QUIERO SABER / ESPÍRITU DE PROFECÍA - Agosto 2008 La humanidad de Cristo: su singularidad )Fue la naturaleza humana de Jesús exactamente igual a la nuestra? Responde DANIEL OSCAR PLENC director del Centro de Investigaciones White en la Argentina. Elena de White describe a Jesús tanto en su semejanza como en su diferencia, respecto de nosotros. Recuerda la expresión bíblica de que el hijo de María sería Ael Santo Ser@ (Luc. 1:35) (Signs of the Times, 16 enero 1896). Utiliza también la figura del Asegundo Adán@ (1 Cor. 15:45). Dice: ACristo, el segundo Adán, vino en semejanza de carne de pecado. En favor del hombre se sujetó al dolor, al cansancio, al hambre, a la sed. Estaba sujeto a la tentación, pero no se rindió al pecado@ (Mensajes selectos, t. 3, p. 160). AA Cristo se lo llama el segundo Adán. Con toda su pureza y santidad, relacionado con Dios, y amado por él, comenzó allí donde había empezado el primer Adán [...]@ (La maravillosa gracia de Dios, p. 42). Jesús tomó Ala naturaleza del hombre, pero no su pecaminosidad@ (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 895). AAl tomar sobre sí la naturaleza del hombre en su condición caída, Cristo no participó de su pecado en lo más mínimo@ (Mensajes selectos, t. 1, p. 299). Elena de White cita 1 Pedro 1:19 al decir que fue Asin mancha y sin contaminación@. La autora deseaba destacar que Cristo también fue diferente. Invitó a que Acada ser humano permanezca en guardia para que no haga a Cristo completamente humano, como uno de nosotros, porque esto no puede ser@ (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1.103). Su perfección es indubitable: ANo debemos tener dudas en cuanto a la perfección impecable de la naturaleza humana de Cristo@ (Mensajes selectos, t. 1, p. 300). Esa es su cualidad distintiva. ACristo no poseía la misma deslealtad pecaminosa, corrupta y caída que nosotros poseemos, pues entonces él no podría haber sido una ofrenda perfecta@ (Mensajes selectos, t. 3, p. 147). Existió una diferencia clara entre su naturaleza y la nuestra. ASe hermana con nuestras flaquezas, pero no alimenta pasiones semejantes a las nuestras. Como no pecó, su naturaleza rehuía el mal@ (Joyas de los testimonios, t. 1, p. 218). Cristo se identificó con nuestras necesidades, debilidades y flaquezas, Asin poseer las pasiones de nuestras naturalezas humanas caídas, pero concebido con nuestras dolencias, tentado en todo así como nosotros@ (Testimonies for the Church, t. 2, pp. 508, 509). La carta de la Sra. de White al pastor W. L. H. Baker y su esposa en 1895 es su afirmación más contundente de la singularidad de Cristo: ASed cuidadosos, sumamente cuidadosos en la forma en que os ocupáis de la naturaleza de Cristo. No lo presentéis ante la gente como un hombre con tendencias al pecado. Él es el segundo Adán. El primer Adán fue creado como un ser puro y sin pecado, sin una mancha de pecado sobre él; era la imagen de Dios. Podía caer, y cayó por la transgresión. Por causa del pecado, su posteridad nació con tendencias inherentes a la desobediencia. Pero Jesucristo era el unigénito Hijo de Dios. Tomó sobre sí la naturaleza humana, y fue tentado en todo sentido como es tentada la naturaleza humana. Podría haber pecado; podría haber caído, pero en ningún momento hubo en él tendencia alguna al mal. Fue asediado por las tentaciones en el desierto como lo fue Adán por las tentaciones en el Edén. AEvitad toda cuestión que se relacione con la humanidad de Cristo que pueda ser mal interpretada [...]. Nunca dejéis, en forma alguna, la más leve impresión en las mentes humanas de que una mancha de corrupción o una inclinación hacia ella descansó sobre Cristo, o que en alguna manera se rindió a la corrupción. Fue tentado en todo como el hombre es tentado, y sin embargo él es llamado >el Santo Ser=. Que Cristo pudiera ser tentado en todo como lo somos nosotros y sin embargo fuera sin pecado, es un misterio que no ha sido explicado a los mortales. La encarnación de Cristo siempre ha sido un misterio, y siempre seguirá siéndolo. Lo que se ha revelado es para nosotros y para nuestros hijos; pero que cada ser humano permanezca en guardia para que no haga a Cristo completamente humano, como uno de nosotros, porque esto no puede ser@ (Carta 8, 1895. Citado en Comentario bíblico adventista, t. 5, pp. 1.102, 1.103. La carta completa puede leerse en Ellen G. White Manuscript Releases, t. 13, pp. 14-30). Robert Olson considera que Elena de White usó los términos Apropensiones corruptas@, Atendencias al mal@, Apropensiones al mal@, Apropensiones al pecado@ y Apecaminosidad@ como sinónimos, haciendo todos referencia a una depravación innata o inclinación a pecar (La humanidad de Cristo, p. 7). Concluye que ACristo nació con una perfecta naturaleza espiritual, pero con una naturaleza física y mental degradada@ (Ibíd., p. 10). Tim Poirier sugiere que Elena de White pudo haber utilizado ideas del predicador anglicano Henry Melvill (1798-1871), quien afirmaba que la caída trajo como consecuencias: (1) Aflaquezas [o dolencias] inocentes@, como hambre, dolor, debilidad, aflicción y muerte, y (2) Atendencias pecaminosas@; es decir, propensiones o tendencias al mal. Decía que Adán no tenía ni flaquezas inocentes, ni tendencias pecaminosas; que nosotros nacimos con ambas, y que Cristo tomó las primeras, pero no las segundas (ASources Clarify Ellen White=s Christology@, Ministry, December 1989, pp. 7-9). Afirma Roy Adams: AEn consecuencia, podríamos concluir que en lo que concierne a Elena de White, Cristo no era ni exactamente como Adán antes de la caída ni como nosotros. En otras palabras, fue único. Esta es la forma más sencilla y natural de entender las aparentes contradicciones de sus afirmaciones@ (La naturaleza de Cristo, p. 88). Sobre el pensamiento de la Sra. de White, dice Atilio Dupertuis que Aella nunca se pronunció categóricamente a favor de una naturaleza prelapsaria o poslapsaria; a veces enfatizaba la realidad de su humanidad, con todas las consecuencias del pecado, en lo que toca a debilidades inocentes; pero, cuando se trataba de >propensiones= inherentes al mal, era categórica al negar tal posibilidad@ (El carpintero divino, p. 108).