EL PAÍS, miércoles 26 de mayo de 2010 31 OPINIÓN Complejidad y simpleza del ‘caso Garzón’ L amentablemente, Garzón ha sido descabalgado. ¿Momentánea o definitivamente? “Suspensión cautelar”, dice la resolución correspondiente. Qué palabras tan suaves para un golpe tan bajo. Enorme alegría para los torturadores pinochetistas, inmensa satisfacción para los secuestradores y asesinos argentinos, brindis con champán para los corruptos gürtelianos y sus valedores, empeñados en asegurarles la impunidad. Consternación y desesperanza para las víctimas del franquismo que aspiran a recuperar los restos de sus seres queridos que todavía yacen en fosas comunes y clandestinas. Inevitable complejidad del caso, por una parte, frente a una pavorosa y descarnada simplicidad, por otra. La complejidad se deriva de interpretaciones muy diferentes del derecho y la mo- prudencio garcía Hay quien no le perdona su investigación sobre la trama Gürtel ral. Una complejidad de suficiente magnitud para que las actuaciones del juez sean, al mismo tiempo, oficialmente reprobadas por determinadas instancias judiciales y a la vez enérgicamente defendidas por otros jueces y fiscales, nacionales y extranjeros, así como por destacados miembros de la comunidad académica nacional e internacional, que rechazan, con amplia argumentación jurídica, la posibilidad de imputarle el delito de prevaricación. Nunca se repetirán suficientemente estos tres hechos concurrentes: primero, que la fiscalía no aprecia delito alguno y, en consecuencia, no formula acusación, oponiéndose tenazmente al procesamiento. Segundo, que tres magistrados de la Audiencia Nacional compartieron en su voto particular la interpretación del juez ahora acusado, posición favorable a su competencia para instruir la investigación sobre los miles de delitos de desaparición forzada producidos durante la Guerra Civil. Y tercero, que posteriormente algún juzgado local al que se atribuyó la competencia declinó asumirla, por entender —como Garzón— que esta correspondía precisamente a la Audiencia Nacional. Resulta evidente, por tanto, la diversidad de enfoques posibles entre jueces honrados y, en consecuencia, la inherente complejidad de la cuestión. Pero numerosos juristas en España y en el mundo niegan rotundamente que el juez haya incurrido en esa flagrante injusticia, unívoca, deliberada, evidente, dañina y severamente punible que implica el grave delito de prevaricación. Como resumen de tales argumentos, podemos concentrar su idea central común recogien- do este pronunciamiento de la profesora Araceli Manjón-Cabeza, tras su exhaustivo análisis, rigurosamente legalista. Su conclusión es esta: “Prevaricación ninguna, incluso si algunas de sus actuaciones pudieran tildarse de erróneas” (diario La Ley, 23 de marzo de 2010). Pero, junto a esta complejidad interpretativa, filosófica, moral, doctrinal, teórica y práctica (tan difícilmente compatible con el delito de prevaricación), surge el segundo ingrediente: la rotunda evidencia y patética simplicidad del factor central que motiva la situación actual. Y ese factor, de deslumbrante sencillez, no es otro que el ansia clamorosa y febril de muy poderosos sectores por eliminar del escenario judicial precisamente a aquel juez que se ha enfrentado a las más caracterizadas Pasa a la página siguiente Secretos profundos y superficiales E l poder genuino es esencialmente inescrutable: quienes están sujetos a él ignoran hasta su misma existencia. Afortunadamente, como el poderoso tiende a la vanidad, se deja ver, que ya es algo. Mas, al contrario de lo que suele creerse, el atributo predilecto del poder inteligente es la anonimia. Así, en la alegoría kafkiana del Estado moderno, sus súbditos no saben si su proceso ha comenzado ni si, de haberlo hecho, concluirá algún día, mucho menos cómo, jamás cuándo. Por esto, en democracias como la nuestra las leyes tratan de acotar, al menos temporalmente, el ejercicio anónimo del poder. Ahora bien, dentro del coto, la cacería es libre: usted, por ejemplo, ignora si la Fiscalía Anticorrupción le está investigando y, si pregunta, no se lo van a decir. Gracias a la ley, sin embargo, esta situación de ignorancia solo se puede prolongar durante un año (artículo 5.2. del Estatuto del Ministerio Fiscal). Antes era peor. Kim Lane Sheppele, socióloga de genio, acuñó en 1988 la distinción entre secretos profundos y superficiales: en los primeros, como en la hipotética investigación del fiscal, las personas o entidades que son su objetivo no saben ni siquiera si aquella ha comenzado. En cambio, en los secretos superficiales, los blancos del poder —sus targets, en la afortunada terminología de Sheppele, hoy aclamada profesora en Princeton— conocen que este anda tras ellos, pero desconocen la suerte que les espera cuando les haya alcanzado. El blanco de un secreto superficial sabe al menos de la sombra que se cierne sobre él, de la incertidumbre: “Algo me puede ocurrir”, piensa, “pero no sé qué será”. En los profundos, en cambio, vive una ignorancia feliz y peligrosa. Deshumanizado, es pablo salvador coderch El acceso a registros y archivos debería regirse por el derecho a saber, sin tener que dar explicaciones FORGES tratado como un niño. O como un viejo. La primera tarea de una democracia es, pues, delimitar lo más estrictamente posible los secretos profundos del poder, como los relativos a la defensa y seguridad nacionales. Y lo deseable es que los más de los inevitables secretos sean superficiales, casi nunca profundos. En el ámbito prosaico y cotidiano de los archivos y registros de las administraciones públicas, el buen principio normativo debería ser muy exigente con las burocracias: habría de imponer la transparencia como punto de partida, articularla con una ley que facultara a los ciudadanos para acceder a los archivos y registros oficiales sin ofrecer explicación alguna y que obligara a los guardianes de la información a suministrarla en un término razonable. Finalmente, un catálogo cerrado de excepciones tasadas limitaría el derecho de acceso a la información. En Estados Unidos, rige desde hace más de 40 años una Ley de Libertad de Información (Freedom of Information Act, FOIA). En ella, la regla de defecto es el derecho a obtener la información requerida si no concurre ninguna de las nueve salvedades tasadas de un catálogo cerrado de materias, entre las que se cuentan las relacionadas con la seguridad, la aplicación del derecho, los datos médicos, personales o financieros y —pásmense— los geológicos y geofísicos. Con los años, los tribunales han desarrollado tres directri- ces interpretativas: el más mínimo interés del afectado por la información solicitada basta para aplicar la excepción relativa a su privacidad; el propósito principal de la ley es arrojar luz sobre el funcionamiento de la agencia oficial que dispone de la información pedida; y el requirente que quiere acceder a archivos sobre aplicación del derecho relacionados con posibles infracciones gubernamentales de la ley deberá presentar un principio de prueba que justifique su petición. La ley norteamericana no ha hecho milagros, pero las administraciones públicas federales son cada vez menos opacas, mejoran poco a poco: como escribiera Max Weber —esta vez el sociólogo, sin más—, toda burocracia persigue gestionar autónomamente la información que atesora, auténtica base de su poder. En España, queda mucho trecho por recorrer. La cuestión del “derecho de acceso a archivos y registros” está genéricamente regulada por el artículo 37 de la Ley 30/1992, pero, además de las salvedades específicas —más numerosas en la ley española que las incluidas en la FOIA norteamericana—, hay una cláusula de cierre, genérica y extraordinariamente amplia, en cuya virtud el ejercicio de los derechos de acceso “podrá ser denegado cuando prevalezcan razones de interés público, por intereses de terceros más dignos de protección o cuando así lo disponga una ley”. Una reforma, de la cual hace años que se habla, debería poner cabeza abajo la regulación actual: la regla general debe ser el derecho a saber sin tener que ofrecer explicaciones. Sin saber no hay poder que valga. Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho Civil en la Universidad Pompeu Fabra.