El carácter meta-jurídico de la legitimidad María Auxiliadora Bonnemaison El concepto de Legitimidad ha sido profusamente debatido por la ciencia jurídica, la ciencia política y la sociología. Tradicionalmente, el término se asocia a otros conceptos afines, especialmente al de legalidad, que es toda situación estrictamente conforme o de acuerdo al ordenamiento jurídico vigente. A menudo se asimila y se confunde con éste, en el sentido de que se entiende como legítimo aquello que se hace o se obtiene conforme a las leyes. Según el Diccionario de Política y de los Grandes Pensadores Políticos (1994): "legitimidad, en sentido estricto significa de acuerdo a las leyes... un poder sólo es legítimo cuando está fundado legítimamente". Esa analogía que pretende hacerse de dos nociones esencialmente distintas, proviene de una relación cierta entre la conducta social del hombre y la función que corresponde a la Ley, de formalizar y regular esa conducta, atendiendo a un conjunto de valores reconocidos por la sociedad. Según esto, si quisiéramos establecer un orden de prelación entre legitimidad y legalidad, admitiríamos que la legitimidad antecede a la legalidad y la trasciende, en tanto que ella representa los valores, las creencias, los ideales de justicia, libertad, seguridad, etc., sobre los cuales una sociedad sustenta sus relaciones, para luego convertirse en orden jurídico. Es decir que el Derecho se fundamenta en las relaciones sociales, pero para que éste sea aceptado y reconocido como válido por la sociedad, es necesario que cumpla con la condición previa de representar sus ideales de justicia y valores fundamentales. El orden jurídico se nos desdibuja entonces como instancia preeminente para el análisis del concepto de legitimidad, para pasar a formar parte de un contexto más amplio de interacción social, dentro del cual estaría llamado a cumplir una importante función orientada más hacia la creación de las bases y argumentos para el reconocimiento del orden socio-político. Ello ha desencadenado en el pensamiento de algunos autores como Luis Gerardo Gabaldón (1989), el interés por definir un concepto de legitimidad que escape al "confinamiento" al cual, la doctrina en general, ha pretendido imponer a la noción de legitimidad. En este sentido Gabaldán nos habla de un concepto meta jurídico de legitimidad, porque antecede y trasciende a las relaciones jurídicas, definidas claramente por Savigny en el siglo pasado, como "una especie de relación social, insertas en una estructura normativa y debidamente reconocidas y protegidas por el Estado", para ubicarse en el plano de las relaciones sociales en general, que están basadas como ya hemos dicho, en los ideales de justicia, las creencias y los valores de una sociedad, generalmente aceptadas en un momento histórico determinado, y aplicadas por la acción del poder que las sostiene. Tal como sucede con la legalidad, también entre legitimidad y Poder se establece una relación muy estrecha, siendo la primera un elemento indispensable de validez del segundo. Belén Heredia de Girón (1995), a la cuestión ¿Cuando un poder es legítimo? responde: "Cuando es reconocido por los destinatarios a quienes se dirige y sólo podrá ser reconocido si representa los valores que imperan en una sociedad... Las relaciones sociales, que en definitiva se convertirán en Derecho deben estar fundamentadas en el poder para que éste tenga validez, pero el poder deberá ser legitimado y para ello debe responder al ideal de justicia que existe en una determinada sociedad".(p 359). Es en el campo socio-político en donde se dan los pasos más importantes en este propósito de atenuar la acepción jurídica que ostenta la noción de legitimidad, para asociársele más al de Poder en el cual, entendido como una relación de mando-obediencia, se introduce la legitimidad en forma de aceptación y respaldo al ejercicio de ese Poder: Dada la relación: A B existe la creencia por parte de B de que A tiene el derecho de plantearle las demandas que éste le exija, y que él (B), tiene el deber de obedecer. Pero, apegados a nuestro pensamiento democrático, no aceptamos que un, orden político pueda mantenerse sólo a base del ejercicio del poder coercitivo, sino que es necesario que concurran otros elementos, como la aceptación, el reconocimiento y el respaldo a ese poder. Nos enfrentamos entonces a otro concepto, que surge como consecuencia de la conjunción de esos elementos: la autoridad, y la podríamos definir como una relación horizontal, asimétrica de mando-obediencia, donde existe legitimidad. Dada la relación: A B B acepta el mando de A y lo traduce en obediencia por razón de la legitimidad. Dentro de este contexto, la legitimidad encierra un contenido tácito de los límites de la relación mandoobediencia, y en el cual el poder legítimo se llama autoridad. Robert Dahl (1956), distingue dos grandes categorías de poder: El primero, lo define como "un caso especial de influencia que implica grandes pérdidas en caso de no-sumisión". Para explicar esto, de acuerdo al esquema que hemos venido utilizando, diríamos que en la relación: A B El elemento dominante es la coacción. Es por lo tanto una forma de Poder en donde A obliga a B cumplir su mandato, sin ofrecerle más alternativas que grandes privaciones o pérdidas, en caso de que B no se sometiese al mandato de A, tales como la prisión o sanciones pecuniarias. La otra categoría de poder estaría representada según Dahl, en una relación en la cual B acepta el imperativo de A porque de otro modo empeoraría su situación, conforme al orden reconocido y aceptado socialmente como válido, y afirma que "la influencia o poder de este tipo es legítimo" y que "el poder o influencia legítima se llama autoridad". Equivale a decir entonces que la legitimidad encierra un acuerdo tácito de los límites de la relación mando-obediencia: La relación A B se sustenta en un acuerdo tácito; B acepta el imperio de A mientras se mantenga dentro de los límites de ese acuerdo. De lo anterior podemos inferir que dentro de este concepto, la autoridad no excluye necesariamente el uso de la coacción si ésta es considerada como válida por B en esa relación. Teoría Weberiana sobre el poder legítimo Especial mención merece Max Weber, a quien se señala de haber sido el primero en utilizar el término legitimidad dentro de los estudios socio-político que lo llevaron al establecimiento de tres tipos ideales de dominación con sustentación legítima, los cuales se consideran clásicos en los análisis políticos: 1. El tipo de Dominación Tradicional; cuya legitimidad descansa en la aceptación por parte de la sociedad, de la tradición o sucesión del poder y las creencias acerca de que ese Poder procede de instancias superiores a esa misma sociedad. Es el caso de los regímenes monárquicos, más concretamente, tal como lo confirma Guglielmo Ferrero(1991), el de las dinastías, las llamadas Casas (De Francia, de Austria, de España), cuyo poder irrevocable deriva de la herencia y no de la voluntad popular. Como referencia histórica de esta forma de dominación legítima, Ferrero nos expresa: "...Jamás la legitimidad ha conseguido demostrar su fuerza interior con tanto éxito, con tanta rotundidad como el lapso de tiempo que va desde la Paz de Viena(1814) hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial(1914), el gran siglo de Europa, que ha tenido para con los hombres el impagable rasgo, la extraordinaria atención de permitirles sobrevivir en medio de una tranquilidad y una Paz desconocidas en otros períodos históricos, incluso, y muy especialmente en el nuestro". (p. 147) 2. El tipo de Dominación Carismática; basada en la aceptación de las cualidades del líder, encierra la creencia de que ese líder posee un "don" que lo hace superior a los miembros comunes de la sociedad, en donde la relación depende de las cualidades o atributos del gobernante, valoradas por el colectivo en forma subjetiva e irracional. Es el tipo de dominación que se da en los regímenes conocidos como presidencialistas, propios de la mayoría de los países africanos y latinoamericanos, y en los cuales, según advierte Allan Brewer Carías (1983), una presidencia de este tipo puede llegar a ser: "... cuasi-imperial, mesiánica, mágica, propia de iluminados, que nos presenta al Presidente como un oráculo: El presidente todo lo sabe y sólo él sabe..." (p.74). 3. El tipo de Dominación Racional-Legal; fundamentado en el orden racional del derecho, en la legalidad. Dicho de otro modo: se acepta la autoridad de la ley como base de la relación de mando-obediencia y se cree que esa autoridad es ejercida mediante normas y procedimientos apropiados y aceptados por todos los sujetos de derecho; tanto gobernantes como gobernados. La potestad de gobernar es concedida por los preceptos legales, y ello no es más que una confirmación al pensamiento de Juan Jacobo Rousseau (1982), para quien sólo por medio de la ley era posible darle movimiento y voluntad al cuerpo político, cuya existencia y vida le viene dada por el Pacto Social. Este tipo de dominación, concluye Weber, es característica de las Sociedades Modernas. Atendiendo a la clasificación Weberiana podríamos entonces concluir que, estamos en presencia de un poder legítimo cuando en la relación mando-obediencia aquellos quienes debe obedecer están de acuerdo y aceptan las pautas que deben regir el ejercicio de ese poder, independientemente del origen y la naturaleza de esas pautas . La noción de legitimidad se ubica, definitivamente, en un nivel distinto y anterior al de las relaciones jurídicas, en la medida a que a éstas se antepone un proceso psico-social de valoración e internalización de un determinado orden, y ese proceso es la aceptación. La aceptación implica un proceso en la vida anterior y emocional del individuo, que al colectivizarse se convierte en el fenómeno conformado por un conjunto de sentimientos de identificación, respaldo y sumisión, respecto de la relación mandoobediencia. Sobre este particular, encontramos en David Easton (1982) un valioso aporte contenido en sus estudios acerca de lo que él denomina el apoyo difuso al sostenimiento del sistema político, y que encierra los rasgos más profundos de la legitimidad, puesto que los mismos se encarnan en los propios individuos, en contraste con lo que el mismo Easton llama apoyo específico, que surge como consecuencia de la satisfacción de las demandas sociales que han sido atendidas. Según este planteamiento de Easton, la legitimidad, en el sentido más estricto, estaría ligada en mayor medida al apoyo difuso, en tanto que tiene que ver con los sentimientos de lealtad, creencias e ideologías imperantes entre gobernantes y gobernados, lo cual va a conformar, finalmente, las bases y el sostenimiento de cualquier sistema político. Alcance del concepto de legitimidad Señalábamos al principio que el término legitimidad a menudo se emplea en forma indiscriminada. Llega a confundírsele o a asimilársele con otros como el de consenso, autoridad y más frecuentemente, con el de legalidad, y es que, tal como lo confirma Luis Gerardo Gabaldán (Ob. cit. p. 11), el tratamiento de la legitimidad en la literatura se caracteriza por la "poca rigurosidad en el uso de los términos" y como consecuencia de esta preocupación el citado autor formula un cuerpo de proposiciones, las cuales, por su utilidad para delimitar el concepto de legitimidad y para deslindarlo de otras nociones afines, se resumen aquí en los términos siguientes: 1.- La legitimidad define un ámbito de relación entre seres humanos, que antecede a las relaciones jurídicas o políticas. 2.- La legitimidad es un concepto aplicable a las relaciones donde existan posiciones de mando-obediencia en virtud de la aceptación por parte de los gobernados, de las facultades de disposición y ejecución de los gobernantes. 3.- La legitimidad se asocia a la facultad de disposición o de mando y en nuestra opinión, la legitimidad alcanza también el contenido de las decisiones y acciones a través de las cuales se ejerce el poder. En este punto disentimos del criterio de Gabaldón cuando afirma que la legitimidad de la facultad de disposición es "independiente del contenido específico de las disposiciones que se emanen". La facultad de disposición se sustenta en la aceptación, el reconocimiento y el respaldo, por parte de los miembros de la sociedad, a las autoridades, en virtud de que el ejercicio de ese poder va a responder a un conjunto de ideas, creencias e intereses que identifican a la sociedad. Mal podría entonces las autoridades, haciendo uso de las facultades de disposición conferidas, emanar decisiones y acciones contrarias o independientes a esos valores, sin que se amenazara la legitimidad que lo sostiene. 4.- La legitimidad supone congruencia entre los mecanismos o formas por los cuales se obtiene la facultad de disposición o mando y los criterios o formas utilizadas para ejercer esa facultad. Consideramos que esta proposición es una de las más importantes, por cuanto encierra lo que ha sido señalado por muchas veces como la causa de la pérdida de legitimidad: La falta de correspondencia entre la discursividad y el hacer político. Esto conduce a la reflexión acerca de que no sólo es importante lo relativo a los medios por los cuales un sistema político adquiere legitimidad sino aquellos por los cuales la mantiene y los factores que influyen en que" la pierdan o queden expuestos a perderla". Manuel Feo La Cruz (1995), siguiendo el criterio de J. Habermas (en Razón y Legitimidad), explica lo siguiente: "...la crisis de legitimidad es una crisis de identidad entre los actores sociales y el sistema político. La crisis de las relaciones que vinculan a los actores sociales y el sistema político se produce cuando fallan esos mecanismos de interrelación entre el medio social y el sistema." (p. 348). Esos mecanismos de interrelación que menciona Feo La Cruz son, a nuestro juicio, los que hacen posible que las demandas sociales sean atendidas en forma oportuna y adecuada. El sistema político y los actores sociales conviven en permanente interacción a través de canales de comunicación que permiten el flujo de las demandas sociales en un sentido, y en el otro, el de las respuestas que aquellas generan en el sistema político. La explicación más clara a este planteamiento la encontramos en el Enfoque Sistémico de la Política, formulado por David Easton (en Enfoques de Teoría Política, 1973). Se parte de la concepción del sistema como cualquier conjunto de variables, independientemente del grado de relación existente entre ellas, y concretamente, como sistema político a aquellas interacciones por medio de las cuales se asignan valores en una sociedad (todo aquello que es deseado en una sociedad); esto es lo que lo distingue de otros sistemas de su medio. El límite del sistema político es permeable: Existe intercambio entre lo que está dentro del sistema (medio ambiente intrasocietal) y lo que está fuera de él (medio ambiente extrasocietal). El sistema político se alimenta de las demandas sociales y del apoyo, que son el insumo principal o "inputs", y que en definitiva, condicionan el funcionamiento del sistema político. Las respuestas que se producen como consecuencia resultante de la influencia de esos inputs se conocen como el producto o outputs. Son las decisiones y acciones de las autoridades que atienden a las influencias intra y extra societales, a las cuales está expuesto el sistema político por ser un sistema abierto o permeable. Pero este proceso no se termina aquí. Recordemos que se trata de una interacción permanente y continua, de manera que esas respuestas o producto que configuran el output van a servir a su vez, para que se produzca una nueva tanda de demandas (inputs) que van a retroalimentar al sistema (feedback loop), permitiéndole conocer si ha sido capaz de satisfacer cuantitativa y cualitativamente las demandas, y así sucesivamente. Esta dinámica es la que proporciona estabilidad al sistema. Si los mecanismos fallan, es decir, si se produce una sobrecarga de demandas o si éstas se hacen más complejas, o si el sistema no es capaz de valorarlas y satisfacerlas se produce tensión contra el sistema, poniéndose a prueba su capacidad de resistir y subsistir. 5.- La legitimidad implica convicción y no simplemente resignación. Esta proposición pone de relieve, nuevamente, el elemento psicológico y subjetivo de la legitimidad, que tiene como primer escenario, el interior de cada individuo, para luego colectivizarse y manifestarse en forma de aceptación de las facultades de disposición o de mando y los ámbitos de obediencia antes referidos. 6.- La legitimidad se acompaña de un discurso y unos métodos para lograr el reconocimiento y la conformidad. Ese discurso mediador de la legitimidad es considerado como la legitimación. Así se ha considerado tradicionalmente. (Gabaldán op. cit. 15). No obstante, dentro del contexto de esta investigación, creemos que la legitimación trasciende los límites de la mera discursividad, alcanzando acciones y procedimientos del ámbito del hacer concreto y empíricamente verificables, como lo veremos más adelante. De las seis proposiciones formuladas, son de especial interés para la presente investigación las marcadas con los números 4 y 6: La proposición marcada con el número 4, según la cual debe existir congruencia entre lo que se ofrece o dice y lo que se hace, es importante porque se refiere a las relaciones de gobierno y la mayor o menor adaptación que éstos establecen entre sus acciones y los fines perseguidos o propuestos de antemano. Es frecuente la opinión según la cual, atendiendo a la idea del apoyo específico de Easton, sólo en la medida en que los gobiernos logren dar respuestas satisfactorias a las exigencias de la sociedad podrá mantenerse un nivel de legitimidad que permita su subsistencia, quedando la legitimidad del gobierno o determinada forma de poder, condicionada a su utilidad social. Citamos al profesor Miguel Angel Latouche,(1995) quien al discurrir acerca de la legitimidad de la democracia afirma: "...la democracia debe legitimarse a través de la participación en un sistema político que logre satisfacer las necesidades básicas de los interesados" (p.31) 1 La legitimidad se verifica en dos momentos: En un primer momento, si los procedimientos empleados para acceder al poder y después para ejercerlo responden a los principios y reglas aceptadas por aquellos a quienes corresponde acatarlo, y en un segundo momento, aunque no en forma instantánea, sino que se requiere del transcurso de cierto tiempo para el surgimiento de indicadores de eficacia y de utilidad aludidos, traducidos en la satisfacción de los intereses colectivos, sin olvidar que esos intereses colectivos no son estáticos. Los mismos responden al dinamismo, la complejidad y la diversidad de cada momento histórico. Lo que es satisfactorio en un memento puede no serlo en otro. La legitimidad, lejos de constituir un elemento aislado del hecho socio-político, surge como consecuencia del conjunto de valores, creencias, costumbres, cultura, ciencia y hasta los intereses económicos de una sociedad en un momento histórico determinado. Esa misma dinámica ha llevado a sostener que los diferentes grados de eficacia de los gobiernos pueden variar en el tiempo sin que ello constituya, necesariamente pérdida de legitimidad, a menos que tales períodos de insatisfacción se prolonguen tanto como para afectar los valores de la sociedad. Sin embargo, Guglielmo Ferrero(1991) va más allá contradiciendo esta opinión y afirma que, aún prologándose considerablemente en el tiempo, es posible que los grados de ineficacia no afecten la legitimidad, si existen a la vez, elevado niveles de lealtad y de apoyo difuso, que hasta pueden llegar a sustituir la eficacia. Afirma Ferrero: "La legitimidad no depende nunca del grado de la eficacia del poder ... La legitimidad puede también, en cierta medida reemplazar a la eficacia. Los mejores gobiernos están plagados de defectos y ningún poder conseguirá ser obedecido si los hombres exigieren la perfección. La legitimidad y la lealtad que ésta genera, vela, ayuda y coadyuva en la difícil tarea de soportar los inevitables defectos en que todo poder necesariamente incurre"(p.146). La proposición marcada con el número seis nos interesa porque se refiere a los procesos por los cuales se obtiene la legitimidad, que es lo que entendemos por legitimación. Tradicionalmente, la legitimación se identifica con lo que en la literatura se denomina discurso legitimarse, que garantiza la existencia y producción de consensos sociales sobre la justificación del ejercicio de determinada forma de poder en un momento histórico determinado. Para ello es necesario que se produzca entre los interesados un proceso comunicacional, que conduzca a la expresión de la voluntad racional. Aceptamos que la comunicación y las situaciones de deliberación permiten el intercambio de las ideas acerca de los intereses generales y necesidades compartidas, pero creemos que el proceso de legitimación trasciende a esa interpretación que la constriñe al mero intercambio lingüístico. Creemos que la legitimación implica un proceso de verificación o confrontación de esa discursividad con los hechos del plano conformado por aquello aceptado por la sociedad como real, de manera que de esa confrontación surja la persuasión de los individuos acerca de la justificación, conveniencia o necesidad de mantenimiento de determinada forma de poder. La legitimación no puede quedarse sólo en el en el intercambio discursivo, en razón de que cotidianamente nos es posible constatar fácilmente como los procesos comunicacionales se distorsionan, llegándose incluso hasta la manipulación de la opinión, mediante las políticas dirigidas a desviar la atención colectiva sobre ciertos problemas o asuntos de interés general, la convocatoria de expertos o notables para la toma de decisiones o la utilización de técnicas publicitarias inconsistentes en busca de la adhesión del colectivo a programas y políticas elaborados en altas esferas gubernamentales, con ausencia absoluta de cualquier forma de participación ciudadana. Este proceso comunicacional y de verificación en busca de la persuasión es la mediación de la legitimidad, la cual es ejecutada por entes u organizaciones representativas de naturaleza tan variada, como sea admitido por el sistema político (organizaciones políticas, gremiales, religiosas, militares, sindicatos de trabajadores), y cumplen un rol de intermediación entre lo vivido en la práctica y lo contenido y aceptado por la sociedad como sus valores, creencias, cultura, intereses, que rigen la vida del individuo dentro de la sociedad, como sustrato de toda forma de representación social.