Prospectiva de la legitimación para demandar la indemnización de

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Prospectiva de la legitimación para demandar
la indemnización de los daños por fallecimiento
Dr. Pascual Eduardo Alferillo
RCyS 2001, 187
I. Introducción.
El "Proyecto de Ley de Código Civil" cuyos redactores, profesores Héctor
Alegría, Atilio Aníbal Alterini, Jorge Horacio Alterini, María Josefa Méndez Costa,
Julio César Rivera y Horacio Roitman, designados por decreto P.E.N. 685/95,
abre una nueva instancia de revisión de todas las instituciones del derecho
común a la luz de la realidad social y económica de nuestros días, signados por
la transición entre milenios.
En las últimas décadas del siglo XX, el "Derecho de Daño", entre las
modernas instituciones civiles, tuvo un sostenido desarrollo doctrinario y
jurisprudencial, en la medida que la evolución tecnológica incorporaba nuevos
factores de riesgo a la vida en sociedad.
Dentro de este esquema, la industria del automóvil incorporó notables
adelantos tecnológicos en el modo de su producción, que a la par de
construirlos con mayor calidad y confort, le incrementaron la velocidad con lo
cual acentuaron, en igual proporción, el riesgo que implica la circulación de los
mismos. Ello se patentiza en un notable incremento de la cantidad y gravedad
de los accidentes y, de suyo, de los daños materiales y personales que son su
consecuencia, al punto de constituirse en preocupación habitual de juristas,
políticos y economista (1).
Entre los daños que acaecen, preocupa a la investigación en general, la
problemática que genera el resarcimiento de los menoscabos producidos por el
fallecimiento de los actores de la circulación vehicular. Y en particular, dentro
de ese tema, revisar la prospectiva de la titularidad de la acción resarcitoria a la
luz de la nueva propuesta legislativa.
II. Examen de la jurisprudencia y doctrina vigente.
El examen sistemático de la problemática que genera el resarcimiento de
la vida de un interfecto, permite advertir la inexistencia de una tesis con
respuestas armónicas para todos y cada uno de los interrogantes. Ello ha
provocado que en la doctrina judicial, por la permanente búsqueda de la justa
indemnización, se verifiquen proloquios con desfasajes en la justificación
jurídica-científica del valor vida que ordenan resarcir. Ello no es condenable,
sino perfectamente entendible frente a la dificultad natural del tema y la
ausencia, en el Código Civil, de una regulación con mayores hipótesis
normativas; inconveniente que no ha sido superado por la hermenéutica de
juristas y jueces que han emitido opinión sobre el asunto.
De igual modo, la ausencia de uniformidad denunciada se pone de
manifiesto en las cuantías que los fallos de los tribunales fijan en concepto de
reparación para hipótesis similares. El arbitrio judicial tiene la responsabilidad
central frente a la ausencia casi absoluta (2) de parámetros normativos para
cuantificar el daño causado por el fallecimiento de un ser humano. Las
diferencias en la mensura de los menoscabos, a veces por demás notables
conforme sea la jurisdicción o el tribunal que juzgue, atenta contra la seguridad
jurídica y el principio de igualdad ante la ley.
Para ejemplificar la desarmonía doctrinal, basta recordar que la Corte de
Justicia de la Nación a partir del caso F. 554.XXII "Fernández, Alba Ofelia c.
Ballejo, Julio Alfredo y Provincia de Buenos Aires - Sumario - Daños y
perjuicios"(3) adoptó el criterio que denominaremos "materialista" o
"economicista" al especificar que la vida humana no tiene valor económico "per
se", sino en consideración a lo que produce o puede producir pues la
indemnización no es otra cosa que la medición de la cuantía del perjuicio que
sufren aquellos que eran destinatarios de todo o parte de los bienes
económicos que el extinto producía(4). Sin embargo, este tribunal, en ese fallo
y en posteriores, sostiene que en la valuación del daño es menester computar
las circunstancias particulares de cada caso, todo lo cual debe ser apreciado
mediante una comprensión integral de los valores en materiales y espirituales.
Es decir, contradice su propio postulado cuando hace referencia en la
justificación a los fundamentos centrales de la tesis solidaria o espiritualista.
A partir de este diagnóstico inicial y a modo de ordenamiento, es factible
calificar las posiciones desarrolladas por la doctrina autoral y jurisprudencial, en
negativas o positivas, teniendo en cuenta la repuesta que proporcionan al
interrogante de que si la propia vida del interfecto es indemnizable.
Dentro de la primera categoría, se puede subcalificar tomando en
consideración si autorizan o no la indemnización de terceros, en negativas
relativas o absolutas.
En la posición negativa absoluta, además de la histórica idea concebida
en Derecho Romano(5) de que la vida del hombre libre no era resarcible sino la
de los esclavos por ser considerados cosas que podían, por ende, ser
mensurados en dinero, encontramos a los moralistas. Los sostenedores de esta
idea señalan que no advierten cual es la verdadera razón que justifique la
indemnización del denominado "valor vida" fuera del daño moral pues "...es la
dignidad de la persona humana, en plenitud de sus dimensiones, el objeto y
valor supremo de la tutela jurídica del derecho de daños. Esta magnitud
convence cada vez más sobre la urgencia de acudir a conceptos que siendo
estrictamente metajurídicos, se convierten en jurídicos a través de la tutela que
asumió el conjunto normativo y constitucional, enriquecida ahora por las
fuentes internacionales receptadas en el derecho interno con la reforma a la
Constitución de 1994..."(6). A partir de esta construcción ideológica justifican la
negativa a conceder indemnización canalizando el resarcimiento por el rubro
daño moral.
En síntesis, para los mentores de la tesis moralista, la vida no es
indemnizable.
Ahora bien, dentro de las posiciones identificadas como relativas se
verifican dos subtipos: la materialista y la solidaria. Estas categorías tienen en
común que rechazan la posibilidad de resarcir la vida del fallecido propiamente
dicha pero, por el contrario, aceptan como viable compensar el perjuicio que
esa muerte produce en terceras personas vinculadas al difunto, como son por
ejemplo: el cónyuge, hijos, padres, etc. En otras palabras los perjudicados
tienen legitimación para reclamar "iure proprio" los menoscabos padecidos a
consecuencia de la muerte.
La diferencia entre estas orientaciones se focaliza en que para los autores
de la tesis materialista, como se expuso anteriormente al citar el fallo de la
Corte Suprema de Justicia, el daño jurídicamente resarcible es aquella pérdida
patrimonial que sufre el perjudicado por el fallecimiento de quién se la proveía.
Es decir, "...lo que se mide en signos económicos no es la vida misma que ha
cesado, sino las consecuencias que sobre otro patrimonio acarrea la brusca
interrupción de una actividad creadora, productora de bienes..." (7).
En cambio, para quienes sustentan la tesis solidaria "...el valor de la vida
humana no debe ser apreciado con criterio exclusivamente económico, sino
mediante una compresión integral de los valores materiales y espirituales, pues
el valor vital de los hombres no se agota con la sola consideración de aquellos
criterios (fallos: 292-428, 301-820 -La Ley, 1980-A, 346-)..." (8).
Ahora bien, finalmente cabe recordar, la doctrina que tiene una repuesta
positiva al interrogante de que la vida del interfecto es factible de ser resarcida
y de que la acción la pueden ejercer los sucesores "iure hereditatis". Esta
posición, prácticamente no tiene, en las últimas décadas, pronunciamiento que
la reconozca, pues ante la generalización en la opinión autoral y judicial de las
doctrinas "iure proprio" (materialista o solidaria), quienes reclaman el
resarcimiento justifican el mismo en los fundamentos vertidos a favor de esta
corriente de pensamiento.
III. La normativa en el Proyecto de Código Civil/98.
El Proyecto de Código Civil bajo análisis, en el punto del Título IV
relacionado con las otras fuentes de las obligaciones estatuye un Capítulo para
la "Responsabilidad Civil" fijando en la Sección Tercera la interpretación legal
del alcance del daño reparable. En ese sentido el art. 1600, en el inc. a) precisa
que "el daño patrimonial comprende el daño emergente y lucro cesante. Se
entiende por daño emergente a la pérdida o la disminución de bienes o de
intereses no contrarios a la ley; y por lucro cesante, a la frustración de
ganancias, en su caso, en razón de la mengua o la privación de la aptitud para
realizar actividades remunerables". Por su parte, el inc. b) declara que "...el
daño extrapatrimonial comprende al que interfiere en el proyecto de vida,
perjudicando a la salud física o psíquica o impidiendo el pleno disfrute de la
vida, así como al que causa molestias en la libertad, en la seguridad personal
en la dignidad personal, o en cualesquiera otras afecciones legítimas...".
Más adelante, y vinculado con el tema de la investigación, precisa en el
inc. d) que el "damnificado indirecto es el tercero sobre quién repercute el daño
que sufre otra persona".
Por su parte, este proyecto en la Sección Decimotercera que trata el
ejercicio de las acciones de responsabilidad, precisa en el art. 1689 que "...la
persona humana damnificada directa tiene legitimación para accionar por la
satisfacción de su daño extrapatrimonial. Si sufre gran discapacidad o del
hecho dañoso resulta su muerte, también tienen legitimación a título personal,
según corresponda conforme a las circunstancias, el cónyuge, los
descendientes, los ascendientes y quienes convivan con ella recibiendo trato
familiar ostensible. Los tribunales tienen atribuciones para asignar legitimación
a otros sujetos, en los casos especiales en los que el hecho tiene un grado de
repercusión en el reclamante que excede del ordinario, habida cuenta de su
vinculación con el damnificado y las demás circunstancias".
Finalmente, el art. 1690 prevé la transmisibilidad de la acción la cual
estará sujeta a las siguientes reglas: "inc. a) La acción por resarcimiento del
daño patrimonial es transmisible. Y b) La acción por satisfacción del daño
extrapatrimonial es transmisible por acto entre vivos. También lo es a los
herederos del damnificado si este ha interpuesto en vida, o ha fallecido dentro
de los (6) seis meses de sufrido el daño".
Como se colige, en una primera aproximación hermenéutica a la
normativa propuesta para la reforma integral del Código Civil, es factible la
transmisión mortis causa de la acción para reclamar la satisfacción del daño
extrapatrimonial que ha sufrido la víctima. Ello induce a la revisión crítica de la
opinión doctrinaria y jurisprudencial que en el estado actual de la normativa
civil, niega la posibilidad a los herederos para reclamar "iure hereditatis" el
valor vida de la víctima (9).
IV. La acción "iure hereditatis".
Las críticas de los autores contra la tesis que sostiene la posibilidad de
demandar, legitimado "iure hereditatis", el resarcimiento del valor de la vida
truncada del occiso, pueden sintetizarse de la siguiente manera: a) La vida no
constituye un bien con el alcance dado por el art. 2312 del Cód. Civil, por ende,
no es indemnizable. b) La muerte nunca configura un daño jurídico que pueda
sufrir el propio interfecto, por lo tanto no puede adquirir un derecho a la
indemnización para ser deferido a sus herederos (10).
En relación al primer cuestionamiento, el profesor Llambías sintetiza su
reproche cuando sostiene que "...no es correcto afirmar que la vida humana
tiene per se un valor pecuniario, porque no está en el comercio, ni "puede
cotizarse en dinero", es un derecho de la personalidad, el más eminente de
todos, que se caracteriza por ser innato, inalienable, absoluto y
extrapatrimonial. Empero, no obstante la importancia que tiene para el hombre
su vida, no constituye un bien en el sentido que usa esta denominación el art.
2312 como objeto material o inmaterial susceptible de valor..." (11).
Sin embargo esta aseveración, no implica, de modo alguno, que los
derechos personalísimos no sean indemnizables cuando son menoscabados,
sino por el contrario, se debe distinguir perfectamente entre el derecho
personalísimo (que no es un bien, sino un derecho inalienable, fuera del
comercio, absoluto y extrapatrimonial) y la indemnización de ese derecho
cuando el mismo es dañado.
Esta diferencia es claramente expuesta por el codificador, cuya cita es
omitida por los sostenedores de la existencia exclusiva de la acción "iure
proprio" para reclamar la indemnización. En efecto, Vélez Sarsfield, en la nota
del art. 2312 explica que "...hay derechos y los mas importantes, que no son
bienes, tales son ciertos derechos que tienen su origen en la existencia del
individuo mismo a que pertenecen, como la libertad, el honor, el cuerpo de la
persona, la patria potestad, etc. Sin duda, la violación de estos derechos
personales puede dar lugar a una reparación que constituye un bien
jurídicamente hablando, pero en la acción nada hay de personal: es un bien
exterior que se resuelve en un crédito. Si, pues los derechos personales pueden
venir a ser la causa o la ocasión de un bien, ellos no constituyen por sí mismo
un bien in jure...".
Como se infiere de los conceptos vertidos por el codificador existe una
neta diferencia entre los derechos personalísimos que no son bienes, pero que
su violación o menoscabo puede dar lugar a una reparación, la cual si
constituye un bien. En otros términos, la vida no es un bien en los términos
técnicos del art. 2312 del Cód. Civil, pero cuando es interrumpida ilícitamente
da lugar a una indemnización que sí constituye, jurídicamente, un bien.
Ahora bien, corresponde como paso siguiente analizar cuidadosamente,
dado que constituye el argumento central sobre el que sustenta su exclusividad
la tesis "iure proprio", la aseveración de que la interrupción de la vida en forma
anticipada impide consolidar en cabeza de la víctima el derecho a ser
indemnizada por la pérdida de su derecho personalísimo de vivir para luego ser
transmitida vía hereditaria a sus sucesores.
En este sentido llama la atención la afirmación realizada por el profesor
Llambías quién manifestó que las expresiones de los autores partidarios de la
acción indemnizatoria de la vida vía "iure hereditatis", "...son perífrasis
elegantes, pero que pecan contra la lógica, pues necesariamente el efecto es
posterior a la causa, y siendo el daño efecto de la muerte, ha tenido que ser
sobreviviente, siquiera un instante de razón, a su causa; por lo tanto los
herederos que suceden al difunto en los derechos no inherentes a su persona
existente en cabeza del extinto, antes de su muerte, no encuentran en el
patrimonio del causante, acción resarcitoria alguna originada en el mismo
hecho de la muerte, cuando ya falta el sujeto que pudiese ser portador de ese
derecho..." (12).
Este autor, conforme se deduce de su exposición, no discrimina
adecuadamente que tipo de daño es efecto de la muerte, originando a partir de
esta incorrecta generalización, el equívoco que lleva al rechazo de la doctrina y
jurisprudencia que promueve la posibilidad de accionar "iure hereditatis" para
reclamar la satisfacción del valor vida del propio difunto.
En efecto, si precisamos correctamente la vinculación causa - efecto en
que se sustenta Llambías, se verifica que los daños que sufren los terceros
perjudicados (sean herederos o no) los cuales pueden ser reclamados "iure
proprio", si son producidos por la muerte del causante. Es decir, son su
consecuencia lógica y natural.
En cambio, cuando se trata del propio interfecto coincidimos con la idea
expuesta de que éste no puede sufrir daño a posteriori de su fallecimiento
porque los muertos no sufren materialmente hablando; pero indudablemente el
derecho a ser indemnizado por la frustración de su derecho personalísimo a
vivir si queda consolidado en el fallecido y es transmisible a sus herederos por
cuanto el daño no se le configura después de su muerte, sino que se consolida
conjuntamente con ella, la que marca la dimensión y el término. Ello es así por
cuanto, la muerte no es la causa que origina el daño al fallecido sino es la
consecuencia final de la acción antijurídica del autor del homicidio. No se
fallece por la muerte misma, pues ella no es causa sino efecto. En otros
términos, se fallece a consecuencia de los traumatismos o menoscabos
recibidos, que en un momento determinado quiebran la capacidad física del
sujeto damnificado (viabilidad) para mantenerse con vida.
Es decir, el derecho a la vida se termina de perder conjunta y
simultáneamente con la muerte dado que ésta es una consecuencia, sea
inmediata o mediata (art. 901 y sigtes., Cód. Civil), del hecho antijurídico
llevado a cabo por el autor del homicidio.
En el instante de la muerte se producen tres fenómenos jurídicos: a) la
consolidación en el fallecido del derecho a ser indemnizado por la pérdida de su
valor vida. b) El final de la existencia como persona de existencia visible
(persona humana) del interfecto. Y, c) el traspaso inmediato y sin solución de
continuidad de la legitimidad para reclamar el resarcimiento que era titular el
difunto a sus herederos forzosos (arts. 3410, 3417, 3418, 3419, 3420 y conc.,
Cód. Civil).
Esta posición fue brillantemente defendida por los profesores Mazeaud y
Tunc cuando indicaban que el daño se sufre necesariamente por la víctima
antes de su muerte. Por rápida que sea ésta, entre ella y los golpes asestados
ha transcurrido forzosamente, al menos, un instante de razón.
Obligatoriamente los golpes han precedido a la muerte. En ese instante, por
breve que haya sido, en que la víctima ya alcanzada no habría muerto aún, en
ese instante en que su patrimonio existía todavía, se origina el crédito de
indemnización; por lo tanto, los herederos lo encuentran en la sucesión. La
víctima no sufre luego de su muerte; padece por la muerte en sí. El crédito no
se origina por parte de un muerto antes de ser acreedora, sino por parte de
alguien viviente que muere. La víctima muere por su crédito; lo cual no significa
que haya muerto antes de ser acreedora, sino que ha muerto porque se
convertía en acreedora. Por lo tanto, los herederos no demandan la reparación
de un perjuicio sufrido por un muerto; sino algo muy diferente, la reparación del
perjuicio sufrido por un ser viviente al morir, por el hecho de su muerte. La
acción se les transmite (13).
Para dar mayor sustento a esta tesis positiva, cuyos postulados
compartimos, es dable recordar en la palabra del filósofo francés Sartre que
"...la muerte es un término..." y de que "...la muerte es un fenómeno humano,
es el fenómeno último de la vida, vida todavía..." (14).
Por ello, opinamos que en el estado actual de la dogmática civil, es
factible aseverar que el derecho indemnizatorio del proyecto de vida que se
trunca queda consolidado en el damnificado y es transmitido vía hereditaria.
V. Análisis de las hipótesis del Proyecto/98.
V.1. Principio general.
En un examen a priori de la normativa del Proyecto/98 vinculada con el
"ejercicio de las acciones de responsabilidad", podemos asegurar que adopta
un concepto amplio, confiriendo a una vasta gama de sujetos, la legitimación
sustancial para formular el reclamo resarcitorio de los daños producidos a
consecuencia del fallecimiento antinatural de una persona.
V.2. La reclamación "iure proprio".
V.2.1. Equiparación de los efectos de la "gran discapacidad" a la "muerte".
El Proyecto/98 introduce, en el segundo párrafo del art. 1689, como
novedad, la equiparación de una situación de vida, como es la "gran
discapacidad" al fallecimiento para concederle legitimación a título personal
(iure proprio), según corresponda conforme a las circunstancias, al cónyuge, a
los descendientes, ascendientes, y a quienes convivían con el interfecto
"recibiendo trato familiar ostensible".
Ello es un acierto observado desde la óptica del daño que sufren los
terceros vinculados, pues el sujeto damnificado que padece una gran
discapacidad" ha perdido su aptitud para generar bienes y servicios y, por
ende, la posibilidad de ayudar a sus familiares y seres vinculados. Para estos
resulta de igual envergadura la privación, tanto de la ayuda patrimonial como
espiritual, de la persona dañada en forma irreversible como si la misma ya
hubiera fallecido.
Es por ello que la ley le concede a los terceros vinculados, únicamente, la
factibilidad para accionar iure proprio.
A modo de digresión, en este punto, resulta relevante puntualizar algunas
aristas que perfilen que debe entenderse por "gran discapacidad". En esa
dirección, va de suyo, que, en principio, no debe ser una discapacidad natural,
sino proveniente del daño infringido por otro sujeto o cosa en la persona del
damnificado. Además de ello, la pérdida de actitud debe ser irreversible, que
impida de modo absoluto la emisión de la voluntad sujeto perjudicado y que
sea invalidante para producir bienes o servicios.
V.2.2. Los legitimados a título personal para accionar
El artículo referenciado en el acápite anterior, además de los tradicionales
legitimados como son el cónyuge, los descendientes y los ascendientes,
introduce una nueva categoría, "...quienes convivían con ella recibiendo trato
familiar ostensible...".
Como se colige del contenido de este apartado podemos calificar a los
legitimados en dos categorías: a) los familiares enumerados por la ley y, b) los
sujetos que reciben trato familiar.
En el primer grupo, se hace referencia a la enumeración legal, por cuanto
existen otros parientes (art. 609, 610, 611, 613 y 614, Proy./98) que no son
referenciados por la norma, razón por la cual deben ser incorporados a la otra
categoría de legitimados cuando cumplan las exigencias que impone el
proyecto.
En la segunda categoría prevista se puede discriminar entre los que
tienen alguna vinculación de parentesco de quienes no tienen ningún tipo de
proximidad consanguínea, por afinidad o adopción. En este grupo pueden ser
incluidas las reclamaciones de concubinato, de pareja, los "hijos de crianza" o
de cualquier otra persona, a la cual el difunto le brindó trato familiar.
Pero la amplitud del Proyecto/98 no se agota en la hipótesis expuesta sino
por el contrario, en el tercer párrafo, reconoce que "...los tribunales tienen
atribuciones para asignar legitimación a otros sujetos, en los casos especiales
en los que el hecho tiene un grado de repercusión en el reclamante que excede
del ordinario, habida cuenta de su vinculación con el damnificado y las demás
circunstancias...". El texto del esbozo transfiere a la racionalidad y
responsabilidad de la jurisdicción la posibilidad de conceder legitimación a la
reclamación de sujetos que no deben ser parientes mencionados, ni
convivientes con trato familiar que son categorías reconocidas y previstas, sino
a sujetos que tengan una vinculación especial con el fallecido. Esta categoría
tiende fundamentalmente a satisfacer los daños que el acto lesivo produce en
personas vinculadas por razones patrimoniales con el fallecido.
V.3. La reclamación "iure hereditatis".
V.3.1. El momento del acto perjudicial como factor determinante de la
legitimación para reclamar "iure hereditatis".
Esta trascendental clasificación del Proyecto/98 tiene como punto de
partida admitir la existencia de un lapso entre el acaecimiento de los daños
sufridos por la persona y su fallecimiento. El mismo puede ser ínfimo que
permite calificar como muerte concomitante, simultánea o instantánea. O por el
contrario, la muerte puede devenir luego de un período más o menos
prolongado.
El reconocimiento de estas hipótesis como generadoras de consecuencias
patrimoniales distintas ha provocado, cuando se efectuó el análisis de las
mismas, la emisión de opiniones divergentes entre quienes rechazan la
posibilidad de la transmisibilidad de la reclamación iure hereditatis. Va de suyo,
que los teóricos defensores sostienen que no existe razón para impedir su
ejercicio pues el silencio guardado por la víctima hasta su muerte no significa
que haya renuncia tácita (15).
La repuesta está dirigida a la opinión de quienes distinguen entre las
acciones intentadas (transmisible) o no por el fallecido cuando la muerte no es
simultánea.
Estos antecedentes sirven de introducción para efectuar el análisis de la
propuesta del Proyecto/98 relacionada con el punto.
V.4. Transmisibilidad cuando acaece la muerte simultánea.
Esta hipótesis esta prevista en el inc. b) del art. 1690 proyectado, el cual
presume y, por ende, tiene por efectuada la transmisibilidad de la acción de
satisfacción de los perjuicios si el fallecimiento acaece dentro de los seis (6)
meses de sufrido el daño.
La relativa amplitud del plazo, no genera problema interpretativo para
incluir a la muerte instantánea en las hipótesis de transmisibilidad a los
herederos.
V.5. Transmisibilidad cuando el fallecimiento no es simultáneo
La proyectada transmisibilidad de la acción, cuando el fallecimiento no es
simultáneo, debe ser analizada a la luz del inc. b) del art. 1690 cuando fija la
presunción de que la misma acaece ipso jure si se verifica el fallecimiento
dentro de los seis meses de sufrido el daño. En otros términos, no se generan
problemas interpretativos si la vida del damnificado directo se prolonga, solo,
por un plazo menor a los seis meses.
En cambio, cuando transcurre ese plazo se debe tener en cuenta si el
damnificado interpuso en vida la reclamación, por ante la jurisdicción, para que
la misma se transmita a sus herederos. Es decir, la ley en este caso exige un
acto volitivo expreso del menoscabado, como es la de impetrar la acción de
resarcimiento ante los tribunales, para que la misma sea transmitida a sus
herederos.
Este plazo de seis meses previsto por el esbozo como de caducidad actúa
en forma independiente con el de prescripción de dos años propuesto en los
incs. b), c) y d) del art. 2502 para ejercer la reclamación de los daños y
perjuicios derivados de la circulación terrestre de vehículos de toda especie, de
accidentes y enfermedades de trabajo y del contrato de transporte terrestre.
La fijación de un plazo de caducidad creemos que resulta una propuesta
desacertada del proyecto dentro de un gran acierto, pues basta referenciar
para marcar la deficiencia la hipótesis de una prolongada "gran incapacidad"
que deviene en muerte después de los seis meses. En este caso, la ineptitud
del perjudicado que debe ser invalidante de su capacidad puede impedirle,
razonablemente, la posibilidad de impetrar la reclamación dentro del plazo de
seis meses y, con ello, de transmitir ese derecho a sus herederos. Pero sin
embargo, estos sucesores y otros que no lo son, aún en vida del interfecto
podrán reclamar sus propios daños.
Desde la óptica de la praxis judicial, se debe tener en cuenta que
normalmente a los 6 meses de acaecido un accidente con daño grave que
ponga en peligro la subsistencia de la persona, el porcentual y la calidad
(permanente o transitoria) de su incapacidad sobreviniente no se estabiliza, lo
cual impide formular correctamente la demanda por los deterioros acaecidos.
En función de las observaciones efectuadas y de la amplitud de criterio
que difunde el Proyecto/98 como idea rectora, creemos que resulta altamente
positivo eliminar el plazo de seis meses proyectado como requisito para la
transmisibilidad a los herederos de la acción de resarcimiento que le
corresponde al perjudicado directo.
VI. Reflexiones finales.
Como corolario ineludible de los conceptos expuestos tenemos pleno
convencimiento de que forma parte de nuestra esencia, el derecho a nacer,
crecer y morir de acuerdo con la ley natural. Nadie está autorizado para
interrumpir, de modo alguno, y menos aún a través de actos ilícitos, el curso de
la historia de los seres humanos. La interrupción ilícita de una vida es
significativa, fundamentalmente, para su propio titular, que ve frustrada la
posibilidad de completar su ciclo natural y estropeado el primer derecho de la
persona humana, que resulta reconocido y garantizado por la Constitución
Nacional y Tratados Internacionales, su vida.
Va de suyo, que congruentemente no se puede pregonar la defensa de la
vida como el primero de los Derechos Humanos y, a la par de ello, dejar sin
punición civil su extinción antijurídica.
La realidad cotidiana enseña que el primer damnificado cuando se atenta
contra una vida, es su propio titular. La posibilidad de reclamar su reparación a
través de los continuadores de su personalidad, los herederos, es una hipótesis
que encuentra repuesta en la normativa vigente, más allá de reconocer que la
doctrina autoral y tribunalicia actual, son muy reticentes a concederle a los
herederos legitimación para requerir el pago de los daños y perjuicios sufridos
por su titular vía "iure hereditatis". Sin perjuicio de ello, han suplido la
deficiencia con la teoría de la indemnización del valor vida "per se" en el marco
de la reclamación "iure proprio" que no es más que una presunción de daño en
favor del tercero creada pretorianamente (16), pero no propiamente el
resarcimiento de la vida del fallecido.
Por otra parte, como ya es tradicional en la jurisprudencia, la interrupción
de una vida a consecuencia de un hecho reprochable afecta también los
intereses de los terceros relacionados con la víctima en su respectiva medida.
Que va desde una presunción legal de daño en favor de los herederos forzosos
prevista en los arts. 1084 y 1085 del Cód. Civil, hasta los terceros sin vínculo
familiar, pero interesados, que deberán demostrar acabadamente el perjuicio
sufrido, de acuerdo al art. 1079 del Cód. Civil.
Todas esta variedad de relaciones que tiene la vida de un ser humano, en
donde proyecta su personalidad, han sido tenidas en cuenta adecuadamente
por el Proyecto de reforma al Código Civil, al momento de discernir y bosquejar
las normas sobre la legitimación para reclamar el resarcimiento de los daños
que surgen de su fallecimiento.
A modo de colofón ponderamos el criterio amplio expuesto por el
Proyecto/98 que tiene en cuenta, en primer lugar, el derecho extrapatrimonial
del damnificado directo y, luego, el de los terceros perjudicados situando a la
iniciativa reformadora a la altura requerida por la modernidad jurídica, al
reconocer a la vida como valor supremo y, su protección, con rango
preferencial por encima de la evolución tecnológica y de los intereses
económicos sectoriales.
(*) En sentido homenaje a la memoria del doctor Roberto López Cabana.
(1) Datos estadísticos hacen referencia a 6000 muertos anuales en accidentes de tránsito, que
tomando un promedio de $ 100.000 de cuantía resarcitoria, suman $ 600.000.000, cantidad casi equivalente
al presupuesto de la Provincia de San Juan.
(2) El contenido normativo de los arts. 1084 y 1085 del Cód. Civil constituyen la excepción. De igual
modo se debe recordar que la norma sustantiva antes citada, como la adjetiva (art. 171, Cód Procesal Civil)
autorizan a la jurisdicción a determinar la cuantía indemnizatoria conformes las probanzas arrimadas a los
autos.
(3) LA LEY, 1993-E, 472, caso fechado el 11 de mayo de 1993.
(4) CS, abril 17-997, "Savarro de Caldara, Elsa I. y otros c. E. F. A." - LA LEY, 1997-E, 121- DJ, 19981-211; abril 1-997 "Lacuadra, Ernesto A. y otros c. Nestlé Productos Alimenticios S.A.", LA LEY, 1997-E, 748
DJ, 1997-3-733, etcétera.
(5) JUSTINIANO, "Instituciones de Justiniano", Libro 4 Título III (Traducción de Pérez de Anaya y
Melquíades Pérez Rivas con nota previa de M. Ortolán, p. 297, Ed. Heliasta, Buenos Aires; ARGÜELLO, Luis
Rodolfo, "Manual de Derecho Romano - Historia e Instituciones", p. 356, Ed. Astrea, Buenos Aires, 1993;
IGLESIA, Juan, "Derecho Romano - Historia e Instituciones", p. 452, Ed. Airel Derecho, Barcelona, 1992.
(6) FERREYRA BUSTOS, Carlos Eduardo, "Reflexiones sobre el valor de la persona humana", Rev.
Notarial Colegio Escribanos de Córdoba, Nº 50, Año 1985, igualmente Votos de su autoría en sala I, CApel.
Civ. Com. y Minería San Juan, 10/03/98, (L. de S. Nº 74 Fº 28/63), entre otros. ORGAZ, Alfredo, "La vida
humana como valor económico", ED, 56-850.
(7) CS, "Savarro de Caldara..." citado.
(8) CS, octubre 15-1987. "Prille de Nicolini, Graciela C. c. SEGBA", LA LEY, 1988-A, 217; DJ, 19881-776; ED, 126-549; CS (26/08/1975) "Noya, Alfonso y otro c. Provincia de Buenos Aires...", ED, 68-191;
etcétera.
(9) FERNANDEZ ENTRALGO, Jesús, "Valoración y resarcimiento del daño corporal - La reforma del
sistema resarcitorio de los daños corporales derivados de la conducción de vehículos a motor en la ley
30/1995, de 8 de noviembre", p. 169 y sigtes., Marcial Pons, Madrid, 1997, hace un excelente repaso de la
situación del tema en la doctrina y jurisprudencia española, cuyos fundamentos a favor y en contra de cada
posición son similares a los expuestos por los autores nacionales.
(10) MOSSET ITURRASPE, Jorge, "El valor de la vida humana", p. 29, 2ª ed., Ed. Rubinzal-Culzoni,
Santa Fe, 1986; BORDA, Guillermo A., "La vida humana tiene por sí sola un valor económico resarcible", ED,
114-849; KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída, Comentarios al art. 1085 Cód. Civil en la obra "Código Civil y
leyes complementarias. Comentado, anotado y concordado", t. 5, Ed. Astrea, Buenos Aires, 1984, dirigida
por Augusto César Belluscio y coordinada por Eduardo A. Zannoni; VENINI, Juan Carlos, "El valor de la vida
humana", JA, 1984-IV-760; ZAVALA DE GONZALEZ, Matilde, "Resarcimiento de daños-Daños a las
personas", p. 52, Ed. Hammurabi, 1993, entre otros. En la doctrina española, cabe recordar el pensamiento
de SANTOS BRIZ, Jaime, "Derecho de daños", p. 278 y sigtes., Ed. Revista de Derecho Privado, Madrid,
1963, sostiene que "el caso práctico más frecuente e importante de reparación de daños es el motivado por
muerte de una persona. Entonces el que perdió la vida, mayor perjudicado por ello, no puede ser beneficiario
de la reparación, que ha de ir a sus más próximos parientes. Tratándose de acción civil derivada de delito
causante de la muerte, aquella es trasmisible a los herederos del fallecido (art. 104 y 105, Cód. Penal). En
consecuencia, el Tribunal Superior ha declarado que la indemnización corresponde a los herederos del
fallecido, no exigiendo con rigor el requisito del perjuicio directo. En cambio, tratándose de acción de
reparación de daños derivados de culpa extracontractual, se excluye en la jurisprudencia a los herederos,
pues no se considera el derecho de indemnización como ingresado en la herencia de la víctima a efectos de
transmisión...".
(11) LLAMBIAS, Jorge Joaquín, "La vida humana como valor económico. Carácter de la acción
resarcitoria por causa de homicidio: Daño resarcible", JA, Doctrina 1974-624; BUSTOS BERRONDO, H.
"Acción resarcitoria del daño causado por homicidio", Jus, 1962-Nº 3, p. 80.
(12) LLAMBIAS, Jorge J., ob. cit., p. 627.
(13) MAZEAUD, Henri y León - TUNC, André, "Tratado Teórico Práctico de Responsabilidad Civil
Delictual y Contractual", vol. II, p. 540/541, Ed. Jurídicas Europa - América, Buenos Aires, 1963.
(14) SARTRE, Jean Paul, "El ser y la nada", p. 554/555, Ed. Atalaya, España, 1993.
(15) MAZEAUD, H. y L. TUNC, A., ob. cit., p. 537.
(16) WIERZBA, Sandra, MÜLLER, Silvia, "Reflexiones acerca del valor vida", LA LEY, 1993-B, 59expresamente reconocen que "...la indemnización del valor vida se diferencia de cualquier otro rubro
reparatorio por cuanto importa conceder a los familiares de la víctima moral de un accidente, una suma que
en realidad habría correspondido al accidentado en caso de poder éste recibirla. Este concepto no resarce
ningún daño sufrido por los deudos, sino que un rubro relacionado con la pérdidas de la vida en sí... Por ello,
en realidad sólo podrá reclamarla el fallecido. Al no contar éste con la posibilidad no poder sus familiares
ejercer tal derecho "iure propio", tampoco existiría acción para exigir la indemnización de este valor...".
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