PRIMEROS MODELOS DE DESARROLLO EL PSICOANÁLISIS Instancias de la personalidad Etapas de desarrollo psicosexual Más allá de Freud EL CONDUCTISMO Y LAS TEORÍAS DEL APRENDIZAJE El aprendizaje social Bijou y el análisis conductual del desarrollo El enfoque sociocognitivo de Bandura Conductismo y educación LA ETOLOGÍA Y LA TEORÍA DEL APEGO El método de la etología La teoría del apego CAPÍTULO 4 Primeros modelos de desarrollo – 215 – En este capítulo vamos a exponer brevemente algunos de los primeros modelos psicológicos que se han encargado de explicar y describir el cambio evolutivo. El psicoanálisis será el primer modelo que expongamos. Esta teoría, si bien cambió la forma de ver a los niños y ha tenido una influencia cultural innegable, actualmente genera comparativamente poco conocimiento científico. A pesar de ello, es un modelo clásico que creemos que merece una atención más allá de la nota histórica que hemos proporcionado en el capítulo anterior. Continuaremos con el conductismo, el modelo que dominó la psicología durante casi siglo, hasta la llegada de la denominada ‘revolución cognitiva’ (ver capítulo 5). Expondremos los principios básicos de este modelo, así como dos de sus derivaciones que son especialmente interesantes desde el punto de vista de la Psicología Evolutiva: las teorías de aprendizaje social de los años 40 y la teoría sociocognitiva de Bandura. Este último modelo es la derivación contemporánea del conductismo clásico, aunque como veremos poco queda de la ortodoxia iniciar en esta propuesta. El tercer modelo tratado en este capítulo es la etología, una teoría que quizá es más importante para la Psicología Evolutiva que para la psicología en general. Las propuestas etológicas fueron un contrapunto a las teorías del aprendizaje conductistas, y han dado lugar a numerosas líneas de investigación y aportaciones metodológicas (por ejemplo, su énfasis en la observación naturalista) que gozan de muy buena salud hoy en día. Entre ellas dedicaremos una atención especial a la teoría del apego. El psicoanálisis El psicoanálisis es, sin duda una de las corrientes de pensamiento claves para entender no sólo la psicología del siglo pasado. Su influencia, sin embargo, se extiende más allá del propio campo de la psicología para extenderse a múltiples maniestaciones artísticas. Sin el psicoanálisis, nuestra comprensión de gran parte del pensamiento, la literatura, la pintura, el cine, etc. del pasado siglo resultaría sin duda alguna incompleta, cuando no en algunos casos carente de significado. Sin embargo, y aunque esta influencia cultural sigue vigente hoy en día, el impacto del psicoanálisis en la psicología, y especialmente en la psicología científica (no tanto de la psicología como práctica clínica, donde el psicoanálisis y sus derivados gozan todavía de buena salud en numerosos contextos), hoy parece haber remitido y estar circunscrita únicamente a la historia y origen de ciertos conceptos. Si tuviéramos que escoger las características del psicoanálisis más influyentes, que mayor impacto han tenido en la configuración de la psicología (y, en concreto, de la psicología del desarrollo) tal y como la conocemos, tendríamos que nombrar al menos tres: – 216 – Primeros modelos de desarrollo • Enfoque clínico. Desde el psicoanálisis se considera la enfermedad como camino para elaborar una teoría de la normalidad. Los intereses del psicoanálisis (y los de Freud en particular) se centran básicamente en una comprensión de lo patológico. Es a partir del estudio y comprensión de lo patológico cuando se contextualiza dentro de un marco en el que se da sentido también a lo no patológico. En este sentido, el psicoanálisis, además de ser un marco conceptual de entender en mundo (incluidos los procesos de desarrollo individual), es una técnica terapéutica que tienen el objetivo de curar procesos patológicos. De hecho, como hemos comentado, mientras como marco teórico su influencia ha menguado considerablemente desde los años de su máximo esplendor, como técnica clínica se sigue utilizando (e influyendo) profusamente (aunque es cierto que más en ciertos contextos y países que en otros) y es uno de los factores que explica el nacimiento y pujanza de la psicología como ciencia aplicada. • Enfoque genético. Dentro de la búsqueda del origen de los síntomas y los cuadros clínicos, el psicoanálisis analiza el desarrollo y las situaciones vividas (o fantaseadas) en la infancia, donde cree encontrar las claves de las situaciones presentes. Para autores como Martí (1991) este enfoque genético ha ayudado a comprender el desarrollo del comportamiento humano y es la clave para entender su influencia en la Psicología Evolutiva. Por otra parte, en tanto técnica clínica, el psicoanálisis consiste en buena medida en que el paciente rememore su vivencia de la infancia y de sentimientos infantiles enterrados, de traer a la conciencia eso que fue reprimido y confinado al inconsciente. • Estudio del inconsciente. El psicoanálisis, si no fue la primera corriente que propuso la noción de fuerzas no conscientes, sí fue quien dotó a estas fuerzas de un protagonismo en la explicación de nuestro comportamiento consciente. Para el psicoanálisis la clave de nuestro comportamiento (y la clave para entender la patología, por otra parte) se encuentra en lo no evidente, en lo reprimido, en fuerzas ajenas a nuestra voluntad y que funcionan en un nivel del que no somos conscientes. El psicoanálisis, en cierto sentido, aborda las partes ocultas de la persona, partes que incluso son no reconocidas o temidas, y las eleva al rango de factor explicativo. Estas fuerzas inconscientes tienen para el psicoanálisis (especialmente desde la ortodoxia freudiana) un carácter esencialmente sexual. El conflicto, desde la óptica psicoanalítica, tiene una papel fundamental en el desarrollo, como lo tendrá también (aunque será un conflicto de naturaleza muy diferente) desde las propuestas de otros grandes de la Psicología Evolutiva, como Piaget. Es por otra parte imposible hablar del psicoanálisis sin hablar de su creador, Sigmund Freud. Freud no sólo es el creador del psicoanálisis, sino el promotor de su desarrollo posterior, tanto desde el punto de vista puramente conceptual como desde el punto de vista institucional y social. El origen del psicoanálisis lo podemos encontrar en los trabajos iniciales de Freud en París bajo la guía de Charcot, quién le introdujo en la hipnosis como técnica clínica. Posteriormente, de vuelta a Viena, comienza a utilizar la hipnosis no como método terapéutico, sino como modo de acceder a ciertos contenidos noa accesibles a la conciencia que parecían están en relación con los síntomas Primeros modelos de desarrollo – 217 – histéricos de sus pacientes. En ya en esta época donde comienza a ver la importancia del inconsciente y de la naturaleza sexual de sus contenidos, dos de las claves de su propuesta. El libro ‘La interpretación de los sueños’ (1900) será la culminación de esta primera etapa de trabajos. A partir de ese momento, la popularidad y aceptación de las propuestas de Freud crece y se comienzan a formar círculos psicoanalíticos. Sin embargo, este crecimiento dará lugar también a escisiones en ocasiones traumáticas, como los casos de Jung primero, de Adler más tarde. Desde un punto de vista teórico, el trabajo de Freud es muy intenso y se concentra en dos aspectos fundamentales, que irá revisando a medida que pasan los años: • El análisis y formación de la personalidad y en su teoría de las pulsiones (Tres ensayos sobre teoría sexual, 1905; Introducción al narcisismo, 1914; El Yo y el Ello, 1923) • La formación de la cultura, que la fundamenta en procesos individuales como el Edipo y que evoluciona hacia tintes cada vez más pesimistas (Tótem y Tabú, 1914; El malestar en la cultura, 1929) Dejando de lado estos aspectos culturales de la teoría psicoanalítica (aun cuando están íntimamente vinculados y, desde el punto de vista de Freud tienen su origen en la formación de la personalidad individual), aspectos que han tenido un menor impacto en la Psicología Evolutiva, la obra de Freud podemos estructurarla en torno a dos aspectos fundamentales: • La tópica, que nos explica las diversas instancias de la personalidad y la relación que mantienen entre ellas. • La dinámica (o económica) que nos habla de las pulsiones y su evolución a lo largo del desarrollo, que sirve para explicar la formación y desarrollo de la personalidad. Aunque la teoría psicoanalítica es especialmente compleja para los no iniciados (entre los que obviamente me encuentro), repasemos, si quiera brevemente y aún a riesgo de cometer alguna imprecisión, estos dos núcleos de interés. Instancias de la personalidad Freud entiende a la persona como compuesta por tres instancias que establecen una relación dinámica (y muchas veces, como veremos, de conflicto y lucha) entre ellas. Estas instancias son el ello, el superyo y el yo. El ello El Ello representa aquellas pulsiones, de carácter básicamente sexual, que forman parte de nuestro inconsciente. Estas pulsiones luchan por descargarse, por aliviarse, ya que el ello se guía por el principio de placer y necesita reducir la tensión que producen estas pulsiones dándoles salida de alguna manera. Como veremos, será el yo el encargado de darles salida de una manera apropiada. – 218 – Primeros modelos de desarrollo En los bebés la mayor parte de su personalidad pertenece esta instancia. Por ello, los bebés se comportan de acuerdo con este principio de placer, de descarga y satisfacción inmediata de impulsos. A medida que avanzamos en el desarrollo, cada vez más deseos y pulsiones no pueden ser satisfechas de manera directa e inmediata y son reprimidas, recluidas en el inconsciente. Aunque el ello es esencialmente inconsciente, podemos acceder a su contenido mediante ciertas vías. Quizá el camino más directo es a partir de los sueños (ver Freud, 1905), en los que, relajada la censura de la conciencia, los impulsos del ello pueden emerger y satisfacerse en el mundo de lo onírico. A veces esta satisfacción no es de interpretación fácil, ya que se hace en el terreno de lo simbólico, ya que cierta censura se sigue ejerciendo todavía. Otros fenómenos que nos permiten acceder al contenido inconsciente son las asociaciones libre (al sujeto se le demanda que asocie libremente ciertos conceptos con otros, sin racionalizar la respuesta, para intentar saltarse las barreras racionales) o los lapsus liguae, que nos dicen mucho acerca de lo que el sujeto quería decir. El superyo El superyo representa la interiorización dentro de la personalidad de las normas y valores sociales. Es el principio moral de la personalidad, que insta a que nos comportemos según los demás esperan de nosotros. Evolutivamente, el superyo se forma a partir de la resolución del complejo de Edipo (ver más adelante), cuando el niño se identifica con la figura del padre y la incorpora dentro de sí mismo, en forma precisamente de superyo. Freud describió el superyo como si estuviese compuesto por dos partes diferenciadas (Crain, 2000; p. 262). Por un lado, una parte, que podríamos denominar conciencia moral, es básicamente punitiva, negativa, crítica, nos dice lo que no está permitido hacer y nos castiga si violamos la norma (con sentimientos de remordimiento o de culpa). Esta conciencia moral guía el comportamiento a partir de la restricción y el castigo. La otra parte sería el ideal del yo, que es consta de las aspiraciones de la persona, de las metas que quiere conseguir en el futuro y las personas-modelo a las que le gustaría parecerse o cómo nos gustaría ser. En este caso, guía de manera constructiva el comportamiento de la persona hacia esas metas. El yo El yo (o ego) representa la parte consciente y racional de nuestra personalidad. Es la instancia que se encarga por una parte de controlar las exigencias del ello (que, como hemos visto, requiere una satisfacción inmediata de impulsos), dándoles salida dentro de los límites que permite el superyo. Es, de acuerdo con la metáfora del propio Freud, como el conductor de un carro del que tiran dos caballos salvajes, muchas veces en direcciones opuestas, que son el ello y el superyo. La misión del conductor es conciliar esas dos fuerzas, dominarlas y aprovechar su impulso para moverse en la dirección adecuada. Primeros modelos de desarrollo – 219 – Así, el yo se rige por el principio de realidad, intenta tener en cuenta las circunstancias y las situaciones en las que se encuentra y escoger la opción más viable para resolver conflictos, es capaz de planificar cursos de comportamiento con posibilidades de éxito en el futuro. Como podemos suponer, la misión del ego no es fácil, y es relativamente frecuente, desde el punto de vista freudiano, que se produzcan fracasos. Para protegerse de estas ansiedades y conflictos que surgen a partir de la necesidad de satisfacción de pulsiones inconscientes y de los deseos tiránicos de nuestra conciencia moral, el yo cuenta con mecanismos de defensa, que ayudan a conciliar estas dos fuerzas. A veces la aplicación de estos mecanismos se da en situaciones muy difíciles para el yo e implican ciertos síntomas que cercanos a la neurosis y que se aparecen claramente en situaciones neuróticas. Como ejemplos de este tipo de mecanismos de defensa podemos mencionar los siguientes: • Represión: se disminuye la ansiedad que provoca cierto deseo o sentimiento alejándolo de la conciencia y enterrándolo dentro del inconsciente. La pulsión que pugna por emerger se bloquea y se mantiene dentro del ello. • Negación: la persona se convence a sí misma de que cierto acontecimiento perturbador nunca ha tenido lugar o que cierto sentimiento inaceptable en realidad no ha sido experimentado. • Proyección: la persona atribuye a los otros sus propios problemas y conflictos generados por deseos y sentimientos inaceptables. • Formación reactiva: la persona, ante cierto pensamiento o deseo inaceptable, reacciona manteniendo abiertamente los pensamientos y deseos contrarios. Sin embargo, también existen mecanismos de defensa que conducen a una resolución más sana de los conflictos, o a posturas más aceptables desde el punto de vista social. Por ejemplo • Racionalización: pensar en los propios conflictos de manera abstracta, teórica, analítica, impersonal, de manera que puedan mantenerse en cierta medida alejados de uno mismo. • Sublimación: se trata en este caso de transformar los deseos irrealizables y que provocan ansiedad en formas que puedan ser apreciadas socialmente. Por ejemplo, desde este punto de vista, los sacerdotes pueden sublimar deseos sexuales que provocan culpabilidad transformándolos en amor a Dios. Desde el punto de vista freudiano, la amnesia infantil (es decir, el hecho de no recordar apenas nada de los primeros años de nuestra vida) está provocado por fenómenos de represión y excusión de la conciencia similar a procesos que tienen lugar en la neurosis. Esos recuerdos realmente están, pero se encuentran reprimidos en el inconsciente y no podemos acceder a ellos de manera consciente, ya que provocarían serios desequilibrios y serían inaceptables para la persona adulta. De esta manera, sus afirmaciones sobre la vida y desarrollo sexual infantil se fundamentarán tanto en observaciones de niños desde edades muy tempranas, como, sobre todo, a las narraciones de individuos neuróticos en situación regresiva, inducida muchas veces en el contexto de situaciones de análisis. – 220 – Primeros modelos de desarrollo Etapas de desarrollo psicosexual Freud afirma (con gran escándalo para la sociedad de su época) no sólo que los niños tienen instintos y deseos sexuales, sino que la comprensión de estos instintos y deseos es fundamental para la comprensión de la vida sexual adulta y se encuentra en el origen de numerosas patología de carácter psíquico. Freud entendía que estos impulsos sexuales (que denomina libido) iban más allá del propio acto sexual, e incluye en ellos los sentimientos de satisfacción y placer que experimentamos realizado las más diversas actividades (y no sólo el acto sexual). Por ejemplo, el acto infantil de chupar proporciona al niño, según Freud, satisface impulsos de carácter sexual. Para comprender el origen de la personalidad sana (y de la personalidad patológica, escogida por Freud para comprender la salud), Freud describe el desarrollo siguiendo una serie de etapas secuenciales. Estas etapas representan fases en las que los impulsos sexuales aparecen en diferentes formas y centrados en diferentes zonas del cuerpo. A diferencia de las etapas piagetianas, esta secuencialidad se puede romper en ocasiones de acuerdo a los fenómenos de fijación y regresión. Por fijación Freud entiende la conservación de la localización de la libido y el interés sexual en zonas y aspectos propios de etapas previas de desarrollo. Así, la persona fijada en una determinada etapa permanece anclada en cierta medida en esa etapa, lo que se expresa en determinados síntomas característicos. Cuando este anclaje es muy fuerte, estaríamos en el origen de una enfermedad psíquica. La fijación en determinada etapa de desarrollo psicosexual puede ser provocada por una insatisfacción de este tipo de placer en el momento en que era prioritario o bien por todo lo contrario, por una sobregratificación de las necesidades propias de una determinada etapa, lo que ancla a la persona en esa etapa. En algunas personas, estas preocupaciones acerca de placeres de etapas anteriores aparecen de manera relativamente abrupta, tras una frustración. En este caso, Freud habla de una regresión hacia una etapa anterior. Esta regresión es tanto más probable cuanta mayor fijación en esa etapa hacia la que se regresa presentara previamente la persona, además de verse facilitada también por la intensidad de la frustración. Las fijaciones y regresiones a etapas de desarrollo anteriores pueden no impedir un desarrollo normal cuando no son muy intensas, aunque dan lugar a ciertos rasgos de carácter típicos. Cuando sí lo son, caracterizan la aparición y síntomas de enfermedades psíquicas. Por otra parte, ara Freud, los niños son, en potencia, perversos polimorfos. Es decir, pueden ser inducidos a toda clase de extralimitaciones sexuales (perversiones), ya que estas perversiones encuentran muy pocas resistencias en sentimientos de pudor, de vergüenza, de repugnancia o morales que se encuentran en los niños todavía muy poco desarrollados (Freud, 1972; p. 56).`Es decir, en los niños la satisfacción de los impulsos sexuales del ello obtiene todavía poca resistencia por parte de un superyo que apenas existe (se asentará a partir de la etapa fálica, como veremos) y de un yo en formación. Veamos ahora cuáles son estas etapas propuestas por Freud y como contribuyen a la formación de la personalidad. Primeros modelos de desarrollo – 221 – Etapa oral En esta etapa, que comprendería fundamentalmente el primer año de vida, la libido está fijada en las zonas orales y vinculada a situaciones de alimentación y satisfacción de necesidades básicas como el hambre. Así, además de proporcionar alimento y ser necesario para conservar la vida, el acto de chupar el pecho materno proporciona al bebé una enorme satisfacción. Pronto el bebé desvinculará este placer del chupeteo del propio hecho de alimentarse, pasando a chupar sólo para obtener el placer asociado. Así, los niños comienzan a chupar su dedo pulgar o se calman cuando se les da un chupete, incluso cuando no tienen hambre. Freud calificó estos comportamientos sexuales tempranos como autoeróticos, ya que la satisfacción del placer se obtiene a partir del propio cuerpo, sin dirigir esa gratificación a objetos (o cuerpos) ajenos. Estos comportamientos autoeróticos que caracterizan la etapa oral no se encuentran confinados a la primera infancia, sino que continúan de una u otra forma a lo largo de toda la vida. La masturbación, por ejemplo, sería un ejemplo prototípico de ello. En esta descripción de los primeros meses de vida, Freud comparte con Piaget la observación de que el niño se encuentra centrado en su propio cuerpo y su actividad, sin que los objetos tengan ninguna relevancia (o, incluso, consideren su mera existencia). Dentro de esta ausencia del objeto podemos incluir (tanto para Piaget como para Freud) el desinterés por las personas que le rodean, e incluso su existencia como personas separadas e independientes. Desde el punto de vista de Freud, aunque los niños son totalmente dependientes de los demás, pero quizá por esto mismo, no son conscientes de ello porque no son capaces de concebir a otro como entidad separada de él mismo. En la segunda mitad del primer año, de acuerdo con la descripción de Freud de la etapa oral, se comienza a desarrollar la idea del otro (especialmente de la madre) como objeto separado de uno mismo, y como fuente externa de las gratificaciones orales. Por ello, la ausencia de la madre provoca a menudo en los bebés sentimientos de ansiedad (sentimientos que serán el centro de propuestas posteriores de autores como Spitz o Bolwby. Cuando la persona queda fijada (o realiza una regresión) en la etapa oral, puede mostrar algunas formas características, como por ejemplo una preocupación por la comida y la alimentación, la ejecución de comportamientos obsesivos dirigidos hacia el morder o el chupar, las adicciones hacia la bebida o el tabaco, la obtención del placer sexual a través de actividades sexuales orales, etc. En el caso de que la fijación o regresión sea muy intensa, pueden aparecer ciertas patologías. Por ejemplo, para Freud ciertas formas de esquizofrenia y paranoia podrían representar una fijación (o regresión) extrema en la etapa oral, en la que la persona vuelve a imaginarse como el centro del mundo y la libido se vuelca exclusivamente hacia uno mismo. – 222 – Primeros modelos de desarrollo La etapa anal Esta etapa se desarrollaría para Freud durante el segundo y tercer año de vida y se caracterizaría por una centración de la libido en la zona anal, que pasa a ser el centro de interés sexual del niño. Esta centración de la libido en la zona anal se produce a medida que el niño va teniendo cada vez mayor control sobre sus esfínteres, lo que le permite decidir sobre el momento en el que llevará a cabo sus deposiciones. El niño de estas edades se interesa también por las heces como productos de sus esfuerzos de control. Sin embargo, este interés por las heces será reprimido y castigado de manera muy severa por los padres, que a la vez presionan al niño para que aprenda cuanto antes a tener control sobre sus deposiciones. Ante estas demandas parentales, algunos niños se rebelan y comienzan a desarrollar un comportamiento desordenado y sucio, rasgos que a veces se mantienen hasta la adultez. Sin embargo, en otras ocasiones se produce una reacción contraria. El niño acepta de manera acrítica la presión paternal y la generaliza y sigue con excesiva rigidez. En este caso, el niño se vuelve estrictamente autocontrolado, desarrollando una gran escrupulosidad y orientación exagerada hacia el orden y la limpieza. Este tipo de carácter, que a veces continúa hasta la adultez (un fenómeno otra vez de fijación, como los descritos para la anterior etapa), expresa una resistencia reprimida hacia la autoridad. Comportamientos como el deseo de acumular dinero o poder o conductas autoritarias y rígidas podrían ser expresiones adultas de este carácter anal. La etapa fálica Entre los tres y los seis años el niño entra en una tercera etapa: la etapa fálica. El acontecimiento que domina esta etapa es uno de los más conocidos (e importantes) dentro de la teoría freudiana del desarrollo, el complejo de Edipo. El complejo de Edipo se puede caracterizar como una crisis que acontece a partir del momento que el niño comienza a interesarse por su pene, cuando la libido se traslada a esa zona de su cuerpo. En esas primeras fantasías sexuales en las que participa el pene, la madre se supone que juega un papel fundamental. El niño desarrolla deseos sexuales incestuosos, que toman la forma de comportamientos reales o imaginados en los que se ve a si mismo besando a su madre, durmiendo con ella, casándose con ella, etc. Sin embargo, el niño pronto se dará cuenta que estos deseos son irrealizables, ya que topa con la figura del padre, que se convierte en su rival para obtener los favores y el amor de la madre. El poder del padre y la conciencia de su superioridad puede despertar en el niño lo que Freud denomina un miedo a la castración. Al mismo tiempo, el niño ha de manejar también sus sentimientos de amor y la necesidad que tiene del padre. De hecho, esta presencia o ausencia de pene representa una idea recurrente en los niños según Freud. El niño varón se imagina que todos, independientemente de su sexo, tienen unos órganos genitales similares a los suyos. Esta convicción se mantiene de manera firme y es mantenida incluso ante la presencia de Primeros modelos de desarrollo – 223 – contradicciones. En los varones esta lucha por mantener esa creencia refuerza el miedo a la castración al que nos referíamos, al pensar que a las niñas les ha sido efectivamente arrebatado su pene. En las niñas la creencia equivalente refuerza lo que Freud denomina envidia del pene o el deseo de tener un órgano similar al de los varones (Freud, 1972; p. 60). Esta situación contradictoria y conflictiva característica del Edipo se resuelve mediante dos tipos de movimiento: por una parte reprimiendo el amor incestuoso hacia la madre, encerrándolo en el inconsciente y sublimándolo en forma de amor puro y asexual. Por otra, el odio hacia el padre se soluciona mediante su identificación con él: el niño desea fervientemente llegar a ser como su padre. El resultado de esta identificación será muy importante desde un punto de vista evolutivo, ya que da lugar a la interiorización de normas morales (representadas en la figura del padre), a la formación del superego (Shaffer, 2000; p. 347 de la trad. cast). Así, Freud denomina al superyo como ‘el heredero del complejo de Edipo’ (Freud, 1923; p. 2714 de la trad. cast), y la resolución este complejo se convierte en un paso fundamental hacia la integración del niño en la familia y en la sociedad. A pesar de que los sentimientos edípicos se reprimen, permanecen sin embargo en el inconsciente y pueden manifestarse en ciertos comportamientos adultos, como un deseo excesivo de poder y competición o viceversa, la huída se situaciones competitivas y de autosuperación (que evocan el miedo a la castración edípico). En situaciones extremas, los sentimientos edípicos reprimidos pueden ser la raíz, desde un punto de vista psicoanalítico, de situaciones de impotencia sexual, al evocar las mujeres un amor prohibido hacia la madre. Esta descripción del Edipo se ajusta al desarrollo sexual de los hombres, pero, ¿qué sucede con las mujeres? Freud describió un proceso similar de deseo sexual hacia el padre y competencia y hostilidad hacia la madre en las niñas, proceso que denominó complejo de Electra. La resolución de este conflicto no puede llevarse a cabo por la misma vía que en los hombres, en los que el miedo a la castración juega un papel fundamental, aunque parece que Freud nunca llegó a aclarar del todo como se producía. Esta centración en el desarrollo del varón (que se entiende como el desarrollo normativo) y olvido o subordinación de la mujer ha sido señalado, incluso desde las propias filas psicoanalistas y especialmente desde ámbitos feministas, como uno de los puntos débiles más importantes de la ortodoxia psicoanalítica freudiana. Etapa genital Tras la resolución del Edipo, el niño pasa por una periodo que Freud denomina de latencia, en el que las fantasías sexuales permanecerían reprimidas y estables. Esta fase sería entonces de relativa calma, calma que se rompería sobre los 11 años y con la aparición de la adolescencia. En esas edades, los impulsos sexuales aparecen con fuerza. Los miedos y fantasías edípicas vuelven a aparecer y entonces resulta importante para el desarrollo poder librarse de nuevo de ellos. Esta liberación se lleva a cabo mediante una separación de los padres y ruptura de dependencia familiar. El niño – 224 – Primeros modelos de desarrollo (el ahora adolescente) ha de superar su amor sexual hacia la madre buscando el mismo una mujer diferente, u objeto sexual alejado de ella y debe superar también la rivalidad con el padre afirmando su independencia. Para Freud, esta búsqueda de autonomía e independencia nunca es fácil, y la adolescencia se convierte así en una etapa vital problemática, caracterizada por el conflicto. Esta visión de la adolescencia marcada por los problemas y el conflicto intenso (la adolescencia como storm and stress) ha influenciado y sigue influenciando nuestra visión de esta etapa hasta nuestros días. Más allá de Freud La ortodoxia freudiana que hemos descrito en hasta el momento es tan sólo una versión del psicoanálisis. Como ya hemos comentado, no mucho después de su institucionalización (en forma de sociedades, revistas, etc.) comenzaron los cismas dentro del movimiento psicoanalítico. El repaso de estos cismas y las líneas de investigación y terapéuticas que han generado excede los objetivos del presente trabajo. Sin embargo, sí nos vamos a permitir algún breve comentario sobre algunos de ellos, entre los que hemos destacado: • Jung, que fue el primer investigador psicoanalítico importante en separarse de la ortodoxia de Freud, apuesta por un psicoanálisis menos individualista y centrado en pulsiones exclusivamente de tipo sexual y de mayor contenido cultural y antropológico. Para Jung, los significados culturales compartidos (lo que denominó ‘el inconsciente colectivo’) son los que determinan la individualidad humana, mientras que para Freud era más bien al contrario: la cultura se explica a partir de la formación de la personalidad. Jung también avanzó en la descripción de tipos caracteriológicos, distinguiendo entre la introversión y la extroversión, en función de si la energía psíquica o libido se dirige hacia el mundo interior del sujeto o hacia el exterior, hacia el mundo de los objetos. • Adler, que provocó la segunda gran división en el psicoanálisis, también discute el carácter sexual de las pulsiones humanas. Pero, en lugar de enfatizar su carácter cultural, como hizo Jung, Adler subraya la naturaleza agresiva (no sexual) de muchas de ellas. Para Adler, el niño desarrolla cierto complejo de inferioridad, y los intentos para superarlo será el motor que mueva el comportamiento adulto y sus deseos de superación. Así, el complejo de Edipo freudiano se ve desplazado en Adler por el complejo de inferioridad como clave para entender el desarrollo de la persona. Por otra parte, desde la perspectiva de Adler, la sociedad, más que la biología, y el Yo (más que el Ello o el inconsciente) son la clave para entender el comportamiento humano. Por ello, Adler se suele citar como el origen de todo un movimiento psicoanalista, especialmente enraizado en Estados Unidos, que apuesta precisamente por el Yo y su desarrollo libre de conflictos como el centro de sus esfuerzos no sólo teóricos, sino también Primeros modelos de desarrollo – 225 – terapéuticos. Rapaport, Lowestein o Horney pueden encuadrarse dentro de esta ‘psicología del yo’ (Caparrós, 1985; p. 133). • Las implicaciones y propuestas de Freud en relación a la cultura generaron un núcleo de investigación propio, que poco a poco se fue diferenciando de las ideas freudianas ortodoxas. Pertenecen a este psicoanálisis culturalista autores como Malinowsky, Kardiner o Margaret Mead. Estos autores, basándose en datos extraídos de estudios de campo, conciben la cultura como moldeadora de los instintos y, en último término, ponen en duda incluso la universalidad de ciertos aspectos fundamentales dentro del esquema psicoanalítico tradicional, como complejo de Edipo o las etapas de desarrollo psicosexual. • Otra serie de investigadores han tratado de vincular el pensamiento psicoanalítico al marxismo, incidiendo en como la estructura social conforma al individuo, reprime ciertos impulsos y potencialidades de desarrollo y está en el origen de muchos conflictos individuales. En esta línea, podemos situar a autores como Reich y su teoría del orgasmo, Adorno y sus análisis de la personalidad autoritaria, Fromm, que basa sus ideas en la necesidad del hombre de identificarse acríticamente con la sociedad para superar su miedo a la libertad o, más recientemente, autores como Marcuse o Habermas, entre muchos otros. De la influencia conjunta de algunos de estos autores (especialmente Fromm) y el psicoanálisis norteamericano que enfatiza el Yo han surgido movimientos como la psicología humanista, que ya tiene muy poco de psicoanalítica. Por otra parte, y aunque su relevancia dentro del conjunto del psicoanálisis es quizá menor, también creemos interesante mencionar algunos autores que, dentro de este marco (ya sea desde la ortodoxia freudiana o desde algún movimiento derivado de ella) se interesaron especialmente por cuestiones evolutivas. En este sentido, destacan: • Anna Freud: la hija del fundador del psicoanálisis fue la pionera en la aplicación de esta perspectiva al estudio y tratamiento de los niños y el desarrollo en la infancia. Esta aplicación requirió una adaptación de algunos de los supuestos y técnicas psicodinámicas. Por ejemplo, el superyó en los niños está relativamente poco elaborado, todavía dependen emocionalmente de los padres, así como no hay en ellos todavía conciencia de enfermedad. En la terapia, es muy difícil utilizar la asociación libre y no tienen capacidad de transferencia. La adaptación del método psicoanalítico que propone Anna Freud implica una primer fase introductoria cuyo objetivo es que el niño adquiera conciencia de la enfermedad y deseos de modificar su estado, así como ganarse la confianza del niño. Posteriormente, el análisis de expresiones motrices, de dibujos y el juego serán herramientas fundamentales en la práctica analítica con niños (A. Freud, 1951). Además de esta adaptación del psicoanálisis al trabajo con niños, Anna Freud destaca también por aportaciones teóricas relacionadas con la concreción de mecanimos de defensa del yo. – 226 – • Primeros modelos de desarrollo Melanie Klein: A diferencia de Anna Freud, que siempre se mantuvo fiel a su padre, Melanie Klein se aparta de la ortodoxia freudiana. Destaca por su trabajo sobre la vida emocional de los bebés y, aunque no rechaza las instancias propuestas por Freud, sitúa su formación en el primer año de vida. Así, para Klein el Yo está presente desde el nacimiento, el Superyo comienza a formarse entre los 2 y 4 meses y el complejo de Edipo comenzaría en la mitad del primer año. Un concepto importante dentro de las propuestas kleinianas es el del trauma del nacimiento. Nacer, para Klein, implica un gran trauma, ya que el niño es arrojado al mundo desde la tranquila y agradable vida en el vientre materno. El nacimiento provoca una situación de angustia que será el prototipo de toda angustia posterior. Desde el primer momento, el niño nace con pulsiones de amor (Eros), pero también de destrucción (Tánatos), sentimientos que proyecta en su relación con el pecho materno. Por otra parte, Klein da su propia versión de la técnica psicoanalítica con niños, técnica que en su caso se fundamenta casi en exclusiva en el uso del juego como medio para que el niño dramatice sus fantasías y elabore sus conflictos. A partir del comportamiento lúdico del niño, el analista interpreta los conflictos inconscientes. • René Spitz centró su investigación en el primer año de vida. Sus aportaciones más importantes se centran en la actitud de la madre y los cuidadores del bebé y la influencia que esta actitud tiene para el desarrollo posterior. Especialmente interesantes son sus investigaciones sobre lo que él denomina ‘hospitalismo’. Este fenómeno se refiere a un cuadro de dificultades en el establecimiento de relaciones sociales y desarrollo afectivo atípico en niños huérfanos internados en hospicios. De estas investigaciones se derivó la importancia de la figura de un cuidador estable para que este desarrollo pudiera llevarse a cabo con normalidad. El conductismo y las teorías del aprendizaje En conductismo, nacido en Estados Unidos en la segunda década del siglo pasado, fue la visión predominante en psicología en ese país hasta prácticamente la década de los 60. Como vimos en el capítulo dedicado a la historia de nuestra disciplina, el conductismo da una importancia fundamental a la teoría del aprendizaje, hasta prácticamente identificarse con ella. El término ‘teorías del aprendizaje’, sin embargo, esconde gran variedad de posiciones teóricas que fueron desarrollándose con el transcurrir del tiempo. Entre otras, encontramos: • Autores herederos del condicionamiento clásico de Pavlov, que construyen su teoría a partir de este mecanismo de aprendizaje, como podría ser la posición de Watson en un primer momento. • Autores herederos de la ley de efecto de Thorndike, que consideran el condicionamiento operante y el refuerzo como los mecanismos Primeros modelos de desarrollo – 227 – fundamentales de aprendizaje. La posición de Skinner, o posteriormente de Bijou, es un buen ejemplo en este sentido. • Autores que intentan integrar dentro del marco conductista fenómenos y conceptos estudiados por otros paradigmas psicológicos (por ejemplo, el psicoanálisis) u otras disciplinas científicas (por ejemplo, la antropología). Dentro de este grupo encontramos a autores como Dollard, Miller o Sears. • Autores y corrientes que añaden un ingrediente cognitivo al conductismo, ampliando una explicación asociacionista también a los fenómenos que ocurren dentro de la ‘caja negra’. Podemos incluir dentro de estos esfuerzos a Tolman en un primer momento, a Bandura o a Meichenbaum más adelante. Desde un punto de vista conductista, las unidades de comportamiento son el estímulo (E) y la respuesta (R). Los estímulos llegan a tener el poder de determinar la aparición de ciertas respuestas a través de dos mecanismos de aprendizaje básicos: • El condicionamiento clásico. En los experimentos clásicos de Pavlov, la presentación repetida de un estímulo (por ejemplo, una luz) previo a otro (por ejemplo, comida) que provocaba ciertas reacciones fisiológicas (por ejemplo, salivación) hacia que el estímulo antecedente (E, la luz) adquiriera el poder de poder provocar esas reacciones (R, la salivación) por sí sólo. • El condicionamiento operante, por el que si después de cierta conducta del sujeto se presenta cierto estímulo placentero, esa conducta tiende a aumentar su frecuencia. Si, por el contrario, el estímulo presentado es aversivo, la conducta antecedente tiende a extinguirse (ver Skinner, 1957b; p. 146 de la trad. cast.) Las unidades de análisis han de ser en todo caso directamente observables, y poseen ciertas dimensiones físicas susceptibles de ser medidas de manera objetiva. Es precisamente este el punto en el que los conductistas reaccionaron ante la psicología introspeccionista, que tomaba como unidades de análisis informes subjetivos de los sujetos acerca de lo que sucedía en su conciencia. Para el conductismo, los conceptos mentalistas están en principio vedados o, en cualquier caso, han de vincularse estrecha y objetivamente a estímulos o a respuestas observables. Es por ello que, desde el conductismo, la mente se concibe como una ‘caja negra’ sin valor causal alguno, y la conciencia como un epifenómeno, un residuo metafísico del que más vale desembarazarse si se quiere establecer una psicología verdaderamente científica. De acuerdo con Kuhn (1992; 217-218), desde el punto de vista conductista, unos pocos principios fundamentales rigen la investigación psicológica. Entre ellos se cuentan el reduccionismo, la parsimonia y el control experimental: • Reduccionismo: desde el punto de vista conductista, cualquier comportamiento complejo se compone de un conjunto de comportamientos simples. Así, podemos explicar comportamientos complejos haciendo referencia a comportamientos simples en los que se puede dividir. El reduccionismo se concreta en la investigación en el seguimiento de una estrategia por la que se trata de aislar los componentes mínimos de comportamientos muy simples, estudiarlos de manera individual, y, a partir de ahí, ir progresando en niveles de complejidad progresivamente más – 228 – Primeros modelos de desarrollo elevado, en la confianza de que el estudio y esclarecimiento de comportamiento simples nos llevará a la comprensión de comportamientos complejos. Antes de comprender lo complejo es necesario comprender lo simple. • Parsimonia: A la hora de escoger entre factores explicativos del comportamiento, son preferibles aquel o aquellos que explican un mayor rango de fenómenos. Por ejemplo, en el caso del comportamiento, no hemos de acudir a explicaciones complejas cuando haciendo uso de explicaciones simples, como el condicionamiento clásico o el operante, podemos dar cuenta de esos mismos comportamientos. En el caso de la Psicología Evolutiva, la implicación es doble: Por una parte, que cualquier fenómeno evolutivo se puede contemplar como los efectos acumulados de mecanismos de condicionamiento (de aprendizaje). El desarrollo es así reducido a aprendizajes simples. Además, se asume también que los mismos principios básicos (los mecanismos de aprendizaje) son válidos con independencia de la edad: si un mecanismo funciona en niños de una edad determinada, el mismo es válido también en otros puntos del desarrollo. Por ello, los teóricos del aprendizaje no suelen utilizar estrategias transversales ni longitudinales, sino simplemente estudiar un fenómeno en un único grupo de edad, en búsqueda de aquellos principios básicos que cimentan todo comportamiento, por muy complejo que sea. El esquema explicativo conductista no sólo se aplica por igual con independencia de la edad, sino también con independencia de la especie. Al igual que la única diferencia entre niños y adultos es cuantitativa, de complejidad (la historia previa de aprendizajes), la diferencia entre organismos también es de complejidad: en especies inferiores (en comparación con las superiores) o en niños (en comparación con adultos) el nivel de complejidad es menor, las cadenas E-R que dan cuenta de la conducta son más simples. • Control experimental: desde la ortodoxia conductista el único método realmente válido es el experimento de laboratorio. En él, el experimentador puede controlar totalmente las variables ambientales y modificarlas de manera sistemática para observar su efecto en el comportamiento. Gracias a los experimentos, obtenemos una relativa seguridad de los factores manipulados son los causantes (la explicación) de los cambios observados en el comportamiento. Por ello es el único método con el que podemos extraer relaciones causales entre estímulos y respuestas. Por ello, desde un punto de vista metodológico, los conductistas promueven y se dedicarán en la práctica al estudio del aprendizaje en animales, típicamente ratas, palomas o monos, los animales con los que el control experimental se puede lograr de manera más eficiente. También hemos de tener en cuenta que, en virtud de ese control, ciertos experimentos con humanos presentan impedimentos éticos insalvables. Esta investigación con animales es totalmente relevante para los humanos de acuerdo con el Primeros modelos de desarrollo – 229 – principio anterior, ya que los principios que sustentan el aprendizaje son los mismos. En los casos en los que experimenta con personas, se hace en referencia a comportamientos muy simples, ya que los complejos dependen de gran número de factores y con ellos es difícil obtener un control experimental exhaustivo. Como hemos comentado en la introducción a este apartado dedicado al conductismo, aun compartiendo unos principios básicos, son muchos los matices entre los diferentes autores y corrientes que encontramos dentro de esta perspectiva. Vamos a repasar tres de estas corrientes o modelos, aquellos que a nuestro juicio, modifican o amplían el conductismo de una manera que resulta más relevante para la Psicología Evolutiva. De acuerdo con un criterio cronológico, comentaremos brevemente la corriente del aprendizaje social, el modelo de Bijou y el modelo de Bandura. El aprendizaje social La teoría psicoanalítica de Freud es una de las primeras sobre desarrollo de la personalidad y proporciona una comprensión profunda de cómo la naturaleza humana evoluciona con los años. Sin embargo, no es susceptible de comprobación científica, y la práctica del psicoanálisis es la única forma de evaluarla. En los años, una serie de científicos conductistas, interesados en el desarrollo de la personalidad e impresionados por las propuestas de Freud, intentaron convertir sus ideas en constructos susceptibles de evaluación científica. Su objetivo era operacionalizar esos conceptos, vinculándolos allí donde fuera posible a comportamientos (estímulos, respuestas) directamente observables, y elaborar un conjunto de hipótesis susceptibles de ser evaluadas empíricamente. De hecho, se trataba de, dentro de un marco conductista y del aprendizaje, importar algunas ideas procedentes del psicoanálisis para conseguir elaborar teorías socialmente más relevantes y aplicables que las que se podían derivar de los experimentos en laboratorio con ratas y otras especies inferiores. Esta reinterpretación de hipótesis freudianas dentro de esquemas E-R se fundamentaba en ciertas similitudes superficiales. Como señala Grousec (1992, p. 777), ambas son teorías que ven la meta del comportamiento en la reducción del impulso, y, en cierto sentido, el refuerzo es parecido al principio de placer freudiano. Podemos suponer que, a juicio de los psicoanalístas, esta ‘vamipirización’ de algunos de sus conceptos por el conductismo los desvirtuaba completamente. Esta tarea integradora se llevó a cabo en el Instituto para las Relaciones Humanas de Yale, una institución liderada intelectualmente por Hull y en la que trabajaron los autores más relevantes de esta corriente, como son Dollard, Miller, Mowrer o Sears. – 230 – Primeros modelos de desarrollo La corriente, conocida como la teoría del aprendizaje social, comenzó a dar sus primeros frutos a finales de los años 30 del pasado siglo, y durante los años 40 el grupo de Yale se puede considerar la corriente hegemónica dentro de la psicología estadounidense. Su primera obra importante, Frustration and Agresión (Dollard, Doob, Miller, Mowrer, Sears, Ford, Hovland y Sollenberg, 1939) aborda una hipótesis, basada en las ideas de Freud, según la que una frustración de impulsos pulsionales (en terminología conductista, la interrupción de una secuencia de conducta de acercamiento a un objetivo) provoca que el individuo agreda a la fuente de la frustración. Cuando esta agresión posterior a la frustración no podía dirigirse la fuente causante, se producía un desplazamiento de esos impulsos agresivos hacia un objeto diferente. Otro aspecto tratado por los autores del grupo es la imitación, tema de investigación que fue recuperado por ellos en Estados Unidos, tras las décadas de olvido que sufrió tras la obra de Baldwin. Miller y Dollar, en su obra Social learning and imitation (1941) abordan la cuestión enfatizando la recompensa social que implica la imitación de ciertos modelos. En posteriores publicaciones (quizá la más elaborada sea Personality and Psychotherapy, obra de Dollard y Miller en 1950 y en la que se propone una teoría de la personalidad), se siguen abordando temas psicoanalíticos (conflicto, ansiedad, patología) reformulándolos en términos E-R y diseñando comprobaciones experimentales de las hipótesis a las que dan lugar. Dentro del grupo, Robert R. Sears fue el que más interés prestó a aspectos de tipo evolutivo, preocupándose por cuestiones relacionadas con la socialización, es decir, con la manera en la que el niño internaliza los valores, actitudes, el comportamiento de la cultura en la que se desarrolla. Interés especial en el control de la agresión, el desarrollo de la resistencia a la tentación y la culpa, y la adquisición de comportamientos adecuados a un cierto rol sexual tal y como los sanciona determinada cultura (Grousec, 1992, p. 778, Cairns, 1998; p. 85). Para Sears (Sears, Maccoby y Levin, 1957), el papel de los padres es fundamental como elementos que influyen en en esta internalización. A lo largo de la crianza de sus hijos, los padres utilizan diversos procedimientos que facilitan (y, a veces, cuando faltan o se utilizan procedimientos poco eficientes, dificultan) la internalización: recompensas, frustraciones, castigos en diferentes formas, manifestaciones de poder, etc. Sears identificó algunas técnicas de disciplina, permisividad, y severidad en la crianza como variables importantes en el proceso de socialización. Metodológicamente, Sears también fue un innovador dentro de las filas conductistas. Deja de lado deja el laboratorio para centrar sus estudios en técnicas de entrevista, observación, escalas de actitud e, incluso, test proyectivos adaptados a sus objetos de investigación. Esta visión metodológica más amplia se ajustaba mejor a los complejos comportamientos que pretendía estudiar, aunque el grado de rigor alcanzado, sin embargo, no siempre fue el más deseable. La teoría del aprendizaje social en la versión de Sears se mantiene dentro de la ortodoxia conductista al no plantear etapas de desarrollo (etapas que si Primeros modelos de desarrollo – 231 – contempla el psicoanálisis). En su lugar, Sears propone una serie de mecanismos evolutivos simples: • Los principios generales del aprendizaje (condicionamiento clásico y condicionamiento operante), por el que el niño adquiere conductas o respuestas apropiadas. • La maduración física del niño, que tiene no sólo un efecto directo en el comportamiento del niño, sino también por un efecto indirecto, a través de la reacción de los agentes de socialización a medida que el cuerpo del niño cambia. Las expectativas de madurez cambian a medida que cambia el cuerpo del niño. Por ejemplo, ser cogido en brazos puede ser recompensado por el adulto en ciertas edades, es castigado en otras. • Las expectativas del comportamiento infantil que mantienen los agentes de socialización, expectativas que no sólo dependen sólo del cambio físico, también de las ideas que tienen sobre los aprendizajes que el niño ha realizado en cada momento. En función de esas expectativas, los adultos tratarán al niño de una y otra manera, modelando de esta forma posteriores avances. A pesar de la novedad y originalidad de algunos de los planteamientos de Sears y el resto del autores de la corriente del aprendizaje social, sus esfuerzos no tuvieron continuidad, al menos no una continuidad inmediata y directa. Las razones de ello son diversas: • Por una parte, los datos recogidos por ellos mismos ofrecieron poco sustento empírico a las atrevidas propuestas teóricas que se formulaban. Por ejemplo, y en el caso de las cuestiones de investigación planteadas por Sears, Maccoby (una de los integrantes del grupo de Yale), comenta como fue prácticamente imposible encontrar relación entre las diferencias en prácticas de crianza llevadas a cabo por padres y el desarrollo posterior de rasgos de personalidad o comportamientos concretos en sus hijos. (Maccoby, 1994). • Por otra parte, y como apunta Caparrós (1985; p. 139), se trató de un intento de síntesis interparadigmática y que deja insatisfechos tanto a los ‘exportadores’ de conceptos (los psicoanalistas, como hemos dicho, no forman parte de este movimiento) como al modelo receptor, el conductismo, que ha de flexibilizar parte de sus asunciones teóricas y metodológicas para asumir los problemas y conceptos procedentes del psicoanálisis. El resultado es una serie de anomalías teóricas, metodológicas y empíricas inasumibles desde el modelo conductista. A partir de los años 50 la fuerza del grupo mengua considerablemente, a pesar de que las cuestiones tratadas por ellos siguieron teniendo vigencia aún dentro del conductismo. Por ejemplo, la psicopatología se siguió tratando dentro del conductismo, aunque ya no desde conceptos psicoanalíticos, sino desde otros surgidos desde el mismo modelo conductista y totalmente compatibles con él. La modificación de conducta como técnica terapéutica, que surge en esos años, será la respuesta. Por lo que respecta a las cuestiones afectivas y de relación entre padres e hijos, recordemos que es en estos años cuando surge (como veremos en el apartado siguiente) la etología y se comienza a hablar del concepto de apego, concepto – 232 – Primeros modelos de desarrollo que dará cobijo a gran parte de los interesados en estas cuestiones (aunque ya no, como también veremos, desde un punto de vista conductista). Por último, también gran parte del interés por cuestiones como la agresividad, el conflicto, la mediación cognitiva de la conducta y el comportamiento en situaciones cotidianas fuera de laboratorio será recogido, una década más tarde, por la obra de autores como Mischel y sobre todo Bandura. A Bandura, que trataremos más en profundidad dentro de unas páginas, se le puede considerar el heredero dentro del conductismo (un conductismo flexibilizado) de las preocupaciones del grupo del aprendizaje social. Por lo que respecta al trabajo de Sears, Cairns (1998; pp. 86-87) destaca dos grandes contribuciones: • Fue uno de los primeros autores que se interesa en la psicología infantil en Estados Unidos desde un punto de vista teórico y no meramente empírico (obteniendo datos descriptivos), un aspecto que había estado ensombrecido por la ortodoxia conductista, imperante en ese país desde los años 20 del siglo pasado, que dirigía los esfuerzos de investigación al estudio de animales inferiores y conductas simples en laboratorio. En Europa este esfuerzo teórico y conceptual en el estudio del niño nunca se descuidó durante esos años, como avalan los trabajos de Piaget, Vigotski o Wallon, por ejemplo. • Fue también de los primeros en estudiar la interacción familiar y su influencia en el desarrollo psicológico del niño de una manera científica, introduciendo dentro del centro de atención de la Psicología Evolutiva a los padres y a las prácticas de crianza como elementos importantes en el desarrollo en la infancia. Bijou y el análisis conductual del desarrollo Sydney W. Bijou (inicialmente con su colega Baer, luego en solitario) es quizá el autor que con más afán han intentado aplicar un análisis conductista estricto a la explicación del desarrollo. De esta manera, su modelo es una visión sistemática del desarrollo desde la perspectiva conductista. La ortodoxia del modelo, que ha sido planteado sin intentos de integrar o incorporar ideas procedentes de tradiciones ajenas al conductismo (como sí pasa con otros teóricos que, como veremos, procedentes del conductismo intentan integrar ideas y conceptos procedentes del psicoanálisis o de la etología) es por ello, y como reconocen los propios autores, descendiente directo de las propuestas de Skinner (1953, 1974) o Kantor (1959). Aunque Bijou y Baer no renuncian a la tradición más pavloviana, su modelo se sitúa más en la línea skinneriana de énfasis de la conducta operante y el refuerzo como elementos explicativos fundamentales. Desde la perspectiva de Bijou, el niño se contempla como el lugar en el que confluyen las interacciones entre estímulos y respuestas (Bijou, 1968, 1989): es capaz de ser modelado por el ambiente, pero a su vez sus propias acciones con capaces de modificar el ambiente en el que vive. Primeros modelos de desarrollo – 233 – De estamanera, el desarrollo es el estudio de la formación de asociaciones E-R en intervalos temporales muy amplios. Estas asociaciones se generan a partir de la experiencia, con lo que es necesario estudiar las condiciones antecedentes y consecuentes, del ambiente y de la conducta del sujeto, para explicar el cambio evolutivo, con lo que el desarrollo sería el efecto acumulativo de la interacción entre el ambiente y el comportamiento del sujeto: es continuo, sin saltos cualitativos, ya que las leyes del aprendizaje son las mismas a lo largo de todo el proceso evolutivo. Los estadios de Freud o de Piaget, o la referencia a procesos cognitivos, son desde el punto de vista de Bijou y Baer (1965) construcciones hipotéticas, que hacen referencia a supuestos estadios o estructuras mentales, pero que no presentan un claro anclaje en estímulos y respuestas y referentes empíricos. Desde este punto de vista, los constructos mentalistas pueden ser incluso un obstáculo para el estudio de las relaciones E-R que son, en el fondo, a lo que puede ser reducido la aparición de nuevos comportamientos a lo largo del desarrollo. Recordemos que su objetivo es llegar a constituir una ciencia psicológica en la que todo enunciado explicativo haga referencia a como las relaciones funcionales que se establecen entre las variables en una determinada situación (y son susceptibles de ser observadas en interacciones reales, medibles). A pesar de esto, describen fases que caracterizan el desarrollo humano (Bijou, 1968, 1978, 1992). Estas fases, sin embargo, no tienen nada que ver con las que luego veremos que se proponen desde otras teorías (por ejemplo, los estadios piagetianos). El propio Bijou advierte que su naturaleza es únicamente empírica, y sus puntos de inicio y final vienen dados por circunstancias bien biológicas bien sociales, sin más intención que la de encontrar puntos en común para simplificar y ayudar a comprender complicadas interacciones. A diferencia del concepto de estadio en Piaget, Kohlberg, Freud, Erikson u otros, las fases de Bijou no tienen un estatus explicativo ni un estatus epistemológico más allá de la pura descripción empírica (Bijou, 1989, p. 73). Las grandes fases en el desarrollo mencionadas por Bijou son tres. • La etapa de los fundamentos (hasta los inicios del lenguaje) es a la que inicialmente Bujou y Baer (1965; p. 113) aplicaron su el análisis evolutivo conductista. En este estadio, y según estos autores, el comportamiento infantil está muy vinculado a parámetros y factores de tipo biológico. El bebé comienza en un estado fisiológicamente inmaduro y su comportamiento está en gran medida compuesto por conductas reflejas. Así, el neonato únicamente presenta características de tipo biológico, determinadas por su anatomía y fisiología, que a su vez dependen, en último término, de factores de tipo genético. A medida que se avanza en esta fase, el bebé comienza a generar los primeros condicionamientos. La evolución de las destrezas manuales, el control del cuerpo, las habilidades psicomotrices o el inicio del lenguaje se contemplan como comportamiento operantes que están relacionados con entornos situaciones concretos. – 234 – Primeros modelos de desarrollo Este periodo está también caracterizado por la presencia de un patrón de desarrollo marcadamente homogéneo entre individuos. Esta uniformidad es debida, según Bijou y Baer (1965; p. 115) tanto al equipamiento biológico propio de la especie (que, como hemos comentado, es determinante en estos primeros momentos) como a la presencia de prácticas de crianza típicas de una determinada cultura que se aplican con pocas variaciones a todos los niños nacidos en esa cultura. Es en esta etapa en la que el niño comienza a ser socializado por quieres le rodean (fundamentalmente por sus padres), insertándole en el patrón de interacciones complejo que caracteriza la crianza infantil en determinada cultura. • El estadio básico, hasta el final de la niñez. El niño se libera de los factores biológicos y se fraguan los comportamientos que determinan el carácter de la persona. Este estadio se puede dividir en tres etapas: primera infancia, segunda infancia y adolescencia. Cada una de estas etapas implica un recorte en el poder de los factores biológicos para dar cuenta del comportamiento y, al mismo tiempo, una cada vez mayor importancia de los factores de socialización, llevada a cabo por padres, compañeros y el resto de la comunidad en la que se desarrolla el niño. Los aspectos fundamentales del desarrollo a lo largo de este estadio se refieren a los comportamientos recreativos y de juego, a las cada vez más sofisticadas habilidades lingüísticas, las habilidades académicas o la conducta moral. • Por último, el estadio social, comprende desde la adolescencia hasta el final del ciclo vital. En este estadio se elaboran los componentes sociales de la persona a través de la interacción con los demás y con diferentes grupos. Bijou divide este gran estadio en tres periodos: adultez, mediana edad y vejez. Las dos primeras, en las que la persona ha alcanzado una madurez biológica y en las que las influencias sociales son los determinantes más importantes, se diferencian tan sólo por las diferentes tareas que la persona ha de afrontar: los comienzos en la vida profesional y familiar en la primera, la consolidación en estas esferas vitales en la segunda. A lo largo de estas dos etapas se va formando un cierto ‘estilo de vida’, compuesto por una serie de hábitos, y el seguimiento (o rechazo) de ciertas normas o patrones culturales. Por lo que respecta a la vejez, se caracteriza como un deterioro biológico y la aparición por una parte de nuevas dependencias y por otras de conductas que tratan de compensar las pérdidas. A pesar de tener el mérito de ser quizá la teoría conductista que más atención ha dedicado a los procesos de desarrollo, el modelo de Bijou no forma parte hoy en día de las perspectivas de vanguardia en Psicología Evolutiva, y parece más un modelo destinado a su desaparición. A parte de las limitaciones propias del paradigma conductista del estudio del comportamiento, la no incorporación de manera decidida de factores de tipo cognitivo en el modelo ha sido también un factor que sin duda precipitó su poca popularidad. A partir de mediados de los Primeros modelos de desarrollo – 235 – años 50 del pasado siglo, cuando comienza a forjarse la llamada ‘revolución cognitiva’ (ver capítulo 5), los modelos que sigan mostrándose reticentes a incorporar este tipo de factores perderán rápidamente seguidores. El siguiente modelo, el de Bandura, sí incorporó aspectos cognitivos dentro de un marco de neta tradición conductista, lo ha facilitado su vigencia durante más tiempo. El enfoque sociocognitivo de Bandura Albert Bandura es, como hemos comentado anteriormente, el heredero de la corriente del aprendizaje social que se desarrolló en Estados Unidos (y, en concreto, en la Universidad de Yale) durante las décadas de los 30, 40 y 50 del siglo pasado. Sin embargo, y a diferencia de los autores de esa corriente, Bandura elimina ya en sus primeras obras todo concepto procedente del psicoanálisis en de su modelo, confiando exclusivamente en los mecanismos de aprendizaje clásicos y otros compatibles con ellos y elaborados dentro del propio paradigma conductista. En este sentido, su aportación más destacada es la elevación de la imitación a la categoría de proceso central de aprendizaje, dotándole de una potencia explicativa en la generación de comportamientos (especialmente de comportamientos nuevos) que supera las limitaciones del método de aproximaciones sucesivas mediante refuerzo propugnado por Skinner. En sus primeras obras, Bandura (Bandura y Walters, 1963; pp. 69 y siguientes de la trad. cast.) trató los comportamientos agresivos y mostró como no siempre era necesario una frustración previa para desencadenar respuestas agresivas: la mera exposición a modelos que se comportaban agresivamente (incluso cuando no se trataba de modelos reales, sino de modelos tal y como se muestran en programas de televisión o en dibujos animados) parecía aumentar la probabilidad de emitir respuestas agresivas, de imitar esa agresión contemplada en el modelo. Así, dentro las propuestas de Bandura, la imitación (o los conceptos de modelado y aprendizaje por observación, sus referentes dentro del modelo de Bandura) es un mecanismo fundamental para entender la adquisición de comportamiento nuevos, la socialización del niño o la transmisión de comportamientos y conocimientos. A diferencia del tratamiento de la imitación que se había dado desde el grupo de Yale (recordemos la obra Social learning and imitation, de Miller y Dollard), Bandura dará menos importancia a la recompensa como clave para generar comportamientos imitativos y, por el contrario, prestará más atención a los aspectos puramente cognitivos del fenómeno. Bandura (1986; pp. 72 y siguientes de la trad. cast.) propone cuatro componentes en el proceso de modelado: • El observador debe prestar atención a los acontecimientos (reales o simbólicos) que están modelándose. La atención está determinada por – 236 – Primeros modelos de desarrollo algunas variables como el atractivo del modelo, las condiciones bajo las que el comportamiento se está observando, etc. • Los acontecimientos han de ser retenidos, el comportamiento observado ha de ser representado en la memoria del observador, ya sea verbalmente o en forma de imágenes. • La representación simbólica debe convertirse en acciones apropiadas similares al modelo original de comportamiento. Es decir, el observador, el observador para reproducir el comportamiento observado debe contar con las capacidades y habilidades necesarias para llevarlo a cabo. • Debe haber el suficiente incentivo, motivación, para ejecutar de hecho las acciones modeladas. Así, aprendizaje y ejecución pasan a ser dos aspectos independientes dentro de la teoría de Bandura: un individuo puede aprender sin mostrar ese comportamiento aprendido, y mostrarlo más tarde, cuando las circunstancias sean las apropiadas (cuando exista la suficiente motivación para ejecutar lo aprendido, por ejemplo), sin la necesidad de que esté físicamente presente el modelo. Además, es también posible, gracias a las capacidades de simbolización, aplicar lo aprendido a situaciones diferentes a las que se observaron en el comportamiento del modelo o incluso combinar secuencias de comportamientos observados para generar comportamientos nuevos, innovadores. Entendida de esta manera, el aprendizaje por observación se convierte en una poderosa herramienta para explicar el proceso de aparición de nuevos comportamientos que se produce a lo largo del desarrollo. Sin embargo, la teoría de Bandura no se limita únicamente a ser una teoría del modelado o del aprendizaje por observación. Al menos hay dos aportaciones más que creemos que merece la pena señalar, profundizando ambas en el carácter cognitivo de su propuesta: una es el énfasis en la autorregulación y la autoeficacia, la otra el determinismo recíproco. Bandura (1986, p. 360 y siguientes de la trad. cast; 1989) propone la autorregulación como el elemento que explica cómo, a lo largo de la socialización, el control de la conducta pasa progresivamente de fuentes externas al individuo (los padres y otras personas y/o grupos con los que establecemos relación desde el momento del nacimiento) al individuo como fuente de su propio control, hasta el punto de llegar a comportarnos de manera coherente en diferentes situaciones o ante la presencia de factores potencialmente influyentes variables. Para entender el logro del autocontrol es importante entender que, desde el punto de vista de Bandura, los comportamientos relevantes de las personas despiertan en ellas mismas una reacción autoevaluativa. Es decir, llega un momento en que los refuerzos ya no es necesario que sean aplicados por personas ajenas (como en la versión tradicional del conductismo), ni que provengan siquiera de la observación en un modelo de las consecuencias de su comportamiento (es decir, de un refuerzo vicario, que impulsa la imitación o no de ese modelo), sino de la autoadmistración: los comportamientos que se ajustan a nuestros estándares internos se juzgan positivamente, las que no se juzgan negativamente. Primeros modelos de desarrollo – 237 – La fuentes de este mecanismo autorregulador (la generación de unos estándares internos de comportamiento que refuerzan ciertos comportamientos y no otros) son varias, entre otras: • La reacción de los adultos ante los comportamientos del niño. Esta información ayuda a formular los estándares personales o las ideas sobre qué comportamientos son deseables o no. • Los niños observan como la gente se prescribe a sí misma estándares autoevaluativos, y esto también lo tienen en cuenta para elaborar los suyos, mediante un mecanismo de modelado. • Los propios adultos refuerzan que el niño se implique en actividades autoevaluadoras y autorreguladoras, mediante instrucciones verbales. A partir de todas estas fuentes, el selecciona y elabora unos estándares propios que servirán para juzgar el propio comportamiento. La selección de una información u otra depende de: • La percepción de similiaridades o disparides entre la competencia atribuida al modelo y a nosotros mismo. De esta manera, es más fácil que seleccionemos estándares observados en modelos que juzgamos muy parecidos a nosotros) • Cuándo se valora determinada actividad. Si es valorada muy negativamente por los demás será menos probable que la seleccionemos como estándar personal de comportamiento. • El grado en el que los individuos ven su comportamiento determinado sus propios esfuerzos y competencia, más que por factores externos sobre los que se tiene poco control. Aquellos comportamientos que atribuimos a la suerte, por ejemplo, serán menos probables que formen parte de nuestro repertorio de estándares por los que nos autorregulamos. Es precisamente en este último punto donde se introduce el concepto de autoeficacia (Bandura, 1986, 1997). La autoeficacia, entendida como la creencia sobre la propia efectividad a la hora de alcanzar ciertos objetivos o poner en marcha determinados comportamientos, es para Bandura uno de los determinantes más importantes de la autorregulación. La autoeficacia implica que la persona es capaces de desarrollar: • Una serie de creencias específicas en determinados dominios sobre su propia habilidad. • Estándares que guían el comportamiento determinando lo que intentamos conseguir (en qué metas nos implicamos y cuáles más vale que dejemos correr) y cuanto esfuerzo vale la pena invertir en determinada situación o dominio. Como vemos, estas percepciones de control y eficiacia serán una importante variable mediacional, ya que, demás de servir como marco de evaluación de la información, determinan si el individuo actúa o no, ya que no nos implicaremos en objetivos o comportamientos sobre los que tengamos pobres expectativas de autoeficacia, y cómo lo va ha hacer, cuanto esfuerzo va a dedicar antes de abandonar. Las creencias de autoeficacia provienen también de varias fuentes, entre las que Bandura (1997) menciona: – 238 – Primeros modelos de desarrollo • Una historia de logros o fracasos en determinado dominio, • La observación de cómo otros son capaces de tener éxito • Los intentos de otros de fomentar sentimientos de autoeficacia a través de la persuasión. • La consideración de nuestro propio estado psicológico durante la tarea, como una reflexión sobre nuestras capacidades y limitaciones. Por último, Bandura formula un modelo amplio que interrelaciona el individuo (la ‘caja negra’), el ambiente y el comportamiento. Debido a que propone que las relaciones entre estas tres instancias son bidireccionales, el modelo se conoce como de determinismo recíproco. En concreto, algunas de las relaciones bidireccionales serían las siguientes: • Determinismo bidireccional individuo-comportamiento: Las expectativas, autopercepciones (por ejemplo, la autoeficacia mencionada anteriormente) y competencias dirigen y modulan el comportamiento, pero a su vez este y sus resultados también tiene un impacto en esas expectativas, percepciones y competencias. • Determinismo bidireccional ambiente-individuo: Los acontecimientos ambientales (en forma de modelado observados, instrucción verbal de adultos, persuasión, etc.) tienen efecto sobre la persona y su cognición, sobre sus competencias, sobre sus expectativas. Por otra parte, la persona es capaz de evocar diferentes reacciones del ambiente en función de su personalidad o sus características físicas. • Determinismo bidireccional ambiente-individuo: El comportamiento determina aspectos del ambiente al que un individuo se expone, pero a su vez los sucesos del ambiente (en forma de consecuencias reforzantes o no) son capaces de modificar el comportamiento. En cuanto al modelo de desarrollo que subyace en el modelo de Bandura, de acuerdo con Grusec (1992, p. 783), descarta que se produzca un desarrollo por etapas y, en cambio, lo describe en forma de capacidades cognitivas especializadas que cambian en el tiempo en función de la maduración y la experiencia. Así, además de una cierta historia de condicionamientos y experiencias (en primera persona o vicarias), de la creación de expectativas y autocontrol, e incluso de la instrucción del comportamiento que recibimos de los demás a través de la comunicación verbal, Bandura incluye dentro de los mecanismos de desarrollo la maduración de ciertas capacidades de carácter cognitivo, cuyo grado de rendimiento y sofisticación, que aumenta con la edad, también marca diferencias entre lo que es capaz de hacen un niño en diferentes edades. Estas capacidades o habilidades implican a varios dominios, como son: • La atención, esencial para captar entre acciones y resultados y poder aprender por observación. • La capacidad de simbolizar lo observado, bien en forma de imágenes bien verbalmente. Primeros modelos de desarrollo – 239 – • La memoria, que también incrementa su efectividad con la adquisición de habilidades lingüísticas y de cada vez mayor base de conocimientos. • La capacidad para supervisar y evaluar el ajuste entre las expectativas sobre relaciones entre determinados comportamientos y determinadas consecuencias y las consecuencias reales que se derivan de esos comportamientos cuando se producen. • Habilidades de razonamiento, que se van refinando para construir y aplicar reglas que gobiernan el comportamiento. En resumen, vemos como Bandura expande el modelo conductista hasta sus límites, dejando de lado las asociaciones simples E-R para incorporar de forma masiva procesos y conceptos claramente cognitivos que, desde una posición conductista ortodoxa habrían sido considerados tabú (atención, memoria, simbolización, razonamiento, etc.) También es reseñable sus insistencia en una concepción más activa de la persona, que en el modelo de Bandura nos aparece como agente, como capaz de ejercer control sobre el ambiente y sobre su propia vida: los individuos para Bandura somos al mismo tiempo productores y productos de los sistemas sociales en los que nos desarrollamos (Bandura, 1998, 2001). Sin embargo, es difícil, a pesar de todos los añadidos, explicar toda la complejidad del comportamiento humano y su desarrollo desde una óptica, en el fondo, todavía asociacionista. Quizá ello explique porqué el modelo de Bandura no es hoy en día, ni uno de los que cuenta con más seguidores ni un modelo que genere, en comparación con otros, muchas líneas de investigación. Desgraciadamente para su autor, las expectativas de que esta situación cambie en el futuro son bien pocas. Conductismo y Educación Desde el conductismo, tanto el concepto de desarrollo como el concepto de educación se pueden reducir a un único proceso fundamental: el aprendizaje. Así, la enseñanza es el proceso por el que se manipulan de manera sistemática los entornos y experiencias del alumno con el fin de que un alumno adquiera ciertos hábitos conductales. Los conocimientos, las competencias y las habilidades del alumno se reducen al repertorio de respuestas que es capaz de mostrar, repertorio que a partir de la educación podemos cambiar manipulando de manera sistemática los factores que controlan esas conductas. La concepción que se mantiene del alumno desde el conductismo es la de un ‘organismo’ pasivo que responde en función de las contingencias ambientales que le rodean. Sin embargo, aunque esta visión puede ser tachada (y con razón) de radicalmente incompleta, no es menos cierto que plantea un gran optimismo: basta con programar adecuadamente las experiencias educativas para que el alumno logre las conductas académicas deseables. En esta programación el maestro sin duda juega un papel fundamental, ya que es él el encargado de impartir las contingencias de refuerzo y control destinadas a que el alumno – 240 – Primeros modelos de desarrollo aprenda. Como comenta Keller (1978; p. 672), el maestro es, desde esta perspectiva, un ‘ingeniero educacional y un administrador de contingencias’. Más allá del aprendizaje operante, y si tenemos en cuenta también las propuestas de Bandura, el maestro es, al mismo tiempo, un modelo para la conducta del alumno, un modelo capaz de, intencionalmente, presentar a sus alumnos patrones de comportamiento correcto y de crear ciertas expectativas de conducta que facilitarán posteriores experiencias de aprendizaje (Rivière, 1990; p. 75). Aunque actualmente el conductismo es un enfoque también claramente a la baja en la Psicología de la Educación, no podemos pasar por alto algunas de sus aportaciones a esta disciplina, que sin duda han sido importantes. Quizá la más interesante de todas ellas es el concepto de programa, o la noción de que para favorecer el aprendizaje es clave la planificación y secuenciación de las experiencias educativas. Esta noción de programa se relaciona, desde el conductismo, con la tendencia al reduccionismo del que ya hemos hablado. Así, si queremos instaurar un comportamiento complejo en un alumno (como suelen ser los comportamientos valorados académicamente), hemos primero que analizar qué conductas más simples lo componen, fragmentarlo al máximo para poder entonces comenzar a manipular los elementos simples. Esta orientación acumulativa, de lo simple a lo complejo, marcará la mayoría de la aportaciones del conductismo a la Psicología de la Educación. Entre estas aportaciones vamos a entrar con algo más de detalle en tres: la enseñanza programada, las técnicas de modificación de conducta y, por último, la teoría del aprendizaje acumulativo de Gagné, teoría que, como veremos, aunque arranca desde los principios conductistas, posteriormente se ha ido modificando para incluir cada vez más aspectos de tipo cognitivo. La enseñanza programada Como ya hemos mencionado, la enseñanza programada se encuentra entre las mayores contribuciones del conductismo a la Psicología de la Educación. De entre los conductistas, es quizá Skinner quién impulsa este procedimiento de aprendizaje, basado en la fragmentación de la materia a aprender en pequeños pasos y en el refuerzo sistemático de las respuestas del alumno a cada unidad. De acuerdo con Cruz (1986, p. 21), las características de la enseñanza programada serían las siguientes: • Los objetivos del programa han de definirse explícitamente. • La información/respuestas a aprender se ha de presentar en una secuencia de dificultad creciente. • El alumno ha de participar activamente ofreciendo respuestas de manera muy frecuente. • El alumno debe obtener feedback de su respuesta de manera lo más inmediata posible. • El alumno es quién va a establecer el propio ritmo de aprendizaje. Primeros modelos de desarrollo – 241 – • Los resultados obtenidos por el alumno se deben registrar y evaluar de manera continua. Este impulso de la estructuración y planificación del aprendizaje, que pasa a ser considerado más como una ciencia (o una técnica) similar a los experimentos de laboratorio, más que como un arte, se materializa también en el impulso de lo que se denominará ‘aprendizaje asistido por ordenador’ (EAO), que en cierta medida constituyen el extremo de la programación del aprendizaje: la formalización, la estructuración y el automatismo del refuerzo es tanto que, una vez diseñada la secuencia de aprendizaje, se confía su aplicación a un ordenador. En estas primeras aplicaciones de la tecnología computacional a la enseñanza, en coherencia con los principios conductistas, se trataba de diseñar programas (software) que facilitasen la adquisición y ejercitación de contenidos de enseñanza muy precisos. El ordenador estaba programado para presentar al alumno unidades muy básicas de información que requerían una respuesta concreta. Cuando el alumno respondía correctamente, era reforzado y pasaba a la siguiente unidad básica, mientras que si lo hacía incorrectamente se le notificaba y posteriormente se le daba otra oportunidad para acertar o era el ordenador mismo quién le informaba de la respuesta correcta. Como vemos, únicamente se evalúa la respuesta concreta, con independencia del proceso o la estrategia que haya seguido el alumno para obtenerla. De igual manera, cuando el alumno se equivoca no se sabe el porqué de la equivocación (Martí, 1992; pp. 67-68). Como vemos, la interacción entre alumno y ordenador dependía totalmente del ordenador, que controlaba tanto la cantidad de información como la forma de presentarla y organizarla. De la mano del alumno quedaba únicamente disponer del ritmo de aprendizaje, su iniciativa más allá de esto estaba reducida a la mínima expresión. Aunque sin duda estas primeras aplicaciones de los ordenadores a la educación han sido ampliamente superadas hoy en día por programas más interactivos que no confían únicamente en la asociación entre estímulos y respuestas, hemos de reconocer el papel pionero de estos primeros programas en lo que hoy es un campo teórico y profesional en auge (ver, por ejemplo, Martí, 1992 o Jonassen, 1996). Las técnicas de modificación de conducta aplicadas en el aula Una de las primeras formas de aplicar los principios del conductismo a la educación y al contexto escolar fue a partir de las técnicas de modificación de conducta, entendidas estas como estrategias que intentan conseguir cambios en el repertorio de comportamiento de los alumnos. Esta técnicas se han utilizado en contextos escolares no sólo para promover ciertos aprendizajes, sino también para mantener el orden y la disciplina dentro del aula que son prerrequitos para que ese proceso de aprendizaje de contenidos escolares pueda darse de forma óptima. De alguna manera, se está implícitamente potenciando también una visión del alumno como actor que debe someterse a una disciplina y normas establecidas en el aula por el maestro. – 242 – Primeros modelos de desarrollo Independientemente de los objetivos de su uso en entornos educativos, todas ellas comparten ciertos principios básicos que han de cumplirse para aumentar su eficacia en la consecución del cambio. Estos principios son, de acuerdo con Del Río (1990, pp. 45-47), los siguientes: • Es necesaria una observación inicial que permita establecer la aparición de las conductas a modificar, determinando los comportamientos deseables que no se dan y los indeseables que sí aparecen, así como las circunstancias ambientales en las que se desarrollan estos comportamientos. • Se han de establecer una serie de objetivos operativos, especificando de manera clara tanto la conducta actual objeto de intervención como aquellas que se pretenden instaurar. • Una vez aislada la conducta que interesa, se debe desmenuzar tanto como sea posible, aislando las tareas que implica y especificando las ayudas (materiales, refuerzos, etc.) que necesitará el alumno para cambiarlas. • Establecer una secuencia de tareas a realizar, de manera que las más simples sean las primeras en ser abordadas. El cambio en las simples permitirá afrontar el cambio en las complejas, que están formadas por un conjunto de simples. • Una vez planificada de esta manera la intervención, se ha de registrar una línea base en relación a todas las conductas sobre las que vamos a intervenir. Este registro permitirá evaluar el posterior cambio. • Se selecciona una técnica de modificación de conducta, aquella que resulte más apropiada para el tipo de conducta y tipo de cambio que se pretende lograr. • Se sigue registrando de manera continua el comportamiento durante la aplicación de la técnica. • Por último, se evalúa el cambio comparando la línea base con los posteriores registros realizados durante y tras la intervención. Entre otras, las técnicas de modificación de conducta de las que estamos hablando son las siguientes (Hernández-Rojas, 1998, pp. 89-90): • El moldeamiento: consiste en, una vez se tiene una definición clara y precisa de la conducta que se quiere instaurar en el sujeto y que está ausente de su repertorio conductual actual, reforzar de manera sistemática y diferencial aquellas conductas que más se acerquen a esa conducta-objetivo. De esta manera, va a conseguir, poco a poco, comportarse de manera cada vez más similar al objetivo hasta, al final del proceso, conseguir la aparición y consolidación de esa conducta-objetivo. • El principio de Premack: parte del hecho probado experimentalmente de que cuando un comportamiento de baja frecuencia de ocurrencia se sitúa temporalmente antes de otro de alta frecuencia de ocurrencia, el de baja aumenta paulatinamente su frecuencia. Esto es debido a que la conducta frecuente (que lo es porque produce algún tipo de consecuencia positiva para la persona) ya instaurada en el repertorio del alumno actúa como reforzador de la conducta poco frecuente que se quiere promover. Primeros modelos de desarrollo – 243 – • Economía de fichas: esta técnica se fundamenta en el principio del refuerzo secundario. Se trata de que profesor y alumnos lleguen a una serie de acuerdos por lo que la aparición de determinados comportamientos implicarán que el alumno reciba cierto refuerzo secundario (en términos de fichas, de puntos, etc.) que, periódicamente, se podrán canjear por reforzadores primarios (tiempo de ocio, golosinas, etc.) que el alumno desea. En este ‘contrato’ se ha de establecer claramente el ‘valor’ en fichas o punto de una serie de comportamientos e, incluso, la existencia de ciertos comportamientos que, lejos de servir para acumular puntos, quitan algunos que el niño ya tenía. De esta manera, las fichas o los puntos actúan como reforzadores de ciertos patrones de comportamiento. Una vez establecidos estos patrones, se trata de generalizarlos en el tiempo ante la ausencia del refuerzo o sustituyendo este por otro tipo de refuerzos ‘naturales’ (elogios, sonrisas, aprobaciones, etc.) • Modelado: de acuerdo con lo ya comentado en la teoría de Bandura, se trata de mostrar a los alumnos una serie de conductas deseadas a partir un modelo que las ejecuta. Este modelo puede recibir una serie de refuerzos tras su comportamiento, refuerzos que actúan de manera vicaria en los alumnos que observan. Además de estas técnicas, que se utilizan principalmente para hacer aparecer o consolidar comportamientos deseados (aunque, en algunos casos como el de la economía de fichas, también pueden tener utilidad para hacer desaparecer ciertos comportamientos), existen otras con la finalidad principal de extinguir conductas. Entre ellas encontramos las siguientes: • Tiempo fuera: se trata de retirar al sujeto de la situación reforzante en la que aparece determinado comportamiento, para situarlo en otro contexto en el que estos refuerzos estén ausentes y, gracias a ello, la conducta-problema deje de ejecutarse. El ejemplo típico es el alumno que habla con sus compañeros en clase y es retirado de la clase para aislarlo en otra habituación durante determinado tiempo. • Saciedad: consiste en la presencia masiva de reforzadores que antes sólo aparecían ante la presencia de una conducta problema., con el fin de hacer desaparecer la contingencia que sostenía esa conducta. • Refuerzo de alternativas: se trata de reforzar comportamientos que son alternativos e incompatibles con otros que se quiere eliminar. De esta manera, al hacer más probable la aparición de las conductas reforzadas (generalmente, conductas positivas para el maestro y desde un punto de vista académico) contribuimos a hacer desaparecer la conducta-problema. La teoría del aprendizaje acumulativo de Gagné La trayectoria de Robert Gagné, al igual que la de Albert Bandura que repasamos anteriormente, ejemplifica un proceso de cambio que tiene que ver con el propio declive del conductismo, al menos en su versión más extrema, como forma de explicar el comportamiento humano complejo. – 244 – Primeros modelos de desarrollo Así, mientras en un primer momento, que podemos situar en los años 60, su teoría es un intento elaborado de explicar los procesos instructivos desde un punto de vista claramente conductista, posteriores revisiones de su teoría cada vez la escoran más hacia un terreno cognitivo, un enfoque claramente pujante en la Psicología Educativa ya en los años 70. Fruto de este movimiento, su propuesta es un intento de integrar, sobre unos fundamentos procedentes del conductismo a los que nunca acabará de renunciar (Basil y Coll, 1990; p. 60), conceptos e ideas cognitivas que ofrezcan una mayor amplitud y profundidad a la hora de describir y explicar los procesos de enseñanza y aprendizaje. Así, en un primer momento su propuesta gira alrededor del concepto de jerarquías de aprendizajes (Gagné, 1965). Para Gagné, una jerarquía de aprendizaje es una secuencia ordenada de habilidades o destrezas cognitivas, desde las más sencillas a las más complejas, que son necesarias para solucionar un problema. La idea de las jerarquías de aprendizaje es una aplicación directa de los principios reduccionistas y de análisis de tareas que ya hemos visto que caracterizan al conductismo. Para Gagné toda tarea de aprendizaje puede ser dividida en subtareas más simples que implican ciertas habilidades, que a su vez implican otras subtareas aún más simples. Si logramos especificar con el suficiente detalle esta jerarquía, podremos utilizarla como la secuencia a seguir para que el aprendizaje se produzca de forma óptima: primero enseñaremos los niveles más fundamentales de la jerarquía, para acceder luego a niveles cada vez más complejos. Para Gagné, el aprendizaje de una tarea compleja, que implica habilidades complejas, implica siempre el dominio previo de las tareas y habilidades más simples que la componen. Si este dominio previo de lo simple no se da, va a ser prácticamente imposible dominar lo complejo. Así, el aprendizaje de resolución de problemas implica el aprendizaje previo de reglas. Este, a su vez, implica el aprendizaje de conceptos, que implica el aprendizaje previo de discriminaciones. El aprendizaje de discriminaciones requiere el aprendizaje previo de asociaciones verbales, y este implica el aprendizaje de conexiones estímulo-respuesta. En el nivel más bajo de la jerarquía encontramos lo que Gagné denomina el aprendizaje de señales. En suma, el procedimiento para establecer una secuencia de instrucción óptima consta de tres pasos: • Identificar la tarea a partir de la especificación clara y operacional de sus objetivos. • Identificar en esa tarea los elementos que la componen, para luego hacer lo mismo con cada elemento individual. • Ordenar los elementos simples y complejos en jerarquías de aprendizaje que vayan de lo simple a lo complejo. Este marco explicativo será ampliado por Gagné en obras posteriores introduciendo nuevos elementos y factores explicativos de carácter cognitivo. La ampliación se produce en dos sentidos. En un primer sentido, Gagné considera las habilidades intelectuales en las que fundamenta su idea de jerarquías de aprendizaje sólo como un tipo específico, no Primeros modelos de desarrollo – 245 – el único, de habilidades humanas de se obtienen mediante procesos de aprendizaje. Junto a estas habilidades intelectuales identifica cuatro más: • Las habilidades motrices, que suponen el aprendizaje de procedimientos de actuación motora. • La información verbal, implicada en la obtención de conocimiento declarativo organizado. • La actitudes, o tendencias de comportamiento. • Las estrategias cognitivas, o procedimientos intelectuales superiores que nos permiten abordar problemas nuevos. Esta diferenciación entre habilidades es importante, porque cada una de ellas no sólo hace referencia a productos diferentes de aprendizaje, sino que requiere también diferentes condiciones, tanto internas como externas, en las que se ha de producir ese aprendizaje para fomentar la habilidad. Por ejemplo, la habilidad de estrategias implica un determinado producto (ser capaz de originar soluciones nuevas a problemas, el control del propio pensamiento y del proceso de aprendizaje, etc.) y también ciertas condiciones internas (la recuperación de conceptos y reglas relevantes) y externas (descripciones verbales de las estrategias, oportunidades para ejercer la estrategia) que la posibilitan (Gagné y Briggs, 1974). En un segundo sentido, la teoría de Gagné se amplía incorporando componentes que van más allá de los estímulos secuenciados que producen determinadas respuestas de aprendizaje para incidir también en procesos mentales que subyacen al cambio comportamental. Estos procesos han de ser tenidos en cuenta y ser también el objetivo de la estimulación instructiva. Así, Gagné tiene en cuenta componentes directamente incorporados desde las teorías del procesamiento de la información, como son los registros sensoriales, los almacenes de memoria a corto y a largo plazo, los generadores de respuestas y procesos que regulan todo el flujo de información, entre los que encontramos el control ejecutivo y las expectativas del aprendiz. Además de estos componentes puramente cognitivos, Gagné incorpora también la motivación como elemento esencial del aprendizaje, motivación que actúa tanto de la forma extrínseca que es característica del conductismo (en forma de refuerzos), como intrínseca, incorporando el concepto de motivación de logro. Así, los factores externos actúan sobre este conjunto de procesos internos dirigiéndolos y modificándolos de acuerdo con determinadas fases, entre las que se consideran la fase de motivación (se trata de preparar al alumno para el aprendizaje), de aprehensión (se trata de dirigir su atención a los aspectos relevantes), de adquisición (se trata de favorecer la codificación de la información), de retención (se trata de facilitar la memorización de la información), de recuerdo, de generalización, de ejecución y de retroalimentación. Como vemos, en estas últimas formulaciones de la teoría de Gagné, los conceptos de tipo cognitivo son una parte sustancial de la teoría, de manera que puede considerarse uno de los intentos más ambiciosos de sistematizar los procesos de instrucción. A partir de esta propuesta, se han derivado gran número de orientaciones prescriptivas muy útiles para planificar los procesos de – 246 – Primeros modelos de desarrollo enseñanza y aprendizaje, si bien su fundamentación última en principios asociacionistas ha limitado su vigencia actual. La etología y la teoría del apego La etología nace como movimiento organizado en la Europa de los años 30, movida por el convencimiento de que podemos observar los hitos evolutivos de las especies y sus características adaptativas no solamente en los rasgos morfológicos de sus órganos o en las funciones que estos desempeñan, sino también en ciertos patrones de comportamiento innato. En este sentido, la etología se encuentra en las antípodas del programa conductista: lo que para los conductistas son individuos concebidos como tabulas rasas, dispuestas a llenarse de asociaciones E-R a partir de procesos de aprendizaje universales (interindividualmente e interespecies), los etólogos ven a los individuos como depositarios de toda una herencia filogenética de su especie, que se concretará en ciertas tendencias y patrones de comportamiento típicos e innatos, que adquieren sentido adaptativo en función de su valor para la supervivencia del individuo y/o de su descendencia. Aunque inicialmente los etólogos estudiaron casi en exclusiva el comportamiento animal (Hinde, 1983, 1989), con el tiempo sus conceptos se aplicaron también al comportamiento humano, siendo en parte ellos responsables de la recuperación de la idea de innatismo dentro del foco principal de atención de la Psicología Evolutiva (en el capítulo 7 discutiremos los términos en los que el innatismo es utilizado y discutido por algunas corrientes evolutivas actuales). Quizá los estudios sobre el apego en bebés humanos, que revisaremos en la parte final de este apartado, son los más característicos de esta aplicación de la etología al comportamiento humano, aunque no son ni mucho menos los únicos (en EiblEibesfeldt, 1989 o Archer, 1992 podemos encontrar numerosos ejemplos de esta fructífera aplicación). Quizá por todo ello, las ideas etológicas, aunque florecieron en Europa, no tuvieron apenas influencia en Estados Unidos hasta los años 60, cuando el rígido dominio del conductismo comenzaba a resquebrajarse. Recordemos que desde los años 20 hasta los 60, la psicología estadounidense está dominada por el conductismo, que ve en el aprendizaje el gran mecanismo explicativo de la conducta y en la experimentación el método de la psicología científica. Lógicamente, desde este punto de vista la insistencia de la etología en los comportamientos no aprendidos y en la observación naturalista no podía ser aceptada fácilmente. Los etólogos están especialmente interesados por los comportamientos instintivos. Los instintos son un tipo específico de respuesta no aprendida, diferente a otras respuestas no aprendidas como podrían ser los reflejos (que pueden ser disparados por múltiples estímulos y suelen ser comportamientos relativamente simples) o los impulsos genéricos como el hambre o el sueño (que Primeros modelos de desarrollo – 247 – suelen ser comunes a muchas especies). De acuerdo con Crain (2000; pp. 3839), los criterios que los etólogos clásicamente utilizan para considerar un comportamiento como un instinto son los siguientes: • Los comportamientos instintivos suelen ser disparados por estímulos externos específicos. Son los denominados estímulos-señal, elementos del ambiente que provocan la aparición del patrón de comportamiento instintivo. Son estímulos que no necesitan aprenderse, sino que se reconocen de forma innata. Por ejemplo, las gallinas reaccionan ante situaciones peligrosas en las que se puedan encontrar sus pollitos. Sin embargo, esta reacción parece ser disparada únicamente por los sonidos que emite el pollo en esas situaciones. Si ponemos al pollo en situación peligrosa, comenzará a emitir sonidos pidiendo auxilio. Su madre sólo acudirá si oye estos sonidos, si no los oye (por ejemplo, si tapamos al pollo en una caja de cristal, para que la madre pueda verle, pero no oírle), la madre no acudirá (Tinbergen, 1951). • Los instintos tienen cierto componente de impulso, el animal se ve urgido a poner en marcha el patrón instintivo ante la presencia del estímulo adecuado. Además, si un instinto pasa mucho tiempo sin ser liberado (por la no presencia de estímulos adecuados, por ejemplo), necesitará estímulos menos potentes para ponerse en marcha. • Los instintos son específicos de cada especie, es decir, cierto patrón de comportamiento instintivo se muestra un una determinada especie, pero no en el resto. • Los comportamientos instintivos son relativamente estereotipados, incluyen una secuencia de conductas que se repiten de manera regular cada vez que se dispara el comportamiento instintivo. La conducta de galanteo en los machos de determinadas especies es un buen ejemplo de esta regularidad, lo que no implica, sin embargo, rigidez. En determinados momentos, aun siguiendo el patrón marcado, los comportamientos concretos pueden ajustarse a las circunstancias en las que se han de poner en marcha. • Por último los instintos tienen cierto valor adaptativo, ayudan a la especie a sobrevivir en el medio en el que viven. En muchas ocasiones, la respuesta del animal a disparadores específicos es innata, pero en otra el animal nace con ciertos huecos en el patrón de comportamiento instintivo que rellena poco después de nacer. Por ejemplo, un pato puede nacer con cierto patrón de comportamiento instintivo, como es el de seguir a su madre, pero le puede faltar el tipo de estímulo específico ante el que se ha de disparar el comportamiento instintivo. Cuando esta información se rellena durante cierto periodo crítico (generalmente en el desarrollo temprano), estamos ante el fenómeno de la impronta. El investigador que estudió más a fondo el fenómeno de la impronta fue uno de los padres, junto con Niko Tinbergen, de la etología: Konrad Lorenz. En el caso de los patos, la información sobre cuál es el objeto al que seguir se obtiene del primer objeto que se mueve durante cierto periodo crítico (justo después de nacer). En la gran mayoría de casos, este primer objeto en movimiento será la madre (lo que implica que los patitos seguirán a su madre, lo que supone un comportamiento adaptativo, ya que evita que los patos se pierdan – 248 – Primeros modelos de desarrollo y queden a merced de sus predadores). Sin embargo, y como demostró Lorenz, si retiramos a los patitos de su madre justo antes de nacer, los patos pueden fijar cualquier otro objeto como objeto al que seguir (es bien conocida la imagen de Lorenz seguido de una larga de patitos que le habían tomado a él mismo como estímulo desencadenante de su instinto de seguimiento). Esta impronta es tan sólida que los patos van a ignorar a su madre aunque más tarde se les ponga en contacto con ella. Por otra parte, la naturaleza de la impronta puede determinar no únicamente el comportamiento inmediatamente posterior del animal (seguir a Lorenz en lugar de a su mamá pato), sino también tener consecuencias a largo plazo. Por ejemplo, el propio Lorenz logró que ciertos pájaros, que le habían tomado como objeto de impronta, cuando alcanzaron su madurez iniciaron ciertos comportamientos de galanteo... ¡también con el propio Lorenz! (Lorenz, 1952). Lorenz no sólo popularizó el fenómeno de la impronta, sino que lo vinculó a otro concepto que ha tenido una larga historia en la Psicología Evolutiva: el concepto de periodo crítico. Lorenz comprobó que el establecimiento de la impronta tenía lugar sólo en cierto periodo temporal. Si un estímulo en movimiento aparecía antes de ese periodo o después, los patos no lo codificaban como estímulo desencadenante de su comportamiento de seguimiento. En un primer momento, estos periodos críticos se concebían de forma rígida, asociados a momentos cronológicos fijos (antes y después de ellos, se suponía que el estímulo-señal dejaba de tener efecto en el animal), ahora tenemos una visión más flexible. Los periodos sensibles (que ya no críticos) representan momentos en los que los estímulos-señal pueden provocar con relativa facilidad los efectos característicos, pero su presencia antes o después de periodo sensible también puede tener algún tipo de efecto (más lento, menos intenso, con mayor dificultad quizá) en el individuo (Hinde, 1983; p. 40). La formación de vínculos entre los individuos y sus crías no es el único comportamiento en el que podemos observar el fenómenos como la impronta y los periodos críticos, pero sí quizá al que se ha dedicado más investigaciones y el más influyente en el caso de la Psicología Evolutiva. Como veremos, este fenómeno es un punto de partida decisivo para entender los orígenes de un concepto clave en nuestra disciplina, el apego. Por lo que respecta a los periodos sensibles, en el ser humano también han sido profundamente estudiados como factor que puede influir la adquisición de ciertas competencias (el lenguaje es un ejemplo paradigmático en este sentido, como veremos en el capítulo 7). En resumen, el fenómeno de la impronta estudiado por Lorenz no puede ser explicado desde los principios del aprendizaje por asociación del conductismo. Es un fenómeno inabarcable desde esta perspectiva en al menos cuatro aspectos: • Ocurre durante un periodo precoz crítico. Cuando este periodo pasa, aunque la experiencia se presente sus efectos ya no son los mismos (o no tiene efecto alguno). • Los efectos de la experiencia precoz son irreversibles y duraderos para el resto del desarrollo. • Sus efectos son supraorganísticos, ya que no se limitan al objeto concreto ‘improntado’ (por ejemplo, mamá pato para los patos recién nacidos), sino se Primeros modelos de desarrollo – 249 – generalizan a todos los individuos de la misma especie (los patos en general, no sólo mamá pato). • Tiene lugar antes de que la supuesta ‘respuesta condicionada’ haya aparecido realmente en la secuencia de desarrollo. Por ejemplo, los efectos de ciertas improntas pueden influir en aspectos como las preferencias sexuales del individuo adulto, aunque estas preferencias no se manifiesten de manera abierta hasta años más tarde. Lo que da sentido a la impronta es su valor adaptativo: de acuerdo con la etología, es un mecanismo que sirve al individuo para establecer fuertes vínculos tempranos en ciertas especies de aves y mamíferos que viven en grupos, se mueven muy poco tiempo después de haber nacido y se encuentran bajo una gran presión de sus predadores. La formación rápida de un patrón de comportamiento de seguimiento (como el comentado en los patos) favorecería la supervivencia de las crías de estas especies, garantizando la huida o la presencia cercana de sus padres en caso de peligro. Es esta la razón por la que ha sido seleccionado a través de la historia filogenética de las especies y forma parte del equipamiento codificado genéticamente en todos sus individuos. Es precisamente este énfasis en el estudio de comportamientos relevantes para la especie desde un punto de vista adaptativo (por ejemplo, Tinbergen, 1972, 1973 estudia comportamientos como la orientación, el cortejo, la huida, el camuflaje, etc.) en relación a ciertos ambientes ecológicos concretos en los que la especie se ha desarrollado desde un punto de vista filogenético uno de los rasgos diferenciales del enfoque etológico. A pesar de su atención por los fenómenos del instinto y del comportamiento innato, no podemos afirmar que desde la etología se propugne un determinismo genético: los comportamientos innatos e instintivos sólo pueden ser comprendidos cuando se relacionan con un ambiente concreto, en el que adquieren un valor adaptativo para la supervivencia del individuo y de la especie y que es el que los ha seleccionado como parte del patrimonio de la especie. Desde un punto de vista etológico, no tiene sentido hablar de comportamiento innato de manera aislada: hemos de hacer referencia al contexto natural en el que adquiere sentido. Por otra parte, y en lo que se refiere a la especie humana, los propios etólogos reconocen que en ella la importancia del aprendizaje y la flexibilidad de los patrones de comportamiento (incluso de aquellos con una base instintiva) parece ser mayor que en otras especies, lo que no ha impedido que el punto de vista etológico se aplique, dentro de estos límites, al estudio del comportamiento humano dando lugar a unos resultados muy interesantes y aumentando la comprensión que tenemos de él. Pasemos ahora a una breve reseña de las aportaciones metodológicas más importantes de la perspectiva etológica de estudio del desarrollo. – 250 – Primeros modelos de desarrollo El método de la etología Desde la etología se tiene el convencimiento de que únicamente podemos comprender el comportamiento si se estudia en su medio natural. Sólo de esta manera podemos ver cómo se despliegan los patrones de comportamiento instintivo propio de la especie y, sobre todo, el valor adaptativo que tienen para la especie. De esta manera, el estudio con animales en laboratorio, alejados de su entorno natural, pierde todo sentido: en situación de cautividad no hay oportunidad para ver el comportamiento natural con valor adaptativo que interesa a los etólogos: hacer nidos, emparejarse, marcar un territorio, cortejarse, agredirse, etc. Los estudios de laboratorio propios de los conductistas resultan, desde un punto de vista etológico, no sólo carentes de sentido (hemos visto sus discrepancias teóricas en relación con el énfasis diferente en el leyes de aprendizaje universal y en instintos propios de una especie), sino sin validez ecológica alguna. Precisamente este concepto, la validez ecológica, será uno de los legados más importantes de la etología desde un punto de vista metodológico. En coherencia con ello, el primer paso en el estudio de determinada especie o comportamiento es saber de ella tanto como sea posible. Esta fase de acumulación de datos (la fase descriptiva de la investigación etológica) se lleva a cabo desde la etología por medio de la observación naturalista. El etólogo ha de acudir al entorno natural en el que se desarrolla el individuo y observar su comportamiento característico. Así pues, el método observacional será el método de recogida de datos por antonomasia desde la etología. Los medios técnicos a los que recurren los etólogos para recoger el comportamiento en su medio natural son variados: van desde la observación directa y la toma de notas hasta los dibujos, las grabaciones en audio o vídeo, las fotografías, etc. Lógicamente, con el tiempo las grabaciones en vídeo (procurando en todo caso que la propia grabación no altere el ambiente natural en el que se da el comportamiento) se han ido imponiendo como forma de garantizar en mayor medida la fiabilidad de los datos (López, 1983; p. 103). Sólo después de haber recogido gran cantidad de material descriptivo, y una vez identificados los patrones de comportamiento que interesan, los etólogos pasan a una fase de tipo más explicativo, en la que se interesan especialmente (y quizá esto es lo específico del enfoque etológico en comparación con otros enfoques de estudio del desarrollo) por dos tipos de cuestiones (Hinde, 1983, 1989): • El análisis funcional del comportamiento del individuo, intentando extraer el valor adaptativo del comportamiento estudiado en función de los fines que se consiguen con él en el ambiente concreto en el que tiene lugar. • Los orígenes filogenéticos de determinados comportamientos, como un recurso de la especie que mejora su adaptación al medio e incrementa su capacidad de supervivencia. En este momento, los estudios comparativos (confrontando el comportamiento estudiado con ese mismo comportamiento en otras especies) son especialmente adecuados. Primeros modelos de desarrollo – 251 – Por otra parte, y a pesar de que en muchas ocasiones se habla de la etología exclusivamente vinculada al estudio en contextos naturales y a la observación como método, desde la etología también se realizan experimentos en los que se intentan probar hipótesis surgidas de la observación (es decir, poner a prueba leyes inductivas). El recurso a la experimentación desde la etología sólo tiene sentido después de haber recopilado gran cantidad de datos descriptivos y, en todo caso, los experimentos intentan mantener en la medida de lo posible las condiciones naturales en las que se da el comportamiento objeto de estudio (López, 1983, p. 105; Hinde, 1983, p. 38). Veamos ahora el dominio en el que el enfoque etológico aplicado a la psicología del desarrollo humano quizá ha sido más influyente y ha obtenido unos resultados más significativos: la vinculación emocional entre los bebés y sus cuidadores. La teoría del apego La teoría del apego surge como un trabajo conjunto de fundamentalmente dos investigadores: Bowlby y Ainsworth (Ainsworth y Bowlby, 1991). De acuerdo con Bretherton (1992; p. 759), mientras Bowlby formuló los fundamentos básicos de la teoría, basándose en conceptos provenientes de la etología y el psicoanálisis, Ainsworth creó una metodología innovadora que permitió probar empíricamente muchas de las ideas de Bowlby, y expandió la teoría para incluir el concepto de la figura de apego como base segura para la exploración. De la mano de ambos, cambió la forma de abordar desde la Psicología Evolutiva el vínculo de los padres y madres con sus hijos y los efectos de su ausencia, ya sea por separación, deprivación o pérdida. John Bowly se formó dentro de la corriente psicoanalista. Quizá por ello, pronto. oriento sus preocupaciones evolutivas hacia la atención a las patologías y desórdenes afectivos que mostraban los niños que crecían en orfanatos y otras instituciones de acogida. Entre estos desórdenes, muchos niños mostraban una marcada incapacidad para establecer relaciones de amor y afecto con otras personas. Para explicar este tipo de comportamiento, Bowlby presta atención, como Freud y sus seguidores, en las relaciones tempranas entre el niño y sus padres. Pero pronto se aleja de las explicaciones psicoanalíticas ortodoxas (en concreto, de las propuestas kleinianas que eran las dominantes en la institución en la que trabajaba) y encuentra una provechosa fuente de conceptos e inspiración en la etología. Esta influencia se pude rastrear en varios sentidos. Uno de ellos es la incorporación del concepto de estímulo-señal que desencadena respuestas biológicamente preprogramadas. Desde este punto de vista, Bowlby (1969) atribuye al bebé una capacidad innata para emitir respuestas a las que sus padres están predispuestos biológicamente a responder, fenómeno que resulta altamente valioso desde un punto de vista adaptativo. El bebé humano no tiene las capacidades suficientes de movimiento autónomo desde el nacimiento y no puede tampoco agarrarse de forma segura al – 252 – Primeros modelos de desarrollo adulto para moverse con el, como hacen, por ejemplo, la mayoría de primates. Por ello se confía en señales que aseguran la proximidad al adulto, a un adulto predispuesto a responder a ellas. La función de estas señales es mantener una proximidad con los adultos que van a proteger al bebé y a satisfacer sus necesidades. Entre estas señales, el llanto es quizá la más frecuente y poderosa: ante el llanto del niño, los adultos que le rodean se ven impulsados a actuar y consolar al bebé. La sonrisa sería otra de estas señales, que despierta sentimientos de afecto y ternura en los padres que conducen, como el llanto, a incrementar el contacto con el bebé y satisfacer sus necesidades. A partir de estos contactos, se desarrollará entre bebé y cuidador un vinculo emocional al que Bowlby llamará apego, definido desde este punto de vista como... ‘El resultado de un conjunto de pautas de conducta características, en parte preprogramadas, que se desarrollan durante los primeros meses de vida y que tienen el efecto de mantener al niño en una proximidad más o menos estrecha con su figura materna’ (Bowlby, 1980a; p. 15 de la trad. cast). Como observamos, las raíces del apego son claramente biológicas y obtiene su valor de la contribución a la supervivencia del individuo o su descendencia, lo que explicaría desde el punto de vista de Bowlby (y desde el punto de vista etológico) porqué son comportamientos en cierta medida preprogramados. Bowlby sugirió que los apegos del bebé se desarrollan de una manera normativa, en típicamente tres fases principales (Bowlby, 1969, 1973, 1980b): • Fase 1: respuesta social indiscriminada En esta fase (que llega hasta el segundo o tercer mes de vida) el bebé responde a las personas que le rodean de manera poco discriminada: cualquiera es capaz de clamarle, cuando se producen las primeras sonrisas pueden ir dirigidas también a cualquiera. • Fase 2: Respuesta social discriminada Poco a poco, los niños irán desarrollando una preferencia por aquellos adultos que son sus cuidadores habituales, dirigiendo a ellos de forma sistemática y discriminada su comportamiento social. En esta fase, sin embargo, el bebé no rechaza todavía el contacto con los extraños. • Fase 3: Formación de apegos y miedo a los extraños A partir de la segunda mitad del primer año los bebés no solamente prefieren interactuar y estar cerca de sus cuidadores habituales, sino que muestran comportamientos de rechazo (lloros, protestas, ansiedad, evitación, etc.) cuando se aproxima un extraño o el niño es separado del cuidador. Esta ansiedad se calma cuando se restablece el contacto físico entre cuidador y bebé. En esta fase, no sólo mostrará las reacciones emocionales descritas, sino que intentará seguir y buscar activamente al cuidador cuando este no esté con él. Una vez conseguida la formación de un vínculo seguro, los niños utilizan la Primeros modelos de desarrollo – 253 – figura de apego como un punto de referencia, como una base desde la que explorar su entorno y a la que volver en caso de amenaza (Bowlby, 1980a, p. 24 de la trad. cast.; aunque el propio Bowly atribuye este concepto de base segura a Ainsworth). Bowlby concibe este proceso de formación de apegos de manera similar a como los etólogos consideraban el fenómeno de la impronta. Al igual que las crías de pato de Lorenz se improntaban con un objeto móvil que aparecía cierto tiempo después del nacimiento, los bebés también, desde el punto de vista de Bowlby, experimentan una impronta con aquellas personas que les cuidan en los primeros meses, llegando a formarse un vínculo estrecho entre ellos, tanto de proximidad física como de proximidad emocional. De hecho, y al igual que pasa con la impronta, Bowlby también toma de la etología el concepto de periodo crítico, considerando que los apegos se tenían que formar durante ciertos periodos de la vida. La no formación correcta de apegos en estos periodos por una parte implicaba serias consecuencias para la vida futura (dificultad para expresar emociones, poca confianza en uno mismo, etc.)y por otra limita la oportunidad de poder establecerlos más adelante (y, en consecuencia, de poder vincularse afectivamente a otra persona de manera adulta). Es este el mecanismo que, según Bowlby (1973), explica los síntomas de los niños institucionalizados: son niños que no han tenido la oportunidad de formar apegos con personas concretas y en los momentos adecuados (por ejemplo, han recibido cuidados de muchas cuidadoras, se les ha podido dedicar muy poco tiempo y atención, etc.) Desde un punto de vista metodológico, Bowlby también se mostró muy influido por los métodos etológicos. La mayoría de sus estudios los realizó a partir de observaciones naturalistas, muchas de ellas en instituciones de acogida y grabadas en vídeo. Estas grabaciones se realizaron con garantías metodológicas relativamente innovadoras para la época: niños escogido al azar, control del tiempo y momento en el que se realizan las grabaciones, etc. La segunda figura importante en la construcción de la teoría del apego tal y como la conocemos hoy en día es Mary Ainsworth, la que fue discípula y colaboradora de Bowlby durante casi 40 años. Quizá la mayor diferencia entre los estudios (y aportaciones) de Bowlby y los de Ainsworth es la mayor atención de esta en familias y bebés típicos, sin rastro de los desórdenes, deprivaciones sociales ni otras circunstancias desfavorables que caracterizan a los bebés participantes en muchos de los estudios de Bowlby. La mayor aportación de Ainsworth se centra en el establecimiento de diferentes patrones de apego en bebés en función de diferencias en respuestas como el grado de ansiedad de separación, la reacción ante el reencuentro con el cuidador o el uso de esta figura como base segura de exploración. Los patrones son los siguientes (Ainsworth, 1979): • El apego inseguro evitativo (patrón A, también traducido como ansioso evitativo) se caracteriza por una baja o ausente ansiedad de separación cuando el cuidador se aleja del bebé y le deja en un lugar desconocido, junto con un poco preferencia por el contacto e interacción con el cuidador – 254 – Primeros modelos de desarrollo respecto al contacto e interacción con otras personas extrañas. El bebé muestra también una cierta evitación del cuidador cuando este regresa tras una separación. Este apego, en estudios con niños norteamericanos, lo muestra el 20% de los bebés, aproximadamente. • El apego seguro (o patrón B) se caracteriza por una exploración activa de un medio desconocido cuando la madre está presente (madre como base segura), reacción emocional de ansiedad (aunque no exagerada) cuando la madre se ausenta y búsqueda de contacto y proximidad con ella cuando regresa. Es el patrón de apego más frecuente, y lo muestran entre el 6570% de bebés en estudios norteamericanos. • El apego inseguro resistente (patrón C, también traducido como ansioso ambivalente) se da cuando el bebé apenas explora el medio desconocido ni siquiera cuando el cuidador está presente (permanece próximo a él), muestra una muy intensa reacción emocional ansiosa cuando el cuidador se va, reacción que tarda en ser consolada cuando el cuidador regresa. Es el patrón en el que se incluiría al 10-15% de los bebés. Recientemente se ha descrito un cuarto patrón de apego, el apego desorganizado (o patrón D), que incluye a aquellos bebés que se encuentran desorientados y muestran comportamientos contradictorios y no dirigidos a un objetivo específico (por ejemplo, movimientos estereotipados, inicios de aproximaciones para luego huir, etc.) Además de la descripción de estos patrones, la mayor aportación de Ainsworth es quizá el método que empleó para obtenerlos: la situación extraña (Ainsworth, 1970, 1979). Esta situación es un procedimiento estandarizado que se lleva a cabo en el laboratorio y cuya utilidad es comprobar la formación y tipo de apego infantil. En su forma típica, se trata de llevar al cuidador principal (típicamente la madre) y al bebé a un lugar desconocido para este y exponerlos ante diferente tipo de situaciones o episodios, en concreto ocho: el bebé con la madre y un observador extraño en una habitación no familiar en la que hay juguetes, el desconocido se va, el observador vuelve, la madre se va dejando al niño con el desconocido, la madre vuelve y se reencuentra con el bebé, madre y desconocido se van dejando al bebé solo, el desconocido vuelve y, finalmente, el desconocido se va y retorna la madre. Las reacciones del niño (generalmente se utilizan niños de entorno al año de edad) ante las diferentes situaciones son los indicios para saber la naturaleza de los lazos de apego que ha establecido hasta ese momento, y para categorizarlo en un patrón u otro. El procedimiento de la situación extraña se ha convertido en un verdadero estándar para los estudios de apego, permitiendo, por ejemplo, la comparación intercultural y evaluar el efecto de otro tipo de factores. Además de este tipo de metodología observacional en entorno de laboratorio, Ainsworth también utilizó la entrevista y la observación en entrono natural, en parte también para validar los datos que obtenía de la situación extraña. A partir de estas aportaciones pioneras de Bowlby y Ainsworth, la teoría del apego ha ido creciendo y goza hoy en día de muy buena salud, siendo varias las Primeros modelos de desarrollo – 255 – líneas en las que se ha expandido y que forman cuestiones de investigación de gran relevancia actual. Pasaremos revista a tres de estas líneas: los orígenes y las consecuencias de los diferente tipos de apegos, las diferencias interindividuales e interculturales en el apego, las innovaciones metodológicas en el estudio del apego y, por último, su aplicación a etapas evolutivas más allá de la primera infancia. Orígenes y consecuencias del apego Ya los propios Bowlby y Ainsworth tenían sus propias explicaciones acerca de cuales son los factores que promueven los apegos seguros y cuáles las consecuencias de formar o no formar este tipo de apegos. Esta cuestión ha seguido interesante y en la actualidad contamos con gran número de estudios que examinan este tema. Especialmente interesantes son aquellos que trabajan con un diseño longitudinal, tomando medidas en los mismos sujetos en diferentes momentos temporales (por ejemplo Gossman y Grossman, 1991; Leyendecker; Lamb; Fracasso; Schölmerich y Larson, 1997) o aquellos realizados en entornos más naturalistas que la tradicional Situación Extraña (por ejemplo, Pederson y Moran, 1996). En cualquier caso, los datos con los que contamos parecen indicar que madres (en particular, aunque también padres), atentas, sensibles a las necesidades de sus hijos y que ofrecen cuidados sin restricciones, potencian la creación de apegos seguros. Junto con esta sensibilidad de los cuidadores, otras dimensiones, como la mutualidad y la sincronía en la relación, también parecen ser claves en el establecimiento de apegos (Seifer y Schiller, 1995; Isabella, 1995; de Wolf y van Ijzendoorn, 1997). Los patrones de apegos inseguros parecen asociarse a madres que se alejan de ese prototipo de comportamiento, sin estar todavía claro qué comportamientos del cuidador son los que promueven los diferentes tipos de apegos inseguros. En general, el patrón de apego seguro (tipo B) se ha asociado con comportamientos positivos y prosociales, con una mayor competencia social. Por ejemplo, este tipo de niños muestran un comportamiento más amistoso tanto con personas conocidas como con extraños, son más sociables, más obedientes y tienen una mayor tendencia a compartir y relacionarse más con sus compañeros (Thompson y Lamb, 1983; Berlin, Cassidy y Belsky, 1995; Grossman y Grossman, 1991, Howes, Matheson y Hamilton, 1994; Fagot, 1997). También se ha tendido a asociar con la presencia de ciertas características de tipo cognitivo, como la persistencia en la resolución de tareas y orientación al logro del éxito (por ejemplo, Frankel y Bates, 1990), o de personalidad, como una menor presencia de problemas de comportamiento o una mayor capacidad de resistir y superar situaciones estresantes o frustrantes (por ejemplo, Bates, Maslin y Frankel, 1985). Sin embargo, como ponen de manifiesto Thompson (1998) o Lamb, Hwang, Ketterlinus y Fracasso (1999), estas relaciones ni son perfectas ni generalmente son demasiado elevadas, con lo que su poder predictivo queda en entredicho. Por otra parte, las relaciones aparecen con el patrón de apego seguro, pero existe una mayor dificultad para encontrar correlatos con el resto de patrones de – 256 – Primeros modelos de desarrollo apego, especialmente cuando se trata de diferenciar las consecuencias evolutivas de los patrones A (evitativo) y C (resistente). Diferencias interindividuales e interculturales en los patrones de apego Un segundo dominio de investigación se ha centrado en cuestiones de tipo diferencial. Así, un primer factor de influencia en la formación de apegos podría ser el temperamento del niño (Rothbart y Bates, 1998). El temperamento puede influir en la formación de apegos al menos de dos formas diferentes (Goldsmith y Harman, 1994; Seifer y Schiller, 1995). • Por una parte, diferentes tipos de temperamento en el bebé pueden influir directamente en el tipo de relación que se establece con el cuidador y, en consecuencia, en el desarrollo de unos patrones de apego u otros. Por ejemplo, niños que se irritan y lloran muy frecuentemente pueden, a largo plazo, tender a tener una respuesta menos rápida por parte de sus cuidadores • Por otra parte, el temperamento infantil puede sesgar la clasificación que recibe por parte de los observadores en la Situación Extraña. Por ejemplo, los niños temerosos podrían tender a ser clasificados dentro del patrón de apego C (inseguro resistente), independientemente del tipo de relación que tengan con sus padres en la vida cotidiana, fuera del procedimiento de la Situación Extraña. Como veremos más adelante, para solucionar en la medida de lo posible este tipo de sesgos, se han generado formas alternativas de evaluar el apego que pueden ayudar a obtener clasificaciones más válidas y fiables. Otro gran núcleo de estudios que pretenden establecer el origen de las diferencias entre patrones de apego son aquellos que se ocupan del apego desde una perspectiva intercultural. Se ha comprobado como la distribución de los niños estadounidenses en las categorías de apego de Ainsworth es diferente a la de los niños criados en otros países (van Ijzendoorn y Kroonenberg, 1988, 1990; Thompson, 1998), lo que sugiere que factores culturales, ajenos a la calidad de cuidado parental, pueden estar afectando al comportamiento infantil en la situación extraña. Los niños japonenes, por ejemplo, se muestran mucho más irritables y, en consecuencia, se categorizan apegos inseguros resistentes más frecuentemente, mientras que, en contraste, entre los bebés alemanes son especialmente frecuentes los apegos evitativos (Miyake, Chen y Campos, 1985; Grossmann, Grossmann, Spangler, Suess y Unzner, 1985). Estos resultados han sido interpretados como un producto de las diferencias interculturales en los patrones de crianza. Los padres, por ejemplo, pueden incitar más a sus hijos a ser independientes Alemania, mientras que en Japón las situaciones de exposición a extraños son más infrecuentes, con lo que los niños japoneses tienen menos experiencia en las separaciones (Grossman y Grossman, 1990) y, en consecuencia, más niños se categorizar con apegos inseguros resistentes. Estas diferencias parecen indicar que, aunque el procedimiento de la Primeros modelos de desarrollo – 257 – situación extraña se aplica exactamente igual, tiene diferente significado psicológico para niños de unas culturas y otras. Respecto a otras culturas, también se ha comprobado que el comportamiento de apego presenta una gran flexibilidad (Bretherton, 1985): Las figuras de apego no necesariamente han de ser las madres, por ejemplo, o las estrategias para controlar el grado de exploración permitido en los niños varía mucho entre culturas. En consecuencia, es de gran importancia la comprensión por parte del investigador del contexto sociocultural cuando trata de estudiar sólo la interacción entre cuidador y bebé. Para obtener medidas ecológicamente válidas, que se ajusten a la cultura específica, es necesario tener en cuenta las las estrategias y patrones de crianza propios de la cultura y las teorías implícitas, los valores y significado que tanto cuidador como bebé dan a las situaciones que el investigador observa. Otra influencia en la formación de apegos puede ser los estilos de autoridad: Darling y Steiberg (1994) afirman que mientras el estilo autoritario no parece ser perjudicial para el establecimiento de apegos, el estilo laissez-faire si afectaba al apego infantil de manera perjudicial. El efecto del estilo de autoridad parental, sin embargo, puede estar también mediado por el contexto sociocultural en el que se produce. Por ejemplo, el estilo autoritario tiene pocos o ningún efecto en norteamericanos de procedencia anglosajona o latina, mientras su efecto es perjudicial entre los asiáticos o los afroamericanos (Lamb, Hwang, Katterlinus, y Fracasso, 1990) Innovaciones metodológicas Aunque la Situación Extraña es todavía hoy el procedimiento de evaluación del apego más utilizado y, como hemos remarcado, tiene un gran valor a proponer un método estandarizado y estructurado, existen diferentes propuestas que intentan proponer métodos alternativos o complementarios de evaluación. Quizá el más conocido es el de Waters (Waters, 1995; Waters y Deane, 1985), quién ha propuesto un sistema de estimación de comportamientos de apego por parte de observadores entrenados llamado Attachment Q-Set. Este sistema, que adopta la forma de cuestionario, se aplica por los observadores no en situaciones de laboratorio, sino en el propio hogar del bebé. Consta de 90 ítems que describen comportamientos interactivos entre cuidador y bebé. El observador debe agrupar los ítems en función de su parecido con el comportamiento real del bebé observado. La clasificación obtenida se compara con los perfiles ideales de los diferentes tipos de apego que proporciona el cuestionario. La ventaja de este método sobre el tradicional de la Situación Extraña, es, además de su mayor validez ecológica, el mayor rango de comportamientos que toma en cuenta. Las medidas tomadas con el Attachment Q-Set parecen correlacionar con las clasificaciones obtenidas a partir de la Situación Extraña (Vaughn y Waters, 1990) y han sido utilizadas como método alternativo para explorar los orígenes, determinantes y consecuencias de los diferentes tipos de apego (Pederson y – 258 – Primeros modelos de desarrollo Moran, 1995; Teti y McGourty, 1996; Waters, Vaughn, Posada, Kondo-Ikemura, 1995). También se han creado formas de explorar la representación del apego en niños y adolescentes, utilizando materiales como muñecos, dibujos, entrevistas, etc. para elicitar respuestas susceptibles de ser categorizadas como tipos diferentes de apego (Bretherton, Ridgeway y Cassidy, 1990; Slough and Greenberg, 1991) Modelos internos de trabajo y el apego en los adultos Por último, una de las líneas más innovadores de trabajo y que está dando lugar en los últimos años a resultados más interesantes es el resultado de un cambio de enfoque respecto a qué estudiar en relación al apego. Así, en lugar de estudiar los comportamientos observables, la interacción de facto entre bebés y sus cuidadores, existe un creciente interés por los aspectos representacionales del apego, en una línea más cognitiva. Ya Bowlby (1980b) propuso que, a partir de las interacciones tempranas del bebé con su cuidador, los niños construían unos ‘modelos internos de trabajo’ (internal working models), una representación de la figura de apego que, a lo largo de los años, guiaría su interacción con ella, y que serían un determinante importante de la evolución de su relación con ella en momentos posteriores de la infancia e incluso más allá, en la adolescencia y adultez. Por otra parte, estas representaciones internas también se harían presentes al recordar la relación temprana que se tuvo con los padres. Desde esta línea de investigación se ha promovido el estudio del apego más allá de la infancia, con las consiguientes innovaciones y adaptaciones metodológicas que ello implica. Así, se han elaborado escalas y cuestionarios para trasladar la tipología de apego de Ainsworth en patrones correspondientes en adultos. Quizá el instrumento más utilizado es la Adult Attachment Interview, en la que adultos responden a preguntas semiestructuradas sobre los patrones de apego que recuerdan de su infancia y la influencia que han tenido en su desarrollo (Hesse, 1999; p. 398). Main, Kaplan y Cassidy (1985) entrevistando a adultos sobre sus relaciones de apego en la infancia, encontró que, de acuerdo con los modelos internos de trabajo que reflejan sus entrevistas, los sujetos podían clasificarse en tres categorías: • Padres autónomos: hablaban abierta y libremente de sus relaciones de apego y eran capaces de evaluarlas. Tenían una imagen objetiva y equilibrada de las relaciones en su infancia. • Padres evitativos (dimissing): tenían muchas dificultades en recordar su infancia y las relaciones que sostuvieron con sus padres, tendiendo a atribuir poca importancia a estas relaciones. • Padres preocupados: explicaban de forma muy detallada las relaciones en su infancia, pero las explicaciones eran a menudo confusas y muy emocionales. Primeros modelos de desarrollo – 259 – Se ha intentado probar si estos tipos diferentes de modelos internos de trabajo podrían afectar a los cuidados y patrón de interacción que los adultos sostienen con sus propios hijos en el presente. En este sentido, los adultos autónomos parecían mostrarse más sensibles a las demandas de sus hijos y estos desarrollaban apegos seguros con mayor probabilidad que cuando los padres eran evitativos o preocupados. (van Ijzendoorn, 1995). Los padres categorizados como evitativos, por el contrario, parecen tender a establecer apegos también evitativos con sus hijos (Fonagy, Steele and Steele, 1991) Este enfoque más cognitivo del estudio del apego también ha permitido ampliar su campo de estudio a todo el ciclo vital, coceptualizando como apegos las relaciones entre adultos. Por ejemplo en relaciones maritales (Weiss, 1991) o el apego en la vejez, ya sea entre hermanos o entre hijos y sus padres ya mayores (Cicirelli, 1989; 1991). Sin duda, y como comenta la propia Ainsworth (1989), esta es un área en la que se claramente es necesario un mayor esfuerzo investigador para establecer con claridad las diferencias entre los apegos a las diferentes edades.