SOBRE LA PREVARICACION JUDICIAL

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JURISPRUDENCIA SOBRE LA PREVARICACION JUDICIAL
Conviene comenzar trayendo a colación la reciente sentencia del esciente,
comprometido y bizarro profesor ya jubilado, D. Alejandro Nieto, expresada en su
magnífica obra “EL DESGOBIERNO JUDICIAL” (Fundación Alfonso Martín Escudero,
editorial Trotta, segunda edición: 2005), por su indudable interés:
“En la minuciosa obra de Ramos Tapia se recogen 30 sentencias desde 1883 a
1997, de las cuales sólo diez son condenatorias y de ellas únicamente tres se refieren
a jueces de instrucción, afectando las demás a jueces municipales o interinos. Tres
condenas en un siglo: con esto está dicho todo.
La escasez real de prevaricaciones enjuiciadas contrasta con la abundancia de
bibliografía, ya que este delito es estudiado con detalle en los manuales de Derecho Penal,
en múltiples artículos, y a él ha dedicado Ramos Tapia su tesis doctoral, sin contar con
la obra anterior, ya clásica, de Octavio de Toledo sobre prevaricación en general.
Pero, además, las pocas sentencias que se han producido han dividido a la doctrina en dos
bandos irreconciliables, en defensa o en crítica de la famosa sentencia de 15 de
octubre de 1999 condenatoria de Javier Gómez de Liaño”. En esta sentencia se ha
elaborado –en términos magistrales aunque discutibles- un concepto de la prevaricación
judicial –que es donde se manifiesta fundamentalmente la responsabilidad judicial-que se
encarna en un tipo donde han de coincidir dos elementos: uno objetivo, que es el
injusto, y otro subjetivo, que es el conocimiento del injusto.
A) El injusto presupone una infracción del ordenamiento jurídico; pero no todas las
infracciones son injustas y, a la inversa, no todos los injustos implican necesariamente una
infracción del ordenamiento jurídico...
Ahora bien, en la sentencia de 4 de julio de 1996 (caso Pascual Estevill) el T.S.
consideró que existía injusto, incluso aunque el juez hubiese actuado dentro de sus
potestades discrecionales de dictar, o no, Auto de prisión, porque había tomado su
decisión (dentro de las posibilidades que le brindaba la ley) de una manera arbitraria, ya
que no había motivos suficientes que explicasen la participación de los afectados en el
delito. En suma, no se apreció una infracción formal de la ley, pero sí una infracción
material.
B) Si no todas las resoluciones ilegales son injustas, tampoco todas las
resoluciones injustas son prevaricadas, dado que para realizar el tipo delictivo hace falta la
concurrencia del elemento subjetivo. La sentencia injusta se convierte en prevaricada
cuando el autor tiene conciencia de la ilegalidad que está cometiendo, es decir, obra a
sabiendas. La ilegalidad afecta exclusivamente a la sentencia, la prevaricación,
exclusivamente al autor.
Ahora bien, como muy bien dice la sentencia del T.S.J. de Cataluña de 22-11-1999
(confirmada por STS, 2ª, de 11-12-2001, caso Santiago Raposo), “aquello que la
persona
quiere
y
sabe
difícilmente
pueden
averiguarlo
los
demás…Prácticamente en la totalidad de los casos en que se enjuicia un delito
de prevaricación judicial dolosa, falta una prueba directa, incontestable o
evidente de que el juez haya dictado con plena conciencia y voluntad una
resolución objetivamente injusta”…
El T.C. ha ido elaborando lentamente una doctrina que parece consolidarse en una
reciente sentencia de 19-12-2003, conforme a la cual no hay voluntad delictiva cuando
el autor ha adoptado una decisión razonable “desde las pautas axiológicas que inspiran
nuestro Ordenamiento jurídico constitucional y desde los modelos de interpretación
aceptados por la comunidad jurídica…Dicho otro modo, no sólo vulneran el principio de
legalidad las resoluciones sancionadoras que se sustentan en una subsunción de los
hechos ajena al significado posible de los términos de la norma aplicada; son también
constitucionalmente rechazables aquellas aplicaciones que por su soporte
metodológico –una argumentación ilógica o indiscutiblemente extravaganteconduzca a soluciones esencialmente opuestas a la orientación material de la
norma y por ello imprevisibles para sus destinatarios.”
Los artículos 407 y 408 de la LOPJ han intentado conectar estas figuras imponiendo
a los tribunales y jueces la obligación de comunicar al tribunal competente a los efectos
de instrucción de la causa los actos de los jueces realizados en el ejercicio de su cargo que
puedan calificarse de delito o falta. Obligación que en el artículo 409 se extiende al CGPJ,
Gobiernos de las Comunidades Autónomas u otros organismos públicos.
La fórmula, sin embargo, no ha resultado operativa: en parte por desinterés de los
jueces (por su capacidad de “mirar para otro lado”) y en parte también porque es muy
raro que el conocimiento de un recurso de apelación o casación permita penetrar en los
mecanismos psicológicos que han motivado al juez a cometer el injusto…” (ibidem, págs.
230 a 234).
Así pues, se hace necesario acudir a la brillante monografía sobre la prevaricación
judicial, la segunda en la literatura jurídica española y la primera tras el Código Penal de
1995, elaborada por Dª María Inmaculada RAMOS TAPIA, a fin de reseñar las 10
sentencias condenatorias dictadas desde 1885 hasta 1997, y que son las siguientes:
SSTS, de 21-12-1883 (dolo-falta de procedimiento-sentencia civil), 28-12-1885
(dolo-falta de competencia-auto civil), 15-6-1886 (imprudencia-infracción de
procedimiento-auto
desahucio),
14-3-1904
(dolo-rechazo
recusaciónprovidencia), 12-2-1909 (dolo-injusticia sustantiva-auto proa.), 27-9-1933
(dolo-sustantiva-providencia), 30-5-1945 (imprudencia-sustantiva-“oficio”),
16-3-1953
(dolo-falta
de
competencia-sentencia
penal),
30-5-1968
(imprudencia-infracción procedimiento-sentencia civil), 04-7-1996 (dolo-auto
de detención y prisión provisional – sentencia 1/1996, CE 2830/94 – “caso
Estevill”). Completa el trabajo el texto, seguido de un comentario, de la STS, de 1510-1999 (CE 2940/1997), pronunciada en el “caso Gómez de Liaño”).
Resta, por tanto, para reflejar la doctrina jurisprudencial sobre la base de todas las
sentencias condenatorias recaídas sobre el delito objeto de estudio hasta el presente, el
“caso Santiago Raposo” (sentencia 2338/2001, de 11-12-2001, RC 1/2000),
“caso Manzanares” (sentencia de 20-1-2003), “caso Poch Serrats” (sentencia
806/2004, de 28 de junio, RC 1091/2003) y “caso Gómez Romero” (sentencia
de 09-9-2004).
Así pues, la doctrina legal sobre el delito analizado, puede resumirse así:
El delito de prevaricación judicial en forma dolosa no requiere, como en el caso de
la culposa, que la injusticia sea “manifiesta”, pero exige que el juez haya obrado “a
sabiendas”. Se trata, por tanto, de un tipo cuyas alternativas dolosa y culposa requieren
un elemento subjetivo cualificado. Pero ello no significa – como erróneamente se ha
dicho en ocasiones – que este delito dependa exclusivamente de la actitud interna
del autor. La jurisprudencia ha establecido en múltiples precedentes que el delito de
prevaricación no consiste en la lesión de bienes jurídicos individuales de las partes del
proceso, sino en la postergación por el autor de la validez del derecho o de su
imperio y, por tanto, en la vulneración del Estado de Derecho, dado que se
quebranta la función judicial de decidir aplicando únicamente el derecho, en la forma
prevista en el art. 117.1 CE. Desde este punto de vista, el delito de prevaricación, sea
judicial, sea de funcionario, requiere, ante todo, que las resoluciones judiciales o las
resoluciones del asunto administrativo puedan ser consideradas como grave
apartamiento del derecho en perjuicio de alguna de las partes. La prevaricación, por
lo tanto, consiste en el abuso de la posición que el derecho otorga al juez o funcionario,
con evidente quebranto de sus deberes constitucionales.
La jurisprudencia ha recurrido, a estos efectos, a adjetivaciones de la antijuridicidad
tales como “flagrante y clamorosa”, “clara y manifiestamente contraria a la ley,
patente, grosera, esperpéntica, notoria y manifiesta” “que pueda ser apreciada
por un lego”, etc. Como se dijo en la STS 965/99 de 14-6-99, así como en la de 11-122001, tales adjetivaciones suelen reemplazar un concepto sustantivo, que será de
apreciar, por lo general, cuando la aplicación del derecho no resulte de ningún método o
modo aceptable (en igual sentido SSTS 1/96 y 155/97, con referencia a las de 10-7-95,
06-10-95, 13-1-95 y 14-11-95.
Se aprecia una conducta prevaricadora derivada del dictado de una resolución
injusta cuando los hechos en que se basa, no son los realmente sucedidos, lo cual
supone una inconciliable contradicción con el ordenamiento jurídico y una intolerable
indefensión. Con ella, se ha infringido el deber de resolver con vinculación
exclusivamente al derecho, deber que implica no sólo que el juez deba exteriorizar
los fundamentos jurídicos en los que basa su resolución, sino que exige, además, que
en el momento de la toma de la decisión actúe libre de influencias ajenas al
ordenamiento jurídico.
Se trata de una cuestión más simple: la injusticia del acto no depende de la
opinión o de la convicción del Juez, sino de la relación de aquél con las normas y
principios del ordenamiento jurídico. En la aplicación del art. 446 no se debe
tampoco olvidar que el delito de prevaricación judicial es un delito de técnicos en
derecho y que, consecuentemente, en la motivación de las resoluciones
predominan los argumentos encubridores del carácter antijurídico del acto.
La claridad y evidencia de la injusticia de las resoluciones, unida a la indiscutible
competencia profesional de la autoridad judicial ahora sometida al presente
proceso, no puede dejar lugar a ninguna duda acerca de que se actuó con plena
conciencia de que al dictar las tan repetidas resoluciones lo hacían violando las normas
legales (STS, 2ª, de 26 de junio de 1.996), por cuanto “lo arbitrario es lo contrario a
lo racional” (STS, 2ª, de 5 de abril de 2002, por todas) y las resoluciones arbitrarias
que integran el delito de prevaricación son actos contrarios a la Justicia, la razón y
las leyes, dictados sólo por la voluntad o el capricho. Esta ausencia de
fundamentación jurídica razonable distinta de la voluntad de su autor, y la manifiesta
contradicción con la Justicia, son los elementos que caracterizan el acto arbitrario
(Sentencias 61/1998, de 27 de enero, 487/1998, de 6 de abril o 674/1998 de 9 de junio).
La injusticia o arbitrariedad puede verse concretada en la absoluta falta de competencia
del acusado, en la inobservancia de las más elementales normas del
procedimiento o en el propio contenido sustancial de la resolución, de modo que
ésta implique un torcimiento del derecho, o una contradicción con el
Ordenamiento jurídico, de tal manera patente y grosera, que puede ser apreciada
por cualquiera (Sentencias Sala 2ª Tribunal Supremo de 20 de abril de 1995 y 1 de abril
de 1996, entre otras)”.
Especial reseña e invocación merece la doctrina exteriorizada en la repetida
sentencia de 15 de octubre de 1999, dictada en el “caso Gómez de Liaño” bajo la
ponencia del Sr. Bacigalupo Zapater, que reitera la sentada en STS 1/96 (“caso Pascual
Estevill”), cuya fundamentación esencial a continuación se transcribe:
“En la STS 1/96 (Causa Especial nº 2830/94) esta Sala subrayó que la
jurisprudencia requiere que el carácter injusto del acto sea objetivo, remitiéndose al
respecto a antiguas sentencias del Tribunal Supremo (SSTS de 14-2-1831 y 21-1-1911).
Desde este punto de vista es evidente que la injusticia objetiva de la resolución no puede
ser eliminada recurriendo a la subjetividad del autor, dado que el Juez debe
aplicar el derecho y no obrar según su propia idea de la justicia”, por cuanto ello
“es producto de una concepción del derecho extremadamente relativista que
esta Sala no puede compartir, puesto que en realidad conduce a la justificación
de cualquier decisión judicial, por lo que, consecuentemente, es difícilmente
compatible con la división de poderes que está en la base del principio
democrático...
Es cierto que el derecho no es una ciencia exacta...Pero lo que no se puede es
deducir de tal afirmación que cualquier acto de un Juez es adecuado a derecho, pues ello
implicaría reconocer que la única ley del Estado es la voluntad o la convicción de los
Jueces, en clara contradicción con el art. 117.1 CE. La jurisprudencia ha sido clara en este
punto: en la STS 1/96 se subrayó que la injusticia se da cuando “quede de manifiesto la
irracionalidad de la resolución de que se trate” y, precisamente, se excluyó de la
prevaricación el caso de las aplicaciones del derecho basadas en “algún modo razonable
de interpretar los hechos y la norma jurídica”. El Juez, por lo tanto, sólo puede deducir de
las leyes las consecuencias que algún medio o método jurídico de interpretación le
permita, pero lo que el Juez no puede es erigir su voluntad o su convicción en ley.
Tal tarea sólo corresponde al Parlamento. Lo que es indiscutible es que las decisiones
basadas en la propia convicción empecinada del Juez, sin fundamento racional en la ley,
son incompatibles con el Estado democrático de Derecho (art. 1 CE).
El apartamiento de la función judicial propia del Estado de Derecho se da cuando la
aplicación del derecho se ha realizado desconociendo los medios y los métodos de
interpretación del derecho aceptable en tal Estado de Derecho. En dichos casos,
estaremos ante un apartamiento grave del imperio del derecho.
Los adjetivos utilizados por la jurisprudencia han sido esencialmente forjados con
relación a prevaricaciones de funcionarios, que, por lo general, no son técnicos en
derecho. Ello explica que en algunos casos se haya exigido que la arbitrariedad sea
“esperpéntica” o que “pueda ser apreciada por cualquiera” (SSTS de 20-4-95 y 07-2-97),
pues es comprensible que un funcionario sin formación jurídica sólo puede percibir la
arbitrariedad cuando ésta sea grosera o directamente absurda. Pero un Juez, que
tiene la máxima calificación jurídica no puede ser tratado como un funcionario,
cuya profesión puede no tener ninguna connotación jurídica.”
En suma, conforme se declara en la reiterada STS, 2ª, de 28-6-2004, que
confirma la condena impuesta por la Sala de lo Civil y Penal del TSJ de Cataluña al ex
Presidente de la Sección 14ª de la Audiencia Provincial de Barcelona, ya jubilado, D. Juan
Poch Serrats, concurre el delito de prevaricación definido en el art. 446.3º del C.P. cuando
se da: 1º) un elemento objetivo consistente en dictar una resolución
notoriamente injusta, por carecer de toda posible explicación razonable, es
decir, cuando es a todas luces contraria a Derecho, porque su contenido,
incluso en el supuesto de más favorable interpretación de la norma aplicable al
caso, no se compadece con lo ordenado por la ley, pudiendo referirse tal
ilegalidad así cualificada, tanto a aspectos de procedimiento como materiales,
ya se trate de cuestiones de calificación jurídica, ya de problemas de hecho o
apreciación de la prueba; y 2º) un elemento subjetivo, para poner de
manifiesto la necesidad de que el autor de estas infracciones ha de actuar con
plena conciencia del carácter injusto de la resolución que dicta…Luego el art.
446 nos dice las tres modalidades de este delito, más o menos graves según la
clase de resolución de que se trate”.
Y no parece ocioso subrayar también que “ninguna diferencia nuclear se advierte
entre la prevaricación consistente en dictar a sabiendas una resolución injusta del art. 446
y la modalidad prevaricadora del retraso malicioso prevista en el art. 449, pues en ambos
casos la esencia que tiñe de antijuridicidad la actuación del Juez es la misma: la
aplicación perversa y abusiva del derecho que produce una retorsión del
ordenamiento jurídico y un abuso de la función judicial” (STS, 2ª, de 20-12003).
Por último, hay que subrayar que, con arreglo a la doctrina jurisprudencial que
parece consolidada, el delito de prevaricación se comete de manera clara cuando no se
aplica las normas denominadas de “programación
programación condicional”
condicional”, esto es, aquéllas
“en las que dado el hecho se debe aplicar la consecuencia jurídica” (STS, 2ª,
359/2002 y ATS, 2ª, de 23-7-2002, por todas), pues en tales casos el autor obra
“con culpa consciente o con representación”, toda vez que no se trata de
disposiciones legales para cuya aplicación el legislador concede a los tribunales un margen
de apreciación dentro del cual deben ser ponderadas las circunstancias con el fin de
fundamentar una decisión respecto de los medios legales adecuados para lograr un
determinado fin, sino justamente lo contrario: son normas de “programación
condicional”. Así se explicita por el Supremo en el antedicho auto de 23-7-2002:
“En nuestra sentencia 359/2002 hemos afirmado que “el legislador ha
decidido que cuando se trata de una prevaricación judicial por imprudencia
grave no basta con que la resolución sea injusta, como sucede con la modalidad
dolosa, sino que sea injusta con carácter manifiesto, lo que incide, más que en
elemento objetivo de la prevaricación, en el tipo subjetivo y más
particularmente en la necesidad de que el autor, con el conocimiento del
contenido de la resolución se haya representado – culpa con representación
– la posibilidad de la realización del tipo, habiendo confiado
injustificadamente, al mismo tiempo, en la adecuación a derecho de la
resolución”. En consecuencia, el delito del art. 447 CP requiere que el autor
haya obrado con culpa consciente o con representación, pues cuando la
injusticia es manifiesta tiene necesariamente que haberla captado
inmediatamente.”
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