LA PERSPECTIVA HOLISTICA DE LA ANTROPOLOGÍA CULTURAL O’Higgins – Ino Rossi TOMADO DE: “Teoría de la Cultura y Métodos Antropológicos” EDITORIAL: Anagrama Introducción Emile Durkheim, el sociólogo francés que utilizó ampliamente material antropológico, dejó bien sentado por que era preciso que los fenómenos sociales fueran explicados tanto desde el punto de vista social como desde el cultural. Para él, los fenómenos tanto sociales como culturales deben ser considerados al mismo tiempo como <<cosas>> o comportamientos observables, y como <<ideas objetivas>> o acciones artilugios dotados de sentido. Los comportamientos sociales y los artefactos reflejan, en mayor o menos medida, los valores y normas sociales de la sociedad a que pertenecen, y contribuyen a su perpetuación y modificación. (Para una práctica de la posición de Durkheim, cf. Tomo VII, cap. 2) Es propio de los antropólogos intentar explicar cada elemento de una cultura concreta por su relación con los otros; por lo que los antropólogos sociales intentan mostrar de que modo las pautas de comportamiento se relacionan con los valores y normas de la cultura en que se integran, siendo lo inverso la tarea propia de los antropólogos culturales. Por ejemplo, nos es posible comprender el significado del demonio en El Juicio Final de la Capilla Sixtina, con sus llameantes y su tridente, a menos que se relacionen con los ángeles, los santos y las almas de los condenados, todos ellos implicados en secuencias de acción correlativas. Sin intentar con ello minimizar el lado estético, es posible considerar este tipo de análisis desde la perspectiva <<social-organizativa>>. Cuando la misma pintura se considera desde el punto de vista de su significado religioso y desde las intenciones del artista, el análisis, en cambio, se asemeja a los empleados desde la perspectiva cultural. Para conseguir, sin embargo, una apreciación <<holística>> o totalizante del fresco, es preciso establecer por un lado las interrelaciones entre ángeles, santos y demonios, y el conjunto de concepciones artísticas y religiosas en Miguel Angel, por otro. Para una mejor comprensión de la obra, es evidente que deben ser tomados en cuenta ambos puntos de vista: el cultural y el socioorganizativo. La noción de la cultura en el análisis antropológico Al comentar la definición de Tylor, hemos establecido que la cultura e característica específicamente humana que incluye por igual un componente mental[1] (significados, valores y normas) y un componente material (artefactos y tecnología). No todos los antropólogos culturales, se muestran de acuerdo en afirmar que sólo los humanos disponen de cultura, o en considerar que los artefactos y la tecnología forman parte de esta; ni están tampoco de acuerdo en la definición y explicación del aspecto mental de la cultura. En esta sección intentaremos analizar cada uno de estos tres problemas, empezando por el más simple: ¿Deben los artefactos y la tecnología ser considerados como parte de la cultura?. La Cultura Ccomo Totalidad de los Productos Materiales y Mentales del Hombre Algunos antropólogos han identificado a la cultura solo con los productos cognitivos, a los que llaman ideas, o comprensión convencional, o modelos cognitivos, o visión del mundo, o código cultural. (Esta es la posición, entre otros, de Wissler, Beals y Hoider, Redfield, Linton, Murdock, y otros etnoepistemólogos, antropólogos simbolistas y estructuralistas contemporáneos; cf. Cap. 1) Algunos de estos antropólogos consideran a la cultura material como un producto de la cultura y no cultura en sí misma. Semejante posición resulta difícil de defender, ya que la cultura material – los avances tecnológicos, por ejemplo – es siempre consecuencia y realización de determinadas ideas, y ejerce una importante influencia, a su vez, en el surgimiento de nuevos valores y creencias. Baste pensar en la difusión de los valores materialistas en Occidente como consecuencia de los modernos descubrimientos tecnológicos, o la transición del carácter predominante moral que ofrecen las culturas preliterarias al orden técnico predominante en la moderna sociedad occidental. En las sociedades fundadas en un orden moral, la conducta se basa en la reciprocidad de los lazos afectivos y en el sentido de la rectitud y de las motivaciones de tipo religiosos. En cambio, en la sociedad de orden técnico, como la nuestra, la conducta se basa en consideraciones que tienen que ver con la eficacia de tipo técnico, material y contractual. (Redfield 1965: cap. 3). Algunos de los más importantes antropólogos (Malinowski, Ford, Benedict, Goodenough), han sostenido que la cultura material no debe ser considerada como parte de la sociedad, sino más bien como parte del entorno humanizado en el que tienen lugar la vida social y cultural. Desde este punto de vista, mientras que la sociedad haría referencia a las pautas de interacción que dominan la vida de los grupos que componen la sociedad, la cultura material haría referencia a los utensilios y la tecnología que hacen posible esa interacción (el teléfono, el coche o el telstar) y a los artefactos que expresan y sostienen a los elementos de cultura material. Esta, n cambio, haría referencia a los ideales, fines, valores e ideologías que forman la base de dicha sociedad. Esta idea puede representarse de manera visual como aparece en el Gráfico 1. Dicho gráfico muestra que sociedad y cultura son términos que indican aspectos correlativos del modo de vida de la gente en un contexto dado. El objeto que se presenta a estudio ante los ojos del antropólogo es la forma como determinado grupo vive en un tipo concreto de hábitat y como funciona este grupo tanto a nivel social como cultural. Establecemos una distinción entre cultura material y no material, entre organización social y hábitat, sólo por que no podemos estudiar a la vez las distintas dimensiones de la vida sociocultural humana. La flecha única que aparece en la base del gráfico indica que la cultura material adapta de manera directa el entorno físico a las necesidades sociales y biológicas humanas. Sin embargo, las invenciones tecnológicas – como la domesticación de animales o la máquina de vapor – no sólo sirven para la adaptación del hombre a su entorno, sino que también ayudan en esto los valores y las ideologías de que dispone cada sociedad. Las invenciones tecnológicas suelen verse precedidas o acompañadas por determinados movimientos científicos e intelectuales. La construcción de las catedrales y de las pirámides egipcias o el descubrimiento y el uso de la pólvora negra reflejan determinados intereses, fines e ideas de la cultura en que nacen. Artefactos y desarrollos tecnológicos como éstos suelen sé la plasmación de determinadas ideas religiosas, políticas y científicas. A la inversa, las adaptaciones ecológicas y las transformaciones ocurridas en la cultura material influyen en los cambios producidos en la cultura no material. Ambos aspectos están tan estrechamente relacionados entre sí, que tanto los caracteres de la cultura no material como los pertenecientes a la cultura material deben ser considerados como partes integrantes de la cultura. Así, por ejemplo, no hay ideología imperialista que pueda sobrevivir si no es apoyada por un aparato tecnológico que sirva para desarrollar sus objetivos, y a su vez, la superioridad tecnológica difícilmente puede mantenerse a menos que tenga detrás de sí, apoyándola, una superioridad política y económica. Las culturas material y no material de las sociedades preliterarias – tales como los bosquimanos cazadores-recolectores del desierto de Kalahari – mostraban en general un carácter altamente integrador debido a que las técnicas y estrategias para la caza de animales aparecían siempre acompañadas e influidas por ritos religiosos. Su ritual más importante, la danza y el trance curativos, servía para aliviar las ansiedades y miedos provocados en ellos por la precariedad y la escasa efectividad de su tecnología. Los elementos materiales y no materiales de su cultura se presentaban mutuo apoyo como elementos inseparables de la adaptación de los bosquimanos a su medio. Y, puesto que tanto las necesidades biológicas como las mentales de éstos se hallaban profundamente arraigadas en la estructura de su personalidad, hay que concluir que tanto los artilugios técnicos como los rituales religiosos deben ser considerados como parte inseparable de su vida diaria. La integración de los aspectos materiales e inmateriales de la cultura se manifiesta con especial relevancia en las sociedades preliterarias, en las que individuos que componen la sociedad no experimentan la fragmentación de roles propia de la moderna cultura occidental (cf. Tomo VIII, cap. 2). La mayor parte de la vida cotidiana de los miembros de la sociedad preliterarias esta cargada de significados tanto religiosos, como políticos, sociales, psicológicos o económicos. Cada una de las actividades que configuran el desarrollo de su vida diaria está acompañada de elementos rituales que suelen realizarse en grupo, contribuyendo cada uno de los miembros a la supervivencia material del conjunto. De manera un tanto simplificada, las interrelaciones entre los componentes materiales y no materiales de la cultura y los aspectos correlativos de la personalidad pueden representarse gráficamente tal como se expresa en el Gráfico 2. las líneas punteadas como entre cultura material y no material, todas las cuales se encuentran arraigadas en la estructura de la personalidad de los componentes de cada cultura. Por otro lado, la cultura es un subproducto del proceso de adaptación humana a su entorno ecológico y socio-cultural (ver Gráfico 1) para cubrir sus necesidades y aspiraciones. La personalidad humana tiene, pues, un papel crucial en origen, la forma y la supervivencia de la cultura. Ahora bien, falta por averiguar por que la cultura es atributo exclusivo de la vida humana. El Carácter Simbólico de la Cultura Alfred L. Kroeber, uno de los más importantes antropólogos norteamericanos, ha definido la cultura como <<el conjunto de cosas relativas al hombre que son más que meramente biológicas u orgánicas, y que son más que meramente psicológicas>> (1948: 8). Su definición pueden aún aceptarse como un punto de partida, en tanto no se considere a la cultura como independiente de la dinámica psicológica y biológica del hombre[2]. Por el contrario, y tal como queda expresado en el Gráfico 2, las necesidades biológicas humanas, el dinamismo psíquico y la creatividad dan lugar a la cultura e interactúan de continuo con las formas de cultura ya existentes. Por otro lado, la cultura se ve continuamente modificada por procesos sociales en permanente estado de cambio, tales como la protestas juvenil, las brechas generacionales o los cambios tecnológicos. Ahora bien, ¿Qué es en concreto lo que hace que la cultura sea algo más que una pura realidad biológica? Tradicionalmente, los antropólogos han venido comparando la conducta humana y la conducta animal, explicando las diferencias entre ambas por la existencia de procesos culturales distintos de los biológicos. Un presupuesto básico de la comparación estaba fundado en la idea de que la conducta humana era fruto del aprendizaje, mientras que la animal era puramente innata o instintiva. Ya hemos afirmado más arriba que una tal distinción resulta científicamente insostenible. Los más recientes estudios etológicos han podido mostrar que los animales son igualmente capaces de aprender nuevas pautas de comportamiento. Hoy en día sabemos, por ejemplo, chimpancés pueden manipular pequeñas ramas y unir entre sí palos y varillas para poder sacar a las termitas de sus hormigueros; otros chimpancés pueden aprender a hacer esto mismo por simple observación e imitación (van Laawick-Goodall 1968). Este tipo de actividades ha llevado a algunos antropólogos a atribuir a los animales algún tipo de cultura. Sin embargo, no es posible admitir que existe cultura cada vez que se observan conductas aprendidas. Es más bien el modo como estas conductas se aprenden lo que diferencia a la conducta cultural de la puramente animal. Los animales aprenden de acuerdo con principios puramente asociativos. Un loro, por ejemplo, puede aprender a asociar determinado número de destellos luminosos con idéntico número de comidas distribuidos en un comedero. Si los destellos de luz son sustituidos por notas de una flauta, el loro puede seguir identificando el número de comidas. Pero el animal solo puede transferir los estímulos lumínicos a los estímulos musicales sustituyendo uno a uno los elementos de cada serie (Torpe 1966: 479). Los estudiantes tienen a aprender y memorizar cada operación por separado, y solo pueden repetirla de manera idéntica, sin innovaciones ni generalizaciones. Tales principios asociativos bastan para explicar el uso de instrumentos, por parte de los animales, mediante la imitación. Sin embargo lo que según los modernos antropólogos caracteriza al hombre es la fabricación de instrumentos, que implica una capacidad para inventar nuevos comportamientos y nuevas soluciones para las necesidades prácticas. Por otro lado, no pueden atribuirse a los productos humanos relaciones fijas o naturales entre los materiales brutos empleados para fabricar los instrumentos y la forma que estos adoptan una vez manipulados por el hombre. Este da al material bruto formas variadas, esto es, impone a los objetos unas formas arbitrarias, y del mismo modo organiza su experiencia para adecuarla a sus necesidades prácticas (Holloway 1960: 400). En los primeros tiempos de la historia cultural, no obstante, las tradiciones sobre fabricación de instrumentos recién surgidas se transmitían de forma estandarizada de generación en generación. El conocido arqueólogo Robert Braidwood establece las siguientes tradiciones de fabricación de instrumentos, a partir del más antiguo estrato geológico humano conocido, el pleistoceno: Una tradición de guijarros, formada por guijarros partidos o troceados, y astillas de piedra. Una tradición de hachas, formada por pesados rascadores y piedras de bordes cortantes en forma de azuela. Una tradición de instrumentos de lámina, formada por útiles hechos de lámina de piedra. una tradición de puntas bifaces, formada por piedras talladas por ambos lados, en forma de pera (1967: 39). Estas tradiciones no pasaron de ser más que reglas compartidas de fabricación de instrumentos que se trasmitían de generación en generación, y que se difundieron por todo África, Asia, Cercano Oriente y Europa; sería difícil explicar como pudieron trasmitirse durante tan largos periodos de tiempo sobre la base de la imitación de que son capaces los animales. Más bien hay que pensar que dicha tradición instrumental implica una tecnología y una forma de comunicación específicamente humanas: la capacidad de comunicar ideas mediante sonidos o nociones arbitrariamente elegidos. Algunos antropólogos han insinuado una estrecha analogía entre el lenguaje y la fabricación de instrumentos. Ambos constituyen series de actividades que producen formas arbitrarias sobre la base de rígidas reglas gramaticales o de fabricación de instrumentos. Ya hemos visto que la fabricación de instrumentos implica la imposición de formas arbitrarias sobre materiales brutos, sin que las formas impuestas mantengan ninguna relación interna de necesidad con el material bruto elegido. De este modo idénticos materiales (piedras, por ejemplo) pueden ser moldeados según formas diferentes (como las cuatro tradicionales básicas del pleistoceno), y a la inversa, materiales diversos (huesos, piedra, madera) pueden presentar formas idénticas. Las relaciones de arbitrariedad entre forma y material resultan controladas por las normas sociales o las tradiciones culturales, que limitan las variaciones de la construcción de instrumentos. ¿Qué significa, pues, compartir una tradición instrumental, sea esta de utensilios de la edad de piedra o adornos hippies? En el caso de nuestros antecesores culturales, significa que a lo largo de varias generaciones los habitantes de varios continentes se pusieron de acuerdo (significado social)para usar determinados útiles de una determinada forma con fines defensivos o de obtención y preparación de alimentos(función social). El estilo peculiar y los emblemas de los hippies (formas)han sido aceptados de común acuerdo y con un determinado significado, por que expresan y actualizan un determinado modo de ver el mundo (función). Más adelante veremos que forma, función, significado y uso son conceptos fundamentales para poder explicar el sentido de los elementos culturales. En primer lugar, debemos comprender lo que quiere decirse con significado social. Los chimpancés enfadados del zoo responden a sus mutuos estímulos de una manera arisca pero efectiva; un elefante responde de igual manera si intentamos darle a comer un guijarro. Sus respuestas son directas, automáticas, irreflexivas con relación a los estímulos físicos, sin mediación de pensamiento, reflexión o interpretación. Lo mismo puede decirse de la reacción de cualquier animal ante el grito de miedo de otro. Por el contrario, cualquier niño pequeño da una demostración de comunicación simbólica cuando se pone a estudiar la cara de sus padres, intentando averiguar el verdadero sentido de una negativa. Los seres humanos se responden entre sí en términos de significados e intenciones atribuidos a sus acciones y palabras. Para los humanos, las acciones y las palabras no son meros estímulos que provocan respuestas nerviosas fijas y predictibles, como en el caso de los signos icónicos; son, más bien, símbolos o realidades que deben ser interpretados por el significado que vehiculan. Charles Morris (1946) ha establecido una clasificación de los <<signos>> y <<símbolos>> en los siguientes términos. Signo es cualquier sonido, objeto o acontecimiento que hace referencia o evoca sentimientos o pensamientos acerca de algo distinto. Este <<algo distinto>> o referente, puede ser un objeto, un acontecimiento, un comportamiento, o una idea. Según Morris, son tres los tipos de signos. Los índices, que tienen una conexión natural con el referente, como el humo la tiene con el fuego, el ladrido con el perro, etc. Los iconos, que suenan o se asemejan al referente – tienen un parecido formal con él – , como los iconos de los santos, las fotografías, y las palabras o frases onomatopéyicas que imitan sonidos reales (<<quiquiriquí>>). Los símbolos, en cambio, son signos concretos, arbitrariamente elegidos por los hombres para vehicular ideas abstractas, como las luces verdes para significar <<paso libre>> o salvaguardia, o el rojo para indicar peligro o <<alto>>. Cuando las acciones y las palabras tienen sentidos que todo el mundo puede entender, se convierte en elemento lingüístico, o símbolos. La luz roja de tráfico constituye un símbolo para los humanos por que tiene para ellos un significado universalmente aceptado. Sin embargo, no sé de ningún símbolo universalmente aceptado por los elefantes que pueda indicarles que se detengan, cuando pasean por la Quinta Avenida. Los animales se comunican entre sí, pero su comunicación es cualitativamente diferente de la de los humanos, cuyo sistema de comunicación está basado en un código de sonidos. Se trata, por tanto, de un sistema abierto o limitado. El término código connota un reducido número de unidades básicas que pueden ser combinadas y recombinadas de acuerdo con determinadas leyes, que en nuestro caso son las leyes fonéticas. Los humanos se comunican entre sí significados, no sólo a través de sonidos individuales, sino también a través de pautas de sonidos, pudiendo expresar un ilimitado número de ideas por medio de la combinación y recombinación de uso pocos sonidos básicos, o fonemas (ver tomo II, cap. 1). Cada una de estas combinaciones vehicula un determinado significado, que es el resultado de una convención social (arbitraria). Precisamente debido a la conexión arbitraria entre pautas de sonidos y los significados que éstas vehiculan, los humanos pueden trasmitir información, interpretar hechos pasados o distantes, trasmitir a distancia su información y sus interpretaciones, y manipular y acumular conocimientos. En cambio, los primates no humanos están imposibilitados para trasmitir pautas de sonido. Emplean sólo unos pocos sonidos y cada sonido simboliza por separado miedo, amenaza, ubicación o contento. Esta es la razón de que sus sonidos deban verse acompañados de gestos y posturas. El espectro de significación de cada uno de estos sonidos es muy reducido y la información que vehicula es emocional más que conceptual. En otras palabras, los primates no humanos son incapaces de emplear alternativamente objetos físicos y sonidos concretos y particulares que expresan conceptos de carácter abstracto y/o universal. El concepto de <<patria>> se expresa indefectiblemente por medio de una bandera, sin que importe el tamaño que ésta pueda tener. La conexión entre ambas se establece por convención social; de modo que los humanos pueden emplear sentidos y objetos particulares (signos) para expresar conceptos abstractos y universales. (Una más amplia discusión de la diferencia entre la comunicación basada en signos icónicos y la comunicación basada en símbolos podrá encontrarse en el tomo II, cap 1, tomo V, cap. 1 y tomo VI, cap. 2). La Función de los Símbolos Culturales El antropólogo contemporáneo Clifford Geertz ha definido al símbolo como cualquier tipo de objeto, acto o acontecimiento que puede servir para vehicular ideas o significados (1965: 5). Semejante definición funciona en la medida en que entendamos que la relación entre el significado y su vehículo es arbitraria, y no está sometida a ningún tipo de obligada ligazón física o fija. El humo de un coche de policía ardiendo tras ser aplastado por un elefante en la Quinta Avenida es simplemente una señal de fuego para el elefante; pero para cualquiera de nosotros, o para un hippie que pasa por la Quinta Avenida, tiene también una dimensión simbólica, ya que entre el hippie y cualquier otro observador puede establecerse una relación conversacional, en la que el coche ardiendo puede relacionarse con otros antes vistos en otros lugares, alejados de allí presente tanto en el tiempo como en el espacio. La bandera que aparece ante muchos edificios es un signo arbitrario (socialmente acordado) de patriotismo para cualquiera que comparta tal valor social, pero no, por ejemplo, para un elefante, y menos para un toro en medio de una corrida, especialmente si la bandera es roja. No obstante, la bandera de los Estados Unidos no tiene, por ejemplo, el mismo significado para un ciudadano normal, para un anarquista y para un hippie. El hecho de que la misma bandera resulte no significar nada para el elefante, y cosas bien distintas para el ciudadano medio americano, para el hippie y para el anarquista, viene a subrayar precisamente el carácter arbitrario de dicho signo. O, volviendo a recapitular la definición antes dada, no existe relación física de necesidad entre la entidad física del signo y su significado. ¿Pero por que empleamos símbolos para expresar ideas? Geertz prosigue explicando que, mientras los símbolos, nuestras creencias e ideas se hacen tangibles y se expresan de manera concreta con lo que adquieren una cierta resistencia y resultan más fáciles de comunicar. Las cultura primitivas son particularmente ricas en simbolismo debido a sus omniabarcadores mitos y sus complicados ceremoniales. Lévi-Strauss ha llamado la atención sobre la lógica concreta sobre los pueblos preliterarios, que encuentran su base en formas de expresión tangibles y sensoriales (1969: 164): y los arqueólogos, por su parte, han subrayado también la riqueza del arte paleolítico descubierto en la cuevas europeas. Dicho arte utiliza un elaborado simbolismo para expresar el interés de los habitantes de aquella época por los más importantes elementos de su entorno (como el agua y los animales), por las diferencias biológicas y por las creencias religiosas. En este sentido, Geertz define la religión primitiva como <<(1) un sistema de símbolos que actúa para (2) crear en el hombre poderosos, abarcadores y duraderos modos de actuación y motivaciones mediante (3) la formulación de concepciones generales, a las que (4) reviste de un tal aura de factualidad, que (5) dichos modos y motivaciones adquieren un carácter exclusivamente realista>> (Geertz 1966: 4). La simbolización es la esencia del pensamiento humano. De hecho, los humanos disponen de mucha menos información genética para su conducta que los animales. Los símbolos, de este modo, son fuentes de información externa (extrapersonal) que los humanos usan para organizar su experiencia y sus relaciones sociales. Anteriormente hemos dicho que la fabricación de instrumentos implica la imposición de formas a materiales brutos. Para poder funcionar, los humanos deben comprender y organizar su entorno físico y social, ya que no pueden operar sobre la base exclusiva de sus condicionamientos biológicos. Con bastante frecuencia es precisamente la falta de interés y de sentido la que explica el bajo m}nivel de actuación y de motivación de amplios sectores de nuestra juventud. Algunos de ellos opinan que el simbolismo y las cosmovisión de las formas contraculturales poseen un sentido más pleno que los de la cultura dominante. Según Geertz, los símbolos son modelos de realidad – representaciones e interpretaciones de la realidad – y modelos para la realidad – que ofrecen información y guía para organizarla (1966: 68). Los símbolos del Ejército Simbiótico o de los Panteras Negras ofrece ciertamente una visión concreta de la sociedad, a la vez que una guía para la acción. Al lado de los símbolos cognitivos, que expresan lo que Geertz llama <<concepciones generales>>, aparecen los símbolos expresivos (acciones y rituales), que nos capacitan para actuar fuera del ámbito de lo sagrado. Los rituales religiosos son como dramas que activan las emociones y nos proporcionan un sentido catártico con el que reorganizamos nuestra experiencia personal. Esta es la razón de que los símbolos formen el corazón mismo de la cultura; mediante ellos expresamos nuestros más íntimos pensamientos e ideales, y de ellos nos servimos para integrar nuestras acciones y emociones. Al mismo tiempo, los símbolos son medios de los que nos servimos para almacenar y trasmitir nuestros valores ideales de generación en generación. No tenemos más que pensar en la <<campana de la libertad>>, el Monumento a George Washington, las vacas sagradas de la India, la Virgen de Guadalupe, o los símbolos totémicos de los aborígenes australianos (para una más amplia discusión de la importancia del simbolismo en las regiones primitivas y de la posición de Geertz, véase tomo VII, cap. 1). Hemos discutido hasta aquí las propiedades fundamentales de la cultura, y en el capítulo 1 discutiremos otras propiedades de la cultura, tal como las conciben los ecólogos, los estructuralistas y los antropólogos simbolistas y cognitivos. Cultura, organización social y conducta Hasta el momento hemos clasificado los términos sociedad, estructura social, organización social, y sistema social (ver Gráfico 3). Hay otro conjunto de términos relacionados con cultura, pero que a veces son usados de manera confusa. Algunos antropólogos identifican el aspecto cognitivo o ideacional de la cultura con la cultura como todo; otros emplean el término cultura ideal para dar a entender la cultura no material o ideacional mientras otros, simplemente, emplean el término ideal para indicar aquellos valores y normas que deberían ser realizados (existan ya o no). Yo propongo emplear el término cultura ideacional para designar a la cultura no material, y emplear el término cultura ideal para indicar sólo aquellos valores que <<deberían>> ser defendidos y practicados. Propongo también usar el término sociedad para designar por igual a la cultura y a la organización social. Este uso del término tiene la ventaja de recordarnos que cultura y organización social no son sino dos aspectos interrelacionados de la misma realidad (para una más amplia discusión de este punto, ver tomo VIII, cap. 2). Quiero aclarar igualmente que el término conducta no puede emplearse para designar conjuntos de actividades separados e independientes de la cultura. Es el hecho que la conducta observable sólo puede ser explicada de manera adecuada como un conjunto de acciones parcial o totalmente pautadas de acuerdo con o en oposición a las reglas y significaciones culturales. La inseparabilidad entre conducta social y cultura implica que cualquier enfoque abstractamente behaviorista, como los intentados por Arensberg (1972) y Chapple (1970), tiene escasa posibilidades de éxito, ya que pretende explicar de manera adecuada la cultura mostrando secuencia de conductas pautadas sin relacionarlas con principios y reglas de conducta, tal como aparecen representados en los valores y normas sociales. Como puede verse en el Gráfico 3, cuatro son los términos generalmente empleados para describir los datos culturales. Forma, para designar los aspectos externos u observables de, digamos, un ritual; sentido, para designar los significados o intereses que la gente asocia con los rasgos culturales y las costumbres; uso, para designar la aplicación práctica de los instrumentos o artefactos fabricados en cada cultura; función, para indicar la contribución de cada elemento cultural al mantenimiento y desarrollo de la cultura en su conjunto. En la historia de la disciplina, no todos los antropólogos han prestado atención a estos cuatro aspectos de la cultura, o les han dado igual importancia. Pero sus continuos esfuerzos por mejorar los conceptos y las técnicas antropológicas han generado numerosas teorías de las cultura y métodos etnográficos, todos los cuales discutiremos en los dos capítulos siguientes. [1] Con el término “componente mental” quiero designar los productos de la actividad psíquica, tanto en sus aspectos cognitivos como afectivos. [2] Kroeber sostuvo esta posición durante algún tiempo (1917: 162-213)